Las juderías de Cuenca y Guadalajara

sábado, 16 enero 2016 0 Por Herrera Casado
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Las juderías de Cuenca y Guadalajara

Ya va por la segunda edición el libro que ha escrito el profesor y académico don Miguel Romero Saiz en torno al tema “Las Juderías de Cuenca y Guadalajara”, en el que se analiza la historia de sitios, gentes y culturas a las que hoy damos poca importancia, aun formando parte de nuestra propia cultura, la de esta Sefarad en que vivimos.

Cuando, hace un par de años preparaba su edición, que ha sido posible gracias al riesgo corrido por la editorial conquense Alderabán, me pidió el profesor Romero que le escribiera el prólogo. Y tras leerme el libro, que recomiendo vivamente, salieron estas palabras que sirvieron entonces para darle la bienvenida, y ahora para centrar a mis lectores en un tema que siempre estará de actualidad, aunque perdido y catapultado en el silencio de los siglos.

Prólogo a Las juderías castellanas

Todos sabemos que se leen pocos libros, cada vez menos. Y que de los pocos libros que se leen, el Prólogo no se lo lee casi nadie. Pero mi amigo Miguel Romero me pide que, por favor (y sin que sirva de precedente) le prologue este libro que a lo largo de los últimos años ha escrito, después de haber leído mucho, investigado otro tanto, y dádole al magín para recomponer con sentido una información lejana y heterogénea. Y yo no dudo en complacerle. Así es que aquí va este Prólogo que llega con el objetivo, simplemente, de abrirle la puerta al libro que acaba de llamar a nuestras manos.

El gran sabio y humanista Gregorio Marañón y Posadillo, llegó a escribir tantos prólogos que, cuando años después de su muerte mi paisano Alfredo Juderías se lió a editar las Obras Completas del médico madrileño, tuvo que reservar un tomo entero (unas mil páginas) para recogerlos todos. Con Marañón nacía, pues, el género prólogo como una de las vertientes contundentes y nítidas de la Literatura. A propósito de lo cual, el maestro de sabios decía que sólo le interesaban los prólogos como oportunidades para escribir, poco, sobre algún tema que no dominaba. Y, en todo caso, nunca haciendo el resumen del libro, ni el panegírico del autor, sino aportando su visión al tema. Su visión personal.

En este prólogo persigo la idea de alentar al lector a que entre en el mundo que el libro describe. Un mundo particular, lejano, pero aún vivo, el de los sefardíes, el de aquellos judíos que vivieron, conforme a su religión, en la España que ellos llamaban Sefarad, y que un día de 1492 tuvieron que abandonar, deprisa y corriendo, a la fuerza, desperdigando sus vidas, sus haciendas, y sus familias, por el ancho mundo. Abriendo un nuevo capítulo a la Diáspora. No voy a decir cómo el autor cuenta eso en su libro, ni quien sea Miguel Romero, al cual ya todos conocen, y más aún si han adquirido este libro y se disponen a leerlo.

Lo que sí quiero decir es que el mundo sefardí está muy vivo aún, de tal manera que cuando uno se acerca, aunque sea de refilón, a él, notará que emana un latido, un perfume especial, una fuerza evocadora y un rito cultural que impresionan. Yo tengo una amiga que vive en Estambul, Beki Bardabid por más señas, que aún siendo turca de pasaporte es española por sus ancestros. Que hizo años ha una tesis doctoral para la que algo ayudé, sobre los refranes que dicen las viejas al calor del fuego, aquellos refranes que don Iñigo López de Mendoza, el alcarreño marqués de Santillana, recogió en sus correrías castellanas mediado el siglo XV, y cuando leyó los textos del marqués y los comparó (ese era el objeto de su trabajo académico) con los refranes que se decían en su sociedad turco-sefardí, quedó asombrada de cuanto se parecían… esa es la esencia del sefardí (de la lengua y del sujeto) cuando uno lo conoce: es como si nos saludara un hálito fresco de la España remota, cuajado durante siglos en un habitáculo transparente del cielo, y nos desbordara en sonidos, en amabilidad, en intenciones.

En este libro, Romero entra con profundidad en la España antigua de los judíos. Se mueve como sólo un historiador de verdad sabe hacerlo (por eso ha conseguido recientemente el nombramiento de académico correspondiente en Cuenca de la Real Academia de la Historia) entre papeles viejos, bibliografías, memorias raptadas y conversaciones vivas. Después de recoger todo cuanto se puede saber sobre las aljamas de Cuenca, de Guadalajara, de Maqueda (y de Huete, de Hita, de Sigüenza y de Valdeolivas), sobre los encausados por el Santo Oficio de la Inquisición en los tribunales de Sigüenza y Cuenca, y sobre la increíble historia de la composición de la Biblia “de la Casa de Alba” que el alcarreño Moisés Arragel compuso en el siglo XV por encargo de Luis de Guzmán, el gran maestre de la Orden de Calatrava.

Y cuando ya nos ha dejado medio ciegos con tanta luz aportada, con tanto dato acumulado sobre la mesa, con tanto apellido caliente y tan alta cifra de sufrimientos, entra a narrarnos una aventura personal, que se hace novelesca en algunos momentos, y que nos muestra al autor como lo que es: un intelectual que sabe dónde va, a qué puertas llama y qué preguntas hace. El encuentro de Romero con Elías Canetti en su casa de Zürich, pocos años antes de que el escritor (Premio Nobel ya, el primero concedido a un sefardí) muriera, es una página, son muchas páginas cargadas de un clamor erudito, de una sabiduría gaya y espléndida, desbordando juventud y ganas de infinito. Romero, que es cronista oficial de Cañete, que fue un poco antes nacido en Boniches, que ama Cañete como nadie (de ahí sus Alvaradas contundentes y sonoras) se encontraba con el señor Cañete (Elías Canetti) que aun nacido en Bulgaria y errante, como todos los judíos, por los mundos de la pena, se consideraba parte de esa Sefarad a la que los españoles no hemos sabido cuidar porque nadie nos ha enseñado a hacerlo.

En este libro, que es grueso pero leve, surgen tantas fuentes de las que beber que nos parece pantanoso. El estudio de Moisés Arragel, el judío de Guadalajara, al que califica de “hombre honesto, inteligente, culto y laborioso” se ofrece como una mirada de profundo humanismo hacia un pasado que siempre ha dado miedo. ¿judío, español, comentarista de la Biblia, castellano…? La voz de los sefardíes se ha multiplicado por el mundo, siempre fuera de su Sefarad querida. Esa voz múltiple y hermosa, que Beki Bardavid ha recogido con mimo, que Margalit Matitihau ha puesto en sus versos dulces, que García Seror ha investigado a través de los manuscritos de su tatarabuelo Mardochée, que Eliyá Carmona ha buscado en viejos códices, se encuentra en este libro. Que al final -tras leer sus capítulos varios- demustra ser de una contundente estructura pensada y cuajada.

Como decía al principio, y como todos constatamos a diario, los libros se leen poco, cada vez menos. Y el esfuerzo de los autores por construirlos es apenas admirado, en nada correspondido: una tarea titánica, la de subir al papel, cada día, miles de palabras que al final nos vencen y nos tiran, cuesta abajo, hacia el abismo. Siempre quedan, sin embargo, libros como este de Miguel Romero, que salvan una idea antigua, un rumor leve de algo que casi pasó desapercibido. Tan suave todo, que solamente nos provoca un giro mínimo del cuello hacia atrás, hacia donde nos ha parecido oir esa música, esa noticia curiosa, esa voz que, sin embargo, se nos mete en el alma. Como la de Margarita Monasterio cuando nos dice: “Por la puerta yo pasí / te vide asentada / la yavedura yo bezí / como bezar la tu kara…”

El autor, Romero Saiz

Como en el prólogo que escribí al libro, y que acabo de transcribir más arriba, queda claro la intencionalidad del mismo, y su contenido, en el que resaltan los estudios sobre Moshé Arragel y Elías Canetti, doy aquí, para terminar, unos apuntes breves sobre el autor, a quien considero un sabio, un incansable promotor de actividades culturales y, sobre todo, un buen amigo.

Miguel Romero Sáiz es natural de Boniches (Cuenca), 1952, aunque siempre se ha sentido íntimamente ligado a Cañete por relaciones familiares, participando desde hace mucho en la creación y organización de su Alvarada (homenaje al más señalado hijo del pueblo, el condestable don Alvaro de Luna). Estudió magisterio en la Escuela Normal “Fray Luis de León” acabando sus estudios en 1972, y dedicándose desde entonces a la enseñanza, primero en la Primaria, luego en Secundaria y actualmente en la Universitaria, de la que es profesor de la UNED y su director en Cuenca. Mientras tanto cursó los estudios de la licenciatura de Geografía e Historia que culminó con el grado académico de doctor a través de su tesis “Mudéjares, moriscos e Inquisición en el Señorío de Molina de Aragón”. Desde hace un par de años es académico correspondiente de la de Historia en Cuenca, y Cronista oficial de esa ciudad castellana desde 2014.

Ha escrito numerosos libros, tanto de creación literaria, cuentos infantiles, novelas, biografías (su último título, “Leonor de Inglaterra, reina de Castilla” ha sido un gran éxito de ventas) como de investigación histórica, sobre patrimonio conquense, castillos, viajeros, artículos en numerosos medios de comunicación, e intervenciones en medios radiofónicos, siendo este de “Las juderías de Cuenca y Guadalajara” su último y valioso trabajo por el momento.