Don Quijote de la Mancha atraviesa Guadalajara
Ayer se cumplieron los 399 años de la muerte de Cervantes (al año que viene, nuevo centenario tenemos…) y como siempre en el 23 de abril se celebra su memoria, se celebra el Día Universal del Libro (más que nada porque también un 23 de abril murió Shakespeare, quien vino a morir exactamente el mismo día que Cervantes) y se celebra que la Humanidad tuvo un tiempo en la que sus hombres pensaban, sentían y morían de una manera literaria.
En esta circunstancia, y aprovechando ahora que también se cumple el cuarto centenario de la edición de la segunda parte del Quijote, quiero rememorar las andanzas del Caballero de la Triste Figura por tierras de Guadalajara. Sonrisas aparte, y sabiendo de antemano que don Quijote no pasó por esta ni por ninguna otra tierra (siempre conviene aclararlo) sí que podemos evocar su paso irreal, su vuelo genial, su aparición velada entre las nubes de la nostalgia poética en la que a veces nos gusta sumirnos.
Siguiendo el libro de Cervantes, haciendo cábalas de por donde hace caminar a sus protagonistas, hay un momento en esa segunda parte en que obligadamente tienen que cruzar los límites de Cuenca con Guadalajara. Atravesar luego la parte oriental de la provincia. Entrar desde Guadalajara a Zaragoza. Más o menos. Porque van de la Mancha (de Aragón) al valle del Ebro.
Ya en un Congreso Internacional que hace años, demasiados quizás, se celebró en Ciudad Real para establecer el recorrido real de don Quijote por las Españas, me tocó elucubrar sobre su paso por Guadalajara. Y las que a continuación expreso son las ideas que allí expuse, más llevadas de la febril actividad de una mente en vacaciones, que de la realidad documental y cruda.
Camino del Alto Tajo
Miguel de Cervantes conocía, sin duda, todos los lugares donde pone las aventuras concretas y bien localizadas del Quijote, pero no trató en ningún caso de hacer coincidir con exactitud las distancias y los tiempos de sus traslados entre poblaciones y lugares, por lo que, ya de entrada, se ha de advertir que no puede abordarse el estudio del camino de don Quijote con una base científica de ningún tipo, sino, en todo caso, con la relatividad y aproximación que toda construcción literaria conlleva.
Establecer la ruta exacta del paso de don Quijote por la actual provincia de Guadalajara es punto menos que imposible. Sabemos, con certeza lógica, que por ella debió pasar, pues accede a Zaragoza desde la Serranía de Cuenca, y camina en derechura a través de espesos bosques y oscuras sierras, cruzando sin duda el Alto Tajo y las parameras de Molina. Pero en ningún caso el relato de la tercera y definitiva salida del Quijote concreta ningún lugar que permita identificar pueblos, villas o ciudades de la provincia de Guadalajara. Es por ello que el intento de trazar una ruta para don Alonso por el territorio serrano, y molinés de Guadalajara sea una aventura parecida, por quijotesca, ingenua y romántica a las que el propio hidalgo manchego protagonizara.
Pero aquí va el intento. Tras la sonada aventura de la cueva de Montesinos, localizada en plena serranía de Cuenca, en el capítulo 25 de la segunda parte, se suceden algunas nuevas andanzas de don Quijote, entre ellas la del Titiritero, que pudiera localizarse en la venta del Puente Vadillos, a la entrada de la portentosa hoz de Beteta, en la confluencia de los ríos Guadiela y Cuervo. Todo se hace ya “de pasada” cuando don Alonso camina de fijo en dirección al Ebro, el gran río que desea ver y aventurar en él. Ello no obsta para que quieran entretenerse un algo por aquellos contornos. Vemos así que en los capítulos 25 al 27 esos contornos por los que don Quijote y Sancho se entretienen están ocupados por grandes y profundos valles, atravesando una sierra negra de magníficas proporciones. Cervantes conocía bien aquellos lugares de la serranía de Cuenca y el Alto Tajo, pues en alguna ocasión pasó por ellos para visitar a su hija, cuyo marido tenía una fundición inmediata a Carrascosa de la Sierra, en Cuenca.
En el acontecer de los atambores del capítulo 27, la aventurera pareja sigue atravesando paisajes de gran bravura, muy accidentadas sendas y lento caminar. Cuando Sancho rebuznó, lo hizo tan reciamente que todos los cercanos valles retumbaron, lo que viene a damos idea de la grandiosidad del término. No están ya en la Mancha (aunque Cervantes nos dice que el titiritero es de la zona donde andan, de la Mancha de Aragón), sino en territorios fragosos. Tampoco en el propio Aragón, sino en plena serranía ibérica. ¿Provincia de Cuenca, de Guadalajara, de Teruel? Imposible decidirlo.
Lo cierto es que por los Montes Ibéricos atraviesan, y uno de los elementos más claros de ello es la presencia de hayas en su camino. Cervantes, que conocía y amaba los árboles, siempre que los identifica en su novela es con conocimiento de causa. El sabe bien que el haya es una especie rara, propia de lugares fríos y húmedos. Y que en la Mancha no existe, en absoluto. Tampoco en el sur de Aragón. Aunque hoy ya no aparece esta especie en Castilla (los hayedos más meridionales, y bien esquilmados por cierto, están en la sierra de Ayllón y Somosierra, concretamente en el madrileño Montejo y en el guadalajareño Cantalojas, entonces debía haber algunos ejemplares, escasos y llamativos, en la zona del Alto Tajo. Y es por eso que aprovecha Cervantes a describirlos y nombrarlos en su obra, porque él sabe que existen allí.
En la paramera de Molina
Caminan don Quijote y Sancho hasta tres días por terreno áspero, durmiendo y reposando bajo estos densos bosques. Atraviesan sin duda el páramo de Molina, en uno de cuyos términos les sucede la aventura de los alcaldes que rebuznaron y se enfrentaron las gentes de dos pueblos entre sí, saliendo como siempre Sancho molido. Es imposible averiguar cual sean estos pueblos, si es que Cervantes pensó en alguno en concreto. Los estandartes que llevan, con un burro por mueble, no identifican a ninguno de la zona molinesa. En aquellos desiertos, encuentran una alameda para descansar, y al final de otros dos o tres días de marcha arriban a Zaragoza, al Ebro concretamente.
En el mapa o Carta Geográfica de los Viages de don Quixote y sitios de sus aventuras que según las teorías de Pellicer dibujó Manuel Antonio Rodríguez, se le hace avanzar desde Priego y Beteta a cruzar el Tajo por Peñalén ó mejor, creo yo, tras pasar por Cabeza del Hierro, hacerlo por Poveda de la Sierra, subiendo luego por Taravilla tras saltar el río Cabrillas y llegando a Molina de Aragón, población de gran importancia entonces y que, sin embargo, no es referenciada de ningún modo en la obra. Seguirían la paramera o meseta molinesa por la sesma del Campo, siguiendo la ruta de Rueda de la Sierra, Hinojosa, Milmarcos y bajando al Jalón por donde ya cómodamente llegarían hasta Zaragoza.
Llegados al Ebro, les sucede la aventura de las aceñas en medio del río, y tras ella viene la larga y trascendental secuencia del gobierno de la Ínsula por Sancho, mantenida durante diez días.
Es aquí donde cabe entretenemos un poco, y aclarar la teoría expuesta por Serrano Vicens, quien suponía que tal aventura y universal parábola ocurrió en la ciudad de Molina de Aragón, y más concretamente en la corte provinciana de los Hurtado de Mendoza, que en Castlinuevo tenían una gran casa ó palacete donde recibieron a Sancho y le mantuvieron de engañado señor durante esos días.
Dice Serrano y otros que le han seguido, que atendiendo a las palabras con que Cervantes comienza el capítulo 30 de la segunda parte, se apartaron del famoso río, bien pudiera ser que acudieran hasta Molina de Aragón a vivir en ella esta secuencia. El texto del Quijote dice que al otro día, al ponerse el sol y salir de una selva, vieron a la duquesa cazando. Esos datos han hecho suponer a algunos que la acción discurre en Molina. Pero esta suposición es totalmente imposible. Y ello por una razón muy sencilla. Si don Quijote y Sancho desde Zaragoza y el Ebro van encaminándose hacia Barcelona, no van a retroceder tan enorme espacio de terreno y menos en un sólo día. Aparte de que el hecho de que «salieran de una selva» no nos permite pensar en que fuera el territorio molinés, pues allí tampoco las hay. Otros autores han supuesto, creo que con mucha más objetividad, que la aventura de la Ínsula ocurre en Aragón, en algún lugar cercano a Zaragoza y a las orillas del Ebro. García Soriano y García Morales, en su edición explican, siguiendo a Pellicer, que el hecho ocurre en Buenvía, cerca de la villa de Pedrola, en el palacio de los duques de Villahermosa, don Carlos de Borja y doña María Luisa de Aragón, y la Ínsula propiamente dicha habría estado en Alcalá de Ebro. De allí a Barcelona, donde pierde ya todas sus esperanzas y es herido, ‑en el alma, que es el peor sitio‑ don Quijote, quien con Sancho vuelve, cabizbajo y como en un vuelo, a su aldea natal, donde muere pocos días después.
No cabe duda que la vuelta de Barcelona a la Mancha, pasando el Ebro y la Serranía Ibérica, la haría esta pareja cerca de la tierra molinesa. Quizás desde Daroca siguiendo el curso del Jiloca y cruzando las sierras de Albarracín y bordeando por oriente a Cuenca, alcanzara de nuevo su llanura manchega y llegara a Argamasilla (¿o a Santa María del Campo Rus, como quiere Serrano Vicens?) a morir. Nada dice Cervantes que pueda orientamos al respecto.
Tras lo expuesto, con la brevedad y aun parquedad de datos que el tema impone, queda claro que la Ruta del Quijote por la provincia de Guadalajara pasó por sus territorios más orientales, por las fragosas serranías del Alto Tajo, por Molina de Aragón, capital de antiguo territorio histórico, y su paramera de anchos caminos y fríos cierzos. Concretar más es imposible.
Opiniones para todos los gustos
Para el próximo mes de mayo tenía yo pensado hacer un razonado homenaje a Cervantes y al Quijote en la Feria del Libro de Primavera de Guadalajara. Feria que este año (después de décadas de tradición librera y primaveral) no se va a celebrar, porque el Ayuntamiento así lo ha decidido.
El homenaje sería a través de un libro que edité hace 15 años (y ahora he reeditado) bajo el título, en dos tomos, de El Quijote entre todos, y a través de la presentación de un nuevo gran proyecto, el Quijote manuscrito, una obra monumental que ofrecerá el Quijote completo, escrito cada capítulo por un cervantista acreditado, en 45 lenguas y dialectos, y prologado por José Saramago. En cualquier caso, lo iré comentando en estas páginas que tan amablemente me cede, cada semana, “Nueva Alcarria”.
En “El Quijote entre todos” lo que hicimos un montón de amigos y amigas, entre escritores e ilustradores (nos juntamos más de 300 para el evento, que se presentó en “La Casa de la Torre” de El Toboso, y luego en todas las provincias castellano-manchegas, y aun en el Ayuntamiento de Madrid) fue comentar individualmente todos y cada uno de los capítulos de las dos partes del Quijote.
Por Guadalajara aparecieron en este libro firmas como las de José Antonio Suárez de Puga, Francisco García Marquina, Pedro Aguilar, Andrés Berlanga, María Antonia Velasco, José Serrano Belinchón, Alfredo Villaverde, Julie Sopetran, Lorenzo Díaz, Manuel Criado de Val, Alfredo García Huetos, Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, Manu Leguineche, Pedro Lahorascala, Ramón Hernández… y entre el centenar y medio de ilustradores, aparecieron los dibujos al Quijote firmados por César Gil Senovilla, Antonio Burgos, Raúl Santos, Rodrigo García Huetos, Amador Alvarez, Jesús Campoamor, Rafael Pedrós, Luis Gamo Alcalde, Sopetrán Domenech…
En esta colección de nombres, se espiga en todo caso una parte de ese grupo, amplio y variopinto, que tiene o ha tenido hasta hace poco nuestra provincia, de gentes dispuestas siempre a colaborar en una tarea cultural, venga de donde venga, porque casi siempre las más ingeniosas y atractivas vienen desde la iniciativa privada. Por “El Quijote entre todos” se materializa la idea que Cervantes dejó plasmada de que la vida es una charla entre amigos, un diálogo bien avenido, una propuesta continua de acciones dedicadas a mejorar el mundo, y a hacer sus caminos más transitables y despejados. Por Guadalajara anduvo la sombra del Caballero de la Triste Figura. Y ahora permanece, como dando ánimos.