Una ruta por el románico rural de la Serranía de Guadalajara

viernes, 12 octubre 2012 0 Por Herrera Casado

Detalle de influencia mudéjar en una de las ventanas de la iglesia de Albendiego, ejemplar capital del románico de la Serranía de Guadalajara.

Mañana sábado 13 de octubre va a celebrarse, esta vez en Jadraque, junto al Henares, el quinto Día de la Serranía de Guadalajara. Un encuentro de las gentes que pueblan, y aman, la Sierra Norte, la sierra de Ayllón, los pueblos que entornan al Ocejón, al Santo Alto Rey, a la Sierra Pela. Unas villas remotas que aún tienen vida, que singularizan a Sigüenza, y a Atienza, y a Cogolludo… y que están llenas, todavía, y con la está cayendo, de ilusión y ganas de hacer cosas nuevas. Estaré allí con ellos, porque el pregón lo va a dar García Marquina, y porque van a denotar de algún modo a García de Paz, y aún más: porque allí me encontraré con amigos, que son los que se cuentan cosas entre sí mismos, cosas de su tierra, y se animan siempre unos a otros.

El románico serrano

Para la ocasión de esta fiesta serrana, creo que merece la pena proponer, una vez más, hacer la Ruta del Románico Rural a través de sus caminos y pueblos. Porque si hubiera que elegir un estilo artístico, de los varios que ha tenido el occidente europeo, a lo largo de los últimos veinte siglos, como más representativo de la serranía de Guadalajara, este sería sin lugar a duda el románico rural, pues no solo por ser el más numeroso, sino por presentar unas ciertas características de peculiaridad en todo el ámbito castellano.

Pueden hallarse todavía, mejor o peor conservados en su totalidad o en parte, un centenar de iglesias de estilo románico por los pueblos de la provincia de Guadalajara. Algunas muestran el influ­jo directo de la arquitectura medieval castellana de en torno al Duero, y otras presentan unos caracteres propios muy singulares. En muchas de ellas surge la gran galería porticada adosada al muro meri­dional del templo, con capiteles, canecillos y otros detalles icono­gráficos de gran relieve. En otras, sencillamente, es la simple porta­da de arcos semicirculares, o el simple ábside orientado a levante, lo que tienen de común con el estilo románico pleno. En todos los edifi­cios de esta tierra, sin embargo, luce con fuerza el carácter puro, la seña cierta del Medievo.

La época de construcción de estas iglesias es general­mente el siglo XII, pues en esa centuria tiene lugar la repoblación del territorio, poco antes conquistado a los árabes, por parte del reino de Castilla. Los yermos campos se pueblan con gentes venidas del norte, y van surgiendo aldeas y edificios religiosos. Nace así el románico rural, popular al máximo, que hoy todavía puede admirarse en su ambiente genuino.

Aunque nuestro objetivo es la más alta cota de la Serranía de Guadalajara, hemos de empezar por visitar algunos ejemplares de esta arquitectura en zonas más llanas aunque no menos frías y septentrionales. Así, debemos partir desde Saúca, pueblecillo situado en el km. 130 de la autovía A-2 de Madrid a Barcelona, en plena Serranía del Ducado. Este templo parroquial es ejemplo singular del estilo: maciza presencia de sillar rojizo, con fuerte espadaña a poniente, portada semicircular de entrada, ábside poligonal a levante, y magnífica galería porticada que rodea el templo por el sur y poniente, con múltiples arquillos semi­circulares, apoyados en capiteles singulares, con bonitas hojas, tra­cerías y aun figuras humanas y animales. En el interior hay una gran pila bautismal de la misma época.

Una carretera local sigue hacia Sigüenza. Pasado el pueblo de Estriégana, debe torcerse a la izquierda, por una carretera estrecha que lleva hasta Jodra del Pinar, brevísimo caserío en el que el viajero admirará su antiguo y perfecto templo parroquial, en el que como un milagro se muestra toda la tradición arquitectónica del Medie­vo castellano: galería porticada al sur, con capiteles de hojas de acanto; portón con arquivoltas semicirculares; gran espadaña triangu­lar a poniente; ábside de semicírculo a levante, y un interior de fuertes arcos formeros, con entrada al breve y alto presbiterio. Parecen no haber pasado los siglos sobre este edificio.

Luego es Sigüenza, ciudad en la que toda maravilla del arte es posible. Ciudad episcopal y capitana del valle alto del Henares, puerta de acceso a la sierra desde el oriente. La catedral comenzó a construirse en el siglo XII, y así son románicas sus puertas occidentales, su acceso meridional, y un gran rosetón sobre el muro sur, verdaderamente único en su género. Por la ciudad alta surgen otras iglesias románicas: Santiago, con portón semicircular de decora­ción mudejarizante, y San Vicente, con portada muy similar y también bella. Ambas son iglesias de tipo urbano. Todas de ellas sirvieron en gran modo de espejos referentes para lo que se constuiría luego por los pueblos serranos.

Siguiendo la carretera CM-110, pronto se alcanza, en un ramal a la derecha, el pueblecillo de Pozancos, en el que ha de admirarse su antiguo templo parroquial, que conserva plenamente el aire románico, reflejado concretamente en su arcada de acceso, con bellos capiteles foliados, y el ábside semicircular. Frente a la carretera que nos lleva a Pozancos, arranca otra que conduce a Pala­zuelos, y de ahí a Carabias, donde surge otra iglesia de singular encanto, poseedora todavía de una gran galería porticada, orientada sobre tres de sus costados, con numerosos arquillos y capiteles de tema vegetal.

Sigue la ruta hasta llegar a Atienza, la alta villa medieval resguardada a la sombra de su castillo. Por las callejas del burgo, -que fue durante siglos la indiscutida capital de la Serranía-, y aun por sus alrededores inmediatos, van surgiendo las igle­sias que han sobrevivido al paso de los siglos. Aquí hubo, durante la Baja Edad Media, más de una docena de templos, de los que aun hoy el viajero puede contemplar cinco, y en este orden: al final de la calle principal del pueblo, una vez cruzada la espléndida Plaza del Trigo, se admira la iglesia de la Santísima Trinidad, en la que destaca el ábside semicircular, cuajado de ventanales, impostas, canecillos y capiteles de rica ornamentación. Camino arriba, hacia el castillo, se alcanza la iglesia de Santa María del Rey, que hoy sirve de cemente­rio, y que muestra dos extraordinarias portadas: en la principal lucen sus arquivoltas más de un centenar de figuras, y en la del norte surgen frases en caracteres latinos y cúficos de alabanza a Dios. En la parte baja de la villa se visitará la iglesia de San Gil, que muestra de románico su ábside semicircular, y ya casi en el valle ha de verse la iglesia de San Bartolomé, precedida de un bello pórtico con portón, y un interior de gran carácter; y mas allá aun, la ermita de Nuestra Señora del Val, en la que destaca su portada, con arquivol­tas ocupadas por curiosos personajes contorsionistas o saltimbanquis del Medievo. Para contemplar el interior de estas iglesias, es necesa­rio ponerse en contacto previamente con el sacristán o el párroco.

De Atienza hay que seguir, por esa misma carretera CM-110 hacia Ayllón y Aranda. Se visitará primero la ermita de Santa Coloma en Albendiego, quizás el más bello templo románico de la ruta y de la provincia toda. Está aislado en el campo, entre arboledas den­sas. Perteneció a un antiguo monasterio de canónigos agustinianos. Tiene una espadaña triangular a poniente, un esplendido ábside semi­circular a levante, con columnas adosadas en haz, y tres ventanales ocupados por variadas celosías caladas con tracerías mudéjares. El interior es impresionante, con presbiterio central, de piedra vista, y capillas laterales, todo ello cuajado de vistosos capiteles del esti­lo. Hay que pedir la llave en el pueblo.

Subiendo ya al alto llano de la sierra de Pela, se visitará la iglesia parroquial de Campisábalos, en la que se admira su atrio porticado; su portón grandioso, cuajado en sus arquivoltas de tracerías mudejarizantes; y su ábside semicircular, con vistosa serie de canecillos. El interior es magnífico, mostrando su presbiterio de piedra vista, con cúpula sobria de la que cuelga un crucifijo. Adosada tiene la capilla del caballero San Galindo, que muestra también bella portada románica, y en su muro sur tallado un «mensario» con represen­tación gráfica de los doce meses del año, con las faenas agrícolas y ganaderas practicadas en el lejano siglo XII. Su interior es también merecedor de ser visitado.

Al final del trayecto, en un apartado rincón serrano, Villacadima muestra en su centro la iglesia parroquial, del más puro estilo románico rural. Se accede a ella a través de un amplio atrio descu­bierto, y llama la atención del visitante la gran puerta de entrada, de arcos semicirculares en degradación, tallados con diversos temas geométricos de raíz mudéjar.

Si el viajero dispone aún de tiempo para fijarse en los detalles, deberá llegarse a Galve de Sorbe, donde encontrará los fragmentos de capiteles, cimacios y frisos de su antiguo iglesia románica distribuidos por los muros del actual templo, que es del siglo XIX. Lo mismo ocurre en la cercana villa de Condemios de Abajo. Ello se debe a que los viejos templos románicos, medio derruidos, fueron en algún momento rehechos y sus detalles y capiteles aprovechados como elementos de construcción. No olvidarse, en todo caso, de la iglesia de Bustares, al otro lado del puerto de Pelagallinas. En esa villa nos asombra otro templo románico, plenamente serrano, que hace con su portada semicircular contrapunto con el cercano pico del Santo Alto Rey, emblema de estas altas y frías tierras castellanas. Y allá como perdidos por otros pueblos de la Sierra, que parecen pequeños pero que son grandes porque están en el corazón de muchos, aún nos acordamos de mínimos ejemplos o detalles, como la espadaña esbelta y elegante de la iglesia de Almiruete, o de los detalles ricamente tallados de la puerta que fue del templo de Gascueña de Bornova. No hay que olvidarlos, por pequeños que sean.

Y en el confín de todos los vericuetos, a la orilla del Jarama joven, en destrucción progresiva y abandono completo, uno de los símbolos del románico castellano, en su vertiente cisterciense: el templo de lo que fue monasterio de Bonaval, término de Retiendas. Conocido de todos en sus fotografías, apoyado por todos para que se le mantenga en pie, cada año pierde una batalla: hace unos meses cayó un fragmento de sus muros, y de vez en cuando alguien se lleva un capitel más de su ornamento. La masa gris de sus muros, de sus bóvedas, ventanas y arcos tienen una palabra clara, definitoria de lo que es un patrimonio heredado, el del románico de Guadalajara. Cuidado en su mayor parte, Bonaval es todavía el punto negro por donde se nos escapa la alegría de tener tan alta nómina