Retrato del sepulcro de Mayor Guillén de Guzmán

viernes, 17 enero 2014 0 Por Herrera Casado

El documento del contrato para realizar el enterramiento de doña Mayor Guillén de Guzmán. Se conserva en la Hispanic Society of America

En días pasados, ha publicado la Revista eHumanista, en las páginas 300-320 del volumen 24 (año 2013) de la Universidad de Berkley en California, un interesante artículo firmado por David Arbesú, que bajo el título “Alfonso X el Sabio, Beatriz de Portugal y el sepulcro de doña Mayor Guillén de Guzmán” nos refiere la peripecia de algunos manuscritos del viejo monasterio de Clarisas de Alcocer y, sobre todo, la descripción del monumento funerario de su fundadora, doña Mayor Guillén de Guzmán, perdido en 1936 pero ahora hallado en la memoria escrita de un contrato firmado en el siglo XIII. Una peripecia que merece ser glosada.

En Alcocer hoy no encuentra el turista mucho más que un muro solemne y una fachada antigua surmontada de un ventanal gotizante como recuerdo de lo que fue, desde el siglo XVI, convento de monjas Clarisas. Esas monjas que antes habían vivido, desde la Edad Media, en el término de San Miguel, en un altozano a la orilla derecha del río Guadiela. Y que habían sido fundadas por una mujer prototipo de la Edad Media castellana, doña Mayor Guillén de Guzmán, de la que hoy corre más contenido legendario que real por los libros y las epopeyas. De ella y de su tumba vamos a saber hoy algo más.

La vida de doña Mayor Guillén

Aunque apagada por la distancia insalvable de los siglos, sabemos que doña Mayor Guillén de Guzmán perteneció a la nobleza castellana, pues había nacido (en torno al año 1210) de la estirpe de los Guzmanes, siendo hija de Nuño Guillén de Guzmán y de María González, así como tía del famoso “Guzmán el Bueno”. Frecuentó la corte del rey Fernando III, en la cual surgió como una estrella ante los ojos del heredero adolescente, Alfonso, quien se enamoró perdidamente de ella, posiblemente para toda la vida. Sin casar todavía, tuvieron una hija, Beatriz, que por entrar en los cálculos de la diplomacia peninsular acabó siendo reina de Portugal, y madre de reyes.

Pero cuando Alfonso, reinante ya como Alfonso X el Sabio, alcanzó el trono, la corte impuso su matrimonio con doña Violante de Aragón, que no llegó a oficializarse hasta que la novia alcanzó la mayoría de edad legal, en diciembre de 1246. El rey de Castilla, uno de los más excelentes de la lista de nuestros monarcas, llegó a tener numerosos hijos, unos habidos en y otros fuera de matrimonio. Se dice que con doña Mayor Guillén de Guzmán llegó a tener tres. Además de doña Beatriz [de Portugal] fueron hijos suyos los infantes Urraca y Martín Alfonso, según del Arco y Garay. A todos los tuvo antes de casarse.

Pero al entrar de lleno en sus obligaciones y protocolos como rey, al amor de su vida la hubo de dejar, aunque bien dotada: la hizo señora de Cifuentes, de Alcocer y de numerosas poblaciones en la Alcarria que ya entonces se llamaba “del Infantado”.

Retirada en sus posesiones de la Alcarria, junto a sus hijos, doña Mayor se dedicó a construir edificios que sirvieran al culto de la religión y a dejar su nombre en fundaciones. Dos de esos edificios nos han llegado: uno a la memoria y otro a la realidad vista. El primero de ellos fue el convento de monjas de Santa Clara que fundó, (era el año 1260) en San Miguel del Monte, junto a Alcocer, del que nada queda. Otro, la iglesia parroquial de Cifuentes, dedicada al Salvador, y de la que queda, de aquel siglo XIII, la portada de ingreso orientada al poniente, la puerta de Santiago, en la que algunos hemos querido ver incluso tallada su figura.

El enterramiento de doña Mayor Guillén de Guzmán

En el convento de las Clarisas de Alcocer se enterró doña Mayor Guillén a su muerte, ocurrida en torno a 1275. Poco después de ocurrir esta, su hija Beatriz trató con uno de los artistas punteros de la época para que realizara ese enterramiento, propio de la madre de una reina, de una mujer encumbrada y por muchos motivos destacada.

El gran hallazgo del profesor David Arbesú ha sido ese documento en el que se estipulaba la realización de la tumba, su forma, sus detalles, su precio, su calendario… de ese documento se pueden extraer estos datos, en el lenguaje comprensible de hoy en día. No está nada mal, conocer con tanto detalle cómo fue hecha este monumental conjunto, del que nada ha quedado, pues en 1936 desapareció de Alcocer y ya nunca ni nadie ha vuelto a saber nada de él.

Conviene adelantar que en el siglo XIII se impuso el modelo de sarcófago romano decorado en los cuatro costados sostenido por pequeños leones que actúan como “patas” del sepulcro, aunque ya muestran su solemne sentido iconológico que pregona la Fe del muerto en la Resurrección.

Gracias al contrato publicado por el profesor Arbesú, podemos describir cómo era, majestuoso, elegante, impresionante a quien lo contemplara, el enterramiento de doña Mayor Guillén de Guzmán. Lástima que solamente pudieran contemplarlo, -y así ocurrió durante seis siglos y medio- las monjas que residían en la clausura del convento de clarisas de Alcocer.

Un de las cosas que más sorprenden es que el sarcófago estaba arropado por un gran tabernáculo  que aparecía decorado con una escena de la crucifixión en la que aparecían San Juan y la Virgen María junto con dos ángeles. El aspecto sería similar al sepulcro románico  que hoy se ve en la iglesia de Santa María Magdalena (Zamora), y que reproduzco junto a estas líneas. Nadie lo había mencionado nunca, por lo que debe colegirse que ya a principios del siglo XVIII no existía.

Muy significativa es la descripción de la decoración lateral (que se perdió también hace siglos, pues en 1919 aparecía, en las fotos de Orueta, con un feo repinte de calaveras y huesos cruzados). El documento analizado nos dice que los laterales estuvieron decorados de la siguiente manera: En la cabecera, aparecía una representación de doña Mayor orando a los pies de la Virgen. En los pies se veía una imagen de doña Mayor en su lecho, vestida con los paños de la orden de Santa Clara, y acompañada de dos ángeles recibiendo su alma, con otro ángel y la Virgen a la cabeza de la difunta. En el lateral izquierdo, la decoración presentaba una escena en la que se veía a doña Mayor en su lecho acompañada de su hija la reina Beatriz de Portugal y sus hijos. Y en el lateral derecho, aparecía doña Mayor en su lecho, acompañada de la abadesa, las doncellas del convento y varios nobles, junto a escenas de la vida de San Francisco y Santa Clara. Todo ello pintado, en obra atribuible al artista burgalés Juan González, que es quien firma el contrato y se obliga a hacerlo. Este autor Juan González (Johan Gonçalvez) era pintor en la iglesia de Santa María de la Vieja Rúa de Burgos, ya desaparecida. En Castilla la Vieja hubo una gran escuela de “tombiers” o pintores de sarcófagos (Aguilar de  Campoo, Carrión de los Condes, Villalcázar de Sirga, Palanzuelos…) y este Juan González sería uno de ellos, aquí rescatado del anonimato.

Encima del túmulo, aparecía tallada sobre madera de nogal la fundadora, que además se pintó con vivos colores al estilo de la época. La dueña aparecía vestida con hábitos monjiles, las manos cruzadas sobre el yacente cuerpo, y la cabeza apoyada en un almohadón, presentando además cuatro ángeles –dos a los pies y dos a la cabeza– que se mencionan en el contrato, y de los que los que escoltan a la cabeza son turiferarios, esto es, portan incensarios, tal como se ve en la fotografía adjunta que debemos a Orueta. Aun contando con las magníficas fotografías –las únicas que han quedado- de este investigador malagueño, no podemos más que esbozar una idea acerca del color de la estatua. Debían ser estos colores de tonos dorados, plateados, azules y rojos, pues en el contrato se especifica que llevaría “todas las otras colores que convienen a la sepultura”.

Finalmente, es un detalle muy curioso el que nos aporta el documento de contrato, y es el hecho de que la sepultura se acompañaba de la talla de treinta personas que emparejaban con doña Mayor. Serían quince a cada lado, y el modelo, muy habitual en la época, lo podemos encontrar en el grandioso enterramiento de San Pedro de Osma que hoy se conserva, completo y coloreado, en la catedral de Burgo de Osma (Soria), realizado hacia 1258, poco antes que el de doña Mayor, y que también vemos junto a estas líneas.

Es interesante por demás conocer los detalles del precio y los plazos de pago, que minuciosamente se especifican en el contrato. Se estipuló el coste en 460 maravedíes de “los dineros blancos que el rey mandó fazer en el tiempo de la guerra”, y que según el estudio que de ellos hace el profesor Arbesú suponían un alto coste monetario para la época, pues esos “dineros blancos” creados por Alfonso X eran moderna moneda, muy apreciada y que supuso una inflación notable en el ritmo de vida de la Castilla de la segunda mitad del siglo XIII. En cuanto al plazo, se estipuló en que debería estar acabada la obra en seis meses, y al parecer así se cumplió. Fue en 1277 cuando se hizo esta obra de arte, poco tiempo después de fallecer doña Mayor, quien lo haría a una edad aproximada de 65 años.

Otras noticias de Santa Clara de Alcocer

Aunque ya escribí, en mi libro “Monasterios y Conventos de la provincia de Guadalajara”, en 1974, la primera noticia sobre este cenobio de monjas clarisas, posteriormente fue Martín Prieto quien aumentó el conocimiento del mismo. De sus fuentes, ahora surgen también aclaraciones en el trabajo del profesor Arbesú, pues se llega a la conclusión de que existieron dos libros que aportaban el listado de documentos monasteriales: el primero (el Quaderno…) fue escrito por Fray Gregorio de Heredia en 1656, y una copia suya, de 47 hojas en 4º, fue vista por fray Pablo Manuel Ortega en 1732 en el interior del sarcófago de doña Mayor. Estaba fechado en 1720, y era traslado del anterior, conteniendo apuntes y resúmenes de documentos. También lo vio don Juan Catalina García López en la visita que hizo al convento de Alcocer en 1903 pero no estaba ya en 1919 cuando fue Ricardo de Orueta.

Sin embargo, hace unos pocos años, a comienzos del siglo XXI, ha aparecido otro gran documento con resúmenes de los manuscritos originales de Santa Clara de Alcocer, y tras el correspondiente expolio y consiguiente tráfico por anticuarios, ha ido a parar al Massachusetts Center for Interdisciplinary Renaissance Studies, donde debe acercarse quien quiera investigar sobre esta institución monacal alcarreña, como así lo ha hecho el profesor Arbesú, de la University of South Florida.

Respecto al documento que analiza Arbesú y del que hemos sacado los datos para escribir este trabajo, solo podemos decir que fue adquirido (en un precio que rondaba los 20.000 Euros) en 2009 por la Hispanic Society of América, ubicada en Nueva York, en una subasta de documentos de las que habitualmente realiza la casa Christie’s de subastas.