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septiembre, 2016:

Hércules en Sigüenza

Cupido en el altar de Santa LibradaUn viaje, uno más, a la catedral de Sigüenza, con motivo de la exposición aTémpora que se mantendrá abierta hasta el próximo 6 de Noviembre, me ha permitido situarme delante del gran retablo pétreo dedicado a Santa Librada en el ángulo norte del transepto, y admirar la pintura italianizante de Juan de Soreda, que desgrana generosamente detalles y apuntes del Renacimiento italiano en su obra.

Hércules se pasea por la catedral seguntina

El periplo universal del héroe griego, que poetas de todos los siglos han usado como recurso y centro de sus escritos, llegó a Sigüenza, al crucero de su catedral concretamente, allá por los primeros años del siglo XVI. Representadas algunas escenas de su fabulosa existencia en el altar de Santa Librada, pueden servir aquí para rememorar el nombre y las hazañas de este ser mitológico, y dar a conocer un aspecto muy curioso y poco conocido del arte renacentista de esta catedral sorprendente.

Por deseo del obispo seguntino Fadrique de Portugal, a comienzos del siglo XVI se levanta en el muro septentrional del transepto norte un retablo a honor y gloria de la patrona de la diócesis, a Santa Librada virgen. Se ejecutó en su parte escultórica por gentes de la escuela de Vasco de Zarza, entre los que se incluía como un tallista más, Alonso de Covarrubias, todavía joven. Hacia 1525, y como remate del gran retablo, el pintor aragonés Juan de Soreda coloca en la hornacina inferior un retablo pintado sobre tablas, en las que con la galanura más exquisitamente renacentista, y con influencia total de Rafael Sanzio, relata la historia de Santa Librada y de sus ocho hermanas. Ella aparece, sentada y con un libro y una palma entre sus manos, en el cuadro central. Se rodea de una arquitectura romana, cuajada toda ella de simbología humanística. Y, como friso que remata horizontalmente la arquitectura de este cuadro central, aparece Hércules, en cuatro escenas representado, correspondientes a otros cuatro trabajos suyos.

Es indudable el contraste que, para los espectadores y fieles de comienzos del siglo XVI, puede suponer la inclusión de figuras y escenas mitológicas en un contexto cristiano. Sin embargo, hay muchos testimonios de que aquello era habitual, como forma de cristianizar cuanto del mundo clásico ha llegado. No hay más que leer a Pérez de Moya, en su «Filosofía secreta», editada en Madrid en 1585, cuando dice respecto a Hércules que «según alegoría o moralidad, por Hércules es entendida la victoria sobre los vicios, y según sentido anagógico significa, el levantamiento del ánima, que desprecia las cosas mundanas, por las celestiales, y según sentido tropológico, por Hércules se entiende un hombre fuerte, habituado en, virtud y buenas costumbres», y más adelante, al referirse nuevamente a Hércules, dice que simboliza «la bondad y fortaleza y excelencias de las fuerzas del ánima y del cuerpo, que alcanza y desbarata la batalla de todos los vicios del ánima», y, por incidir más aún en la concreta representación seguntina, se dice de él, que «píntanle desnudo, para denotar su virtud, porque la virtud la pintan desnuda, sin ningún cuidado de riqueza».

La traza de estas escenas o trabajos hercúleos, dibujadas por Juan de Soreda, son tomadas de las medallas que grabó Moderno, en Italia, a comienzos del siglo XVI, según se ve en Molinier, en su «Catálogo de plaquetas». Se escogen tres escenas de las que presuntamente ocurrieron en España, y otra que, por ser el primer trabajo del héroe, y el más representativo de sus posteriores hazañas, no suele faltar en ningún conjunto de su iconografía. Muy similares, aunque en talla, aparecen estas escenas en otros espacios del Renacimiento español. Por ejemplo, en la baranda del patio del palacio de la Infanta, primitiva Casa de Zaporta, en Zaragoza (hoy colocado en la sede central de Ibercaja, en la capital aragonesa).

De izquierda a derecha, y separadas por columnas abalaustradas o grandes florones de diversa traza, vemos, en primer lugar, la escena en que Hércules lucha con un centauro, dándole muerte. Es sin duda la lucha del héroe griego con uno de los centauros que en su vida le salieron en el camino: concretamente en este caso, el centauro Neso es ahogado por Hércules. Aunque no descarto del todo que pueda tratarse del centauro Quirón, al que Hércules dio muerte en desgraciado accidente, pues era amigo suyo.

La siguiente escena relata el décimo trabajo hercúleo, al parecer ocurrido junto a Cádiz. Se trata del robo de los bueyes de Gerión a los que saca de sus cuadras cogidos por los cuernos. La leyenda señala este hecho ocurrido en Eritea, la isla que despide rayos rojos, en la que se hunde el sol cada día al atardecer, lo que significa su situación al occidente de Grecia. Desde Argos, Hércules viaja por Libia y llega a Eritea. Allí mata a Gerión y le roba sus bueyes. Luego vuelve a Italia, andando y cuidando su gran rebaño, a través de Tartesos, Iberia y la Galia, todo lo cual confirma la situación de Eritea en el extremo suroccidental español.

La tercera escena representa a Hércules durmiendo, mientras otro joven, el gigante Caco, le roba sus bueyes tirándoles de la cola, para no dejar huellas claras de la dirección de su huída. Hércules, al despertar y darse cuenta del robo, persigue a Caco y le mata. Aunque el común de las leyendas pone la muerte de Caco en un lugar cercano a Roma, los autores españoles opinan siempre que el hecho ocurrió en las faldas del Moncayo (de ahí puede derivar su nombre, Monte de Caco), al tiempo que Hércules fundaba próxima al lugar la ciudad de Tarazona.

La última escena que el espectador del retablo de Santa Librada ve a su derecha, es el primero y el más famoso de los trabajos de Hércules, en que aparece el héroe luchando a brazo partido con el león de Nemea, cuya piel no podía ser atravesada por las flechas. El héroe deja en el suelo su maza y a la puerta de la caverna en que el león vive, le estrangula entre sus brazos. A partir de entonces, la cabeza del león le sirve de yelmo, y la piel de coraza invulnerable.

El Retablo de Santa Librada

Fue comenzado a ser construido el altar de Santa Librada, hacia 1515 – 1518, por encargo del obispo don Fadrique de Portugal, con diseño probablemente debido a Alonso de Covarrubias, habiendo intervenido en su realización los artistas Francisco de Baeza, Sebastián de Almonacid, Juan de Talavera y Peti Juan. Muestra un estilo renacentista pleno y sosegado, estructurado en forma clara como un retablo. Todo él tallado en piedra, luego policromada, consta de un zócalo con temas ornamentales, y sobre él se desarrollan tres cuerpos. La calle central, más ancha, presenta en su parte inferior un hueco que alberga el altar y retablillo pintado, obra magnífica en óleo sobre madera, debido al pincel del aragonés Juan Soreda, quien lo pintó hacia 1525, y en el que se representan escenas diversas de la vida y martirio de Santa Librada y sus hermanas. Consta este retablo de tres calles y dos cuerpos, y en sus seis tablas de vivos colores vemos las siguientes escenas, Librada y sus hermanas ante Catelio, Librada y sus hermanas deliberan sobre su suerte, Librada muestra el camino del cielo a una de sus hermanas, Decapitación de Santa Librada y Santa Librada entronizada, mientras que en lo más alto surge un Calvario. La tabla central que representa a Santa librada se inspira en la “Virgen de la nube” de Raimondi, inspirada directamente en Rafael Sanzio. Tras ella surge un complejo edificio clásico que recuerda “La Escuela de Atenas” con hornacinas en las que aparecen Cupido y Querubines como expresión de la eternidad de Dios, y en lo alto un friso con cuatro “trabajos de Hércules”, escoltado por medallones con bustos de emperadores y cardenales. Numerosas alusiones al mundo clásico confirman la formación itliana de Soreda: hay frisos con tritones y nereidas. Y en la tabla de la “Decapitación de Santa Librada” surgen imágenes de un juez y un ángel que recuerdan las de “El Pasmo de Sicilia” de Agostino Veneziano. En todo caso, es un hermoso retablo clasicista de vivos colores, formas cabales y una composición que se desborda en iconografía. Más arriba, también en el centro, gran hornacina, cerrada por bonita reja hecha por Juan Francés y Martín García, en la que se guarda la urna que conserva las reliquias de Santa Librada; dicha urna es de piedra, y dentro de ella hay otra de madera chapeada con plata, obra del siglo XIV. Encima aparece el remate en forma de frontón, con bello grupo escultórico representando a la Asunción de la Virgen, titular de la catedral. Escoltando esta calle central, se ven ocho hornacinas en las que aparecen en talla otras tantas esculturas de santas, muy bellas y bien compuestas: son las ocho hermanas que la leyenda dice tuvo Santa Librada: Genivera, Victoria, Eumelia, Germana, Gémina, Marcia, Basilia y Quiteria. Las calles laterales se ocupan con diversos elementos ornamentales, carteles, ángeles tenentes del escudo episcopal de Fadrique de Portugal, y las escenas de la Anunciación y la Visitación. Todo éllo escoltado por pilastras y balaustres, frisos y roleos cubiertos de una densa decoración de grutescos propio del primer Renacimiento castellano, y dentro de lo que podría establecerse como «escuela toledana» que aquí en Sigüenza, y a partir de este monumento, alcanza personalidad propia.

50 TRUCOS PARA DESCUBRIR GUADALAJARA (y II)

retablo

El Retablo de la Provincia de Guadalajara, de Víctor de la Vega, que hoy se conserva en la Diputación Provincial

Pasado el tumulto de las Ferias y Fiestas, aún queda tiempo para pasear plazas y calles, parques y rincones, y encontrar en ellos el eco de tiempos pasados. A quienes aquí vivimos, y a quienes nos visitan, pueden resultarles de interés seguir anotando algunos trucos con los que conocer mejor Guadalajara. Aquí van otros veinticinco, que con los de la pasada semana, completan el prometido medio centenar.

  1. Una noche de copeo por la calle Bardales es uno de las experiencia que debe vivir todo viajero por Guadalajara.
  2. Los gigantes de Guadalajara evocaban primitivamente las cuatro principales razas de la tierra: negros, amarillos, indios y blancos, representados por viejos personajes de la historia. En Guadalajara sale el rey Alfonso VI, el que recuperó la ciudad de los árabes.
  3. A principios del siglo XX, lo normal era encontrarse el cielo de Guadalajara lleno de globos y zepelines, en prácticas, pues aquí se encontraban los cuarteles del Ejército dedicados a la investigación de la Aerostación.
  4. El parque de la Concordia tiene ya más de 160 años de vida, y constituye un oasis de verdor y tranquilidad en el centro de la ciudad. Por sus espacios se distribuyen fuentes y estatuas. Un lugar a visitar, seguro.
  5. El Colegio de los hermanos maristas asienta en el edificio que fue propiedad de la duquesa de Sevillano y Condesa de la Vega del Pozo, que era la mujer más rica de España en su tiempo (finales del siglo XIX). Allí se instalí el primer ascensor eléctrico y sus fiestas eran famosas, en jardines y salones.
  6. Los capiteles del instituto “Liceo Caracense”, los del atrio de Santa María y los de los soportales de la calle mayor, se denominan “Capiteles alcarreños” porque aquí nació ese estilo renacentista en el que están compuestos.
  7. La Fuente de la Niña es un parque que tiene en su centro una pequeña fuentecilla de la que se cuenta una leyenda bastante truculenta, pues se dice que una niña se ahogó en ella al querer coger la luna reflejada en sus aguas, pensando que era una pelota.
  8. A los de Guadalajara nos llaman caracenses porque algunos antiguos historiadores identificaron nuestra ciudad con el enclave romano de Caraca. También nos llaman alcarreños (aunque este apelativo es extensivo a todos los habitantes de la Alcarria) y guadalajareños, que es denominación correcta, pero demasiado larga.
  9. El paseo de las Cruces se llama así porque todo su costado norte (donde hoy está la Audiencia, la Subdelegación de Gobierno y la Clínica Sanz Vázquez, estaba ocupado por las valles de un convento de Carmelitas, que habían pintado en sus muros las doce cruces de un calvario.
  10. En algunas casas de la calle Creus aún quedan capiteles renacentistas, procedentes del palacio del Cardenal Mendoza, que lo tuvo frente a Santa María, en lo que hoy es un aparcamiento de coches de color verde. La rapiña a veces es más piadosa con el pasado que la responsabilidad de los gobernantes.
  11. Para ver el germen del Museo de Historia de la Ciudad, que está en los sótanos del Centro “Eduardo Guitián” y que solo abre dos días al mes, hay que pedir antes cita en el Patronato Municipal de Cultura.
  12. Dicen los clásicos ( y muy pocas veces falla) que anunciar corridas de toros en Guadalajara y formarse una tormenta ese día, y a esa hora, es lo más habitual. De tal modo, que ha habido quien ha querido patentar el sistema para luchar contra la sequía, que a veces se da, y muy dura, en las tierras de Castilla.
  13. La ermita de San Roque es una de las pocas que quedan de las varias docenas que tuvo la ciudad en sus alrededores. El actual edificio es del siglo XVII y actualmente está cedido para su culto a la comunidad ortodoxa rusa de la ciudad.
  14. Es muy difícil visitar por dentro la iglesia de los Remedios. Pertenece a la Universidad de Alcalá, y nadie se ocupa de abrirla al público. El interior, espectacular, presenta en la cabecera una gran venera, reproduciendo una de las iglesias más artísticas de Trento.
  15. El Museo dedicado a Francisco Sobrino, instalado sobre las antiguas instalaciones del Matadero, es un ejemplo relevante del respeto de la ciudad a sus personajes claves, al arte cinético en este caso.
  16. En Guadalajara se construyeron los primeros automóviles de España. Por deseo del Rey Alfonso XIII aquí se edificó y puso en funcionamiento la fábrica de coches y de motores de avión de “La Hispano Suiza”. El propio monarca usaba uno de esos automóviles, considerados de lujo en la Europa de principios del siglo XX.
  17. En la Diputación de Guadalajara se custodia un enorme cuadro pintado al óleo por Víctor de la Vega y que bajo el título de “Retablo de la provincia” muestra en un paisaje idealizado los principales monumentos de la provincia, sus personajes más conocidos, sus paisajes, fiestas y perfiles. Una joya inmensa que debe visitarse.
  18. La avenida de Carrasalinera tiene ese nombre porque discurre sobre lo que fue “el camino de la sal”, que discurría desde el puente árabe sobre el Henares, hacia el pueblo de Saelices de la Sal, donde se abastecían los comerciantes del preciado producto.
  19. En la galería alta del Patio de los Leones en el Palacio del Infantado, aparecen tallados y repetidos unos animales fantásticos, los grifos, que en el siglo XV tenían por misión guardar los caminos, los caminantes y las empresas importantes de la vida: eran animales protectores.
  20. Delante de la Diputación, en la Plaza de Moreno, se alza una estatua breve con el busto de Francisco Layna Serrano: este médico del siglo XX, otorrino por más señas, fue además Cronista Provincial, y autor de numerosos libros en que se explica la historia de nuestra tierra, y la importancia y valores de nuestro patrimonio.
  21. La fiesta mayor de la ciudad fue siempre el jueves de Corpus Christi, saliendo por las calles principales una procesión con representaciones de los oficios y trabajos de la gente. Además, delante de la Custodia iban tres hombres revestidos como Jesús y sus Doce Apóstoles, y que aún hoy se mantiene viva en forma de cofradía de los Doce Apóstoles.
  22. Fue San Ginés la iglesia de los dominicos en Guadalajara. Se quiso construir grandiosa, al estilo de la de San Esteban de Salamanca, pero cuando el tema iba adelante, metieron en prisión al protector de este convento, el arzobispo Bartolomé de Carranza, cautivo de Inquisición, y se paró la obra.
  23. El edificio del Mercado, es un ejemplo muy relevante de la arquitectura neomudéjar de Guadalajara, que conviene visitar algún día en horas activas, porque sorprende gratamente.
  24. La Biblioteca Pública Provincial de Guadalajara es de las más antiguas de España (se fundó en la primera mitad del siglo XIX) y tiene más de 46.000 socios, que la utilizan frecuentemente. Pásate cualquier día por la tarde, y verás la cantidad de actividades que tienen lugar en ella, y la de gente que allú hay: es sin duda el eje cultural de la ciudad.
  25. Y un último truco, una ayuda imprescindible para conocer mejor Guadalajara, es lanzarse a la lectura de libros y monografías sobre la ciudad, su patrimonio y sus personajes. Para ello no hay mejor sitio que la Biblioteca de Investigadores de Guadalajara, sita en el Centro Cultural San José, dependiente de la Excmª Diputación Provincial: por las mañanas, a diario, un grupo de profesionales te atiende y ayuda en tus búsquedas de más información.

Con todos estos breves apuntes, creo que puede tener el lector unos cuantos puntos de apoyo para iniciar su recorrido por la ciudad. Hay además (y no debo callarlo, porque me parece una buenísima ayuda) un libro guía que considero excelente, y que se titula “Guadalajara, ciudad abierta” que han escrito un grupo de jóvenes de nuestra ciudad, agrupados en el “Equipo Paraninfo”. En 128 páginas totalmente ilustradas en color, analizan la historia, los monumentos, las fiestas, los personajes y los alrededores de Guadalajara, constituyendo la mejor Guía de la ciudad que hasta ahora se ha escrito. Va ya por la cuarta edición, y de su título tomó el Ayuntamiento la denominación de su programa turístico, al que califican como “Guadalajara abierta”. En cualquier caso, un acierto que quiero compartir con mis lectores.

Un libro feliz, las 100 Propuestas Esenciales

100 propuestas esenciales para conocer Guadalajara

Páginas del libro 100 propuestas esenciales para conocer Guadalajara

Una de las aventuras que mayor satisfacción me ha dado, en mi actividad como Cronista, viajero, estudioso y divulgador del patrimonio de Guadalajara, ha sido durante el año 2015 la preparación y coordinación del libro “100 propuestas esenciales para conocer Guadalajara”.

La idea, que se me ocurrió cuando andaba pensando en el tema que ocuparía el nº 100 de la Colección “Tierra de Guadalajara” de mi editorial AACHE, era muy simple: reunir los cien temas más interesantes de nuestra provincia (de arte, de naturaleza, de fiestas, monumentos aislados, bienes muebles, etc…) y pedir que los describieran, en no más de 500 palabras, a los amigos y amigas que yo pensaba que los conocían bien y los iban a plasmar con fidelidad. A cada uno de esos textos le añadí yo alguna fotografía, y en la editorial me consiguieron un diseño de páginas muy atractivo.

La idea salió perfecta, todo el mundo lo reconoció: a partir de febrero se empezó a presentar el libro, y aún siguen llegando peticiones de hacerlo en determinados círculos culturales. Mis amigos y amigas escritores quedaron encantados con la aparición de la obra, y en poco más de medio año ha quedado prácticamente agotada. Con ella he conseguido además, me consta, promocionar la imagen de Guadalajara de una forma clara y atractiva, de tal modo que el turismo hacia nuestra provincia sigue aumentando, y este libro lo llevan muchos como abecedario de su viaje.

Aquí pongo algunas imágenes de sus páginas. Y ojalá pudiera dar las gracias a cuantos me aceptaron la idea de colaborar con sus escritos. Son más de 50, y por eso no caben aquí sus nombres. Pero sí caben en mi corazón, que es donde siempre quedarán.

50 TRUCOS PARA DESCUBRIR GUADALAJARA (I)

 

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El kiosko de la música en el Parque de la Concordia de Guadalajara, que ahora ha cumplido 100 años de vida.

En estos días de tumulto y juerga, pocos se fijan en los valores decantados de la ciudad que canta ahora y se divierte. Para la semana siguiente, esta oferta de trucos y búsquedas puede quedar útil, y aprovechable por los caminantes de calles y plazas. Cincuenta lugares, sugerencias, trucos y anécdotas de una ciudad que nunca afloja.

  1. Para empezar en lo más alto, bajar al subsuelo y entrar en la cripta de San Francisco, lo que tiene en su interior. Por un Euro se visita la iglesia y la cripta. En esta se enterraron los gloriosos Mendoza, desde hace siglos. En 1808, los franceses destrozaron el entorno, ¿quedó algún resto, algún hueso, en alguna de esas urnas que hoy vemos enteras?
  2. Bajo el tejado de la capilla de Luis de Lucena había antes palomas. Ahora, cerrado el recinto, hay una colección de objetos rescatados de las ruinas de la ciudad. Atrévete a subir por las retorcidas escaleras del fondo de la capilla.
  3. En la Biblioteca del Palacio de Dávalos, en la sala de discos y películas, hay un artesonado muy bien restaurado e iluminado. Pendientes de los CDs y los DVDs casi nadie se fija en el espectacular desfile de escudos heráldicos de los Dávalos y Sotomayor que hay en la cenefa.
  4. En el patio del antiguo Insituto hoy “Liceo Caracense” hay empotrado en la pared, desde hace cien años o más, un gran escudo imperial. Lo rescataron de la puerta del Mercado, que estaba al inicio de la calle mayor bajando desde Santo Domingo. Con ese emblema pétreo recibía la ciudad a sus visitantes.
  5. En la salas bajas del palacio del Infantado hay pinturas a cientos. Una de ellas, la salita más estrecha, muestra en torno a Cronos, el dios del tiempo que va tirada por dos ciervos, los doce sígnos del Zodiaco, los que rigen la vida de cuantos nacemos.
  6. En el primer piso del Ayuntamiento, según se suben las escaleras principales, a la derecha, hay un pasillo del que cuelgan, en sus muros, los retratos de todos los alcaldes de la ciudad desde el siglo XIX. Algunos hay que fueron alcaldes por tres días, pero allí están, puestos para la historia.
  7. La piedra tallada que vemos a la izquierda, según se baja desde el viejo hospital, antes de cruzar el puente árabe sobre el Henares, cuenta cómo fue rehecho el monumento en el siglo XVIII, en el reinado de Carlos III, después de que una gran riada lo tirara.
  8. El poblado de Villaflores también es Guadalajara. Se creó hace más de 100 años, y lo diseñó el arquitecto Velázquez Bosco, el mejor del país en aquella época. Poco a poco se ha ido hundiendo, abandonado de todos. Una pena.
  9. En los anales de la ciudad, cuenta su regidor don Francisco de Torres que el uno de noviembre de 1636 un gran tornado pasó sobre Guadalajara, arrasándolo todo, y levantado los carros que había ante San Ginés y que fueron a caer en las huertas de San Francisco.
  10. Hace ahora exactamente un siglo que se construyó e inauguró el kiosko de la música de Guadalajara. Gustó mucho entonces, y hoy sigue siendo un emblema del Parque de la Concordia, de la ciudad, y de un tiempo en que la gente se lo pasaba muy bien escuchando a la banda de música tocar canciones populares al frescor del lugar.
  11. En junio de 1946 paseó por la calle mayor de Guadalajara el escritor Camilo José Cela, entonces con 30 años de edad, y en hábito de excursionista. Apenas nadie se fijó en él, aunque de aquel paseo nacería un libro editado diez millones de veces: “Viaje a la Alcarria”.
  12. Los gigantescos salvajes peludos que sostienen el escudo de los Mendoza sobre la fachada del palacio del Infantado tienen el simbolismo añadido de ser testigos de la primitiva y más honesta naturaleza del hombre, la del sin pecado.
  13. En el parque de la Concordia, ahora casi oculta por la terraza de un bar veraniego, está la estatua en mármol de la Mariblanca, que representa una (cualquiera) diosa griega, y que se sacó de los jardines del palacio de los Montesclaros, frente al del Infantado.
  14. El palacio de la Cotilla fue residencia del Conde de Romanones, don Alvaro de Figueroa y Torres, que siendo presidente del Gobierno se retiraba los fines de semana a charlar con sus amigos y oir música.
  15. Donde hoy están los Juzgados, hubo un palacio que perteneció a los Labastida, hidalgos adinerados con sede en Valdeavellano, y que mandaron construir un gran patio al estilo renacentista, del que apenas si quedan un par de fotos.
  16. La mejor hora para admirar la fachada del palacio del Infantado es el atardecer, en especial de primavera, porque la luz cae sobre ella de soslayo, y sin tanta fuerza como en verano.
  17. La calle del arrabal del agua está hueca, y bajo su superficie corre un arroyo bajo un abovedamiento tan alto que en él cabría un hombre a caballo. Por ahí pasaba (y aún pasa) el agua procedente del Sotillo, que mojaba luego los gaznates de monjas y frailes y aún, al final del recorrido, de duques y duquesas.
  18. El primer ambulatorio de la Seguridad Social estuvo en el edificio blanco, ahora rehabilitado, con un jardincillo delante, que remata la hilera de edificios de la plaza de los Caídos, bajando ya hacia el río.
  19. Los bustos de personajes de la historia ciudadana que adornan el paseo de las Cruces, fueron creados por el escultor Sanguino, que todavía vive, y nos evocan gentes de guerra y paz, escritores y benefactores. Como todo en la vida, hay a quien no les gustan. A mí me parecen una gran idea.
  20. En la parte de arriba de la calle de la Llanilla (Virgen de la Soledad, oficialmente) se celebraban las ferias de ganado cuando las fiestas de Guadalajara se hacían por San Lucas, en octubre.
  21. La plaza del Concejo era el lugar donde se reunía el común de la ciudad para decidir sobre sus problemas. Lo hacían en el atrio de una iglesia que allí había, la de San Gil, de la que hoy solo queda el ábside en pie, y rehabilitado.
  22. Por la puerta de Alvar Fáñez, que hoy alberga un museillo titulado “El caballero y las estrellas”, dicen que entró el caballero castellano a reconquistar la ciudad a los moros. Y luego le pusieron, en recuerdo de tal hazaña, en el escudo heráldico de la ciudad, rodeado de sus caballeros y banderolas.
  23. Los encierros de toros por las calles se implantaron en 1980, siendo alcalde de la ciudad Francisco Javier de Irízar, que hacía valer así su raigambre navarra. Cualquier parecido con los encierros de Pamplona es pura coincidencia.
  24. En la plaza del Jardinillo se levantó en el siglo XVI el palacio de los Condes de Coruña (una rama de los Mendoza con título anclado en la provincia de Burgos) y aún conserva entero su gran patio renacentista, imposible de visitar, y muy alterado por adaptaciones sucesivas de las viviendas que hoy lo ocupan.
  25. Las fiestas de Guadalajara proceden de la primitiva Feria medieval que otorgó a la ciudad el rey Alfonso X el Sabio, y que instituyó para que los comerciantes de Castilla vinieran aquí a vender sus mercancías sin pagar impuestos. Fueron centradas en torno a San Lucas, en octubre, y así permanecieron hasta 1962, en que por culpa del mal tiempo, la lluvia y el frío que por entonces hacía en esa fechas, se trasladaron a San Miguel, al “veranillo del membrillo”. Eso lo hizo el alcalde Antonio Lozano, y fue ya en nuestro siglo cuando el alcalde José María Bris trató de unir las fiestas patronales (el 8 de septiembre se celebra la virgen de la Antigua) con las Fiestas anuales, resultando esta sucesión de fiestas que prácticamente se alargan ahora por la primera mitad del mes de septiembre.

La semana que viene lanzo otros 25 trucos para seguir descubriendo Guadalajara. Aparte de ellos, siempre nos quedan la memoria de los mayores, los libros de los jóvenes, y la tradición que rueda por las calles. Con todo ello, no cabe más solución que encontrar divertida a esta ciudad, cargada de memorias, de problemas y de soluciones. En todo caso, probablemente, el mejor sitio del mundo para vivir y pasear.

Hablando de trenes

01_mapa_del_tren_tajo_tajun%cc%83aEn este año de 2016 se ha cumplido el centenario de la conclusión de las obras del ferrocarril del Tajuña y del Tajo. Una vía alternativa que el Estado español ideó para llegar con el tren hasta Zaragoza, diferente de la que pasa –aún hoy- por el Henares y el Jalón hasta el Ebro. La del Tajuña y Tajo pensaba llegar hasta Molina.

Ya me ocupé, en un libro publicado en 2003 con Jesús Mercado Blanco y María Jesús Moya Benito, a propósito de la Historia de Sacedón, del ferrocarril del Tajuña y del Tajo. Una línea que hubiera dado mucha vida a la comarca alcarreña, y que siguió funcionando hasta 1942, aunque se desinfló pronto, y se decapitó en la posguerra, cuando las economías del Estado andaban muy flojas, y las ganas de ayudar a la Alcarria no llegaban ni a medianas. También habla de este tren Aurelio García López en su “Historia de Alocén” de 2010.

En España el ferrocarril tardó en llegar más que en otros países. Y, curiosamente, la primera línea férrea española no se montó en suelo penisular, sino en la provincia ultramarina de Cuba, donde en 1937 entró en funcionamiento el tren de La Habana a Güines, que tenía por principal misión el transporte de azúcar entre la zona productora y la elaboradora y exportadora. Ese detalle (entre otros muchos) nos hace ver la calidad y la fuerza de los negocios españoles en la isla caribeña.

En la Península, los primeros tramos construidos fueron los de Barcelona-Mataró, en 1848 y el Madrid-Aranjuez, en 1851. El capital judío europeo siempre detrás del invento que echaba humo. Siguió luego el gran proyecto, afortunadamente concluido a su debido tiempo, del Madrid-Barcelona complementado por el Madrid-Alicante de la empresa MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante), que vió cómo se movían personas y mercancías entre esas ciudades a partir de 1865 (a Guadalajara había llegado antes, en 1859). Los dineros de Rothschild y el marqués de Salamanca empezaban a generar beneficios.

La línea del Tajuña y el Tajo

Desde la estación del Niño Jesús, hasta Arganda primero (“el tren de Araganda / que pita más que anda”) en el siglo XIX, pasa a crecer desde los comienzos del XX, y así progresivamente va llegando a Orusco de Tajuña, en 1910, y a Mondéjar, en 1916, progresando en ese mismo año por Yebra y hasta Sayatón-Bolarque, uniendo la central eléctrica de junto a Almonacid, con la capital de España, lo cual fue vivido por los pueblos de nuestra Alcarria con una sensación de prosperidad que, en realidad, apenas a nadie llegaba en sus beneficios, pues estaba montada para intercambiar mercancías y aligerar costos de transporte hacia el salto y central de Bolarque.

En una época, los inicios del siglo XX, en que la comunicación por ferrocarril era ya un sistema muy asentado en el mundo occidental, la obtención para una comarca de la línea férrea, de estaciones de ferrocarril, y de su tránsito, era sin duda un auténtico empujón de desarrollo. La llamada “Compañía del Tren del Tajuña” se fundó en 1883. Su recorrido fue, de inicio, como he dicho antes, desde Madrid a Arganta y poco después hasta Morata (de Tajuña). En 1900 lo que se crea es la “Compañía del Ferrocarril de Madrid a Aragón”, con mucho mayor capital, y con la clara intención de alcanzar también Zaragoza, a través de otras comarcas, especialmente la molinesa, que hubiera cambiado radicalmente su forma de vida si este proyecto empresarial hubiera alcanzado su inicial meta.

La línea construída se extendió hacia Perales de Tajuña, Carabaña y Orusco, luego a Mondéjar, y al resto de la Alcarria guadalajareña, a donde llegó hace ahora un siglo, en 1916. Desde allí, por el Pozo de Almoguera. Pasaba por Yebra, Almonacid de Zorita, Sayatón, Anguix, siguiendo el término de Auñón y pasando por Sacedón hasta Alocén. Poco más de 142 kilómetros.

Aunque la intención en primer lugar era llegar a Trillo y Cifuentes, la estación de Alocén fue la última que se construyó y de allí no pasó nunca el ferrocarril. El proyecto inicial contemplaba el paso de la línea férrea por Trillo, Cifuentes, Molina de Aragón y desde allí a Monreal del Campo para enlazar a través del valle del Jiloca con el Ferrocarril de Aragón, que comunicaba Valencia/Sagunto con Zaragoza.

El tramo de Sacedón hasta Alocén fue inaugurado el 27 de diciembre de 1921. Y vio pasar su último convoy el 12 de julio de 1943.

En Sacedón el impacto fue alto, como en el resto de los municipios alcarreños por donde discurría este tren, de vía estrecha, y para el que se habían hecho costosas obras, con puentes, viaductos, algún túnel, etc. De todo lo cual aún hoy se ven restos mínimos, en progresivo hundimiento.

En los años del comienzo del siglo XX, había dos trenes que salían, a diario, de Madrid hasta Alocén, y otros dos en sentido contrario: uno de ellos era mixto y el otro correo. La ventura de aquel recorrido hubiera debido dar para varios libros de aventuras, porque además de ir despacio, paraba en todas las estaciones. Desde Alocén hasta Madrid tardaba doce horas, salía a las doce de la noche y llegaba a las doce de mediodía a la estación del Niño Jesús. Tenía además su función de carga y de transporte de pasajeros.

Uno de los objetivos de este tren, a partir de su funcionamiento permanente desde 1921, era el cargar las maderadas que desde la serranía del Alto Tajo los gancheros traían a través de los desfiladeros y pasos difíciles del río. En Alocén se procedía a cargar estas maderas en vagones ex profeso, lo que también llevaba muchas horas de dedicación y cuidado.

El tren llega a Sacedón

Aunque la cosa podía haber llegado mucho más lejos, pero una de las cosas que hizo crecer a Sacedón, fue el Ferrocarril del Tajuña y del Tajo. Cuando en Sacedón, a principios del siglo XX, se conoció la noticia de la construcción de esta vía férrea, todo fueron caras de alegría. En sesión del Ayuntamiento de 1904, el consistorio se ofreció a colaborar en todo lo que fuera necesario pues consideraban “de suma importancia para esta localidad” tal obra. En la reunión de 15 de septiembre de ese año, ofrecieron la cesión gratuita de todos los terrenos de titularidad municipal por donde atraviesa la vía férrea. Además ofrecían la aportación personal de 700 jornales por cada kilómetro que atraviese la línea férrea por el término municipal y una subvención en metálico de 2.000 pesetas por cada kilómetro. En esa misma sesión se expresaba el júbilo de los concejales, al pormenorizar la cantidad de vino, aceite, piedra y yeso que que iban a poder ser exportados por ese camino de hierro. Y por supuesto se congratulaban de lo mucho que se vería favorecido el Balneario y Centro vacacional de La Isabela, con la llegada muy cerca del mismo de la línea del tren.

Sin embargo, las cosas eran un poco distintas. De tal modo que nos hace recordar a la película “Bienvenido Mister Marshall”, cuando a las alegrías iniciales y a los sueños de cada vecino, vino a imponerse la realidad más cruda: porque el tren llegaba, sí, pero por la otra orilla del Tajo, por la orilla derecha. Y eso suponía que quien llegaba a la estación de Sacedón, o los que desde el pueblo querían bajar a esa estación, tenían antes que cruzar el río. Ahí estaba el problema.

Dicha “Estación de Sacedón” estaba situada unos 300 metros aguas arriba de la Boca del Infierno, y había que cruzar las aguas sobre una barca, con lo que ello suponía de molestias y peligros, habiendo épocas en que no funcionaba la barca, o días en los que no podía funcionar por venir muy cargado el río. Además, la barca la regentaba una empresa privada, en concreto la que dirigía doña Paula Sánchez Ruiz, que tenía en su mano el control de todo, y a la que por supuesto no le interesaba de ninguna manera que se construyera un puente, que es lo que de inmediato pidió el Ayuntamiento de Sacedón.

En 1913 el Ayuntamiento se movilizó para pedir la construcción de ese puente, que se hacía imprescindible si se quería gozar de las ventajas de tener tren. La empresa de la barca lo retrasaba cuanto podía, y tras siete años de ires y venires, al fin en 1921 se empezó a construir el puente pobiendo la primera piedra un senador por Guadalajara, don Manuel Brocas. El puente se hizo, de cemento armado, pero… no se pudo utilizar nunca, porque se hizo tan elevado que el camino desde Sacedón no podía acceder a él. En 1924 todavía el Ayuntamiento de Sacedón pedía al Gobierno Civil que fuera declarado camino y puente de utilidad pública, y se hiciera utilizable cuanto antes. Pero nada… no se consiguió. Vino luego la República, la Guerra Civil, y después el pantano. Debajo de las aguas está ahora todas aquellas ilusiones…