Guadalajara se pregona
Mañana y pasado, 22 y 23 de septiembre, y en el corazón de Madrid, va a tener lugar una cita que empieza a hacerse clásica pero que siempre se nutre de valores seguros: del turismo y la cultura, del patrimonio y la gastronomía, del folclore y la amistad. El III Día de Guadalajara en Madrid puede ser –con esa intención se ha diseñado- un reclamo consistente para captar visitantes madrileños hacia nuestra tierra. Un mercado de seis millones de posibles viajeros, a un paso de nuestros pueblos, castillos, barrancos y fogones.
¡De parte / del señor alcalde / se hace saber…! Que la provincia / de Guadalajara / que es grande y hermosa / que está cuajá / de paisajes verdes / y de altos pinos / que tiene una montoná / de iglesias románicas / y que a toas horas hay fiestas / mu entretenidas / estará expuesta / pa que tos la vean / en la villa de Madrid / mañana sábado 22 / y pasado mañana domingo 23…
Con este hipotético pregón, al clásico uso de plaza mayor de pueblo de la Alcarria, anunciamos la jornada, doble, que bajo el título de III Día de Guadalajara en Madrid se va a montar entre las plazas de Santa Ana, Benavente, y Santa Cruz, y por las calles que las unen, en la capital de España, este fin de semana en el que ya hemos entrado.
Los paisajes
A la provincia hay que recordarla por sus paisajes, por sus altas serranías, por sus Parques Naturales, que ya son varios, y por la posibilidad que ofrece de andar y disfrutar en medio de una Naturaleza virgen. El Alto Tajo,la Sierra Nortey el Cañón del río Dulce, se mezclan desde su apelativo oficial con las lagunas de Puebla de Beleña, el hondón del río Gallo o los recovecos areniscos de la sierra de Caldereros. Por todas partes caminos y miradores entre los que tejer rutas que asciendan al pico Santo Alto Rey, o bajen a la profundidad del Hundido de Armallones.
Guadalajara no se conoce en un día, ni siquiera en una legislatura. Nuestra provincia tiene tantas esquinas con brillo propio, con voz pausada y nostalgia segura, que ni una vida, quizás, es suficiente para vivir cada pálpito de sus campos y arroyos. En todo caso, ese tapiz de colores y texturas está pidiendo que se empiece a recorrer, a conocer, sin método pero sin pausa.
Aunque la publicidad institucional acentuó siempre los grandes espacios (el Alto Tajo, el barranco del río Gallo, el pico Ocejón y el Hayedo de Tejera Negra), el viajero por su cuenta debe ir anotando y colocando por orden lo que ve y le gusta. Eso hizo, pocos años atrás, un ilustre viajero de nuestra provincia, el novelista José Ramón de Urioste, en un libro que titulaba “Caminos de Guadalajara (Ríos, cruces y piedras)”. Y en el que paladeaba, como en un rito, cada excursión que abarcaba 3-4 páginas, pero que no dejaba un solo rincón por describir y admirar.
Otro viajero, hace ya casi 70 años, el Premio Nobel Camilo José Cela, también quiso poner en negro sobre blanco su amor por la simplicidad de la tierra alcarreña, y en ese universal “Viaje a la Alcarria” demostró que Guadalajara y sus pueblos pueden ofrecer emociones, añoranzas y bellezas solo aptas para los que tienen paciencia de buscar y capacidad de asombrarse.
El Patrimonio
Sí que hay muchas iglesias románicas, casi un centenar, en un nudo denso de piedras y capiteles que nada tiene que envidiar a otras provincias castellanas. Están Sauca, y Carabias, y Pinilla de Jadraque, cada una con su perfil, sus detalles, su dulzor permanente en el recuerdo de excursiones peregrinas. Pero también hay castillos, una treintena al menos con su planta recta y sus almenas temblorosas. Allí acuden, a la memoria limpia de los días de viento, la altura de Atienza, la solemnidad de Molina y el desbarajuste sonoro de los calatravos en Zorita. De esos castillos que fueron decisivos al marcar los rumbos de la historia de sus gentes, quedan hoy ejemplos de enciclopedia, como el que fuera residencia de los obispos de Sigüenza, en funciones de Parador Nacional; o la atalaya de Zafra espigada de rojiza polvareda sobre las bravas aristas de Caldereros, la mirada puesta en Aragón siempre; o el milagro de Anguix (milagro porque a pesar de su abandono, nunca se cae del todo) oteando las prosudas azulosidades del Tajo a sus pies.
El patrimonio de Guadalajara es tan denso que a los viajeros que buscan piedras talladas no se les acaba el tiempo de volver. Muchos libros lo cuentan, algunos de ellos son fruto de mis horas entretenidas en revisar grandes edificios y mínimos detalles del Renacimiento en Guadalajara, aquel estilo del sospechoso humanismo que fue sellado por la ortodoxia del Cardenal Mendoza como pasaporte de cielos: el palacio del Infantado en la capital, el de los duques de Medinaceli en Cogolludo, la sacristía de las Cabezas en la catedral de Sigüenza o el retablo de pureza contrarreformista de Alustante, son piezas (4 entre 4.000) que están pidiendo a voces una visita, un análisis, un montón de emociones al contemplarlas.
Y aún esas otras corrientes que tienen sus aficionados, como el arte árabe, aunque escaso sorprendente en la concatedral de Santa María, o los brotes contemporáneos del metal, la piedra y los cristales sumisos al raciocinio de contemporáneos arquitectos, que en el Auditorio Municipal de Guadalajara o en el Centro de Interpretación Turística del castillo de torija han dado forma.
Las fiestas
En este Día de Guadalajara en Madrid que ahora se nos abre, van a poder admirarse también alunas figuras de nuestras ancestrales fiestas ¿Los danzantes de Galve? Ojalá vuelvan en esta ocasión, como fueron el primer día. ¿Las botargas de Arabnacón, de Beleña, de Montarrón, de Humanes? Sus colores y sus giros, sus valientes contorsiones, hablan de una raza (mejor dicho, de un grupo humano con larga trayectoria…) que no dimite.
Aunque no estén presentes, vibrará la memoria de los cofrades de La Caballada, que en este año además han cumplido recio aniversario, 850 años desde su fundación, ¡nada menos! y que pueden decirse son la esencia de nuestro costumbrismo. Estará, también, la memoria de los danzantes serranos, los coloristas de Valverde de los Arroyos, de Majaelrayo, de los Condemios, de la Hoz en Molina. Estarán los ecos de los mayos en nuestras plazas, los cánticos a las mozas bajo el alto madero del que cuelgan golosinas junto a la banderita española. Estarán, seguro, las procesiones severas dela Semana Santa, y los encierros valientes de Brihuega, o el gracioso rimar de los moros y cristianos de la Soldadesca de Hinojosa. Todo ello es raíz popular, antigua y verdadera. Porque las sucesivas Fiestas de Interés que se van nombrando, con apenas unos pocos años de existencia, sirven para entretener a la gente unos días, ponerla en los ojos una dosis más del spray adormecedor tan necesario en estos crudos tiempos, y dar la ocasión a que los artesanos de las fiestas medievales saquen adelante parte de su producción, tan trabajosamente hecha.
La artesanía es otra de las líneas del pregón reclamante: la antigua y honda, la de los alfares de Zarzuela de Jadraque, de Lupiana y Cifuentes… la de los cristales de El Recuenco, y los hierros de Setiles, Alustante y Checa, ha quedado poco menos que arrinconada en los Museos. Aparte de alguna sencilla alusión memorística en libros muy especializados, nada queda de aquellos artesanos del latón, del jabón, del carbón y de los dulces. Hoy se vende la baratija del cuero recortado, los cristales de colores y las piececillas de madera con florecillas saltando por los bordes.
En ese capítulo del costumbrismo y la fiesta, de la esencia humana profunda y verdadera, sigue en pie la gastronomía provincial, que es un fiel referente de nuestra riqueza autóctona, de la profunda esencia castellana de Guadalajara. En este Día brillante de Madrid, va a ser numerosa la oferta gastronómica, porque la miel sigue siendo un valor seguro, como lo es el cabrito que sale de los hornos de Jadraque, de Arbancón o Hiendelaencina, y ahora los panes recios, las olivas y aceites puros, los vinos sabios dela Baja Alcarria.
Los libros
No me puedo permitir que se olviden las gentes de hoy de los libros de ayer. En ellos están –lo hemos dicho tantas veces- la sabiduría y la cultura más cierta. En ellos se rescatan historias, se defiende el patrimonio y se ofrecen rutas, caminos, sendas para conocer los paisajes y los templos, las fiestas y los ruidos más auténticos. En ellos late la memoria de aquellos personajes (Layna, Ochaita, los Mendoza, don Arcipreste…) que indagaron y crearon, que pusieron su voz en rimas y su estudio en ordenadas memorias. También en esta jornada de encuentros habrá lugares para mirar viejos libros, para encontrar seguros armarios llenos de sorpresas que ya nadie recordaba.
Al final, y en esta que va a ser fiesta de Turismo y Encuentros, podremos preguntarnos qué se está haciendo y qué no se está haciendo en el conjunto de la promoción de Guadalajara. Carteles que señalan el Camino del Cid, el de Santiago, el del Arcipreste (seguro que llegan algún día esos carteles) y monasterios que siguen hundiéndose, abandonados y olvidados de casi todos. Ojalá estas jornadas, además de un encuentro alegre de paisanos, sean un punto de reflexión para enderezar el camino de la defensa y la promoción auténticas de nuestra provincia.