La Virgen de la Antigua de Utande

viernes, 13 junio 2014 2 Por Herrera Casado

La Virgen de la Antigua, de Utande, es una talla en madera del siglo XIII.

De muchas maneras podría llamarse, porque es nueva. Acaba de aparecer, oculta en un muro desde hace siglos, una talla espléndida de una Virgen románica, en la iglesia de Utande. Por casualidad descubierta, proponen para ella numerosos nombres: la Antigua, la Virgen de los Salvas, la Bien Aparecida… cualquiera vale, porque es nueva, recién llegada a nuestras manos.

Es una suerte que la casualidad nos depare el hallazgo de una nueva joya artística. Objeto de devoción para unos, y pieza patrimonial para otros: la nueva Virgen románica que acaban de encontrar (empotrada en un muro de su iglesia) en Utande, es sin duda una pieza que avalora el patrimonio artístico provincial, no excesivamente sobrado de este tipo de elementos.

Gracias a la amabilidad de su cura párroco, don Francisco Monje; de su alcalde, don Miguel López Ortega, y de los alarifes que la hallaron, -los Salvas cariñosamente apodados-, he podido contemplar y estudiar, en primicia, esta joya nueva, esta pieza extraordinaria del arte medieval.

Se trata de una talla sobre madera de la Virgen María. Su estructura general, los detalles de su construcción y tratamiento, las formas y colores, nos hacen pensar en una época muy concreta para su creación, el siglo XIII en sus finales. Una época, además, en la que la efervescencia creativa en la Alcarria alcanza sus mayores niveles. De esa época son las más importantes iglesias románicas que nos quedan hoy, los capiteles, las galerías, incluso algunas escasas pinturas.

Estudio formal

Esta virgen románica de Utande mide de altura 60 cms. Aparece en posición sentada, recubierta de un amplio manto que se cubre de túnica. Del borde superior de esta surge la cabeza de María, que se toca con un paño completo que solamente deja al descubierto el rostro. De la túnica emergen las manos, la izquierda muy tosca, y servía para sujetar al Niño Jesús, hoy desaparecido. La derecha más fina, de largos y finos dedos, que sostienen una pequeña bola, simbolizando el Mundo. Debajo de la túnica aparecen los pies, cubiertos por chapines negros.

La figura, sedente, reposa sobre una peana circular, tallada en el mismo bloque, y se escolta por los extremos del asiento, que ofrecen un aspecto de sillón tallado con lóbulos en sus bordes. Como solía ocurrir en estas piezas, el bloque de madera fue aligerado en origen excavando gran parte de la masa para hacer menos pesada a la figura y evitar resquebrajaduras.

El tratamiento de la pintura de la talla es muy clásico, propio del Medievo. Sobre la madera se aplicaría una finísima capa de cola o resina para adherir una gasa, también muy fina, impregnada de escayola, que una vez compactada, servía como vehículo para pintar y decorar la imagen.

Esa decoración la vemos hoy bastante deteriorada en las partes que representan la vestimenta. Era esta de tonos pálidos, blancos o cremas, y sobre ello iban salpicando unas rosetas o estrellas de color rojo fuerte. Además, en los bordes de la túnica quedan manchas densas y amplias de color rojo, mientras que la parte superior del manto, correspondiente al pecho, lleva algunas finas líneas y zonas densas decoradas en azul. Esa combinación de colores, el rojo y azul sobre el blanco, ha sido tradicionalmente, secularmente, adoptado para revestir a la Virgen María, representando con ellos la pureza y la original virginidad.

Sobre el manto y cubriendo la cabeza, esta figura presenta una corona, tallada también sobre la misma madera, de forma continuada. Es corona achatada, a la que falta por golpe la parte frontal. Esta disposición apunta con mayor fuerza a la fecha que la he asignado originalmente.

Lo mejor de la pieza es, sin duda, el rostro. Porque aparece muy limpiamente decorado, con pintura original realizada con materiales de calidad que han permitido que se mantuvieran de vivo color sobre la capa de gasa y escayola. La piel de color crema deja aparecer los rosetones cárnicos de las mejillas. La boca es fina y los labios bien marcados, así como las cejas bien delineadas de color marrón oscuro. Y los ojos, abiertos, muy expresivos, con el iris verdoso, la pupila oscura y el globo blanco, marcado el perfil de todo ello con una línea negra sutil.

Tras la talla, y como tapando el hueco excavado en la masa de madera, hay una tabla más moderna, enyesada, y con unos restos de pintura que parece recordar, vistos de lejos y con la mirada entrecerrada, la cruz de Santo Domingo, expresando con ellos que fueron dominicos quienes la trajeron, la guardaron o la mantuvieron en devoción secular.

Los parecidos

Son millares los ejemplos de vírgenes talladas en madera que el arte de los pasados siglos, especialmente los medievales, nos han dejado. Como para comparar con unas y con otras… tarea interminable, y siempre llevada al rincón de las personales preferencias, de las opiniones individuales. Me pongo delante de un catálogo de vírgenes europeas, y sin duda la de Utande se parece a las españolas. Es lógico. Me pongo otra vez ante el catálogo de las vírgenes españolas, y la de Utande se parece a las navarras. También lógico ¿Por qué? Porque el Badiel era el “Camino de Navarra”, que llevaba desde el valle del Tajo al del Ebro, a través del Henares primero, y luego por el Badiel, los altos del Ducado y el Jalón, hacia el Ebro. De hecho, el monasterio de Sopetrán (benedictinos) y el de Valfermoso [de las Monjas] (benedictinas) están a escasos kilómetros el uno del otro, y en ese mismo valle y “camino de Navarra” que finalmente daría en Leyre, la gran abadía benedictina prepirenaica, lugar de enterramiento de los primitivos monarcas navarros, aunque antes tenía que pasar por Ujué, por Irache y por Sangüesa… lugares que son depositarios de tan hermosas interpretaciones escultóricas de la Virgen.

A primera vista, la de Utande se parece bastante a las vírgenes de Lazaeta, Barañain y Celigüeta, todas navarras, conservadas en el Museo de la Catedral de Pamplona, y realizadas en el siglo XIII. También guarda cierto parecido (por su actitud, la corona sólida, la frontalidad y la dulzura de sus facciones) con las vírgenes leonesas de San Miguel de Escalada y la que se conserva en la catedral de Astorga. Con las vírgenes catalanas hay ya más diferencias, y no digamos con la de Montserrat, a la que no se parece ni por asomo.

La talla de la “Virgen de la Antigua” de Utande es una pieza asombrosa, que me atrevo a fechar en el siglo XIII, en sus finales. Es el momento en que por los alrededores se están construyendo complejos iconográficos tan grandilocuentes como la portada de Santiago en la iglesia parroquial de Cifuentes, y el complejo teológico de la portada sur del templo de Santa María del Rey en Atienza. En la diócesis de Sigüenza es don Andrés el Obispo que la dirige, promotor de renovaciones escultóricas en su catedral, y la efervescencia constructiva y artística en la Alcarria es de todo punto activa, muy movida.

Para quien quiera hacer un repaso por la imaginería medieval de la Virgen María, le será muy fácil identificar este tipo de talla con la de Sedes Sapientiae que supone representar a la Virgen como un sillón, ella misma, para albergar a Jesús, al Salvador, quien por su pequeña edad cede a su Madre el privilegio de sostener en la otra mano la bola del mundo, y otras veces la azucena símbolo de su virginidad. Esta de Utande es una típica talla románica, y que, resumiendo, insisto: es de la segunda mitad del siglo XIII, de tipología navarra, imagen devocional popular y simbólica de un mensaje teológico más profundo.

Evolución

Queda ahora una cuestión, que aunque secundaria, no deja de tener su interés añadido. Es la pregunta que todos se han hecho desde que el 25 de marzo de 2014 Salvador Tabernero y su hijo, casualmente, descubrieran esta talla de la Virgen al derribar el muro de argamasa que lo cerraba, sin dar idea previa de que allí hubiera algo escondido. ¿Desde cuando está encerrada la imagen en su albergue emparedado? ¿Quién la puso allí? Y ¿por qué?

El hecho de que nadie en el pueblo recuerde haberla visto antes nos hace suponer que en los últimos cien años ha estado allí guardada. En la Guerra Civil, en los duros momentos de la segunda mitad del mes de julio y en agosto, de 1936, diversas personas del mismo pueblo se dedicaron a destrozar y quemar las figuras religiosas de la iglesia de Utande. Nada quedó de lo que previamente había. Nadie ha contado nunca que alguien corriera a salvar esta talla y emparedarla. Nadie recuerda haber habido devoción por esta imagen, ni nadie conocía su advocación. Debió de esconderse antes ¿En la Guerra de la Independencia, a comienzos del siglo XIX? Incluso antes, ¿en la Guerra de Sucesión, en 1711, cuando las tropas austracistas del pretendiente Carlos de Austria asolaron los pueblos del Henares, del Badiel y del Tajuña, en su huída hacia el Norte? Ya es difícil saberlo, porque ningún documento escrito ha quedado de ello.

Aunque el párroco actual, Francisco Monge, opina incluso que pudiera haberse emparedado esta imagen cuando a mediados del siglo XVII se hizo la gran reforma y ampliación de la iglesia parroquial (en sus orígenes románica, de una sola nave, pero ampliada en el XVII), es difícil creerlo, porque a pesar de que se conocen casos en que así se hizo, pero las imágenes a las que se tenía devoción se vestían, pero no se emparedaban. Yo apuesto porque fuera en 1711 aproximadamente cuando se ocultó, y se hizo ante la evidente amenaza de una acción bélica en la que corría peligro, más de robo que de destrucción.

Pero lo que más nos importa es que Guadalajara ha recuperado para su patrimonio artístico una espléndida escultura, obra medieval, románica más concretamente, que merecerá mucha atención: de una parte, sometida a una concienzuda y profesional restauración. De otra, a su cuidado exquisito, que pienso que en estos momentos corresponde a un Museo, y como es lógico, pues la propiedad de la talla es de la Iglesia Católica, al Diocesano de Sigüenza, donde pasaría a ser una de las más singulares, si no la más, de cuantas piezas similares allí se muestran.