Los Agustinos de Salmerón: Memoria de un convento en medio del campo
Caminando por la Alcarria más oriental, en el límite con Cuenca, saltando los vallejos que en la Hoya del Infantado bajan desde la meseta al hondo Guadiela, nos hemos encontrado en un sitio idílico que la memoria popular relaciona con leyendas, vírgenes, frailes y conventos.
Está a dos kilómetros de Salmerón, y la vegetación que rodea el lugar, cargada estos días de ligeros, aliagas, altas hierbas y un enorme ejemplar de enebro que podría para dar imagen a un Parque Botánico de postín, enmarca una ermita renovada donde se centra la memoria de las gentes.
Sobre el arroyo del Caz de Valmedina se asienta el importante lugar de Salmerón, de largas calles y anchas plazas donde los escudos y las rejas vienen a demostrar la altiva prosapia de sus habitantes. En plena comarca fecundada por el Guadiela, llamada desde hace ya muchos siglos «Hoya del Infantado», y hoy a medias anegada por el pantano de Buendía, a dos quilómetros antes de llegar al pueblo, viniendo desde Alcocer, encontramos un ermito abierto y picudo en el que la virgen “del Puerto” dice callada viejas leyendas. Hasta hace unos 30 años, allí estuvieron las ruinas, tristes y románticas, del convento de agustinos, que hoy ya desaparecidas solo dan para que aquí nos entretengamos un poco en memorarlas.
El licenciado Baltasar Porreño, que fue cura de Córcoles y Sacedón, escribió mucho y bueno, en el siglo XVII, sobre el obispado de Cuenca, en el que este lugar estuvo enclavado muchos siglos. De ese autor conquense es la obra Santuarios del Obispado de Cuenca y personas ilustres en santidad que en él ha habido, manuscrita en 1624; así como la obra, Memoria de las cosas notables que tiene la ciudad de Cuenca y su Obispado… [‑dedicado ala memoria de D. Pedro Carrillo de Mendoza, conde de Priego y Mayordomo de la reina nra. señora], que se encuentra en la sección de manuscritos de la Real Academia de la Historia.
La leyenda de la sierpe
Cuando Porreño se pone a hablar en estas obras de la fundación de este reducto agustiniano, trae a colación una leyenda que, si no de invención suya, sí lo sería de algún caviloso vecino del pueblo. Dice que era difícil y estrecho pasar, durante la Edad Media, el sitio donde iba a verificarse la fundación: lo que entonces se llamaba «un puerto», y que más me parece a mí sería lugar frecuentado por viajeros y mercaderes que desde la Mancha conquense se adentraban en las alturas alcarreñas camino de Atienza y Sigüenza. Por allí cruzaba un día, yendo de caza, don Gil Martínez, despensero mayor del Rey Alfonso XI de Castilla, cuando le salió un extraño animal, «que dicen era un sierpe», temiendo de veras ver allí concluída su existencia. Se encomendó a la Virgen, y prometió construir con sus propias manos un Monasterio para su honra y culto. Dicho y hecho. Porreño dice que, ocurrido esto en 1341, enseguida levantó don Gil la casa, los claustros y aún la iglesia en la que luego fue enterrado «viéndose su entierro con un bulto recio y en él su figura de piedra blanca». El Monasterio, al que acudieron monjes canónigos de San Agustín, fue bautizado con el nombre de Nª Sra. del Puerto.
Ningún documento queda tocante a confirmar esta tradición. Se sabe con certeza que el rey de Castilla Alfonso XI y el Papa Alejandro VI hicieron donaciones y entregaron Bulas a quien, muy probablemente, fue su primer prior, fray Juan de Villadiego. En 1343, Alfonso XI les concede 5 cahíces de sal, en las salinas de Atienza e Imón, donación que siglos después confirmarían la reina doña Juana, su hijo Carlos V, y los terceros y cuarto Felipes. Pedro I concedió a este monasterio un privilegio de donación de 1.500 maravedises de limosna perpetua para vestir a los religiosos: datado en 1351 y confirmado por Enrique IV un siglo después. También el rey Cruel don Pedro les eximió, de pagar portazgos o peajes en sus reinos. Ese mismo año, su hermanastro y vencedor Enrique II, el de Trastamara, declaraba a los agustinos de Salmerón excusados de tributos a los 12 criados que laboraban las tierras del convento; lo confirmó Juan II en 1408.
Aunque nada queda de estos documentos, he podido leer su relación en un interesante manuscrito que con el título de Memoria de los Privilegios de diferentes mercedes que los Reyes de españa an hecho o este convento de N.a Sra. del Puerto de la Villa de Salmerón de la Orden de Nro. Pe. S. Agustín, desde su fundación que fue en tiempo del Rey don Alonso onzeno, se conserva al n.p 1.269, fols. 351‑352 de la sección de Mss. de la Biblioteca Nacional, escrito por el padre agustino FRAY THOMÁS DE HERRERA en el siglo XVII.
A pesar de lo que dice Parreño, la fundación de este convento es anterior a 1341. Ya en 1337, Alfonso XI extendió en Madrid, a 6 de mayo, un documento por el que eximía .a los religiosos y criados de este convento del pago de portazgos y derechos por todo el país. Fue confirmada esta merced par su hijo Pedro I en Valladolid, a 30 de octubre de 1351. El 12 de octubre de 1341, Alfonso XI extendía en Sevilla documento por el que eximía a los agustinos de Salmerón del pago de la Martiniega, merced que confirmaba diez años después su hijo Pedro I.
La concesión de 12 criados «libres de pechos y alcabalas y repartimientos», hecha al convento de Salmerón por Enrique II, lleva la fecha de 26 de marzo de 1371, en Valladolid. Su sucesor Juan II lo confirmó en Alcalá de Henares, a 6 de abril de 1408. Su hijo Enrique IV confirmó todas las anteriores mercedes reales, estando en Medina del Campo, a 18 de marzo de 1456.
De siempre exsitió en Salmerón y su comarca la tradición piadosa, pero carente de todo fundamento, de que el monasterio agustino de Nª Sra. del Puerto conservaba entre sus muros el cuerpo incorrupto de Santa Isabel de Hungría, hija del rey Andrés de ese país centroeuropeo. Quería la imaginación popular que había sido encontrada la reliquia excavando para levantar la sacristía del templo conventual, pero nadie acertaba a explicar cómo llegó hasta este rincón de la Alcarria el cuerpo de esta santa doncella que había muerto en Maurburgen en 1225. El caso es que en la comarca se le tenía mucha devoción, y en varias ocasiones, por ejemplo en 1621, se le sacó procesionalmente para hacer con él rogativas pidiendo agua a los cielos. Hoy no queda de esta secular creencia ni el recuerdo.
A lo largo de los siglos, gracias a donaciones reales y exenciones en los habituales impuestos, fue labrando una fortuna regular, con la que se pudo permitir la Orden el lujo de edificar en Alcalá de Henares su Colegio de San Agustín para los frailes que pretendían seguir estudios universitarios. Incluso en su rural asentamiento, lejos de cualquier importante núcleo de población, este monasterio sostuvo muchos años estudios de artes y gramática, alternando unos y otros en cada trienio. En 1624, su hacienda consistía en una renta anual de 3.000 reales, poseyendo los 12 religiosos que lo habitaban una heredad de 200 fanegas de trigo, 9.000 vides y 1.500 olivos, más que suficientes para su sustento.
Acabó su vida con el decreto de la Desamortización, y desde entonces la dentellada fría del abandono ha ido haciendo mayor su ruina y más anchuroso el olvido.
Hasta hace unos años se veían, en el fondo del vallejo, los muros de su iglesia, aprisionados por la maraña atosigante de arbustos y enredaderas. Había puertas de arco apuntado, sin ningún ornato; ventanales de similar estilo; algún nicho en ambos muros de lo que fue presbiterio; un ábside pequeño y de clara traza gótica…, A un costado, un alto muro protegía el recinto del refectorio o bodega. Cerca de allí, cuidada y mimada de las gentes, ahora muy bien restaurada, abierta a los aires y las luces de la Alcarria, está la ermita de Nª Sra. del Puerto, donde se mantienen encendidas unas velas que, hoy hace ya más de 600 años, encendiera don Gil Martínez, el despensero mayor del Rey, cuando creía morir entre las garras «de una gran sierpe».
Más datos sobre Salmerón
En plena Hoya del Infantado, dando vistas al lejano y ancho valle del Guadiela, sobre una costanilla asienta Salmerón, añeja villa que hoy ha sido renovada en alegre sintonía con los tiempos.
Para mí que lo más destacable de este pueblo es el noble ámbito de su plaza mayor, en una de cuyas vertientes se alza el ábside de la iglesia; en otro costado el Ayuntamiento, edificio del siglo XVIII con soportales, que muestran en su fachada grabadas curiosas frases o arengas moralizantes, además de un par de escudos con leones rampantes. Hoy está completamente restaurado, habiendo perdido un tanto el aire de su antigua prestancia. El resto de la plaza se abre en triángulo con casas típicas alcarreñas, que abundan por el resto del pueblo, con soportales y limpios enfoscados. Varias casonas nobiliarias se reparten por el caserío, algunas con escudos tallados; otras con fachada de sillería y portones adovelados, todas interesantes muestras de construcción civil de los siglos XVI al XVIII. En la calle Mayor vemos un caserón de sillares de gran empaque. donde estuvieron situadas las antiguas escuelas. Se le denomina El Pósito y Casa de la Inquisición. Es este uno de los edificios más antiguos del pueblo, y a lo largo de su existencia ha servido como cárcel, pósito municipal y Casa Consistorial. Tiene un portón de arco semicircular adovelado y cuatro grandes ventanales en el piso superior.
Gran ejemplar del arte renacentista es su iglesia parroquial, enorme edificio de sillería que muestra al exterior tres portadas. La meridional es severamente clasicista, mientras que la del muro occidental presenta un estilo plateresco popular con múltiple arcada semicircular, en algunos de cuyos arcos se inscriben rosetas, y bustos de apóstoles, con la cruz de Calatrava en la clave. La portada del norte, presenta una línea renacentista más purista, adornando sus enjutas con un par de escudos de algún obispo coquense. El interior es de aspecto noble y limpia arquitectura renacentista, con algunos retablos interesantes.