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diciembre, 2016:

El coro de las enjutas

Sacristia de las Cabezas Catedral de Sigüenza

Una enjuta con profeta en la Sacristía de las Cabezas de la Catedral de Sigüenza

De la catedral seguntina, a la que estos días estoy dedicando nuevas miradas, me llega un sonido grácil y apasionado, un rumor de voces que discuten y ríen, que discrepan y atestiguan. Es el sonido de las palabras que pronuncian los dieciséis personajes que se alzan en las enjutas de los arcos laterales de la antigua Sacristía Nueva, o “Sacristía de las Cabezas”, como ahora conocemos al espacio de luz y sombras en el que desde hace siglos esas figuras se esfuerzan por hablar y exponer sus razones. Vamos a darlas voz.

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Al entrar cualquier viajero a la catedral de Sigüenza, los monumentales pilares forrados de columnillas, los aros de capiteles, y las nervadas bóvedas captan su atención, y le dejan medio mudo. Luego, empieza a mirar detalles: las capillas, las rejas, los escudos, las tallas, los muebles… y empieza querer saber más de cada cosa. La esencia, el edificio, el espacio y la altura, son del siglo XII, y su estilo el románico de transición, con herencias cistercienses, con modismos languedocianos.

Pero nada de ello nos va a detener ahora. Vamos en directo al lugar donde hemos oído las fablas enardecidas. Vamos por la nave del evangelio adelante, llegando al crucero, dejando a la izquierda el altar de Santa Librada y el mausoleo de Fadrique de Portugal, para enseguida ponernos ante la puerta de madera tallada de su Sacristía, y penetrar en ella.

Sorpresa, desaliento ante el espacio inmenso, agobio de formas. La nave de esta sacristía, iluminada desde la derecha por una ventana alta y estrecha, pasa del claror a la oscuridad y nos atrapa. Tiene sus paredes flanqueadas por cuatro arcos que rehunden el muro. Cuatro a un lado y cuatro a otro, enfrentados. Y cada arco, tiene en su parte alta, entre las columnas y el semicírculo, dos medallones grandes y valientes: son las enjutas. Hay, por tanto, ocho arcos, enfrentados cuatro contra cuatro, y dos enjutas en cada uno. En total, dieciséis enjutas. Que se ponen, ahora mismo, a dejar hablar a sus ocupantes.

Pero antes, conviene describir, muy someramente, quienes son los personajes que pueblan esos medallones, trazados sobre el papel primero, y luego tallados sobre la dúctil piedra. Describo los arcos enfrentados, desde el primero, donde está la puerta de entrada, y frente a ella el acceso al Sagrario catedralicio, hasta el cuarto y último, junto a la ventana. Cada par de arcos tiene cuatro enjutas. Que entre ellas establecen un equilibrio y por lo tanto un diálogo. Ideada esta composición por algún canónigo humanista del primer tercio del siglo XVI, cuando el erasmismo abre sus caminos por Universidades y Seminarios. Y digo esto porque no es normal (hasta ese momento) que en un templo cristiano aparezcan ciertas representaciones que nada tienen que ver con el santoral y el dogma. Pero Lutero ha alzado su voz en Alemania pocos años antes, y en España es un hervidero de ideas e imágenes corriendo de fachada en fachada y de cátedra en cátedra. Aquí en Sigüenza es el Cabildo (con alguna idea ya bien pergeñada) el que llama a Alonso de Covarrubias, en 1532, y le pide que venga a diseñar un nuevo espacio en la girola. Exactamente la nueva la Sacristía. Y Covarrubias, con las ideas de los eclesiásticos, monta este espectáculo.

En el primer arco, las enjutas muestran a San San Juan Bautista y Santiago, el primero como Precursor de Cristo, y el segundo como primer apóstil que llega a España. En el arco de enfrente, aparecen San Pedro y San Pablo, también con sus atributos, pilares de la Iglesia creada por Cristo.

En el segundo arco, una mujer sin atributos, y un anciano desdentado. En el arco de enfrente, una niña y un joven barbilampiño. No hay que esforzarse mucho para reconocer las cuatro edades del hombre, el paso de la edad sobre el ser humano, aquí representado en hembras y varones: la niñez, la juventud, la edad adulta, la ancianidad.

En el tercer arco, una mujer joven y elegante, y un varón talludo. En el arco de enfrente, más de lo mismo, otro varón elegante y una matrona con cara de lista. Aquí me lanzo, y los interpreto como el eje de lo que en ese momento de humanismo pleno se tiene por esencia de la Revelación: una pareja de sibilas, y otra de profetas. Luego veremos quienes pueden ser. Pero ya me aventuro y los identifico con la Sibila Eritrea junto al profeta Sofonías, y con la Sibila Cumana junto al profeta Isaías.

En el cuarto arco, una mujer con trazos de reina, y que por su peinado exótico no es europea, escoltada por un rey o general tocado de un excepcional casco guerrero. En el arco de enfrente, otra mujer de elegantísimas trazas, y otro guerrero imperial. Son figuras del Antiguo Testamento, o de la Historia Gentil. Aventuro: Makeda, la reina de Saba, junto al rey Salomón. Y Zenobia, reina de Palmira, junto al emperador Aureliano, su captor.

Podríamos haber dejado esto en la simple descripción de personajes. Todos ellos tan bien diseñados y tallados, que por sí mismos constituyen un monumento, hasta ahora inapreciado. Pero en esto del examen de los viejos edificios, como en general en la inteprretación de cuanto nos rodea, es obligatorio “mojarse”, pensar, aventurar. Debemos poner a funcionar la maquinaria de la imaginación, entrenarla para que no se atrofie, y, en todo caso, echar mano de algunos conocimientos de esos que quedan cuando se nos ha olvidado lo que hemos aprendido. En resumen: que hay que esforzarse en salir de la rutina y la comodidad de ser espectadores, para aportar ideas, continuamente, aun a riesgo de equivocarnos.

Arte y Artistas de Guadalajara

Simbolismo humanista

En estas dieciséis enjutas de la sacristía nueva de la catedral seguntina, hay sin duda un mensaje. Que solo quedó escrito en esos medallones. Y ello porque se suponía, cuando en 1532 se tallaron y pusieron, que cualquiera que los viera podría leer fácilmente su significado. Sin otro apoyo, y quinientos años después, en una sociedad bombardeada por otros mensajes ajenos, es muy difícil captar el significado, pero lo vamos a intentar.

De esos cuatro bloques de personajes, el primero de ellos, el que está sobre la puerta de entrada (o salida) y el sagrario, tiene muy fácil identificación. Es muy evidente: son los personajes que dan sustento a la Iglesia Católica. San Pedro, San Pablo, San Juan y Santiago. Identificados por sus atributos, y manifestando en mudo diálogo su valor sustantivo.

El segundo bloque es también claro y evidente: son las cuatro edades del hombre. Partiendo del mito que cuenta Platón en su “Político”, arribamos al clasicismo de Ovidio en sus “Metamorfosis” y concluimos en la cristiana interpretación de San Jerónimo: hay cuatro edades, en la historia (Oro, Plata, Bronce y Hierro) y en el ser humano (niñez, juventud, adultez, y senectud). Son, quizás, otra forma de explicar el misterio de la vida humana sobre la tierra.

El tercer bloque es obligado. En todos los monumentos religiosos españoles de la época (primera mitad del siglo XVI) se aplica una referencia evidente a la Revelación, con sus antecedentes proféticos en el Antiguo Testamento y en la Gentilidad. La unión de ambas edades o culturas se ratifica en el pensamiento humanista que surge del neoplatonismo de Marsilio Ficino. Cualquier ser humano, si ha sido “bueno”, o justo conforme a la Ley Natural, se salva, está incluido en la intención salvífica de Cristo, que se sacrifica y muere por todo el género humano, de cualquier época y condición. Así, no es raro ver juntas a las Sibilas y a los Profetas. En este bloque hay dos y dos: yo apuesto por la sibila Eritrea junto al profeta Sofonías, a los que se suele asociar en sus profecías, y por la sibila Cumana junto a Isaías (ambos hablan de “Ecce Virgo concipiet”). Así juntos, y enfrentados, aparecen sibilas y profetas en múltiples lugares (en Guadalajara mismo, en la capilla de Luis de Lucena, pero también en las procesiones del Corpus en Toledo, y en Sevilla, en aquellos años, o en El Salvador de Úbeda y en la capilla sixtina del Vaticano, que veinte años antes pinta Miguel Angel por encargo del papa Julio II). Tras el escrito de las Instituciones divinas de Lactancio, es San Agustín quien impone la comparación y equivalencia de Profetas y Sibilas.

El cuarto bloque nos entrega directa la imagen de la gentilidad, de los tiempos en que sin conocer aún a Cristo, los grandes personajes son espejo de virtudes. Así, el rey Salomón, rey de Israel, prefigura de Cristo, autor del “Cantar de los Cantares”, es visitado por Makeda, la reina de Saba, quien acude a visitarle tras largo viaje y le lleva especias, oro y piedras preciosas. Junto a ellos, otra pareja, que bien podría representar esa lucha o ambivalencia del Bien y el Mal, aunque desde la ejemplar gentilidad: Zenobia, reina de Palmira, en el desierto sirio, en el camino de Roma a Persia, victoriosa un día y finalmente prisionera y humillada por el emperador Aureliano.

¿Están hablando entre ellos? Sin duda. Sus rostros así lo manifiestan. No callan, sino que expresan. Cantan, gritan, susurran. Es difícil escucharlos. Analizar lo que dicen supondría, en cualquier caso, un ejercicio meramente literario. Para el que no valgo, aunque lo intente. Pero identificarlos, nombrarlos, admirarlos, ya es un ejercicio de imaginación y de apoyo a esta cultura tallada que nos ha quedado en todos los rincones. De la catedral de Sigüenza y de muchos otros edificios de nuestra provincia, de Castilla, en España toda. Creo que merece la pena pararse unos momentos a mirar estas enjutas, a escuchar su voz coral, a dejar volar la imaginación ante ellas.

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Navidad en la catedral de Sigüenza

Catedral de sigüenza retabloLa catedral de Sigüenza es, sin duda, el edificio religioso y artístico más representativo de la diócesis y de la provincia. Por su veteranía (se comenzó a construir en el siglo XII) y por el acopio de obras de arte, en arquitectura, escultura y pintura, que a lo largo de los siglos ha acumulado. Ahora en la Navidad, cobran vida y actualidad alguna de sus más relevantes obras de arte. Por ejemplo, el retablo mayor.
En uno de los ámbitos más representativos de la catedral de Sigüenza, como puede ser la capilla mayor, es donde aparecen algunas escenas de la Natividad e Infancia de Cristo, que deben ser admiradas por cuantos se ocupan de conocer a fondo las representaciones artísticas de tales hechos bíblicos. Esa capilla mayor de la catedral ocupa el fondo de la nave principal, y se rodea del deambulatorio o girola. Se escolta en su entrada de dos anchos pilares cubiertos de columnas adosadas, al estilo tradicional del gótico languedociano. En ella destacan, como cierre magnífico en hierro, la gran reja que labró en 1628-33 el artista Domingo de Zialceta, por encargo del obispo fray Pedro González de Mendoza, religioso franciscano, hijo de los duques de Pastrana.
El fondo de la capilla es ocupado por un impresionante altar mayor, encargado por el prelado fray Mateo de Burgos, y ejecutado entre 1609-11, por el escultor Giraldo de Merlo y su equipo de colaboradores. Consiguió el artista en esta pieza su obra maestra, muy representativa del manierismo castellano de los inicios del siglo XVII. Consta este retablo en madera policromada, cuajado de tallas y relieves, de un zócalo y tres cuerpos de distinto orden: jónico, corintio y compuesto. En el zócalo se ven escenas de la Pasión y en su calle central se abre un gran espacio rematado por frontón triangular, donde se instala el Sagrario o tabernáculo, que es de corte herreriano, rico en tallas y estatuillas. En el primero y segundo cuerpos hay esculturas en hornacinas, con relieves encima, en ambas calles laterales: representan a San Andrés, Santa Lucía, San Francisco de Asís y Santa Catalina en el cuerpo inferior, y a Santa Irene, Santa Ana, Santa Bárbara y otras vírgenes en el superior; las calles adyacentes a la central muestran amplios paneles de talla con imágenes de la Virgen y de la vida de Cristo. Y en el centro, dos grandes relieves con la Asunción de María, (advocación original y permanente del templo) y más en alto un sobrio Calvario, escoltándose de escenas en relieve como son la Ascensión del Señor y la Venida del Espíritu Santo. Otras muchas estatuas de santos, relieves, frisos y paneles enriquecen el conjunto de este hermosísimo retablo renacentista, que se remata con el escudo heráldico del obispo comitente tenido por ángeles.
En el cuerpo central del retablo, a los lados de la escena patronal de la Asunción de María, aparecen las escenas de la Natividad (a la izquierda del espectador) y de la Epifanía (a su izquierda) que para los belenistas y cuantos en estas fechas admiran los espacios y obras que reflejan el íntimo instante de la Revelación de Dios en la Tierra, son cruciales.
La primera escena, la Natividad, se muestra en un marco de relativa austeridad, con un arco y un muro, lisos, al fondo. En medio relieve, aparece centrando la escena la santa pareja de José y María, respaldados por la otra pareja de la naturaleza, el buey y la mula. Delante de ellos, en un pesebre cubierto de telas, desnudo, el Niño, el Dios que nace. La otra mitad del mundo humano se ocupa por tres pastores, que vestidos ricamente uno de ellos, y con pobreza el otro, señalan al infante. La policromía es vibrante y la escultura muy manierista, con músculo pero muy contenida.

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La segunda escena, la Epifanía, se ofrece en un marco más vibrante, aunque de talla plana. En él aparece un vestíbulo con altos pilares dejando abierto el paisaje a la izquierda, donde aparecen tenues unas montañas y en lo alto el cielo donde brilla una estática estrella, sin cola, pero potente. En cuanto a los personajes que pueblan la escena, están por supuesto la santa pareja, con María sentada y José arrodillado y apoyado en su cayado, que quizás muestra la vejez de su edad. En tanto, María, muy joven, sostiene al Divino Niño en sus rodillas, desnudo, que con su mano alzada quiere jugar con el elemento que el primero de los sabios orientales le ofrece. Las otras figuras de la escena son, por supuesto y como corresponde, los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar, más un paje que ricamente revestido le sujeta la cola del manto a Melchor, el sabio blanco. Y que es quien arrodillado se postra ante el Niño. Los otros dos, retrasados, y en pie, cada uno con su pomo de oro en las manos, conversan y se preparan para la misma adoración y ofrecimiento. En definitiva, una escena muy bien compuesta, en la que los volúmenes de las figuras destacan por la vestimenta más que por la anatomía.

Giraldo de Merlo, el autor del retablo, dirigió un taller denso de colaboradores, muy solicitado en la Castilla de la primera mitad del siglo XVII, formando conjuntos retablistas de grandiosidad volumétrica y riqueza iconográfica sin precedentes, dentro de un estilo manierista contenido y sobrio, muy claramente romanista. El autor había nacido en 1574, en los Países Bajos, en un pueblecito (Mierlo) cerca de Amberes, pero llegó a la península ibérica, desarrollando aquí su arte espléndido. Además del retablo de Sigüenza, hizo el grande de la catedral actual de Ciudad Real, y el del monasterio de Guadalupe, más obras menores en Toledo, Avila y otras ciudades castellanas.

La catedral de Sigüenza, desvelada

Medallon de la catedral de SigüenzaEn estos días aparece un nuevo libro sobre la Catedral de Sigüenza. Ese edificio mayúsculo al que casi todos hemos ido alguna vez, y siempre nos ha asombrado por su tamaño, por su oscuridad, por sus sonidos o sus detalles de arte. A propósito del libro, que casualmente lo he escrito yo, hago hoy alguna divagación sobre este templo, y, sobre todo, os animo a visitarlo.

En el perfil de la ciudad de Sigüenza, donde destacan varias cosas importantes, no es la menor la silueta castillera y firme de su iglesia catedral (además Basílica) dedicada a Santa María.

Han sido muchos los mortales que se han dedicado a descubrirla, y algunos han ido más allá, han llegado a investigar sus orígenes, a analizar sus méritos y describirlos en libros y conferencias. No es raro, porque el edificio lo merece. Ha soportado años de lenta construcción, siglos de monotonías, y hasta una guerra, una batalla mejor dicho, veraderamente demoledora, de la que luego fue rehabilitada con todos los honores. Hoy es un meta de muchos viajeros, un santuario de muchos corazones.

El espacio interior

La visita a la catedral seguntina tiene un objetivo general, y muchos particulares. El primero de ellos es la contemplación de un ámbito arquitectónico solemne, vibrante, pétreo. Las tres naves que conforman el templo, más alta la central que las laterales, separadas por pilares enormes rodeados de columnillas, bajo las apuntadas bóvedas, dan idea de ese espacio que es esencia de la arquitectura. Define la sacralidad de los pasos, y señala los límites del templo, protegidos por las bóvedas, que remedan a las estrelladas del cielo.

Con la planta de cruz latina, en el crucero se ensancha, permitiendo una mayor densidad de fieles. A un lado y a otro se alzan los grandes retablos en piedra, y desde ahí se observan los rosetones que iluminan los brazos, y por supuesto la cabecera con su altar mayor, sus enterramientos, sus púlpitos laterales.

Para mayor grandiosidad, y desde el siglo XVI, la catedral seguntina cuenta con una girola que le confiere grandiosidad, y paso a otras dependencias y capillas. También a principìos del XVI se levantó, muy rápido, el claustro que es esencia de una vida comunitaria, la de los antiguos canónigos.

Las capillas

A los lados de las naves se alzan las capillas. En los templos antiguos, los muros laterales solo servían para cobijar el templo de los rigores climáticos. Pero en estos lugares que son fundamentalmente escaparates de la grandeza (así lo apunta el profesor Davara en su conocida Tesis Doctoral sobre la catedral seguntina) van a surgir pronto las capillas y altares, donaciones de clérigos, civiles y particulares en general. En ellas se ven alardes decorativos, rejas, tallas de santos, y, sobre todo, escudos nobiliarios, emblemas identificativos, parámetros personales que identifican personas, y apellidos. Trayectorias vitales, que quieren permanecer en la memoria de todos, durante siglos. Eran sabios, porque así ha ocurrido: se recuerda mas a don Fernando de Montemayor por su capilla de la Anunciación, que al humilde cantero o al grupo de yeseros que la hicieron. Él mandó poner sus armas heráldicas con profusión por la fachada de esa capilla.

Y así ocurre con otras. Por ejemplo, con el mausoleo del obispo don Fadrique de Portugal, en el brazo norte del crucero, o en la capilla de San Juan y Santa Catalina, en el brazo sur del mismo. Esta fue fundación de los Vázquez y Sosa, y sirvió de enterramiento a sus miembros más destacados, en los inicios del siglo XVI. Por eso la memoria de Martín Vázquez de Arce, el Doncel, y la de sus padres, o su hermano don Fernando, ha quedado indeleble, por los siglos, y cada día les recuerdan cientos de personas. Hablan de ellos, opinan, recuerdan, se dictan sus fastos: viven, en definitiva,más allá de la muerte física, de la parada cardiaca que les detuvo un instante, y para siempre. Están vivos porque han quedado retratados en la catedral, con sus estatuas, sus escudos, los altares que han promovido, las rejas que han encargado.

Y lo mismo ocurre en el claustro, con la capilla de la Concepción, patrocinada por don Diego Serrano, quien además s epermite el lujo de encargar a un humanista, y a un pintor fiel, que reflejen sus ideas peregrinas y alambicadas sobre la muerte y el Más Allá. Qué obsesión con ella, qué alegría de vencerla mientras se está pensando, y qué lujo seguir vivo en los libros, en las parlas y en las visitas guiadas, por los siglos de los siglos.

Los detalles escultóricos

En los enterramientos de naves y capilla mayor están no solamente los epitafios y aún los retratos de bulto de obispos y señores. Está las historias de su admirados patrones, o los colores que les confieren las vidrieras que les iluminan. Así en el presbiterio, aunque en alto, el mausoleo del obispo Alfonso Carrillo de Albornoz sirve para reflejar la historia áurea del patrón de los cazadores de ciervos, y cómo perseguido y percutor encuentran en medio del bosque un gran astado entre cuya florida testuz se aparece un crucifijo que impora perdón al cazador. Leyendas, que se transforman en obras de arte, como la de Santa Catalina de Alejandría, martirizada por orden del emperador Máximo, en el frontal del enterramiento del Obispo Fernando de Luxán, en la capilla de San Pedro.

Y en el altar de Santa Librada las peripecias de sus ocho hermanas, el martirio de la misma patrona, la aparición de Hércules en sus trabajos como prueba de la fortaleza de espíritu, y llegada de los alados cupidos en su tarea de flechar corazones y tórtolas. Tondos después, carátulas, enjutas y rosetones. Todo en esta catedral, cualquier espacio que iba para vacío, se llena de tallas. Nombres como Covarrubias, Pierres y Vandoma siguen llenando las crónica spor haber trabajado sin descansando esculpiendo la piedra y dándole sentido. ¿Quién dice que la Roma de Julio II era una febril insistencia de artistas y pensadores? Sigüenza, en lo alto del páramo celtibérico, no le iba a la zaga. Un Renacimiento pleno se pasea por estos pasillos que ahora son de hielo, pero que toman cada minuto el calor de los cuerpos traspasados y entusiastas: esas tallas de Pierres en las contraventanas de la Sacristía; el epitafio en relieve dedicado al primer obispo don Bernardo, al inicio d ela girola, tallado por Lande, o las escenas vibrantes de madera policromada que forja Giraldo Merlo en el retablo principal. Cada detalle de sus púlpitos, de los escudos y filigranas de la madera del claustro, de las láminas de hierro recortadas en los remates de las rejas… todo es llamativo, se explica por sí mismo, predica.

Por todo ello, y aunque el libro que me da pie a este comentario, lo haya escrito yo, no dejo de reconocer mi deuda para con Pérez Villamil, Muñoz Párraga, Peces Rata, Aurelio de Federico, Sanz Serrulla, Gómez-Gordo y tantos otros que me precedieron en estos estudios y, lo que es más importante, en este amor al edificio, que supieron hacerlo contagioso. Eso es lo que fundamentalmente pretendo: captar adeptos –así de claro- para visitar y ensalzar el arte y la fe que atesora este templo. 

Resumen del libro

Herrera Casado, Antonio: ”La catedral de Sigüenza”. Aache Ediciones. Guadalajara, 2016. Colección “Tierra de Guadalajara” nº 101. 144 páginas, 200 ilustraciones, con planos, fotografías y dibujos. Prólogo de Jesús de las Heras Muela. Dibujos de Isidre Monés Pons. Fotografías de Antonio López Negredo. ISBN 978-84-15537-99-1. P.V.P.: 12 €.

Aunque existen ya varios libros y estudios sobre la Catedral de Sigüenza, algunos clásicos, y otros recientes, con documentación exhaustiva, y con carga gráfica preciosa, la editorial Aache se atreve a proponer este libro sobre el mismo tema, con una serie de aportes que considero novedosos, manteniendo intacta su probada línea divulgativa.

Lo primero que cabe destacar de este libro es su claridad y sencillez, de tal modo que en él aparece reflejado todo cuanto debe saberse sobre el edificio y el contenido de la catedral, y sobre los personajes que fueron sus protagonistas, sin que falte nada sustancial en él, ni tampoco sobre sus elementos artísticos.

Al texto que ofrece la historia de la construcción, la descripción de su aspecto externo, y el relato minucioso y ordenado de su interior, se le suman en este libro una docena de intervenciones monográficas sobre aspectos muy puntuales y muy poco conocidos o valorados de la catedral. Entre ellos el análisis de algunas capillas, como la de la Anunciación y la de la Concepción, o la colección de tapices barrocos, ahora restaurados, incluyendo sendos estudios breves pero muy novedosos sobre la presencia de Hércules en el altar de Santa Librada, la del dios Apolo en el coro, o la de los guerreros y sibilas de la Antigüedad en la sacristía de las cabezas. Todo ello sumando puntos a la valoración del edificio como un monumento al humanismo renacentista, parejo a los símbolos cristianos y al mensaje de espiritualidad y rito que emana de muchos otros ámbitos, capillas y enterramientos.

Aunque es difícil añadir algo nuevo sobre el tema, este libro aporta una visión sobre el Doncel que se centra en ese valor humanístico que tiene la estatua, y la capilla en que se contiene, como suma de simbolismos a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento.

En todo caso, y además del texto sencillo y clarificador, que sirve de acompañante al viajero que desea conocer, de principio a fin, este templo catedralicio, el libro suma otros valores, especialmente gráficos, entre los que se incluyen un buen número de dibujos antiguos (rescatados de la obra de Prentice a principios del siglo XX), dibujos magistrales de Monés Pons, y muchos escudos y sepulcros salidos de mi estilógrafo. Todavía nos brinda una extraordinaria colección de fotografías, muchas de ellas salidas de la cámara atrevida de López Negredo, y otras de mínimos detalles apenas apreciados hasta ahora. Un plano final permite al lector situar cada elemento descrito en el contexto del entramado catedralicio.

Valdeavellano a lo claro

ValdeavellanoAcaba de aparecer, en dos tomos sucesivos, publicada la Historia de Valdeavellano, una monumental y modélica obra que ha escrito tras su preparación meticulosa de años de investigación, don Juan Ramón Lozano Rojo. En ella se cuentan con todo detalle los avatares históricos de esta villa alcarreña, y se describen antiguas costumbres y monumentos que, sin ser ninguna de primera fila, sí que constituyen un patrimonio rico y llamativo. 

Historia e historias

De las múltiples circunstancias por las que atraviesa Valdeavellano a lo largo de los siglos, quizás sea una de las más interesantes el tema de los pueblos que existieron en lo que hoy es su término. La provincia está repleta de esos “despoblados” de los que queda el nombre y, como mucho, unos desvencijados paredones o, todo lo más, una espadaña ruinosa y atenazada de las hiedras.

En Valdeavellano hubo, entre otros, un despoblado que ha pasado a la historia de la literatura española con verdadera fortuna. Es el lugar de Valdevacas. Es largo y tendido lo que Lozano Rojo nos cuenta acerca de Valdevacas, ese lugar literario y arciprestal, pero que existió realmente. Hoy es un paraje del municipio de Valdeavellano, pero antiguamente, hace muchos siglos, fue un pueblo, un lugar “muy amado” para Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita.

Y nos señala dos referencias muy concretas que refiero aquí para ilustración de mis lectores. En el Liber privilegiorium de la catedral toledana, y en un documento del año 1221, se dice, textualmente, al delimitar el territorio que Guadalajara cede al Arzobispado de Toledo: “…. damos a Santa María de Toledo y a don Rodrigo arzobispo de Toledo, como las aguas vierten de lo más alto del cerro, del ero de don Johan el Castellano, así como viene por el ero a la encina, y como es a la vega, a la encina de Johan Pérez de Turviesc, y derecho hacia el Tajuña, al collado y al esplegar, y a la arroyera que está entre el ero de Pedro Torzuelo de Tomellosa, y entre el ero de Domingo Remondo de Turviesc; y así como va la arroyera a los más alto del cerro de Val de Vacas, como las aguas vierten al ero de don Asensio de Val de Vacas, esto todo lo damos por término a él y a los arzobispos que vendrán después de él en Toledo, que siempre lo tengan por heredad, y hagan de ello como de una heredad que la puedan vender o cambiar…”. En el documento se menciona a un tal “don Asensio de Valdevacas”, y a un par de personas con apellido Turviesc, señalando que eran de un lugar del término, ahora también perdido: Johan Pérez de Turviesc, y Domingo Remondo de Turviesc.

Nos dice Lozano que el lugar de Valdevacas actual, donde hubo un pueblo y ya no hay nada, es en todo caso un paraje bellísimo, y ello justifica el calificativo que el Arcipreste le da de “lugar muy amado”. Está en la ladera del monte “Gorrona Vieja”, y próximo a un paraje que ya lo dice todo con su nombre: “Maravillana”. Está en umbría, y en el lugar del poblado queda la “fuente de los Habares” que mana agua todo el año.

El pueblo era pequeño, más bien debía ser un caserío con no más de 15 vecinos, y por lo tanto una población no superior a los 60 habitantes. Lo que fue su iglesia queda materializada hoy en la ermita de San Marcos.

Monumentos

Varias cosas que admirar en Valdeavellano: su iglesia parroquial, su rollo o picota, su fuente grande, el palacio de los Labastida… todo ello de primera fila, aunque hay mucho más…

La iglesia es románica, medieval en su origen, con elementos que recuerdan –según el autor de este libro- el Camino de Santiago, como son las arquivoltas del pórtico principal, con su trazado en zig-zag. Y añade que su construcción puede datarse en la segunda mitad del siglo XII. Más bien en pleno XIII, diría yo, que es cuando plenamente se instaura la repoblación de la Alcarria. Él piensa que es razonable imaginar que la iglesia se construyera a partir de 1177, aunque no tenemos ninguna prueba de ello, salvo su estilo arquitectónico.

Cuando se construyó, solo tenía ujna nave bien orientada, siendo el ábside de mampostería y planta semicircular, y el pórtico principal orientado hacia el “solano” (protegido en parte de los vientos del “cierzo” y el “regañón”), abriéndose hacia la plaza de la Iglesia. El ábside no cuenta con más adorno, en su exterior, que una metopa y canecillos lisos y sencillos (algunos de ellos, muy deteriorados, conservan trabajos de talla tosca, con algunas escenas eróticas típicas de la época), y tres ventanas iguales, una de ellas modificada más tarde.

El viajero se fija primero de todo en el pórtico de acceso, semicircular como mandan los cánones del románico y del rito: son seis arquivoltas, lisas las cuatro externas, con trazado en zigzag la quinta, y con adornos en un sinfín de nudos (u ochos), la interior y sexta. Las cuatro arquivoltas intermedias reposan en capiteles tallados con cierta elegancia. Todo el pórtico y sus capiteles conservan parte de la policromía inicial. Sin duda que sus autores, maestros escultores itinerantes, debieron hacerlo en la fase final de construcción de la iglesia.

En su interior, destaca la pila bautismal de magnífica factura, de la misma época, con una cenefa en su parte superior con un sinfín de nudos (u ochos) similar a los del pórtico principal. Imagen del infinito, según dicen los entendidos. Y ya como elemento más destacable, y por el que se ha hecho famosa últimamente esta iglesia d eValdeavellano, la viga de madera policromada que soportaba la “tribuna” o “coro”. En esa viga, que se mantiene colocada al revés, vemos pinturas medievales de gran calidad: a la izquierda aparece un dragón de seis colas (cada una con una cabeza) comiéndose a una persona, y a la derecha un grupo de personajes muy habituales en los siglos centrales de la Baja Edad Media: contorsionistas, músicos (presentes en ferias y fiestas), y un caballero. Las pinturas se harían poco después que el edificio parroquial, en la segunda mitad del siglo XIII. Por tanto, debió de ser en esa época cuando se añadió la tribuna a la iglesia y, con la tribuna, la viga y sus pinturas. Cabe la posibilidad de que fuera ya entonces cuando se colocaran mirando hacia el fondo de la iglesia, en vez de hacia el altar, debido a la naturaleza profana de dichas figuras.

El palacio de los Labastida

La “Casa del Romo” como se la conoce en el pueblo es en realidad lo que queda de un buen conjunto palaciego, el de los señores absolutos de la villa durante varios siglos, los La Bastida. Fue construida en el siglo XVII y se trata de una típica casa rica, precedida de un portalón monumental, y bajo el escudo de los Bastida, la entrada a un patio, a cuyo alrededor estaban las casas de los criados y, desde la mitad del patio, hacia el Norte, la de la familia propietaria. Del edificio original sólo se conserva el pórtico de la entrada y la estructura del patio. Debió mandarla construir don Rodrigo de la Bastida, hacia 1620, y es de suponer que se haría sobre alguna casa anterior, propiedad de su familia, puesto que hay muchos testimonios de la gran vinculación de esta familia con Valdeavellano desde antes de 1550.

Del completo y variado conjunto patrimonial de Valdeavellano, Lozano nos habla también de las cabañas de pastores, y corralizas para el ganado en la zona de Valdevacas. Sin embargo, no quedan parideras. También hay muchos cipoteros, que son montones de piedra acumuladas, por limpia de los campos, o por delimitar propiedades y términos. Aún reseña la curiosidad de a existencia del llamado “Huerto del Fraile”, que sería un pequeño refugio en el que en época imprecisa, se alojó uno o varios frailes…. quizás eco de ermitaños visigodos…. ¡Quien sabe!

El libro recién aparecido

Juan Ramón Lozano Rojo: “Valdeavellano. Historia de un pueblo sin historia”. Tomo I: Geografía, historia y personas. ISBN 978-84-940843-8-6. 254 págs. Ilustraciones. PVP: 20 €. Tomo II: Vida, cultura y arte. ISBN 978-84-940843-9-3. 288 págs. PVP: 22 €.

Desde que ha aparecido este libro, tan importante en mi opinió, bien se puede decir de Valdeavellano que tiene historia. Porque Juan Ramón Lozano se la ha encontrado. Tras largos años de trabajo y búsquedas, y después de analizar documentos en archivos, monumentos en directo y charlas con gentes muy largas y tendidas, el proceso de redacción y ordenación de datos y su posterior escritura ha culminado en una obra enjundiosa, total, muy bien concebida: pero que por sus dimensiones ha tenido que ir a ser impresa en dos tomos, para hacerla manejable y cómoda en su utilización. De ahí que el conjunto informativo sobre Valdeavellano que Lozano Rojo ha conseguido se extiende por un total de 542 páginas, en las que múltiples grabados amenizan y complementan la obra.

Está concebida esta historia de Valdeavellano con un concepto bien estructurado, por temas, todos ellos homogéneamente tratados. El inicio es la geografía, tanto física como humana: paisajes y urbanismo, suelos, clima, animales, demografía viva, y con documentos detrás. Un monumento en sí puede considerarse esta primera parte.

La historia luego, tan amplia como puede uno imaginarse la de un pequeño pueblo de la Alcarria, pero analizada con la pasión de un entomólogo, con la rigurosidad de un historiador profesional. Entre las mil cosas que aparecen en este capítulo, me quedo con la historia de Valdevacas, ese “lugar mui amado” del Arcipreste de Hita, y que fue poblado exento hasta el siglo XIV, en que por la peste se despobló. Hoy queda integrado en Valdeavellano.

El tomo primero concluye con el análisis de los personajes que dan vida y protagonizan la historia de la villa: los Labastida fundamentalmente, pero también los Trelles, los Romo y Gamboa, los Tovar… y todas esas familias (Rojo, Hita, Lozano y Romo…) que han dado vida a las familias tradicionales.

En el segundo tomo, otras tres partes, y es la primera de ellas lo relativo a la “Vida” en Valdeavellano: las instituciones, la alcaldía, los trabajos, los oficios, la cultura popular, los juegos, el vestido, los apodos, el lenguaje “ñarro”: un mundo polimorfo, apasionante, analizado con lupa.

El arte después, con una meticulosa disposición de miramiento hacia la iglesia, la fuente mora y la picota, más el palacio de los Labastida y tantas otras edificaciones que están en el corazón de las gentes de Valdeavellano. Nada deja Lozano por mirar, por estudiar, por glosar: los molinos, los pósitos, las ermitas… y ya en el capítulo final de la cultura, entra a desglosar las formas de vida y los modos de relación humana entre sus habitantes.

En definitiva, y por no entretener al lector con admiraciones continuas, decir que esta obra ingente es, simplemente, modélica: una forma de enfrentar las esencias de un pueblo, a través de los documentos que quedan, de las estampas que aún forma, y, sobre todo, de la aguda mirada de quien va por el mundo “fijándose”, analizando, concluyendo. Es largo de leer, tomo uno y tomo dos, seguidos, con tantas imágenes y notas, bibliografía añadida, y datos a millares, pero Valdeavellano tras este libro se declara salvado, vivo y eterno.

En la Academia Nacional de Medicina, con Sanz Serrulla

Hace ya bastantes años me presentaron a un joven que, estudiante de medicina, tenía por afición principal hacer dibujos, al carboncillo, de los rincones de su ciudad natal, que él admiraba y conocía bien. Con los años, ese joven alcanzó a terminar su carrera, a especializarse, a conseguir doctorados, y a escribir libros tras investigar en archivos. Todo lo consiguió con el esfuerzo necesario y, sobre todo,con la voluntad hipertrofiada que tienen los grandes. Ahora, hace unos días, ese joven ha tomado posesión de su sillón en la Real Academia Nacional de Medicina, y nos ha hecho disfrutar por ello a quienes, desde hace mucho tiempo, sabíamos que llegaría muy lejos.

En el día 25 de octubre ha sonado como un clarín en Sigüenza, que ha hecho viajar hasta Madrid a muchos seguntinos y seguntinas. A mí entre ellos, aunque sea mi natural devoción la de mi ciudad natal, Guadalajara. El viaje ha tenido por razón la asistencia, en la Real Academia Nacional de Medicina, de la calle Arrieta, solemne y clásico templo de la ciencia, a la toma de posesión de su sillón de académico de Francisco Javier Sanz Serrulla, desde ahora propietario, y seguro que por muchos años, del sillón 24 de esa casa de maderas y mármoles. El sillón que antes habían ocupado Luis Sánchez Granjel y Pedro Laín Entralgo, las solemnes figuras de la historia de la medicina, del saber antroplógico y el razonamiento.

Aunque en estos días se han hecho lenguas de este hecho algunos medios de información provincial, y en las redes sociales también se han parado unos cuantos a comentarlo, a mí me gustaría que un público más amplio –como sé que es el que se entretiene en estas lineas- supiera de Sanz Serrulla, de su quehacer benemérito en el área del estudio y la ciencia, y en la bien conseguida nominación de excelentísimo que le ha venido adherida a esta etapa de su vida, siempre la penúltima.

Natural de Sigüenza, (1957) donde vivió feliz su infancia y adolescencia hasta que pasara a estudiar a Madrid, Javier Sanz se dedicó tan pronto como terminó sus estudios médicos a la investigación del pasado de su profesión. Fruto de ello fue su tesis doctoral Historia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sigüenza, que ganó el premio provincial de investigación histórica “Layna Serrano” correspondiente al año 1986 por lo que fue editada y se agotó rápidamente.

Posteriormente, después de obtener el título de Médico Puericultor, se especializó en Estomatología (volvería a doctorarse, ahora en Odontología) y realizó un máster en Bioética. Hasta la fecha ha actuado como asesor en el Ministerio de Sanidad y Consumo, el INSALUD, y en la Comunidad de Madrid e sobre asuntos de odontología pública. 

A partir de su especialización centró su línea investigadora en la historia de la odontología, materia de la que ha alcanzado a ser la autoridad máxima, reconocida sin ningún atisbo de duda. Con ella aparejada la plaza de profesor en la Universidad Complutense de Madrid desde 1991. De sus trabajos continuos surgieron algunas distinciones importantes como el “Premio científico anual” del año 1993, del Consejo General de Colegios de Odontólogos y Estomatólogos de España, o los premios de la “Fundación San Nicolás” y “Juan Pedro Moreno” de la Real Academia Nacional de Medicina correspondientes a los años 1994 y 2002. Fundó la Sociedad Española de Historia de la Odontología y fue elegido su primer presidente en un momento en el que ya tenía editado algún título como “La Odontología y la Casa Real española”, publicándose después su “Diccionario histórico de Dentistas españoles”, la “Historia de la Odontología Escolar en España” o la gran panorámica de su especialidad en nuestro país: “Historia General de la Odontología española”.

Con esos antecedentes, de investigador, recopilador y analista de una parcela tan concreta de la medicina, en la que nada se le escapa, Javier Sanz, no obstante, ha seguido cultivando otros temas relacionados con la provincia de Guadalajara, a la que siempre tiene en su principal punto de mira. Surgieron de ese interés obras como Las Facultades de Cánones y Leyes de la Universidad de Sigüenza, Los antiguos Hospitales de la provincia de Guadalajara y especialmente con su ciudad natal: Los Toros en Sigüenza y La Guía de Sigüenza, son libros que han enriquecido el acervo histórico de las tierras de Guadalajara. A ello pueden añadirse otros libros e investigaciones relacionadas con Sigüenza y con los dentistas. De ahí nacen esas publicaciones, que fueron tan aplaudidas en su día, “La asistencia sanitaria del Cabildo Catedralicio de Sigüenza: Hospitales, Médicos, Cirujanos, Boticarios”, la “Historia de la Botica del Hospital de San Mateo de Sigüenza”, y un par de monografías dedicadas a pretéritos médicos seguntinos, como la “Vida y obra del cirujano Juan del Castillo” o “El doctor Antonio Pérez de Escobar. Vida y obra”. En colaboración con María José Solera escribiço la biografía de “Bernardino Landete”, y recientemente ha creado la colección “Clásicos de la Odontología Española” en la que estána apareciendo en forma de facsímil los textos clásicos de esta especialidad en España, avalados con sus comentarios y estudios previos.

También en el campo del periodismo y la comunicación ha estado el doctor Sanz Serrulla inmerso, pues en la emisora COPE-Guadalajara tuvo un espacio sobre curiosidades de la medicina, en el semanario madrileño DXT escribió su columna “La Red”, la primera en la historia del periodismo deportivo español dedicada a las circunstancias de los porteros de fútbol, de la que salió el libro editado en 2013 Héroes bajo los palos. El guardameta, número 1 en la Historia del Fútbol, colaborando también en otros periódicos sobre papel y digitales. Formó parte del consejo de redacción de la revista “Ábside” de cultura seguntina., y de amigos de la catedral, y en este mismo año 2016 ha tenido destacadas intervenciones en “La 2” de Televisión Española con su espacio “El ojo clínico”.

En marzo de 2011 fue elegido miembro, en calidad de correspondiente, de la Real Academia Nacional de Medicina, en base a sus innumerables trabajos sobre la historia de esta ciencia, en la que ha sido reconocido unánimemente uno de los máximos exponentes actuales. Y en abril de 2016 ha sido elegido académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina, habiendo tomado posesión de su sillón, con el obligado discurso de investidura, el 25 de octubre de este mismo año. Allí leyó esa magnífica pieza literaria e histórica titulada “Elogio de la vieja cirugía”, de la que vemos la portada junto a estas líneas.

Para concluir esta referencia que es suma de méritos, aunque incompleta, quiero mencionar también que actualmente Javier Sanz es, además de profesor de Historia de la Odontología en la correspondiente Facultad de la Universidad Complutense, director del Museo de la Facultad de Odontología de la UCM, y  Director técnico del Museo de Medicina “Infanta Margarita” de la Real Academia Nacional de Medicina, que aún sin espacio físico determinado, está organizando sus fondos, y mostrándolos en exposiciones monográficas en el recinto de la Academia.

Es también socio fundador y presidente de la Sociedad Española de Historia de la Odontología, además de miembro de la American Academy of the History of Dentistry, y medalla de la Societé française d’Histoire de l’Art Dentaire.

Amistad y colaboración

Finalmente, y no por mis méritos, que simplemente ha sido los de creer en su capacidad y potencialidad desde casi un niño, sino por su generosidad, hemos estado embarcados en numerosas aventuras, literarias y culturales, en las que fundamentalmente he disfrutado de su amistad y nobleza.

Un dato que en esta hora se me viene a la cabeza, y que es la primera vez que confieso (él no lo ha confesado nunca, porque no tiene ni tiempo para pararse en estas nimiedades) es que hace unos cuantos años (más de 15, quizás 20…) nos pusimos en común a elaborar un “Diccionario de Autoridades Científicas de la Provincia de Guadalajara”, que tras muchas visitas a bibliotecas y archivos conseguimos acabar, y que presentado para su publicación por la institución provincial que más debería cuidar este tipo de estudios y análisis del pasado vigoroso de nuestra tierra, quedó aparcado sine die y aún duerme por ahí en alguna carpeta, el injusto sueño de los preteridos.

Por eso, si al académico de número, tres veces doctor, y aplaudido investigador de la medicina española, se le hace relación de sus obras publicadas, aún puede decir (y yo con él, me sumo con sumo agrado) que tiene todavía una obra de relieve para Guadalajara que podría dar, en su día, materia a los lectores y orgullo a los alcarreños. En último caso, y en esta feliz circunstancia de su acceso a la máxima basílica del saber médico y científico hispano, estas son anécdotas para contar en el relajado charlear de cualquier sobremesa.