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abril, 2008:

Escenas de Patrimonio por Guadalajara

El pasado viernes se celebró en la Casa de Guadalajara de Madrid, con motivo de su 75 aniversario, una interesante Mesa Redonda en la que se debatió amplio y tendido sobre el Patrimonio Artístico de nuestra provincia. En la mesa, en la que me cupo el honor de actuar de moderador, una serie de relevantes personalidades del mundo de la cultura, el arte y la ciencia en Guadalajara: los arquitectos José Antonio Herce Inés, delegado de Cultura del Colegio en Guadalajara, y José Miguel Merino de Cáceres, catedrático de Historia de la Arquitectura en la Escuela Superior de esta enseñanza en la Universidad de Madrid. Además Esther Alegre, doctora en Historia del Arte y autora de numerosos libros sobre Pastrana y la Alcarria, así como José Luis García de Paz, profesor de la Universidad Autónoma, y experto en el estudio de los expolios artísticos. Completaba el plantel de panelistas Juan José Fernández Sanz, profesor de Historia de la Comunicación en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense de Madrid. No había políticos en la mesa, lo cual es lógico, porque el tema no se prestaba a triunfalismos de ningún tipo.Tampoco prensa provincial, ignoramos la razón. Pero todo fue una auténtica exhibición de “sociedad civil” expresando desde la realidad y el conocimiento, los problemas que aquejan al patrimonio artístico de Guadalajara.

Tres temas cruciales

Entre los temas que, como moderador de la reunión, propuse para debatir, figuraba en primer lugar el análisis, individualmente hecho por cada uno de los participantes, del Patrimonio, con mención expresa de los casos más urgentes en cuanto a la protección que este patrimonio necesita. Salió a relucir el listado de nada menos que 12 monumentos provinciales que la organización “Hispania Nostra” tiene puestos en su “lista roja” de patrimonio en inminente peligro. Le faltan todavía bastantes. Porque en la lista (donde está San Antonio de Mondéjar, la Asunción de Villaescusa de Palositos, el monasterio de San Salvador de Pinilla, etc.) no figuran el castillo de Pelegrina, la Fábrica de Automóviles de la Hispano-Suiza, o el monasterio carmelita de Budia. De todo ello se habló, de lo que parece imposible concebir que un monumento como las ruinas del convento de San Antonio de Mondéjar, obra de uno de los más relevantes arquitectos del Renacimiento europeo (Lorenzo Vázquez) y primer edificio renacentista construido fuera de Italia, esté todavía en las condiciones que está. Todos los ponentes expresaron su preocupación por esta situación, que se alarga desde hace años, tantos, como que desde 1923 en que fue declarado Monumento Nacional, antes aún de las declaraciones que se hicieron de forma masiva en la República, solo ha recibido una mínima atención de limpieza hace unos 25 años. Hoy da pena verlo.

En un espacio corto de tiempo salieron raudales de noticias, preocupaciones y denuncias concretas. Se dijo, y suma gravedad al asunto, que el problema del patrimonio en Guadalajara no solamente está en los edificios que sobreviven con peligro de hundimiento, sino de aquellos que incluso son imposibles de visitar, por encontrarse cerrados permanentemente. Como ejemplos, surgieron el castillo de Pioz, una joya de la arquitectura militar medieval que sigue, rodeado de una valla metálica, sin recibir la mínima atención restauradora y sin poder ser visitado. Lo que también le ocurre a la iglesia de los Remedios en Guadalajara, o a la iglesia románica de Villaescusa de Palositos, donde el dueño de la finca en que se enclava no permite el acceso.

Por parte de los arquitectos presentes se esgrimió, además, la referencia a las inadecuadas restauraciones que se siguen haciendo, especialmente en templos parroquiales solo dirigidas por párrocos de buena voluntad y justos recursos, en los que parece una obsesión el dejar la piedra vista, de sus interiores, quitando unos revocos que fueron siempre tradicionales, que son históricos y auténticos.

Los estudios del patrimonio provincial

Otro aspecto que entró en el debate, fresco al no estar mediatizado por anuncios electorales y posturas agradecidas, fue el del Plan de Estudio y Restauración del Románico de la Marca Media, como ha sido bautizado por la Junta de Comunidades, que es su promotora, al referirse al conjunto de edificios religiosos de estilo románico existentes en nuestra provincia. A todos pareció perfecto que se establezcan líneas de restauración y protección para edificios que son claves en el patrimonio de la provincia y de la Región toda, pero se hizo notar que algunos de esos edificios están ya restaurados y en buenas condiciones, por lo que dificilmente recibirán ayuda aparte de la de salir publicitados en el listado.

Por otra parte, fue duramente criticado el hecho de que el estudio de ese conjunto patrimonial, que ya está realizado desde hace décadas, por parte de autores, de arquitectos  y de investigadores de Guadalajara, se le haya concedido, sin concurso previo y con unos criterios no explicados, a un grupo de fuera de los límites provinciales y aún regionales. Ello es más chocante por cuanto el románico de Guadalajara, que es el objetivo de ese plan dotado con varios millones de euros, está ya estudiado, de principio a fin, en forma de libros, de artículos, de planos, de catálogos, etc, por parte de autores provinciales. Se oyeron palabras muy duras para calificar esa decisión política, que choca, por otro lado, con lo que al parecer es norma del gobierno regional, como lo demuestra las recientes declaraciones de la titular de la consejería de Economía de Castilla-La Mancha, que ha propuesto y aprobado una medida consistente en que, en las obras públicas realizadas en la Región, sea obligatorio utilizar materiales fabricados en Castilla-La Mancha. Malo es el chauvinismo, siempre que sea exagerado y sin fundamento, pero igual de mala es esa huida por las fronteras, y cuanto más lejanas mejor, para pedir el estudio de nuestro patrimonio a estudiosos de fuera.

Prohibido hacer fotos

Como moderador de la mesa, y ya para distender un tanto el triste ánimo que llenaba el salón, traté de proponer el análisis de un problemilla/problemón con el que se encuentran todos cuantos quieren estudiar, ver, disfrutar el patrimonio: la imposibilidad casi general de hacerle fotografías.  Es un hecho contrastado por todos, padecido al menos por cuantos hablaron y opinaron en la comentada Mesa Redonda (entre los que fue muy contundente el profesor Merino de Cáceres, que sufre de continuo el problema de llevar a sus alumnos a ver y estudiar monumentos, fundamentalmente religiosos, y recibir siempre las tajantes prohibiciones de hacer fotografías) de que en España la máquina de fotos (y no digamos ya montada sobre un trípode…) es elemento considerado agresor, peligroso y por ello prohibido, sin más, en la entrada a Museos, catedrales, palacios, exposiciones y colecciones de cualquier tipo.

Salieron al aire de la reunión un montón de anécdotas, a cual más hilarante, padecidas por todos y cada uno de los contertulios. Pero se aprovechó la ocasión para pedir que, de una vez por todas, se articule en los reglamentos (que es la forma más contundente y directa de cumplir la ley) de gestión de los monumentos, la norma general de que la imagen de un bien no está sujeta a prohibición en su visita, fotografía o reproducción. Claro que, vaya Ud. a explicarle ese principio de libertad que surge de la misma Constitución, a esa serie de porteros, campaneros, ujieres y guardas jurados que dicen que no se hace foto y no se hace foto ¿Pero por qué? Pues porque lo digo yo. Y basta. (Esa contestación la ha oido, y sufrido, este cronista, en más de una ocasión).

Fue una reunión gozosa y libre, en la que los contertulios, y los espectadores, se sintieron como el sujeto de la libertad que definió Paul Valèry: “Solo soy libre cuando me siento libre”. Gracias a la Casa de Guadalajara en Madrid, y a su presidente, que es amigo de libertades, por este saludable ejercicio.

Apunte

Mañana en Villaescusa de Palositos

En la jornada de mañana sábado 26 de abril, en que se efectuará la III “Marcha de las Flores” hacia Villaescusa de Palositos, los antiguos vecinos, hijos y descendientes de este pueblo alcarreño se acercarán, una vez más, por el camino que desde Peralveche lleva a esta localidad, a intentar visitarla, verla de cerca, admirar su iglesia, hacerle fotografías, y aun visitar en el cementerio las tumbas de sus ancestros.

Ocurrirá como en años anteriores: que ante una nutrida prole de pacíficos indígenas (consta de años pasados que no ha habido nunca una voz más alta que otra, ni un aspaviento de iracundia incontrolada) un destacamento armado de la Guardia Civil impedirá el paso por un camino que es de todos, porque lo fue siempre, y porque es servidumbre de paso hacia un antiguo núcleo de población que, además, tiene un elemento destacadísimo del patrimonio artístico de Guadalajara: la iglesia románica de la Asunción de Villaescusa, a la que (vaya suerte que tuve, cuando hace muchos años fui a visitarla y nadie me prohibió nada) merecería hacerla algunas fotos y ponerlas en alguna exposición de las que hace la Junta relativas al Patrimonio (estos días se expone, y hoy se clausura, en la Escuela de Artes, la muestra de fotos realizadas por jóvenes sobre el patrimonio que conocen en la XII Experiencia Internacional de los Monumentos). Esta iglesia no aparecerá, porque ni se puede acceder a ella, ni su propietario permite fotografiarla.

Fray Alonso de Veracruz, otro alcarreño en América

Se cumplió el pasado año, el Quinto Centenario del nacimiento de un alcarreño que fue “carne de estatua” y finalmente se la pusieron, en México. Aquí, por aquello de que nadie es profeta en su tierra, se quedó sin conmemoración. Pero esta obligada remembranza de uno de nuestros paisanos más famosos e influyentes en el Nuevo Mundo ha tenido, por fin, su desquite, con un amplio Seminario celebrado los pasados días en Salamanca, y que bajo el título de “Presencia de la Escuela de Salamanca en el Mexico del siglo XVI: Fray Alonso de Veracruz a los 500 años de su nacimiento (1507 – 2007)” ha congregado a multitud de profesores españoles y mejicanos que han estudiado la figura del alcarreño por su cuatro costados.

Ojalá que esta conmemoración (en definitiva, esta raíz cultural y humana de nuestra provincia) pueda tomar cuerpo, en forma de ciclo de conferencias o actos rememorativos, en nuestra ciudad y en Caspueñas, porque fue allí donde nació, hace ahora 500 años, este Alonso Gutiérrez que alcanzó a contarse entre los fundadores de la Universidad de México, la primera de América, hecha por el empuje de otro alcarreño ilustre: Antonio de Mendoza, el primer virrey de Ultramar.

La villa de Caspueñas es una de las aparecen ante los ojos del viajero que desciende el valle del río Ungría desde Fuentes de la Alcarria, donde nace, hasta Armuña, pasando ante los altos caseríos de Atanzón y Valdeavellano, regando las huertas de Valdesaz y Caspueñas, dejándose ver desde la atalaya de Horche. En ese lugar, verde ahora y preñado de alamedas que es Caspueñas, nació hace cinco siglos exactamente Alonso Gutiérrez, en una familia acomodada aunque de pecheros sin más. Emparentado con los Coronel de Torija, adictos a los Mendoza porque eran sus señores y protectores, todos ellos estudiaron y formaron en las filas de esa nueva fuerza de “letrados” que alentó hacia América y dio el paso más impresionante que la Humanidad ha dado en su devenir completo: la colonización de América y el trapslante de la cultura europea a aquel continente.

Vamos a recordar, aunque sea brevemente, los hechos por los que a Fray Alonso de Veracruz, ahora, cinco siglos después de nacer, aún se le aplaude.

Natural de Caspueñas

Nacido en Caspueñas, en 1507, fuese a estudiar en las universidades de Alcalá y Salamanca, cursando en esta última Artes y Teología, en la cátedra que dirigía Francisco de Vitoria, el prionero del “derecho de gentes”. Como muchos jóvenes de entonces, y posiblemente alentado por sus primos los Coronel, de Torija, y en el séquito del virrey Antonio de Mendoza, pasó a América unos meses después que el hijo del marqués de Mondéjar, llegando a Veracruz, y alistándose allí en la Orden de San Agustín. Tomo el nombre de fray Alonso de Veracruz como ya sería siempre conocido. Sus méritos, muchos, pasan por haber sido una de las figuras más destacadas de la historia de México y del Nuevo Continente: misionero infatigable de los nativos en su propia lengua, orador insigne, fundador de colegios, bibliotecas y centros de enseñanza para los religiosos de su orden y de los propios nativos, primer profesor de filosofía y teología en el continente americano, primer catedrático de Sagrada Escritura y Teología tomista al fundarse la Universidad de México, y primer tratadista de Derecho Agrario y del Derecho de Gentes en la incipiente universidad mexicana, cuyos principios llevó a la práctica en defensa de los indios.

Ya en América se trasladó a tierras michoacanas, aprendiendo la lengua de la zona para predicar la doctrina cristiana a los indios, sin tratar de imponer primeramente el castellano, como pretendían muchos consejeros de la corona española, sino hablando a los indígenas en su lengua nativa, el purépecha, para evangelizarles e incorporarles a la civilización occidental.

De su tarea intelectual, puede decirse que Veracruz no es un filósofo encerrado en los principios clásicos de la filosofía escolástica, sino un pensador comprometido y un misionero ejemplar. Funda el Convento de Tiripetío y establece la primera biblioteca de América, siendo partidario de que la cultura es el mejor camino para formar al hombre y sembrar la fe cristiana. Fue elegido superior de la provincia de la Orden de San Agustín en Michoacán, fundando en esos años hasta cinco conventos en los que se metieron muchos monjes y se impartió cultura superior a los indígenas.

La actividad didáctica e intelectual de fray Alonso de Veracruz se manifiesta de forma clara en su intervención en la creación y partiicpación en la Universidad de México, que es la primera creada en el Nuevo Mundo. Tras la propuesta al emperador de fray Juan de Zumárraga, el virrey Mendoza labora para la creación de este centro de enseñanza, contando desde el primer momento con la colaboración del alcarreño Veracruz. A este, se le designa en 1553 como profesor de Sagradas Escrituras, e inmediatamente como maestro de Artes y Teología, creándose una cátedra de Santo Tomás para que sea él quien la imparta. Daba la Teología de Vísperas, pero con el sueldo y la consideración de los de Prima. Entonces empezó a escribir sobre Dilosofía, creando su gran obra.

Regresó a España en 1562, para defender las funciones y privilegios de las Ordenes religiosas. Actuó como consejero real y se le nombró prior del monasterio madrileño de San Felipe el Real, a la sazón situado en la Puerta del Sol, así como visitador de los conventos agustinos de la Provincia de Castilla la Nueva.

Pero su destino, claramente, estaba en América, volviendo allí en 1572, llevando consigo al también agustino y familiar suyo Francisco Coronel, de Torija, que luego pasaría a Filipinas. Fueron entonces en el séquito del nuevo virrey mendocino, el Conde de Coruña. De ahí hasta su muerte, la actividad de fray Alonso de Veracruz fue incansable, memorable titánica. Fundó el Colegio de San Pablo, escribió sus mejores obras de Filosofía, que le hicieron alzarse al puesto de más alto pensador de América en el siglo XVI, poniendo en marcha la evangelización de las islas Filipinas, aprovechando la presencia pionera de los agustinos en el archipiélago asiático.

Su obra monumental

Alonso de Veracruz admitía, en cuestiones menores, una reforma de la escolástica y ciertas reivindicaciones humanistas. Quiso librar a la filosofía de especulaciones vanas e inútiles. Siguiendo el ejemplo de los renacentistas, postuló el retorno a los textos originales de Aristóteles. Escribió, con intención primordialmente pedagógica, tres obras filosóficas fundamentales: Recognitio summularum (1554), Dialectica resolutio (1554) y Physica speculatio (1557). Estos tres libros integran un curso completo de Artes (Filosofía), tal como entonces se impartía, en el que resplandecen la claridad, la sencillez, y cierto carácter pragmático.

A fray Alonso le interesaba, fundamentalmente, iniciar a la juventud estudiosa mexicana en la problemática y temática de la Filosofía. Aunque las principales obras de fray Alonso hayan sido filosóficas, también se ocupó de la Teología, dejándonos el Speculum coniugiorum. Y siguiendo las huellas de su maestro, el padre Vitoria, escribió, dentro del campo jurídico y moral, la Relectio de dominio Infidelium et de justo bello, que expuso en el primer curso académico de la recién creada Universidad (1553‑1554) creando con esa obra una senda firme y seguida por todos para el reconocimiento de la realidad indígena, y el respeto hacia sus formas de vivir y su cultura.

Apunte

Mucha bibliografía reciente

El padre agustino del Escorial, Francisco J. Campos y Fernández de Sevilla, ha sido uno de los máximos estudiosos de fray Alonso de Veracruz. De él hemos sacado las noticias arriba expuestas, y a él se debe un reciente trabajo titulado “Análisis socio-bibliográfico de fray Alonso de Veracruz” publicado en el “Anuario jurídico y económico escurialense”. En él vemos que el fraile alcarreño continúa siendo un foco de atención de muchísimos investigadores, filósofos, historiadores, y analistas de la vida en América durante el primer siglo de colonización hispana.

Fue el jesuita E.J. Burrus quien sacó en 1976, y en cinco tomos editados por la Universidad de Arizona, las Obras Completas del alcarreño. Su título “The Writtings of Alonso de la Vera Cruz” lo dicen todo, y en ellas aparecen los textos completos de fray Alonso relativos a filosofía, teología y derecho de gentes. Con un estudio exhaustivo del recopilador. Pero solamente en lo que llevamos de siglo XXI podemos decir que van ya 65 trabajos de investigación sobre el personaje y su obra, salidos la mayoría de las aulas y seminarios de México, donde se sigue teniendo a fray Alonso en palmas, y su estatua presidiendo la entrada de la facultad de Filosofía.

En todo caso, no podemos olvidar la obra clave del conocimiento del alcarreño. Escrita por un autor de nuestra tierra, molinés, el padre Prometeo Cerezo de Diego, O.S.A., quien en 1985, y de la mano de la prestigiosa editorial mejicana Porrúa, sacó el fruto de su tesis doctoral en forma de libro “Alonso de Veracruz y el Derecho de Gentes” que es de obligada lectura.

Viaje a las Cabanillas del Campo

He tenido la oportunidad de vivir unos días inmerso en la vida de un pueblo cercano: Cabanillas del Campo está tan a dos pasos de Guadalajara, que apenas se sale del barrio de La Estación, y se pasan unas cuantas huertas y viveros, se llega al Canal y desde este sse sube al pueblo.

Y en el pueblo se encuentra uno que todo es actividad y renovación, que la villa antigua, cargada de historia y sensaciones rurales, se está convirtiendo en el eje vital, en el “casco antiguo” de una urbe pletórica y extensísima. La superficie de Cabanillas es amplia y se lanza por cerros y quebradillas. A pesar de estar en la Campiña, junto al Henares, donde todo es llanura y visiones sin límite, ya no es posible abarcar completa a Cabanillas de un vistazo. De grande que es.

Pero la historia de Cabanillas es larga y supone que hoy tiene poso de siglos. Lo cual es garantía de autenticidad y raíces. Su nombre es de claro abolengo castellano. Se refiere a unas pequeñas cabañas de pastores, de las que surgiría más adelante el pueblo, y de ellas dice la tradición que fueron propiedad de los judíos de Guadalajara, y que a ellas venían “a celebrar su fiestas”. A partir del siglo XVII utiliza ya el actual apellido, y ello en clara consonancia con su pertenencia, hasta entonces, al alfoz o Común de Guadalajara, estando enclavada en el centro de sus Sesma del Campo. Lo que desde la Edad Media fuera un bombre contundente, “el Campo”, ha venido a ser hoy un poetizado apelativo que todos usan, “la Campiña”.

En el siglo IX se menciona ya este pueblo, cuando una vieja crónica árabe habla de la incursión de las huestes del conde castellano don Rodrigo en el valle del Jarama (hacia el año 845) diciendo que avanzó por los campos hasta el Henares “por Cabanillas”. En el fuero que Alfonso VII concedió a Guadalajara, en 1133, también se incluye a Cabanillas en la sesma del Campo del común guadalajareño. Pero con seguridad el primer documento en que aparece Cabanillas mencionado es en 1432, cuando el rey Juan II concedió en señorío a su cortesano y canciller don Iñigo López de Mendoza, un grupo de aldeas pertenencientes al alfoz arriacense. Ya por entonces, este lugar existía y tenía entidad geográfica y concejil. La posesión en señorío de la aldea de Cabanillas, la entregó el rey Juan primeramente a su hermana, la infanta Catalina, pero muy pronto, y “por causas justas” la desposeyó de ella y se la entregó al futuro marqués de Santillana.

Lugar progresivamente preferido de agricultores y ganaderos, alcanzó a tener más de 1.000 habitantes a finales del siglo XVI. Es muy importante destacar que, frente al resto de los pueblos de la Campiña, y d ela mayoría de las villas castellanas de antiguos siglos, Cabanillas no perteneció nunca a señorío, no tuvo otro “señor” que el Rey. Es más, cuando en 1628 decidió el Rey Felipe IV poner en venta todos los pueblos del reino, para recaudar fondos con que hacer frente a tanta guerra absurda como tenía entre manos el Conde Duque de Olivares, Cabanillas decidió “comprarse a sí misma”, adquiriendo ese título de Villa que la dotaba de capacidad para administrarse justicia a sí misma: el alcade y juez a un tiempo decidía y sentenciaba los problemas vecinales.

Los monumentos de Cabanillas

El más singular sin duda es la iglesia parroquial, dedicada a la Cátedra de San Pedro. Fue construido su edificio a finales del siglo XVI, y llevó mucho tiempo verla acabada como hoy la vemos. Se usó el sillar labrado para las zonas de mayor sustento, y la cal y el ladrillo con los cantos rodados en las zonas de menos prestancia. Su planta es de cruz latina, con tres naves separadas por arcos de medio punto. La cabecera se forma por un presbiterio pequeño, ligeramente elevado sobre la nave. Rematando el crucero, una cúpula de tipo semiesférico. La puerta de ingreso, en el muro de poniente, es de estilo renacentista, y presenta arco semicircular y un par de medallones en las enjutas, con toscas representaciones talladas de San Pedro y San Pablo. La torre, en el ángulo noroeste del templo, es un bellísimo ejemplar de la arquitectura campiñera, construida con los mismos materiales, pero elegantemente distribuidos, alternando la piedra caliza y el ladrillo en fajas. En su interior, bajo la torre, está la pila bautismal. Al parecer se quiere ahora añadir un atrio porticado rodeando los muros sur y occidental, aunque no existe constancia de que esto se hiciera así originalmente. En todo caso, si esto se lleva a efecto, y con el consiguiente visto bueno de la Comisión Provincial de Patrimonio, el atrio debería contar con los elementos propios de los siglos XVI y XVII en que fue construido el edificio, especialmente capiteles, arcos y enjutas del estilo campiñero ya cuajado en otros edificios antiguos como las iglesias de Azuqueca, Alovera y Villanueva de la Torre.

El arquitecto que dio las trazas para levantar este tempo fue nada menos que Nicolás de Vergara, maestro mayor de las obras del arzobispado de Toledo, encargándose desde el primer momento de dirigir técnicamente las obras el arquitecto Hernando del Pozo, auxiliado por Pedro de los Ríos. Este arquitecto dirigía por entonces las obras de la catedral de Sigüenza. Aunque en principio se estimó que la construcción duraría 6 años, en realidad se alargó mucho más, pero ya a comienzos del siglo XVII estaba terminada. Durante años y años más, se siguieron haciendo reformas y reconstrucciones, siendo la última en 1676 que la dejó tal como hoy la vemos.

En las afueras del pueblo destaca la ermita de la Virgen de la Soledad, bien conservada, a la que el pueblo entero cuida y hace objeto de muy especial devoción. Junto a ella se encuentra el cementerio.

Y poco más presenta Cabanillas en cuanto a patrimonio monumental. Cabe destacar algunos edificios del pueblo antiguo, hoy bien remozados, que ofrecen su silueta de casonas viejas hechas con la combinación campiñera del ladrillo y el canto rodado. La plaza de la iglesia ofrece varios ejemplos, y el viejo Ayuntamiento.

Hoy da una imagen nueva, que ya ha creado perfil consistente, la “Plaza del Pueblo” en la que se alza, a levante, el gran edificio del Ayuntamiento, modelo de funcionalismo y belleza sincrética. Delante, pero dejando visual amplia, el kiosco de la música, y a trechos distribuidas algunas fuentes de hierro con formas surgerentes. Un detalle muy hermoso y agradable es el conjunto escultórico que, salido de las manos y la inspiraicón de la escultora Pilar Foronda, hace un colorista homenaje a las mujeres de Cabanillas, con el símbolo de la Paz en lo más alto.

Lugares históricos del término

En el actual término de Cabanillas hubo en tiempos antiguos otros dos lugares, uno de ellos con categoría de simple lugar, que fue Benalaque. Otro, con categoría que llegó a ser de villa con jurisdicción propia, Valbueno. Está Benalaque situado a la orilla de otro arroyo que se ahonda al llegar al Henares, justo al final del actual polígono industrial. Poblado desde la Edad Media, o quizás antes por su nombre de clara raigambre árabe, en los años finales del siglo XV era propiedad de uno de los hijos pequeños del marqués de Santillana, don Pedro Hurtado de Mendoza. Este señor, junto con su esposa doña Juana de Valencia, fundó aquí un convento de la Orden de Santo Domingo, que se erigió pobremente, pero en el que se pusieron, en el presbiterio de su iglesia, los enterramientos de ambos próceres, muy dignamente tallados en estilo plateresco, con sus efigies orantes arrodilladas. El aislamiento del convento hizo que los dominicos decidieran trasladarse a la capital del Común, y así a mediados del siglo XVI adquirieron espacio y comenzaron a levantar nuevo convento dominico dedicado a la Santa Cruz extramuros de la ciudad de Guadalajara, frente a la puerta del Mercado, junto al gran espacio donde se celebraba este todos los sábados. Los franciscanos de Guadalajara, que llevaban ya tres siglos gozando de los favores limosneros de los arriacenses, les movieron todo tipo de pleitos, pero ellos levantaron el convento, construyeron una gran iglesia (es la parroquia actual de San Ginés, que preside la plaza de Santo Domingo en memoria de estos frailes) y en su presbiterio elevado pusieron los enterramientos de los fundadores, que fueron dinalmente destruido en 1936, aunque hoy aún se alnzan a ver sus muñones. Con los siglos, Benalaque desapareció como pueblo, pero en ese mismo lugar, hace unos cuantos años, la Orden de Predicadores puso convento y una imprenta, en ese mismo lugar (la OPE), reviviendo antigua tradición.

Otro lugar, que llegó a ser villa, y hoy es finca particular, es Valbueno. Ya en el siglo XVI declaraban sus habitantes que eran aldea de Guadalajara,y totalizaban 75 vecinos, de los cuales 10 eran labradores propietarios y el resto labraban las tierras de una granja propiedad de los frailes del monasterio jerónimo de Lupiana, y tierras de algunos terratenientes de Guadalajara. Su parroquia estaba dedicada a Nuestra Señora de la Fuente. Y fue como Cabanillas, parejo en categoría, aldea del Común de Guadalajara, hasta que en 1628 los monjes de San Bartolomé de Lupiana compraron el señorío jurisdiccional al rey, siendo en 1726 cuando lo adquirió en señorío, por compra a los jerónimos, don Tomás de Yriberri y Goyeneche, caballero de Santiago, y Tesorero del rey, siendo este don Felipe V quien le concediera en 1732 el título para él creado de Marqués de Valbueno. A mediados del siglo XVIII, el señor tenía palacio en la villa aunque residía en Madrid, cobraba un impuesto anual de 12 gallinas y la población fue disminuyendo, hasta tener en 1750 solo 30 vecinos. Madoz y Miñano aún le citan, siempre disminuyendo de población, llegando a ser Ayuntamiento independiente hasta que en sesión de 23 de marzo de 1873 sus vecinos votaron por mayoría su incorporaicón a la villa de Cabanillas. Siguió Valbueno en propiedad particular, habiendo sido el Sr. Borrás el que en sus cercanías instalara a mediados del siglo XX un campo de aviación. Hoy está perfectamente restaurado por sus nuevos propietarios, los Corsini, y constituye una preciosa finca de recreo y agricultura.

Apunte

Un libro muy recomendable

En los días de la pasada Feria del Libro de Cabanillas, que ha puesto en marcha su Ayuntamiento, con apuesta personal por la cultura de su alcalde Jesús Miguel Pérez y su concejal de Cultura Luis Miguel Fuentes Calleja, ha sido presentado en el Salón de plenos de su moderna Casa Consistorial el libro titulado “La Campiña del Henares”, que abarca en sus 160 páginas profusamente ilustradas las historias y descripciones de cuanto hay que ver y admirar en los 10 pueblos que conforman el núcleo de esta “Campiña” que va de Humanes a Azuqueca llevando al antiguo Canal del Henares a su costado cantando. Es un libro que ha sacado la editorial AACHE, como número 66 de su Colección “Tierra de Guadalajara” y ofrece novedades importantes con planos inéditos del siglo XVIII, hermosas fotografías actuales, referencias a la fauna, al Canal, a las fiestas locales, y sobre todo un análisis de la historia y el patrimonio artístico de estos diez pueblos: Azuqueca, Alovera, Quer, Villanueva de la Torre, Cabanillas del Campo, Marchamalo, Fontanar, Yunquera, Mohernando y Humanes.

Elogio y Nostalgia de Sigüenza

Justo en esta primavera del 2008 se cumplen los 50 años de la primera edición de un libro singular y que marcó una época en la Ciudad del Doncel. Me refiero al “Elogio y Nostalgia de Sigüenza” que escribiera, un par de años antes, el prestigioso doctor y escritor Alfredo Juderías.

Aunque nacido en Molina, Juderías encontró en Sigüenza su albergue del alma. Allí vivió y veraneó largos años, y allí trabó amistad con sus gentes. En Sigüenza paseó calles y cuestas, conventos y catedral, palacios y jardines. Y de sus andanzas, de su buen gusto, de su saber escribir, de su donaire surgieron páginas que se han hecho eternas.

Después de aquel libro surgido de un editor amigo del autor, vinieron otras ediciones a cargo de la Institución Marqués de Santillana y de la editorial Rayuela. Siempre buscado porque es libro que se lee fácil, y se relee seguro, viene ahora a recordarnos que el paso del tiempo hace a los libros, sobre todo a los buenos, más sabrosos y brillantes.

Memoria de Alfredo Juderías

Alfredo Juderías nació en Molina de Aragón y estudió en Madrid junto a las primeras figuras de la clínica y la cirugía española en los años de la República. Intimó con Gregorio Marañón, de quien fue discípulo, amigo y compañero, hasta el punto de que cuando el profesor de Medicina Interna murió, Alfredo Juderías se encargó de ser el editor de sus “Obras Completas”, entre las que se cuenta un gran tomo conteniendo todos los prólogos que escribiera en su vida el médico madrileño.

Juderías siguió la especialidad de la Otorrinolaringología, que practicó en el Hospital “La Paz” de Madrid y en diversas clínicas particulares. Además de algunos temas profesionales, Juderías escribió muchos libros de dietética, y algunos de gastronomía, entre ellos el “Cocina para pobres” que le ilustró Antonio Mingote, y que sigue hoy reeditándose, además de un cuaderno de recetas culinarias de origen judío.

El título que le dio a su libro máximo, por el que ha sido más conocido, vino heredado del que su amigo Marañón dedicó a Toledo, lugar en el que convoacaba a toda aquella intelectualidad de la República a revitalizar la auténtica cultura hispánica. El “Elogio y Nostalgia de Toledo” de Gregorio Marañón fue padre adoptivo de este recorrido literario por Sigüenza que escribió Juderías y dejó como texto básico, entrañable y delicioso sobre la Ciudad del Doncel.

Sigüenza en tres tiempos

En tres paseos podemos andarnos Sigüenza, recorrerla de la mano de Alfredo Juderías. El otorrino molinés nos propone como tres trayectos para hacer andando la ciudad, mejor en compañía de amigos, en grupo interesado, en ánimos dispuestos a sacarle el mejor jugo de su brillante rodezno. El primero se mueve por la parte baja, la más cómoda de andar: la Alameda, los conventos de clarisas y ursulinas, el barrio de San Roque, la plazuela de las Cruces, el río mismo… El segundo es un itinerario interior, deambulante de naves oscuras y claustro catedralicio, supervisor de tapices, de vidrieras, de imágenes santas, de maderámenes tallados. El tercero, al final, es paseo trotón por la cuesta del burgo: subiendo desde la plaza mayor hacia el castillo se entretiene viendo las iglesias románicas, la plazuela de la Cárcel, la casa del Doncel, la posada del Sol, las travesañas…

De esos tres trayectos que propone Juderías para conocer Sigüenza de su mano, -lo que hoy llamaríamos tres “rutas” turísticas con objetivos monumentales y evocadores- , va por jardines el primero, por el interior de la catedral el segundo, y por cuestas y recovecos de la vieja ciudad el tercero. Los tres con un sonido detrás como de campana, de buscón clásico, de  espadachín que se niega a guardarse. A muchos les parecerá libro con tufillo eclesiástico, porque solo habla de altares, conventos y procesiones. A otros, posiblemente a los eclesiásticos de la ciudad más que a nadie, les parecerá libro irreverente y de tufazo liberal, porque se hace cuestión de la verdad de todo lo que ve, y a nada considera eterno. Pero las palabras de Juderías están ahí, para ser leídas e interpretadas. Por mi parte están, sobre todo, para disfrutarlas, porque el castellano que utiliza, a caballo entre los siglos XVI al XVIII, se mastica, sabe a dulce.

Itinerario primero, por la Alameda

Y ahora algunas frases del propio Alfredo Juderías, que nos anima a ver Sigüenza, una vez más, pero con sus ojos. Dice así de la ermita de San Roque: “Su portada, ya ves, también barroca, tiene la po­bre muy poco que admirar; pero dentro, tiempos hubo, y no vayamos a creer que lejanos, que de sus paredes aún no encaladas, junto a gorrillos de quinto, trenzas de pelo, tablillas y velas rizadas, con florecillas azules, rojas y blancas, colgaban ex votos ‑¡ay, si Pepe Esteban los pillara para su libro!‑ y cuadros, de marco casero y letra para ser vista…”. Y en esa visión de la ermita como espacio costumbrista y popular le dejamos para seguir por la Alameda paseando y recordando con él viejos tiempos: “Lejos, el banco verde de los Figueroa ‑barca varada en la orilla del mejor recuerdo y llena aún de un aire de vieja cortesía española ‑. A uno le aletea el corazón al pensar que fué allí donde, hacia los años de mil novecientos dieciséis, sobre meses menos o más, se celebraron algunos consejillos de ministros. Al timón estaba nuestro Conde de Ro­manones. Y con Gobernador, Alcalde y guardia charolada al aviso, por la veredilla de enfrente, por lo que viniese a ocurrir”.

Itinerario segundo, por la Catedral adentro

Se mete Juderías por todos los rincones. Todo lo observa y apunta. Todo lo comenta. En el “altarejo de San Juan” le llama la atención un arca vieja: “Cerca, el devoto arcón de misericordia ‑con lla­ve, como aquella del Lazarillo, atada con agujeta de palitoque‑, donde se recogían ropas y memo­riales para la atención y buen cuidado de los laceriosos”.

Y luego se va a la capilla de San Juan y Santa Catalina, ¡cómo no!, y allí parlotea con el aguerrido joven que dejó la vida en la vega de Granada, a mano de moros: así nos dice el autor de su encuentro con el guerrero mendocino: “Y dejé para contera, de nuevo en la Capilla, la estatua del caballero Martín Vázquez de Arce. Es, ya sabes, una de las más bellas de España, y de autor desconocido. Por un destino muy significati­vo ‑ha dicho Ortega ‑, en España todo lo grande es anónimo”.

Itinerario tercero, por las alturas

Por las alturas, sí, callejea Juderías y en la Travesaña alta se para una vez y otra a mirar las casas, viejas y judaicas unas, palaciegas y orgullosas otras. Calle de torcida cuesta, fragosa y hasta empedra­da a su buen aire, tiene ‑en el número 39, «La casa de la parra», de nuestro querido y admirado Profesor Archilla‑ portadas medievales, con hermosos escudos en sus fachadas, que no podemos dejar de trasver. Y otro tanto nos pasa con sus re­jas y balcones, orgullo, bien ganado, de la buena tenacería seguntina del XVI”.

Sazonado de refranes, dichos y gentilezas, el libro de Juderías acaba como empezó, ofreciendo pasos y entregando ideas para que el viajero que llegue a Sigüenza se divierta (al buen uso de los viajeros) y la recoja suya: … y en anocheciendo Dios, que el campanil del Asilo de Monjitas ‑¡ay, manos de sor Soledad! ­está tocando a vísperas, no me queda otra que de­jarte. Ya sé que mucho es lo que por decir queda, y también mucho lo que tus ojos aún no han visto. Cosas hay ‑el Señor lo sabe ‑, y mi ciudad una de ellas, que no una, sino hasta varias veces, como al buen rezo, hay que hincarle el diente, ya que son menos las que van al clavo que a la herradura”.

Un libro de capricho

La edición que acaba de aparecer (es de AACHE, y hace el nº 2 de su Proyecto Lucena), es además de una fidedigna reedición del clásico de Juderías, una singular obra de arte. Este Elogio y Nostalgia de Sigüenza stá encuadernado en tela estampada, y ofrece el texto íntegro del escritor molinés, más una gran colección de fotografías de Sigüenza, todas en monocolor, con una visión nueva y siempre sorprendente de los rincones y los detalles (que los tiene a miles) de la ciudad del alto Henares. 128 páginas son capaces de ofrecer esta guía singular y poética, con una letra cómoda de leer, y un prólogo del marqués de Santo Floro, amigo personal del autor.