Maravillas de Puerto Rico

viernes, 3 enero 2014 0 Por Herrera Casado

Una calle del Viejo San Juan

Un viaje detenido por la isla caribeña de Puerto Rico, invitados por las autoridades turísticas del Oeste isleño, nos ha deparado sorpresas sin cuento: pueblos recónditos, bosques tropicales, cuevas sumas, naturaleza con animales y plantas que solo se ven en las revistas del National Geographic. Más fiestas alegres, villancicos con sabor a salsa, evocaciones de España en cada esquina, y las ganas de empezar a organizar el turismo porque la potencialidad del país, y más todavía de esta esquina a la que llaman “Porta del Sol” es enorme.

A Puerto Rico se le puede considerar dividido en cinco zonas. Tiene 77 municipios, y poco más de tres millones de habitantes, pero el país tiene características diferentes según la zona del mismo que visitemos: una costa norte, abierta al Atlántico cálido, con capital en San Juan, la vieja ciudad colonial; una costa oeste, con capital en Mayagüez, en la que abundan los pueblitos de dispersa población y sorpresas continuas; una costa sur, con capital en Ponce, en la que se abren las maravillosas playas del Caribe, los manglares, los atolones, los cayos, la vibrante vida de las barreras coralinas; una costa este, más breve, con capital en Humacao, y el centro, la “Porta Cordillera”, el Puerto Rico salvaje, misterioso y rico de sorpresas naturales.

Una de esas maravillas es sin duda el Parque Nacional de las Cuevas de Camuy, en la parte norte de la isla, en el municipio de Arecibo: se llega fácilmente, por autopista y luego un corto trecho de carretera. Todo muy organizado para recibir más de mil visitantes por día, lo primero que te ponen es una película de cómo se descubrió y se ha ido adecuando a la visita. Realmente se trata de un sistema kárstico en medio de una selva tropical, con bajada en “trolley” o trenecito eléctrico al fondo de un depresión o hundimiento de 200 metros de profundidad, donde se accede aún bajando a pie hasta la Cueva Clara, una impresionante oquedad por donde vemos discurrir el río Camuy, subterráneo a lo largo de 15 kms. El sumidero “Tres Pueblos” es otro atractivo, una especia de “torca” como las de Cuenca, pero a lo mayúsculo. Este lugar tiene sin duda un gran potencial turístico, porque no hay en el mundo más que tres lugares similares.

Tiene también mucho que ver y disfrutar la esquina suroeste de la isla, donde agrupan municipios como Cabo Rojo y Lajas, con sus entornos respectivos de la playa de Boquerón y La Parguera. Sitios ambos destinados al disfrute del mar, de la temperatura siempre suave de la costa, de la gastronomía basada en los mariscos, y sobre todo del disfrute del baño, de los viajes en barco, de los paseos por cayos y del baño en las playas de fina arena.

El entorno de “El Yunque” y su bosque tropical, también catalogado como Parque Nacional se puede catalogar como “bosque lluvioso tropical” y su nombre viene de la castellanización de la palabra taína “Yu-Ke” que significa “Tierra Blanca”. En plena Sierra de Luquillo, al este de la isla, cercano a los resorts de la coste norte, se considera uno de los lugares más lluviosos del mundo, continuamente está cayendo agua del cielo, y en medio de su temperatura cálida, se evapora de nuevo y otra vez a llover… como expresión de un clima extremo, pero que confiere al lugar una belleza extraordinaria y una variedad de vida vegetal y animal como debe suponerse. Allí sí que canta el Coquí a todas horas, el animal emblemático de Puerto Rico, un sapo minúsculo que posee una voz portentosa, llenando desde su pequeñez (es muy difícil verlo, aunque lo tengamos cerca) todo el ambiente de su repetitivo sonido: co-quí.

La capital, San Juan

Pero lo que no debe perderse ningún viajero en Puerto Rico es la capital, San Juan, y en ella sobre todo su parte antigua, “el viejo San Juan” como se le llama cariñosamente, donde se ha conseguido recobrar el ambiente puro de la colonia, de los pasados siglos, de cuando los españoles (por primera vez en 1509) llegamos e instalamos una de las ciudades más lejanas de la Península, pero con sabores a lo más esencial de Extremadura, de Andalucía, de Castilla incluso.

En San Juan se pasea el centro con la tranquilidad que el clima, siempre caluroso y húmedo, a veces agobiante, impone. Buscando la sombra, parando a mirar las perspectivas de sus calles, de sus árboles centenarios, de sus monumentos solemnes.

La visita que nos preparó el Gobierno de Puerto Rico a los expedicionarios españoles del Congreso Internacional de FEPET, el pasado mes de diciembre, fue calmada y fructífera: se inició en la Plaza de Colón, frente a la estatua que en 1892 se le dedicó junto al viejo Casino criollo, y siguió por el Fuerte de San Cristóbal, uno de los edificios monumentales, catalogado sin embargo como “Parque Nacional de los Estados Unidos”, -con lo que de severa metódica y protección supone eso- en los que se adivina la importancia estratégica que esta península avanzada sobre el Atlántico siempre tuvo como baluarte de defensa de la isla y aún del Continente.

Los españoles, desde inicios del siglo XVI, se ocuparon de crear unas defensas poderosas para proteger este puerto natural, al que desde el primer momento se le llamó San Juan Bautista, y a la ensenada Puerto Rico, porque era la cabeza de todos los viajes que desde las costas americanas terminaban en España. Más que La Habana en los últimos siglos, la posición de San Juan de Puerto Rico fue durante el tiempo de la colonia el lugar lanzadera hacia la península. Se comprende que fuera muy cuidado por las autoridades españolas, y que le construyeran una muralla tan alta, tan fuerte y tan extensa como nunca hubo otra (solo superada por la gran muralla china en cuanto a longitud).

El fuerte de San Cristóbal se visita en todas sus dependencias: el patio central del fuerte recuerda sin esfuerzo los tiempos en que las tropas españolas lo poblaban y en algunas dependencias hay museos con la historia del lugar, de las luchas que allí ocurrieron, de la ocupación por los americanos desde 1898, etc. Saliendo del fuerte se sigue la línea de muralla, reforzada a trechos con las garitas tan simbólicas de esta ciudad, esas que de piedra granítica tienen una cúpula redondeada y picuda. Por el paseo de la muralla se ve el Atlántico rugiente, que allí rompe con fuerza. Y en su vertiente hacia las aguas, pero en alto y defendido de ellas, visitamos el Cementerio de Santa Magdalena de Pazzi: de los cementerios hermosos que pueden verse en el mundo (recuerdo la Recoleta de Buenos Aires, el Staglieno de Génova o el Highgate de Londres) este de San Juan es uno de los más impactantes. Las hileras de lápidas blancas contrastan con el azul del mar, allí pegado. Y en torno al templete circular al estilo de Bramante se ven tallados los nombres peninsulares de las familias que levantaron vida en aquel lejano recoveco. Me paré singularmente ante la tumba, limpia pero fría, de Pedro Salinas, el gran poeta español que reconoció en “La voz a ti debida” cuanto de añoranza puede caber en las páginas de un libro, y cuanta vida y cuanto amor puede derramarse por ellas.

Al final del recorrido por la cornisa del mar se llega al Castillo de San Felipe del Morro, al que también llaman “la Fuerza”, perfectamente conservado, entero, con la imagen perfecta de lo que fue la secular presencia española en este rompeolas que es faro de América. Seguimos por jardines, paseos, contrafuertes, parquecillos y alamedas, entre palmerales y enormes ficus, viendo el palacio actual, todo reluciente y azul, del gobernador Padilla, para llegar finalmente al Convento, por antonomasia, que fue de monjas carmelitas descalzas, y que hoy alberga un hotel de alto nivel, en el que comimos. Y más exactamente en el Salón Martorell, un espacio reservado decorado por el gran pintor portorriqueño de origen catalán, que ha cubierto las paredes, los techos, las puertas, y hasta las hojas de los árboles que asoman entre las ventanas, de estampas añejas, de frases y dípticos que recuerdan la tarea literaria y mística de Santa Teresa.

El Convento está situado en la Caleta de las Monjas, frente a la catedral de San Juan. Allí donde puso cenobio carmelita doña Ana de Lanzos, hija del capitán gobernador de Puerto Rico don Diego Menéndez de Valdés. Y el ambiente que se ha creado es fantástico, con un patio central en el que alternan los conjuntos de sillones para tomar el aperitivo, con grandes árboles por los que corretean los pájaros exóticos del trópico. Fue casualidad encontrarnos con Manuel Díaz, “el Cordobés” en ese espacio, y compartir una cerveza con él, tan simpático y afectuoso con todos.

La catedral, a la que se accede por unas escalinatas, tiene de interés los enterramientos diversos de generales, obispos y magnates españoles de siglos pasados. Una cúpula soberbia en trampantojo nos fuerza a mirar hacia lo alto, y al salir otra vez a la calle casi se agradece, porque fuera se está nublando, y parece correr un poco el aire. En diciembre, en pleno invierno caribeño, no es raro que al mediodía la temperatura supere los treinta grados, que con la humedad permanente deja al viajero un tanto derrumbado.

Seguimos luego el paseo a pie por las calles del Viejo San Juan: este es uno de los ejercicios que nadie debe perderse, porque es la esencia de la visita, mirando las rectas callejuelas escoltadas de casas con balcones, pintadas de alegres colores, con tiestos en las rejas, y los patios silenciosos tras el portal. Vemos la Capilla del Cristo, la calle San Francisco que termina en el espacio cerrado del Palacio del Gobernador, o ampliamos el discurrir hasta la City Hall, la plaza del Ayuntamiento o primitiva “Plaza de Armas” donde las palomas nos rodean y podemos sentarnos un rato en el mismo banco en que lo hace Catalino «Tite» Curet Alonso, en carne de bronce, que siempre está “mirando p’alante” como decía en su canción.

Pasamos en uno de esos recorridos ante la fachada de la gran Logia Masónica de San Juan, la Responsable Logia “Caballeros de la Verdad” en el número 37 de la Calle de la Cruz, parte capital de la Gran Logia Mixta de Puerto Rico, una de las más activas de América, con presencia en todos los pueblos de la isla.

Del San Juan histórico quedan muchos recuerdos en libros, en placas, en nombres por las esquinas. Algunos alcarreños anduvieron por allí, como gobernadores. Algún Mendoza aflora en la larga lista de mandatarios…, por ejemplo don Cristóbal de Mendoza, que fue Gobernador General de la isla entre 1514 y 1515, precedido y seguido por el gran Juan Ponce de León, primer ocupante peninsular. También encontramos el recuerdo de don Diego Aguilera y Gamoba, de Yunquera, que fue gobernador de 1649 a 1655. Todo es recuerdo hispano en el viejo San Juan. Y no digamos ya al acceder a la plaza de San José, donde encontramos el viejo convento dominico, uno de los primeros de América, ahora en labores de restauración, con su espadaña blanca y la estatua del prócer Ponce de León ante su portada sobria. En un ángulo de la plaza, se alza la casita donde nació la madre de Pau Casals, y donde el violinista catalán pasó largas temporadas de su exilio.

Como es difícil poner en tan corto espacio todo lo que nos ha asombrado en la visita de esta ciudad, solo nos queda recomendarla: a partir de este mes, AirEuropa inaugura un vuelo directo, un día a la semana, desde  Madrid a San Juan. Este es sin duda uno de los elementos que pueden reactivar el turismo en Puerto Rico. Y si se consigue que la aduana y control de inmigración no ponga tantas pegas a los turistas que llegan a USA, y les complique sin necesidad su ingreso en el país que dice ser paladín de las libertades, mucho mejor aún.