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enero, 2010:

El palacio ducal de Pastrana

Cada día son más los viajeros que van a Pastrana. Porque esta villa nuestra, en la que se guardan recuerdos de los tiempos viejos, de la época gloriosa y mágica del Siglo de Oro, está puesta en medio de la Alcarria con sus puertas abiertas para ser reconocida: con intensidad y ganas. 

En Pastrana son muchas las maravillas que nos salen al paso: desde la gran Plaza de la Hora y su palacio ducal acogiéndola, hasta las estrechas y empinadas callejas del Albaicín. En medio, son palacios y templos, capillas y fuentes las que nos saludan

"El palacio ducal de Pastrana" es un estudio muy completo de García López sobre este edificio y sus propietarios.

 Un motivo de visitar el palacio  

Un esperado libro, que por fin toma cuerpo. El palacio ducal de Pastrana, durante largos años en abandono y progresivo hundimiento, ha vuelto a la vida tras su adquisición por la Universidad de Alcalá. Una cuidada restauración, dirigida por Fernández Alba y Clemente San Román, le ha devuelto su pasado esplendor, con aportaciones contemporáneas, como el gran patio central, ahora cubierto y con columnas metálicas y profusión de cristales. Todavía sin un uso popular ni mayoritario, pero el hecho cierto es que el palacio ducal de Pastrana está ahí, en perfectas condiciones de revista.
Para completar esta actitud de recuperación, se añade ahora la edición de un libro que narra al completo su historia, las vicisitudes de su construcción, de sus reformas, las vidas de sus propietarios, los nombres de sus constructores. Y la descripción una por una de las maravillas que encierra. Un libro que lleva por título «El palacio ducal de Pastrana» y cuyo autor ha sido el eminente historiador alcarreño Aurelio García López (Hontoba, 1967), quien durante años ha investigado en todos los archivos y bibliografías posibles para componer una secuenciada historia del edificio. No falta nada, y añade muchos elementos de la historia urbana de Pastrana, porque al mismo tiempo que la plaza que preside hubo que hacer las puertas de entrada a la misma, las casas que la rodean y formaban el espacio de mercado y todo lo que supuso reordenación urbana de la villa. 

El palacio ducal fue sede de vivienda de los señores temporales de la villa. Desde el siglo XVI en sus comienzos, en que doña Ana de Mendoza, condesa de Mélito, adquirió estos territorios y decidió construir junto a la muralla del lugar un palacio que los vecinos siempre tomaron (y temieron) por castillo, hasta el siglo XVIII en que finalmente lo abandonaron, este palacio fue sede de gentes y acontecimientos: el pueblo pastranero siempre anduvo pendiente de quien entraba y salía por él, de cuantos empleados iba a tomar el duque, de qué se iba a fabricar en su interior, a quién le compararía los ladrillos, o las tejas, y qué paños nuevos pondrían colgando de sus muros. Por sus puertas traseras entró Antonio Pérez, huido de la crueldad filipina, para verse con doña Ana de Mendoza, la princesa viuda de Eboli. Y por su puerta grande entraron los materiales para montar el gran taller de tapices flamencos que en el siglo XVII mandó crear su propietario el tercer duque don Ruy Gómez de Silva y Mendoza, poniendo al maestro Francisco Tons y un buen número de liceros europeos, al frente de la industria. 

Y por allí cruzaría en su día, siendo un chaval, Juan Bautista Maíno, ahora memorablemente asumido por los historiadores del arte como pieza clave del siglo de Oro. O Fernández de Moratín, que no se quiso perder las formas solemnes de la arquitectura palaciega. 

Alonso de Covarrubias arquitecto del palacio 

El autor de este palacio, iniciada su construcción hacia 1542, es Alonso de Covarrubias, que en él ensaya los esquemas más sobrios del Renacimiento castellano, fuera de las platerescas ornamentaciones al uso. 

Desde el momento en que doña Ana de la Cerda compró la villa de Pastrana pensó en construir un palacio ó casa fuerte junto a sus murallas. Las trazas de este palacio fueron encargadas en el mismo año 1541 a Alonso de Covarrubias, el gran arquitecto toledano autor de numerosas e importantes obras regias en el territorio del antiguo reino de Toledo. 

Comenzó Covarrubias a realizar las trazas para el palacio inmediatamente, y en 1544 ya había comenzado su construcción, que en algunos puntos estaba incluso avanzada. En 1546, y con motivo de los pleitos interpuestos a la señora de la villa por el Concejo, se paralizaron dichas obras, estando ya levantada buena parte de la fachada principal. En 1548 se reanudaron nuevamente las obras, una vez finalizado el pleito. En esta nueva y final etapa se completó el edificio, a pesar de quedar sin terminar el patio, y se concluyó la estructura general de la gran plaza delantera, que no sería completada hasta el momento del señorío de don Ruy Gómez de Silva, en 1572. 

La traza completa del palacio de Pastrana fue hecha por Alonso de Covarrubias. Diseñó el palacio entero, tanto en sus dimensiones y estructura externa, como en la interna y hasta en los más pequeños detalles, como las puertas, ventanas, escaleras y techumbres. Es posible que también deseñara el espacio urbano delantero del palacio, concibiendo una gran plaza abierta al frente, escoltada a sus lados por edificios soportalados con tiendas y viviendas, y sendas puertas de acceso, desde el barrio periférico de la Veracruz o Boceguillas, y hacia la calle mayor rumbo a la iglesia colegiata. 

La plasmación concreta del proyecto de Covarrubias fue llevada a cabo por diversos maestros de cantería o de obras, en su mayoría montañeses, algunos de las tierras de Guadalajara, que sucesivamente fueron pasando por Pastrana dejando su huella de buen hacer y rigor constructivo. Así se sabe que en 1544 estaba dirigiendo las obras un tal Martín de Ibarra. En 1548 pasó a dirigir las obras el maestro Nicolás de Adonza, que tenía su residencia habitual en Mondéjar, donde había dirigido en buena parte las obras de la gran iglesia parroquial. Hasta 1552 estuvo Adonza trabajando en el palacio de Pastrana, del que sabemos se encargó de buena parte de la portada. En esa época estuvo también encargado de algún tajo o fragmento del edificio palaciego el maestro de cantería Juan del Pozo, natural de Cogolludo. 

A partir de 1549 se encargaron de codirigir la obra Pedro de Medina y Pedro Gómez del Mazo. El primero de éllos había trabajado previamente en las obras de la muralla de la villa. Estos dos autores se responsabilizaron de la construcción de la torre izquierda de la fachada. También hicieron juntos la puerta que daba paso a la Plaza de la Hora desde la Calle de las Bodeguillas, que resultó bastante más sencilla de lo que poco antes habían trazado Alonso de Covarrubias y Luis de Vega, pues el presupuesto no daba para demasiadas alegrías. Este Pedro de Medina protagonizó durante su estancia en Pastrana numerosos pleitos, a causa de pagos de sueldos, de cobro de sus honorarios de la condesa, etc. 

En 1552 aparece un nuevo maestro de obras a dirigir el palacio que progresivamente va creciendo: se trata del también montañés Juan de Alavarrieta. Además de él actuó en esa época Francisco Aragonés, quien antes había hecho modificaciones a la muralla de la villa. 

Las obras de madera de este palacio fueron realizadas a partir de 1548 por diversos maestros traídos de Madrid por Covarrubias, artesanos de gran prestigio que habían dejado las muestras de su saber hacer en muchas estancias del gran alcázar real madrileño. Se trata en concreto de Justo de Vega y Cristóbal de Nieva, encargados de tallar las múltiples filigranas de los artesonados platerescos de las salas nobles del palacio, así como de Juan Rojo de Madrid, que construyó las puertas y ventanas del edificio. 

El palacio de Pastrana en el contexto del arte castellano 

No hace falta insistir nuevamente en la importancia arquitectónica del palacio ducal de Pastrana. Hemos visto, de una parte, su descripción, y de otra la atribución fidedigna a Alonso de Covarrubias y una amplia serie de prestigiosos maestros de cantería que consiguen una obra maestra. En el contexto del arte castellano, concretamente en el radicado en el antiguo reino de Toledo, donde Covarrubias impone, a lo largo del reinado de Carlos I, un nuevo concepto de arquitectura renacentista, sobria y desornamentada, en la que prima la pureza del espacio como eje de la belleza, y la norma primera de las proporciones sobre cualquier añadido escultórico, el palacio de Pastrana es una de las piezas claves para su comprensión total. 

Puede situarse, cronológicamente, entre el Hospital de Tavera y el gran Alcázar toledano. El primero de ellos se proyecta en 1541 y el segundo a finales de 1542. Ambos están considerados como los más grandiosos y geniales edificios concebidos por el arquitecto de Torrijos. La obra de Pastrana fue quizás un encargo de rutina, una gran casona con aires de castillo solicitada por una señora caprichosa y vehemente, para la que no cabía (por un planteamiento inicial de reducidos costes) introducir ningún alarde de novedad estructural o alegrías ornamentales. Se trataba de una obra menor, pequeña, sencilla, y aunque el autor estaba decidido a ponerla su sello personal, así como el estilo de la época y su sello propio en dimensiones, alzados y detalles, no era cuestión de pararse mucho tiempo en aventurar experimentos. 

Es así que el palacio ducal de Pastrana es más bien un ensayo o entretenimiento de Covarrubias, en pleno periodo creativo de dos de sus más geniales obras: el hospital Tavera y el alcázar de Toledo. De ambos edificios lleva influencia la casona de Pastrana. Su estructura cerrada, con patio central, y sus cuatro torres esquineras, más la portada escoltada de columnas y rematada por frontón heráldico. Si bien lo concibió como una obra muy equilibrada, a base de una planta rectangular, patio central y torres en cada esquina, las dificultades y problemas legales en los años sucesivos llevaron a la obra a ser terminada con tan sólo las dos torres delanteras, pues las posteriores fueron protestadas por los franciscanos y vecinos de la villa. 

El genio de Covarrubias quedó, además, afirmado en esta ocasión alcarreña gracias a la traza de una gran plaza delante del edificio, lo que le hacía ganar en vistosidad y perspectivas. Algo muy propio del arte renacentista en general, pero siempre respetado e impuesto por Covarrubias en sus múltiples obras castellanas. En cualquier caso, un precioso ejemplo y recuerdo de este gran artista que fue Alonso de Covarrubias. 

Apunte 

El libro sobre el palacio 

Este libro, que saludamos con alegría y que, una vez leído al completo, nos ha proporcionado mucha información de la que carecíamos, viene en el momento justo de la prevista apertura al público del monumento, que ahora podrá ser apreciado y conocido en su auténtica dimensión. 

Se trata del volumen nº 74 de la Colección “Tierra de Guadalajara” que promueve la editorial AACHE de nuestra provincia. Tiene 200 páginas y un sinfín de fotografías en color, de planos, de imágenes antiguas, y de detalles poco vistos del edificio. Está ya a la venta, y es posible que en fechas próximas se presente públicamente en el salón de actos del propio palacio. 

Imaginamos que la obra va a ser recibida con entusiasmo en Pastrana, tanto por su población como por sus regidores así como en la Universidad de Alcalá, que con esta obra cuenta ya con un elemento útil de divulgación de este su emblemático palacio alcarreño.

Millana se acicala

En los últimos meses, y con la colaboración de los vecinos, la iglesia románica de Millana se ha adecentado, y arreglado en algunos de los problemas exteriores, mera apariencia, que tenía. Así se consigue recuperar otra de esas iglesias románicas que tan orondamente forman el grupo de más de un centenar de templos medievales de nuestra provincia. 

En cualquier caso, el viaje por la Baja Alcarria del Guadiela es algo que siempre está ahí, a mano, y que conviene repetir para ir descubriendo un montón de cosas nuevas y atractivas. Entre ellas, y ahora lo veremos en detalle, ese desfile de mitológicos personajes que se pasean tallados y socarrones por los capiteles emilianenses

La gran portada Románica de Millana

 

Situada en plena Alcarria, en el valle del río Guadiela, en el seno de lo que históricamente se conoce como la Hoya del Infantado, se encuentra la villa de Millana, que posee una interesante iglesia parroquial dedicada a Santo Domingo de Silos, construida en estilo románico puro. La construcción de esta iglesia se debe a su señora territorial, doña Mayor Guillén de Guzmán, quien se vió dueña de este lugar en 1253, por lo que resulta fácil datar la portada meridional de esta parroquia emilianense en los inicios de la segunda mitad del siglo XIII, lo cual añade otro dato a nuestra teoría de una cronología muy avanzada para el románico alcarreño. 

La estructura de Millana 

La iglesia de Millana presenta importantes restos de su primitiva construcción románica. En el siglo XVI fue completamente rehecha, pero se conservaron sus dos portadas y buena parte de sus muros, procediéndose solamente a la reedificación y ampliación de la cabecera del templo. Su interior es de una sola nave y no ofrece elementos de interés. En el exterior, es lo más señalado, aparte de las numerosas y diferentes marcas de cantería en los sillares de sus muros, especialmente en el del norte, la presencia de dos portadas que le confieren un interés especial en el examen del arte románico en la Alcarria. 

La portada norte es muy sencilla y se encuentra hoy tapiada e inutilizada. Consta de un arco muy simple, con moldura sencilla y decoración de bolas, faltándole algunas dovelas que han sido suplidas por piedra desbastada y cemento. Enmarcando al arco aparece un filete con simple molduraje, también incompleto. Esta portada norte, a pesar de su sencillez, fue utilizada en tiempos remotos, y es una interesante prueba de un modismo constructivo habitual en el siglo XIII. 

Pero el elemento más valioso y definitorio del templo que hoy visitamos, es su gran portada meridional, que ofrece una estructura muy clásica dentro de lo que el arte románico suele presentar y que podemos ver en la fotografía adjunta. Situada centrando el paramento sur del edificio, necesitó que a éste se le hiciera un cuerpo saliente para albergarla, debido a la profunda bocina de sus arcos. No cabe duda que desde su construcción, en el siglo XIII, esta portada se ha mantenido sin cambios apreciables en su conjunto. Se aloja, como decimos, en un saledizo cuerpo de sillares bien tallados, en los que abundan las marcas de canteros. Este cuerpo saliente se cubre de un tejaroz sostenido por magnífica serie de canecillos que alternan con metopas o rosetas en las que aparece decoración interesante. El ingreso propiamente dicho se constituye por una serie de cinco arquivoltas baquetonadas, llevando al interior un arco liso que hace el oficio de cancel, y que se apoya en lisas jambas laterales que escoltan el ingreso, en tanto que las cinco arquivoltas descansan sobre una serie de cuatro columnas adosadas a cada lado, con basa moldurada y corrido plinto. Estas columnas rematan en sendos capiteles que ofrecen una bella e interesante decoración, que luego vemos. 

Finalmente, ante la portada descrita se abre un amplio espacio rodeado de alta barbacana, correspondiente al antiguo cementerio o salón del templo, hoy ocupado de árboles y jardines, lo que le confiere un encanto aún mayor. 

La decoración de Millana 

Tras haber analizado la estructura formal del templo y sus portadas, nos centraremos especialmente en sus aspectos decorativos e iconográficos. 

La portada románica de Millana tiene unas característi­cas comunes con la del Salvador en Cifuentes. Es de su misma época (2ª mitad del siglo XIII), está erigida y costeada por la misma persona (Dª Mayor Guillén de Guzmán), y presenta una dis­tribución de sus elementos tectónicos y decorativos muy simila­res, aunque evidentemente es más sencilla. El estilo de sus elementos iconográficos es, dentro de su ingenuidad y rudeza, también similar a los de la referida portada, y a su vez a los de la puerta mayor del templo de Santa María del Rey de Atienza. 

Pertenecen al arte muy esquemático y simple de una cuadrilla de canteros que, obedeciendo programas previamente establecidos por clérigos y matizados por señores, recorren la Alcarria poniendo en esa época su ingenua visión del mundo trascendente. 

Los elementos iconográficos más destacados de esta estructura románica se encuentran localizados en el friso superior de canecillos y metopas alternantes, y en la serie de ocho capi­teles que rematan las columnas adosadas en el ingreso. En los canecillos apenas se advierte rastro de escultura, pues la mayoría son simples bloques de piedra tallada, ofreciendo algunos muy esquemáticos perfiles de animales. En los huecos entre los canecillos aparecen tallas denominadas metopas, en las que se pueden observar algunas curiosas figuras. Predominan las de tema vegetal, con rosáceas, palmetas, etc., siempre tratadas con una intención claramente decorativa e irreal. También se ven dos figuras de animales: un cuadrúpedo, que podría ser un león, y un ave de presa, indudablemente un buitre, que ataca y enguye a una víctima. 

Los capiteles que rematan a las columnas adosadas ofre­cen una decoración que entronca con la idea románica de exponer en las portadas elementos del Antiguo y Nuevo Testamento alter­nando con las figuras irreales del bestiario medieval, en esa mezcla tan típica de una edad en la que todo lo maravilloso e intemporal cae dentro de un mismo concepto narrativo y concep­tual. A la izquierda del espectador se presentan cuatro capiteles en los que aparecen parejas de figuras enfrentadas en su centro. A pesar de la dificultad de identificación debido a las agresio­nes que han sufrido a lo largo de los siglos, y al esquematismo de su inicial talla, vemos de izquierda a derecha una pareja de grifos, otra de centauros, otra de grifos y otra de arpías. 

En el grupo situado a la derecha del espectador, se encuentran otros tantos capiteles, en los que de derecha a izquierda vemos un ser con cabeza bovina y otro con alas que sujetan o atraen hacia sí a dos pequeñas figuras humanas desnudas; le sigue otro capitel con una pareja de centauros enfrentados; otro en el que se ve a un anciano junto a un ángel que baja de la altura; y finalmente, el más interno, ofrece una figura de ángel separada por la esquina central del capitel de otra figura de aspecto femenino. En cualquier caso, la rudeza de la talla y el malísimo estado de conservación de estos capiteles les hacen muy dificilmente identificables en su contenido iconográfico. 

El intento de su identificación no debe dejar de hacerse. Es claro el significado de los cuatro capiteles  de la izquierda. Son parejas de elementos del bestiario medieval. Los grifos, mezcla de águila y león, son elementos benéficos, protectores de los caminos y de los caminantes. Los centauros retratan la parte animal y baja del hombre, y pueden identificarse con elementos pecadores. Las arpías son también seres mitológicos, se dice que hijas de Neptuno y el mar, y representan al vicio en su doble expresión de culpa y castigo. En definitiva, la serie de capiteles de la izquierda de la portada de Millana tienen un equilibrio perfecto en cuanto a representación del Bien y el Mal en forma de animales del bestiario. 

En los capiteles de la derecha, vistos desde dentro a fuera, nos encontramos en el primero con lo que podría ser la representación de la Anunciación del Ángel a la Virgen María. Una figura angélica saluda a otra femenina, y es fácil identificarlo con la escena bíblica referida (San Lucas, 1, 26). La segunda escena muestra un ángel que, como si descendiera de lo alto, se aparece a un personaje con características de viejo, barbado. Podría identificarse, con ciertas dificultades, y en base a su relación secuencial con la escena aneja, a la revelación del ángel a San José, en sueños, de la concepción milagrosa de María (San Mateo, 1,18). En el tercer capitel, aparecen sendos centauros, con su habitual significado impuro. Y en el cuarto una imagen diablesca, con cabeza de animal, y otra angélica, disputan o acosan a dos seres humanos, desnudos y de pequeño tamaño. Está claro que, sin un orden neto, esta serie de capiteles representan dos escenas de la Biblia, del Nuevo Testamento en concreto, más otra del bestiario y, en fin, una típica manifestación del Juicio de las almas, con su sentido premonitor de los Novísimos. 

Este repaso, somero y superficial, que hemos hecho en torno a la estructura arquitectónica y al significado iconográfico de un edificio románico de nuestra provincia, creemos debe completarse con la visita detenida a dicho monumento, a lo que invitamos a todos nuestros lectores, en la seguridad de que saldrán recompensados. 

Millana paseada 

La visita a la iglesia de Millana nos da la oportunidad de visitar el pueblo entero. Un pueblo que es Alcarria neta, y que en el valle del Guadiela se nutre del benéfico influjo de las aguas de los riachuelos que corren hacia el río principal, y de la soleada generosidad del aire que llega del sur, dejando en primavera (cada vez más cerca) el paisaje cuajado de árboles frutales en flor. Hay en Millana una plaza grande, solemne, con una serie de casonas antiguas de recia sillería escoltando, como mimada de todos, a la fuente central. De las casonas del pueblo, la más sugerente es la de los Astudillo, en la que luce espléndido un gran escudo de armas, obra del siglo XVIII, que debe tenerse como referencia de la gran heráldica rural alcarreña. Todo, en fin, invita a quedarse un buen rato paseando este encantador pueblo de la Alcarria, al que uno siempre vuelve, porque sus piedras doradas, su silencio generoso, y su simpatía siempre llaman.

Cogolludo, cinco siglos de palacio

Llegar ahora a Cogolludo, mañana mismo por ejemplo, a ver su plaza mayor, su palacio, y a comer en cualquiera de los restaurantes que pululan por su entorno, es un ejercicio de saludable turismo interior que puede dejar muy hermosa huella en la memoria de quien lo practique. Y puede dejarla por varios caminos, distintos pero confluentes: el de la vista, con la contemplación de la fachada grandilocuente del palacio ducal; el del gusto, cuando por el gaznate atraviese una buena ración de cabrito al estilo serrano; o el de los pulmones, que podrán ensancharse a su gusto cuando se escale la cuesta que lleva hasta Santa María (la parroquia) o las ruinas medievales (las del castillo) que en lo alto del cogollo de Cogolludo se alzan. 

Portada del Palacio Ducal de Cogolludo

 

 Hablaremos hoy, para quienes quieran sacar el mayor provecho de esa propuesta visita a Cogolludo en tres horas rápidas, del palacio que los duques de Medinaceli mandaron levantar hace ahora poco más de cinco siglos. Para este año 2010 se ha habilitado por el ministerio de Cultura la cantidad de 2.059.554,64 euros, importante, con cargo al 1% cultural, que seguirá adecentando y poniendo en valor esta joya de la arquitectura plateresca. 

El autor del palacio, Lorenzo Vázquez de Segovia 

Es en un breve opúsculo escrito por el arquitecto Enrique Martínez Tercero, bajo el título de La primera arquitectura renacentista fuera de Italia. Lorenzo Vázquez en Guadalajara, donde se nos ofrece sucintamente la visión cumplida y meticulosa de lo que en punto a mecenazgo artístico y empuje de ideas nuevas supuso la saga de los Mendoza en nuestras tierras. De la mano del Cardenal don Pedro González de Mendoza, surge el castellano Lorenzo Vázquez, que aporta sus conocimientos técnicos y su genialidad compositiva a una serie de edificios a los que hoy todavía podemos acercarnos con la boca abierta y la máquina de fotos preparada, porque cinco siglos después continúan haciéndonos vibrar y emocionarnos. 

Martínez Tercero elogia en su obra, sobre todas las demás, la mole arquitectónica del palacio de Cogolludo. De tal manera, que la pone en su portada representada en un exquisito dibujo en el que, acentuando aún más su línea clasicista, le adorna con ventanas similares al palacio Strozzi de Florencia, y le quita la escocia superior, quedando un auténtico y soberano palacio toscano, milagrosamente puesto sobre los secarrales de la Alcarria. 

Lorenzo Vázquez había nacido en Segovia en torno a 1450, y se debió formar en la profesión trabajando en las obras del castillo de Pioz, que hacia 1470 estaba levantándose por orden de su dueño, el Cardenal Mendoza, pasando luego a laborar en las reformas del castillo de Jadraque, patrocinadas también por el purpurado alcarreño. Vázquez, al que Tercero califica de «joven brillante y receptivo», alcanzó la consideración de «maestro de obras» de Don Pedro González de Mendoza, quien en 1486 le envió con su sobrino, el segundo conde de Tendilla don Iñigo López de Mendoza, en la embajada de este aristócrata a Italia, para que allí se empapara de las nuevas técnicas y estilos, interviniendo al dictado del Cardenal en su proyecto de la Basílica romana de la Santa Cruz. La estancia de Vázquez en Roma y Toscana sería de un año y seis meses, aprendiendo tantas cosas que a su regreso, todo lo que hizo adquirió un evidente tono italiano y puramente renacentista, algo nunca visto en Castilla. Tras su regreso en 1487 comenzó a trabajar en otra obra de su patrón que ya estaba comenzada, el Cole­gio de la Santa Cruz de Valladolid, que fue concluido en 1491, y en el que quizás por su influjo se incorporan una serie de elementos renacientes, de los que no es el menor el almohadillado prominente y geométrico de su fachada. Poco después, Vázquez es requerido por don Luis de la Cerda, gran Duque de Medi­naceli, casado con la sobrina del Cardenal Mendoza, y plenamente adscrito al grupo de poder encabezado por este linaje. Para él construye, entre 1492 y 1495, su palacio de Cogo­lludo, primer edificio completo del Renacimiento fuera de Italia. 

No para ahí Vázquez su actividad. En plena madurez creadora, interviene después en el Convento de San Antonio de Mondéjar, patrocinado por su compañero de viaje a Italia, y gran protector de las artes, el conde de Tendilla don Iñigo. Es obra esta del último decenio del siglo XV. Poco después se pone a trabajar en el diseño y construcción del palacio de Don Antonio de Mendoza en Guadalajara, que debió acabar hacia 1507, pasando inmediatamente, llamado por el Mar­qués de Cenete (hijo mayor del Cardenal Mendoza) a las obras del Castillo de La Calahorra en Granada, joya preciosísima del Renacimiento hispano. Y aquí, en 1509, es donde perdemos su pista. Probablemente poco después moriría, o, en cualquier caso, inició el mutis definitivo de su vida. 

Con palabras de Martínez Tercero, podemos concluir que «fue Vázquez un personaje excepcional por su receptividad, brillantez y capa­cidad de organización, dada la cantidad de obras en que intervino… gozó de la confianza plena del gran Cardenal y sin la muerte de éste en 1495 es proba­ble que hubiese proyectado y dirigido el Hospital de Santa Cruz de Toledo. Intervi­no en cuatro obras bajo su patronazgo: castillos de Pioz y Jadraque, Sopetrán y Santa Cruz de Valladolid. El resto de su actividad la desarrolló para sus sobrinos: Medinaceli en Cogolludo, Tendilla en Mondéjar, Antonio de Mendoza en Gua­dalajara, y para su hijo Cenete en La Calahorra». 

La visita a Cogolludo  

El patrimonio monumental de Cogolludo tiene un gran interés, y se centra en su gran palacio ducal, que preside la hermosa Plaza Mayor de la villa, soportalada y abierta al mismo tiempo. Llenando con su masa pétrea el costado norte de dicha plaza, el palacio de los duques de Medinaceli ofrece su gran fachada de proporciones horizontales, con prominente almohadillado en su paramento. Una portada central cubierta de ornamentación plateresca, acoge en su tímpano el escudo de la familia constructora, rodeado de palmetas que podrían representar grandes mazorcas de maíz. Un tondo circular ofrece, escoltado por querubines, el escudo familiar, y sobre la fachada se distribuyen ventanales ajimezados de corte gótico. La fachada se remata en una crestería en la que se distinguen figuras del ajedrez. Al interior, es de admirar la traza de su patio, del que solamente queda la galería baja, con arcos semicirculares y capiteles del primer Renacimiento alcarreño. En el salón principal, una gran chimenea de ornamentación gótico-mudéjar, especialmente llamativa, con escudos. En este edificio espléndido se reconoce la primera faceta del estilo renacentista en España, sobre todo en planificación y articulación del palacio señorial. 

La visita a Cogolludo, que en todo caso hará fácil y amable con su saber y sus explicaciones la guía oficial de la villa, Inés Martín, contempla también la iglesia parroquial, de Santa María, que fue edificada en el siglo XVI por Juan Sanz del Pozo y sus hijos Hernando y Pedro del Pozo, entre otros arquitectos que consiguieron hacer de ella un impresionante edificio con estructura clásica gótica, aunque ya netamente renacentista en su ornamentación: dos bonitas puertas a mediodía y poniente dejan paso a las tres naves separadas por gigantescos pilares que se abren en lo alto en perfectas bóvedas de crucería. En una capilla lateral se puede admirar el cuadro al óleo del tenebrista José Ribera el Españoleto, representando los momentos previos a la Crucifixión de Cristo. Le llaman «el capón de palacio» porque fue entregado a la parroquia como regalo por los duques un año en que estos lo sustituyeron por el habitual «capón» con el que pagaban su reducido impuesto material a la parroquia. 

Y aún podemos visitar el edificio de la iglesia de San Pedro, de aspecto externo muy simple, pero con un interior solemne, de altas bóvedas y restos interesantes de pinturas. Además el viajero observará las ruinas de lo que fue convento de Carmelitas, con su fachada típica de esta orden. Y algunas ermitas (san Roque, la Soledad, San Antón y San Miguel) por los alrededores. Todo ello sin dejar de subir hasta el castillo, curiosa edificación de muchos siglos de antigüedad, pues en su origen fue árabe, y luego fuerte alcazaba cristiana de la que hoy queda el recinto central y algunos desmochados torreones. 

Más detalles del palacio 

Es de lujo el estudio que sobre las galerías desaparecidas del palacio ducal de Cogolludo hizo en su día el arquitecto Antonio Miguel Trallero Sanz, con planos, alzados, croquis y documentos gráficos y documentales, que vienen a rehacer por completo este palacio, lujoso entre los lujosos, pero tan maltratado por los siglos, de tal modo que muchas de sus piedras labradas se repartieron por las edificaciones populares de la villa, o incluso fueron llevadas fuera de ella, utilizando muchas de las que quedaron para montar una frágil plaza de toros que se usó durante muchos años en el espacio de los patios posteriores del propio palacio. 

En el estudio, breve pero enjundioso, de Martínez Tercero que he usado como guía en este recuerdo, el palacio de Cogolludo no pierde un ápice de su importancia aunque de él se diga que es menos airoso que los palacios renacientes de la Toscana, pues «mientras éstos se levantaban sobre solares ciudadanos limitados por la apretada trama urbana y consiguiente dificultad de ex­pansión, en Cogolludo el Duque no tenía ningún problema para extenderse sobre todo el territorio que le fuese necesario». A pesar del indudable clasicismo de sus formas, de sus detalles ornamentales, de su concepto palaciego simétrico (esa puerta centrada es realmente novedosa, inédita en el arte de la construcción castellana medieval), el palacio de Cogolludo presenta una serie de hispanismos muy característicos, tanto en el alzado como en la planta. En el alzado es de resaltar que el muro de la planta baja es ciego, sin una sola ventana, algo inusual en Florencia, donde los edificios de este estilo siempre ofrecen huecos que iluminan desde la calle las de­pendencias inferiores. La obsesión hispánica, heredada de los árabes, de reservar en la más absoluta privacidad los interiores, se expresa en este detalle, así como en el que ofrece la planta de que el eje de la puerta principal hacia el interior del edificio coincide con un muro ciego que impide la visión del patio desde el exterior, siendo el acceso a este en zigzag, en clara herencia medieval y defensiva. Esa asimetría se observa también en la colocación de la puerta de entrada al patio desde el zaguán, que queda frente a una columna de este, así como el hecho de que la escalera principal del palacio se encuentre descentrada respecto al eje transversal del mismo, hecho que se ve en el palacio del Infantado y en el más moderno de don Antonio de Mendoza en Guadalajara. 

La fachada del palacio de Cogolludo, no hace falta repetirlo, es magnífica. Toda su superfie está tratada con un almohadi­llado continuo como ocurre en el Palacio Strozzi de Florencia, aunque la imposta que señala la división de las plantas no corre por los alféizares de los huecos, sino más abajo, marcando el nivel del forjado. Tanto la portada como la cornisa de la fachada son soluciones muy renacentistas, aún simplificadas de las que Vázquez había proyectado en Valladolid. Sin embargo, en el frente de Cogolludo aparecen una serie de elementos que no se encontrarían bajo ningún concepto en una fa­chada boloñesa o florentina, y que son los que marcan el valor novedoso y personal del palacio ducal de los La Cerda. 

Sería el primero la serie de escudos del linaje de La Cerda que campan en esta fachada: uno, mezquino y agobiado entre la cornisa del arquitrabe y el tímpano semicircular de la portada, le debió parecer pobre al orgulloso duque, por lo que se añadió otro mayor, rodeado de una corona re­nacentista de laureles, en el eje central y elevado de la fachada. 

Y ya para terminar, porque el espacio se nos acaba, dejar constancia del hecho sorprendente de la aparición de unas ventanas netamente gotizantes, de unos elementos decorativos verdaderamente raros, modernos y casi misteriosos, como son las panochas de maíz que rodean el arco de la portada, sin olvidar el arcaísmo gótico de la crestería, a los que Martínez Tercero califica, creo que con toda razón, capricho hispánico del duque, o, más bien, de la duquesa. Sea como fuere, un edificio asombroso, un edificio cinco veces centenario, una joya más de nuestra tierra que hay que correr a verla. 

Apunte 

Noticia del palacio 

Quien mejor ha estudiado el edificio palaciego que centra Cogolludo, son Juan Antonio Pérez Arribas y Javier Pérez Fernández, padre e hijo, quienes durante muchos años han buscado en archivos, hemerotecas, y memorias, además de pasear su mirada por cada detalle del palacio, midiendo, dibujando, fotografiando, y ensamblando todo lo hallado en una teoría que ha cuajado en un libro espléndido, “El palacio de los duques de Medinaceli en Cogolludo” que primero salió como número 29 de la colección “Tierra de Guadalajara” de la editorial AACHE y luego en formato mayor, como edición corregida y aumentada, en otra editorial de Guadalajara, con el mismo título. En todo caso, una obra imprescindible para conocer la historia y el arte de ese edificio mayúsculo.

Llegada a Pastrana de Christopher Marlowe

Fue Marlowe un escritor inglés, dramaturgo especialmente, activo en los años finales del siglo XVI y principios del XVII, colega y no demasiado amigo de William Shakespeare, con el que competía a través de sus piezas teatrales en verso. Algunas conocidas composiciones de Marlowe, como “Dido, reina de Cartago”, “La Masacre de Paris” y “El Gran Tamerlán” demuestran el cultivo de la poesía épica que cultivó en forma de montajes teatrales. 

La novela que relata la aventura de Marlowe por España, por Nacho Ares

Su biografía no ha sido compuesta de forma definitiva, pues su muerte, muy joven, en una reyerta extraña entre amigos, supuso para muchos la excusa para llevar a cabo un cambio de personalidad y entrar en el status de lo que modernamente se conoce como “testigo protegido” que en este caso fue de la reina de Inglaterra y su gobierno, por entonces enfrentado al catolicismo y especialmente a los reyes de España y Francia. 

Se sabe, por ejemplo, que en los tiempos en que Christopher Marlowe anduvo de estudiante en el Corpus Christi College de Cambridge, sus largas ausencias se explicaron por estar al servicio [secreto] del gobierno de la Reina Isabel, contactando con Thomas Walsingham como factor secreto del espionaje británico. Unas estancias seguras en Reims, y otras desconocidas en otras partes de Europa, han dado pie para todo tipo de fabulaciones. 

Y una de ellas acaba de llegarnos, de forma brillante y con apuesta fuerte por la novela histórica con carácter, de la mano de Nacho Ares, “el enamorado de la princesa de Éboli” que ya nos dejó hace unos años un libro estupendo sobre esta alcarreña de pro que fue doña Ana de Mendoza y de la Cerda. 

Las aventuras de Marlowe por Pastrana 

Cierro en este momento el libro de Ares, y me quedo pensando hasta donde llega la realidad y de donde parte la fantasía. Es esta una novela histórica que transcurre en los últimos años del siglo XVI, cuando en España reina Felipe II, son sus secretarios Mateo Vázquez e Idiáquez, y la princesa de Éboli y Antonio Pérez andan de cárcel en cárcel. El protagonista es el joven Marlowe, que accede a pasar unos cuantos años de su juventud metido en intrigas políticas, y en el servicio secreto de HM Elisabeth, la reina inglesa que se siente acosada por el rey español. 

La novela es muy entretenida, se basa en hechos reales pero con los lógicos aditamentos novelescos, y en ella tiene un protagonismo notable la Alcarria, Pastrana y, por supuesto, la princesa de Éboli, que por muy poquito añade siempre, en cualquier libro, la pimienta que le da sabor. 

Cuesta un poco de trabajo aceptar, según va uno leyendo este libro que se titula “El Retrato”, que doña Ana de Mendoza esté tan en contra de Felipe II y de España, que se llegue a poner claramente de parte de los ingleses. Y lo mismo puede decirse de Antonio Pérez y del arzobispo de Toledo, Gaspar de Quiroga. Pero estas exageraciones le sientan bien a la trama de la novela, y en definitiva consigue lo que todo buen libro debe hacer con el lector: quejarse un poco, estar en desacuerdo, para en definitiva entrar de lleno en su historia. Es lo que decía Unamuno de la lectura: que los libros que más le interesaban eran aquellos con los que estaba en desacuerdo. 

La resolución de la trama, finalmente, la consigue Ares de forma magistral. Quizás lo mejor del libro, lo cual le da la calificación de bueno o muy bueno, porque en esas cuatro páginas finales de cada libro suele estar la sustancia y la justificación de todo lo anterior. Sin duda ha conseguido este joven escritor darnos una novela histórica ambientada en la Alcarria, escrita por un admirador de nuestros pueblos, de nuestra tierra, como es Ares, y  que va a interesar y divertir a cuantos se acerquen a ella, y se la lean, sin parar, un día de estos. 

PASTRANA y su entorno alcarreño 

La visión de Pastrana, siempre de actualidad, en cualquier paso literario que se da en su entorno, nos dice con más fuerza que tiene marcado un futuro prometedor y seguro. A pesar de que el rector de la Universidad de Alcalá, del que ya se cumplen, por fin, los dos mandatos que ha ejercido, se haya empeñado en que el palacio ducal no se abra a los usos lógicos de la cultura popular y el visiteo turístico que le corresponde. 

En este inicio de siglo, los pueblos de la Alcarria comienzan a darse cuenta de que lo realmente importante es lo que hace poco señalaba Francis Fukuyama como clave del desarrollo de un país, o de un grupo humano cualquiera: lo importante es mantener una dosis suficientemente alta de mirada hacia el futuro, y que esta sea, en cualquier caso, mayor de lo que cada país o grupo tenga de capacidad de mirada hacia el pasado. No es bueno radicalizarse en una de las dos posturas. Porque si parece que lo ideal es abrirse al tiempo por venir, y morar en la esperanza solamente, no deja de ser un error que luego se lamenta. Porque los pueblos que olvidan su historia, o la desconocen, están condenados a repetirla. El equilibrio es siempre lo ideal, como la virtud, que está en el término medio. Yo creo que lo mejor anda en un porcentaje de más/menos el 60% al futuro, y el resto al pasado. El latido de cada instante se debate entre las dos anteriores posibilidades. La vida es un «venir de» y un «ir a». 

En la Alcarria, que fue tierra muy volcada siempre al pasado, en la que los retratos de los abuelos aparecían presidiendo el comedor, y el cementerio recibía honores de gran salón social, se está empezando a cambiar. En la Alcarria, hasta las Centrales Nucleares (con todo el riesgo que día a día siguen manteniendo, al menos la que está en funcionamiento, sobre nuestras cabezas) son ya cosa del pasado. Hay que buscar alternativas mejores, y distintas. ¿Cuales? Sin duda el Turismo Rural es una de ellas. Bien hecho, con cabeza, con corazón, con ganas, con profesionalidad. Cortando de raíz la picaresca que al amparo de las subvenciones y los amiguismos se han podido generar en un principio. Dejando que sea la iniciativa privada, con lo que de riesgo y de heroísmo conlleva, la que marque el camino. 

La Alcarria es una comarca «a la que a la gente ya le va dando la gana ir» según decía el Premio Nobel Cela al comienzo de su segundo Viaje a la Alcarria. Nadie podrá negarle a Cela el gran mérito de haber «vendido» la imagen de una Alcarria pobre y atrasada. De una Alcarria anclada en el pasado. Porque eso sigue atrayendo a mucho público, y además servirá para que quien venga se lleve la sorpresa de que ese mundo de atraso y pobreza ya no existe. La solemne lontananza parda de los carrascales, y el azul grisáceo de los montes de Altomira, son el marco ideal de un mundo que se mueve, de un mundo que tiene fe en el futuro, pero que no olvida, en ningún momento, su rico pasado. Del que hasta vive. 

Historia y Patrimonio 

Pastrana es el mejor ejemplo de esa doble vía del desarrollo. El anclaje en la historia, en las memorias de antiguas damas turbulentas (la de Éboli) de santas con agallas (de Teresa de Jesús) de faranduleros y ricos-hombres, de moriscos y frailes herejes, sirve para dar un barniz de elegancia e intriga a sus calles. Por aquí pasaron… puede decirse de la calle de la Palma, y recordar los nombres de Ruy Gómez el portugués, o de Juan Bautista Maino el italiano. Estos fueron… y señalar con el dedo los derrumbados muros de un jardín morisco, de un convento de frailes mínimos, de un batán donde se entregaba poderío a la lana. Ahora, como se ve, hasta Christopher Marlowe anduvo (en la quimera de su novelesco deambular) por la plaza de la Hora, por la cuesta del convento, por el patio ajado y húmedo del palacio ducal. 

Podría aquí poner el listado de personajes y de monumentos que hacen grande y hermosa a Pastrana. Podría adelantar algo de lo que en un libro de muy próxima aparición hace el historiador Aurelio García López, recorriendo dato a dato la historia toda de su gran palacio y de las gentes que lo habitaron. 

Pero no: prefiero entregarme al sano e inquietante temblor de pasear por las cuestas pastraneras, darle la vuelta entera a los muros altísimos de la Colegiata, bajar hasta la fuente de San Avero, a ver si aún es capaz de pasar una mula, o un borrico, camino de las huertas. Pisar con energía ante las cruces de los mayos, subir hasta el Albaicín, a contemplar el caserón donde Fernández de Moratín se retiraba en los cálidos veranos de Castilla, a escribir tras pensar, a pensar tras vivir. Y oler la ceniza que se esparce al cielo en el atardecer de invierno sobre los tejados viejos, recomponiendo la añoranza de los niños cantores del colegio de San Buenaventura, los paseos que por el plazal vacío dieran Alonso de Covarrubias, Pedro de Medina y Nicolás Adonza, calculando el efecto que debería dar la fachada del nuevo palacio que les mandaba construir doña Ana de la Cerda, la primera señora del lugar, a la que el concejo y hombres buenos miraron siempre con odio y con respeto. Y aún imaginar las noches del verano, ya casi cantando el alba sobre el valle del Arlés por Valdeconcha, cuando regresaban satisfechos y felices los mozos por haber catado la pimienta de las mujeres de seguida que se albergaban para su gozo en la casa de mancebía que puso el ayuntamiento de costa de sus propios (en el siglo XVI, claro). 

En Pastrana, el viajero, disfrutará si tiene sensibilidad. Si no la tiene, también podrá disfrutar, comiendo y regando las entretelas del estómago. Pero a quien le mueve gracia el sonar de una campana, el mirar desde un plazal escurialense la levedad del aire sobre los huertos, y tiene garra para imaginar un Corpus de alegrías y pífanos entre el color arrebatado de una calle mayor tapizada de paños de Flandes, Pastrana le entusiasmará hasta la lágrima. Solo tendrá una cosa que hacer, quizás al final de todo: Subir de nuevo hasta el atrio abierto de la Colegiata, ponerse ante la cruz de piedra que se deja arrullar por la hiedra que trepa el muro, y leer la placa que recuerda a José Antonio Ochaíta, el poeta que murió recitando, y más que morir resucitó en la palabra. No debo seguir, porque los más de mis lectores ya han cerrado el Nueva Alcarria, y se están subiendo en el coche para irse a Pastrana. A descubrirla otra vez, porque nunca se acaba.