Hércules en Sigüenza

viernes, 30 septiembre 2016 1 Por Herrera Casado

Cupido en el altar de Santa LibradaUn viaje, uno más, a la catedral de Sigüenza, con motivo de la exposición aTémpora que se mantendrá abierta hasta el próximo 6 de Noviembre, me ha permitido situarme delante del gran retablo pétreo dedicado a Santa Librada en el ángulo norte del transepto, y admirar la pintura italianizante de Juan de Soreda, que desgrana generosamente detalles y apuntes del Renacimiento italiano en su obra.

Hércules se pasea por la catedral seguntina

El periplo universal del héroe griego, que poetas de todos los siglos han usado como recurso y centro de sus escritos, llegó a Sigüenza, al crucero de su catedral concretamente, allá por los primeros años del siglo XVI. Representadas algunas escenas de su fabulosa existencia en el altar de Santa Librada, pueden servir aquí para rememorar el nombre y las hazañas de este ser mitológico, y dar a conocer un aspecto muy curioso y poco conocido del arte renacentista de esta catedral sorprendente.

Por deseo del obispo seguntino Fadrique de Portugal, a comienzos del siglo XVI se levanta en el muro septentrional del transepto norte un retablo a honor y gloria de la patrona de la diócesis, a Santa Librada virgen. Se ejecutó en su parte escultórica por gentes de la escuela de Vasco de Zarza, entre los que se incluía como un tallista más, Alonso de Covarrubias, todavía joven. Hacia 1525, y como remate del gran retablo, el pintor aragonés Juan de Soreda coloca en la hornacina inferior un retablo pintado sobre tablas, en las que con la galanura más exquisitamente renacentista, y con influencia total de Rafael Sanzio, relata la historia de Santa Librada y de sus ocho hermanas. Ella aparece, sentada y con un libro y una palma entre sus manos, en el cuadro central. Se rodea de una arquitectura romana, cuajada toda ella de simbología humanística. Y, como friso que remata horizontalmente la arquitectura de este cuadro central, aparece Hércules, en cuatro escenas representado, correspondientes a otros cuatro trabajos suyos.

Es indudable el contraste que, para los espectadores y fieles de comienzos del siglo XVI, puede suponer la inclusión de figuras y escenas mitológicas en un contexto cristiano. Sin embargo, hay muchos testimonios de que aquello era habitual, como forma de cristianizar cuanto del mundo clásico ha llegado. No hay más que leer a Pérez de Moya, en su «Filosofía secreta», editada en Madrid en 1585, cuando dice respecto a Hércules que «según alegoría o moralidad, por Hércules es entendida la victoria sobre los vicios, y según sentido anagógico significa, el levantamiento del ánima, que desprecia las cosas mundanas, por las celestiales, y según sentido tropológico, por Hércules se entiende un hombre fuerte, habituado en, virtud y buenas costumbres», y más adelante, al referirse nuevamente a Hércules, dice que simboliza «la bondad y fortaleza y excelencias de las fuerzas del ánima y del cuerpo, que alcanza y desbarata la batalla de todos los vicios del ánima», y, por incidir más aún en la concreta representación seguntina, se dice de él, que «píntanle desnudo, para denotar su virtud, porque la virtud la pintan desnuda, sin ningún cuidado de riqueza».

La traza de estas escenas o trabajos hercúleos, dibujadas por Juan de Soreda, son tomadas de las medallas que grabó Moderno, en Italia, a comienzos del siglo XVI, según se ve en Molinier, en su «Catálogo de plaquetas». Se escogen tres escenas de las que presuntamente ocurrieron en España, y otra que, por ser el primer trabajo del héroe, y el más representativo de sus posteriores hazañas, no suele faltar en ningún conjunto de su iconografía. Muy similares, aunque en talla, aparecen estas escenas en otros espacios del Renacimiento español. Por ejemplo, en la baranda del patio del palacio de la Infanta, primitiva Casa de Zaporta, en Zaragoza (hoy colocado en la sede central de Ibercaja, en la capital aragonesa).

De izquierda a derecha, y separadas por columnas abalaustradas o grandes florones de diversa traza, vemos, en primer lugar, la escena en que Hércules lucha con un centauro, dándole muerte. Es sin duda la lucha del héroe griego con uno de los centauros que en su vida le salieron en el camino: concretamente en este caso, el centauro Neso es ahogado por Hércules. Aunque no descarto del todo que pueda tratarse del centauro Quirón, al que Hércules dio muerte en desgraciado accidente, pues era amigo suyo.

La siguiente escena relata el décimo trabajo hercúleo, al parecer ocurrido junto a Cádiz. Se trata del robo de los bueyes de Gerión a los que saca de sus cuadras cogidos por los cuernos. La leyenda señala este hecho ocurrido en Eritea, la isla que despide rayos rojos, en la que se hunde el sol cada día al atardecer, lo que significa su situación al occidente de Grecia. Desde Argos, Hércules viaja por Libia y llega a Eritea. Allí mata a Gerión y le roba sus bueyes. Luego vuelve a Italia, andando y cuidando su gran rebaño, a través de Tartesos, Iberia y la Galia, todo lo cual confirma la situación de Eritea en el extremo suroccidental español.

La tercera escena representa a Hércules durmiendo, mientras otro joven, el gigante Caco, le roba sus bueyes tirándoles de la cola, para no dejar huellas claras de la dirección de su huída. Hércules, al despertar y darse cuenta del robo, persigue a Caco y le mata. Aunque el común de las leyendas pone la muerte de Caco en un lugar cercano a Roma, los autores españoles opinan siempre que el hecho ocurrió en las faldas del Moncayo (de ahí puede derivar su nombre, Monte de Caco), al tiempo que Hércules fundaba próxima al lugar la ciudad de Tarazona.

La última escena que el espectador del retablo de Santa Librada ve a su derecha, es el primero y el más famoso de los trabajos de Hércules, en que aparece el héroe luchando a brazo partido con el león de Nemea, cuya piel no podía ser atravesada por las flechas. El héroe deja en el suelo su maza y a la puerta de la caverna en que el león vive, le estrangula entre sus brazos. A partir de entonces, la cabeza del león le sirve de yelmo, y la piel de coraza invulnerable.

El Retablo de Santa Librada

Fue comenzado a ser construido el altar de Santa Librada, hacia 1515 – 1518, por encargo del obispo don Fadrique de Portugal, con diseño probablemente debido a Alonso de Covarrubias, habiendo intervenido en su realización los artistas Francisco de Baeza, Sebastián de Almonacid, Juan de Talavera y Peti Juan. Muestra un estilo renacentista pleno y sosegado, estructurado en forma clara como un retablo. Todo él tallado en piedra, luego policromada, consta de un zócalo con temas ornamentales, y sobre él se desarrollan tres cuerpos. La calle central, más ancha, presenta en su parte inferior un hueco que alberga el altar y retablillo pintado, obra magnífica en óleo sobre madera, debido al pincel del aragonés Juan Soreda, quien lo pintó hacia 1525, y en el que se representan escenas diversas de la vida y martirio de Santa Librada y sus hermanas. Consta este retablo de tres calles y dos cuerpos, y en sus seis tablas de vivos colores vemos las siguientes escenas, Librada y sus hermanas ante Catelio, Librada y sus hermanas deliberan sobre su suerte, Librada muestra el camino del cielo a una de sus hermanas, Decapitación de Santa Librada y Santa Librada entronizada, mientras que en lo más alto surge un Calvario. La tabla central que representa a Santa librada se inspira en la “Virgen de la nube” de Raimondi, inspirada directamente en Rafael Sanzio. Tras ella surge un complejo edificio clásico que recuerda “La Escuela de Atenas” con hornacinas en las que aparecen Cupido y Querubines como expresión de la eternidad de Dios, y en lo alto un friso con cuatro “trabajos de Hércules”, escoltado por medallones con bustos de emperadores y cardenales. Numerosas alusiones al mundo clásico confirman la formación itliana de Soreda: hay frisos con tritones y nereidas. Y en la tabla de la “Decapitación de Santa Librada” surgen imágenes de un juez y un ángel que recuerdan las de “El Pasmo de Sicilia” de Agostino Veneziano. En todo caso, es un hermoso retablo clasicista de vivos colores, formas cabales y una composición que se desborda en iconografía. Más arriba, también en el centro, gran hornacina, cerrada por bonita reja hecha por Juan Francés y Martín García, en la que se guarda la urna que conserva las reliquias de Santa Librada; dicha urna es de piedra, y dentro de ella hay otra de madera chapeada con plata, obra del siglo XIV. Encima aparece el remate en forma de frontón, con bello grupo escultórico representando a la Asunción de la Virgen, titular de la catedral. Escoltando esta calle central, se ven ocho hornacinas en las que aparecen en talla otras tantas esculturas de santas, muy bellas y bien compuestas: son las ocho hermanas que la leyenda dice tuvo Santa Librada: Genivera, Victoria, Eumelia, Germana, Gémina, Marcia, Basilia y Quiteria. Las calles laterales se ocupan con diversos elementos ornamentales, carteles, ángeles tenentes del escudo episcopal de Fadrique de Portugal, y las escenas de la Anunciación y la Visitación. Todo éllo escoltado por pilastras y balaustres, frisos y roleos cubiertos de una densa decoración de grutescos propio del primer Renacimiento castellano, y dentro de lo que podría establecerse como «escuela toledana» que aquí en Sigüenza, y a partir de este monumento, alcanza personalidad propia.