En el centenario de Avelino Antón

viernes, 7 noviembre 2014 0 Por Herrera Casado

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Anteayer miércoles 5 de Noviembre se ha cumplido el Centenario de uno de nuestros más queridos y entusiastas escritores de Guadalajara, y de este periódico, [la] “Nueva Alcarria” en concreto. Ese aniversario, redondo y magno, que hubiera sido feliz con él en vida, se hizo imposible tres semanas antes, el 13 de octubre, en que nuestro admirado amigo murió, en las puertas de lo que muy pocos alcanzan, lúcidamente: el centenario de su nacimiento.

No ha podido ser, cantarle el “Centenario feliz”, pero al menos sabemos que se ha ido con la conciencia tranquila de haber servido a su comunidad, a sus paisanos, durante años y años de recto convivir, y aún de disfrutar en las tareas con las que pasó sus días, que fueron exactamente 32.500, repartidos entre la villa de El Casar, donde nació, la ciudad de Asturias, y esta Guadalajara en la que quedó para siempre, y donde ha muerto y ha sido sepultado.

Como de vez en cuando aparecen por aquí las memorias de quienes hicieron algo perdurable por su tierra, en esta ocasión no quiero que pase desapercibido este centenario, aún a cuenta de juntarse en el tiempo la despedida y la celebración.

Avelino Antón ha sido conocido por muchos guadalajareños, porque ha estado en esa avanzadilla de la sociedad que es la enseñanza. También en el periodismo. Ha estado mucho tiempo en primera fila, más de lo que una carrera política, por apegada que sea a la reincidencia, puede permitirse. Incluso en política estuvo, pero poco tiempo, en el anterior régimen, de concejal. Haciendo lo único que él sabía: ayudar a sus vecinos. De Avelino Antón podría decir ahora muchas cosas, porque le admiré y él me admitió entre sus amigos. Pero de lo que estoy seguro es que deja un buen sabor de gusto en esta ciudad que no es propensa a llevarse pasteles a la boca, ni en este ni en ninguno de sus tiempos anteriores.

Nacido en un pueblo de la Campiña, en El Casar [de Talamanca entonces], el 5 de noviembre de 1914. Con apellidos muy de allí (el Antón y el Auñón forman parte del acervo secular de aquel viejo casar que heredó nombre de los árabes y estuvo siempre avizorando el valle ancho y riente del Tajuña.

Muy joven aún pasó a vivir, y a estudiar, en Oviedo, donde su padre ejerció de ordenanza en un instituto. Al trasladarle a Guadalajara, a ese mismo puesto de ordenanza, en el de Enseñanza Media que aún ni siquiera se llamaba de Brianda de Mendoza, la familia quedó de por vida en esta ciudad, viviendo primero frente al Hotel España, y luego tras la Guerra en las casas de la hoy calle de Cifuentes, frente a lo que entonces era el Campo de Fútbol del Productor.

Cursó la carrera de maestro en la Escuela Normal y empezó enseguida su carrera de enseñante, que duró 49 años. Llegó a ser maestro y director en el Colegio Cardenal Mendoza, lo que entonces se conocía como “El Banco” y luego pasó a la Escuela de Maestría, cuando se abrieron las enseñanzas “laborales”, jubilándose allí, cuando el centro se titulaba Instituto Politécnico. De cualquier modo, -porque los nombres no marcan a las cosas-, Avelino Antón fue siempre un docente apasionado, dedicado, consciente de que tenía entre manos la formación de sus alumnos, la enseñanza en su más amplio sentido. Y de ahí que ahora, al morir, y al recordar el centenario de su nacimiento, muchos alcarreños que le conocieron, ya talludos le mentan como “su profesor”, un hombre que les mostró caminos y por eso no pueden olvidarle.

De su intenso trabajo, cabe recordar cómo daba clases particulares a los alumnos del Instituto y hacía aparatos de radio y televisión en un pequeño taller de electrónica, en el que además reparaba los estropeados. Es afición ya le venía de cuando, poco después de la Guerra Civil, trabajó en el estudio de Tomás Camarillo, donde hacía las facturas y era su conductor.

Al jubilarse, se enroló en las clases de la Universidad para Mayores que organizó la Universidad de Alcalá aquí en Guadalajara, y al diplomarse en Humanidades fue sin duda el más veterano de los que recogió el título, con más de 90 años a las espaldas. Por entonces, y aún más recientemente, aprovechaba los sábados por la mañana para irse a Madrid, él solo, en el tren, y visitar las exposiciones culturales de la capital de España. De todo sabía, todo le interesaba, a todo llegaba a través de los dos ordenadores que tenía en su despacho, uno para escribir, otro para recibir información por Internet, disfrutar de películas, editar sus fotos… ¡como un chaval!

De su paso por el Instituto recordaba a diversas personalidades, que fueron amigos suyos: a Buero Vallejo, entre ellos. Viajó mucho, y entre otras cosas dedicó mucho tiempo y energías a presidir la Asociación Provincial de Enfermos de Diabetes, procurando que la atención a estos pacientes fuera perfecta, dándoles cursos, información y facilidades para cuidarse, como él mismo hacía.

Su trabajo fue recompensado con diferentes premios como la Cruz de Alfonso X el Sabio al Mérito Docente (que es Cruz que se da a muchos maestros, y maestras, pero no a todos…), la Cruz del Servicio Español de Magisterio al Mérito Docente, fue secretario provincial y luego socio de honor de Unicef, premio especial de la Asociación de la Prensa de Guadalajara y Popular Especial de Nueva Alcarria en el año 2002. Pocas cosas para lo que él hubiera merecido. Pero Avelino Antón, educado y ceremonioso, rayano en la perfección del comportamiento social, sabía que esas son medallas que uno arrastra, antes o después a la tumba. O ni siquiera allí, porque se quedan guardadas en algún cajón despistado del que sus hijos o nietos lo sacarán más adelante con sorpresa, y entre algunas lágrimas. Antón sabía que el mejor premio es siempre el afecto de los demás, y la mejor herencia, el recuerdo afectuoso de quienes le conocieron.

Empezó a manejarse en el periodismo poco después que se creara Nueva Alcarria, del que conmemoramos el pasado mes sus 75 años de vida. Él inició sus colaboraciones de la mano de su amigo, docente como él y entonces director de “Nueva Alcarria”, Antonio Delgado, que le pidió que escribiese alguna colaboración para el periódico.  A partir de entonces, se dedicó a realizar reportajes sobre la ciudad, encargándose de las secciones cultural y religiosa, durante los años difíciles de la Dictadura.

Durante muchos años se encargó de la sección “Vida Local”, en la que incluía los natalicios, matrimonios y defunciones que recogía puntualmente de los diferentes registros., y que sin duda eran de las páginas más leídas de un periódico, con las características de hondo localismo que tenía el nuestro. Más adelante, muy aficionado a la fotografía, mejorando siempre las máquinas que portaba y manejaba a la perfección, se encargó de hacer las fotografías para ilustrar el semanario.

Hubo una época en la que Avelino Antón se dedicó a hacer amplios reportajes sobre las empresas, industrias y desarrollos comerciales que se estaban implantando en Guadalajara, en los años del desarrollismo, cuando la ciudad multiplicó por tres su población, se levantaron los polígonos residenciales del Balconcillo, y se abrieron y llenaron de actividad los polígonos industriales del Henares y Balconcillo. Con esos reportajes, la Cámara de Comercio en su centenario le concedió un Premio (de 100.000 pesetas!) y se publicó un libro que reflejaba esa actividad a través de los artículos publicados previamente en “Nueva Alcarria”. Lo tituló “Guadalajara, provincia industrial”. Eran tiempos de optimismo, sin duda.

Un hecho sencillo le retrata bien: tanto amaba a su tierra, que guardaba los periódicos de la misma, y los encuadernaba. De tal modo, que llegó a tener una colección de “Nueva Alcarria” aún más completa que la de la propia editorial. Y fue tan magnánimo, que en 1996, donó su querida colección, su tesoro, a la Diputación Provincial, para que se guardara en la Biblioteca de Investigadores de la Provincia, y sirviera de ayuda a los historiadores y curiosos que necesitaran leerla. Hay una fotografía que acompaña estas líneas en la que se ve al maestro Antón, entregando esta colección a la diputada de Cultural, Carmen Plaza Castro, y al jefe de los servicios culturales, Plácido Ballesteros San José.

En el recentísimo libro que nuestro periódico ha publicado con motivo del 75 aniversario de su existencia, Avelino Antón ha publicado su último artículo en el en el que hace repaso de su vida y vinculación al periódico. En él recuerda cómo conoció el semanario desde sus orígenes “cuando se hacía en la imprenta letra a letra, tipo a tipo” y su relación con las diferentes personas que han marcado su historia. Esa historia del periódico que ha vivido a través de la suya Avelino Antón, casado que fue con María Ávila Carrasco, padre de ocho hijos, abuelo de once nietos y bisabuelo de cinco biznietos.

Todos cuantos le hemos conocido, todos cuantos han escrito ahora de él, por su muerte y centenario parejos, coinciden en una cosa, y no es cuestión de repetirse: que fue un hombre bueno, un hombre trabajador, un ciudadano ejemplar, y que aun sabiendo que la vida tiene un límite, vidas como la de Avelino Antón deberían prolongarse durante muchos más años, durante siglos, como ejemplo permanente de lo que el ser humano debe ser. Un largo aplauso aquí, y un emocionado recuerdo.

La obra escrita de Avelino Antón

El libro que publicó Avelino Antón en 1991 constaba de 190 páginas en las que tienen acogida la información escrita y fotográfica sobre 80 empresas de nuestra provincia, entre las que aparecen algunas tan grandes como la Centro de Trillo, o tan entrañables como el Taller de Peletería de Eusebio Martínez de Almoguera; y desde la magna obra de Juan Santos con sus Transportes Internacionales a la fábrica de hielo y gaseosas “La Industrial”. Su título es “Guadalajara, provincia industrial” y aparecía impreso en Gráficas Nueva Alcarria (otra de las empresas estudiadas) con prólogos de Adrián Piera, Ramón Silgo y una introducción del propio Avelino Antón. Una obra, en definitiva, que marcaba el pulso de Guadalajara en 1991, cuando alcanzaba sus días de mayor dinamismo industrial y social. Desde entonces, poco a poco, todo ha ido viniendo a menos.