El otoño asoma por Santa Coloma de Albendiego
Mañana se celebrará, en Albendiego, un nuevo “Día de la Sierra” y me cabrá el honor de mostrar y explicar a todos los asistentes el ser y el palpitar de su iglesia de Santa Coloma, un lugar de fuerza y misterio, de belleza y magnetismo.
Decía Juan Antonio Gaya Nuño que sería necesario andar muchos, muchísimos kilómetros, por toda Europa, para encontrar un monumento de época románica tan bello, tan maravillosamente situado y tan estremecedor como el templo de Santa Coloma, en término de Albendiego, en plena sierra de Pela entre Guadalajara y Soria.
Es cierto. Reposado en ancho valle, junto al río Bornova que acaba de nacer en la laguna de Somolinos, aparece el caserío de Albendiego, arropado con la exuberante vegetación de cientos de árboles que le escoltan, aislado en medio de los labrantíos y pastos del término. Destaca aislada, a unos quinientos metros al sur del pueblo, esta iglesia románica, que siempre fue templo dedicado a otros menesteres distintos de los parroquiales del poblado. Ahora es ermita, y, por supuesto, meca de viajes culturales y esotéricos. Pero siempre hizo de espacio religioso en el que a lo bello de sus formas, a lo clásico de su estructura, se sumó el silencio denso de su mensaje simbólico.
El nombre de Albendiego tiene muy claras resonancias árabes, lo que nos induce a creer que fuera así denominado por los numerosos mudéjares que poblaron la comarca. El hecho es que tras la Reconquista, perteneció al Común de Tierra de Atienza, pasando luego al poder de los de La Cerda, duques de Medinaceli, de quienes por casamientos vino a dar a la casa del Infantado, dentro del devenir común de una serie de lugares anejos a Miedes.
Aislado del pueblo en la orilla del río Bornova, rodeado de árboles y enclavado en un lugar encantador, este edificio fue sede de una pequeña comunidad de monjes canónigos regulares de San Agustín, que ya existían en 1197, pues en esa fecha les dirigió una carta el obispo de Sigüenza don Rodrigo, eximiéndoles de pagar diezmos e impuestos, haciéndoles donación de tierras y viñas para su sustento.
Es un edificio que a pesar de su perfección está inacabado. Lo que más sorprende es su cabecera, un ábside con espacio central de planta semicircular, y dos laterales cuadrados. En sus muros se abren ventanales que muestran calados rosetones en los que se ven claramente diversos signos que hacen alusión a la religión cristiana (la cruz de San Juan, por ejemplo), pero también a símbolos del judaísmo y a composiciones del esoterismo sufí. De su mezcla algunos autores han concluido en que los caballeros templarios que primero poblaron este lugar dejaron su mensaje, siempre arcano, tallado en la dorada piedra de esta humilde serranía.
Aquí en Santa Coloma de Albendiego, lugar al que hay que llegar andando desde el pueblo, hay que ver el paisaje, escuchar el sonoro respirar de la naturaleza, y admirar las formas del templo, de la espadaña triangular de poniente, y sobre todo la gloria de la cabecera, los ábsides cuajados de símbolos. Para disfrutar de su interior, que es sin duda mágico, estremecedor, inolvidable, hay que pedir las llaves en el pueblo. Pero mañana será posible entrar sin problemas, porque durante todo el día estará abierto y en exposición.
Para quienes quieran conocer el detalle de su estructura, cabe decir que se trata de un edificio inacabado, con añadidos del siglo XV. Así vemos que de lo primitivo queda la cabecera del templo, magnífico conjunto de ábside y dos absidiolos. El ábside principal, que traduce al exterior el presbiterio interno, es semicircular, aunque con planta que tiende a lo poligonal, y divide su superficie en cinco tramos por cuatro haces de columnillas adosadas, que hubieran rematado en capiteles si la obra hubiera sido terminada completamente. En los tres tramos centrales de este ábside aparecen sendos ventanales, abocinados, con derrame interior y exterior, formados por arcos de medio punto en degradación, de gruesas molduras lisas que descansan sobre cinco columnillas a cada lado, de basas áticas y capiteles foliáceos. Llevan estas ventanas, ocupando el vano, unas caladas celosías de piedra tallada, que ofrecen magníficos dibujos y composiciones geométricas de raíz mudéjar, tres en la ventana de la derecha, cuatro en la central, y una sola en la de la izquierda, pues las otras dos que la completaban fueron destruidas o robadas. Estos detalles ornamentales mudéjares de la iglesia de Albendiego, bien conservados, demuestran el entronque con lo oriental que tiene el románico castellano. Centrando cada dibujo, se aprecia una cruz de ocho puntas, propia de la orden militar de San Juan. El resto de la cabecera del templo, ofrece a ambos lados de este ábside sendos absidiolos de planta cuadrada, en cuyos muros de bien tallada sillería aparecen ventanales consistentes en óculos moldurados con calada celosía central, también con composición geométrica y cruz de ocho puntas, escoltándose de un par de columnillas con basa y capitel foliáceo, y cobijados por arco angrelado, cuyo muñón central ofrece en sus caras laterales una bella talla de la hexalfa o estrella que llaman sello de Salomón, lo que viene a insistir en el carácter oriental de los autores de este edificio.
Al interior aparece el arco triunfal con gran dovelaje y capiteles foliáceos, de paso al presbiterio, y el calco interno de la disposición exterior del ábside. A ambos lados del presbiterio, se abren sendos arquillos semicirculares, que dan entrada a dos capillas primitivas, escoltadas de pilares y capiteles perfectamente conservados, tenuemente iluminadas por los ventanales ajimezados del exterior. Son dos receptáculos increíbles, donde el aire misterioso, ritual y místico de la Edad Media, parece detenerse y fluir de sus piedras.
Se accede a la nave única a través de una puerta con arco gótico rebajado, y cardinas esculpidas, añadiendo algunos capiteles y adornos vegetales y geométricos. Se cobija esta puerta por pequeño atrio. A los pies del templo se alza la magnífica espadaña románica, airosa, de tres vanos, con silueta triangular muy característica. De las obras de arte que atesoraba este templo (un retablo gótico, algunas imágenes románicas) nada queda, pues la soledad del lugar ha propiciado el robo fácil.
A finales del siglo XX, el templo estaba tan deteriorado que llegó a hundirse la techumbre del ábside y todo hacía presagiar su ruina completa. Pero gracias al interés de algunos amigos del arte y defensores de nuestro patrimonio, con el aporte de la Diputación Provincial, ha sido restaurado por completo este edificio, eliminada la arboleda que a levante del mismo le atribuía humedades, y abierta la vista de su ábside señero a todos cuantos se quieran pasear en su torno.
El dibujo que ilustra la cabecera de este escrito se debe a Isidre Monés Pons, ilustrador de fama.
Muy interesante artículo D. Antonio. Simplemente un matiz: cuando comenta las celosías de los ventanales del ábside, el lado derecho tiene cuatro , en lugar de tres celosías, el central tres en lugar de cuatro y una solamente el izquierdo, aunque tenía cuatro también.