Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

junio, 2005:

Pastrana, dos museos en uno

 

En la serie de reportajes que durante los pasados meses realicé en nuestro diario “Nueva Alcarria”, en el especial “Fin de Semana” que aparece los jueves, sobre Museos de nuestra provincia, quedó un Museo alcarreño sin referir. Un Museo importante y capital. Un Museo que vale por dos, porque en Pastrana están juntos, en el mismo edificio, uno sobre otro, los Museo del Carmelo (o de Santa Teresa) y de Historia Natural de las Islas Filipinas. Un soberbio conjunto al que no pudimos acceder con anterioridad, porque en los meses de invierno fue más difícil encontrarlos abiertos. Pero ahora, con el buen tiempo, en pleno verano, y ya hasta fin de año, estos dos museos pastraneros harán las delicias de quien los visite y vaya a ellos con ganas de asombrarse y aprender. Todo se junta: la historia, la devoción, las maravillas de la Naturaleza, los fieros animales, los asombrosos corales…

El Museo y Convento del Carmelo pastranero

El Museo Teresiano asienta en el claustro bajo y en la iglesia del que fuera convento de San Pedro, fundado por Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz en 1569, por la generosidad de los duques de Pastrana y príncipes de Eboli, Rui Gómez de Silva y la tuerta doña Ana de Mendoza. Se mantuvo como convento carmelita y sede del Generalato de la Orden, desde la segunda mitad del siglo XVI al comienzo del XIX, cuando la Desamortización de Mendizábal acabó con él. Tras muchos años de abandono, se consiguió recuperar y restaurar, poniéndose a cargo de sus instalaciones y culto los padres franciscanos, que lo mantienen vivo hasta hoy.

Este Museo, aunque ya existía desde mucho antes, desde finales del siglo XIX, fue rehabilitado y puesto en valor en 1991, con motivo de la celebración del IV Centenario de San Juan de la Cruz. En él se recorren las cuatro pandas del claustro bajo de este convento, con sus ventanales cerrados para dar más capacidad de oferta de obras de arte. Desde ahí se pasa al templo, en el que surge el gran retablo enmarcado en el espacio sacro. La iglesia al exterior nos ofrece los elementos propios de la arquitectura carmelitana: piedra y ladrillo, con fachada de tres cuerpos, el inferior de piedra sillar mostrando tres ingresos de arco de medio punto, rematando en hornacina vacía que se incluye en el segundo cuerpo, de aparejo de ladrillo y sillarejo, en el que luce gran ventanal para iluminar el coro, y dos escudos de la Orden, tallados en piedra. Arriba luce un triangular remate con óculo circular y cruz de piedra. También, lateralmente, se ve gran espadaña.

El autor de este edificio fue nada menos que fray Alberto de la Madre de Dios, el arquitecto cántabro que se hizo carmelita, diseñando numerosos y perfectos templos. En Guadalajara nos dejó los de Guadalajara (San José y los Santos Reyes) más este de Pastrana, en el que quedó a vivir en su mayor edad, y aquí murió.

En el claustro del convento surgen infinidad de cuadros, muchos de ellos con elementos de la fundación, y bastantes con figuras de los grandes santos, de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Destacan en el conjunto los seis grandes cuadros de remate semicircular en que se narran ordenadamente las escenas de la fundación, destacando el de la venida de santa Teresa a Pastrana, el momento de recibir la ermita de san Pedro, la toma de hábito y profesión de los dos primeros frailes (Ambrosio y Juan de la Miseria), la predicación de san Juan de la Cruz ante cuya ardiente voz se suspende santa Teresa, y la visión de futuros mártires. En un par de cuadros el autor nos ofrece las imágenes de los duques de Pastrana, don Rui Gómez de Silva y doña Ana de Mendoza, con su clásico parche de paño negro en el ojo derecho.

Diversos cuadros que representan idéntica escena de san Juan de la Cruz hablando con Cristo, o escribiendo.

Hay numerosos cuadros de frailes y santos del Carmelo, alguno de ellos ocuparon el puesto de Superiores Generales. Otros fueron famosos por su vida o su apostolado. En diversas escenas aparece retratada la santa abulense Teresa de Cepeda: como escritora, en su mitológico Transverberación, en la “merced del clavo”, recibiendo la cruz, así como el recuerdo de cuando vino a fundar «esta su santa casa». Muchos de estos cuadros son de artista anónimo, pero otros están firmados y documentados, apareciendo los nombres de Alonso del Arco, Mariano Maella, Paulus de Matthei (a este se debe el mejor retrato de San Teresa como escritora), Juan Antonio de Frías y Escalante, y el legendario italiano Fray Juan de la Miseria, uno de los fundadores de esta casa. La mayoría son de la escuela madrileña, y en su mayoría de los siglos XVII‑XVIII.

En el interior del templo nos sorprende su clásica y serena arquitectura, con un gran retablo barroco que cubre el presbiterio y cuyas pinturas se deben a Luca Giordano. Añade esculturas de San José y Santa Teresa, más una Inmaculada y una antigua talla de San Pedro. En la cúpula; adornando las pechinas, cuatro motivos franciscanos de J. Álvarez, 1874. Y colgando de los muros, cuadros de un Vía Crucis pintado por Regino Páramo.

Lo interesante de este Museo en las capillas laterales del templo, lo constituyen sus retablos, esculturas y pinturas. A la mano izquierda del presbiterio, se abre la principal de ellas, la capilla de San Pedro, que realmente fue la primitiva ermita de la que surgió este conjunto patrimonial. Se adorna de gran retablo presidido por talla barroca del Cristo de la Verdad y un Cirineo; a ambos lados hay cuadros de cristos crucificados. Le sigue, hacia los pies, la capilla del Cristo yacente con retablo barroco. La escultura del Cristo proviene de los talleres de Gregorio Fernández. Y finalmente la capilla más cercana a l puerta, es la de la Virgen del Carmen. La talla de la fundadora castellana es del artista toledano Germán López. En las paredes hay cuadros con diversos motivos de la Virgen bajo advocaciones diferentes, una de ella el recuperado cuadro de la Virgen de la Soterraña. Y aún numerosos otros representando una Huída a Egipto, la muerte de san José, la Virgen del Apocalipsis, la Visitación, el Prendimiento, un aleccionador cuadro del Árbol de la Vida, Santa Rosa de Viterbo, Santa Catalina de Alejandría como doctora de la Iglesia, Nuestra Señora de la Portería, etc…

El Museo de Historia Natural de Filipinas

Terminado el recorrido por el templo y claustro, realizado de la mano y explicaciones, eruditas y amenas, de los guías que han puesto los franciscanos para ello, subimos a la primera planta, donde pasamos al museo de la Historia Natural de Filipinas. Puede surgir, de entrada, la pregunta del significado de este Museo aquí. La relación entre Pastrana y Filipinas fue intensa durante siglos pasados. La provincia de San Gregorio de la Orden de N.P.S. Francisco, estaba formada por los conventos de la zona castellana de la Alcarria, y de las Islas Filipinas. De ese modo, los novicios españoles pasaban enseguida a servir en las misiones asiáticas. De hecho, y quizás antes en el tiempo, un pastranero llegó a fundar en la isla de Luzón un pueblo llamado Pastrana, que aún hoy existe. A mediados del siglo XIX científicos de todo el mundo dedicaron su tiempo a la investigación y publicación de obras sobre la historia natural de las Filipinas. Al mismo tiempo, los Franciscanos empezaban a crear sus propias colecciones que, con fines didácticos, destinaban a sus centros de enseñanza. Al producirse la insurrección filipina, a finales del siglo XIX, el museo franciscano, que estaba a cargo de fray Marcelino Sánchez, sufrió notables destrozos, en abril de 1897, por lo que se decidió su envío a España. El contenido de aquel inmenso museo llegó a Barcelona en un barco procedente de Manila en agosto de ese mismo año. El traslado de sus fondos a Pastrana y las labores de instalación se realizaron entre 1897 y 1905. Luego, una abundante representación de los fondos de este museo viajó a Barcelona para ser exhibida en la Exposición Universal de 1929. Durante la guerra civil española el museo volvió a sufrir graves destrozos, a pesar de que se había tenido la precaución de tapiar puertas y ventanas.

Durante años había servido solo para enseñanza de los novicios, y para asombro de las gentes de Pastrana, que entraban a visitarlo. Pero en 1970 se trasladó el museo a su actual emplazamiento, en la segunda planta del edificio, aunque fue entonces cuando se decidió trasladar a Toledo, la parte más “histórica” del legado filipino: libros y monedas se llevaron a la capital del Tajo, quedando aquí las colecciones zoológicas y naturales.

Más tarde, ya en 1999 se inició una nueva etapa en el museo: mejor coloados sus fondos, e iluminados, se han comenzdo las labores de catalogación y clasificación del abundante material existente, colocando sus piezas, las más importantes al menos, en vitrinas y estanterías, iluminándolo, etc, aunque bien es verdad que aún queda mucho por hacer en este sentido. El Museo de Historia Natural de Filipinas, no cuenta con ayudas oficiales, por lo que las mejoras que poco a poco se van haciendo dependen de la entrada que los visitantes pagan para verlo.

Entre los elementos que se ofrecen en este Museo, destacan por sus vistosidad e interés científico la colección de conchas de moluscos, tanto marinas como terrestres, de las que existen más de 10.000 diferentes, siendo unas 1.500 las expuestas. De aves exóticas hay más de 400 ejemplares, habiéndose constatado que algunas de las expuestas son ya especies extinguidas, lo cual aumenta el interés científico de este lugar. Qué más? Pues vitrinas cuajadas de grandes animales misteriosos, como los grandes vampiros y “zorros voladores”, el pez sirena y su esquelo, yn enorme cocodrilo y varias serpientes y boas, tortugas gigantescas, monos (el más pequeño del mundo entre ellos) saurios, corales, peces, etc. La visita al museo resulta instructiva por su enfoque sistemático y científico, y es divertida al mismo tiempo por su carácter divulgativo, con informaciones raras y curiosas de algunas de las especies expuestas.

Un complemento bibliográfico

Al visitante de hoy, en la portería del Convento y recepción del Museo se le ofrece un buen Catálogo del mismo, que es más que suficiente para entender su contenido. Pero además, quien esté de veras interesado en el complejo legado artístico de San Juan y Santa Teresa, deberá buscar un libro que ya agotado ofrece toda la información que se puede desear sobre la historia del convento y sus mejores piezas. Es el titulado “Homenaje IV Centenario San Juan de la Cruz” que se editó en Pastrana en 1991, patrocinado por los franciscanos de la provincia de San Gregorio, la Diputación Provincial, y la Caja de Guadalajara.

El libro, de gran tamaño 24 x 30 cms. todo a color, ofrece en sus 340 páginas historias y descripciones, análisis de las restauraciones realizadas, estudios de personajes, técnicas, autores y simbolismos.

Datos prácticos

Museos Teresiano y de Historia Natural de Filipinas.
Convento de San Pedro de Padres Franciscanos
Telefono 949 370 057
Horarios: en invierno de 11 a 13:30 y de 15:30 a 18:30
En verano de 11 a 14 y de 16 a 18:30
Lunes cerrado.
Entrada: 2,40 Euros.

Viaje al románico de Guadalajara

 

Entre las medidas que Diputación Provincial ha puesto en práctica para promocionar el turismo y el conocimiento de Guadalajara entera, está la promoción de ofrecer viajes en autobús a los grupos y asociaciones de cualquier tipo que con tiempo lo soliciten. Una de las ofertas es un “Viaje al románico de Guadalajara”. He tenido la oportunidad, la semana pasada, de participar en una de estas excursiones promocionales, junto al grupo formado por una buena parte de los socios del Centro Segoviano de Guadalajara. Y visto lo visto, puedo de cir que la iniciativa es en todo encomiable, las intenciones manifiestamente positivas, pero todo ello siempre con un punto de capacidad de mejora: y es que a los asociados, vengan de donde vengan, lo que la Diputación les brinda es un autobús, un conductor/a que se sabe la ruta a realizar, y nada más. La información sobre lo que van a ver, se la tienen que procurar los viajeros. En el caso de la “Ruta del Románico”, el viaje consiste en salir de San Ginés a las 8:30, y atravesando paisajes de grandiosidad serrana, con el Ocejón y Valverde a la izquierda mientras se asciende por el boscoso valle del Sorbe, se llega a Galve de Sorbe donde la tropa excursionista baja del autobús a tomarse un café en el bar en cuya puerta para el transporte. Y luego sigue el día por Campisábalos, Albendiego, Atienza, Imón, Palazuelos, rematando la jornada en Sigüenza. Pero los turistas van a su aire, a mirar lo que encuentren en el horizonte de estos pueblos.

Una visión del románico atencino

Por si pudiera valer para las próximas excursiones de grupos y asociaciones de Guadalajara que hagan esta Ruta que Diputación ofrece, aquí está el itinerario seguido por nuestro segoviano grupo: los monumentos visitados, los encuentros hechos, las sorpresas recogidas.

La primera parada (pasamos nosotros sin parar por Galve, puesto que nada románico hay en la castillera villa de los Estúñiga) la hacemos en Villacadima, ahora poblado de algunos valientes que han vuelto a levantar y reconstruir sus casas. Como levantada y reconstruída está la iglesia parroquial, con su cubierta entera, su reja en la puerta, y el conjunto perfectamente consolidado y limpio. La magnífica perspectiva del pueblo serrano sobre los verdes pastos de altura, nos rapta la mirada hacia la portada de su templo, que es de lo mejor del románico rural. Declarada hace años Monumento Nacional, gracias a los esfuerzos continuos de Monje Ciruelo y Layna Serrano, consiguió así la necesaria atención del Patrimonio, y hoy está resplandeciente y única. La portada, de rojiza piedra, tiene múltiples arquivoltas semicirculares con detalles mudéjares muy espectaculares.

Ya en camino hacia levante, el primer pueblo al que llegamos es Campisábalos, donde se visita la iglesia de San Bartolomé, la parroquia que centra el pueblo. Aquí se multiplica la sorpresa, porque la iglesia tiene de todo. Tiene una torre (es lo más moderno) que preside un ábside de tres cuerpos, el central con ventanas decoradas con capiteles, cimacios, cenefas y múltiples canecillos. El atrio al sur, alberga una colección de estelas medievales, elementos con cruces y adornos tallados, que proceden de un cementerio medieval, dando así cabal idea de cómo se enterraban los cristianos en el siglo XII: igual que hoy los árabes. En el puro suelo el cadáver, y sobre él una estela tallada en piedra, con su nombre, frases y alguna cruz tallada.

En el interior del atrio, la portada espléndida de múltiples arcos en degradación, y en el interior, de una sola nave, el ábside tenuamente iluminado de cuyo techo pende una espectacular talla de Cristo en madera. Saliendo de nuevo al exterior, la mejor sorpresa: está adherida por el sur al templo la capilla del Caballero San Galindo, que es como una maqueta de catedral románica. Su puerta exterior, sobre el muro pétreo, tiene todos los elementos que vimos en Villacadima. Se añade a ellos canecillos con personajes, y en el muro exterior, tallado (y hoy muy deteriorado por la intemperie) el mensario que muestra con escenas agrícolas lo que cada mes del año se hace en esas tierras: matanza del cerdo, arado, sembrado, segado, trillado, vendimia, etc…. más dos escenas de tipología consagrada, al menos en el cercano edificio soriano de Tiermes: la justa a caballo de dos guerreros, y la cacería del jabalí con perros y lanzas.

El interior de esa capilla de San Galindo es inolvidable. Pequeña de dimensiones, tiene el poyete corrido para que sentaran los fieles, el arco triunfal apoyado en capiteles con curiosa iconografía de mitología medieval, el ábside semicircular iluminado tan solo por una miniventana de calado mudejarismo, etc. Una joya que hay que ver, al menos una vez en la vida.

Y el tercer elemento de este románico de Sierra Pela, quizás el mejor de toda la provincia: la hoy ermita de Santa Coloma, en los alrededores de la villa de Albendiego, y antiguamente templo monasterial de los caballeros de San Juan que la mandaron costruir. Entre arboledas densas, al final de un camino cubierto de la vegetal pelusa que en primavera sueltan los chopos, la dorada cantata de la piedra tallada y construida. En Santa Coloma debemos admirar su exterior (espadaña a poniente, portada de corte gótico a mediodía, y elegante ábside triple a levante, en cuyo centro se abren las preciosas ventanas caladas en cuya piedra tallada se ve con profusión repetida la cruz de San Juan.

Pidiendo las llaves previamente en el bar, hemos podido pasar todo el grupo a ver el interior, con su ábside solemne y elevado, y sobre todo con sus dos capillas laterales, que fueron pensadas para rematar las naves colaterales que nunca llegaron a construirse, y hoy sirven de admiración a quien desea ver un arte inmaculado y original al cien por cien: capiteles de hojas de acanto, la justa luz de los parteluces, la limpieza de los arcos fajones…

En Atienza, arquivoltas y capiteles

En Atienza quedan hoy seis templos de estilo románico. No da tiempo a verlos todos en esta excursión. Optamos por los más singulares. Primero, al final de la calle de Cervantes que sale desde la plaza del Trigo, el ábside de la Santísima Trinidad, que alegra los corazones de los excursionistas porque es de claro signo segoviano, con grandes capiteles vegetales, cenefas, columnas y grandiosidad extrema. Subiendo la cuesta hacia el castillo, la esperada visión de la portada sur de Santa María del Rey. En esa puerta, escoltada hoy por las sepulturas del cementerio, luce la riqueza iconográfica del Medievo. Santos, ángeles, demonios, señores y monjes, damas y villanos. El mundo “ingenuo y benévolo” del románico castellano está allí vivo. Luego, visita de la portada norte, ahora limpia y protegida, con su larga frase en caracteres cúficos y sentido cristiano, en el que las antiguas alabanzas a Alah se transforman en cánticos al Dios de Occidente. Para terminar, en Atienza, visita desde fuera a San Bartolomé, a su bella arquería del atrio, a su puerta escueta y limpia, a su preciosa soledad sobre el prado que la precede.

Sigüenza y su románico catedralicio

Finalmente, llegamos a Sigüenza, tras pasar por Imón y saber de sus salinas, hoy abandonadas a su suerte (otra asignatura pendiente de los responsables de nuestro patrimonio) y por Palazuelos, donde aún en la distancia se ve la torre del homenaje de su castillo, y sobre ella la construcción que se hizo hace unos años…. se ve, eso es todo, se ve desde lejos.

Llegados a Sigüenza, la primera visita del recorrido románico es para la catedral. Y la empezamos por la fachada de poniente, la principal, donde vemos sus tres grandes portaladas, a primera hora de la tarde iluminadas por el sol que las saca todo su valor, especialmente a la multidecorada del Evangelio, toda racimo y flor, toda alambique mudéjar. Entre la severidad castellana de sus torres, pasamos a la admiración de su estructura interior borgoñona. A todos gusta el cimborrio que el arquitecto Labrada añadió al crucero, en los años de su reconstrucción. Le da más luz, la hace más alta, más bella. Admiramos el rosetón románico del lado oriental del crucero. La trompa de su muro, las portadas de la capilla del Doncel, la puerta del Sagrario Nuevo, el altar de Santa Librada, el retablo/enterramiento de don Fadrique…

Y subimos luego, desde la plaza mayor que es la mejor plaza castellana de toda la Región, por la mayor calle hacia el castillo. Pero en el camino no dejamos de admirar los templos románicos que nos salen al paso. Los dos mandados construir por el obispo francés don Cerebruno, en el siglo XIII: Santiago, de grandes  proporciones con sus arcos en degradación y decoración muy catedralicia. Solo se ve esto, la portada. Dando al barranco del Vadillo se ve el ábside, que es de planta cuadrada, y tiene el mejor ventanal románico de la ciudad. Pero el interior no es posible verlo: sigue hundido, y aparte del cartel azul y blanco de la Junta que llena toda la fachada, y que promete “obras de restauración “ estas siguen sin acometerse.

Un poco más arriba, entramos a la calle Travesaña alta, y tras admirar el caserón de los Vázquez de Arce, la “Casa del Doncel” que es ahora administrada, después de haber sido restaurada, por la Universidad de Alcalá, nos damos de cara con la del templo de San Vicente, el patrón de la ciudad, mandado también levantar por don Cerebruno a mediados del siglo XIII. Tras subir sus escalones, y ver su espectacular fachada, cuajadas sus arquivoltas de hojas trenzadas y cenefas de ruido mudéjar, don Gerardo el párroco nos espera dentro para mostrarnos gentilmente “su” iglesia restaurada y perfecta. Todos los detalles nos los dice, todas las explicaciones contesta. Un lujo de visita, como remate de la Ruta.

Bueno, no: este remate tiene lugar poco después en Sauca, donde los excursionistas montarán en el autobús que ya por la autovía de Aragón los pondrá en Guadalajara una hora después. Sauca es otro de los espléndidos ejemplos del románico rural de nuestra tierra. A la caida de la tarde es aún más bello, porque el sol arranca sus mejores tonos rojizos a la arenisca piedra seguntina. El atrio porticado se extiende sobre los muros sur y occidental, con sus múltiples columnas pareadas, rematadas en bellísimos capiteles con tallas de flores, hojas, y personajes de la Biblia y la mitología. Dentro el silencio y la armonía. Sobre los muros se alza la gran espadaña, hoy también restaurada, con sus campanas talladas, con su luz y su sonido que dan alegría y serenidad a quien los goza.

Un “Viaje al románico de Guadalajara”, en fin, que nos ha ofrecido Diputación y que agradecemos, que aplaudimos. Y, aunque el nuestro no fue ese caso, precisamente, porque algo ya sabíamos de formas, alzados y ornamentaciones, siempre sería de agradecer un guía que le echara saber y entusiasmo a este periplo por nuestro patrimonio medieval.

Guadalajara, ciudad abierta

 

El pasado día 19 de mayo, y como acto inaugural de la Feria del Libro en nuestra ciudad, se presentó en la Sala Tragaluz del Teatro Buero Vallejo el libro “Guadalajara, ciudad abierta”, una guía moderna y actualizada de la ciudad del Henares, escrita por un grupo de jóvenes alcarreños que han puesto ilusión y ganas, buen saber y buen fotografiar, bajo el título común de Equipo Paraninfo. No me importa decir que yo también he colaborado con ellos, y he puesto algún grano de arena en la construcción de ese libro, pero el mérito fundamental ha de quedar para los jóvenes, que pusieron la idea, las ganas y lo principal del trabajo. Aquí sus nombres: Cristina Botías, Juan Laborda y Alfonso Herrera. Y ahora algunos de los méritos que acentúan su obra como imprescindible para conocer, por parte de quienes aquí viven, y de quienes vienen desde fuera, esta ciudad de tantos siglos y tantas maravillas escondidas.

Una historia sucinta

La historia de Guadalajara tiene más de doce siglos de consistencia. Es una historia de gentes que van y vienen, de gentes que se quedan, de poderíos y huidas. De construcciones y destrucciones. De pestes y corridas de toros. En fin, y sin entrar en literaturas, que no tengo el cuerpo ahora para muchas literaturas, es la nuestra una historia de pasos y encuentros. Es, como el Quijote (siempre presente, este año, el buen caballero manchego y su escudero fiel) una novela sin argumento, solo el pasar en su caballo y en su rucio por los caminos, charlando, mirando, padeciendo hambre, frio y golpetazos, es lo que se supone su historia. Una historia, y desde otro punto de vista, quijotesca.

Y un enorme patrimonio

De tantos pasares a Guadalajara le ha quedado un denso patrimonio, que es lo que hoy la transforma en un lugar apetecible para visitar. Le han quedado huellas, más o menos reconocibles y brillantes, de unas civilizaciones, épocas, modos, estilos, y personajes.

En este sentido, Guadalajara es ciudad abierta por muchas cosas. Especialmente por su forma de ser hoy mismo, en crecimiento continuo, en dinamismo urbanístico. Tiene elementos que la hacen heredera de Al-Andalus, con su puente mandado construir por Abderraman III, con su antiguo alcázar (ruina eminente donde las haya), con sus formas islámicas en ábsides mudéjares, en portaladas de Santa María, en minaretes y dulces de miel remotos.

Y en los días del Renacimiento, de esa época de encontrarse el Hombre consigo mismo, para saberse superior a todo en la creación y en el Universo. Y con esa alegría crear canciones, pinturas y edificios. En ese momento, desde los finales del siglo XV, uno de los más ilustres vecinos de la ciudad (ya quisiéramos hoy volver a tenerle entre nosotros, habitando en sus viejas casas palaciegas de por la parte baja de la Calle Mayor…) don Iñigo López de Mendoza, púsose a abrir las puertas de España a ese movimiento de poesía y pensamiento, de razonados consejos y modos distintos de entender los retablos.

De ese patrimonio, que en este libro que comento sus autores recogen al completo, quisiera aquí destacar y animar a mis lectores a que visiten esos recónditos espacios que han quedado como pies o huellas de otros siglos: los palacios, las casonas, los entornos de prosapia que hoy se destinan a cosas muy distintas de lo que fue su original destino.

De esos palacios hay elementos impresionantes, como el de los duques del Infantado, el gran palacio que comulga de diversos estilos artísticos, y es pionero en tantas cosas en España. Un patrimonio de la Humanidad que lo es aún sin declaración oficial, porque no hay otro igual en el mundo. O el de don Antonio de Mendoza, el sobrino militar, que levantó cerca, en la parroquia de Santiago, otra maravilla del Renacimiento construido.

Pero son esos pequeños palacios que salpican la ciudad los que yo invito, con este libro en la mano a recorrer. Esto es lo que dice el “Equipo Paraninfo” de ellos.

Viejos Palacios de Guadalajara

Además de esas joyas, hoy renovadas, como Biblioteca Provincial, y como Colegio Mayor Universitario, de los palacios de Dávalos y Guzmán, respectivamente, están estos otros, a descubrir desde ahora mismo.

En la plaza de San Esteban, que antaño estuvo cuajada en sus cuatro costados de iglesias, conventos y rancios caserones, hoy solo queda el palacio de los Condes de Medina, que nos muestra una magnífica portada de sillares almohadillados, con gran balcón de hierro forjado encima, y un escudo bellamente tallado en piedra. Al interior destaca su escalera noble, y el pequeño patio. Muy recientemente ha sido restaurado con todo cuidado para servir de sede a la Delegación de la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha.

En la Calle Mayor, junto a San Nicolás, veremos el palacio de los Condes de Coruña, presidiendo junto al Banco de España la plaza del Jardinillo. De su primitiva construcción conserva la portada, de almohadillados sillares. En el interior, y a pesar de sucesivas y desafortunadas reformas, se aprecia el gran patio central, todo él rodeado de arquerías, sostenidas por capiteles de estilo renacimiento, y grandes zapatas talladas en madera, así como voladas cornisas de afiligranada decoración plateresca. Algunas salas conservan sus artesonados policromados, obra también del siglo XVI. La estructura y ornamentación del patio se hizo tomando por modelo el del palacio de don Antonio de Mendoza, en esta misma ciudad. Un fragmento de dicho patio asoma tímido en el comedor de un cercano restaurante.

Otro digno representante de la arquitectura palaciega arriacense es el palacio de los Marqueses de Villamejor. En el lugar conocido por la cotilla de Santa María, en una plazuela que se abre a la calle de Ingeniero Mariño, antigua de Barrionuevo, frente al convento de monjas carmelitas de San José, levantaron los marqueses de Villamejor, de la familia Torres, un bello palacio en el siglo XVIII, que hoy luce su fachada de ladrillo y aparejo de piedra, con portada de lo mismo, rematada en escudo nobiliario, y con ventanales y balcones por ella distribuidos. En su interior, con distribución original bien conservada, existen algunas salas de hermosa decoración, en especial el llamado Salón Chino, recientemente restaurado, todo él forrado de papel pintado a mano en el Extremo Oriente. Un grande y romántico jardín se abre al fondo de la casona. Este edificio, propiedad del Ayuntamiento, se destina actualmente a sede de una Escuela de Actividades Artísticas.

En la calle de Salazaras, a la espalda de Santa María, se alza el palacio de los Páez de Sotomayor, admirándose en él una interesante portada con gran almohadillado.

Y en la calle mayor alta, donde hoy tiene su sede la Cámara de Comercio e Industria, el palacio de los Torres, perfectamente restaurado, recuerda imágenes de las casas señoriales del siglo XIX, aunque posee elementos, como el pequeño patio, y escudos varios, mucho más antiguos.

El libro recién presentado

En la Sala Tragaluz del Teatro Buero Vallejo, y en acto coordinado por don Santiago Manzano, Director Técnico del Patronato Municipal de Cultura, que ha colaborado en la edición de la obra, se presentó el 19 de mayo esta obra, en un acto en el que comenté un amplio reportaje visual realizado por los autores del libro, sobre el ser y el estar de Guadalajara como ciudad abierta.

El libro tiene 144 páginas, y está todo él ilustrado con profusión a base de grabados antiguos y fotografías hechas con las modernas técnicas digitales que nos ofrecen formas inéditas de ver los monumentos arriacenses. Se divide su texto en varias partes: la Historia, el Patrimonio, las Fiestas y los Alrededores. Y se completa con una “Guía de Urgencia” para que los viajeros tengan en todo momento, con él en la mano, la referencia exacta de adonde ir a comer, dormir, curarse o solicitar información mas detallada. Todo un acierto editorial que, además, resultó ser un auténtico best-seller en la pasada Feria del Libro de Guadalajara.

El baile de los gigantes

 

En los pasados días, el Jardinillo de Guadalajara ha sido el espacio más animado de la ciudad. No sólo por la presencia en él de la Feria del Libro, que le ha conferido durante casi dos semanas un aire de cultura y encuentros, entre autores y lectores, entre libreros y editores, entre asombrosos y asombrados, sino porque por él ha desfilado la corte de los gigantes, el barullo de los cabezudos, la sorpresa de la tarasca, y la tradición solemne de la cofradía de los Apóstoles en la procesión del Corpus.

La primavera, con su tiempo magnífico de sol y temperaturas agradables, ha dado el espaldarazo de cortesanía a esta ciudad que se alza en la modernidad sin olvidar sus tradiciones. Libros y gigantes, una mezcla que destila posibilidades y abre rutas a la imaginación y a los sueños últimos…

La comparsa de gigantes y cabezudos

En las señaladas celebraciones de la ciudad, nunca falta la comparsa de gigantes y cabezudos recorriendo las principales calles: elementos ancestrales de la sorpresa y el miedo, de lo monstruoso y terrible. Los cabezudos, que parecen hombres pero impresionan por su enorme cabeza, se dedican a asustar a los chiquillos (ahora con unos latiguillos, antes con las vejigas infladas) mientras que los gigantes nos asombran por su belleza, su andar alegre, su baile continuo, su referencia mitológica a seres de otros planetas, de otras razas, con superiores poderes.

No se ha escrito mucho sobre los gigantes y cabezudos de Guadalajara, aunque hay que reconocer que en los últimos años se les ha dotado de una vitalidad renovada, de tal forma que constituyen hoy una de las comparsas más hermosas y dignas de ver de toda la Comunidad Autónoma. De hecho, esa característica la consiguen por el carácter castellano de Guadalajara, pues es de esta tradición de la que nacen: de tradición más europea, se sabe que Guadalajara cuenta con estos elementos como amenizadores de sus fiestas desde la remota Edad Media.

Por una parte el etnógrafo José Ramón López de los Mozos, en su ya clásica obra “Fiestas Tradicionales de Guadalajara”  y por otra los estudiosos del folclore local, Molina y García Bilbao, más las investigaciones de Pedro J. Pradillo y Esteban sobre el Corpus, nos da algunas interesantes noticias sobre estos personajes, que no están vivos pero lo parecen cuando desfilan entre el asombro y el griterío de la chiquillería.

Fueron concretamente Molina y García Bilbao los que más hicieron, hace pocos años, por que el Ayuntamiento recuperara viejas imágenes y clásicos sujetos de este conjunto. El que fuera concejal de Fiestas, Jesús Orea, puso también su esfuerzo de servicio a la ciudad recuperando imágenes. Todo ello nos ha llevado a ver, en los pasados días de en torno al Corpus, esta flamante tropa de gigantes y cabezudos, ya completa con esa fabulosa y mítica Tarasca que el año pasado fue recuperada, con el ánimo de Josefina Martínez Gómez, la actual concejala de Fiestas, para recomponer un mosaico antiguo que entronca a la perfección con los aires del nuevo siglo. Un aplauso para todos ellos.

Algo de Historia de los Gigantes

Si de ancestralismos y mitologías hablamos, podrían considerarse a unos y otros, gigantes y cabezudos, como descendientes de domésticos dioses, representantes de cultos menores a los aspectos más cotidianos de la naturaleza, especialmente a los ritos propiciadores del crecimiento de los vegetales, de la fecundidad de la tierra, etc. Es curioso que pueden emparentarse a los cabezudos con las botargas, pues ambos son pequeños, con máscaras que representan seres distintos de los que en realidad son, vestidos de llamativos colores, que persiguen a los pequeños con porras, latiguillos o vejigas de cerdo… Para López de los Mozos, esta relación está más que clara: los gigantes y cabezudos son expresiones populares llevadas a la fiesta laica de una sociedad religiosa, en representación de las más antiguas y paganas figuras de los dioses agrícolas de la fecundidad.

Existe constancia de la salida en las calles de Guadalajara de gigantes y cabezudos al menos desde el siglo XV. Lo hacían precisamente acompañando, como un elemento más, colorista y sorprendente, a la procesión del Corpus Christi, siempre rodeados de músicos y chiquillería. La música era siempre popular, de flauta y tamboril. Las primeras noticias documentales acerca de estos personajes de cartón y tela son del siglo XVI, más concretamente de 1545, año en el que consta que se guardaban en los almacenes del Concejo “tres cabezas, una de enano, y el San Cristobalón”, que era un gigante, tal y como hoy aún se ve en muchas catedrales españolas, San Cristóbal como gigante que porta al Niño Jesús en sus hombros. También consta en documentos municipales que en el 1614 hubo que hacer unas figuras nuevas, debido al mal estado de conservación de las anteriores, afectando la reforma a cuatro gigantes, de unos cuatro metros de altura, que representaban al español y la española y al negro y la negra más dos enanos, siendo un tal Juan Navarro, quien se encargó de la tarea. Este individuo hacía en Guadalajara muchos otros oficios, entre ellos el de maestro de danzas, entallador, tallista, pulidor, pintor, etc. En otra relación de mediado el siglo XVII se dice que los gigantes eran seis hombres y mujeres, y que representaban a castellanos y a negros, con ese sentido de “maravilloso” que siempre tuvieron. Mediado el siglo XVIII un tal Francisco Gondoño, los recupera otra vez, siendo desde entonces figuras que representan a la nobleza hispana, a la monarquía, y a las razas lejanas. Cuando en 1900 se estrenó la zarzuela «Gigantes y cabezudos”, el Ayuntamiento de Guadalajara se decidió a rehabilitar y aumentar su “flota” de gigantes. Fue el alcalde Vicenti que destinó 300 pesetas del presupuesto concejil para encargar en Madrid al taller de Ribalta “dos gigantes y dos cabezudos: el chino y la china y don Quijote y Sancho, respectivamente. Luego vendrían el corregidor, el guardia de la porra, el viejo y el tonto.”

Nos dice Julio García Bilbao que el personaje más famoso y popular en la Guadalajara de hace un siglo era el de La Follolla, un cabezudo que aparece citado por primera vez en 1919, con renovaciones hasta 1950, y que representaba a Gregoria Alguacil, una popular anciana que iba recogiendo cuanto encontraba por la calle. Después de la guerra se añadieron nuevos cabezudos: el negrito y el visera loca, y representaciones de las razas humanas o Continentes (América, África, Asia….) en formato de gigantes.

La renovación del elenco

Hoy se ha conseguido llegar a las 6 parejas de gigantes, perfectamente emparejados, y con significados muy claros, dentro de un contexto explicativo de nombres y personajes, aunque con la herencia clara de aquella tendencia a representar seres fabulosos, mitológicos, de otros países muy lejanos. Así se conjuga su origen ancestral y mítico, con el de la explicación racional que hoy les damos. Una referencia a las parejas de gigantes de Guadalajara nos sirve para completar esta memoria “de gigantes y cabezudos”.

Las parejas

 1. De las razas primitivas, tenemos a los chinos. Del chino dicen que es “el del palacio de la Cotilla”. Ya es rizar el rizo para encontrar una relación de un chino con Guadalajara…. su pareja, la chinita, está clara.

2. Los indios americanos están representados en el monarca Moctezuma y en la india Malinche. Nombres propios para una esencia medieval.

3. También sacados, teóricamente, de la historia, las figuras de africanos son las de sendos musulmanes: él es el capitán Al-Faray, teórico fundador de la Guadalajara árabe. Y ella la princesa Elima, hija de Almamún, que se convirtió al cristianismo en su castillo de Brihuega.

4. Añadimos hoy los históricos: con un parche sobre el ojo izquierdo, belleza suma y una gorguilla al cuello, Ana de Mendoza, princesa de Éboli es fácilmente reconocible. El es un tio tatarabuelo suyo, el gran Marqués de Santillana, de riguroso negro.

5. Más clásicos los reyes castellanos medievales. Herencia del culto al jefe, al supremo: él es Alfonso VI de Castilla, reconquistador de la ciudad. Y ella (dicen) doña Constanza de Borgoña. ¿No será doña Berenguela, reina y señora de Guadalajara? Cualquier nombre es válido, por supuesto.

6. Y acabamos con dos de la tierra, modernos de verdad: él está tocado de boina y vende miel. Es el Melero Roque, de tierra-alcarria. Ella es la alcarreña Antigua, por su nombre y por la medallita que le cuelga de una cinta al cuello, en la que si nos fijamos vemos la imagen de la patrona, la Virgen de la Antigua.

Una colección fabulosa, que no tiene nada que envidiar a cualquier ciudad castellana que ofrece sus comparsas con tantos siglos de antigüedad como la nuestra.