En el Renacimiento seguimos, admirando sus muros
Hace más de siete años que “NUEVA ALCARRIA» publicó, por fascículos, la obra “El Renacimiento en Guadalajara”, que sin duda ha servido para rescatar un tanto la memoria de aquellos siglos en los que la idea del Hombre como eje del Universo tomó carta de naturaleza. Cientos de imágenes, y referencias a personajes, libros y monumentos desfilaron por sus páginas, llegando a calar con nitidez en la memoria de objetos, presencias y siluetas inequívocas.
El Renacimiento tiene, como el románico rural, o la naturaleza boscosa del Alto Tajo, una consistencia de personalidad alcarreñista, y la definición de tierra, la categoría de identidad y el marchamo de raigambre, lo sacamos de ahí, de esas cosas que parecen que tienen menos valor porque ya estamos acostumbrados a ellas.
Hoy voy a dar tres pasos solamente por el Renacimiento de nuestra tierra, por tres espacios señalados, solemnes y de variado destino. Será una forma de iniciar un camino, el del descubrimiento de lo nuestro, y hacerlo a través de tres espacios que merecen ser visitados, admirados, guardados con celo en el corazón alcarreño que –se supone- llevan dentro todos mis lectores.
La iglesia de los Remedios, el Renacimiento oculto
Entre los numerosos ejemplos que del arte del Renacimiento existen en la ciudad de Guadalajara, es sin duda la iglesia de los Remedios uno de los mejores: exquisita de formas y volúmenes, limpia de colores y atajos para llegar al meollo del estilo, a la esencia de su mensaje.
Esta iglesia se encuentra en la parte baja de la plaza de los Caídos, frente al Alcázar que lentamente se fue recuperando y lentamente, de nuevo, vuelve a quedar en el olvido. Este templo de carisma conciliar, porque trajo su maqueta y medidas el Obispo de Salamanca don Pedro González de Mendoza, de cuando estuvo pasando unos años en Trento, se encuentra habitualmente cerrada. Es propiedad de la Universidad de Alcalá, que la definió en su día –cuando se inauguró- como sede de su Paraninfo en el Campus alcarreño. De entonces acá muy pocas veces se ha abierto, y por tanto su mensaje de belleza espacial, de luz y aires, de pinturas y enterramientos, está velado para la mayoría.
Fundó esta iglesia don Pedro González de Mendoza, hijo del cuarto duque del Infantado, para ser capilla de un colegio de doncellas pobres o huérfanas con la advocación de «Nuestra Señora del Remedio». Este prócer alcanzó el obispado de Salamanca, y fue uno de los más destacados teólogos españoles de Trento. Al hacer testamento, en 1568, dejó estipulado todo lo concerniente a su fundación, y las obras comenzaron hacia 1574, año de la muerte del prelado. Fue ocupado este edificio posteriormente por una comunidad de monjas jerónimas, establecidas aquí en 1656, y en él mantenidas hasta 1853, en que se trasladaron a las casas de junto a la iglesia de San Esteban, donde estuvieron hasta 1936. El gran edificio conventual anejo a la iglesia, obra neoclásica de magnífico aspecto, fue ocupado en el siglo XIX para Hospital Civil, y luego para Museo Provincial de Pinturas. En el pasado siglo fue derribado, y en su solar se levantó la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado.
La iglesia de Nuestra Señora de los Remedios puede ser clasificada dentro del manierismo de inspiración serliana, al que dio presupuestos teórico‑prácticos el arquitecto toledano Alonso de Covarrubias. La trazaron en 1573 Acacio de Orejón y posiblemente Juan de Ballesteros, y las obras dieron comienzo en 1574, siendo sus artífices los maestros canteros Nicolás de Ribero y Juan de Ballesteros, en una primera etapa, prosiguiendo Diego de Balera, y concluyendo las obras el maestro Felipe Aguilar el Viejo, de Guadalajara.
Al exterior resalta su fachada, constituida por un atrio orientado al norte, que consta de tres arcos de medio punto sobre esbeltas columnas dóricas que apoyan en altos pedestales, ofreciendo un aspecto de ingravidez y gracia renacentista de acusado aire italianizante. En el interior de este atrio aparece la portada, con arco semicircular de ingreso, escoltado por columnas pareadas de corintio capitel, sobre las que corre un friso en el que aparecen tallados los escudos del fundador. El resto del exterior del templo ofrece una cabecera de planta poligonal con contrafuertes, todo en sillería.
El interior es de elegantes y ajustadas proporciones renacentistas: una sola nave, con ancho crucero y capilla mayor de planta poligonal con cúpula de cuarto de esfera en forma de venera. Imita iglesias de Trento. La bóveda del templo es de medio cañón; los arcos fajones que la sostienen, y que arrancan de adosadas pilastras, están decorados con rosetas esculpidas. Por enjutas, lunetos y claves aparecen distribuidos profusamente, y policromados, varios escudos de armas del obispo fundador. A la altura de la imposta, en el arranque de los arcos, una inscripción, en grandes y limpias letras romanas recuerda al prócer constructor.
En el centro del crucero, bajo el pavimento, se abre la cripta en la que descansan los restos del mendocino obispo de Salamanca. Ocupando el fondo del muro del presbiterio, se ve una gran pintura al fresco, de José María Larrondo, representando el espíritu universitario de la cisneriana Alcalá expandiéndose por el valle del Henares.
La Catedral de Sigüenza, el Renacimiento brillante
Aunque en la planta es un templo románico, y en el alzado una mezcla de iglesia y fortaleza góticas, el interior de la catedral seguntina es un clamor de Renacimiento puro.
Con muchos siglos a las espaldas, el templo mayor de la diócesis proclama el buen gusto de obispos, artistas, viajeros y ciudadanos que lentamente la fueron haciendo realidad.
Tiene en estos últimos años la suerte de haber sido mirada con buenos ojos desde el Ministerio de Cultura. Porque le están llegando ayudas sin pausa, para restaurar sus elementos más especiales. Fue primero su sacristía de las cabezas, luego la capilla del Doncel y su estatua universal. Y ahora lo ha sido el claustro de estética gótica y contundencia renacentista el que ha visto producirse su limpieza, consolidación, arreglo perfectos. El pasado verano, incluso, y con motivo del Cuarto Centenario del Greco, algunas salas de su claustro han recibido limpios ya los grandes tapices barrocos que regaló el Obispo don Andrés Bravo de Salamanca, y enn la capilla de la Concepción, otra joya del Renacimiento, se admira el cuadro de “La Encarnación de María” de El Greco.
Fue construido construido en los primeros años del siglo XVI, habiendo sido diseñado por Alonso de Vozmediano, y ejecutado por los maestros canteros Fernando y Pedro de las Quejigas, Juan de la Gureña y Juan de las Pozas. En cada una de sus galerías se abren siete ventanales, ojivales, y tanto éstos como las pequeñas puertas de acceso al patio central, se adornan con rejas platerescas debidas al maestro Usón. Un pozo central de sobrio estilo renaciente centra el umbrío jardín claustral. En los muros se abren diversas capillas y dependencias, entre las que quisiera destacar hoy la llamada “Capilla de la Concepción”, la major del claustro, sin duda, que ha sido también recientemente restaurada, recuperando dimensiones, belleza de bóvedas, asombro de pinturas murales, y presencia de las tribunas que escoltan su entrada y servían para que los obispos siguieran las ceremonias religiosas celebradas en su altar. Esta capilla es obra de 1509, con portada plateresca de pormenorizada ornamentación, y una bóveda de gran efecto, a base de nervaduras y claves secundarias, policromadas bellamente. Se cierra con una muy buena reja hecha por el maestro Usón, a comienzos del siglo XVI, y ahora luce las primitivas pinturas que muestran vistas de ciudades europeas. En su muro principal, “La Encarnación de María” de El Greco. Por la puerta del Jaspe, uno de los complejos protorrenacientes más antiguos de la catedral y de España, se pasa desde el claustro a la nave del Evangelio de la Catedral.
En el interior del templo, la Sacristía de las Cabezas o Sagrario Mayor, que ofrece la techumbre más asombrosa de los templos españoles, con sus más de trescientas cabezas talladas por Covarrubias, Vandoma y otros extraordinarios escultores del siglo XVI, es el elemento joya del templo. Tiene, incluso, detalle sin cuento, en cenefas, columnas y enjutas, de medallones, bustos y figuras que aún están por describir en su minuciosa esencia. E incluso en los muros de la sacristía se apoyan cajoneras y muebles que, tallados también en el siglo XVI en las más nobles maderas, muestran imágenes y escenas de la Biblia y de las mitologías que con ella se funden en la esencia más clara del Humanismo Renacentista. Una de ellas, que vemos junto a estas líneas, es la ofrenda del alma a los sentidos que la perfeccionan y alegran.
El convento de San Antonio en Mondéjar, el Renacimiento por los suelos
En Mondéjar está otro de los elementos más importantes del Renacimiento, no ya alcarreño, sino español todo. Fueron las ruinas que hoy quedan de su convento franciscano de San Antonio, las que se declararon como Monumento Nacional a comienzos del siglo XX, por reunir todos los caracteres del estilo renacentista.
Sin duda es importante, porque ese edificio conventual fue trazado por el arquitecto Lorenzo Vázquez, a finales del siglo XV, cuando volvió de su viaje por Italia, de la mano del conde de Tendilla, y aquí expresó lo mejor que vió en la península mediterránea: grutescos, lazos, ovas y escudos, con un tondo central sobre la puerta en que aparece la Virgen María y su Hijo tallados con delicadeza en la piedra dorada de la Alcarria.
Es una pena que hoy, todavía, estén las ruinas de San Antonio de Mondéjar en las condiciones en que están. Para quienes no salen, habitualmente, de las cuatro paredes de su pueblo, o de la provincia, aquello no tiene importancia alguna. Para quienes, aunque son pocos, se mueven por España mirando atentamente el patrimonio artístico de nuestra Patria, y se percatan de cómo cuidan por ahí sus templos, plazas, palacios y puentes, es inconcebible que todavía en el siglo XXI el monasterio de San Antonio de Mondéjar siga estando así: vallado en su totalidad, rodeado progresivamente de chalets y urbanizaciones, la hierba creciendo sin freno ante los venerables muros, y el abandono campando por sus cuatro esquinas.
No voy a insistir en el tema, que saco a relucir cada año por ver si a alguien se le mueve la conciencia y hace algo positivo por este monumento. Ahora es ya propiedad del Ayuntamiento mondejano, que sé que tiene intención de arreglarlo. Pero ya saben mis lectores que de buenas intenciones está empedrado el infierno…
La realidad es que la que fue iglesia que don Iñigo López de Mendoza mandó diseñar y erigir al genial Vázquez de Segovia, sigue manteniéndose en pie de verdadero milagro, aunque en todos los libros que hablan del Renacimiento europeo, se la represente como modelo, adelantada y genial destreza del arte de la arquitectura.
Un libro contundente
El libro que yo mismo firmo y que se titula “El Renacimiento en Guadalajara” está impreso, a todo color con cientos de imágenes, en tamaño gran folio, y en sus 256 páginas se reunen informaciones referidas a los conceptos, los presupuestos filosóficos del Renacimiento, la historia en nuestros lares, el patrimonio monumental que aún nos queda, y los mil y un detalles perdidos por pueblos y aldeas (además de los mencionados en este artículo) que significan claramente el siglo de alegrías y bellezas en el que surgió esta idea, en la que aún queremos seguir viviendo, a pesar de los malos tragos.