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abril, 2009:

Los Agustinos de Salmerón: Memoria de un convento en medio del campo

Caminando por la Alcarria más oriental, en el límite con Cuenca, saltando los vallejos que en la Hoya del Infantado bajan desde la meseta al hondo Guadiela, nos hemos encontrado en un sitio idílico que la memoria popular relaciona con leyendas, vírgenes, frailes y conventos.

Está a dos kilómetros de Salmerón, y la vegetación que rodea el lugar, cargada estos días de ligeros, aliagas, altas hierbas y un enorme ejemplar de enebro  que podría para dar imagen a un Parque Botánico de postín, enmarca una ermita renovada donde se centra la memoria de las gentes.

Plaza Mayor de Salmerón, un espacio clásico y rural a un tiempo

Sobre el arroyo del Caz de Valmedina se asienta el importante lugar de Salmerón, de largas calles y anchas plazas donde los escudos y las rejas vienen a demostrar la altiva prosapia de sus habitantes. En plena comarca fecundada por el Guadiela, llamada desde hace ya muchos siglos «Hoya del Infantado», y hoy a medias anegada por el pantano de Buendía, a dos quilómetros antes de llegar al pueblo, viniendo desde Alcocer, encontramos un ermito abierto y picudo en el que la virgen “del Puerto” dice callada viejas leyendas. Hasta hace unos 30 años, allí estuvieron las ruinas, tristes y románticas, del convento de agustinos, que hoy ya desaparecidas solo dan para que aquí nos entretengamos un poco en memorarlas.

El licenciado Baltasar Porreño, que fue cura de Córcoles y Sacedón, escribió mucho y bueno, en el siglo XVII, sobre el obispado de Cuenca, en el que este lugar estuvo enclavado muchos siglos. De ese autor conquense es la obra Santuarios del Obispado de Cuenca y personas ilustres en santidad que en él ha habido, manuscrita en 1624; así como la obra, Memoria de las cosas notables que tiene la ciudad de Cuenca y su Obispado… [‑dedicado  ala memoria de D. Pedro Carrillo de Mendoza, conde de Priego y Mayordomo de la reina nra. señora], que se encuentra en la sección de manuscritos de la Real Academia de la Historia.

La leyenda de la sierpe

Cuando Porreño se pone a hablar en estas obras de la fundación de este reducto agustiniano, trae a colación una leyenda que, si no de invención suya, sí lo sería de algún caviloso vecino del pueblo. Dice que era difícil y estrecho pasar, durante la Edad Media, el sitio donde iba a verificarse la fundación: lo que entonces se llamaba «un puerto», y que más me parece a mí sería lugar frecuentado por viajeros y mercaderes que desde la Mancha conquense se adentraban en las alturas alcarreñas camino de Atienza y Sigüenza. Por allí cruzaba un día, yendo de caza, don Gil Martínez, despensero mayor del Rey Alfonso XI de Castilla, cuando le salió un extraño animal, «que dicen era un sierpe», temiendo de veras ver allí concluída su existencia. Se encomendó a la Virgen, y prometió construir con sus propias manos un Monasterio para su honra y culto. Dicho y hecho. Porreño dice que, ocurrido esto en 1341, enseguida levantó don Gil la casa, los claustros y aún la iglesia en la que luego fue enterrado «viéndose su entierro con un bulto recio y en él su figura de piedra blanca». El Monasterio, al que acudieron monjes canónigos de San Agustín, fue bautizado con el nombre de Nª Sra. del Puerto.

Ningún documento queda tocante a confirmar esta tradición. Se sabe con certeza que el rey de Castilla Alfonso XI y el Papa Alejandro VI hicieron donaciones y entregaron Bulas a quien, muy probablemente, fue su primer prior, fray Juan de Villadiego. En 1343, Alfonso XI les concede 5 cahíces de sal, en las salinas de Atienza e Imón, donación que siglos después confirmarían la reina doña Juana, su hijo Carlos V, y los terceros y cuarto Felipes. Pedro I concedió a este monasterio un privilegio de donación de 1.500 maravedises de limosna perpetua para vestir a los religiosos: datado en 1351 y confirmado por Enrique IV un siglo después. También el rey Cruel don Pedro les eximió, de pagar portazgos o peajes en sus reinos. Ese mismo año, su hermanastro y vencedor Enrique II, el de Trastamara, declaraba a los agustinos de Salmerón excusados de tributos a los 12 criados que laboraban las tierras del convento; lo confirmó Juan II en 1408.

Aunque nada queda de estos documentos, he podido leer su relación en un interesante manuscrito que con el título de Memoria de los Privilegios de diferentes mercedes que los Reyes de españa an hecho o este convento de N.a Sra. del Puerto de la Villa de Salmerón de la Orden de Nro. Pe. S. Agustín, desde su fundación que fue en tiempo del Rey don Alonso onzeno, se conserva al n.p 1.269, fols. 351‑352 de la sección de Mss. de la Biblioteca Nacional, escrito por el padre agustino FRAY THOMÁS DE HERRERA en el siglo XVII.

A pesar de lo que dice Parreño, la fundación de este convento es anterior a 1341. Ya en 1337, Alfonso XI extendió en Madrid, a 6 de mayo, un documento por el que eximía .a los religiosos y criados de este convento del pago de portazgos y derechos por todo el país. Fue confirmada esta merced par su hijo Pedro I en Valladolid, a 30 de octubre de 1351. El 12 de octubre de 1341, Alfonso XI extendía en Sevilla documento por el que eximía a los agustinos de Salmerón del pago de la Martiniega, merced que confirmaba diez años después su hijo Pedro I.

La concesión de 12 criados «libres de pechos y alcabalas y repartimientos», hecha al convento de Salmerón por Enrique II, lleva la fecha de 26 de marzo de 1371, en Valladolid. Su sucesor Juan II lo confirmó en Alcalá de Henares, a 6 de abril de 1408. Su hijo Enrique IV confirmó todas las anteriores mercedes reales, estando en Medina del Campo, a 18 de marzo de 1456.

De siempre exsitió en Salmerón y su comarca la tradición piadosa, pero carente de todo fundamento, de que el monasterio agustino de Nª Sra. del Puerto conservaba entre sus muros el cuerpo incorrupto de Santa Isabel de Hungría, hija del rey Andrés de ese país centroeuropeo. Quería la imaginación popular que había sido encontrada la reliquia excavando para levantar la sacristía del templo conventual, pero nadie acertaba a explicar cómo llegó hasta este rincón de la Alcarria el cuerpo de esta santa doncella que había muerto en Maurburgen en 1225. El caso es que en la comarca se le tenía mucha devoción, y en varias ocasiones, por ejemplo en 1621, se le sacó procesionalmente para hacer con él rogativas pidiendo agua a los cielos. Hoy no queda de esta secular creencia ni el recuerdo.

A lo largo de los siglos, gracias a donaciones reales y exenciones en los habituales impuestos, fue labrando una fortuna regular, con la que se pudo permitir la Orden el lujo de edificar en Alcalá de Henares su Colegio de San Agustín para los frailes que pretendían seguir estudios universitarios. Incluso en su rural asentamiento, lejos de cualquier importante núcleo de población, este monasterio sostuvo muchos años estudios de artes y gramática, alternando unos y otros en cada trienio. En 1624, su hacienda consistía en una renta anual de 3.000 reales, poseyendo los 12 religiosos que lo habitaban una heredad de 200 fanegas de trigo, 9.000 vides y 1.500 olivos, más que suficientes para su sustento.

Acabó su vida con el decreto de la Desamortización, y desde entonces la dentellada fría del abandono ha ido haciendo mayor su ruina y más anchuroso el olvido.

Hasta hace unos años se veían, en el fondo del vallejo, los muros de su iglesia, aprisionados por la maraña atosigante de arbustos y enredaderas. Había puertas de arco apuntado, sin ningún ornato; ventanales de similar estilo; algún nicho en ambos muros de lo que fue presbiterio; un ábside pequeño y de clara traza gótica…, A un costado, un alto muro protegía el recinto del refectorio o bodega. Cerca de allí, cuidada y mimada de las gentes, ahora muy bien restaurada, abierta a los aires y las luces de la Alcarria, está la ermita de Nª Sra. del Puerto, donde se mantienen encendidas unas velas que, hoy hace ya más de 600 años, encendiera don Gil Martínez, el despensero mayor del Rey, cuando creía morir entre las garras «de una gran sierpe».

convento de agustinos de salieron

Más datos sobre Salmerón

En plena Hoya del Infantado, dando vistas al lejano y ancho valle del Guadiela, sobre una costanilla asienta Salmerón, añeja villa que hoy ha sido renovada en alegre sintonía con los tiempos.

Para mí que lo más destacable de este pueblo es el noble ámbito de su plaza mayor, en una de cuyas vertientes se alza el ábside de la iglesia; en otro costado el Ayuntamiento, edificio del siglo XVIII con soportales, que muestran en su fachada grabadas curiosas frases o arengas moralizantes, además de un par de escudos con leones rampantes. Hoy está completamente restaurado, habiendo perdido un tanto el aire de su antigua prestancia. El resto de la plaza se abre en triángulo con casas típicas alcarreñas, que abundan por el resto del pueblo, con soportales y limpios enfoscados. Varias casonas nobiliarias se reparten por el caserío, algunas con escudos tallados; otras con fachada de sillería y portones adovelados, todas interesantes muestras de construcción civil de los siglos XVI al XVIII. En la calle Mayor vemos un caserón de sillares de gran empaque. donde estuvieron situadas las antiguas escuelas. Se le denomina El Pósito y Casa de la Inquisición. Es este uno de los edificios más antiguos del pueblo, y a lo largo de su existencia ha servido como cárcel, pósito municipal y Casa Consistorial. Tiene un portón de arco semicircular adovelado y cuatro grandes ventanales en el piso superior.

Gran ejemplar del arte renacentista es su iglesia parroquial, enorme edificio de sillería que muestra al exterior tres portadas. La meridional es severamente clasicista, mientras que la del muro occidental presenta un estilo plateresco popular con múltiple arcada semicircular, en algunos de cuyos arcos se inscriben rosetas, y bustos de apóstoles, con la cruz de Calatrava en la clave. La portada del norte, presenta una línea renacentista más purista, adornando sus enjutas con un par de escudos de algún obispo coquense. El interior es de aspecto noble y limpia arquitectura renacentista, con algunos retablos interesantes.

Un paseo por Quer

Llegada la primavera, se impone salir a conocer la provincia. Aparte del centro, magnífico, de divulgación del Turismo Provincial que ha comenzado a preparar la Diputación Provincial en el castillo de Torija, y que estos días ha sido dado a conocer a cuantos han querido saborearlo de primera mano, están esas cien o mil rutas que pueden hacerse, sábado a sábado, domingo a domingo, por los caminos de nuestra tierra. Hoy propongo una ruta, breve y sabrosa, a mis lectores. Está aquí mismo, en la Campiña, desde Alovera o desde Azuqueca la llegada es fácil, instantánea casi. Y pueden quedar buenos sabores del paseo.

Llegando a Quer

Aunque ya en plena Campiña del Henares, y con una altitud media de 700 metros, aún aprovecha este pueblo el pequeño hueco que le procura un naciente arroyo, para recostar sus casas en la vaguada que forma el mismo. A Quer se llega desde Alovera: en rotonda que hay junto a la ermita de la Paz, surge la carretera local que en cinco minutos nos lleva a Quer. También se puede bajar desde la carretera N-320 una vez pasado Cabanillas, a la izquierda sale la carretera local que nos cruz por el polígono industrial y nos lleva directos al pueblo. En su origen fue lugar de buenos edificios hechos con mortero de piedras y cal, barro y adobe, y escasos entramados de madera; también se usó el ladrillo; la piedra, en cambio, en muy pequeña cantidad. Todavía quedan algunas casas como ejemplos notables de esta arquitectura popular campiñera, que ejecuta bellos edificios con tan escasos recursos materiales. En el momento actual, censo de 2007, Quer tiene 612 habitantes, aunque es el municipio con mayores perspectivas de crecimiento de toda el área, pues están surgiendo numerosas urbanizaciones y aún polígonos industriales en su entorno.

Su nombre es de origen ibérico, procede del vocablo karrio, que se traduce por piedra, o por camino pedregoso. Tendría parentesco la palabra con la de Alcarria, o la de alquería, significativas todas de lugares pedregosos.

La iglesia parroquial está dedicada a Nuestra Señora de la Blanca, ya existía en la Edad Media, muy pequeña, sin duda de estilo románico-mudéjar, hecha con poca piedra y mucho ladrillo, al estilo de otras de la zona y que aún en el cercano valle del Jarama perviven. La iglesia actual fue construida a finales del siglo XVI, y fue dirigida por Pedro Medinilla y Juan de Ballesteros, sucesivamente, dos de los arquitectos / maestros de obra más acreditados en el valle del Henares en aquella época. A ellos se debe toda la obra de cantería del interior, y el pórtico exterior. La cabecera del templo hubo que rehacerla por amenazar ruina, y es de finales del siglo XVII. Es de planta de cruz latina, y tiene tres naves separadas por columnas toscanas, de corta altura, debiendo de haber sido proyectada para ser iglesia columnaria, pero que no pudo llegar a concluirse de esa manera. La nave central se cubre de cúpula hemiesférica sobre pechinas y linterna en lo alto. A los pies aparece el coro elevado. Sobre el muro de occidente se levanta una airosa espadaña. Al exterior, toda de ladrillo y piedra caliza en sillar por las esquinas, destaca la portada, con relieves tallados representando a San Pedro y San Pablo, en las enjutas. Y finalmente la torre, que se alza sobre la cabecera del costado del evangelio, tiene por remate un airoso chapitel obra de Juan de Córdoba en 1728.

El pórtico que por el sur precede al templo es airoso y elegante, como los de la mayoría de las iglesias del Henares: presenta seis arcos semicirculares sobre columnas dóricas. En ese atrio, dicen los antiguos, era donde se celebraban las reuniones concejiles y donde los niños recibían sus enseñanzas de los maestros. Tras numerosas obras de reforma a lo largo de los siglos, las más recientes han sido la reconstrucción de la torre, que se hundió parcialmente en 1975, y el afianzamiento completo de las cubiertas de naves y atrio.

En el interior, destacan algunos retablos antiguos, y el altar mayor, con la talla del Cristo de las Misericordias, pero tras la Guerra Civil, en la que casi todo el patrimonio artístico religioso fue arrasado, han quedado muy pocas evidencias de su antiguo esplendor. Son destacables las lápidas talladas existentes en el suelo de la nave, que abrigan los restos de personajes de relieve del pueblo, en siglos pasados. Una es la que memoraba a María Pérez de la Cal, muerta en 1562, y que dice “aqui esta sepultada la honrada maria perez fundadora de una capellania en este lugar quer mujer que fue de miguel pz. fallescio el 7 de septiembre de 1562”. La otra es la del doctor Juan Fernández, que fue cura de Quer en los comedios del siglo XVIII, y que dice así en lo que se puede leer: “maestro joan fernandez cvra propio de quer y comisario del santo oficio fallescio año…” y siguen los fragmentos de una frase latina. En ambas lápidas aparecen tallados sus escudos personales, ya muy deteriorados.

Es un verdadero museo de heráldica la iglesia parroquial de Quer, pues hay nada menos que otros seis escudos, tallados y policromados, aparecen distribuidos por sus paredes. Así en el crucero aparecen dos escudos de mármol, del siglo XVI, situados a ambos lados del altar. Son pertenecientes al linaje de Arnedo. En 1713 un visitador eclesiástico reflejaba el hecho de que doña Beatriz de Arnedo, señora a la sazón de la villa, tenía “fijados los escudos de armas de su familia en la pared del cuerpo de la iglesia”, y añadía que se habían colocado también las armas de don José Arredondo, su yerno, porque su mujer Ana María Arnedo era titular del patronato de la capilla mayor, y que lo reprobaba. El caso es que todos esos escudos, muy bien tallados y policromados, siguen en este templo, hablando de la historia de siglos pasados.

La imagen del Cristo de las Misericordias de Quer es obra del siglo XVII. Fue encargada por don Martín Íñiguez de Arnedo, y fue tallada en madera de cedro, sin barni­zar y a tamaño natural. Ofrece una expresión de hondo dolor dramático. Nos consta que el señor de la villa, caballero que era de la Orden de Santiago, la mandó tallar en Indias para el oratorio de su casa, pero tras adquirir el señorío de Quer decidió edificar una capilla en la igle­sia parroquial para que en ella se enterraran los miembros de su familia, decidiendo ponerla en el altar de dicha capilla. No lo pudo hacer ni él, ni su hijo, ni sus primos, Juan Francisco de Arnedo y Juan Iñiguez de Arnedo, colegiales de Alcalá, que se hicieron cargo del patronato fundado por sus antecesores. Fue su descendiente María Beltrán quien, a finales del siglo XVII, consiguió inaugurar la capilla y poner en ella la talla del Cristo. Las gentes de Quer hablan y no acaban de las maravillas del Cristo, de los milagros que ha hecho, de las pestes que ha detenido, y de la devoción que le tienen. Una de esas epidemias, de peste bubónica, en el siglo XVIII en sus finales, la paró esta imagen. Durante la Guerra  Civil española (1936-39) en que se masacró el patrimonio artístico religioso de muchos lugares de España, el Santo Cristo de Quer se salvó porque unos vecinos de la villa tuvieron la precaución de ba­jarla de su lugar y esconderla en una tumba vacía del cementerio. Ocurrió que pocos meses después murió la propietaria de la tumba, y al ir a enterrarla se descubrió que allí estaba guardado el Cristo, que fue sacado, y maltratado, aunque nadie se atrevió a quemarlo, resultando que tras la Guerra se llevó a restaurar, y hasta hoy, en el retablo mayor. Tuvo una buena colección de piezas de orfebrería antigua este templo, que también se perdió en la Guerra, salvándose una exquisita talla, en marfil, sobre colmillo de elefante, de la Virgen María. Es obra de tradición filipina, del siglo XVIII, y ponemos su imagen junto a estas líneas dada su rara belleza.

Las ermitas

Existe también en el término, muy cerca del caserío, una curiosa edificación, la ermita de la Magdalena, que erigió a comienzos del siglo XVII el fraile carmelita natural de Quer fray Diego de Jesús. Allí sitúa la tradición popular la aparición de la Virgen de la Blanca. Se trata de un curioso ejemplo de ermita excavada en el interior de un pronunciado terraplén, constituyendo una cueva dedicada al culto. A los lados de la puerta, de la que ya quitaron la reja, existen dos viejos olmos, y sobre ella se alzaba un pequeño campanil. Su interior tiene forma de cruz latina, teniendo bóveda en los brazos y una cupulilla central, de ladrillo, con un orificio en el centro para la entrada de luz. Quedan restos de altares y de pinturas sobre el yeso de las paredes. Hoy se encuentra en lamentable abandono. De otras ermitas que hubo en el término, solo queda el recuerdo de sus nombres: la Soledad, San Vicente, San Lorenzo, la Virgen del Rosario… A esta de la Magdalena invito a pasear a quien llegue de turismo a Quer, porque aún siendo algo mínimo, casi anecdótico, se le puede aparecer como en un escalofrío la presencia y el temblor de otros tiempos, de los que aún quedan estas sombras, estas memorias apenas intuídas.

Por los montes de Mantiel

A la orilla izquierda del Tajo se alzan corpulentas montañas que escoltan como murallones al río que allá se hunde, hoy remansado en el escueto acuario de Entrepeñas. Hemos viajado, en la tarde fría de la incipiente primavera, por algunas trochas que nos llevan a ver los pueblos de este costado de la cuenca del Tajo: Chillarón primero, y luego Mantiel. Ambos renovados, sorprendentes, con ese aire de pueblo revivido, salvado de una remota agonía, renovados sus templos, sus casas, sus fuentes, sus cuestas violentas… para conocer mejor la Alcarria, el próximo viaje que plantees puede pasar por estos dos lugares, en el corazón más hondo de la Alcarria olorosa.

 

Primero Chillarón

Llegamos a Chillarón del Rey torciendo a la derecha en la carretera N-204 que junto al Tajo sube desde Sacedón a Cifuentes, poco después de haber pasado junto al azud de Pareja. Es una carretera que tiene por número CM-2053 y que a un kilómetro de llevarla recorrida da paso a la local GU-996 que permite el acceso en directo a la plaza mayor de Chillarón.

Asienta este pueblo junto a la margen izquierda del Tajo, entre dos pequeños arroyos que bajan desde la cercana meseta alcarreña, que entre barrancadas y fuertes pendientes se deshace en este valle del Tajo, hoy ocupado ampliamente por las aguas azules del embalse de Entrepeñas. Sobre el pueblo, destaca un poderoso cerro al que llaman el Cimajón de yeso y roca caliza, que parece un guardián fiero y permanente de la villa. Por el entorno inmediato, campos de viñas, olivares, cereal y huertos, ocupaciones agrícolas en las que de siempre se ocuparon sus moradores.

Hasta el siglo XVI fue aldea de Pareja. Por tanto, perteneció a la jurisdicción de Huete, siendo luego, en el siglo XII, entregada en señorío a los obispos de Cuenca, que detentaron la propiedad de estos pueblos durante largos siglos, hasta el XIX. Pero en tiempos del obispo fray Bernardo de Fresnada, y con su consentimiento, Chillarón solicitó ser declarado villa independiente de Pareja, con facultad de justicia propia.

Así lo concedió Felipe II en 1569, y desde entonces pasó a denominarse Chillarón del Rey, aunque el señorío siguiéronlo ostentando los obispos conquenses, quienes cobraban impuestos y ponían alcaldes y regidores a su voluntad.

Aparte de esta historia, mínima e inconsistente, al viajero de hoy le llama la atención lo que de interesante pueda encontrar por las cuestudas calles del pueblo.

Nada más llegar, y de aparcar el coche si fue sobre ruedas, se admira la plaza mayor. Antiguamente presidida por una vieja olma, hoy destaca en su centro la vieja fuente de comienzos del siglo XIX. Frente a ella, se admira una poderosa casona de hidalgos, bien restaurada, con arco lateral semicircular, y un estupendo escudo de armas, tallado en blanco alabastro, de casta hidalga. Vemos en la misma plaza un antiguo caserón que fue propiedad del Cabildo de la Catedral de Cuenca, del que muestra el escudo en la fachada. Por el pueblo, de larga calle mayor, y empinadas callejuelas que llevan hasta la iglesia, sobresalen varias casas de tradicional arquitectura popular, con enormes aleros tallados, y portones adovelados. Asimismo, se ven buen número de rejas y obras de forja popular, de los siglos XVI al XVIII. No se debe perder el viajero el paso por los pasadizos que median entre casas, por los que las perspectivas urbanas y del entorno parecen realzarse en marcos de yeso.

Después de callejear zigzagueando por cuestas y escalinatas, se llega a lo más alto de la villa, donde asienta la iglesia parroquial, con el título de Nuestra Señora de los Huertos. Se trata de un colosal edificio levantado a mediados del siglo XVI, en recia sillería con contrafuertes y el inicio de una torre a poniente que no llegó a terminarse. En el muro sur aparece la portada, en severo y elegante trazo renacentista, y el interior presenta magníficas bóvedas de complicada crucería. Pero lo que destaca de este templo es su gran retablo mayor, obra de estilo barroco, y sin duda, de lo más importante que en este estilo posee la provincia de Guadalajara. Está construido hacia 1730, y posee el estilo que Churriguera y Ribera imprimían a sus obras. Pertenece, desde luego, a la escuela madrileña de retablistas de la primera mitad del siglo XVIII. Presenta esta grandiosa obra de arte tres cuerpos: el inferior, de apoyos; el medio, de enormes columnas salomónicas, mostrando entre ellas dos repisas con las estatuas de San Pedro y San Pablo, y en el centro una hornacina donde se muestra la gran talla románico‑gótica de la Virgen de los Huertos, obra policromada de fines del siglo XIII o comienzos del XIV. Sobre ella, una cenefa cobija talla del Espíritu Santo; el cuerpo superior recubre a modo de cascarón el cuarto de esfera que hace de cúpula de presbiterio. La imagen central de este cuerpo es una movida talla del arcángel San Miguel, armado de escudo y llameante espada, vestido de guerrero, aplastando bajo sí a un gracioso demonio de cola dracontea. El grupo se enmarca de ovalada cenefa vegetal. A sus lados aparecen dos ángeles músicos (uno con guitarra y otro con vihuela) y aún más hacia el exterior, y a cada lado, sendas tallas de San Basilio y San Blas. Otros dos ángeles completan este alto conjunto iconográfico. Todo el retablo se muestra, aun sin policromar, cuajado de la febril ornamentación barroca en que proliferan las molduras, los racimos, las hojarascas y los medallones. En la nave y crucero del templo aún se ven otros pequeños altares, también de estilo barroco, popular, con una imagen de San Antonio, buena, del XVIII, y un cuadro representando el Triunfo de la Eucaristía, estimable, del mismo siglo. Es una pena que permanezca la mayor parte del tiempo cerrada a las visitas de los viajeros. La inseguridad de los tiempos lleva a esto: que la mayor parte de los templos con obras de interés, pero muy aislados y con pocos habitantes, tengan que ser cerradas fuera de la hora del culto.

En las afueras del pueblo aún surgen las ermitas de San Sebastián ‑donde está el cementerio‑ y de San Roque. Entre ambas levantaron, en el siglo XVI, al hacerse villa, la picota simbólica, de sencilla traza, pero indudable prosapia de memorias villanas.

Y después Mantiel

Seguimos por el valle del arroyo de La Puerta, que desde el Tajo se va adentrando en la Alcarria. Continuamos por la carretera CM-2053, hasta que encontramos, (ya pasada la Urbanización de Calas Verdes) la carretera local que zigzagueando entre olivares y aliagas sube hasta Mantiel. En esa elevada posición, sobre la ladera de la meseta alcarreña que desciende hacia el profundo foso del río Tajo, y con magníficas vistas hacia el norte en que merodea el valle, asienta este pueblecillo de hoy escasa población, rodeado de olivares en abundancia, tomillares y monte bajo. Da buena miel su término, y aceite. Con la construcción del embalse de Entrepeñas, el río Tajo a su paso por el término de Mantiel ofrece, remansado, magníficas perspectivas y oportunidades para realizar todo tipo de deportes acuáticos. Desde la altura de la villa se contemplan hermosos paisajes de la Alcarria, y muy en especial la unión de los valles del arroyo de La Solana (o de La Puerta) y del Tajo, rodeados de altas montuosidades cubiertas de oscura vegetación de pinos y carrasca­les.

Si alguien quiere saber cuatro datos de su historia, podemos decir que perteneció el lugar, tras la reconquista de la zona, al Común de la Tierra de Cuenca, usando su Fuero, y marcando su frontera occidental, que corría a lo largo del arroyo de la Solana, en la actual provincia de Guadalajara. Pasó luego a la familia de los Carrillo y Acuña, dueños de parte de la Alcarria en la margen izquierda del Tajo, y fué en 1485 que don Lope de Acuña vendió este lugar a don Iñigo López de Mendoza, primer conde de Tendi­lla, en cuyos sucesores, los marqueses de Mondéjar, permaneció hasta tiempos recientes. Pero siempre en la jurisdicción y régi­men foral de Cuenca.

Al viajero que llega le recomiendo aparcar su automóvil en la entrada del pueblo, y no meterse sobre ruedas por las intrincadas y estrechas callejas del mismo. Así podrá, además, gustar despacio los edificios, calles y plazas de la villa. De lo más interesante es la iglesia, construida con sillar oscuro, y portada orientada al norte, formada por gran vano adintelado rodeado de varias molduras. Sobre el mismo muro se alza una espadaña con dos vanos para las campanas. El interior, de una sola nave dividida en cinco tramos, es de sencillez suma, y todo ello se alza en la parte más elevada del pueblo. Es de destacar el órgano de la iglesia, compuesto por caja de tres cuerpos, a la que faltan los tubos, el teclado y los fuelles. Fue construido en 1803, y fue su hacedor el maestro don José Berdalonga, maestro organero del valle del Henares y la Alcarria. Otro edificio de interés religioso es la ermita de San Roque, que fue erigida como promesa por ser salvado el vecindario de la peste, en el siglo XVII, y hoy la vemos, a la entrada del pueblo, totalmente restaurada y limpia.

Por la calle del Olmo se llega a la plaza mayor, amplia y ornamentada en su centro con una fuente de moderna traza, rodeada de edificios clásicos, sencillos, hechos como de cuatro pinceladas por remoto pintor impresionista, con sillarejo, yeserías, balconadas, grandes aleros y pintas de añil. Siguiendo la calle ancha se llega a la plaza de la fuente, en la que sorprende su buena disposición, como abierta en gran balconada sobre el valle, luciendo un moderno edificio de Ayuntamiento con trazado clásico, un simpático kiosko de la música en su centro, y el antiguo lavadero, remozado, en un extremo, junto a la ancha y generosa fuente “de toda la vida”. Más allá, el viajero continúa y ve el viejo edificio de “los baños”, un antiguo balneario que tuvo Mantiel, llegando finalmente hasta la plaza de toros, que como tentadero se exhibe (colorines y burladeros bajo el “tendido de las autoridades”) asomándose al gran valle umbroso que corre en lo hondo. Por todas partes nuevos edificios de residencia veraniega, algún jardín para tomar refrescos en verano, y toda la paz del mundo en Mantiel. Cuenta (y esto es un detalle no menor) con un alcalde emprendedor como el que más, Julián Rebollo, que además ha montado un observatorio astronómico al que llevan los colegios e institutos de la provincia a los estudiantes a que admiren la esfera o esferas celestes desde este aire limpio de la montaña alcarreña.