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noviembre, 2004:

Henares, río y camino

Se celebra en estos días, del 25 al 28 de Noviembre, y en nuestra ciudad, el IX Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Un acontecimiento cultural de gran magnitud, que supone la reunión, el cambio de opiniones, y la manifestación de los estudiosos e historiadores, de los pensadores y hombres de letras de este entorno común a dos provincias y dos comunidades, Guadalajara y Madrid, separadas administrativamente pero unidas a través de un espacio geográfico único: el Valle del Henares.

Una reivindicación pendiente

Otra vez nos llega el clarinetazo del Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, para hurgarnos en la conciencia esa pendiente asignatura que es la de analizar con rigor y honradez la distribución territorial del espacio geográfico en el que vivimos.

Convocado el Encuentro “por libre” con el apoyo de tres instituciones culturales, (de Alcalá. Guadalajara y Sigüenza) y movido por gentes con inquietud y dinamismo a las que nunca agradeceremos bastante tanto trabajo y personal ocupación (José Ramón López de los Mozos y Francisco Viana, muy especialmente, más Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, y en esta convocatoria Francisco García Sánchez y José Luis Valle Martín, que han cargado con todo el peso de organización y engranaje de estas jornadas) este Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, ya en su novena convocatoria, es sin duda mucho más importante y de un calado cultural más hondo que los recientes “Cursos de Otoño” organizados a la par entre la Universidad de Alcalá y la Diputación Provincial, en la que han venido torrente de personajes a charlar entre ellos delante de un público que, en muchas de esas celebraciones, ha salido desilusionado y aburrido.

Desde hace ya 16 años, alternando cada dos la sede entre Alcalá y Guadalajara,  se han venido celebrando estos Encuentros en la intención de reunir a cuantos escritores, investigadores y estudiosos del devenir pretérito de nuestra tierra quieren exponer sus trabajos y contribuir con su presencia a un llamamiento que se hace en cada una de estas ocasiones: el de considerar como único y coherente el espacio geográfico del Valle del Henares, desde Horna donde nace hasta Mejorada donde desagua en Jarama. Y considerarlo único como entidad histórica (desde hace siglos, muchos) y como entidad humana y económica (sin discusión alguna, en Guadalajara somos más “hermanos” de los alcalaínos, que de las gentes de Tomelloso, de Puertollano ó de Cuenca).

Este territorio en el que vivimos, fue dividido administrativamente entre dos comunidades autonómicas, en la precipitación del momento, y con las prisas de algunos por construir espacios políticos propios. El Valle del Henares es un territorio único, que algún día habrá que unir. Tema es este que no vamos a reivindicar de formas estrepitosas, pero que tampoco vamos a dejar que caiga en el olvido, porque la lógica de la realidad geográfica es algo que va más allá de las elucubraciones metafísicas o filosóficas de los políticos y sus consejeros.

Las comunicaciones científicas

En este IX Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, que tendrá lugar (se inauguró ayer jueves por la tarde, en el salón de actos del Conservatorio de Música de nuestra ciudad, y se clausurará el próximo domingo en el transcurso de una comida de confraternización tras un viaje a Mondéjar, se leerán cuatro decenas de comunicaciones científicas relacionadas con la arqueología, la historia medieval y moderna, la archivística, el arte, la heráldica y el costumbrismo de la cuenca del Henares.

La inauguración se hizo ayer, y corrió a cargo de don Pedro Lavado Paradinas, del Centro Español de Restauraciones Artísticas, quien habló ampliamente y con rigor de las huellas del estilo y la vida mudéjar en la Sigüenza de los Obispos y el Renacimiento.

Las comunicaciones que hoy están leyendo y mañana continuarán haciéndolo, en el referido centro cultural de Guadalajara, ofrecen este año un denso programa de novedades. Unas relativas a Alcalá, otras a Guadalajara, y algunas a Sigüenza. Yo destacaría la comunicación relativa a la secuencia constructiva del templo parroquial de Jadraque, que elabora el historiador seguntino Juan Antonio Marco Martínez-

También debe destacarse la comunicación de López de los Mozos y Fernández Serrano sobre la elaboración de un detallado catálogo de los escudos heráldicos existentes en nuestra ciudad. En un Encuentro anterior ya hicieron una primera parte de este catálogo, y quizás lleguen tarde para catalogarlo todo, pues es sabido que en estos días se están cambiando escudos y atributos tallados en los emblemas que han presidido muchos de nuestros edificios públicos.

Y por supuesto el interesante estudio que hace Pedro José Pradillo y Esteban acerca de la aportación al arte del pintor catalán Gili i Roig, afincado en Guadalajara a comienzos del siglo XX, y del alcarreño José Pradillo Moratilla, que fue aventajado discípulo suyo.

Sobre los hospitales de Guadalajara escribe Angel Mejía; sobre la justicia militar en la posguerra civil, Juan Carlos Berrinches; sobre los fondos bibliotecarios María Pilar Sánchez-Lafuente; sobre la presencia del Cid en el Valle del Henares, María Jesús Remartínez; sobre la platería seguntina, Natividad Esteban; sobre el castillo de Jadraque, Gonzalo López-Muñiz; sobre El Doncel, Gómez-Gordo; sobre Azuqueca, Valdivieso….. no tengo espacio para siquiera mencionar a todos. Es un Encuentro denso y digno, al que aplaudimos sin reservas.

Una historia común en el Henares

La historia ha sido explícita en rasgos aunados sobre las tierras del Henares. Después de ser asiento de una *Vía Augusta+ por donde la cultura romana dejó sus huellas, durante varios siglos, este *río que nos une+ sirvió de frontera de Al‑andalus en su marca Media, frente al reino castellano. Los califas cordobeses, y luego los reyes de taifas toledanos pusieron en esta frontera sus defensas en forma de castillos, que aun en mejor o peor estado los vemos desde la fortaleza de Alcalá, pasando por el alcázar de Guadalajara, hasta los castillos de Hita, de Jadraque y Sigüenza, sin olvidar la multitud de torres de defensa y vigilancia que escoltaban los pasos y vados del valle.

Y aún en historia aparecen rasgos comunes, regidos de los mismos personajes: los Mendoza serían unos, con sus posesiones a lo largo del curso del agua, en sus orillas, desde las alturas de Espinosa hasta el final del río en Mejorada. Sus fundaciones, sus patrocinios de obras de arte, de instituciones culturales, así lo prueban. La Universidad Complutense, hoy revitalizada en Alcalá, estuvo a punto de tener su sede primera en Guadalajara, ó por lo menos los duques del Infantado así lo intentaron. El Cardenal Ximénez de Cisneros, su fundador real, vivió siempre en este valle, pues desde su puesto de vicario en Sigüenza, al de arzobispo toledano fundador de la Universidad, pasando por su estancia en el monasterio franciscano de La Salceda junto a Tendilla, las aguas oscuras y susurrantes del Henares acompañaron su densa biografía.

El costumbrismo, en fin, nos muestra también que las fiestas, los decires, las canciones, los bailes y en general los modos de enfrentarse a la vida las gentes de este entorno, son absolutamente similares desde Horna a Mejorada. Y ello es lógico, pues a todas las razones apuntadas anteriormente se unen las geográficas y económicas, quizás las más fuertes. Una cuenca única, bastante cerrada en sus límites, propicia el crecimiento de una sociedad muy compacta. Ello nos lleva de nuevo a la consideración inicial sobre el presente y muy especialmente sobre el futuro de este valle del Henares. Y es la evidencia de esa partición administrativa actual realmente absurda. El hecho de que poblaciones como Alcalá y Guadalajara, vecinas y en todo comunes, estén inscritas en dos Comunidades autónomas diferentes, es una prueba más de lo mal planteada que estuvo la partición de España, hace muy escasas fechas, en Comunidades Autónomas que solo se rigieron por las premisas previas de unas provincias ya constituidas. Ojalá un día voces como la nuestra se dejen (simplemente se dejen) oír.

De momento, invito a mis lectores a que en este fin de semana hagan un esfuerzo y se acerquen por el Salón de Actos del Conservatorio, en el paseo de Fernández Iparraguirre, para  participar, -al menos para escuchar y compartir estos temas- en el IX Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Es en estos acontecimientos, en estas reuniones de expertos y estudiosos, de gentes que bien demuestran estar en el día a día del trabajo cultural y científico, donde se fraguan los cimientos de una cultura autóctona, de un saber sobre nosotros mismos, sin esperar a que vengan otros a contarnos los caminos por los que debemos ir. El nuestro está bien claro, no necesita inventos: es el Henares, -valle arriba, valle abajo- por donde caminaron los romanos, los árabes, las huestes castellanas, los juglares y los cancioneros, los Mendoza y sus amigos europeos, y hasta el ferrocarril… un valle que une mucho más que separa. Estos días, en Guadalajara, el Henares  se ensancha.

Aparte:

Libro de Actas del IX Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Edita la Excmª Diputación Provincial de Guadalajara. 800 páginas en tamaño 17 x 24 cms. 41 trabajos densos sobre arqueología, historia, arte y etnografía. Un conjunto de estudios inéditos que llaman la atención y constituyen a este libro de actas en el referente bibliográfico obligado, que junto a los tomos, similares en tamaño, de los ocho Encuentros anteriores, van alcanzando ya la cifra de las 5.000 páginas editadas con documentación científica sobre el Henares.

Este es el valor auténtico de los encuentros, y las comunicaciones. Saber lo que están haciendo los historiadores de nuestro entorno en estos momentos, y poder consultar cómodamente sus aportaciones, sus hallazgos, sus sabidurías. Muchas ilustraciones y un formato de fácil lectura y consulta.

Turmiel, la historia oculta

Un molinés emigrante. Eso supone hoy en día todo un título, toda una forma de ser y de pensar. Porque en la diáspora de los años sesenta, cuando el Señorío de Molina se vio bruscamente sometido a una masiva emigración de sus gentes (hubo pueblos enteros, como Alustante, que se fueron para Valencia, y otros muchos a Barcelona, a Madrid y al Pais Vasco) no solo se fueron sus corazones y sus añoranzas, sino toda una larga y ancestral conciencia con ellos.

Era de esperar que no muriera ese sentimiento. Y no ha muerto. De vez en cuando, afloran los buenos escritores que salieron de Molina y ahora ponen ese mundo en los libros, en las charlas, en las memorias de quienes quieren saber de una época y de unos modos de vida que emocionan.

Páginas con vida

Con emoción está escrito el libro que acaba de entregarnos Jesús Martínez Anguita. Un libro que titula “Turmiel, la historia oculta”, y que a la largo de 320 páginas y en 14 capítulos nos describe con fidelidad y ternura la vida de un pueblo molinés en los mediados años del pasado siglo. Con emoción y datos, porque no falta un solo personaje, una sola descripción de los aperos usados, de las faenas agrícolas, de las fiestas patronales, de las alegrías y sinsabores, de las nevadas y los calores, de los animales y plantas… un verdadero tratado de sabores de pueblo, una enciclopedia de emociones auténticas.

Es este un libro tierno y certero que nos descubre, amplia y mínimamente, la forma de vivir en un pueblo castellano durante la segunda mitad del siglo XX. No es una novela, sino un documento realista, vivido, de una forma de existencia, en el mundo rural, que ha desaparecido para siempre.

El maestro está en sus páginas, como está el cura, están los segadores, las fiestas y la pareja de la guardia civil…. desde una perspectiva de documento cierto, desarrollado con un lenguaje sencillo y directo, encontramos la secuencia completa de la vida de una villa del Señorío de Molina que nos despierta evocaciones y nos asombra con su naturaliza y fuerza.

Un vistazo a Turmiel

La historia y el patrimonio de Turmiel caben en dos páginas. Aquí las doy aún más resumidas, en unas cuantas líneas, y poco más cabe decir de este lugar. Sobre el valle del río Mesa, que corre camino de Aragón, a veces entre amables huertos, y otras entre ásperas roquedas, asienta Turmiel, lugar muy antiguo, pues en sus proximidades se ha encontrado material arqueológico correspondiente a una necrópolis celtibérica del pueblo de los titos. Está junto a la carretera que va de Anquela del Ducado hasta Milmarcos, y su entorno presenta, especialmente en el valle del Mesa, múltiples y agradables rincones para pasar vacaciones y excursiones., destacando especialmente sus densos bosques de sabinas.

En un principio, y tras la reconquista de la zona, quedó enclavado este lugar en el territorio correspondiente al Señorío y Común de tierras de Molina, pero pronto pasó a la jurisdicción de alfoz o Común de Medinaceli, y desde el siglo XV se mantuvo en el señorío de los la Cerda y en su ducado. Sin embargo, siempre fue lugar fronterizo con el señorío molinés, hasta el punto de que río Mesa arriba, en su término, se encuentra el despoblado de Palmaces, junto a la ermita de la Virgen del Rosario: en ese lugar quedan restos de antigua torre, y fue término perteneciente al Común de Molina, uno de sus bastiones fronterizos y vigías, en la orilla derecha del río Mesa.

Sobre un roquedal al sur del pueblo se ve un palomar que ocupa el lugar donde antiguamente una torre‑vigía protegía el lugar, también fronterizo para los Medinaceli. La iglesia parroquial es obra sencilla del siglo XVI o siguiente, con bella espadaña de delicadas formas en su remate, y sencilla portada de adovelado arco semicircular.

En su término se encuentran las ruinas de una torre magnífica, llamada *la Torrecilla+, que fue también importante bastión fronterizo y vigía del Señorío molinés.

Turmiel con vida

De esos mínimos datos, podría sacarse una voluminosa historia de la villa. Difícil tarea, pues muy poco más de lo que acabo de decir ha pasado en los últimos diez siglos en Turmiel. Sin embargo, y ahí está el mérito del libro de Martínez Anguita, la vida individual y colectiva de las gentes de este pueblo han supuesto una riada de anécdotas, y de aconteceres, que al autor le ha supuesto un ejercicio personal de introspección y memoria, del que ha resultado que todos nos enteremos de cual era esa vida latiente entre las cuatro paredes de Turmiel.

El palomar del pueblo es quien todo lo vigila. El palomar, y la tía Juliana…. ellos se saben todas las historias, y ellos son los que nos las van contando: la fiesta de San Pascual Bailón, los amoríos que surgen cuando los mayos, la final ofrenda de todo el pueblo a los que se casan. Las aventuras en la cosecha, en los negocios, los distintos oficios que se practican en esta sociedad basada en el autoabastecimiento, las sabidurías de los sastres, de los buenos cuberos, de los fabricantes de fideos, las diabluras de los niños, las amenazas de los quincalleros, y esa permanente presencia del poder político (el franquismo, lejano y luminoso, como una leyenda antigua) y del poder religioso (don Fausto, con su amplia sotana negra, tan cercano a todos) en la vida del pueblo, que va pasando los años y las décadas en paz y mimetizado con el terreno, sin querer recordar lo ocurrido en una guerra civil cercana y sin retorno.

Martínez Anguita hace, en el recuerdo de su propia vida, un repaso concienzudo a la forma de ser de una sociedad ya extinguida. Un sociedad sin televisión, ni radio, ni periódicos. Unida al resto del mundo por unas furgonetas propiedad del tendero y de un agricultor, que traen los zapatos de Molina, el vino de Cariñena y los dulces de Calatayud. Una sociedad que vive unida a sus animales, de los que surge el calor, la carne, el trabajo y las pieles.

A mí me ha impresionado, especialmente, un aspecto de esta historia de Turmiel, historia humana y de conductas: la solidaridad auténtica entre todos los miembros de la comunidad del pueblo. Todo lo demás es lejano, pero ellos conviven en el día a día, y todos se llevan bien, se saben hermanos, miembros de un barco que camina o navega o está ahí quieto, en medio del sabinar, desde hace siglos, y lo que para unos es bueno, lo es para los demás , y viceversa. La alegría es común en las bodas, en los bautizos, en las fiestas. Y la pena es de todos en las muertes, en las granizadas… leyendo este libro sobre Turmiel se comprende que en la distancia y en el paso del tiempo (en el nuevo siglo, si se quiere) se sigan sintiendo hermanos quienes poblaron ese micromundo al mismo tiempo. Estén donde estén (y en el prólogo, que es certero aviso de futuras cosas, se puede comprobar mediante los e-mails que se mandan el autor y sus amigos) se siguen considerando hermanos, miembros de una familia única.

Hay que sacar lecciones de todo, aprender de cualquier cosa que se vea. Y yo he sacado de esta memoria de Turmiel que ha escrito y nos ofrece Jesús Martínez Anguita, la idea clara de que aquella sociedad rural, más pobre e ignorante que la de hoy, tenía un sentido de la unidad, de la hermandad, de la solidaridad y el amor mutuo mucho más acendrada de lo que hoy se usa. En definitiva, la pérdida de ese mundo rural, ha sido una pérdida de dimensiones humanas y universales….. menos mal que este autor molinés, emigrado a Barcelona, ha dispuesto su tiempo para dárnoslo bien medido, bien escrito, generosamente confesado.

Turmiel, el libro

Jesús Martínez Anguita: Turmiel, la historia oculta. Colección “Letras Mayúsculas”, nº 13, de AACHE Ediciones. Guadalajara, 2004. 320 páginas, con muchas fotografías.

A lo largo de sus 14 capítulos, el autor de este libro nos presenta la forma de vivir en Turmiel, durante la segunda mitad del siglo XX. Una forma de vivir que es extensible a todos los pueblos pequeños de nuestra provincia, con unas costumbres y modos de enfrentarse a la naturaleza, a los ritos y a los ciclos anuales, que está desapareciendo con las nuevas tecnologías, el pensamiento único y la globalización…

Un libro, en definitiva, que conviene leer y saborear, porque más que información y datos, tiene sabores, aromas, nostalgias sin límite.

Atienza: historia y arquitectura

Atienza ofrece la esencia de la Edad Media apresada en su figura de bastión guerrero, de burgo comercial y vigilante. Fue durante siglos un importante cruce de caminos, especialmente utilizado para cuantos viajaban desde Aragón a Castilla o de una a otra meseta castellana, atravesando la sierra central por cómodos pasos, lo que facilitaba el comercio y transporte de mercaderías, de ejércitos también, y de mensajeros.

Atienza es siempre una sorpresa. Para quienes la ven por vez primera, desde la distancia, asomar atrevida sobre la roca eterna. O para quienes vuelven una y otra vez a su empinada sucesión de calles y plazas, a oler los humos de sus lumbres invernales, a mirar el brillo del último sol sobre los tejados de sus palacios.

De la mano de Layna Serrano, su historiador completo, hemos vuelto a mirar Atienza, a empaparnos de su historia, y repasar uno a uno sus monumentos. La clásica “Historia de la villa de Atienza”, el ejemplar tratado de memorias y la prueba palpable del ser atención, ha sido de nuevo reeditada, con formas de hoy e imágenes renovadas. Y a través de sus páginas hemos vuelto a saborear la memoria de Atienza, que recomiendo desde aquí a cuantos quieran saber de las esencias de nuestra provincia.

Una historia llena de acontecimientos

Atienza nació en siglos remotos, pues la altura de la peña sobre la que asienta la hizo siempre lugar perfecto para la defensa. Se han encontrado restos celtíberos en su enclave y en el adjunto cerro *del Padrastro+, que fue una importantísima acrópolis del pueblo arévaco, y que dio nacimiento a la ciudad de Tithya, una de las más poderosas y pobladas de la confederación numantina. Los romanos luego pusieron fortaleza en ella, y los árabes la hicieron suya, bastión defensivo ante la constante amenaza del norte cristiano.

En 1085 quedó definitivamente en manos de Castilla, tras la ofensiva de Alfonso VI hasta el Tajo en Toledo. Y a partir de ese momento comenzó su crecimiento, fraguado en el permanente señorío real, en el fuero concedido a su enorme territorio, en el creciente poderío económico, sede de cientos, de miles de recueros que formaron un gremio decisorio, alcanzando a tener, protegida por tres cercos de muralla y el enorme castillo en lo alto de la roca, casi 10.000 habitantes repartidos en 14 colaciones o parroquias. Una villa así de potente y clave en las comunicaciones y las estrategias, por lógica estuvo disputada en guerras y alianzas. sufrió en el siglo XV la conquista de los navarros, siendo tomada de nuevo para las banderas castellanas en una cruel batalla, año 1446. Los reyes la hicieron donaciones, las órdenes religiosas pusieron sus conventos, y la burguesía comercial tuvo su asiento en grandes palacios y caserones hasta que el siglo XIX, con la creación de las vías de ferrocarril, que pasaron lejos de Atienza, hicieron palidecer su estrella, y la luz alta que siempre la coronó se velara un tanto y aún se apagara del todo si no fuera por el interés que hoy despierta esta villa de cara a un turismo que desea contemplar, vivir unas horas, la fuerza auténtica del Medievo en sus calles, plazas y edificios.

Arquitecturas de Atienza

El castillo de Atienza lo domina todo, con su silueta altiva, con su belleza y fuerza. En lo alto de una roca caliza alargada de sur a norte, lo único que queda es la gran torre del homenaje, de planta cuadrada, y dos pisos que rematan en una terraza desde la que se divisan amplios panoramas. También en la altura, a la que se accede por un portón posterior, se encuentra el viajero los grandes aljibes que permitieron aguantar asedios prolongados. Pero Atienza tuvo unas inmensas murallas, en tres grandes círculos concéntricos, expresivas de los progresivos aumentos de su población. La más importante de estas cinchas amuralladas circuyó a la primitiva población, y tiene aun largos trechos de muro en pie, y algunas puertas, como la del llamado “arco de Arrebatacapas” que cobija la cuesta que comunica la plaza de abajo (plaza de España) con la de arriba (plaza del Trigo), corazón inicial del burgo medieval. Otro nivel más amplio llegó a circuir el gran poblamiento del siglo XV, incluyendo el arrabal de Puerta Caballos, la judería, y otros barrios más modernos.

En el interior del pueblo, en el que quizás lo que más llama la atención es el urbanismo plenamente medieval, los trazados de sus calles en cuestas, las plazas y los caserones con escudos, el viajero llegará a la plaza de España, o de abajo, de planta triangular, con el edificio del Ayuntamiento presidiéndola, y algunos palacios y soportales, más una fuente barroca con delfines. Por la cuesta y arco de Arrebatacapas, escoltada de los famosos comercios de antigüedades, se llega a la Plaza del Trigo, una de las más hermosas de Castilla, en la que preside la masa gris de la actual parroquia, la iglesia de san Juan, y otros edificios antiguos, como la casa del Cabildo, algunos palacios, y casas soportaladas. La iglesia de San Juan ofrece una estupenda arquitectura renacentista y un gran retablo mayor debido al pincel de Alonso del Arco.

Por la calle de Cervantes, la mayor del pueblo, también adornada de edificios vetustos y blasonados, se llega a la iglesia de la Santísima Trinidad, que ofrece su arquitectura primitiva románica en un magnífico ábside semicircular, y en el interior, ya renacentista, múltiples capillas (destaca la rococó de la Inmaculada) y en ellas piezas valiosas como el Cristo de los Cuatro Clavos, románico, y la preciosa talla de Cristo arrodillado sobre la bola del mundo, del escultor Luis Salvador Carmona: este “Cristo del Perdón” es la pieza clave del recién creado “Museo de la Santísima Trinidad”, en el que pueden admirarse hermosas piezas artísticas junto a los recuerdos de La Caballada.

Otras iglesias románicas de Atienza son: Santa María del Rey, bajo el castillo, incluida y rodeada por la Cementerio de la villa: su portada de mediodía es un supremo canto al mundo simbólico románico; otra es San Gil, con ábside al exterior, y en el interior, de soberbia arquitectura románica, instalado el Museo de Arte Sacro, una verdadera sorpresa inolvidable, con múltiples piezas de arte, tanto pintura como escultura y orfebrería, reuniendo gran parte del patrimonio artístico mueble de esta villa. Además se visita la iglesia también románica de San Bartolomé, en las afueras del caserío, en su parte baja, una pieza arquitectónica del siglo XIII que muestra, aislada en una pradera, su nítida belleza medieval, con galería porticada al sur, portada de arquivoltas semicirculares, y el interior, muy bien restaurado, ofrece un nuevo Museo, este denominado Paleontológico, porque su principal fondo está constituido por la donación de fósiles hecha a Atienza por Rafael Criado Puigdollers, y que se constituye en una de las mejores colecciones en su género de toda España, pero que además muestra numerosas piezas de pintura y escultura de la villa. Otra iglesia más, también románica, debe visitar el viajero. Es la de Santa María del Val, que sirvió de parroquia en la Edad Media a uno de los barrios más periféricos, y que hoy, aislada pero bien restaurada muestra su portada con curiosas figuras de *saltimbanquis+ que enrollados sobre la espalda ponen sus pies sobre sus cabezas, en una versión iconográfica muy singular del románico.

Además de lo reseñado, pueden admirarse edificios como la “posada del Cordón”, con su gran portalada adornada de grueso cordón franciscano y curioso ventanal gótico; el palacio de los Rivas y Herrera, con escudos y fachada elegante; las fuentes del tío Victoriano, en la cuesta que baja a San Gil, y la del Santo, ya en la parte baja del burgo, junto a la carretera. Ambas muestran el escudo tradicional de armas de la villa. También en la cuesta meridional surgen las ruinas del monasterio de san Francisco, del que solo ha quedado el ábside, con estructura de estilo gótico inglés.

Aparte:

En primavera, la Caballada

En Atienza merece verse la Fiesta de la Caballada, que se celebra cada año el domingo de Pentecostés, y que rememora la liberación arriesgada que hicieron los recueros atencinos del rey Alfonso VIII, aún niño, de las amenazas de su tío el rey de León. Consiste la fiesta en el desfile de todos los cofrades montados a caballo y ataviados con el traje y capa castellanos. Misa en la ermita de la estrella, almoneda de productos, comida campestre de los romeros en torno a ella (los cofrades lo hacen en una sala de la hospedería aneja), baile de jotas castellanas ante la Virgen, y ya por la tarde competiciones de carreras sobre caballos entre los cofrades.

Layna escribió también una historia certera y emotiva de esta Cofradía y Fiesta. Y Santiago Bernal le puso imagen con sus cientos de fotografías, que retratan personajes, ritos, paisajes y sueños, con la lucidez del artista y la fidelidad del cronista gráfico. Una imágenes espléndidas que avaloran la nueva edición de esa “Historia de la villa de Atienza” que acaba de aparecer.

Alquézar, un castillo en Aragón

Alquézar es una forma toponímica que viene a significar, una vez más, “la fortaleza”. Deriva del al-qsar árabe, denominación de la que han derivado en castellano tantos “alcázar” y tantos “Alcocer”. Fue su fundador Jalaf ben Rasid ben Asad, en los inicios del siglo IX, y desde entonces culmina la gran roca defensiva de los caminos del Somontano hacia el Pirineo. Se levantó la fortaleza y su aneja población como fuerte defensa ante el cercano territorio cristiano del Sobrarbe, y hoy sigue ofreciendo las perspectivas totales de una villa medieval, cuajada de memorias de siglos pasados, presididas todas por este castillo, apoyadas por su colegiata, su museo, y sus caserones y palacios.

Alquézar se sitúa sobre un imponente cortado rocoso, bajo el cual corre el río Vero, que antes ha dado en su estrechísimo curso un buen número de espacios para la práctica del deporte de bajada de cañones rocosos.

En Alquézar el viajero se siente transportado a otro tiempo lejano, a la Edad Media sin duda: en lo alto está la Colegiata románica, incluida en lo que fue el castillo de construcción musulmana. Y abajo el caserío en el que se encuentran las casas apiñadas, aleros y balconadas de especial bravura. Son muy curioso los numerosos pasos en alto, que le conceden un carácter defensivo (según una tradición, se podía cruzar la villa sin necesidad de pisar la calle, a través de estos pasos elevados). Decenas de profundos portalones en los que campean los escudos de armas de los hidalgos antiguos, se ven esculpidos en la oscura piedra. Y en su Plaza Vieja o de Mosén Rafael Ayerbe, nos sorprenden las múltiples soluciones constructivas para los soportales, en los que durante cientos de años se han ido celebrando los mercados semanales.

Al viajero le interesa especialmente el alto castillo y su entraña Colegiata de Santa María la Mayor, un recinto fortificado en el que se encuentran las construcciones más antiguas conservadas. Su situación garantiza su inexpugnabilidad pues se alza sobre una altísima cresta rocosa con un único acceso amurallado, mientras que en los laterales la defensa se consigue por la protección natural del acantilado abierto por el río Vero.

En 1099, el rey aragonés Sancho Ramírez dotó a Alquézar de una comunidad de canónigos agustinos, y con este motivo se construyó una iglesia colegiata románica de la que se mantiene el viejo claustro decorado con hermosísimos capiteles historiados. Aunque con muchos detalles góticos, este claustro es románico en su origen, y en sus muros puede contemplarse un ciclo de pinturas murales que narran escenas de la infancia de Jesús. Al claustro se abrieron en los siglos XVI y XVII varias capillas, de las que merece destacarse la que da acceso al campanario.

En la primera mitad del siglo XVI se construyó la actual Colegiata de Santa María, obra de Juan de Segura, autor también de la Seo de Barbastro.

Alquézar tiene, pues, todo el sabor del Medievo aragonés, y su visita es obligada para cuantos quieran conocer un espacio con todo el sabor de la España profunda y verdadera. En el que, además, se van a encontrar con todo tipo de modernos alojamientos para poder hacer estancia: hoteles, casas rurales, camping, más restaurantes y tiendas de artesanía. Una visita inolvidable, sin duda, en la norteña extremidad, -la de Huesca-, de Aragón.