Albendiego, las marcas de los templarios
En 1965, don Francisco Layna consiguió, después de elaborar muchos informes, y de llamar a muchas puertas, que el Estado declarara monumento nacional la iglesia de Santa Coloma en Albendiego. A pesar de ello, y por su aislamiento ancestral y la despoblación de nuestra Sierra Norte en aquella época, el edificio siguió deteriorándose hasta desplomarse su techumbre en 1976. Desde entonces, y gracias a las gestiones realizadas por varios amantes de nuestro patrimonio, con el liderazgo de la Diputación Provincial, se restauró totalmente, y hoy puede admirarse en su integridad.
Llegando a Albendiego
Hundido en ancho valle, junto al río Bornova que acaba de nacer en la laguna de Somolinos, aparece el caserío de Albendiego, arropado con la exuberante vegetación de cientos de árboles que le escoltan, aislado en medio de los labrantíos y pastos del término. Destaca aislada, a unos trescientos metros al sur del pueblo, la iglesia románica de Santa Coloma, que centra la atención de los viajeros.
El nombre de Albendiego tiene muy claras resonancias árabes, lo que nos induce a creer que fuera así denominado por los numerosos mudéjares que poblaronla comarca. Elhecho es que tras la Reconquista, perteneció al Común de Tierra de Atienza, pasando luego al poder de los de La Cerda, duques de Medinaceli, de quienes por casamientos vino a dar a la casa del Infantado, dentro del devenir común de una serie de lugares anejos a Miedes.
En Albendiego pueden verse algunas grandes casonas de recia textura arquitectónica rural, destacando sus paramentos de sillarejo, sus dinteles de grandes piedras, muchas de ellas talladas con emblemas y frases populares, y hasta alguna ruina de casa noble, de sillar, a la que le quitaron el escudo.
La iglesia románica de Santa Coloma
El monumento (declarado histórico‑artístico nacional en 1965) más interesante de Albendiego es la iglesia de Santa Coloma, aislada del pueblo en la orilla del río Bornova, rodeada de árboles y enclavada en un lugar encantador. Aquí tuvieron su sede una pequeña comunidad de monjes canónigos regulares de San Agustín, que ya existían en 1197, pues en esa fecha les dirigió una carta el obispo de Sigüenza don Rodrigo, eximiéndoles de pagar diezmos e impuestos, haciéndoles donación de tierras y viñas para su sustento. Su prior ocupaba un lugar en el coro y cabildo de la catedral seguntina. Ellos fueron, pues, quienes a finales del siglo XII levantaron la iglesia de Santa Coloma.
Desde hace algunos años, se han ampliado los estudios y conocimientos acerca del origen y ocupación medieval de este templo. Y se ha dicho que la iglesia, aunque fuera en sus inicios administrada por una comunidad de canónigos regulares de San Agustín, más bien pudo haber sido propiedad de los caballeros dela Orden Militarde San Juan, pues esa cruz de ocho puntas es la que se ve profusamente tallada en las celosías pétreas de las ventanas de su ábside.
Hoy cabe recordar que la Orden de San Juan fue la heredera, en Castilla, de la más antigua Orden de los Caballeros del Temple, fundada en los años iniciales del siglo XII, en Jerusalén, y pronto extendida por todo el Occidente cristiano.
Su emblema, la cruz patada original, se representó de muchas maneras. También como cruz de ocho puntas. Y el saber ecléctico, aunando las tradiciones esotéricas de los árabes y los judíos, en un intento de conjuntar las tradiciones sabias de la Antigüedad para ser guardianes de los orígenes, fue asumido por estos hombres, que no solo acumularon saber y secretos, sino muchas riquezas. Todo ello fue la causa, al fin, de que algunos poderosos intentaran, y consiguieran, destruirlos. Es lo que ocurrió en marzo de 1312, cuando el rey Felipe de Francia, “el Hermoso”, forzó al pontífice Clemente V a disolver la Orden.
Ahora se ha visto, tras los análisis de múltiples estudiosos del fenómeno templario y el esoterismo o búsqueda de las verdades esenciales, que este templo de Santa Coloma de Albendiego fue sede de los Templarios. Y sus numerosos capiteles, cruces, ventanas y grabados son la expresión clara de una presencia que se concreta y clarifica.
Pero sigamos con la visita del edificio, dispuesto siempre a deslumbrarnos y a dejarse examinar bajo múltiples aspectos: el arte y la ciencia, la sabiduría antigua y la paz que emana. Se trata, en definitiva, de un edificio inacabado, con añadidos del siglo XV. Así vemos que de lo primitivo queda la cabecera del templo, magnífico conjunto de ábside y dos absidiolos.
El ábside principal, que traduce al exterior el presbiterio y ábside internos, es semicircular, aunque con planta que tiende a lo poligonal, y divide su superficie en cinco tramos por cuatro haces de columnillas adosadas, que hubieran rematado en capiteles si la obra hubiera sido terminada completamente. En los tres tramos centrales de este ábside aparecen sendos ventanales, abocinados, con derrame interior y exterior, formados por arcos de medio punto en degradación, de gruesas molduras lisas que descansan sobre cinco columnillas a cada lado, de basas áticas y capiteles foliáceos.
Llevan estas ventanas, ocupando el vano, unas caladas celosías de piedra tallada, que ofrecen magníficos dibujos y composiciones geométricas de raíz mudéjar, tres en la ventana de la derecha, cuatro en la central, y una sola en la de la izquierda, pues las otras dos que la completaban fueron destruidas o robadas. Centrando cada dibujo, se aprecia una cruz de ocho puntas, propia de la orden militar de San Juan, y antes de los Templarios. El resto de la cabecera del templo, ofrece a ambos lados de este ábside sendos absidiolos de planta cuadrada, en cuyos muros de bien tallada sillería aparecen ventanales consistentes en óculos moldurados con calada celosía central, también con composición geométrica y cruz de ocho puntas, escoltándose de un par de columnillas con basa y capitel foliáceo, y cobijados por arco angrelado, cuyo muñón central ofrece en sus caras laterales una bella talla de la hexalfa o estrella de seis puntas, y en otra la que llaman «sello de Salomón», cuajadas ambas de sentido y expresión de otras culturas y sapiencias.
Al interior apareceel arcotriunfal con gran dovelaje y capiteles foliáceos, de paso al presbiterio, y el calco interno de la disposición exterior del ábside. A ambos lados del presbiterio, se abren sendos arquillos semicirculares, que dan entrada a dos capillas primitivas, escoltadas de pilares y capiteles perfectamente conservados, tenuemente iluminadas por los ventanales ajimezados del exterior. Son dos espacios mágicos, donde el aire misterioso, ritual y místico dela Edad Media, parece detenerse y fluir de sus piedras.
A los pies del templo se alza la magnífica espadaña románica, airosa, de tres vanos, con silueta triangular muy característica. De las obras de arte que atesoraba este templo (un retablo gótico, algunas imágenes románicas) nada queda, pues la soledad del lugar ha propiciado el robo fácil.
Hoy día son muchos los que se acercan a este templo para admirar su secular oferta: la paz del entorno, la belleza del edificio, los mensajes misteriosos de sus óculos, de sus cruces, de sus capiteles. Durante mucho tiempo se pensó que eran expresiones de un cristianismo modelado por artífices y artistas mudéjares. Hoy se piensa, con mayor certeza, que todo ello fue planificado serenamente como un espacio de religión cristiana, ornado de elementos que nos hablan (que hablaban claramente a sus espectadores hace ocho siglos) de la esencia única de la Sabiduría: la unión de la Kábala judía, la mística sufí y el anhelo cristiano de encontrar en un Dios, o detrás de él, la fuerza universal del Saber, el rigor del Número, el poder de la Geometría.
Si la presencia de los Templarios por toda Europa está ahora, de nuevo, en el candelero de historiadores, curiosos y viajeros, la huella tangible y clara de esa Orden queda cada día más clara en Albendiego, esencia del templarismo medieval, capítulo curioso, antiguo, periclitado, pero siempre interesante, de la historia de nuestros antepasados.
El Santo Alto Rey, muy cerca
Desde Albendiego se divisa, hacia el sur, la alta cima del monte conocido como «Santo Alto Rey», que también llaman en la comarca «Alto Rey de la Majestad», aludiendo, sin duda, al carácter de auténtica «montaña sagrada» que tuvo en épocas remotas y aun hoy, en muchos sentidos, conserva. Su cota máxima son los1800 metros sobre el nivel del mar, y en ella, sobre una eminencia rocosa batida de todos los vientos, hay una capilla con la misma advocación que el monte, obra de finales del siglo XVIII. Allí suben en romería el primer sábado de septiembre, gran número de gentes de todos los pueblos situados en las faldas y comarca del Alto Rey, celebrándose danzas con palotes, vestidos los hombres con fajas y pantalones típicos oscuros. Cuentan allí la «leyenda de los tres montes», y dicen que una madre tenía tres hijos que siempre se estaban peleando: por ello, un día ya cansada de tantas riñas, decidió convertirlos en montes, para que, aun viéndose el uno al otro dejaran de reñir: estos hijos fueron transformados en el Ocejón, el Santo Alto Rey y el Moncayo.
A punto de aparecer el estudio de los templarios en Guadalajara
En los próximos días va a presentarse en Guadalajara, como novedad nacional, la “Guía Templaria de Guadalajara”, un libro en el que su autor, el conocido estudioso de los temas medievales y esotéricos, Angel Almazán de Gracia, propone un viaje novedoso y emocionante por la provincia en que vivimos. Su estudio repasa los caminos y las huellas que los templarios recorrieron y dejaron por nuestra tierra: Torija, Albendiego, el Santo Alto Rey, el Hundido de Armallones… el libro cuenta con 208 páginas, numerosas ilustraciones y mapas, y forma parte como número 83 de la Colección “Tierra de Guadalajara” de laeditorial alcarreñaAACHE, dedicada desde hace muchos años a la edición de libros sobre nuestra tierra. Está prevista su presentación en acto literario el sábado 12 de mayo, a la 1 de la tarde, en la carpa principal dela “Feriadel Libro de Guadalajara”, que estará situada en el Parque dela Concordia. El autor firmará ejemplares y expondrá las líneas maestras de su trabajo y sus hallazgos.