Guadalajara, ciudad abierta
El pasado día 19 de mayo, y como acto inaugural de la Feria del Libro en nuestra ciudad, se presentó en la Sala Tragaluz del Teatro Buero Vallejo el libro “Guadalajara, ciudad abierta”, una guía moderna y actualizada de la ciudad del Henares, escrita por un grupo de jóvenes alcarreños que han puesto ilusión y ganas, buen saber y buen fotografiar, bajo el título común de Equipo Paraninfo. No me importa decir que yo también he colaborado con ellos, y he puesto algún grano de arena en la construcción de ese libro, pero el mérito fundamental ha de quedar para los jóvenes, que pusieron la idea, las ganas y lo principal del trabajo. Aquí sus nombres: Cristina Botías, Juan Laborda y Alfonso Herrera. Y ahora algunos de los méritos que acentúan su obra como imprescindible para conocer, por parte de quienes aquí viven, y de quienes vienen desde fuera, esta ciudad de tantos siglos y tantas maravillas escondidas.
Una historia sucinta
La historia de Guadalajara tiene más de doce siglos de consistencia. Es una historia de gentes que van y vienen, de gentes que se quedan, de poderíos y huidas. De construcciones y destrucciones. De pestes y corridas de toros. En fin, y sin entrar en literaturas, que no tengo el cuerpo ahora para muchas literaturas, es la nuestra una historia de pasos y encuentros. Es, como el Quijote (siempre presente, este año, el buen caballero manchego y su escudero fiel) una novela sin argumento, solo el pasar en su caballo y en su rucio por los caminos, charlando, mirando, padeciendo hambre, frio y golpetazos, es lo que se supone su historia. Una historia, y desde otro punto de vista, quijotesca.
Y un enorme patrimonio
De tantos pasares a Guadalajara le ha quedado un denso patrimonio, que es lo que hoy la transforma en un lugar apetecible para visitar. Le han quedado huellas, más o menos reconocibles y brillantes, de unas civilizaciones, épocas, modos, estilos, y personajes.
En este sentido, Guadalajara es ciudad abierta por muchas cosas. Especialmente por su forma de ser hoy mismo, en crecimiento continuo, en dinamismo urbanístico. Tiene elementos que la hacen heredera de Al-Andalus, con su puente mandado construir por Abderraman III, con su antiguo alcázar (ruina eminente donde las haya), con sus formas islámicas en ábsides mudéjares, en portaladas de Santa María, en minaretes y dulces de miel remotos.
Y en los días del Renacimiento, de esa época de encontrarse el Hombre consigo mismo, para saberse superior a todo en la creación y en el Universo. Y con esa alegría crear canciones, pinturas y edificios. En ese momento, desde los finales del siglo XV, uno de los más ilustres vecinos de la ciudad (ya quisiéramos hoy volver a tenerle entre nosotros, habitando en sus viejas casas palaciegas de por la parte baja de la Calle Mayor…) don Iñigo López de Mendoza, púsose a abrir las puertas de España a ese movimiento de poesía y pensamiento, de razonados consejos y modos distintos de entender los retablos.
De ese patrimonio, que en este libro que comento sus autores recogen al completo, quisiera aquí destacar y animar a mis lectores a que visiten esos recónditos espacios que han quedado como pies o huellas de otros siglos: los palacios, las casonas, los entornos de prosapia que hoy se destinan a cosas muy distintas de lo que fue su original destino.
De esos palacios hay elementos impresionantes, como el de los duques del Infantado, el gran palacio que comulga de diversos estilos artísticos, y es pionero en tantas cosas en España. Un patrimonio de la Humanidad que lo es aún sin declaración oficial, porque no hay otro igual en el mundo. O el de don Antonio de Mendoza, el sobrino militar, que levantó cerca, en la parroquia de Santiago, otra maravilla del Renacimiento construido.
Pero son esos pequeños palacios que salpican la ciudad los que yo invito, con este libro en la mano a recorrer. Esto es lo que dice el “Equipo Paraninfo” de ellos.
Viejos Palacios de Guadalajara
Además de esas joyas, hoy renovadas, como Biblioteca Provincial, y como Colegio Mayor Universitario, de los palacios de Dávalos y Guzmán, respectivamente, están estos otros, a descubrir desde ahora mismo.
En la plaza de San Esteban, que antaño estuvo cuajada en sus cuatro costados de iglesias, conventos y rancios caserones, hoy solo queda el palacio de los Condes de Medina, que nos muestra una magnífica portada de sillares almohadillados, con gran balcón de hierro forjado encima, y un escudo bellamente tallado en piedra. Al interior destaca su escalera noble, y el pequeño patio. Muy recientemente ha sido restaurado con todo cuidado para servir de sede a la Delegación de la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha.
En la Calle Mayor, junto a San Nicolás, veremos el palacio de los Condes de Coruña, presidiendo junto al Banco de España la plaza del Jardinillo. De su primitiva construcción conserva la portada, de almohadillados sillares. En el interior, y a pesar de sucesivas y desafortunadas reformas, se aprecia el gran patio central, todo él rodeado de arquerías, sostenidas por capiteles de estilo renacimiento, y grandes zapatas talladas en madera, así como voladas cornisas de afiligranada decoración plateresca. Algunas salas conservan sus artesonados policromados, obra también del siglo XVI. La estructura y ornamentación del patio se hizo tomando por modelo el del palacio de don Antonio de Mendoza, en esta misma ciudad. Un fragmento de dicho patio asoma tímido en el comedor de un cercano restaurante.
Otro digno representante de la arquitectura palaciega arriacense es el palacio de los Marqueses de Villamejor. En el lugar conocido por la cotilla de Santa María, en una plazuela que se abre a la calle de Ingeniero Mariño, antigua de Barrionuevo, frente al convento de monjas carmelitas de San José, levantaron los marqueses de Villamejor, de la familia Torres, un bello palacio en el siglo XVIII, que hoy luce su fachada de ladrillo y aparejo de piedra, con portada de lo mismo, rematada en escudo nobiliario, y con ventanales y balcones por ella distribuidos. En su interior, con distribución original bien conservada, existen algunas salas de hermosa decoración, en especial el llamado Salón Chino, recientemente restaurado, todo él forrado de papel pintado a mano en el Extremo Oriente. Un grande y romántico jardín se abre al fondo de la casona. Este edificio, propiedad del Ayuntamiento, se destina actualmente a sede de una Escuela de Actividades Artísticas.
En la calle de Salazaras, a la espalda de Santa María, se alza el palacio de los Páez de Sotomayor, admirándose en él una interesante portada con gran almohadillado.
Y en la calle mayor alta, donde hoy tiene su sede la Cámara de Comercio e Industria, el palacio de los Torres, perfectamente restaurado, recuerda imágenes de las casas señoriales del siglo XIX, aunque posee elementos, como el pequeño patio, y escudos varios, mucho más antiguos.
El libro recién presentado
En la Sala Tragaluz del Teatro Buero Vallejo, y en acto coordinado por don Santiago Manzano, Director Técnico del Patronato Municipal de Cultura, que ha colaborado en la edición de la obra, se presentó el 19 de mayo esta obra, en un acto en el que comenté un amplio reportaje visual realizado por los autores del libro, sobre el ser y el estar de Guadalajara como ciudad abierta.
El libro tiene 144 páginas, y está todo él ilustrado con profusión a base de grabados antiguos y fotografías hechas con las modernas técnicas digitales que nos ofrecen formas inéditas de ver los monumentos arriacenses. Se divide su texto en varias partes: la Historia, el Patrimonio, las Fiestas y los Alrededores. Y se completa con una “Guía de Urgencia” para que los viajeros tengan en todo momento, con él en la mano, la referencia exacta de adonde ir a comer, dormir, curarse o solicitar información mas detallada. Todo un acierto editorial que, además, resultó ser un auténtico best-seller en la pasada Feria del Libro de Guadalajara.