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abril, 2010:

Alocén abierto, un pueblo que avanza

Mañana sábado, primero de mayo, en Alocén va a tener la Fiesta del Trabajo un cariz especial, cultural y evocador, popular y solidario. Porque para mañana, a las 8 de la tarde, y en el salón de su Ayuntamiento, está prevista la presentación de un gran libro que acaba de terminarse, en escritura y edición, y que va dejar muy alto el pabellón de este pueblo alcarreño, ya de por sí en la cima del cuidado y la belleza urbanística.

 

Viajar a Alocén

Con este motivo, sería buena idea acercarse por Alocén a conocer un pueblo más de la Alcarria. Dice el autor del libro, el historiador alcarreño Aurelio García López, que Alocén fue siempre un pueblo sin importancia colgando de las altas laderas pedregosas y oliveñas de la margen derecha de un profundo y alborotado río Tajo. Lejos de todo, ajeno a la civilización, las modas y las tragedias, fue un espacio humano en el que apenas ocurrió nada en ocho siglos.

Sin embargo, en poco tiempo, en los últimos treinta años, Alocén ha despegado, y hoy tiene una personalidad tan fuerte que, sin duda, quien lo visita y lo disfruta aunque sea solamente unas horas no lo olvidará fácilmente. Es más, volverá seguro. Porque en Alocén se ha implantado la modernidad a través de unas medidas muy concretas y muy simples: se han arreglado todos los edificios, se han pavimentado todas sus cuestudas calles, se ha puesto limpio y reluciente el paisaje y el horizonte urbano: la iglesia restaurada y sus retablo limpios; la picota rodeada de un precioso jardín; las casas principales acicaladas y con el traje de domingo alcarreño; hasta se ha recuperado la portada de su vieja estación de ferrocarril…

A Alocén se llega muy fácil, desde Guadalajara, subiendo la “cuesta del Ave” (a la que los de siempre llamamos la “cuesta del Sotillo”) y tras dejar a lo lados Horche y Tendilla, en el alto de la Alcarria a la altura del Berral se tuerce a la izquierda (en dirección a Budia, que es la que sale en los carteles) y tras recorrer los ahora verdísimos campos se encuentra el tercer desvío a El Olivar y Alocén.

Antes de bajar al pueblo, es obligado pararse en el Mirador que ha construido el Ayuntamiento, en un lugar de privilegiadas vistas, con el embalse de Entrepeñas (ahora rebosante, en su mejor postura desde hace 10 años) a los pies, el viaducto, las Tetas de Viana al fondo, las sierras del Tajo, lejanas, y agua y verdor por todas partes. Desde el Mirador de  Alocén se tiene la sensación de volar sobre la provincia toda, sobre el mapa palpitante de la Alcarria.

Un poco de historia

Para centrarse el viajero, debe saber al menos unas pinceladas de la historia del lugar. Muy breve y sencilla, como antes dije. El historiador García López, autor de la “Historia de la Villa de Alocén” que se presenta mañana, en las 320 páginas de su obra ofrece los más mínimos pormenores de esa historia.

Deriva el nombre de Alocén de la arábiga palabra alfoz, que viene a significar lugar o paso. Desde el momento mismo de la reconquista de la Alcarria, en los finales años del siglo XI, perteneció Alocén en calidad de pago o alquería al monasterio cisterciense de Monsalud, fundado por Alfonso VIII. Los monjes aprovechaban la agricultura, molinos, ganado, etc. del término, sobre el que ejercían señorío y cobraban impuestos. La jurisdicción correspondía a Huete, en cuyo Común estaba el lugar. En el siglo XV, finales, Alocén se hizo Villa. Y en 1562, los monjes de Monsalud decidieron vender el enclave alcarreño a un hidalgo santiaguista, vecino de Huete: don Gaspar Fernández de Parada, quien pagó por ello 4.000 ducados. Inmediatamente, la villa decidió ejercer derecho de tanteo, para así comprarse a sí misma, y tener no sólo su jurisdicción, sino su propio señorío, eligiendo a los oficiales y escribanos entre sus propios vecinos. Obtuvo su pretensión en 1587, pagando al anterior poseedor la cantidad de 6.400 ducados, y colocando entonces horca y picota, instalando también cárcel, cuchillo y cepo. Nada de particular sucedió después que perturbara la tranquila vida rural de la villa alcarreña.

O sí, porque en esos años, en esos siglos de paz idílica y constante devenir de hambrunas, epidemias, cosechones y fiestas, en Alocén se fueron alzando algunos edificios que, sin llegar a ser catedrales ni patrimonios, tiene hoy un interés sumo para el visitante. Viajero yo mismo de mil caminos, sin rubor puedo decir que siempre que llego a Alocén (y lo he hecho este invierno varias veces, algunas con nieve, otras con nieblas y casi siempre lloviendo) que Alocén muestra su cara amable: sonríe siempre. Y ahora que brilla el sol y verdea el confín todo sorprende: el parque de la entrada, la calle mayor cuestuda y zigzagueante, la gran plaza con ese Ayuntamiento soportalazo y asomándose al brillo del paisaje mojado, y al fin la iglesia dedicada a la Asunción, y a la que merece la pena visitar con detenimiento, porque se encuentra en ella  la belleza de la arquitectura interior (es que la arquitectura es eso, el espacio creado entre los muros, los juegos de sol y sombra bajo un techo) y los objetos de culto que sobrevivieron a las malas épocas. Además de un rico museo en la Sacristía, con cuadros, telas, orfebrería y documentos, lo que más impresiona de este templo son sus retablos. Solo por ellos se justifica un viaje a Alocén.

Los retablos de Alocén

La iglesia parroquial de Alocén ofrece uno de los más densos e impresionantes conjuntos barrocos de toda la comarca de la Alcarria. En el muro principal de su cabecera, luce tres espléndidos conjuntos que vemos en esta imagen. El central, o retablo mayor, es una obra barroca de principios del siglo XVIII, que se complementa con un tabernáculo espléndido, del mismo estilo, procedente del convento de las Trinitarios Descalzos de Alcalá de Henares. A sus lados, en la zona de la epístola, el retablo dedicado a San Isidro, que primitivamente lo fue a San Nicolás, pues fue sufragado por aquella vieja Cofradía. Ofrece buenas pinturas de San Roque, San Sebastián, San Varón y Santa Águeda, más una pintura superior de la virgen del Peral de la Dulzura. En la zona del Evangelio, surge el retablo del Carmen. Como el anterior, es de finales del siglo XVII y su autor fue muy posiblemente Alejandro Bermejo, vecino de Brihuega. Este lleva pinturas de San Benito, San Francisco, y una santa crucificada, posiblemente Santa Librada.

En los brazos del crucero, a la derecha surge el retablo de Nuestra Señora de los Dolores, donado en el siglo XVIII por don Juan Corral Morales, y que ofrece de curioso, entre otras cosas, una puerta de sagrario en la que se pintan las armas episcopales del obispo de México don José Pérez Lanciego y Eguíluz, así como una escena muy poco frecuente en las puertas de los sagrarios: el héroe mitológico Hércules luchando y venciendo al león de Nemea.

Frente a él, en el otro lado del crucero, el altar del Cristo del Amparo, que además de la talla del patrón de la villa, presenta en lo alto un gran cuadro de la Virgen de Guadalupe, traído como regalo desde México, en el siglo XVIII. De todos ellos, destaca su perfil barroco, uniforme y espléndido. Un verdadero museo del arte de la Ilustración.

Memorias recogidas en un libro

Mañana sábado, 1 de mayo, a las 8 de la tarde, en el salón de actos del Ayuntamiento de Alocén, sito en su plaza mayor, se celebrará la presentación pública de su “Historia de la Villa de Alocén” que ha sido escrito por Aurelio García López y editado a través de la editorial alcarreña AACHE. El libro se ofrece en un tamaño grande, de folio, con 320 páginas de buen papel y con muchas fotografías a página completa y a color, de sus bellezas patrimoniales y paisajísticas.

En el acto intervendrán el alcalde de la localidad, Jesús Ortega Molina, siempre entusiasta de mejorar el pueblo y en este caso de dejar impresa su memoria de siglos; Antonio Herrera Casado, cronista de Guadalajara, que glosará autor y libro; y el propio autor, el joven historiador Aurelio García López, que últimamente ha sido protagonista de diversas presentaciones, conferencias y ponencias, pues no en balde es, hoy por hoy, el más dinámico investigador de la cosas antiguas de la Alcarria.

La ruta del río Gallo

Aunque no incluido plenamente en el Parque Natural del Alto Tajo, el recorrido del río Gallo por el señorío de Molina conforma una serie de espectaculares paisajes y entornos característicos que le hacen extensión natural de ese Parque.

Para cuantos esta primavera se animen a viajar, a descubrir una de esas facetas que la provincia encierra y está deseando enseñar, la “Ruta del Gallo” es un destino a estudiar, porque va a proporcionar todo tipo de sorpresas: páramos silenciosos entre pueblos medievales, y abruptos cortados rocosos con ermita subterránea incluida. Preparar las botas, los mapas y los ánimos. Y poneros a andar por sus caminos.

 

Aunque el recorrido por el Gallo es muy amplio, pues nace en los altos montes de en torno a Motos y Alustante, en el extremo más oriental del Señorío, como un regalo de la sierra de Albarracín, y va a dar en el Tajo justamente en el espacio conocido como Puente de San Pedro, todas las miradas, y todas las pisadas se dirigen al estrecho barranco que forma el río Gallo entre las localidades molinesas de Ventosa, Corduente y Torete, aunque más abajo sigue, por Cuevas Labradas, hasta la junta con el Tajo en el sitio dicho.

Ahí están los espectaculares paisajes que cifran su belleza en la verticalidad y proximidad de los muros rocosos que dan límite al hondo cañón por el que corre el río. En su mitad se esconde (o se muestra, según se mire) la Ermita de la Virgen de la Hoz, que es patrona del Señorío molinés, y cuya leyenda, historia y realidad hoy es algo que se mete en los corazones de todos los molineses esparcidos por el mundo.

Merece la pena acercarse de nuevo hasta la Hoz del Gallo, y recorrerla desde un punto de visto más naturalista que piadoso, más ecologista que histórico. En ese sentido, quienes todavía no hayan viajado hasta ese lugar privilegiado deben hacerlo en cuanto puedan. En esta primavera que ya apunta tímida. O en el próximo verano en el que las sombras de los altos árboles y las inacabables rocas darán frescor a quien hasta allí se llegue.

Imágenes del río y del entorno

En los libros e historias que hablan de Molina, aparece siempre la imagen del Santuario de la Virgen de la Hoz, que antaño fue monasterio de monjes cistercienses (hay quien dice que quizás antes fuera acojo de templarios) y hoy es corazón del Señorío, dentro de la roca tallada, retablo barroco e imagen románica en conjunto.

Como un catedral de piedra arenisca que emerge entre las choperas, al murmullo de las aguas, rodeada de frágiles pinos, las cúpulas de piedra rodena parecen hablar de un tiempo mitológico. Está la ermita cargada de recuerdos, de glamour y versos. Sobre la roca, junto a la entrada, además de un escudo del clérigo Burgos (un águila de extendidas alas) aparece un panel de cerámica con las catorce líneas de Suárez de Puga que dan vida a uno de los más hermosos sonetos escritos en lengua castellana, aquel que se inicia con la invocación a María en la Hoz: «Con qué dulce volar la rama espesa / de tu parral ¡oh, Virgen en clausura!», y acaba en esos versos que a la hoja de parra dedica porque sabe que es sagrada y es eterna: «Promete, ¡oh tierno tallo de esperanza!, / un día darte la cosecha entera / de su primer racimo transparente / enseñándotela, pues no te alcanza, dentro de la sagrada vinajera / de algún misacantano adolescente».

Prometidas excursiones

Y no vale que andemos más en detalle contando vestidos dorados de vírgenes, o fundaciones pías de familiares de Santo Oficio y Liga Santa, porque a la Hoz del Gallo se va fundamentalmente de excursión, de coche cargado hasta los topes con sillas plegables, mesas ídem, abuelos que se valen y niños por desfogar. Y tortillas, muchas tortillas. Incluso carne empanada, y coca-cola, y (que no falte nunca) vino de la Mancha en bota. Con todo eso, el día por delante, y ganas de pasarlo bien, no hay mejor lugar en el mundo que el barranco de la Hoz.

En Molina de Aragón, primeramente, se ha podido mirar el castillo, o el ábside románico de Santa Clara, o el portalón barroco del Palacio del Virrey. Luego, en Corduente, su bien conjuntado caserío, de nobles casonas recias y francas. Y al fin la hospedería, clavada en el interior de la roca, un verdadero lujo del turismo rural que aquí en la Hoz alcanza el máximo de las posibilidades que el turismo de interior puede ofrecer.

La perspectiva de quedarse a comer en su inmenso salón, a dormir en sus pequeñas y bien acondicionadas habitaciones, y a despertarse arrullado por el sonoro discurrir del Gallo, es algo que verdaderamente carga de sugerencias cualquier plan de «Fin de Semana».

Pero además la Hoz nos ofrece muchas otras cosas. Una: subir por el escalonado vía crucis que parte de detrás de la ermita, hasta lo alto de los roquedales, disfrutando a cada tramo de las vistas suculentas del barranco, de los pinares de Molina, de los cielos transparentes de su altura. Recientemente el Ayuntamiento de Molina ha acondicionado pulcramente aquel entorno, haciendo fácil el discurrir por sus recovecos.

Dos: quedarse a disfrutar las mesas y asientos de madera que se han distribuido a lo largo de las riberas del río.

Tres: adentrarse en el bosque y buscar los restos de una antigua ciudad celtibérica que cercana a Ventosa existe.

Cuatro: cruzar el bosque a buscar ardillas, comadrejas, petirrojos, y algún ciervo.

Cinco: dormir plácidamente al arrullo fresco de la sombra de un cerezo.

Y muchas más cosas. Llegar, entre otras, finalmente a Torete, donde parte una carretera hacia Lebrancón, que junto al arroyo Calderón, también profundo y hermoso, nos da posibilidades de admirar paisajes sin cuento. O seguir carretera abajo hacia Cuevas Labradas, puestas en un alto bien oreado y fresco; seguir en dirección a Cuevas Minadas, para saber lo que es bosque salvaje y denso; o seguir ya sin pausa hasta el lugar en el que la carretera se une a la que viene desde Corduente y Molina en dirección al Puente de San Pedro. Todo son bocas abiertas, y ganas de volver, aunque se esté pasando por vez primera.

Ese es el mejor folleto de propaganda turística que puede proporcionar Guadalajara: recorrer entero el barranco de la Hoz del río Gallo en su tramo final, entre Corduente y el encuentro con el Tajo. Con el telón de fondo de ese Parque Natural del Alto Tajo, que ya cuenta con su Centro de Interpretación en Corduente, y que significa un aula vertiginosa y espléndida para saber más del mundo, de la geología, de los animales del aire y el agua, de nosotros mismos.

La ruta de Monje

Luis Monje Arenas, suficientemente conocido como biólogo director del Servicio de Fotografía Científica de la Universidad de Alcalá, y reciente autor, entre otros, de un libro titulado “El Señorío de Molina, paso a paso”, nos propone en las páginas de este una ruta en automóvil por el río Gallo. Por su trayecto más fácil y espléndido.

Y así nos sugiere que salgamos de Molina y entre campos de cultivo, barbechos y restos de matorrales acompañando al río escueto nos lleguemos a Corduente, tras haber parado un momento a visitar desde fuera la fortaleza de Santiuste, que otea el valle.

Ya junto al río, tras visitar el pueblo [Corduente] y su Centro de Interpretación, nos vamos a encontrar sobre la carretera estrecha y acompañados de unos enormes paredones rojizos, formados por conglomerados de cárdenas areniscas que parecen amenazar con bloquear el paso, y que así anuncian el comienzo del barranco de la Hoz propiamente dicho.

Nos dice Monje que “la erosión diferencial provocada por el caudaloso Gallo en épocas pasadas ha cincelado un zigzagueante y estrecho desfiladero de paredes verticales que alcanzan los 150 metros de altura en algunos puntos, y que hoy aparecen rematadas por cárdenos roquedos sobre los que mantienen un inestable equilibrio los pinos rodenos, centinelas arbóreos de las alturas del cañón”.

El viajero ha de parar en la ermita, en el santuario: allí está la Hospedería, hoy abierta al público, y el templo siempre abierto y con la curiosidad de estar tallado íntegramente en el interior de la montaña, con una imagen románica de la Virgen María en su barroco altar. Poco más allá de los edificios, empieza a ascender una escalinata de cientos de peldaños que, en pocos minutos, y sin demasiado esfuerzo, nos permite subir hasta un mirador natural habilitado sobre una enorme losa de arenisca que sobrevuela el santuario y desde la que se aprecia una panorámica del barranco que se quedará indeleble en la memoria.

La ruta sigue río abajo, carretera abajo: es la GU-958 y va en lo profundo del desfiladero, entre el río y la muralla rojiza. Se llega pronto, tras 5 Kms., a Torete, población  donde el río Gallo nutre con sus aguas una fértil vega. Poco después el paisaje cambia de nuevo, las paredes se alzan y el camino se estrecha, pudiendo ver cómo los rojos conglomerados son sustituidos por grisáceas calizas, en cuyos estratos, fuertemente plegados, se adivinan las primigenias convulsiones orogénicas que sufrieron estas tierras, ricas en fallas, cuevas y plegamientos.

En los altos del estrecho de Despeñaburros, situado a 3 kilómetros aguas abajo de Torete, están la sima de la Muela y la cueva del Horniciego, señaladas por sus correspondientes carteles orientativos. Poco después, 500 metros más allá, poco antes de llegar al pueblo de Cuevas Labradas, se toma la pista de tierra en buen estado que surge a nuestra derecha y que continúa acompañada del río Gallo, el cual se atraviesa poco después, gracias a una pasarela de cemento de la que surge hacia la derecha un caz que alimenta el viejo Molino del Manco.

Si continuamos andando desde allí, hacia Poniente, a 200 metros vemos cómo aparece un impresionante anticlinal que ha sido mil veces fotografiado, y que da la esencia geológica de esta Ruta. La pista que llevamos, nos conduce 4 Kms. más adelante hasta la carretera CM-2015, que baja desde Molina/Corduente por el interior del pinar, y que desde aquí vuelve a hacerse compañera fiel del Gallo hasta que, 5 Kms. más adelante, le vemos entregar sus aguas al Tajo, en el paraje del Puente de San Pedro. Este último tramo es el que mayores perspectivas de grandiosidad nos entrega, pues los murallones calcáreos que escoltan al profundísimo río son de una esbeltez y belleza extraordinaria, destacando de todos ellos el cantil al que se conoce como “Castillo de Alpetea” cargado de leyendas y vigilante eterno de la junta de los ríos.

Añadido el bagaje viajero de algún plano que en la Oficina de Turismo de Molina tienen, y sobre todo con las ganas de ver espacios nuevos y rústicos, fuertes en color y siluetas, el viajero debe lanzarse a dar sus pasos largos junto al río Gallo. Los ríos son siempre libros que cuentan cosas, que cuentan penas y alborotan la memoria, pero que dan siempre, -eso no falla- agua a la sed del caminante, sombra fresca para su descanso, conciencia tranquila de que se está todavía en un mundo amigo y sabio.

Presentación de las nuevas guías de Molina

Mañana día 24 de abril, a las 7 de la tarde, en el Salón de Romeros de la antigua Hospedería de la Hoz, sita junto a la ermita de la Virgen patrona, en la hoz del río Gallo, a 10 kilómetros de Molina, se presenta oficialmente el libro que contiene las nuevas guías de Molina, que ofrece a sus lectores recorrer el Señorío “paso a paso”. Son sus autores Luis Monje Arenas y Antonio Herrera Casado. Lo ha editado AACHE como número 75 de su Colección “Tierra de Guadalajara” y ofrece toda la información que el viajero que se decida a conocer el Señorío puede necesitar, incluyendo sugerencias de viajes a pie y en coche por las orillas de sus ríos, o por los núcleos patrimoniales (castillos, románico, pairones, casonas) e incluso por territorios de leyenda e historia, como el Camino del Cid, ahora reivindicado por los molineses.

La Ruta del Cid por Molina

En los próximos días se va a reunir en Guadalajara, en sesión plenaria y habitualmente rotatoria por las diversas provincias en que discurre el Camino del Cid, el Consorcio que lo promueve, lo estudia y lo acredita de una forma pública.

Quienes nos movemos por los caminos de la provincia, de forma habitual, rastreando memorias y buscando testimonios del pasado histórico de nuestra tierra, tenemos el convencimiento de que la Ruta que para este Camino del Cid se ha trazado no es la más ajustada a la estricta memoria histórica de su trayectoria ni la más concordante con el monumento literario que la avala, el “Cantar de Mío Cid”

 

Un objetivo cultural y turístico

Es de todo punto encomiable que, hace años, se creara este Consorcio interprovincial que velara y promoviera la memoria del Cid Campeador, de sus hazañas y, sobre todo, de los espacios, paisajes, pueblos y entornos por los que muy posiblemente pasó en su cabalgada eterna desde Burgos a Valencia.

Es una forma de promocionar el turismo de interior, que tanto lo necesita, y de dar a conocer los pueblos, las sendas, las viejas y mínimas estancias de la España de dentro, donde cabe toda sorpresa y en cuya médula suena todavía el galope, el cántico, la juerga y el miedo. Por esos caminos siempre poco visitados, en muchas ocasiones olvidados, y seguro que preteridos, caminó el Cid.

Los Caminos propuestos

Aunque el Consorcio, al trazar sus rutas turísticas, ha tratado de ceñirse lo más fielmente posible a las referencias literarias del “Poema de Mío Cid”, es evidente que existen en España otras tradiciones, orales, y muy firmes, que ofrecen otros lugares de paso del héroe castellano. Para la provincia de Guadalajara, se han propuesto oficialmente dos caminos, que aquí recordamos para quien los quiera conocer y andar. Uno de ellos, el llamado “Tierras de Frontera”, se refiere al norte de la provincia, y es el más clásico, con la entrada a nuestra tierra por Miedes de Atienza, y la llegada a Anguita, a sus cuevas junto al río Tajuña, para desde allí marcharse al norte, a Medinaceli. No cabe duda que este camino participa en su mayor parte del rastro literario del “Cantar”, y en él aparecen los pueblos de Atienza, Jadraque, Castejón, (que no Sigüenza, sin apenas interés estratégico en aquella época) y Alcolea con Aguilar y Anguita como pasos previos a la subida al Campo Taranz y por el valle del Arbujuelo bajar al Jalón por Medinaceli.

El segundo camino es la llamada “Ruta de las Tres Taifas”, en la que creyendo que Rodrigo Díaz pasó en varias ocasiones por Molina de Aragón, se le ha añadido un trayecto por el Señorío, un trayecto de ida y vuelta, pues la ruta viene desde Monreal del Campo, en Teruel (allí se alza una alta cota a la que llaman “Cabeza del Cid”) y llega hasta Molina ciudad, volviendo desde allí a través de la Virgen de la Hoz y el desfiladero del Gallo, Escalera, Orea y Checa, hasta alcanzar Orihuela del Tremedal. Se me hace muy rara esta excursión cidiana por el Señorío de Molina, y más por tan espectaculares paisajes, que hoy gustan a todos, porque son fragosos y deslumbrantes, pero que en el siglo XI se obviaban por los viajeros, al ser difíciles, favorables a emboscadas, penosos y largos de recorrer. Si se trata de llevar hoy a los viajeros por los paisajes hermosos del Alto Tajo contándoles que por allí pasó el Cid, me parece, cuando menos, atrevido y frívolo. El Cid y sus mesnadas viajó siempre, a lomos de sus caballos y junto a sus pertrechos guardados en carros, por los caminos más fáciles y cómodos, por los horizontes más despejados y por las líneas más rectas y directas. El camino de Molina a la sierra Menera lo haría por el valle del Bullones, acampando (esa es la tradición transmitida de generación en generación), en la Dehesa de los Arauz, junto a Tierzo, rumbo a Aragón por Checa y Orea.

Una nueva propuesta: La Ruta Lineal por Molina

Desde hace tiempo, un grupo de estudiosos de nuestra provincia ha ido buscando razones para consolidar un tramo de la historia del Cid sobre el suelo molinés. En esta ocasión de la reunión del Consorcio, un grupo de gentes de Guadalajara hemos tratado de hacer ver a los administradores del Camino que ese tramo es lógico, cierto y merecedor de ser incluido en la “Ruta del Cid” como un complemento a lo hasta ahora establecido. Hemos firmado un manifiesto que será entregado al Consorcio el día de su reunión, para que lo considere en adelante con la posibilidad, no de anular lo anteriormente establecido y consolidado, sino de añadirlo a la ruta de las Tres Taifas, igual que se hizo en la ruta de “Tierras de Frontera” con la bajada de Alvar Fáñez y su mesnada río Henares abajo, hasta Guadalajara y Alcalá.

Esta Ruta Lineal que se propone es el tramo que va de Medinaceli a Molina en línea recta, atravesando la Sesma del Campo del Señorío molinés. Es el camino que recorren varias veces los lugartenientes del Cid, su esposa doña Jimena, sus hijas y  los condes de Carrión. Sirve a la continua comunicación entre Valencia y Burgos, lo que suponía pasar por Molina y de allí a Medinaceli. Molina se declara tributaria del Cid y Aben Galbón su amigo. Es un lugar decisivo en el Camino, por ser citada repetidas veces, precisamente como lugar de descanso y apoyo a los personajes cidianos que recorren el tramo Molina-Medinaceli por indicación expresa de Cid. Aunque en ningún momento el “Cantar” diga que Rodrigo pasó por Molina. Lo hicieron sus capitanes y sus familiares.

Este trazado que se propone ahora es el que desde Medinaceli, ascendiendo al Campo Taranz por el valle del Arbujuelo, y siguiendo la sierra de Aragoncillo y Pardos por su cara norte, pasaría por los actuales lugares de Labros (donde se mantiene la toponimia de “Valderrodrigo” y “Pozo Bermúdez”), Hinojosa (presidida por el gran “Cabezo del Cid”), Tartanedo (con sus parajes de “Ciria” y “Mataciria”), y Rueda de la Sierra para llegar, acortando algo, a Molina por su “Torre de Aragón”, ya alzada y poderosa en aquella época. Y viceversa. Un camino fácil, antiguo y lógico.

Es la parte que pone en comunicación de forma lineal el trayecto completo Burgos-Valencia. Esta es la prueba: ese camino total pasaría desde Burgos por San Esteban de Gormaz, Berlanga, Atienza, Sigüenza, Medinaceli, Molina, Albarracín y de allí a Valencia por Teruel, Mora de Rubielos, Jérica, Sagunto y el Puig.

Tres razones para la propuesta

De tres tipos son las razones con que argumentamos esta propuesta de la Ruta Lineal del Cid por Molina: toponímicas, literarias e históricas.

Las razones toponímicas están radicadas en los apelativos que siguen dándose, desde hace siglos, a diversos parajes y espacios del territorio. Así, en Rillo de Gallo hay en la plaza un arco de sabor medieval que sigue llamándose Arco del Cid. La villa de Hinojosa se asienta al pie del cerro Cabeza del Cid, que es un cerro vigía de base amplia y achatado en su altura, donde hubo en los siglos antes de Cristo un gran castro celtíbero. También en Hinohosa hay otro cerro al que llaman Cabeza de Alvar Fañez, y en Labros se apuntan los parajes de Valderodrigo o Pozo Bermudez, con claras y precisas resonancias cidianas. En término de Tartanedo queda todavía el mínimo despoblado de Ciria, bajo el monte de Mataciria. Seguros estamos de que en otros pueblos de la sesma del Campo quedan espacios, pagos y puntas que llevan algún efímero y remoto memorial del cid en sus nombres.

Las razones literarias se ilustran con un texto de la novela “La Gaznápira”, de Andrés Berlanga, ambientada en el pueblo de Labros, al que el autor denomina Monchel en su ficción. El origen de esta palabra es explicado a la protagonista por la abuela con ayuda de un texto a modo de crónica medieval: Formando el campamento con más de dos mil vasallos, Rodrigo Díaz mantuvo puesto el sitio nueve meses cumplidos…Al décimo mes se le rindieron al de Vivar todos los infieles, mientras su servidor Jerôme, natural de Roncesvalles o de más lejos, pedía perdón para justos y pecadores, postrado en la Cima de esta Cabeza que llamaron más tarde del Cid, contemplando el avanzar de los suyos por el cerro empinado que levanta las casas hasta el cielo, entre montes de muchas sabinas y grandes asperezas, en tanto elevaba preces en su lengua de extranjería, “Mon ciel, mon ciel”, de cuyas palabras se quedó el lugar con la denominación de Monchel.

Finalmente, las razones históricas, descansan a su vez en dos apoyos. Uno es el propio “Cantar de Mío Cid” al que de siempre se ha dado verosimilitud de crónica documental fidedigna, (por eso se han querido hacer todas las rutas del Cid, hoy oficializadas, basadas en él) y otros son los diversos libros y crónicas de historiadores antiguos que han seguido anotando las tradiciones orales y consagrándolas en sus obras. De estas son las que aportan los historiadores molineses Sánchez Portocarrero o el licenciado Núñez, aludiendo ambos a estos lugares como  escenarios de las  conquistas del Cid. Núñez cree seguro que fue en Hinojosa, en el cerro ahora llamado Cabeza del Cid  y no en el lugar  llamado Poyo del Cid en Teruel, donde puso su campamento después de dejar Alcocer para asegurarse el dominio y los tributos de las ciudades cercanas de Medinaceli, Calatayud o Teruel, además de Molina. Sánchez Portocarrero lo plantea como mera posibilidad pero manteniendo que el legendario caballero debió andar y ganar aquellos territorios en duros enfrentamientos.

Y en cuanto a las razones que nos da el cantar de gesta, el Poema del Cid, son varias: hay que tener en cuenta que según el texto, es Alvar Fáñez quien, por mandato de su capitán el Cid, recorre el tramo de Valencia a Medinaceli para pedir al rey Alfonso VI que deje marchar a doña Jimena, esposa de don Rodrigo, y a sus hijas a Valencia, ofreciéndole como regalo cien caballos. Y siguiendo esas instrucciones, Alvar Fáñez hace el camino junto a sus compañeros Pedro Bermúdez, Muñoz Gstioz, Martín Antolinez y el obispo Jerónimo, diciéndoles:

Seguid hasta Molina que mas adelante está

la gobierna Abengalbón, amigo y hombre de paz,

otros cien caballeros bien os conseguirá,

id para Molina, cuanto podáis cabalgar. (v. 1463-66)

En  Molina se les une el mismísimo Abelgalbón, y así describen el camino de Molina a Medinaceli, sin duda atravesando la sierra de Pardos y Aragoncillo hacia Taranz y por el Arbujuelo a Medinaceli:

A la mañana siguiente se disponen a cabalgar,

ciento le pidieron, mas él con doscientos va.

La sierra bravía y alta ya se la dejan atrás,

luego cruzan la llanura de Mata de Taranz,

mucha confianza tienen, sin ningún recelo van,

por el valle de Arbujuelo, ya se aprestan a bajar. (v. 1489-93)

Meses adelante, el grupo de amigos del Cid hace el mismo camino, pero en sentido contrario: de Medinaceli van a Molina:

Entraron en Medina, los servía Minaya (v. 1543)

Pasada la noche, venida es la mañana,

han oído misa y a continuación cabalgan.

De  Medinaceli salen, el río Jalón pasaban,

por el Arbujuelo arriba de prisa espoleaban,

la llanura de Mata de Taranz atravesaban,

llegan por fin a Molina, la que Abengalbón mandaba. (v.1540-46)

 Así pues, desde Molina a Medinaceli, bien por Rillo, Herrería y Mazarete, hasta Maranchón y el campo Taranz irían, o por el contrario, subiendo desde la torre de Aragón a Rueda, por las llanuras del Campo hasta Labros y luego bajar cómodamente por los sabinares de Establés y Turmiel, siempre pasando por el Campo Taranz, que está entre Codes y Maranchón, para por el valle del Arbujuelo bajar a Medinaceli.

De este modo queda bien contrastado que el “Camino del Cid” por Molina tiene asegurada su realidad en este trayecto, clave en las comunicaciones derechas y seculares entre Burgos y Valencia. Y que por esa razón debería ser incluido en las Rutas oficiales del “Camino del Cid”, como en estos días muchos molineses y gentes de la provincia piden a quienes tienen la capacidad de modificar estas singladuras.

Ruta de las Casas Grandes molinesas

Empeñado en que nuestros lectores viajen a Molina, a conocer aquel territorio singular y hermoso, y disponiéndoles en forma de Rutas los mil caminos que tiene el Señorío, hoy me voy a centrar en un elemento patrimonial que hace de aquella tierra un algo especial, único, diferente a todo lo demás que hay en Guadalajara o en Castilla-La Mancha.

Me refiero a las “Casas Grandes”, a las casonas molinesas que es como también se llaman, y que son unos edificios especiales, aislados en medio de los pueblos, presidiendo plazas o distinguiendo cuestas, en los que ha siglos vivieron los miembros de ilustres familias, que se distinguieron por su riqueza, por la propiedad de enormes rebaños de ovejas merinas, o por lo estudios cursados y los puestos ocupados por sus miembros, en lejanas tierras.

 

Hay casas grandes molinesas en las cuatro sesmas en que se divide ahora el Señorío. Más quizás que en ninguna otra, en la sesma del Campo. Menos en la del Sabinar. Pero en todas las encontramos. Con densidad ilustre en los pueblos del occidente del Campo (Milmarcos, Tartanedo, Hinojosa, Tortuera…) pero con tenacidad en cualquier rincón del territorio.

Por eso es difícil trazar una escueta Ruta que nos lleve por todas ellas. O por las mejores. Y no sería un tiempo perdido consultar el magnífico mapa que con todas ellas ha trazado José Antonio Tolosa en su página web de InfoMolina, donde da información exhaustiva de todo el Señorío. En la dirección exacta de http://www.infomolina.com/CAT_GENERAL/casona.htm se pueden ver y entrar en detalles de todas ellas.

Casas Grandes en la sesma del Campo

Pero puestos a elegir, yo le ofrecería al viajero darse una vuelta por los mejores palacios de la sesma del Campo. Empezando por Anchuela del Campo,  a la que se llega desde Alcolea-Maranchón, y antes de Anquela, tomando la carretera que asciende hacia el norte. En Anchuela está la casa del mayorazgo de los Cubillas, formado en el siglo XVI, pero el escudo que hoy luce y la propia casa no va más allá del siglo XVIII. Es una forma de empezar a reconocer estos sencillos y solemnes edificios de recia construcción.

Llegamos a Labros, y seguimos adelante, cruzando el sabinar de Santa Catalina, para arribar a Milmarcos, donde son varios los caserones que se nos ofrecen a la admiración. El más importante de todos, sin duda, el palacio de los García Herrero, en la ancha calle que va de la plaza a la ermita de Jesús Nazareno. Esta casona tiene una fachada monumental, dividida en tres cuerpos horizontales, y en su centro la portalada, el balcón representativo, cumado en su dintel del gran escudo hidalgo de la familia. También en esta localidad podemos admirar el caserón de los López Montenegro, frente al Ayuntamiento y la iglesia, muy bien restaurado, y con otro escudo imponente en su fachada. Aunque muy cambiada desde su origen, la Casa de los Angulo (o posada vieja que allí llaman) es otro elemento de estas “Casonas molinesas” con escudo en piedra. En la alta placeta de la Muela, frente a la ermita del mismo nombre, está la casona de los López-Celada-Badiola con escudo tallado que recuerda el de la tierra de Guipúzcoa. Además es de admirar la casa de la Inquisición, hoy muy bien arreglada.

Tras este andar de casa en casa por Milmarcos, nos dirigimos a la vecina localidad de Fuentelsaz, donde algunos notables ejemplares de esta arquitectura nos esperan. Así el más importante de todos, vivo aún, la Casa Grande de los “Galvez de Galia”, con un curioso escudo que es una cabeza cortada y sangrante. Del gran palacio del obispo (don Francisco Angulo Celada, que lo fue de Murcia, y lo construyó en la primera mitad del siglo XVIII) solo quedan las cuatro solemnes paredes, y el escudo episcopal tallado en lo alto, muy finamente. Aún nos queda aquí por ver el caserón de los Ruiz de Mencía,  en la plaza de la Fuente, con su escudo y sus portones y ventanas arquitrabadas, con grandes sillares de piedra rodena.

Nos volvemos, por la misma carretera que trajimos desde Labros, a Hinojosa, donde otros ejemplares estupendos de casas grandes nos saldrán al paso. Una de ellas, la de los Malo de Hinojosa, se ha recuperado en forma de “Casa de Turismo Rural”, respetando su cerrado y fuerte aspecto, y dejando en lo alto, bajo la excelente cornisa, el escudo tallado en piedra, con las armas puras de los molineses Malo: un cordero místico escoltado de dos leones, sobre la rueda de molino que heredan de los primitivos pobladores del territorio. Se admira también la casona de los Ramírez, con su escudo antiguo de múltiples temas, y luego el palacio de los Moreno, que ofrece su fachada barroca con el escudo cobijado por una hornacina semicircular moldurada. Sigue semiabandonada, a la salida de la villa, la casa grande de los García Herrero, ejemplar elegante y blasonado que esta familia puso en Hinojosa.

Proseguimos nuestra ruta y llegamos a Tartanedo, donde son de admirar varias casonas. La más singular, y mejor cuidada, es la que perteneció a los Utrera, uno de cuyos miembros, el obispo don Juan Francisco Utrera, que lo fue de Cádiz, la habitó a mediados del siglo XVIII, aunque había sido construida por su abuelo don Pedro. Otras casonas muestran escudos, tal que la de los Badiola, frente a la iglesia. Si el viajero quiere llegarse a Concha, por carretera local atravesando un denso sabinar desde Tartanedo, allí podrá ver [lo que queda de] la Casona del Mayorazgo, un verdadero monumento de la historia molinesa que se ha dejado arruinar. En ese edificio, hoy en mal estado, vivió durante el siglo XVIII el abogado de los Reales Consejos e historiador de Molina don Gregorio de la Torre y López Malo, y en esa casa recibió a numerosas personalidades españolas y europeas, que hacían su viaje por el “Camino Real” que pasaba por delante de ella.

En Rueda de la Sierra llegaremos a la plaza, y frente a la iglesia veremos la casa de los Vallejo, sencilla pero emotiva, porque en ella nació el que fuera primer obispo de Madrid, muerto en atentado en las escaleras de la catedral de San Isidro. Sobre la puerta, un rudimentario escudo de armas del linaje. Y encima de la fachada una gran placa de mármol y bronce que recuerda que allí nació el personaje, don Narciso Martínez-Vallejo Izquierdo. Hace muchos años, sus habitantes me enseñaron, guardada en estuche de plata y fieltros, la retorcida bala con que asesinaron al clérigo.

Y llegamos a Molina, en el ancho valle del Gallo, puesta la ciudad a los pies del cerro en que se levanta su gran alcázar. La ciudad de Molina de Aragón es una de las más antiguas y con solera de toda España. Capital de un territorio aforado que durante doscientos años vivió independiente de Castilla y de Aragón, gobernado por la dinastía de los Lara, aquí fueron asentándose familias de ganaderos y comerciantes, además de militares, que generaron linajes de amplia prosapia, y cuyos escudos de armas han ido quedando prendidos por los muros de sus templos, de sus palacios, de sus casas grandes. Tantas hay en la ciudad molinesa, que es imposible citarlos todos en esta breve relación, que quiere ser guía breve y apresurada del viajero que por estos pagos se ha decidido a viajar.

En Molina, eso sí, conviene ver sin falta al menos tres grandes edificios que pueden encajar en este capítulo de las Casas Grandes molinesas, y que sin ser una maravilla en su conservación y cuidado, al menos nos dan idea de cómo fueron en sus buenos tiempos (siglos XVII al XVIII) y nos dejan soñar en cómo serían si se cuidaran bien y se restauraran y acondicionaran como es debido.

Uno de ellos es el palacio del Virrey de Manila, en la calle de Tejedores, sumida su fachada y portada en un estrecho paso que apenas si nos deja admirar su grandiosidad. La “casa pintada” como también la llaman los molineses, tiene una portada de molduraje barroco y en su centro alto el escudo de armas de don Fernando de Valdés y Tamón, un asturiano que se casó con una molinesa, y que cuando volvió retirado de su virreinato en las islas Filipinas, mandó construir  aquí este palacio, monumental, con su fachada pintada de escenas, plantas, milagros y sucesos de aquella región asiática. Sufrió remodelación el palacio para ocuparlo con apartamentos y pisos en su interior, y al menos se consiguió salvarle del derribo y de alteraciones externas.

Otro de ellos es el palacio de los Funes, señores de Villel, en la plazuela de San Miguel. Con una portada solemne rematada de su escudo, que aún conserva, por milagro, restos de su primitiva policromía, y la galería alta bajo el alero, de arcos semicirculares estrechos, al estilo de los palacetes de Aragón.

Un tercer ejemplo para no perderse pondría yo en la Casa del Obispo Díaz de la Guerra, en la costanilla del Hospital, frente a San Francisco. Fue originariamente residencia del Abad Mitrado de ese convento, pero luego pasó a propiedad de los obispos seguntinos, que la usaron como residencia de sus delegados y recaudadores en el señorío de Molina. En lo alto de su esbelta fachada (todo el edificio está aislado, imponente) aparece tallado el escudo del “obispo albañil” Juan Díaz de la Guerra, quien mandó hacer así esta casona a finales del siglo XVIII. Vacía y sin utilidad hoy en día, sería una lástima que se perdiese, porque también por dentro es perfecta y magnífica.

Además en Molina ciudad puede el viajero ver muchas otras cosas interesantes: el palacio de los Arias, en la calle del capitán Arenas, y el grandioso y con aire muy aragonés de los Gaspar Díez, en la misma calle, frente a la iglesia parroquial de San Gil. En ese palacio se alojó el Conde duque de Olivares en el siglo XVII. También destacan el palacio de los marqueses de Embid, con gran escudo, en la plaza mayor, y el mejor de todos los palacios, en la calle Cuatro Esquinas, el de los Rivas y Montesoro, bien conservado en su interior solemne.

A las afueras de la ciudad merece un paseo y visita la Casona llamada “el Esquileo” que hoy magníficamente restaurada por sus propietarios, los de Juana, fue alzada y usada durante siglos por los Muñoz de Pamplona, y sede de esta familia, que alcanzó entre otros los títulos de marqueses de Villaverde y Morata de Jalón, entroncando con los Garcés de Marcilla. Además fue dedicada a tareas ganaderas como el esquileo, a hospital de coléricos y a cuartel. Muchas otras merecen ser vistas. En todo caso, el paseo tranquilo, por las calles y rincones de Molina, dará oportunidad al viajero a descubrir por su cuenta otras construcciones de este tipo.

Más casas y más rutas

Todos estos elementos de una arquitectura autóctona muestran la reciedumbre de sus muros, la belleza de sus portones y ventanales, cuajados muchas veces de hierros artesanalmente trabajados, rematadas sus fachadas con orondos escudos de armas, y bien distribuidos sus interiores con zaguanes amplios, en ocasiones bellamente empedrados, escaleras sorprendentes, corra­les resguardados de altas tapias y, en definitiva, el aire en torno de la hidalguía antigua y reciamente hispana. 

Para otra excursión y quizás otra ruta, quedan los palacios espléndidos que podemos ver en la sesma de la Sierra: en Valhermoso está la casa grande de los canónigos, con su patio anterior, sus rejas, sus enormes sillares en puertas, ventanas y esquinas. En Setiles, la casa fortificada de los Malo, y el precioso caserón del tío Pedro y la tía Braulia, modélicos, y en El Pobo de Dueñas, todos muy alterados, aún pueden verse portadas, escudos y cinturas de palacios como el de los Manrique de Lara. A los pies de la sierra de Caldereros, en Hombrados, el viajero se detendrá a admirar en su plaza mayor la Casa Grande de los González Chantos y Ollauri que preside el entorno con su color rojizo y la fachada luciendo el escudo de armas de este linaje.

En fin, un periplo que no debe dejar de hacerse, porque Molina tiene mil cosas a ver, pero estas “Casas Grandes” no tienen desperdicio.

En Pareja renace un palacio

Por suerte podemos decir que un nuevo edificio renace en la Alcarria. Una actuación particular que quiere poner en valor una plaza señorial y opulenta, de olmas centenarias y palacios hidalgos. Es la plaza de Pareja, que gracias a la iniciativa de don Angel Montero está viendo restaurarse el antiguo palacio del hidalgo labrador don Miguel Tenajas Franco, con el doble objetivo de mejorar su aspecto, y dedicarle a tan benéficos  fines como centro hostelero y museo de las cosas alcarreñas. Iniciativas así merecen todo el apoyo, de los alcarreños que vamos viendo nuestra tierra día a día, y de las autoridades que tienen la responsabilidad de mantenerla digna y espléndida.

Las obras de remodelación de este palacio, joya del barroco rural en la Alcarria, están a la espera de recibir el visto bueno y la ayuda de la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, que tiene abierta una línea de ayudas a aquellas iniciativas que devuelvan en su pureza la esencia arquitectónica de los grandes edificios rurales. Cuenta ya con el apoyo, autorización y licencia del Ayuntamiento de Pareja, que tiene previsto iluminar su fachada cuando acaben las obras.

El palacio de los Tenajas en la plaza mayor de Pareja.

El palacio de Pareja

Cuando el viajero llega a Pareja, y tras ascender las cuestas asienta en la plaza mayor, se queda admirado del empaque del sitio, de los caserones y palacios que la rodean, de la gran olma centenaria que sobrevive en su centro.

De entre los edificios, llama la atención el que, ya restaurado en su fachada, se supone el más linajudo de todos. Lo describo a continuación.

Está presidiendo la plaza mayor de la villa, ocupando por completo su costado de poniente, escoltado por dos calles. Ante él aparece la fuente de la plaza, y más adelante abre sus ramas la gran olma centenaria. Ocupa el palacio una parcela de 420 m2 y la superficie del mismo, sumadas todas sus plantas, es de 1.300 m2. Tiene sótano, planta baja, planta principal y planta abuhardillada bajo cubierta de madera vista.

La fachada principal que se abre a la plaza, tiene un trazado de proporciones neoclásicas: se genera a partir de un eje central marcado por el pórtico de acceso y el gran escudo esculpido en la parte superior de la fachada, sobre el dintel de su balcón central. Simétricamente a este eje se sitúan cuatro grandes huecos en planta baja, y otros cuatro balcones en la planta principal. En la parte superior de la fachada aparecen pequeños huecos de iluminación de la buhardilla y una mansarda central. Se remata con una línea de cornisa formada por moldura labrada en piedra. Todos los huecos están enmarcados en piedra natural del país.

El estilo, composición, y materiales, además de la clarísima inscripción del escudo de fachada, fechan este palacio en 1786. Es de gran empaque su parte posterior, que se abre sobre un gran patio, que tiene acceso independiente para los antiguos carruajes. Abierta a la solana y con vistas a la iglesia parroquial, vemos que esta fachada posterior sigue un esquema similar a la principal, destacando en ella una solana de madera desde donde se contempla una completa visión de la iglesia parroquial. En ambas fachadas, los materiales que las constituyen son aparejo enfoscado y revocado, mostrando bien tallados sillares en las esquinas y aleros, y piedra natural tallada en los recercos de los huecos.

Aunque solo son suposiciones, podría ser autor de las trazas de este palacio el arquitecto del obispado de Cuenca en esos años de finales del siglo XVIII, don Mateo López, natural de Iniesta, académico que fue de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, y autor de otros palacios, casonas y capillas en la catedral y obispado de Cuenca.

Al interior, una vez atravesada la puerta mayor del edificio, nos encontramos con una distribución que se corresponde con el esquema clásico de vivienda señorial del siglo XVIII. Esto es: en la planta baja y en el frente del edificio se ubican salones, comedor y cuarto de baño. En el testero se encuentran las cocinas, el patio trasero y despensas. Por el patio trasero, que tiene entrada de carruajes por la calle de la Iglesia, se accede al semisótano abovedado de 200 m2, con columnas de piedra, siendo un espacio singular. En este semisótano existe una cueva con entrada de piedra en forma de dovelas. En el patio trasero existe un espacio en donde se pueden ubicar las cocinas y cuartos de aseo. Todo está diseñado en ella con amplitud y grandiosidad, para que no faltara detalle en comodidad y utilidad para sus habitantes. La planta principal tiene dormitorios y despachos en fachada, dependencias de servicio, cuarto de baño, etc., con cinco balcones sobre la plaza, y dos balcones y diversas ventanas con vistas al patio trasero y a la iglesia. Finalmente, la planta abuhardillada, bajo la cubierta, con faldones formados por una valiosa estructura de vigas de madera vista, sería utilizada como parte más seca para almacén de granos y viandas. La previsión con que se hizo esta casa queda patente al gozar del sol invernal de media tarde, y de las vistas fabulosas sobre sierras y valles, que hay en la galería alta de la fachada posterior.

Las plantas baja, principal y buhardilla se comunican entre sí por una escalera imperial de tres tiros, con iluminación natural por el patio trasero. El semisótano abovedado tiene unos 200 metros cuadrados y un pasadizo secreto con puerta de entrada formado con dovelas de piedra berroqueña.

La clave histórica de este palacio de Pareja está, sin duda, en el gran escudo de la fachada, tallado sobre dos grandes piezas de alabastro, que un tanto regular aún se conserva en el sitio y forma en que se colocó el día de su construcción. Este escudo y la inscripción que le acompaña nos vienen a decir año de construcción (1786), persona que lo mandó construir, y propietario del edificio (don Miguel Tenajas Franco), fecha de su muerte (agosto de 1787) y persona que colocó la placa (su hijo Juan Tenajas Lerin). Los Tenajas de Pareja obtuvieron la hidalguía por privilegio del rey Felipe V en 1732, usando desde entonces el escudo de armas que se ve debajo de las inscripciones, y que luce en otra casona de la villa. Es un escudo partido, teniendo en el primer cuartel una torre sumada de un lobo pasante, y en el segundo cuartel, que está cortado, en el primero un árbol de cuyas ramas penden dos calderos, sobre ondas de agua sumadas de dos lobos pasantes, y en el segundo un escudete redondeado que lleva al centro la cruz de Calatrava escoltada por cuatro flores de lis con bordura de ocho cruces de San Andrés. Ello clarifica una cosa, y rompe una tradición largamente abrigada en Pareja, pero con seguridad incierta: que este no fue palacio de los obispos de Cuenca, y que se construyó en la segunda mitad del siglo XVIII presidiendo una plaza de nueva hechura que por entonces se demarcó y centró con una gran olma y se rodeó del edificio del Concejo (al costado de levante) de otro palacio de hidalgos labradores, el de los Benito (al costado norte), de casas sencillas y tiendas soportaladas (al costado sur) cerrando el conjunto de esta plaza tan ilustrada y tan poco medieval el palacio objeto de nuestro estudio.

Los hidalgos labradores Tenajas y Franco

Los Tenajas y Franco son un ejemplo muy elocuente del nuevo sustrato social que aparece mediado el siglo XVIII en la Ilustración borbónica de España: son labradores, ricos, dedicados exclusivamente al cultivo de las tierras de su término, y que inician industrias de transformación de lo que cosechan, poniendo molinos, batanes, pañerías, dulcerías, comercios, etc.

Bajo la leyenda que supera al escudo y que vemos junto a estas líneas: ANNO 1786. INITIUM HUIC OPERE EREXIT DD. MICAEL TENAJAS FRANCO. MORTE QUIEVIT OCTAVO IDUS ANNO DOMINI MDCCL­XXXVII. ELAVORAVIT JOAN TENAJAS está una larga tradición de laboriosas gentes villanas y pecheras. Evidentemente, al saberse sostenes con su económica laboriosidad de un nuevo Estado, aspiran a una honra y piden privilegios de nobleza. Estos concretamente obtuvieron la hidalguía en 1732. El más antiguo de la familia es don Juan Joaquín Tenajas y Zaldívar, al que se le entrega el privilegio de hidalguía: había nacido en Pareja en 1719 y casó en 1744 con doña Ana Franco. Juan Joaquín era de una parte labrador de tierras, y al mismo tiempo cursó estudios y alcanzó la licenciatura en Derecho y ejerció como abogado. En el Catastro del marqués de la Ensenada se le definía como propietario de casa propia, cueva y ganado.

De este matrimonio nacieron Juan José y Miguel Tenajas Franco. El primero, nacido en Pareja en 1745, estudió en la Universidad de Alcalá de Henares y se licenció en Cánones, siendo profesor de la materia y doctor en Jurisprudencia, alcanzando a ser doctoral en la catedral de Coria y finalmente pasando a ser canónigo y finalmente Deán del Cabildo de la catedral de Cuenca. Su hermano menor, Miguel, fue quien administró los bienes familiares y el mayorazgo, levantando el palacio que hoy vemos en esta plaza de Pareja. Cursó en la Universidad de Alcalá la carrera de Leyes. Murió joven, dejando cuatro hijos de su matrimonio con doña Bernarda Lerin: el mayor, Juan José Tenajas Lerín, llegó a ser catedrático de Cánones en la Universidad de Alcalá y canónigo de Cuenca, como su tío. Más Rosa, Polonia y Julián. Fue Rosa la heredera del palacio de la plaza de Pareja: casó en 1798 con don Joaquín de la Sierra, natural de Beteta. Y en sus hijos quedó la casa. El mayor, capitán don Nicolás de la Sierra y Tenajas, así como sus hijos y sucesivas generaciones, vivió en ese palacio, que finalmente han vendido, en 2003, a don Angel Montero Sánchez, actual propietario, y entusiasta restaurador del mismo.

Memorias de Pareja

La villa de Pareja tiene una larga historia, que estudiaron en su día Víctor Ricote Redruejo y Marcos González López por encargo del entonces alcalde Francisco López Roncero, y la dejaron plasmada en un libro titulado “Historia de la Villa de Pareja” que ofreció datos interesantes y nuevos, reorganizó toda la información que sobre la villa y sus señores, los obispos de Cuenca, existía dispersa, pero no llegó a cuajar en algunas apreciaciones que nunca estuvieron claras, y a las que anteriores cronistas (Juan Catalina García y yo mismo entre ellos) confundieron y dejaron que siguiera rodando la bola de la confusión.

Hecha esta autocrítica, y visto el plano de Pareja de 1908, y asumidos los datos de referencias como las Relaciones Topográficas de Felipe II, llego a la conclusión de que el Palacio de los Obispos de Cuenca estuvo en la parte baja del pueblo, donde siempre se dijo que estuvo el castillo. Precisamente donde hoy se levanta la Plaza de Toros, y un edificio mastodóntico de viviendas modernas, monumento a la pasión constructora de pisos que durante el último decenio ha llevado a España al desastre económico que hoy vive.

Donde se ha levantado esa urbanización, y apoyándose en lo que aún queda de vestigio amurallado de un medieval castillo, estuvo el Palacio de los Obispos. Yo llegué a ver sus ruinas y a fotografiar los escudos del Obispo Solano de Cuenca, que lo mandó arreglar en 1787. Así lo confirma el plano de 1908.

Pero la plaza mayor de Pareja, que es de un evidente corte ilustrado, y que fue creada a comienzos del siglo XVIII con una estructura limpia y lógica, se vio dotada de un edificio para Concejo, otro para palacio del labrador hidalgo más rico del lugar, Juan de Benito Hermosilla, unas casas soportaladas para albergar las tiendas y los estancos, y en su costado occidental el palacio de los también labradores ricos e hidalgos a la sazón comandados por Miguel Tenajas Franco. En el centro, una fuente y una olma, como hoy vemos.

A la vista de la estructura de la plaza y de su evolución en los últimos siglos, resulta que el palacio hoy en rehabilitación, y destinado a mejorar con su elegante prestancia la plaza de Pareja, fue desde su inicio casa residencia del linaje de los Tenajas. Ilustrados, estudiosos, poderosos y con iniciativas. Ellos y su vecino de Benito fueron los creadores, a principios del siglo XIX, de la Sociedad Agraria de Pareja, institución en la línea de las Reales Sociedades de Amigos del País, motor socio-económico de las reformas ilustradas de los primeros Borbones.