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mayo, 2007:

Un empujón al Románico de Guadalajara

 

A partir de ahora, al arte románico de la provincia de Guadalajara habrá que llamarle “Románico de la Marca Media”. Esto es lo que ha decidido la Consejería de Cultura, en el contexto de un plan de recuperación y puesta en valor de la arquitectura religiosa de raigambre románica en nuestra tierra. Tras una propuesta conjunta con el Centro de Estudios del Románico, con sede en la localidad palentina de Aguilar de Campóo, dirigido por el arquitecto “Peridis”, reconocido por todos como uno de los mejores conocedores del arte románico hispano, se va a proceder al estudio de la arquitectura medieval de Guadalajara, a su catalogación, a su valoración, y a la restauración y puesta en uso de numerosos edificios, dentro de un plan que durará tres años.

La Marca Media

Durante tres siglos, del IX al XI, la tierra de Guadalajara y especialmente la que es regada por el Henares y forma su cuenca hidrográfica, fue la frontera entre el reino de Castilla y Al-Andalus, teniendo ese territorio la categoría de “marca”, que era un espacio de nadie, un territorio inestable y peligroso, en el que podían darse batallas, escaramuzas, razzias y altercados sin que nadie pudiera acudir a otra instancia defensiva que a la del “ojo por ojo” y a la del “tú más”, siendo sus defensores, desde el bando cristiano, los entonces recién creados “marqueses” que luego devendrían en títulos aristocráticos de tercera fila.

La Marca inferior o frontera suroccidental estaba situada en torno al curso medio del Tajo y los valles del Alberche y Guadarrama. La Marca Media, la nuestra, estaba en torno al curso alto del Tajo y los valles del río Henares y sus afluentes serranos por la derecha (Jarama, Sorbe, Bornova, Cañamares, etc.) La Marca Superior incumbía a tierras hoy sorianas, y la defensa principal la establecía el río Jalón hasta el Ebro. En esa “marca”, repito, y durante el tiempo que fue frontera y espacio de encuentros y desencuentros, apenas se construyó otra cosa que castillos, unos de los árabes (los de la orilla izquierda del Henares, que era territorio andalusí, y que devinieron en los grandes alcázares de Alcalá, Guadalajara, Hita, Jadraque, Sigüenza, etc) y otros los cristianos, más pequeños, como Uceda, Beleña, Inesque, Diempures en Cantalojas, etc. en la orilla derecha.

Por lo tanto, si hay algún grupo de elementos arquitectónicos que puedan ser denominados “de la Marca Media” serían los castillos, pero no las iglesias románicas, que fueron construidas un siglo después, o más, de haber sido conquistada por Castilla esta zona de la actual Guadalajara, cosa que ocurrió entre finales del siglo XI y finales del XII. A partir de entonces, y en pleno siglo XIII, es cuando se construyen los edificios románicos de Guadalajara. En ese momento, ya no hay “marca media” en esta tierra. La frontera con Al-Andalus la ha puesto Castilla en el valle del Guadalquivir nada menos.

De aquí se infiere que el título que desde Aguilar de Campóo le han dado al románico serrano y alcarreño de “Románico de la Marca Media” es nada más que un título descriptivo, de “marca” (como se ha dicho) pero en absoluto ajustado a la realidad histórica.

Tierra de repoblación castellana

A partir de finales del siglo XI comienza la repoblación de “allende el Duero”, de la “Extremadura” castellana, una vez asegurada, en 1078, Toledo, la capital de Hispania y ahora del nuevo reino creado al sur de la Cordillera Central. Hasta que no se toma también Cuenca, un siglo después, en 1177, no se puede dar por asegurada y firme la repoblación. Es entonces cuando empiezan a venir gentes del norte, de Euskadi, de las merindades, de la montaña Cántabra, de los páramos burgaleses. Al llamado de benéficos fueros que nacen entonces (el de Cuenca, el de Atienza, el mismo de Guadalajara) y que dan facilidades a los repobladores para asentarse y crecer. Es entonces cuando nacen pueblos, a centenares, en la vertiente sur de la Sierra y en la Alcarria, en torno al Tajo, y más allá hasta la Mancha. Y es entonces, pleno siglo XIII, cuando surgen los templos románicos que hoy vemos. Y que prácticamente sólo en Guadalajara se conservan. También en Cuenca, aunque en menor cantidad, y en Madrid, y hasta en algunos lugares de las sierras béticas, en Baeza por ejemplo.

El plan que acaba de presentar la Junta de Comunidades, a través de su Consejería de Cultura, es ambicioso y generoso. Trata de poner en valor, mejorando lo que ya está reconstruido en muchos casos, y reconstruyendo lo que aún falta por hacer, en dos docenas largas de templos de nuestra provincia. La singularidad del románico guadalajareño hizo que desde hace años se centrara de forma contundente el impulso salvador del patrimonio medieval en esos pequeños templos. Salieron de la anunciada ruina los que más lo necesitaban: Pinilla de Jadraque (que vivió durante años con su galería porticada apuntalada de maderos), Albendiego, (a cuyo templo de Santa Coloma conocí con sus techumbres derrumbadas), Sauca (tapiada por mitad su galería occidental), Carabias (hundida en los aluviones de barro y piedras que los siglos habían arrastrado sobre ella), etc.

La tarea que se nos propone ahora es conservar lo ya hecho, mejorarlo, y acometer la que es prácticamente última etapa de este noble empeño: ahora es cuando le llegan sus horas mejores a esos templos de Tortonda, con su galería de elegantes capiteles esperando su limpieza; de Baides, esperando que luzca en su mejor forma la galería del muro norte; de Romanillos de Atienza, donde los esfuerzos de su párroco consiguieron hace un par de años dar a luz un capitel silense (ver mi artículo en esta páginas del pasado 18 de agosto de 2006, pero que aún necesita su rehabilitación y desenvoltura completas); Jodra, a la que habrá que dar el remate que las buenas intenciones de sus vecinos no llegaron a ver cuajadas; y sobre todo Villaescusa de Palositos, en la perdida soledad de la alta Alcarria de Peralveche, y que es una de las joyas más injustamente olvidadas del románico alcarreño.

Un plan para salvar el románico

El plan que la Junta ha anunciado para la rehabilitación y puesta en valor de todo el románico de Guadalajara tiene un doble mérito: que viene con un inmenso pan debajo del brazo, un pan de nueve millones de euros, en el que se incluyen estudios previos, obras de restauración, consolidación, limpieza y mejora, tanto de edificios como de elementos muebles, así como la creación de un “Centro de Interpretación del Románico de Guadalajara” que se instalará en Sigüenza, donde, por cierto, también hay un templo (el de Santiago, en el comedio de su calle mayor, la cuestuda y conocida rúa que une la catedral con el castillo) que está pidiendo a gritos entrar en este plan. El otro mérito es que llega muy a tiempo, porque se ha presentado 15 días antes de unas elecciones al parlamento regional, en el que pretende continuar gestionando los asuntos de Castilla-La Mancha el mismo partido político que lo ha hecho hasta ahora durante los últimos lustros. De lo que se colige que nuestros actuales gobernantes no andan escasos de reflejos.

Donde sí les han fallado algo ha sido en la forma en que este plan se ha fraguado: todo él se ha construido en mesas y monasterios ajenos a la Región. ¿Se imaginan mis lectores al gobierno de Cataluña encargando el plan de restauración de sus iglesias pirenaicas, o el rescate de sus venerables ancestralismos culturales, a un grupo de estudiosos del tema en Sevilla, o en Cáceres, o en Guadalajara mismo? Es verdad que el Centro de Estudios “Santa María la Real” de Aguilar de Campóo, que dirige el arquitecto José María Pérez González, “Peridis”, tiene el marchamo de la seriedad, el rigor y la profesionalidad en todo cuanto hace. Y de que lo va a hacer bien no me cabe la menor duda. Pero, opino, no hubiera estado de más que se hubiera contado con las opiniones, saberes y hallazgos previos hechos por gentes de aquí, de Castilla-La Mancha, de Guadalajara más concretamente, donde desde mediados del siglo pasado hay gente que viene estudiando metódicamente el fenómeno románico, su historia y su imagen, su distribución y sus necesidades, sus detalles y sus simbolismos, su materia y su iconografía, sus fallas, sus gritos, sus colores… No fue la Junta la que dando el nombre de “Ruta del Románico de Guadalajara” y publicando un folleto de 12 páginas a todo color con las fotos de los mejores edificios abanderó ese proceso. Fueron gentes como Layna Serrano, Nieto Taberné, de la Garma Ramírez,  Ruiz Montejo, Frontón Simón, Pérez Navarro, Pérez Arribas, García de Paz, López de los Mozos, y algún otro cronista más cuyo nombre ahora no recuerdo, los que estudiaron a fondo ese centenar largo de edificios, midiéndolos, dibujándolos, fotografiándolos, describiendo sus mil y un detalles, sus carátulas, sus arquivoltas, sus capiteles, sus marcas de cantería y hasta el último milímetro de su esencia, para darlo en forma de libros, artículos y conferencias, de tal modo que, -de eso estoy seguro- nada nuevo queda por decir del Románico de Guadalajara (ahora “de la Marca Media” por decisión del gobierno regional) que no hayan dicho ya ellos.

Pero en todo caso, aquí va nuestro aplauso a este plan. Que saldrá muy bien, eso es seguro. Y que ha sido recibido con alegría por párrocos, alcaldes y pueblo en general.

Un espacio de asombro: Peñamira

La ermita de Peñamira se refleja ahora en las aguas del embalse de Beleña. Se recuperó del fondo del pantano y se ha reconstruido en la ladera pinariega.

 Uno de los lugares menos conocidos y que más asombran a quien hasta él llega, en la cuenca del río Sorbe, es la ermita de Peñamira. Un espacio de asombro, que hasta no hace muchos años era un paisaje increíble, de verdadera fragosidad y sorpresa, pero que ahora, con la construcción de la presa de Beleña, se ha apaciguado y ha cambiado su primitiva violencia por una placidez de postal.

En lo hondo de un barranco escoltado de roquedales adustos y altas montañas, discurría el río Sorbe, sonoro y limpio. Había pasado ya junto a Muriel, y esperaba regar la amable vega de Beleña, para luego de mirar a Razbona en lo alto, ir a dar en el Henares junto a Peñahora. Todo ese espacio era el llamado, desde hace muchos siglos, *campo de Peñamira+, que tenía una vista excepcional desde la *Peña Rubia+ del término de La Mierla.

 Hoy hemos llegado hasta ese enclave, en un día de primavera sereno y luminoso. Y hemos visto lo que tras la construcción de la presa de Beleña ha quedado. Realmente merece la pena, porque el paisaje sigue siendo hermoso, y la grandiosidad del entorno justifica el viaje. Un viaje que se puede hacer, en la mañana de un domingo, de la siguiente manera. Para quien proceda de Guadalajara, por la carretera de la Campiña sube hasta Humanes, y allí se desvía en dirección a la Sierra, a Tamajón. Al llegar a la desviación de La Mierla, se dirige a este pueblo, y justo a la entrada del mismo, toma la pista asfaltada que le indica la dirección de la Presa. A poco de caminar por esa pista, debe tomar otra, ya de tierra, que sale a la izquierda. Y por ella, con paciencia y sin desesperar, porque se hace larga, aunque no tiene más de 5 Kms. de subidas, bajadas, curvas y más curvas, se llega a la ermita de Peñamira, reconstruida hace algunos años, sobre un breve llano desde el que se domina uno de los paisajes más hermosos, singulares e inesperados de la sierra del Ocejón.

 Para viajeros incansables

 Viajar por Guadalajara tiene tantas sorpresas, que quien practica ese deporte sabe que nunca se acaban. Además no cabe decir: «aquí estuve hace años, me gustó pero ya no vuelvo, lo conozco». Porque hasta los paisajes en Guadalajara cambian con el tiempo. Este que ahora comento, el valle medio del Sorbe, es uno de esos lugares. Ha cambiado radicalmente. Nunca sabré decir si a peor, o a mejor. Sólo que es distinto. Hasta la construcción de la presa, el Sorbe pasaba por Beleña (y sigue pasando) con la solemnidad de una procesión académica. La hondura de sus aguas verdes da realce al puente medieval, y a quien se llega hasta la poza de «los baños de doña Urraca» le impresionan los cortados rocosos de las orillas. Pero enseguida se alza el pegote, feo con ganas, de la presa. Y detrás, lo que era una sucesión de cortados, de breves arboledas, de cascadas espumosas, se ha convertido en un gran lago, manso y azul, rodeado de altas montañas que en las aguas reflejan sus prietas laderas cuajadas de pinos de repoblación, de algunas encinas, de roquedos sin fin.

El viajero que llega hasta Peñamira contempla, desde una explanación que se ha hecho al final de este camino, un paisaje nuevo y bello. La ermita que estuvo en el fondo del valle, dedicada a la Virgen de Peñamira, que estaba en término de Muriel pero con la costumbre inmemorial de ser cuidada por los de Beleña, fue tragada por las aguas. La Virgen, seguramente aparecida en tiempos medievales, era una talla de época y estilo románicos. Hierática, sedente, policromada… una pieza más del arte medieval en Castilla, que fue destrozada y rota para siempre en el verano de 1936. No quedaron fotografías y solo una rápida descripción, sin detalles, de los cronistas Juan Catalina García y Luis Cordavias, que nos la hacen grande, bien tallada, del siglo XIII como muy tarde, con el Niño sobre las rodillas (la Virgen María como trono de Dios, María Theotocos). Después de la Guerra Civil, las gentes del entorno compraron otra nueva, de mala calidad, para ponerla en el altar de la ermita. Y cuando se hizo la presa, y empezó a llenarse de agua el *campo de Peñamira+, aunque parezca inconcebible, a nadie se le ocurrió ir a la ermita a recoger la imagen… Así ocurrió que todo quedó bajo las aguas.

Años después, y en una acción arriesgada, que creó expectación y reflejó la prensa, un grupo de buceadores se metió en las difíciles aguas del pantano y bajó al silencioso mundo, ya húmedo y subacuático, de la ermita de Peñamira. Entre sus arruinadas paredes cubiertas de algas se metieron, llegaron al altar, pero allí no estaba la imagen de la Virgen. Solo había un bloque de escayola medio disuelto. El agua la había destruido también en poco tiempo.

Así es que se acudió a las instancias administrativas, y fue la Excm0 Diputación Provincial la que finalmente puso el dinero para que se tallara una nueva imagen, ahora moderna, elegante y que al parecer sirve para su propósito esencial, despertar la devoción de los comarcanos.

La ermita, completamente destruida y en el fondo del pantano, se ha alzado de nuevo en «Cerro Bermejo». Se han podido rescatar algunas piezas de la antigua, unas dovelas del arco principal, algunos sillares esquineros, y poco más. Completamente nueva, se alza frente a las aguas del pantano. Muy cerca, desde una plataforma cubierta de hierbas y espinos, se hunde el terreno entre abruptos roquedales que recuerdan (a uno le da por pensar cosas fantásticas cuando se siente feliz) los brazos de las calas mallorquinas. el Ocejón soberano, por encima de los pinares y las peñas grises, es la cabeza de todo el conjunto.

En el lugar donde asienta la nueva ermita de Peñamira, se ha construido también una hospedería que permanece siempre abierta. Como no lleva demasiado tiempo hecha, todavía no ha dado tiempo a que la destrocen del todo. Pero a pesar de estar construida con materiales recios, hormigones y maderas duras, la huella del vandalismo carpetovetónico se ve por todas partes. El espacio es hermoso, bien diseñado, valiente. Claraboyas en los techos, pasadizos en zig-zags, y un suelo clemente para quien llegue en peregrinación desde lejos. La romería a Peñamira se sigue haciendo por las gentes de los pueblos que forman la Comunidad de Beleña, y que son los siguientes: Aleas, Beleña de Sorbe, La Mierla, Montarrón, Muriel, Puebla de Beleña y Torrebeleña. La romería que se celebra anualmente, el último sábado de mayo, será un buen momento para que los curiosos, junto a los devotos, se marquen el camino propuesto en estas líneas, y miren (y así se les ensanche el corazón, como les ocurrió a los viajeros la última vez que allí fueron) el contorno de ermita, hospedería y roquedos: todo un suspiro hondo, un cantar de jota, un olor a tomillo, se le viene encima a quien tal hace. Allí nos vemos.

 Una guía de rutas y senderos

 Para llegar a Peñamira, nos viene en ayuda el libro que hace poco escribieron Sebastián Rubio Valero, y las hermanas Alicia y María Jesús Ramos Martín, titulado “Rutas fáciles para conocer Guadalajara”. Incluido por AACHE como número 5 en su colección “AACHE Turismo”, en su páginas 27 a 32 nos ofrece con todo detalle y referencias gráficas el modo de hacer esta excursión, aunque partiendo desde Muriel, y desde allí río abajo, por la elevado orilla del pantano de Beleña, llegar hasta Peñamira. Se ponen fotografías de cada recodo del camino, y se señala en un minucioso mapa los lugares por donde se pasa, hasta llegar a dar vista a la ermita. El libro incluye otras 17 “rutas fáciles” para ir descubriendo, a pie y por senderos, la provincia de Guadalajara marcada por sus maravillas paisajísticas.

Arqueología de Molina

Aspecto parcial del castro del Ceremeño, en Herrería.

 

En el silencio de los campos de Molina bulle la memoria de la vida. A quien desee entrar, por muy someramente que lo haga, en el mundo del conocimiento arqueológico, prehistórico, de esta comarca, le brotará el asombro según vaya tomando notas, apuntando lugares, confrontando fechas. Porque Molina es un auténtico hervidero de hallazgos, de yacimientos, de excavaciones y de letras escritas con el sigilo de lo que fue y se olvidó, de lo que tuvo vida y ahora duerme. Un paseo por los lugares que en Molina tienen ya la etiqueta de enclaves arqueológicos, nos dará idea cabal, por muy rápido y somero que lo hagamos, de la importancia que tuvo en la época celtibérica, y de la nítida perspectiva que de cara a un turismo de conocimiento, cultura e investigación se abre en torno a tantos y tantos enclaves arqueológicos.

La Celtiberia

La zona peninsular que los romanos denominaron Celtiberia, por estar habitada por gentes que ellos consideraban de estirpe celta, se extendía por un amplio territorio del noreste peninsular, tierras interiores, que iban desde el valle medio del Ebro en su orilla derecha, hasta el alto Duero, incluyendo como es lógico, lo que es actualmente el Señorío de Molina, y la Sierra del Ducado en Guadalajara. Comprendía las tierras que hoy forman el noroeste de Teruel, el suroeste de Zaragoza, todo el norte de Guadalajara y el sur de Soria. Los historiadores romanos, como Diodoro, Polibio y Estrabón, explican que esta zona se dividía en la Celtiberia Citerior, la más oriental y cercana al mar, y que abarcaba desde el Ebro en su orilla derecha hasta las altas tierras del nacimiento del Jalón, y la Celtiberia Ulterior, que comprendía las más occidentales tierras del alto Duero. Los celtíberos, ya en los últimos momentos o siglos de su historia, se extendieron por la Meseta castellana, produciendo el fenómeno conocido como celtiberización, difundiendo en esas tierras de estirpe puramente ibérica, sus elementos de cultura material y social. Según los autores romanos referidos, a su vez los celtíberos estaban divididos en grupos étnicos, o pueblos bien definidos, aunque su forma política fuera la «ciudad estado» o pequeños núcleos en forma de castros sobre cerros, independientes unos de otros, pero unidos en caso de guerra. En la Celtiberia Citerior se encontraban los belos, los titos y los lusones, que eran los habitantes del actual territorio molinés. En la Ulterior poblaban los pelendones y los arévacos, estos localizados en las zonas de Sigüenza, Atienza y Soria.

Hoy por Molina se encuentran múltiples huellas de los celtíberos. Unas en forma de castros, que eran sus habítaculos o defensas. Y otras en forma de necrópolis, lugares destinados para depositar a los muertos.

Hay castros formados de murallas recias, de un espesor de más de 2 metros, con una sola puerta de entrada, y torreones esquineros, dejando a veces casi sin cubrir los flancos de imposible acceso por la forma de la montaña. Estas aldeas, tenían una calle, o en algunos casos más de una, recta, a lo largo de la cual se iban abriendo las casas, que se adherían en su zona posterior a la muralla. Las casas, muy pequeñas, de muros de piedra y cubierta de maderas y ramas sujetas con piedras, tenían un solo espacio habitacional, aunque en ocasiones se podían encontrar hasta tres. En los últimos períodos, aparecieron ya las ciudades amplias, organizadas con servicios públicos, circos incluso, foros y mercados, pero en el área molinesa no se ha hallado ninguna de estas características.

En las necrópolis se rastrean y ponen en evidencia las prácticas mortuorias, que se basaban en la incineración de los cadáveres. Revestidos de sus mejores galas y adornos, acompañados de su ajuar personal, se colocaban sobre una pira denominada ustrinium, y allí ardían casi completamente. Los restos, cenizas y huesos, eran introducidos en una urna cerámica, y junto con otros objetos de uso personal (adornos en las mujeres, collares, pulseras, fusayolas, etc, y armas en los hombres) se depositaban en la tierra, poniendo en ocasiones un lecho de losas, unas paredes de piedras hincadas y una piedra muy grande encima, en forma tumular (generalmente para los individuos de relieve en la escala social) y en otras, las más frecuentes, se depositaba la urna en un agujero, y se cubría con tierra, poniendo como mucho una estela de señalización. Estas necrópolis se ubicaban en parte llana, en el valle, junto a los caminos.

Tanto los castros, situados en alto, con sus defensas amuralladas, como las necrópolis, situadas en bajo, en los valles al pie de los castros, aparecen hoy con profusión en la tierra de Molina, y, aunque su análisis, excavación y estudio corresponde exclusivamente a los especialistas en Prehistoria y Arqueología, necesitándose permisos oficiales para realizar excavaciones, todos podemos saber dónde se encontraban, y cuales han sido los hallazgos realizados en ellos. Incluso para quien sin demasiadas caminatas y escaladas, quiera hacerse una idea de cómo eran estos castros y necrópolis celtibéricos, puede visitar el Castro del Ceremeño, en Herrería, hoy perfectamente rehabilitado, con un anejo Museo y explicaciones adecuadas para contemplar de cerca y cómodamente este aspecto de la más vieja cultura molinesa.

El Ceremeño en Herrería

A lo largo de los últimos años, y bajo la dirección de la profesora Cerdeño, se ha trabajado en este castro y se ha recuperado totalmente su importante sistema defensivo y las estructuras de habitación que permiten conocer el trazado urbano y la distribución de las viviendas con total nitidez. Está El Ceremeño sobre un cerro, en el valle del Saúco, arroyo que vierte al Gallo. De unos 2.000 m2 de extensión, se ha podido fechar, el asentamiento más moderno, en la Edad del Hierro II, o sea, hacia el siglo III a. de C., y la primera ocupación del siglo VI a. de C.

Consta El Ceremeño de una muralla que rodea en gran parte el perímetro del cerro, aunque hoy solo quedan completos sus costados sur y oeste. La muralla es de sillares y lajas de piedra caliza. De una anchura de 2-2’5 metros y hasta 2 metros de altura. Tiene un torreón esquinero, y contaba con una apertura, una puerta, a la que se ascendía por camino o rampa desde el valle. En su interior se ven las viviendas, que estaban adosadas entre sí. Las más grandes tenían 3 estancias cada una: de planta rectangular, 11’5 x 5 metros, tenían un vestíbulo, una sala central con el hogar y despensa al fondo, donde se encontraron restos de comida acumulada. La excavación metódica ha supuesto el hallazgo de gran número de piezas de cerámica, de filiación levantina, hechas a mano y con torno, algunas de ellas muy grandes y bien conservadas. También se encontraron objetos de bronce.

En la parte baja del valle, en la zona de la vega, al pie del cerro, se ha localizado la necrópolis de El Ceremeño, y muchos de los objetos hallados, vasijas, etc, junto con fotografías, memoria de la excavación, y explicación de su significado, se muestran en un pequeño museo situado en el Ayuntamiento de la villa de Herrería.

Castros y Necrópolis celtibéricas

En La Yunta se ha encontrado una importantísima necrópolis, muy bien estudiada, fechable hacia mediados del siglo III a. de C. Al pie de un cerro donde hoy está la ermita de San Roque, y casi a ras del suelo (a tan sólo 20-25 cms. de profundidad se ha encontrado lo más importante del conjunto) se han llegado a excavar 268 tumbas. La gran cantidad de ellas, y su buen estado de conservación hacen de este yacimiento de La Yunta un documento excepcional para conocer los rituales funerarios de los celtíberos. Se encuentran en este cementerio prehistórico estructuras tumulares, y otras de incineración simple. Algunas de las tumulares (las menos frecuentes) son especialmente llamativas, pues están formadas por varias hiladas de piedra de tamaño regular, con planta casi cuadrada, de 2 x 2 metros. Las de incineración simple constan de un hoyo en el que se depositaba la urna con las cenizas, y encima una tapadera cerámica o losa de piedra. En los ajuares de esta necrópolis de La Yunta se han encontrado fusayolas, y huesos astrágalos de ovicápridos (tabas) perforados y en número muy grande. Se debían usar como adornos, collares, etc. También se han hallado fíbulas, y pocas, muy pocas armas. Se explica este hecho por ser una época de muchas luchas, contra los romanos, y no poder permitirse el lujo de enterrar al guerrero con sus armas. Había que volver a usarlas, permanentemente.

En el centro del Señorío, en torno a Prados Redondos, abundan los pequeños castros celtibéricos. Uno de ellos, también estudiado meticulosamente por la profesora Cerdeño, es el de Chera, donde además del castro de La Coronilla se encontró una amplia necrópolis, en la cual se han podido localizar con exactitud los ustrimia o lugares donde se incineraban los cuerpos de los fallecidos. Es de los siglos II y I a. de C., y se encuentra a tan sólo 300 metros de la orilla del río Gallo. En sus tumbas, de estructura tumular sobre pavimento firme, se encontraron preciosos objetos que hoy se exhiben en museos, como urnas de cerámica, elementos de hueso, de bronce, de hierro y aún de plata: hebillas de cinturón, collares, vasijas profusamente decoradas, etc. Fue el estudioso local don Agustín González, quien primeramente analizó esta zona y rescató las mejores piezas, hoy conservadas muchas de ellas en la sección arqueológica del Museo de Molina de Aragón, ubicado en el antiguo convento de San Francisco, y recientemente inaugurado tras años de meticulosa formación. La necrópolis de Chera ha servido para perfecionar el conocimiento de la estructura social de los celtíberos, a partir de la manera en que estos enterraban a sus muertos. Y en el castro, también de alto valor ilustrativo, se han encontrado viviendas adosadas, más pequeñas que en El Ceremeño, apoyadas en su «espalda» sobre la muralla común del castro. En su aterrazamiento se encontraron silos excavados en el suelo, tanto dentro como fuera de las viviendas, de un metro de diámetro y algo más de profundidad, que tenían por función el almacenamiento de los cereales, lo que indica que las gentes de esta zona vivían fundamentalmente de la agricultura.

Romanos, árabes y judíos

De la época romana muy pocos restos se han encontrado por Molina. Lo cual nos hace suponer que no fue ocupada esta tierra por los invasores lacios, al considerarla muy fría y pobre. Se han encontrado elementos que permiten localizar algunas villae en el valle del río Gallo, entre Molina y Corduente, y restos asociados a poblados celtibéricos, como en Herrería y Cubillejo de la Sierra.

En cuanto a la arqueología medieval, sigue siendo sorprendente el descubrimiento (y su recuperación plena y permanente) de los restos de una sinagoga judía en el entorno de Molina de Aragón, concretamente en el lugar denominado popularmente y desde hace muchos siglos como El Prao de los judíos. Se han encontrado los niveles primitivos de pavimento con lo que es fácil evidenciar el plano del edificio. Y se han rescatado piezas y fragmentos de yeserías de ataurique con preciosas labores geométricas que hoy ya se pueden ver en los Museos de Guadalajara (Tránsitos en el palacio del Infantado) y de Molina. Esta excavación se encuentra en el costado de poniente del castillo.

Apunte Bibliográfico

Un libro explicativo

El profesor de la Universidad de Alcalá don Jesús Valiente Malla escribió en su día un magnífico libro que, a pesar de su sencillez, es la mejor puerta por la que entrar al conocimiento de la arqueología molinesa y de la provincia toda. Se titula “Guía de la Arqueología de Guadalajara”, y fue editado por AACHE como número 15 de su Colección “Tierra de Guadalajara”. En él aparecen unas precisas generalidades sobre las épocas de la prehistoria en nuestra tierra, y un catálogo descriptivo de los casi medio centenar de yacimientos visibles, interesantes y visitables que existen por ahora en Guadalajara.

En busca de libros de Guadalajara

  

José María Alonso Gamo

 

Se abrió ayer por la tarde la III Feria del Libro de Guadalajara. Una cita con la cultura que va a más, con mayor participación, y más actividades en torno a la aventura de buscar libros, de encontrar maravillas, de leer y traspasar las puertas de otros mundos. El libro es contrincante de la televisión. En un mundo de prisas, de agobios y de tiempos tasados, se hace necesario elegir: en el ojo abierto de la televisión se da masticada la realidad, muchas veces ya digerida. En la ventana minúscula del libro se penetra, con la soledad del corredor de fondo, a descubrir mundos por los que nadie antes ha pisado. Porque un libro tiene tantos significados como lectores: cada uno crea un universo de personajes, colores y emociones, según lo va leyendo, diferente a los demás. La imaginación se nutre de palabras y mensajes, a los que da forma la experiencia previa, los gustos, las cifras vividas, y los olores de otros días. El libro es, sin duda, el elemento que más hace trabajar al cerebro. Y, -todos lo dicen- si el cerebro es un maravilloso ordenador que nos es dado, ¿por qué no usarlo a tope? 

Escritores de primera línea 

En el inicio de la III Feria del Libro de Guadalajara se nos vienen a las manos un montón de libros nuevos, que acaban de llegar, que están viniendo. Una verdadera alegría cuando llegan noticias, imágenes, historias, fábulas y guías con relación a nuestra tierra. Que después de muchos años, tras un largo desierto de iniciativas, se abren caminos de edición, de publicaciones, de ganas por leer, por saber cosas relativas a nuestros paisajes, a nuestra historia, a nuestros antiguos personajes, al patrimonio que nos rodea. 

El primero de esos libros, maravillosos, que acaba de salir y está vivo y resplandeciente, es el tomo segundo de las “Obras Completas de Alonso Gamo”. Presentado el pasado viernes 27 de abril, en Gaztelupe de Madrid, ante la créme de la prensa literaria madrileña, actuó de presentador magnífico el filósofo y ensayista José Antonio Marina, quien acompañado del catedrático Ramón Irigoyen, del crítico literario Angel Vivas, y del editor alcarreño Antonio Herrera (perdón por la autocita, pero es que era exactamente yo el que estaba allí, qué le vamos a hacer) el libro se titula Un español en el mundo: Santayana y con casi 500 páginas de texto, un álbum fotográfico añadido, ofrece el análisis biográfico del filósofo español Jorge de Santayana, profesor en Harvard a finales del siglo XIX y principios del XX, y poeta fabuloso que es traducido por José María Alonso Gamo, alcarreño de Torija que compone con esa traducción esta edición bilingüe que fue alabada en altura y recibida con asombro por cuantos leyeron la obra. 

El libro de Alonso Gamo, que ha sacado AACHE en una edición de lujo y de impoluta presencia, es sin duda, como elemento de cultura honda y trascendente, el más importante de lo que va de año surgido entre nosotros. La presentación, fuera de lo habitual, acabó en una suculenta lectura pública de poemas entre todos los asistentes, asombrados de cómo un traductor puede, a veces, levantar más arriba de donde viene el texto originario. Con este segundo tomo (y aún faltan por aparecer unos 8 más) Alonso Gamo se concreta como una fuerza literaria de primera línea en el panorama de las letras alcarreñas del siglo XX. 

El otro, a la misma altura, es José Herrera Petere, de quien 30 años después de su muerte en el exilio de Lausana, la Diputación Provincial piensa acometer también la edición de su obra completa, y será en esta Feria del Libro arriacense donde se vaya a presentar, mediado mayo, el primero de esos tomos que nos darán a conocer la excepcional fuerza poética y literaria del creador alcarreño. 

Naturaleza viva 

Otro de los buenos libros que surgieron el pasado otoño y que ahora sigue con su alegría visual llenando los ojos de quienes lo tienen, es la Guía de los Vertebrados de la Vega del Henares y de la Campiña. Escrita por Roberto Mangas, y con la colaboración de numerosos dibujantes y fotógrafos atentos a la realidad de la fauna que nos rodea, este libro es complemento del que el pasado año publicó el mismo autor sobre las “Aves de la Vega del Henares, etc.”, apareciendo ambos como una expresión y catálogo cuajado de imágenes ciertas y vívidas de los animales que pueblan nuestro entorno campiñero, desde los aires a las aguas, desde las charcas a los trigales: en esta guía de los vertebrados, que aquí comenté ampliamente en su día, aparecen los peces, los anfibios, los reptiles y los mamíferos que con más de 100 especies podemos ver a nada que nos echemos al campo. 

Este libro lo resalto porque nos da imagen y estudio de la naturaleza, que en Guadalajara es todavía reciamente sabia y estupenda en sus horizontes limpios. Un complemento (la guía faunística henarense) perfecto a la hondura literaria de los versos de Santayana. 

Historia, patrimonio, costumbrismo 

Y entre los elementos surgidos este año, y que a la Feria llegan, desde la perspectiva de cultura local, como novedades, hay también libros que tratan de historia, de patrimonio, de costumbrismo, de personajes…. todos los elementos que le dan carácter a la raíz cierta de Guadalajara, esa raíz que no debe perderse para que no se vuelvan locas las brújulas y nadie sepa por donde anda. 

De historia nos vino el gran libro de Antonio Ortiz con la esencia de la Historia de la ciudad de Guadalajara: ejemplarmente docente, con sentido didáctico, con imágenes justas, con razón imparcial de guerras y gentes. Es su “Historia de Guadalajara” ya un clásico que ha alcanzado segunda edición, esta vez con tapas duras y mejores imágenes, pero con la densidad y limpieza de su información apta para todos, para cualesquiera inteligible. 

De patrimonio nos ha venido el libro de los Museos de Castilla-La Mancha, que escribieron y presentaron hace poco José María Ferrer y yo mismo, con un aporte de información que abarca, en conjuntado chorro de datos y de imágenes, todos los Museos de nuestra Región (más de un centenar abiertos) explicando origen, contenido, horarios, formas de visitarlos, etc. 

De costumbrismo yo destacaría una obra que a fuer de clásica ha pasado un poco desapercibida. Y es “La Alfarería de Guadalajara” escrita por la etnóloga y profesora de la Universidad de Alcalá, Eulalia Castellote, que con esta alcanza su tercera edición, y que nos vuelve a enseñar los formas rotundas de los cacharros de barro que utilizaron nuestros abuelos (en esa franja cronológica tan amplia que va desde el mismo Paleolítico hasta los años sesenta del pasado siglo) sus variantes, sus nombres, sus usos, y sobre todo las formas de hacerlos y los lugares donde se hacían: aparecen así memorias, hoy casi enterradas, de alfares en Lupiana, en Sigüenza, en Cogolludo y, por supuesto, en Zarzuela de Jadraque, y aún en Molina. Con muchas imágenes y todos los datos que se puedan necesitar, este libro rescata esa parte de nuestro costumbrismo que radica en la artesanía, en la más nobles de todas y la más “divina” que es la que trabaja con la tierra y el agua. 

Apunte bibliográfico 

Una novela histórica 

En el ámbito que hoy parece estar más en auge y con amplia demanda de los lectores, como es la novela histórica, en estos días de la Feria se va a presentar otra estupenda novela que se debe a la pluma de Beatriz Lagos, una autora norteamericana, californiana para ser más exactos, y que ha escrito “La Novia Rusa” ambientada en la corte de los zares en el siglo XVII y que no tiene una sola página de desperdicio contando memorias, describiendo espacios, hilvanando aventuras. Beatriz Lagos, que vendrá expresamente desde los Estados Unidos a la Feria de Guadalajara a presentar, el sábado 19, su nueva obra, es ya conocida de los lectores y lectoras alcarreños por su trilogía de “las novelas de Hita “ (la halconera, la juglaresa, la tapicera) con las que ha demostrado ser una de las escritoras de raíz alcarreña más completas y atrayentes.