Monsalud abre de nuevo sus puertas

viernes, 21 marzo 2014 0 Por Herrera Casado

La sala capitular del monasterio cisterciense de Monsalud, completamente recuperada.

En esta primavera del 2014 que ahora se inicia, acaba de abrir sus puertas a las visitas y la admiración de todos el monasterio cisterciense de Monsalud. Bueno, mejor dicho, lo que queda de ese monasterio, porque en su mayor parte son ruinas, aunque ahora bastante bien tratadas, consolidadas, limpias… un gozo es pasear por las alas de su claustro, ahondar el misterio de su sala capitular, levantar los ojos hacia las altas bóvedas de su templo románico. Merece visitarlo, y pronto.

La historia de Monsalud

Monsalud en Córcoles fue uno de los más importantes monasterios cistercienses de toda Castilla. Su origen se sitúa en el siglo XII, aunque se hace difícil concretar el momento exacto de su fundación. Aunque hoy vemos su solemne esqueleto asentando junto al arroyo que desde las alturas alcarreñas de Casasana baja hasta el valle del Guadiela, parece que su primitiva fundación tuvo lugar algo más al norte, concretamente en la orilla derecha del río Tajo, en el término de Auñón, en la heredad de Villafranca donde hoy se levanta la ermita de Nuestra Señora del Madroñal, más o menos. Eso fue en 1138, y se debió dicha fundación al propio rey de Castilla, Alfonso VII, quien con sus reales manos, según nos dice el historiador del cenobio -el padre Cartes-, puso la primera piedra del mismo.

Pero enseguida, en 1140, la fundación se trasladará al término de Córcoles, donde hoy la vemos. Cedió terrenos para ello don Juan de Treves, un poderoso canónigo de la catedral toledana, afecto al rey, y que tenía ya por entonces el título de arcediano de Huete. Desde ese momento, y con un grupo de frailes cistercienses venidos de la abadía de Scala Dei, fue levantándose Monsalud, que venía a ocupar, de todos modos, el lugar en el que asentaba una ermita muy venerada, dicen que en honor de la Virgen, pero que sin duda arrastraba anteriores cultos sanatorios de remoto origen pagano.

En 1167, este Juan de Treves amplió su donación, entregando a la comunidad cisterciense de Monsalud la posesión total y el señorío completo de la aldea de Córcoles. Enseguida, el propio rey Alfonso VIII confirmaría esa donación, y él mismo, en 1169, señalaría los límites de su dominio abacial. Dice la tradición que el monarca castellano, tras haber reconquistado en 1177 la ciudad de Cuenca, acudió a Monsalud, implorando a la Virgen remedio pues venía fatigado de graves tristezas y dolencias de corazón: solo con ser ungido con el aceite de sus lámparas desaparecieron esos problemas, y así se convirtió este milagro sobre el rey, en el primero de los que a lo largo de los siglos se sucedieron en este lugar.

Larga, muy larga es la historia de este monasterio, pues tuvo vida desde mediados del siglo XII a mediados del XIX. Y en siete siglos pasan muchas cosas. No es este lugar para contarlas, al menos por menudo. Yo las conté, tranquila y ampliamente, en un libro titulado “Monasterios y Conventos de la provincia de Guadalajara. Apuntes para su historia”, que la Diputación Provincial me editó en 1974. Desde entonces, hace ya cuarenta años, muchos otros han escrito sobre Monsalud, incluso han elucubrado sobre fechas de fundación, pero no hay que darle vueltas, están muy claras. Yo las encontré en los documentos originales, que se conservan en el Archivo Histórico Nacional, sección de Conventos Suprimidos. Un estudio de Jorge Díaz Ibáñez, publicado en la Revista “Cistercivm” nº 201, de 1995, páginas 357-469,  viene a ampliar levemente lo ya dicho con anterioridad,  y poco antes Concepción Abad Castro, en 1990, en el Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte, de la UAM, II:47-50, del año 1990, viene también a describir historia y arte del edificio, en esta ocasión con más amplitud, aunque sin llegar a la que despliega Andrés Pérez Arribas, en sus dos ediciones, la segunda muy ampliada con respecto a la primera, de su obra “El Monasterio de Monsalud en Córcoles” (1978 y 1998, respectivamente).

Quien sí ha aportado alguna novedad, tras tantos años, ha sido recientemente el profesor Javier de Santiago Fernández, quien ha publicado en 2012, en la revista “Hispania Sacra” nº 64, págs. 67-96, un trabajo titulado “Comunicación publicitaria en el monasterio cisterciense de Nuestra Señora de Monsalud, en Córcoles (Guadalajara)”, y en el que aporta, fundamentalmente, noticia y transcripción de las inscripciones epigráficas que se conservan, discute la que mencionó el padre Cartes en el siglo XVIII, ya desaparecida pero posiblemente falsa, y nos entrega el texto de la más difícil, la gran placa inserta en el muro del fondo de la capilla del evangelio de la cabecera monasterial, y que concluye en que además de ser la única inscripción medieval existente en toda la provincia alusiva a la ceremonia litúrgica de la consagración de un espacio, es una “Consecratio” que conmemora la consagración de un altar en esa capilla, en el año 1282, dedicado a Santa María [de Algra], Señor San Miguel, y [Santa Bnia], conteniendo las reliquias de otros mártires. El trabajo del profesor Santiago Fernández es realmente plausible, por la dificultad que supone leer un documento epigráfico tan complejo.

El arte de Monsalud

Pero al viajero que hoy se acerca a las ruinas visitables ya de Monsalud, estas disquisiciones posiblemente le traigan sin cuidado. Va a admirar, y a disfrutar con ello, un gran edificio que permanece en pie desde la remota Edad Media. Enorme, hermoso, solemne, con detalles estupendos del románico primitivo, y con sus añadidos renacentistas y aún barrocos de largos siglos posteriores de evolución.

Hace unos días que me acerqué, después de muchos años, a este recinto que fue sagrado y hoy es monumental. Vacío desde 1835, por la Desamortización, y declarado Monumento Nacional en 1931, fue hundiéndose abandonado de todos hasta que en los años finales del siglo XX, y tras insistir en la necesidad de su consolidación, gracias a un Taller Escuela se detuvo su imparable derrumbe. Consiguió después una restauración, a partir de 2006, y la continuación hasta 2011, siempre a cargo del plan del 1% cultural, abriéndose al público en ese año, pero cerrándose después. En estos primeros días de marzo de 2014 ha vuelto a abrir, a cargo su mantenimiento y cuidado de una empresa que viene, con toda su ilusión, a hacerse cargo de mantener vivas y cuidadas estas ruinas. Felicito a los entusiastas promotores (Javier y Daniel) que se han dado a cuidar de Monsalud y de la cercana Ercávica, y les deseo mucha suerte en esta singladura.

Para quien vaya hasta allí, cualquier día de viernes, sábado o domingo, mañana y tarde, será toda una sorpresa encontrarse con los enormes edificios que nos hablan directamente desde la historia más remota.

El conjunto monasterial de Monsalud es, sin duda, y a pesar del consolidado estado ruinoso en que se encuentra, el más completo y espectacular de los monasterios medievales de la tierra alcarreña. Pueden admirarse hoy en día todas las estructuras arquitectónicas que le componían, y que le hacen paradigmático de un modo de vida monacal ya hundido en el recuerdo.

El conjunto se encuentra rodeado de una amplia cerca de piedra, con algunos garitones esquineros. Circuía el recinto monasterial y su huerta. La primera de las edificaciones que nos encontramos al llegar es la portería, monumental capilla construida en el siglo XVII con un  frontis que lo remata, en el que aparecen talladas en la piedra caliza las figuras de San Benito y San Bernardo, escoltando otra hornacina vacía, y teniendo por superior adorno un frontón triangular en el que aparece el Padre Eterno.

La iglesia se sitúa al sur del claustro, justo al contrario de lo habitual en los monasterios medievales. Es curioso constatar cómo la planta de este cenobio alcarreño parece un reflejo especular de las habituales plantas monasteriales. Quizás se construyó así para aprovechar la forma del terreno. El caso es que la iglesia, majestuosa todavía a pesar de su fragmentaria conservación, ofrece el aspecto contundente de la arquitectura románica de transición, modulada por las ideas estéticas del Císter. Su construcción es de finales del siglo XII ó comienzos del XIII, aunque la inicial estructura románica, que se retrata en las cubiertas abovedadas de los ábsides, se levantó luego en las naves y en el ábside central, quedando en unas proporciones esbeltas y airosas. Tiene el templo tres naves, más alta la central, con dos tramos cada una, y una amplio crucero, rematando en cabecera con tres ábsides, estructura clásica de los templos monasteriales masculinos, en los que debían aprovechar al menos tres monjes a decir la misa al mismo tiempo.

Muros de fuerte sillería, pilastras sobre las que apoyan las bóvedas de crucería, crucero cubierto de lo mismo, y ábsides que ofrecen parte anterior de planta cuadrada, y posterior de limpio trazado semicircular, con ventanales estrechos y alargados. Al exterior se comprueba que los ábsides están en dos niveles, más alto el central, apoyados sus tejados en cornisa formada por múltiples modillones de roleos.

La portada de acceso al templo se coloca en su muro de poniente. Es de arco rebajado, con decoración de bolas, propia de finales del XV o incluso posterior. Desde la huerta se accedía al templo por otra puerta abierta en el muro sur del crucero. Esta es una bella portada de pleno sabor románico, con profunda bocina en la que caben varios arcos semicirculares adornados de baquetones simples y apoyados en capiteles de decoración vegetal.

En el límite entre nervaturas de las bóvedas y columnas adosadas a los pilares y muros del templo, aparece una amplia colección de capiteles románicos, en los que toda la decoración se hace a base de elementos vegetales y geométricos, muy bellos, muy de sabor cisterciense.

Desde el brazo norte del crucero se sale de la iglesia hacia un pasadizo que lleva, en dirección este, a la sacristía, y en dirección oeste, al claustro. Aquí se conservan tres de sus pandas cubiertas, concretamente las del norte, oeste y sur, y aunque fue construido en la segunda mitad del siglo XVI, ofrece una estructura de pleno sabor gótico. Fuertes machones sujetan al exterior las bóvedas de complicadas formas estrelladas.

Sobre el costado oriental de este claustro se abre la gran Sala Capitular, uno de los espacios más bellos y evocadores de Monsalud. Se abre a lo que sería corredor claustral (hoy al patio directamente) a través de un alto arco apuntado, y se escolta de dos ventanales del mismo estilo, en cuyos basamentos se ven los huecos de los enterramientos de dos maestres calatravos. El interior es un espacio de dos naves divididas en tres tramos, por medio de dos columnas centrales a partir de las cuales, y desde sus grandes capiteles de tema vegetal, se alzan las bóvedas de complicada crucería. Hacia el norte se prolonga el monasterio con estancias diversas: el refectorio, la celda abacial, y en un segundo piso, sobre la sala capitular, el dormitorio de novicios, desde el que se abría una puerta que viene a dar en un coro sobre el brazo norte del crucero. Hoy estas dependencias en piso superior no son visitables.

Aún debe contemplarse la portada principal del cenobio, en estilo renacentista, muy bien recuperada, rematada con el escudo heráldico de la Congregación Cisterciense de Castilla. A través de esa puerta, y cruzando un zaguán de bella bóveda estrellada, se pasaba a las laterales dependencias de la Hospedería, o de frente se entraba al claustro.

Mucho más podría decirse de este edificio, de este conjunto solemne y evocador. De los detalles que le pueblan (puertas, escudos, fechas, pechinas) de los volúmenes que le constituyen y avaloran, o de la historia minuciosa de monjes, milagros y peregrinaciones. Para entrar en esos detalles ya están los libros. Pero para entrar en contacto con tanta maravilla, asombrarse de sus formas, y formar parte del batallón de quienes defienden el patrimonio monumental de la Alcarria, con una visita detenida cualquier día de un fin de semana primaveral, será suficiente. Hacerlo, eso sí, cuanto antes…