Arqueología de Molina

viernes, 11 mayo 2007 1 Por Herrera Casado

Aspecto parcial del castro del Ceremeño, en Herrería.

 

En el silencio de los campos de Molina bulle la memoria de la vida. A quien desee entrar, por muy someramente que lo haga, en el mundo del conocimiento arqueológico, prehistórico, de esta comarca, le brotará el asombro según vaya tomando notas, apuntando lugares, confrontando fechas. Porque Molina es un auténtico hervidero de hallazgos, de yacimientos, de excavaciones y de letras escritas con el sigilo de lo que fue y se olvidó, de lo que tuvo vida y ahora duerme. Un paseo por los lugares que en Molina tienen ya la etiqueta de enclaves arqueológicos, nos dará idea cabal, por muy rápido y somero que lo hagamos, de la importancia que tuvo en la época celtibérica, y de la nítida perspectiva que de cara a un turismo de conocimiento, cultura e investigación se abre en torno a tantos y tantos enclaves arqueológicos.

La Celtiberia

La zona peninsular que los romanos denominaron Celtiberia, por estar habitada por gentes que ellos consideraban de estirpe celta, se extendía por un amplio territorio del noreste peninsular, tierras interiores, que iban desde el valle medio del Ebro en su orilla derecha, hasta el alto Duero, incluyendo como es lógico, lo que es actualmente el Señorío de Molina, y la Sierra del Ducado en Guadalajara. Comprendía las tierras que hoy forman el noroeste de Teruel, el suroeste de Zaragoza, todo el norte de Guadalajara y el sur de Soria. Los historiadores romanos, como Diodoro, Polibio y Estrabón, explican que esta zona se dividía en la Celtiberia Citerior, la más oriental y cercana al mar, y que abarcaba desde el Ebro en su orilla derecha hasta las altas tierras del nacimiento del Jalón, y la Celtiberia Ulterior, que comprendía las más occidentales tierras del alto Duero. Los celtíberos, ya en los últimos momentos o siglos de su historia, se extendieron por la Meseta castellana, produciendo el fenómeno conocido como celtiberización, difundiendo en esas tierras de estirpe puramente ibérica, sus elementos de cultura material y social. Según los autores romanos referidos, a su vez los celtíberos estaban divididos en grupos étnicos, o pueblos bien definidos, aunque su forma política fuera la «ciudad estado» o pequeños núcleos en forma de castros sobre cerros, independientes unos de otros, pero unidos en caso de guerra. En la Celtiberia Citerior se encontraban los belos, los titos y los lusones, que eran los habitantes del actual territorio molinés. En la Ulterior poblaban los pelendones y los arévacos, estos localizados en las zonas de Sigüenza, Atienza y Soria.

Hoy por Molina se encuentran múltiples huellas de los celtíberos. Unas en forma de castros, que eran sus habítaculos o defensas. Y otras en forma de necrópolis, lugares destinados para depositar a los muertos.

Hay castros formados de murallas recias, de un espesor de más de 2 metros, con una sola puerta de entrada, y torreones esquineros, dejando a veces casi sin cubrir los flancos de imposible acceso por la forma de la montaña. Estas aldeas, tenían una calle, o en algunos casos más de una, recta, a lo largo de la cual se iban abriendo las casas, que se adherían en su zona posterior a la muralla. Las casas, muy pequeñas, de muros de piedra y cubierta de maderas y ramas sujetas con piedras, tenían un solo espacio habitacional, aunque en ocasiones se podían encontrar hasta tres. En los últimos períodos, aparecieron ya las ciudades amplias, organizadas con servicios públicos, circos incluso, foros y mercados, pero en el área molinesa no se ha hallado ninguna de estas características.

En las necrópolis se rastrean y ponen en evidencia las prácticas mortuorias, que se basaban en la incineración de los cadáveres. Revestidos de sus mejores galas y adornos, acompañados de su ajuar personal, se colocaban sobre una pira denominada ustrinium, y allí ardían casi completamente. Los restos, cenizas y huesos, eran introducidos en una urna cerámica, y junto con otros objetos de uso personal (adornos en las mujeres, collares, pulseras, fusayolas, etc, y armas en los hombres) se depositaban en la tierra, poniendo en ocasiones un lecho de losas, unas paredes de piedras hincadas y una piedra muy grande encima, en forma tumular (generalmente para los individuos de relieve en la escala social) y en otras, las más frecuentes, se depositaba la urna en un agujero, y se cubría con tierra, poniendo como mucho una estela de señalización. Estas necrópolis se ubicaban en parte llana, en el valle, junto a los caminos.

Tanto los castros, situados en alto, con sus defensas amuralladas, como las necrópolis, situadas en bajo, en los valles al pie de los castros, aparecen hoy con profusión en la tierra de Molina, y, aunque su análisis, excavación y estudio corresponde exclusivamente a los especialistas en Prehistoria y Arqueología, necesitándose permisos oficiales para realizar excavaciones, todos podemos saber dónde se encontraban, y cuales han sido los hallazgos realizados en ellos. Incluso para quien sin demasiadas caminatas y escaladas, quiera hacerse una idea de cómo eran estos castros y necrópolis celtibéricos, puede visitar el Castro del Ceremeño, en Herrería, hoy perfectamente rehabilitado, con un anejo Museo y explicaciones adecuadas para contemplar de cerca y cómodamente este aspecto de la más vieja cultura molinesa.

El Ceremeño en Herrería

A lo largo de los últimos años, y bajo la dirección de la profesora Cerdeño, se ha trabajado en este castro y se ha recuperado totalmente su importante sistema defensivo y las estructuras de habitación que permiten conocer el trazado urbano y la distribución de las viviendas con total nitidez. Está El Ceremeño sobre un cerro, en el valle del Saúco, arroyo que vierte al Gallo. De unos 2.000 m2 de extensión, se ha podido fechar, el asentamiento más moderno, en la Edad del Hierro II, o sea, hacia el siglo III a. de C., y la primera ocupación del siglo VI a. de C.

Consta El Ceremeño de una muralla que rodea en gran parte el perímetro del cerro, aunque hoy solo quedan completos sus costados sur y oeste. La muralla es de sillares y lajas de piedra caliza. De una anchura de 2-2’5 metros y hasta 2 metros de altura. Tiene un torreón esquinero, y contaba con una apertura, una puerta, a la que se ascendía por camino o rampa desde el valle. En su interior se ven las viviendas, que estaban adosadas entre sí. Las más grandes tenían 3 estancias cada una: de planta rectangular, 11’5 x 5 metros, tenían un vestíbulo, una sala central con el hogar y despensa al fondo, donde se encontraron restos de comida acumulada. La excavación metódica ha supuesto el hallazgo de gran número de piezas de cerámica, de filiación levantina, hechas a mano y con torno, algunas de ellas muy grandes y bien conservadas. También se encontraron objetos de bronce.

En la parte baja del valle, en la zona de la vega, al pie del cerro, se ha localizado la necrópolis de El Ceremeño, y muchos de los objetos hallados, vasijas, etc, junto con fotografías, memoria de la excavación, y explicación de su significado, se muestran en un pequeño museo situado en el Ayuntamiento de la villa de Herrería.

Castros y Necrópolis celtibéricas

En La Yunta se ha encontrado una importantísima necrópolis, muy bien estudiada, fechable hacia mediados del siglo III a. de C. Al pie de un cerro donde hoy está la ermita de San Roque, y casi a ras del suelo (a tan sólo 20-25 cms. de profundidad se ha encontrado lo más importante del conjunto) se han llegado a excavar 268 tumbas. La gran cantidad de ellas, y su buen estado de conservación hacen de este yacimiento de La Yunta un documento excepcional para conocer los rituales funerarios de los celtíberos. Se encuentran en este cementerio prehistórico estructuras tumulares, y otras de incineración simple. Algunas de las tumulares (las menos frecuentes) son especialmente llamativas, pues están formadas por varias hiladas de piedra de tamaño regular, con planta casi cuadrada, de 2 x 2 metros. Las de incineración simple constan de un hoyo en el que se depositaba la urna con las cenizas, y encima una tapadera cerámica o losa de piedra. En los ajuares de esta necrópolis de La Yunta se han encontrado fusayolas, y huesos astrágalos de ovicápridos (tabas) perforados y en número muy grande. Se debían usar como adornos, collares, etc. También se han hallado fíbulas, y pocas, muy pocas armas. Se explica este hecho por ser una época de muchas luchas, contra los romanos, y no poder permitirse el lujo de enterrar al guerrero con sus armas. Había que volver a usarlas, permanentemente.

En el centro del Señorío, en torno a Prados Redondos, abundan los pequeños castros celtibéricos. Uno de ellos, también estudiado meticulosamente por la profesora Cerdeño, es el de Chera, donde además del castro de La Coronilla se encontró una amplia necrópolis, en la cual se han podido localizar con exactitud los ustrimia o lugares donde se incineraban los cuerpos de los fallecidos. Es de los siglos II y I a. de C., y se encuentra a tan sólo 300 metros de la orilla del río Gallo. En sus tumbas, de estructura tumular sobre pavimento firme, se encontraron preciosos objetos que hoy se exhiben en museos, como urnas de cerámica, elementos de hueso, de bronce, de hierro y aún de plata: hebillas de cinturón, collares, vasijas profusamente decoradas, etc. Fue el estudioso local don Agustín González, quien primeramente analizó esta zona y rescató las mejores piezas, hoy conservadas muchas de ellas en la sección arqueológica del Museo de Molina de Aragón, ubicado en el antiguo convento de San Francisco, y recientemente inaugurado tras años de meticulosa formación. La necrópolis de Chera ha servido para perfecionar el conocimiento de la estructura social de los celtíberos, a partir de la manera en que estos enterraban a sus muertos. Y en el castro, también de alto valor ilustrativo, se han encontrado viviendas adosadas, más pequeñas que en El Ceremeño, apoyadas en su «espalda» sobre la muralla común del castro. En su aterrazamiento se encontraron silos excavados en el suelo, tanto dentro como fuera de las viviendas, de un metro de diámetro y algo más de profundidad, que tenían por función el almacenamiento de los cereales, lo que indica que las gentes de esta zona vivían fundamentalmente de la agricultura.

Romanos, árabes y judíos

De la época romana muy pocos restos se han encontrado por Molina. Lo cual nos hace suponer que no fue ocupada esta tierra por los invasores lacios, al considerarla muy fría y pobre. Se han encontrado elementos que permiten localizar algunas villae en el valle del río Gallo, entre Molina y Corduente, y restos asociados a poblados celtibéricos, como en Herrería y Cubillejo de la Sierra.

En cuanto a la arqueología medieval, sigue siendo sorprendente el descubrimiento (y su recuperación plena y permanente) de los restos de una sinagoga judía en el entorno de Molina de Aragón, concretamente en el lugar denominado popularmente y desde hace muchos siglos como El Prao de los judíos. Se han encontrado los niveles primitivos de pavimento con lo que es fácil evidenciar el plano del edificio. Y se han rescatado piezas y fragmentos de yeserías de ataurique con preciosas labores geométricas que hoy ya se pueden ver en los Museos de Guadalajara (Tránsitos en el palacio del Infantado) y de Molina. Esta excavación se encuentra en el costado de poniente del castillo.

Apunte Bibliográfico

Un libro explicativo

El profesor de la Universidad de Alcalá don Jesús Valiente Malla escribió en su día un magnífico libro que, a pesar de su sencillez, es la mejor puerta por la que entrar al conocimiento de la arqueología molinesa y de la provincia toda. Se titula “Guía de la Arqueología de Guadalajara”, y fue editado por AACHE como número 15 de su Colección “Tierra de Guadalajara”. En él aparecen unas precisas generalidades sobre las épocas de la prehistoria en nuestra tierra, y un catálogo descriptivo de los casi medio centenar de yacimientos visibles, interesantes y visitables que existen por ahora en Guadalajara.