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octubre, 2012:

Doscientos años de Diputación Provincial

El edificio del Ayuntamiento de Anguita, donde se constituyó la Diputación Provincial de Guadalajara en abril de 1813. Dibujo de L. Cervera Vera.

El pasado jueves 18 de Octubre, tenía lugar en el salón de actos del Centro Cultural “San José” de nuestra ciudad la solemne apertura de los actos que a lo largo de los próximos meses van a conmemorar la creación, hace 200 años, de la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara.

Es un avatar común a todas las demás diputaciones, surgidas de la Constitución de Cádiz, que fue promulgada en 1812 haciendo al pueblo español titular de su soberanía. En estos actos se va a rememorar la historia de la provincia en estos dos siglos pasados, y a debatir sobre el futuro de la institución, que parece estar muy viva y ser muy adecuada a las necesidades del mundo actual.

Abril de 1813 en Anguita

En plena Guerra de la Independencia, cuando los españoles, todos, se encontraban en lucha armada contra el poderoso ejército de Napoleón, una gran cantidad de intelectuales, juristas y burgueses liberales reunidos durante meses llegaron al acuerdo solemne de elaborar y proclamar la Constitución de la Nación española, cosa acaecida el 19 de marzo de 1812. Se daba por terminado, de una forma más pacífica que en Francia, pero no sin sobresaltos, como habría de verse luego, el Antiguo Régimen absolutista, y se abría la era de la soberanía radicada en el pueblo: de esa magna norma surgieron muchas otras que irían poco a poco construyendo un país distinto, arrasado por las guerras durante siglo y medio, pero con épocas creativas y una dinámica paulatina de superación y logros económicos, sociales y culturales.

Entre las instituciones que creaba la Constitución gaditana, estaba las llamadas “Diputaciones Provinciales”, órganos presididos por el Jefe Político Provincial, con un vicepresidente económico (el Intendente de la zona) y siete diputados, elegidos entre los elegibles. Que no eran todos los ciudadanos, ni mucho menos. Órganos que deberían ocuparse de la administración fiscal, recaudatoria, y organizativa a nivel de obras públicas, enseñanza, sanidad y caridad en sus respectivas áreas.

El hecho de que la ciudad de Guadalajara, durante el año 1812 y buena parte del siguiente estuviera controlada por las tropas francesas, imposibilitó que se formara debidamentela Diputación. Perouna serie de ilustres consiguieron reunirse, aun a riesgo de sus vidas, en los locales del Concejo de la villa de Anguita (que era entonces capital de partido judicial, concretamente del de Medinaceli, por entonces perteneciente a Guadalajara),  y allí en la tarde del 23 de abril de 1813 organizarse como institución con poder y ganas de mejorar la vida de la gente y las tierras de Guadalajara.

Existe el acta de esa reunión, documento precioso hoy conservado en el Archivo de la Diputación, en el que leemos cómo los primeros miembros de esta institución fueron don Guillermo de Vargas y Ximénez de Cisneros, a la sazón y por nombramiento del gobierno de la Regencia, jefe político provincial; don José López Juana Pinilla, intendente de la provincia, delegado regio de las finanzas en nuestra tierra; don Baltasar Carrillo Lozano, el médico don Ventura de Zibuaur, y el vecino de Alcolea del Pinar don Fernando García del Olmo. Aún había otros dos miembros que no pudieron asistir a esa sesión. Uno de ellos, don Joaquín de Montesoro Moreno, que luego haría carrera política de largos alcances, con palacio en Molina, sería luego el segundo presidente de la Diputación, cuando en 1820 se restauró la institución a consecuencia del triunfo de los liberales de Riego. (más…)

Memoria de Covarrubias en Sigüenza

Retrato de Alonso de Covarrubias

Uno de los artistas a quien más admiro, de los que en tiempos pasados dejaron su genial huella por las tierras en que vivimos, es el toledano Alonso de Covarrubias. Muy activo en Guadalajara, en Sigüenza, en la Alcarria, durante la primera mitad del siglo XVI, en aquella época en que todo era construcción de templos y palacios, hoy todavía se pueden ver sus obras, sus filigranas talladas y sus ámbitos majestuosos en espacios como la catedral seguntina, la iglesia de Santiago en nuestra ciudad, o el templo parroquial de Albalate de Zorita. Aquí van unas pinceladas sobre su vida y su obra, para animar a que su memoria protagonice el viaje de alguno de mis lectores.

Alonso de Covarrubias aportó su genio arquitectónico al monumento más señalado de toda la provincia de Guadalajara: a nuestra iglesia catedral seguntina. En las breves líneas que siguen, quiero hacer un repaso somero de la figura del arquitecto toledano, y muy especialmente de su intervención en la Catedral de Sigüenza. Reavivar su memoria y sus trazas es de una parte homenaje cumplido a su agudeza y de otra aportar una idea para que a través de un viaje por la provincia, con meta en la Ciudad Mitrada, se reviva el legado de este genial artista.

Vida y obra de un artista genial

Nació Alonso de Covarrubias en la localidad toledana de Torrijos, en 1488, hijo de Sebastián de Covarrubias y Leiva y de María Rodríguez (El mejor estudio biográfico lo ha realizado hasta ahora F. Marías, en su obra “La arquitectura renacentista en Toledo”. En su día, doña Juana Quiles en la Revista “Investigación” apuntó la posibilidad de que Covarrubias fuera natural de nuestra provincia, de Valbueno concretamente, pero su tesis no se ha sostenido).

Covarrubias tuvo un hermano, Marcos, que fue famoso bordador asentado en Alcalá. Casó con María Gutierrez de Egas, sobrina de los afamados maestros arquitectos Egas. Y de élla tuvo 5 hijos, todos éllos de alto rango, muy especialmente don Diego de Covarrubias y Leiva, nacido en 1512, que alcanzó a ser obispo de Sevilla y de Ciudad Real, y finalmente presidente del Consejo de Castilla. Nuestro autor murió en 1570, ya de avanzada edad, siendo enterrado en su capilla personal de la iglesia de San Andrés, en Toledo.

La actividad de Covarrubias abarca un amplio espacio del Renacimiento castellano. Sus primeras obras están documentadas, aun como simple tallista o aprendiz, en 1510, y las últimas llegan hasta prácticamente el momento mismo de su muerte: a 1569. Toda una vida cuajada de actividad, de ideas, de realizaciones en las que su ingenio y su técnica se pusieron al servicio de la belleza plástica, quedando, por perdurables, las construcciones que levantó, una buena cantidad de obras diseñadas por él.

El estilo de Covarrubias, siempre dentro del Renacimiento castellano, del que es el mejor intérprete, fue evolucionando a lo largo de los años. Y así, siguiendo a Muñoz Jimenez en su estudio sobre el Manierismo en Guadalajara (publicado por Diputación de Guadalajara en 1987), podemos reconocer varias etapas, que en resumen serían: 1ª) de formación y aprendizaje (1510‑1526) en la que aparece colaborando con figuras de importancia en ese momento, como los Egas, Almonacid, etc., y trabajando ya por entonces en la catedral seguntina.  2ª) de obras platerescas (1526‑1541) en la que surge con fuerza su inspiración clásica con decoraciones profusas y muy personales, como el templo de la Piedad en Guadalajara, la sacristía de las Cabezas de la catedral seguntina, y otras.  3ª) del manierismo serliano (1541‑570) en la que rompe con las normas anteriores, progresa en su concepto estructural y decorativo, y deja obras de la talla del Alcázar toledano, la parroquia de Getafe, el palacio de Pastrana, o el monasterio de San Miguel de los Reyes en Valencia. En cualquier caso, su obra se distribuye casi con exclusividad a lo largo y ancho del territorio del antiguo arzobispado toledano, que viene a quedar incluido casi en su totalidad en la actual región de Castilla‑La Mancha. Numerosos seguidores e imitadores llenarían luego estos territorios de obras que, sin estar bien documentadas, recuerdan en todo los modos covarrubiescos.

Covarrubias en Sigüenza

La actividad de Alonso de Covarrubias en Sigüenza fue muy amplia a lo largo del tiempo, y sumamente interesante en el aspecto cualitativo. Desde el inicio de su carrera, hasta poco antes de su muerte, aparece su nombre en los documentos del archivo catedralicio, lo que prueba el prestigio que siempre gozó como profesional de primera línea entre los poderosos miembros de la curia seguntina.

Las primera referencias son del año 1515: en esa fecha cobra una pequeña cantidad por la talla de una piedra para el enterramiento de Dª Aldonza de Zayas, una familiar de los Mendoza que poseía el patronato de la capilla de Santiago («…siete ducados…a Covarrubias… por la piedra que hizo para la sepultura de la señora doña Aldonza de Zayas, por mandado de los señores provisor y dean, diputados para avenir y mandar pagar las obras de la fabrica»). Poco después, en 1517, cobró doce reales por tallar un balaustre para una pila de agua bendita. Poco más debió hacer en esa época. Acompañaba como un tallista o picapedrero más, al grupo de arquitectos y escultores toledanos formado por Sebastián de Almonacid, Talavera, Guillén, Egas, Vergara el Viejo, etc., y junto a ellos se formaba y colaboraba con su trabajo manual.

Pero el aprendizaje de esa primera etapa fue crucial, y pronto afamado y con obras reconocidas de gran importancia, en 1532 el Cabildo de la Catedral seguntina mandó llamar a Covarrubias y le pidió que ejecutara las obras de una nueva Sacristía o Sagrario mayor. Fue a principios de ese año, el 12 de enero, que el Cabildo le solicitó en forma la realización de dicha obra, y el 4 de marzo se ordenó la realización y firma de las condiciones y el contrato. En un momento no determinado de ese año 1532, Alonso de Covarrubias estuvo en Sigüenza, viendo el lugar donde habría de hacerse la obra, y durante 9 días estudió el terreno y trazó el proyecto del recinto. Cobró entonces 12.500 maravedises. Durante 2 años, hasta marzo de 1534, Covarrubias dirigió las obras de esta sacristía, que se iniciaron de inmediato. Aunque no residía en Sigüenza, él estaba en contacto con los oficiales encargados de ejecutarlas. En esa última fecha, Covarrubias solicitó del Cabildo seguntino la rescisión de su contrato, recomendando para que siguiera de director Nicolás Durango.

Las obras de la Sacristía de las Cabezas fueron, pues, dirigidas por este Durango (de 1534 a 1545) después por su hijo o hermano Juan Durango (hasta 1554) y finalmente por el maestro seguntino Martín de Vandoma, quien las dio por concluidas en 1563. Las trazas dadas por Covarrubias, no obstante, fueron siempre respetadas, y tanto en el aspecto estructural como en el decorativo, esta importante pieza arquitectónica de nuestro templo mayor lleva bien granado el sello inconfundible y magistral del arquitecto toledano.

La Sacristía de las Cabezas, todos la conocen, es una obra única, espléndida, que por sí sola daría fama a nuestra catedral. Tradicionalmente se la ha incluido en el concepto estilístico del plateresco renacentista, y, aunque sumamente cuestionado el término plateresco, y siendo evidente su existencia, la obra de Covarrubias para la Sacristía Mayor de Sigüenza rebasa ampliamente ese subestilo, y entra totalmente dentro de lo que debe considerarse el Manierismo.

Su estructura podría calificarse de Renacimiento puro: es una nave, abovedada, de planta rectangular, de 22.65 mts. de longitud por 7.5 mts. de anchura, en una perfecta relación 1:3, muy propia de los salones clásicos. En cada lado aparecen cuatro arcosolios rebajados, de 1 metro de profundidad, que albergan la cajonería de la sacristía, con el intradós decorado de rosetas, y entre dichos arcos adosadas unas medias columnas que sostienen un entallamiento profusamente decorado, a partir del cual se alza la bóveda, que es de medio cañón perfecto, y está dividida a su vez en otros cuatro tramos iguales, separados por arcos fajones (Una descripción muy minuciosa de este ámbito arquitectónico puede leerse en mi trabajo Sigüenza: la sacristía de las cabezas, en «Glosario Alcarreño», Tomo II (Sigüenza y su tierra), Guadalajara, 1976, pp. 81‑90).

Es, sin embargo, en la decoración, donde la Sacristía de las Cabezas entra de lleno en el Manierismo. Una serie de elementos, fundamentalmente el conglomerado de sus 304 cabezas diferentes puestas en sendos medallones sobre las bóvedas, sorprenden de tal manera, y la hacen tan distinta a todo lo conocido, que la obra puede y debe calificarse de genial. Por una parte, podemos encontrar el factor «lúdico» de la lectura y descubrimiento de las cabezas. El espectador que se coloca bajo las bóvedas de la Sacristía Mayor de la Catedral de Sigüenza, se «entretiene» en ver, en interpretar, en reconocer personajes. Es una función nueva, inhabitual de la arquitectura. Es un signo eminentemente manierista. La bóveda tiene, pues, un aspecto «heterodoxo», no normal, fuera de lo establecido hasta entonces. Su función va más allá de lo que era de esperar. No sólo sirve para cerrar un espacio en su altura: se han puesto en ella retratos y personajes que piden ser mirados. Todavía otro carácter del Manierismo más preciso se da aquí: el compromiso de los temas arquitectónicos con estructuras decorativas de diferente naturaleza: las impostas y entablamentos tienen funciones exclusivamente decorativas; las bóvedas dan sensación de no pesar, etc. Indudablemente, y a pesar de las interpretaciones dadas por Pérez Villamil acerca de que el diseño final de este ámbito fuera hecho por alguno de los Durango, solo un genio como Covarrubias pudo ser su autor: las trazas originarias del toledano, hechas en 1532, fueron las que se mantuvieron hasta el fin.

Todavía en enero de 1569, los señores del Cabildo seguntino pensaron en el arquitecto Alonso de Covarrubias para llevar adelante la obra que planteaban del trascoro o girola, y como sabían que andaba ya achacoso y viejo, se la encargaron finalmente a Juan Vélez, aunque pidieron que se consultase a los mejores arquitectos, «…y sobre todo a Covarrubias, tan conocedor de esta Iglesia» (Archivo Capitular de Sigüenza, Libro de Actas del Cabildo catedralicio, nº 14, años 1564‑1571. Cfr. MUÑOZ JIMENEZ, J.M.: op. cit., nota 54 del capítulo 5.). No pudo ser así, pues el maestro andaba ya enfermo y pocos meses después moriría. Lo que sí es evidente conclusión sacada de tan escueta frase documental, es el cariño que el Cabildo seguntino tuvo siempre hacia Covarrubias, la admiración que su obra produjo en todos cuantos entendían de arte, y lo que, en definitiva, la ciudad de Sigüenza debe a este gigantesco artista castellano.

Una ruta por el románico rural de la Serranía de Guadalajara

Detalle de influencia mudéjar en una de las ventanas de la iglesia de Albendiego, ejemplar capital del románico de la Serranía de Guadalajara.

Mañana sábado 13 de octubre va a celebrarse, esta vez en Jadraque, junto al Henares, el quinto Día de la Serranía de Guadalajara. Un encuentro de las gentes que pueblan, y aman, la Sierra Norte, la sierra de Ayllón, los pueblos que entornan al Ocejón, al Santo Alto Rey, a la Sierra Pela. Unas villas remotas que aún tienen vida, que singularizan a Sigüenza, y a Atienza, y a Cogolludo… y que están llenas, todavía, y con la está cayendo, de ilusión y ganas de hacer cosas nuevas. Estaré allí con ellos, porque el pregón lo va a dar García Marquina, y porque van a denotar de algún modo a García de Paz, y aún más: porque allí me encontraré con amigos, que son los que se cuentan cosas entre sí mismos, cosas de su tierra, y se animan siempre unos a otros.

El románico serrano

Para la ocasión de esta fiesta serrana, creo que merece la pena proponer, una vez más, hacer la Ruta del Románico Rural a través de sus caminos y pueblos. Porque si hubiera que elegir un estilo artístico, de los varios que ha tenido el occidente europeo, a lo largo de los últimos veinte siglos, como más representativo de la serranía de Guadalajara, este sería sin lugar a duda el románico rural, pues no solo por ser el más numeroso, sino por presentar unas ciertas características de peculiaridad en todo el ámbito castellano.

Pueden hallarse todavía, mejor o peor conservados en su totalidad o en parte, un centenar de iglesias de estilo románico por los pueblos de la provincia de Guadalajara. Algunas muestran el influ­jo directo de la arquitectura medieval castellana de en torno al Duero, y otras presentan unos caracteres propios muy singulares. En muchas de ellas surge la gran galería porticada adosada al muro meri­dional del templo, con capiteles, canecillos y otros detalles icono­gráficos de gran relieve. En otras, sencillamente, es la simple porta­da de arcos semicirculares, o el simple ábside orientado a levante, lo que tienen de común con el estilo románico pleno. En todos los edifi­cios de esta tierra, sin embargo, luce con fuerza el carácter puro, la seña cierta del Medievo.

La época de construcción de estas iglesias es general­mente el siglo XII, pues en esa centuria tiene lugar la repoblación del territorio, poco antes conquistado a los árabes, por parte del reino de Castilla. Los yermos campos se pueblan con gentes venidas del norte, y van surgiendo aldeas y edificios religiosos. Nace así el románico rural, popular al máximo, que hoy todavía puede admirarse en su ambiente genuino.

Aunque nuestro objetivo es la más alta cota de la Serranía de Guadalajara, hemos de empezar por visitar algunos ejemplares de esta arquitectura en zonas más llanas aunque no menos frías y septentrionales. Así, debemos partir desde Saúca, pueblecillo situado en el km. 130 de la autovía A-2 de Madrid a Barcelona, en plena Serranía del Ducado. Este templo parroquial es ejemplo singular del estilo: maciza presencia de sillar rojizo, con fuerte espadaña a poniente, portada semicircular de entrada, ábside poligonal a levante, y magnífica galería porticada que rodea el templo por el sur y poniente, con múltiples arquillos semi­circulares, apoyados en capiteles singulares, con bonitas hojas, tra­cerías y aun figuras humanas y animales. En el interior hay una gran pila bautismal de la misma época.

Una carretera local sigue hacia Sigüenza. Pasado el pueblo de Estriégana, debe torcerse a la izquierda, por una carretera estrecha que lleva hasta Jodra del Pinar, brevísimo caserío en el que el viajero admirará su antiguo y perfecto templo parroquial, en el que como un milagro se muestra toda la tradición arquitectónica del Medie­vo castellano: galería porticada al sur, con capiteles de hojas de acanto; portón con arquivoltas semicirculares; gran espadaña triangu­lar a poniente; ábside de semicírculo a levante, y un interior de fuertes arcos formeros, con entrada al breve y alto presbiterio. Parecen no haber pasado los siglos sobre este edificio.

Luego es Sigüenza, ciudad en la que toda maravilla del arte es posible. Ciudad episcopal y capitana del valle alto del Henares, puerta de acceso a la sierra desde el oriente. La catedral comenzó a construirse en el siglo XII, y así son románicas sus puertas occidentales, su acceso meridional, y un gran rosetón sobre el muro sur, verdaderamente único en su género. Por la ciudad alta surgen otras iglesias románicas: Santiago, con portón semicircular de decora­ción mudejarizante, y San Vicente, con portada muy similar y también bella. Ambas son iglesias de tipo urbano. Todas de ellas sirvieron en gran modo de espejos referentes para lo que se constuiría luego por los pueblos serranos. (más…)

Saúca, un escudo muy movido

Escudo heráldico municipal de Saúca, aprobado en 2012

El sabado 6 de octubre 2012 se celebró en Sauca, en la ermita de San Miguel abarrotada de público,  el acto de presentación pública de su Escudo Heráldico Municipal. Una larga y compleja tarea que concluyó con éxito el pasado mes de julio, cuando tras los trámites legales llevados por el Ayuntamiento, se consiguió que apareciera publicado en el Diario Oficial de Castilla-La Mancha la aprobación oficial de su escudo.

Un camino que compensa, porque para todos los pueblos debería ser un proyecto a corto plazo contar con el escudo heráldico municipal, los que aún no lo tengan, como emblema definitorio de una historia y una personalidad.

La lucha del grifo y el león

En el campo del escudo de Sauca aparecen un león y un grifo, enfrentados, luchando. Sobre un campo verde (sinople) ambos animales aparecen rampantes, enfrentados, y cubiertos del metal del oro. Un escudo muy sencillo que nace de las raíces más profundas del municipio: de los capiteles de su iglesia románica, y más concretamente de los que están esculpidos en la galería meridional.

Cuando en Sauca me propusieron crear un emblema heráldico para el municipio, barajamos las posibilidades de incluir elementos de su historia, de su caserío, o alguno de los emblemas de antiguos señoríos. Al final, la idea fue un poco más allá, más aventurera. Y decidimos usar unos animales, tan propios del blasón clásico como el león rampante y el grifo en la misma actitud, que son seres mitológicos y misteriosos enla Edad Media(en el siglo XIII nadie en Sauca había visto un grifo, obviamente, porque esos animales no existen, pero tampoco habían visto un león). Eran igual de fantásticos ambos. De ahí que el escultor los colocara en uno de los capiteles de la galería parroquial, enfrentados, rampantes, luchando. En representación de esa lucha de la valentía y la cobardía, de la virtud y el pecado, de la lealtad y la traición, en definitiva del maniqueísmo, que por esa época está simbolizando en muchos lugares de la Europa medieval la dual tendencia del catarismo, la heterodoxia albigense. Es una imagen bonita, simplemente, que no nos permite por sí sola llegar a conclusiones más drásticas, como por ejemplo decir que en Sauca, en el siglo XIII, había seguidores del gnosticismo, o que lo fueran los tallistas y escultores de la galería parroquial.

En el estudio previo que realicé para evaluar la posibilidad de hacer un escudo para el pueblo, utilicé la breve historia y el brillo del patrimonio de la villa serrana. Decía así (valga como recuerdo breve) que en punto a historia este lugar perteneció desde la reconquista a la Tierra y Común de Medinaceli, y siglos adelante quedó incluido en los estados extensísimos del ducado de Medinaceli, tenido por la noble familia de los la Cerda, en la que se mantuvo hasta el siglo XIX.

Y en punto a patrimonio destaca sobre su caserío la iglesia parroquial, obra arqui­tectónica ejemplar del estilo románico rural, levantada en el siglo XII en sus finales o principios del XIII, poco después de la definitiva repobla­ción dela zona. Queconsta de un edificio con gran espadaña sobre el muro de poniente, con un par de grandes vanos para las campanas, y un remate de airoso campanil, todo en rojizo sillar construido; a esta espadaña se le añadió posteriormente un cuerpo para ser utilizado de palomar y hacer las funciones de torre de iglesia. El ábside poligonal no ofrece interés. El alero del templo está sostenido por múlti­ples canecillos y modillones tallados. El interior, de una sola nave, modificado en siglos posteriores, no ofrece nada de interés, excepto la primitiva pila bautismal, también románica del siglo XII.

Pero que lo más destacable de esta iglesia de Sauca es su gran atrio porticado, que se abre en los muros del sur y del poniente del templo. A cada lado de este arco de ingreso se abren cinco vanos cobijados por arcos ado­velados semicirculares, que apoyan en columnillas pareadas rematadas en bellos capiteles bien tallados. El cimacio de los capiteles se continúa sobre el muro esquinero del atrio, a modo de imposta, para enlazar con la arcada del ala de poniente, en la que se abren un total de seis vanos, uno de ellos más alto, que servía de ingreso, y los otros sustentados en columnillas también pareadas y capiteles. Aparte del valor arquitectónico que indudablemente posee este templo, obra muy característica y ejemplar del románico rural de Guadala­jara, son de destacar al visitante y aficionado a este estilo la magnífica colección de capiteles que forman en su galería porticada.

Predomina en el conjunto la decoración vegetal, a base de grandes hojas de palma, cardos estilizados, hojas de acanto, etc., pero todas ellas diferentes, e incluyendo entre sus conjun­tos, algunas veces, pequeñas cabecitas humanas o animales. Un capitel muestra borrosa escena con un arcángel que empuña un bastón crucífero. Quizás San Miguel, jefe de las escuadras celestiales. Y otro capitel, el que remata la columna pareada que escolta, en su lado izquierdo, la puerta de ingreso al ala meridional del atrio, muestra por uno de sus lados un par de figuras sacerdotales, cubiertas de ropajes (la armilausa) típicamente visigodos o mozárabes, y por el otro lado deja ver una rudimentaria Anunciación en que el Arcán­gel Gabriel (otro de los grandes mensajeros del Cielo) saluda a María, con libro en la mano, y puesta en pie; aún se muestra en este grupo escultórico un par de ani­males monstruosos enfrentados, sin duda un grifo y un león, animales que durante el Medievo aparecen en lucha, como significandola del Bieny el Mal entre los hombres. Los modelos son, indudable­mente, muy arcaicos, y de ello nos deja ver claramente cómo, aún en el siglo XII, los tallistas románicos copian modelos de antiguos códices miniados.

Analizados, compartidos, dialogados y consensuados con autoridades locales y vecinos, todos estos datos dieron finalmente en la imagen de un escudo heráldico municipal, basado en los elementos zoomórficos de este último capitel de su templo parroquial, de fuerza popular y evidentemente de una antigüedad aquilatada. Así pues, se crea un emblema cuyo blasonado sería el siguiente: Escudo español, de sinople, en el que se muestran enfrentados dos animales de oro: a la izquierda un grifo rampante y a la derecha un león rampante, ambos linguados de gules. Al timbre, la corona real cerrada.

Memoria de los grifos

Qué sea un león, es cosa sabida de todos. Quien más quien menos (en un safari o en un zoológico) lo ha visto en directo. Pero del grifo hay menos datos. El grifo es una palabra griega que identifica a una criatura mitológica, cuya parte superior es la de un águila gigante, con plumas muy definidas, afilado pico y poderosas garras, y la parte inferior es la de un león, con pelaje profuso, musculosas patas y rabo. Hay grifos que se representan con orejas puntiagudas en la cabeza o plumas enla cola. Segúnexplica la tradición, el grifo es ocho veces más grande y fuerte que un león común y no es raro que se lleve entre sus garras a un caballero con su caballo o a una pareja de bueyes. Con sus garras se fabricaban copas para beber, y con sus costillas arcos para tirar flechas. Eso decían los antiguos.

El origen de este animal quimérico está en el Medio oriente, pues el arte de Babilonia, Persia y Asiria le representó en muchas ocasiones. En el  Mediterráneo Oriental también llegó su presencia, en la pintura minoica y en el famoso sarcófago de Hagia Triada. Los griegos aceptan en su mitología la presencia del grifo, diciendo que el dios Apolo marchó en una ocasión a Oriente, a cazar grifos, volviendo de la excursión volando sobre el lomo de uno de ellos. En la heredada mitología romana, sigue apareciendo el grido, cada vez más con funciones decorativas: le dibujan y tallan en frisos y altares, en candelabros y hornacinas. Y del mundo romano pasa al primitivo cristiano, apareciendo nombrado en los “bestiarios” de San Basilio y San Ambrosio, como seres del averno que alteran el sereno discurrir de las buenas gentes cristianas. De ahí que tuviera en un principio la mala prensa de ser un animal peligroso y agresivo. Cambió luego, y en el final del Medievo y sobre todo en el Renacimiento, el grifo es tenido por un ser protector, que mezcla en sí la fuerza, el valor y la vigilancia de los caminos. Uno de los lugares donde con mayor profusión y belleza aparecen los grifos, de todo el arte hispánico, es en el patio de los leones, del palacio del Infantado de Guadalajara. Allí (curiosamente, al igual que en el capitel románico de Sauca) aparecen los grifos y los leones custodiando los emblemas heráldicos de los Mendoza y Luna. En ambos casos, son animales protectores

Quien ha dado en elucubrar por encima de todas sus posibilidades, dice que el origen real del grifo como criatura mitológica se encuentra en los numerosos restos fósiles de dinosaurios pertenecientes a la familia Ceratopsidae, que se encuentran todavía en yacimientos del Asia Central, especialmente en Mongolia. Los antiguos verían aquellos restos y aventurarían su origen muy antiguo, concediéndole virtudes de fortaleza. Si uno analiza los esqueletos petrificados de aquellos antiquísimos dinosaurios voladores, comprobará que la imagen hoy revivida del grifo es la de uno de esos antiguos ejemplares.

En todo caso, es curiosa esa pervivencia de la mitología sobre el arte hispánico, y la aparición en un capitel de un pequeño pueblo serrano, de esa ancestral lucha entre dos animales, que representan el Bien y el Mal, pero alternativamente, sin clarificar nunca, como ejemplo de la lucha de los elementos del Universo no humano, como evidencia del desamparo que la especie de los hombres tiene frente a las fuerzas incontrolables del mundo, del tiempo y del espacio.