Las tablas de San Ginés, vigías de la Navidad

viernes, 21 diciembre 2012 1 Por Herrera Casado

Uno de los conjuntos de piezas artísticas más interesantes del patrimonio de nuestra ciudad, es el grupo de las llamadas tablas de San Ginés, que consisten en cinco grandes pinturas de finales del siglo XV, hechas sobre tabla, con técnica muy común del fin de la época gótica y del comienzo de la moderna, que, tras diversos avatares de olvidos y restauraciones, hoy pueden ser admiradas por todos los alcarreños amantes de su historia.

El conjunto de estas cinco tablas se puede encuadrar en el estilo de los primitivos castellanos de fines del siglo XV o comienzos del XVI. Representan estos cuadros algunas escenas de la vida de Cristo (La Natividad, -partida y perdida su parte inferior‑, la Presentación del Templo, y la Resurrección), además de un magnífico dibujo al óleo del Arcángel San Miguel, y un retrato del Gran Cardenal Mendoza orante acompañado de cuatro eclesiásticos familiares. Un sexto cuadro, que representaba el Nacimiento de San Juan Bautista, desapareció en la Guerra Civil. En todos estos cuadros aparecen figuras tratadas con una gran perfección y realismo, encuadradas en paisajes muy minuciosos, y con ropajes propios de la época.

Fueron hechas estas tablas para conformar el gran retablo mayor del monasterio de San Francisco de Guadalajara, obra acometida poco antes de 1495 por encargo y con el patrocinio de Pedro González de Mendoza, Cardenal de España. Hace ahora poco más de 500 años de aquello, y de esta magna obra, tras guerras y destrucciones, quedó muy poco. Tan sólo seis tablas, que, partidas, cortadas y machacadas, fueron llevadas en el siglo XIX a la iglesia de San Ginés, donde se colocaron como mesa de altar y baranda del coro.

Hacia el año 1934, el Cronista Provincial, don Francisco Layna Serrano, y el párroco de San Ginés, don Vital Villarrubia, las descubrieron, limpiándolas y poniéndolas colgadas de las paredes del templo. De milagro se salvaron de la quema que hicieron en esta iglesia unos cuantos vándalos en julio de 1936, y enseguida se llevaron a Madrid, a ser custodiadas con el resto de bienes del patrimonio artístico eclesiástico durantela Guerra Civil. Trasella, en 1942, volvieron a Guadalajara, y enseguida se restauraron, siendo depositadas provisionalmente en el Ayuntamiento de la ciudad, donde lucieron un tiempo por los muros de la escalera principal, y luego en la Sala de Comisiones, que es donde ahora paran de forma habitual.  Cuando gobernaba la institución municipal el doctor Sanz Vázquez, se decidió que fueran devueltas a su lugar de origen, pero tal hecho se ha ido posponiendo. En todo caso, lo ideal sería que una vez que el templo de San Francisco recupere su visibilidad y cuando se abra al uso de los alcarreños, adornaran sus muros o una de sus capillas, pues realmente fueron concebidas para vivir allí.

Dos son las tablas en las que propongo ahora entretenernos. Una es la dedicada, como retrato, a don Pedro González de Mendoza, que aparece en ella con aspecto de tener unos cuarenta años parcamente sobrepasados, mirando severamente a un punto infinito situado a su izquierda. Cuando se pintan estas tablas, el cardenal tal vez estaba ya muerto o, en todo caso, sería muy anciano, El pintor decidió representarlo en el momento glorioso de su vida y su carrera religioso-­política, cuando Mendoza se convierte, al advenir los Reyes Católicos al trono, en su brazo poderoso e imprescindible. Calvo para entonces, su rostro y su postura es la misma de otros retratos que se le hicieron en vida (los de San Cruz en Toledo y otros varios). Cubiertas las espaldas del manteo rojo de su prebenda religiosa, pues llegó hasta la mitra primada de España, pasando por los puestos de arcipreste de Hita y Guadalajara, obispo de Calahorra, Sigüenza, Osma y Sevilla, finalmente de Toledo y Cardenal por tres títulos (“Santa María in Dominica”, “San Jorge” yla “Santa Cruz”), llegando, en el culmen de su carrera, a ser nombrado patriarca de Alejandría.

Tras el poderoso eclesiástico, y en arbitrario escalonamiento, se ven cuatro de sus fieles colaboradores, para los que es inútil tratar de buscar una identificación, pues es claro que no ha sido la voluntad del artista retratar personas en ellos, sino simples soportes humanos de los atributos cardenalicios, de Mendoza. Sus rostros inexpresivos, semejantes entre sí; sus cuerpos rígidos, a excepción del más alto, que, suavemente inclina su cuello a la izquierda, para romper el hieratismo de la composición; sus riquísimas vestimentas, sólo nos hablan del lujo que rige en la corte del Cardenal Mendoza. Ellos sostienen, en sus finas manos los cuatro emblemas de don Pedro como, Cardenal de la iglesia católica. De abajo arriba, vemos el palio con la Santa Cruz, la mitra cuajada de pedrería, el capelo rojo, y, en lo alto,la Cruz Patriarcalque, él mismo pondría en lo más alto de la Torre de la Vela, en Granada, cuando, en enero de 1492 el ejército cristiano acabó en  esa ciudad con la multisecular Reconquista.

La otra es la Natividad, que por desgracia está mutilada. Solamente se ve la parte superior, en la que aparecen los bustos de María Virgen, en un estudio femenino espléndido, y de San José. Un paisaje rural y ensoñado enmarca las rocas bajo las que se cobijan. Por desgracia, no queda en esta tabla rastro del Niño, porque estaría en su parte más baja, desaparecida.

Las otras tres tablas, todas ellas de excelente calidad y el mismo estilo hispano-flamenco, representan la Presentación en el Templo, la Resurrección de Cristo y el Arcángel San Miguel.

En cuanto a la autoría de estas obras, se ha especulado mucho sobre ello, desde que se encontraron. En un principio se pensó que el autor sería Antonio del Rincón, un pintor alcarreño, de la Corte de los Reyes Católicos, que sabemos vivió en nuestra ciudad y trabajó en ella. El análisis del estilo, y sobre todo la comparación que durante años se ha realizado con obras bien etiquetadas y documentadas, nos hace hoy pensar en que su autor sea Juan Rodríguez de Segovia, al que durante algún tiempo se le identificó con el “Maestro de los Luna”. El caso es que este pintor hizo obras para el duque del Infantado en su recién concluido palacio ducal, entre 1483-1485. Se formó aquí, en esta ciudad, en el círculo de Jorge Inglés y el maestro de Sopetrán. En 1488 vivía en Guadalajara, y muy posiblemente esos serán los años en que pintó el gran retablo de San Francisco. Se conoce otra obra gran suya, el retablo de la iglesia de El Muyo (Segovia), que tiene figuras casi calcadas de las tablas de San Ginés. Por ejemplo, el cuerpo del Cristo en la Resurrección de Guadalajara es muy parecido al desnudo de San Cornelio en El Muyo. Los críticos le han achacado “rigidez de movimientos, inexpresividad y distanciamiento”. Quien mejor ha estudiado el quehacer de este autor es Fernando Cóllar de Cáceres, para quien no hay duda que estas “Tablas de San Ginés” que hoy hemos recordado, fueron pintadas en los años finales del siglo XV por Juan Rodríguez de Segovia, uno más de los artistas que formaron en la corte de los Mendoza guadalajareños.

La Navidad en el arte de Guadalajara

Hay algunas otras destacadas piezas en el conjunto del patrimonio artístico arriacense, que nos pueden servir para ilustrar el hecho de la Natividad de Cristo, a celebrar dentro de tres días.

Una es el gran panel que formando parte del retablo mayor de la concatedral de Santa María, escenifica esta metáfora,la del Nacimientodel Niño Jesús. El gran retablo ocupa el fondo del presbiterio y es clasificado habitualmente como obra del primer tercio del siglo XVII, diseñado por el artista franciscano fray Francisco Mir, concretamente en 1624. Se estructura en dos cuerpos y tres calles, estando ocupados sus espacios expositivos por magníficas escenas de talla en relieve representando pasajes dela Vidadela Virgen, así distribuidas:la Natividad,la Epifaniay otras, presididas todas al centro por una representación magnífica de la Asunción de María, y en lo alto un Calvario. Todo en el retablo, que podríamos calificar de manierista, es orden y mesura, y las tallas, estupendas, Muestran muy bien sobredoradas las figuras de cada escena. En una de ellas, que es la Natividad y Adoración de los Pastores, se ven a José y María, muy jóvenes y estilizados, observando al niño que está depositado sobre un escabel entelado, adorado por dos ángeles, mientras todos de pie cuatro pastores se acercan con cuidado a mirarle desde arriba. En otra, es la Epifanía la que nos ofrece la imagen de María, acompañada de José, sosteniendo sobre sus rodillas a Jesús, y tres sabios o soberanos, se le acercan, acompañados de los rostros de sus servidores. De izquierda a derecha, el moreno Baltasar, el provecto Melchor, y detrás de la Virgen el vigoroso Gaspar, apareciendo al fondo, ante la arquitectura fingida, las cabezas de sendos caballos.

Aparte de ello, en la capital no queda otra cosa que los hermosos belenes quela Asociación Provincialde Belenistas monta cada año, bien en la iglesia de la Piedad, bien en otros lugares donde se les presta un sitio. Otros belenes, que hoy están vivos, y visitados por miles de personas, en los clásicos emplazamientos de San Nicolás, el Colegio de la Virgen de la Salud, la parroquia de la Estación, y otros muchos sitios, mantienen viva esa tradición, religiosa y popular a un tiempo, de la representación viva y colorista de la infancia de Jesús, rodeado de las figuras y los enseres de su tiempo. Sirven en todo caso estas líneas para animar a todos a ir a verlos, a discurrir estos días con el ánimo de hermandad que se les supone y con la viva intención de renovarse, hacia mejor, en todos los aspectos de la vida.