Cogolludo, cinco siglos de palacio

viernes, 15 enero 2010 0 Por Herrera Casado

Llegar ahora a Cogolludo, mañana mismo por ejemplo, a ver su plaza mayor, su palacio, y a comer en cualquiera de los restaurantes que pululan por su entorno, es un ejercicio de saludable turismo interior que puede dejar muy hermosa huella en la memoria de quien lo practique. Y puede dejarla por varios caminos, distintos pero confluentes: el de la vista, con la contemplación de la fachada grandilocuente del palacio ducal; el del gusto, cuando por el gaznate atraviese una buena ración de cabrito al estilo serrano; o el de los pulmones, que podrán ensancharse a su gusto cuando se escale la cuesta que lleva hasta Santa María (la parroquia) o las ruinas medievales (las del castillo) que en lo alto del cogollo de Cogolludo se alzan. 

Portada del Palacio Ducal de Cogolludo

 

 Hablaremos hoy, para quienes quieran sacar el mayor provecho de esa propuesta visita a Cogolludo en tres horas rápidas, del palacio que los duques de Medinaceli mandaron levantar hace ahora poco más de cinco siglos. Para este año 2010 se ha habilitado por el ministerio de Cultura la cantidad de 2.059.554,64 euros, importante, con cargo al 1% cultural, que seguirá adecentando y poniendo en valor esta joya de la arquitectura plateresca. 

El autor del palacio, Lorenzo Vázquez de Segovia 

Es en un breve opúsculo escrito por el arquitecto Enrique Martínez Tercero, bajo el título de La primera arquitectura renacentista fuera de Italia. Lorenzo Vázquez en Guadalajara, donde se nos ofrece sucintamente la visión cumplida y meticulosa de lo que en punto a mecenazgo artístico y empuje de ideas nuevas supuso la saga de los Mendoza en nuestras tierras. De la mano del Cardenal don Pedro González de Mendoza, surge el castellano Lorenzo Vázquez, que aporta sus conocimientos técnicos y su genialidad compositiva a una serie de edificios a los que hoy todavía podemos acercarnos con la boca abierta y la máquina de fotos preparada, porque cinco siglos después continúan haciéndonos vibrar y emocionarnos. 

Martínez Tercero elogia en su obra, sobre todas las demás, la mole arquitectónica del palacio de Cogolludo. De tal manera, que la pone en su portada representada en un exquisito dibujo en el que, acentuando aún más su línea clasicista, le adorna con ventanas similares al palacio Strozzi de Florencia, y le quita la escocia superior, quedando un auténtico y soberano palacio toscano, milagrosamente puesto sobre los secarrales de la Alcarria. 

Lorenzo Vázquez había nacido en Segovia en torno a 1450, y se debió formar en la profesión trabajando en las obras del castillo de Pioz, que hacia 1470 estaba levantándose por orden de su dueño, el Cardenal Mendoza, pasando luego a laborar en las reformas del castillo de Jadraque, patrocinadas también por el purpurado alcarreño. Vázquez, al que Tercero califica de «joven brillante y receptivo», alcanzó la consideración de «maestro de obras» de Don Pedro González de Mendoza, quien en 1486 le envió con su sobrino, el segundo conde de Tendilla don Iñigo López de Mendoza, en la embajada de este aristócrata a Italia, para que allí se empapara de las nuevas técnicas y estilos, interviniendo al dictado del Cardenal en su proyecto de la Basílica romana de la Santa Cruz. La estancia de Vázquez en Roma y Toscana sería de un año y seis meses, aprendiendo tantas cosas que a su regreso, todo lo que hizo adquirió un evidente tono italiano y puramente renacentista, algo nunca visto en Castilla. Tras su regreso en 1487 comenzó a trabajar en otra obra de su patrón que ya estaba comenzada, el Cole­gio de la Santa Cruz de Valladolid, que fue concluido en 1491, y en el que quizás por su influjo se incorporan una serie de elementos renacientes, de los que no es el menor el almohadillado prominente y geométrico de su fachada. Poco después, Vázquez es requerido por don Luis de la Cerda, gran Duque de Medi­naceli, casado con la sobrina del Cardenal Mendoza, y plenamente adscrito al grupo de poder encabezado por este linaje. Para él construye, entre 1492 y 1495, su palacio de Cogo­lludo, primer edificio completo del Renacimiento fuera de Italia. 

No para ahí Vázquez su actividad. En plena madurez creadora, interviene después en el Convento de San Antonio de Mondéjar, patrocinado por su compañero de viaje a Italia, y gran protector de las artes, el conde de Tendilla don Iñigo. Es obra esta del último decenio del siglo XV. Poco después se pone a trabajar en el diseño y construcción del palacio de Don Antonio de Mendoza en Guadalajara, que debió acabar hacia 1507, pasando inmediatamente, llamado por el Mar­qués de Cenete (hijo mayor del Cardenal Mendoza) a las obras del Castillo de La Calahorra en Granada, joya preciosísima del Renacimiento hispano. Y aquí, en 1509, es donde perdemos su pista. Probablemente poco después moriría, o, en cualquier caso, inició el mutis definitivo de su vida. 

Con palabras de Martínez Tercero, podemos concluir que «fue Vázquez un personaje excepcional por su receptividad, brillantez y capa­cidad de organización, dada la cantidad de obras en que intervino… gozó de la confianza plena del gran Cardenal y sin la muerte de éste en 1495 es proba­ble que hubiese proyectado y dirigido el Hospital de Santa Cruz de Toledo. Intervi­no en cuatro obras bajo su patronazgo: castillos de Pioz y Jadraque, Sopetrán y Santa Cruz de Valladolid. El resto de su actividad la desarrolló para sus sobrinos: Medinaceli en Cogolludo, Tendilla en Mondéjar, Antonio de Mendoza en Gua­dalajara, y para su hijo Cenete en La Calahorra». 

La visita a Cogolludo  

El patrimonio monumental de Cogolludo tiene un gran interés, y se centra en su gran palacio ducal, que preside la hermosa Plaza Mayor de la villa, soportalada y abierta al mismo tiempo. Llenando con su masa pétrea el costado norte de dicha plaza, el palacio de los duques de Medinaceli ofrece su gran fachada de proporciones horizontales, con prominente almohadillado en su paramento. Una portada central cubierta de ornamentación plateresca, acoge en su tímpano el escudo de la familia constructora, rodeado de palmetas que podrían representar grandes mazorcas de maíz. Un tondo circular ofrece, escoltado por querubines, el escudo familiar, y sobre la fachada se distribuyen ventanales ajimezados de corte gótico. La fachada se remata en una crestería en la que se distinguen figuras del ajedrez. Al interior, es de admirar la traza de su patio, del que solamente queda la galería baja, con arcos semicirculares y capiteles del primer Renacimiento alcarreño. En el salón principal, una gran chimenea de ornamentación gótico-mudéjar, especialmente llamativa, con escudos. En este edificio espléndido se reconoce la primera faceta del estilo renacentista en España, sobre todo en planificación y articulación del palacio señorial. 

La visita a Cogolludo, que en todo caso hará fácil y amable con su saber y sus explicaciones la guía oficial de la villa, Inés Martín, contempla también la iglesia parroquial, de Santa María, que fue edificada en el siglo XVI por Juan Sanz del Pozo y sus hijos Hernando y Pedro del Pozo, entre otros arquitectos que consiguieron hacer de ella un impresionante edificio con estructura clásica gótica, aunque ya netamente renacentista en su ornamentación: dos bonitas puertas a mediodía y poniente dejan paso a las tres naves separadas por gigantescos pilares que se abren en lo alto en perfectas bóvedas de crucería. En una capilla lateral se puede admirar el cuadro al óleo del tenebrista José Ribera el Españoleto, representando los momentos previos a la Crucifixión de Cristo. Le llaman «el capón de palacio» porque fue entregado a la parroquia como regalo por los duques un año en que estos lo sustituyeron por el habitual «capón» con el que pagaban su reducido impuesto material a la parroquia. 

Y aún podemos visitar el edificio de la iglesia de San Pedro, de aspecto externo muy simple, pero con un interior solemne, de altas bóvedas y restos interesantes de pinturas. Además el viajero observará las ruinas de lo que fue convento de Carmelitas, con su fachada típica de esta orden. Y algunas ermitas (san Roque, la Soledad, San Antón y San Miguel) por los alrededores. Todo ello sin dejar de subir hasta el castillo, curiosa edificación de muchos siglos de antigüedad, pues en su origen fue árabe, y luego fuerte alcazaba cristiana de la que hoy queda el recinto central y algunos desmochados torreones. 

Más detalles del palacio 

Es de lujo el estudio que sobre las galerías desaparecidas del palacio ducal de Cogolludo hizo en su día el arquitecto Antonio Miguel Trallero Sanz, con planos, alzados, croquis y documentos gráficos y documentales, que vienen a rehacer por completo este palacio, lujoso entre los lujosos, pero tan maltratado por los siglos, de tal modo que muchas de sus piedras labradas se repartieron por las edificaciones populares de la villa, o incluso fueron llevadas fuera de ella, utilizando muchas de las que quedaron para montar una frágil plaza de toros que se usó durante muchos años en el espacio de los patios posteriores del propio palacio. 

En el estudio, breve pero enjundioso, de Martínez Tercero que he usado como guía en este recuerdo, el palacio de Cogolludo no pierde un ápice de su importancia aunque de él se diga que es menos airoso que los palacios renacientes de la Toscana, pues «mientras éstos se levantaban sobre solares ciudadanos limitados por la apretada trama urbana y consiguiente dificultad de ex­pansión, en Cogolludo el Duque no tenía ningún problema para extenderse sobre todo el territorio que le fuese necesario». A pesar del indudable clasicismo de sus formas, de sus detalles ornamentales, de su concepto palaciego simétrico (esa puerta centrada es realmente novedosa, inédita en el arte de la construcción castellana medieval), el palacio de Cogolludo presenta una serie de hispanismos muy característicos, tanto en el alzado como en la planta. En el alzado es de resaltar que el muro de la planta baja es ciego, sin una sola ventana, algo inusual en Florencia, donde los edificios de este estilo siempre ofrecen huecos que iluminan desde la calle las de­pendencias inferiores. La obsesión hispánica, heredada de los árabes, de reservar en la más absoluta privacidad los interiores, se expresa en este detalle, así como en el que ofrece la planta de que el eje de la puerta principal hacia el interior del edificio coincide con un muro ciego que impide la visión del patio desde el exterior, siendo el acceso a este en zigzag, en clara herencia medieval y defensiva. Esa asimetría se observa también en la colocación de la puerta de entrada al patio desde el zaguán, que queda frente a una columna de este, así como el hecho de que la escalera principal del palacio se encuentre descentrada respecto al eje transversal del mismo, hecho que se ve en el palacio del Infantado y en el más moderno de don Antonio de Mendoza en Guadalajara. 

La fachada del palacio de Cogolludo, no hace falta repetirlo, es magnífica. Toda su superfie está tratada con un almohadi­llado continuo como ocurre en el Palacio Strozzi de Florencia, aunque la imposta que señala la división de las plantas no corre por los alféizares de los huecos, sino más abajo, marcando el nivel del forjado. Tanto la portada como la cornisa de la fachada son soluciones muy renacentistas, aún simplificadas de las que Vázquez había proyectado en Valladolid. Sin embargo, en el frente de Cogolludo aparecen una serie de elementos que no se encontrarían bajo ningún concepto en una fa­chada boloñesa o florentina, y que son los que marcan el valor novedoso y personal del palacio ducal de los La Cerda. 

Sería el primero la serie de escudos del linaje de La Cerda que campan en esta fachada: uno, mezquino y agobiado entre la cornisa del arquitrabe y el tímpano semicircular de la portada, le debió parecer pobre al orgulloso duque, por lo que se añadió otro mayor, rodeado de una corona re­nacentista de laureles, en el eje central y elevado de la fachada. 

Y ya para terminar, porque el espacio se nos acaba, dejar constancia del hecho sorprendente de la aparición de unas ventanas netamente gotizantes, de unos elementos decorativos verdaderamente raros, modernos y casi misteriosos, como son las panochas de maíz que rodean el arco de la portada, sin olvidar el arcaísmo gótico de la crestería, a los que Martínez Tercero califica, creo que con toda razón, capricho hispánico del duque, o, más bien, de la duquesa. Sea como fuere, un edificio asombroso, un edificio cinco veces centenario, una joya más de nuestra tierra que hay que correr a verla. 

Apunte 

Noticia del palacio 

Quien mejor ha estudiado el edificio palaciego que centra Cogolludo, son Juan Antonio Pérez Arribas y Javier Pérez Fernández, padre e hijo, quienes durante muchos años han buscado en archivos, hemerotecas, y memorias, además de pasear su mirada por cada detalle del palacio, midiendo, dibujando, fotografiando, y ensamblando todo lo hallado en una teoría que ha cuajado en un libro espléndido, “El palacio de los duques de Medinaceli en Cogolludo” que primero salió como número 29 de la colección “Tierra de Guadalajara” de la editorial AACHE y luego en formato mayor, como edición corregida y aumentada, en otra editorial de Guadalajara, con el mismo título. En todo caso, una obra imprescindible para conocer la historia y el arte de ese edificio mayúsculo.