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octubre, 2004:

La iglesia mendocina de Torija

Este es, más o menos, el título del libro que hoy presenta en Torija su autor, don Jesús Sánchez López, y en el que se trata con todo detalle de la historia de este templo, y, sobre todo, de los elementos artísticos que en él se contienen, y que son tantos, y tan increíbles, que para más de uno será revelación su contenido.

Torija en el cruce de los caminos

El viaje a Torija es fácil, porque está en medio de todos los caminos: tras subir la primera cuesta que aparece en la senda de Zaragoza, y viendo siempre a manderecha su almenado castillo, entramos en Torija por una desviación bien señalizada.

Tiene esta villa todos los valores de la Alcarria cumplida: la gran plaza porticada, fuentes aquí y allá, un alto castillo en un extremo y una solemne iglesia en el otro. Fiestas a menudo, buen yantar en sus mesones, y amenidad en el paisaje que la rodea. No se puede pedir más.

Sobre el castillo se ha escrito mucho: libros enteros, como el que su párroco, don Jesús [Sánchez López] ofreció no hace mucho, y se está preparando aún más, porque la Diputación tiene prevista la construcción, en su interior, de un gran Centro de Interpretación de la Provincia, que dará información a cuantos lo visiten, de lo que nuestra tierra tiene en oferta.

La iglesia de Torija

Pero es la iglesia la que hoy centra nuestro viaje. Puede visitarse en días de fiesta, o llamando al teléfono de la parroquia, que es el 949 320 001, en el que se ofrecerán las posibilidades de visita. La mole pétrea y gris de este templo rememora tiempos medievales, porque en su origen fue de estilo románico, aunque luego con el crecimiento económico de la comarca, y el apoyo sin reservas de sus señores, los Mendoza de la rama de los Condes de Coruña (sangre de Mendoza y Figueroa) fue creciendo y aunando arquitecturas, perfiles y contenidos. De hecho, tras su mole poco elaborada, se concentran exquisiteces del arte, que merece mirar en detalle.

Lo primero, su torre, castillera también, de piedra caliza densa y medida. Lo segundo, su portada de líneas manieristas, serlianas, con escudos tallados en la madera de sus hojas. Lo tercero, el interior, de tres naves, hoy arreglada y con detalles posteriores, barrocos. Pero dando con su dimensión la idea de espacio sagrado marcado en todos sus ámbitos.

Hay un buen puñado de otras de arte que admirar en ese interior. De una parte, el gran retablo. Que no es el primitivo del templo, pues ese fue destruido en guerra, como la gran reja forjada que cerraba el presbiterio. El actual retablo procede de Atienza, de su vacía iglesia de Santa María del Rey, de la que se sacaron cuadros y esculturas para poner en el Museo de San Gil, pero de la que se rescató la armazón, para una vez en el templo torijano, añadirle unas modernas pinturas que no le sientan nada mal.

Otra cosa que asombra: el arco triunfal que da paso desde la nave central al crucero. Ese arco es una suprema galanura del estilo plateresco, y en él se mezclan detalles gotizante, cardinas, pilares y bichas, con los típicos grutescos de imposible zoomorfismo, conformando una verdadera joya de la arquitectura del Renacimiento. Solo por ese arco ya merece ser visitada la iglesia de Torija.

Pero seguimos con los asombros: los enterramientos de los primeros señores de la villa, de los mendocinos vizcondes don Alonso Suárez de Mendoza, su esposa doña Juana Jiménez de Cisneros, y descendientes. Son elementos de gracia genovesa, tallados en su frente con escudos y angelotes que los sostienen, en una línea de arte italiano muy nítida.

Esos señores, y sus descendientes, fueron colocando en las partes que coronan los pilares que escoltan el crucero grandes escudos de escayola, sucesivamente repintados, en los que leemos las armas y símbolos heráldicos de las familias que entroncaron con la primitiva Mendoza: Figueroa, Cisneros, Bazán, La Cerda y Borbón. Aunque nada pone en ellos de a quien representan, para cualquiera que sepa algo, poco, de heráldica su lectura será cosa de momento. Por si acaso, en el libro de don Jesús Sánchez López se ofrecen sus imágenes y explicaciones detalladas.

Otros elementos sueltos: pues capiteles y águilas talladas, más escudos, lápidas, y una impresionante pila bautismal, de las pocas que en la provincia tenemos totalmente tallada y revestida de símbolos, concretamente los que marcaron la Pasión de Cristo. Está en el bajo coro, que fue lugar de alta memoria debido a que allí tuvo su sede la numerosa asamblea de clérigos que formaban el Cabildo o Congregación de Legos, que don Bernardino de Mendoza fundó en este templo, a imitación del que daba culto a San Gúdula en su catedral de Bruselas. De sus sillas talladas, de sus antifonarios, púlpitos y atriles, nada queda, pero sí la memoria, detallada en el libro que hoy se presenta, de lo que supuso para Torija esta fundación, porque uno de los clérigos debía dar clases de Gramática en la villa, y otro elementos de Canto, para que los clerizones, todos muchachos del lugar, se formaran en el saber hablar y cantar. Quizás la galanura de los habitantes actuales de Torija provenga de aquella suma de voluntades. Quién sabe.

Don Bernardino de Mendoza

El libro de Sánchez López dedicado a la iglesia de Torija no ha surgido, precisamente ahora, de casualidad. Es idea largamente meditada y trabajada, y es con la intención de conmemorar el cuarto centenario de la muerte de don Bernardino de Mendoza por lo que ahora sale.

Este individuo, ejemplo de varón listo, presto y hábil, que pobló en la España del siglo XVI, cuando Felipe II, nació en Guadalajara y murió en Madrid, en agosto de 1604, pero tuvo un amor claro: la villa de Torija. Después de andar media vida de capitán de los Tercios en Flandes, de embajador del rey en Europa, y de embajador/jefe de los servicios de inteligencia (o sea, de espía puro y duro) en la corte británica de Isabel I, quiso que la villa de sus padres y abuelos tuviera recuerdo de su fama, y fuera sepulcro de su roto cuerpo. Se enterró a los pies de la grada que asciende al altar, y allí aún vemos hoy su lápida, rota por los siglos, pero restaurada por los torijanos atentos, y en la que se ve, por dibujo tallado, una calavera y dos tibias cruzadas, y por leyenda estas palabras, que más o menos recuerdan su nombre, la fecha de su muerte, la frase que le guió y algunas consideraciones pías. Obiit D. Bernardinus a Mendoza, año M 604 a 3 de agosto. En torno a la calavera, y en latín, pone esto:  “Si no tienes poder, nada tienes que temer”. Y por la bordura, cosas de cahíz: “Heme aquí, como el heno me sequé y ahora duermo esperando alcanzar la resurrección de los muertos y la vida en el siglo venidero”. Todo un símbolo de un pensamiento tradicional y religioso, de ese que, como nos decía tan acertadamente García Marquina en su magistral “Tribuna abierta” de la pasada semana, estará pasado de moda, pero no puede olvidarse porque en él se sustentan la mayoría de los valores de la sociedad occidental.

Quizás sea aburrido seguir hablando de iglesias, de latines y ceremonias, de portadas platerescas, de españoles en Flandes y de escudos heráldicos. Pero cambiar todo eso por concursos de graffitis, ceremonias del escándalo a la Salsa Rosa, o la filosofía de Mojinos Escozíos, mucho me temo que es ir hacia atrás. No me creo, de verdad, que el nuevo siglo tenga estas cosas por sus líneas maestras.

La iglesia de los Mendoza de Torija

Nada menos que 232 páginas, muchas de ellas cuajadas de imágenes en color, ha necesitado Jesús Sánchez López para resumir todo lo relativo a la historia, el arte y las tradiciones de la iglesia parroquial de Torija. Es este un libro en el que se aúna la investigación histórica y documental, con el análisis detallado de los elementos patrimoniales. Se suma de amplias descripciones de escudos heráldicos (pues tantos de ellos pueblan las paredes del templo, que viene a ser casi un museo de la heráldica mendocina) y se completa con recuerdos anecdóticos del pueblo, de sus sacristanes, escaladores de torres y niños atrevidos que se descolgaban por las bóvedas. La memoria cumplida de don Bernardino de Mendoza, escritor y militar, se salda con un amplio capítulo dedicado al cuarto centenario de su muerte.

Piedras armeras de Atienza

Está en progresivo auge el interés por la heráldica. Una ciencia, que es auxiliar de la Historia, y que fue tenida en muchas ocasiones por puro entretenimiento de desocupados, pero que hoy se alza con el valor de elemento imprescindible para el análisis de sucesos históricos, de edificios, de personajes, de alianzas y valoraciones sociológicas.

La historia de Atienza

No ha sido muy afortunada Atienza en punto a estudios históricos, después del capital que escribiera y publicara en 1945 el Cronista don Francisco Layna Serrano. Su “Historia de la Villa de Atienza” no fue nunca igualada, aunque ha habido muy estimables estudios que la han completado desde diversos aspectos. Los nombres de Gismera Velasco, de la Vega García, Quesada y Jiménez, García Riesco y pocos más, la han ido dando toques de complementariedad a la fundamental de Layna.

Sabemos que, hoy ya muy buscada y deseada por lectores, historiadores y coleccionistas, está a punto de aparecer la edición renovada y actualizada de esta “Historia de la Villa de Atienza” de Layna Serrano.

La heráldica de Atienza

Pero fue una autora de mérito, Maria Cruz Arranz Yust, quien hace años publicó, en el número correspondiente a 1986 de la Revista Wad-al-Hayara, un amplio estudio sobre la heráldica y piedras armeras de Atienza, dando con ello un estimable apoyo al conocimiento de las familias de relieve, personajes y linajes que poblaron Atienza en siglos pasados, especialmente en el momento dulce del siglo XVIII en el que, tras el apoyo de Felipe V, resurgió de sus anteriores cenizas.

El artículo, muy documentado y con dibujos y fotografías de escudos, resultó definitivo y no ha vuelto a ampliarse, porque apenas hay datos que lo permitan. Estas líneas de hoy quieren sacar del olvido aquel estudio concienzudo, y divulgar la riqueza heráldica que existe sobre los muros antañones de las casas y palacios, de las fuentes y templos, de Atienza. Porque esta población serrana, sorprendente para quien la visita por primera vez, y siempre emocionante para quien por ella pasea y la recorre, tiene escrita parte de su historia en los escudos, algunos impresionantes, que la adornan.

El escudo municipal de Atienza

Aunque hoy se utiliza un escudo coloreado, compuesto de la figura del castillo y  como emblema parlante de la villa, y del conjunto de armas de Castilla y León, por su historia de entronques, este uso es al parecer relativamente moderno, pues Atienza usó, como municipio y concejo, el elemento que daba con su imagen nombre al reino, y a la villa seguridad: el castillo. Así lo vemos en, al menos, tres elementos que pueden visitarse: en dos elegantes fuentes que adornan Atienza, la piedra central de su frente está tallada con las armas de la villa. Son un castillo almenado, donjonado y mazonado sobre un montón de piedras, sobre una alta roca. Nada más que eso. Así lo vemos en la fuente del Santo, que se construyó en la segunda mitad del siglo XVI. Y en la Fuente del Tío Victoriano, en la calle mayor, también tallada en piedra. Más el cuadro al óleo que en el salón de sesiones del Ayuntamiento lo reproduce en colores.

Sin embargo, la piedra armera que luce con toda su historiada parafernalia en la fachada del Ayuntamiento, es el escudo completo del monarca Felipe V.

Los linajes atencinos

Lo más granado de la armería atencina está en los escudos de sus linajes y personajes. Son muchos los escudos que presiden fachadas, patios y dinteles, capillas sacras y balcones. Los referiré con brevedad, invitando al lector a que vaya a Atienza y los mire a gusto, los dibuje, los fotografíe… sepa quienes fueron sus autores y poseedores.

Como por ejemplo, el más hermoso de todos ellos, que preside la fachada de un viejo caserón medieval en la plaza de España, la del Ayuntamiento y la fuente de los delfines. Es exactamente el edificio que hoy ocupa la Caja de Guadalajara. En ese escudo se ven los blasones de Mendoza (conocido por todos), Bravo (un castillo sobre un monte), Laguna (una torre) y Medrano (una cruz que es de plata cuando la pintan). Este escudo se talló en 1568 y perteneció a Garci Bravo de Laguna, que fue alcalde de Atienza, y en cuya familia nació el que antes fue comunero, Juan Bravo, y otros miembros que asentaron en los pueblos del entorno, especialmente en la tierra de Berlanga.

Siguiendo desde la Plaza del Trigo, hacia la Santísima Trinidad, por la actual calle de Cervantes (antes de Zapatería), encontramos el escudo de Baltasar Elgueta Vigil, presidiendo el edificio que durante muchos años fue juzgado de paz, junto a una ermita abierta en un portal. Este señor vivió en Atienza, durante el siglo XVIII y fue Mariscal de Campo (el más alto grado de generalato) en la corte de los Borbones.

Casi enfrente está el escudo de los Montero, pequeño, muy en alto. Son las armas de don Francisco Javier Ramírez de Arellano y Hurtado, y pertenece al linaje de los Montero de Espinosa y Ramírez de Arellano. En este escudo (según nos refiere acertadamente la investigadora Arranz Yust) aparecen los blasones de los Hurtado (1º y 4ª) y de los Montero (2º y 3º).

Casi al final de la calle, a la izquierda según caminamos, surge la granc asa-palacio de los Manrique. Sobre la puerta, tallado con mimo y detalle sumos, está el escudo de don Juan Manrique Lozano, quien consiguió la ejecutoria de hidalguía en la Real Chancillería de Valladolid en 1735. Tiene elementos de los Manrique molineses y el conjunto del edificio es de esa misma época, mediados del siglos XVIII.

Continuando nuestra visita por la primera calle que surge a la izquierda tras este palacio, vemos otro excelente, el de los Arce y Herrera. En su altura figuran esculpidos, con limpieza y tan bien conservados que parece que fueron tallados ayer mismo, los escudos de los linajes que formaron esta amplia familia, de origen cántabro: los Arce y Herrera por un lado, y los Sota y Arce por otro. Ese palacio, que fue construido en el  siglo XVIII como los escudos de armas que le adornan, es conocido como casa-palacio del marqués de Conquista Real.

En la iglesia de la Santísima Trinidad

Aún podemos ver más escudos en la iglesia de la Santísima Trinidad. Especialmente interesantes son los que escoltan en las enjutas el arco de acceso a la Capilla de la Natividad. Son las armas del linaje de los Riberos y Villafañe. En su interior, el retablo dice que fue costeado por Don José Ortega de Castro, que fue alguacil mayor de Atienza en el siglo XVII, y muy adinerado ofreció esta capilla, cuajada de obras de arte, que previamente había sido construida por sus antecesores, Juan de Riberos y Ana Villafañe de León, quienes pusieron una larga leyenda y sus escudos tallados en el frente de la misma. Otras armas se ven en la entrada a diversas capillas y retablos de este templo, hoy también Museo dedicado al arte antiguo y a la Caballada.

La Casa del Cabildo en la Plaza del Trigo

En la plaza del Trigo, que es la que ofrece un aspecto más espectacular en punto a urbanismo castellano, surgen casas populares, soportales, la iglesia de San Juan, y en el costado norte una casa que antaño estuvo abierta en galerías, y hoy solo mantiene el soportal arquitrabado en su nivel inferior. Las columnas rematan en capiteles que sujetan zapatas, y delante de ellos aparecen esculpidos en piedra sendos escudos que representan dos llaves cruzadas el uno, y un águila de dos cabezas el otro. Aunque se han hecho elucubraciones acerca de los linajes a que podrían pertenecer, está claro que son los escudos de la institución que durante siglos ocupó aquel edificio: el Cabildo de Clérigos de Atienza. El emblema de las llaves cruzadas corresponde al curato, y así se ve en muchísimos otros lugares sagrados, especialmente iglesias, de toda España. El aguila de dos cabezas es el emblema propio de los religiosos atenciones, pues así aparece también en los sellos de cera y plomo de sus viejos documentos de archivo. a.

Viaje al Alto Jarama: por la Puebla de Valles y Valdesotos

El otoño ha llegado moviendo las altas ramas, que ya amarillean, y dejan caer por los caminos estrechos de la sierra su amable carga de hojas secas. Los viajeros han subido hasta el alto Jarama, y han visto cómo la Naturaleza de este rincón noroeste de Guadalajara se prepara a darnos el otoño colorido y melancólico con que habitualmente cierra su temporada de ardiente verano.

Primero en La Puebla de Valles

Desde Guadalajara se asciende el Henares, y se llega a Humanes, para alcanzar, a mitad del camino de Tamajón, la desviación que sale a la izquierda para bajar hasta la Puebla de Valles, un rincón idílico que aparece al doblar la última curva hundido entre cárcavas rojizas formando una rambla que irá a dar en el Jarama.

La Puebla de Valles tiene de interés, sobre todo, su situación y aspecto. Un pueblo cuidado y con pinta de “belén”, en el que sobresale la iglesia  del siglo XVI, que no tiene especiales elementos artísticos, y un olivo milenario que le ha ganado la partida al templo, y es ahora la principal atracción de la villa. El paisaje, ideal para el verano, está cuajado de alamedas y espacios de ocio.

Se ha terminado recientemente una carretera que, alzándose sobre las copas de los árboles y los últimos tejados, pasa la loma norteña de La Liendre y cae enseguida sobre el hondo y estrecho valle del Jarama. Aquí es donde los viajeros se entretienen a mirar, a sentir cómo la Naturaleza de Guadalajara se ofrece, siempre tímida pero vibrante, a los ojos de quienes quieren ver cosas nuevas.

El Alto Jarama

Aunque el Jarama nace en la provincia de Madrid, en la falda sur de la Peña Cebollera, a 1.860 metros de altitud, y enseguida excava hondos barrancos pedregosos, pasa a Guadalajara y forma en nuestra tierra sus más espléndidos y atrevidos paisajes. Este largo río tiene 194 Kms. de longitud total, y desciende hasta los 480 metros de altitud cuando en tierras de Aranjuez desemboca en el Tajo. Su pendiente media es, pues, de un 7%. Caudaloso siempre, por su régimen de lluvias y nieves alimentándole, hoy ha cambiado bastante porque en la cabecera le han surgido embalses que le retienen el agua: El Vado es el principal, pero también el Atazar, y otros.

Empinadas orillas le hacen ir encajonado, tapizado en sus límites por una densa masa forestal en la que se ven sauces negros, temblonares y abedules, fresnos y alisos en grandes cantidades, ahora ya enrojeciendo y amarilleando, creando un mosaicos hermosísimo. Hay también algunos tejos y (escasísimas) hayas.En las alturas, más peladas, surge la jara y el brezo tapizando las lomas, en las que también rebollos y encinas se esparcen, como luego lo hacen en el cauce medio del río, cuando se ensancha el valle llegando, por Uceda, hacia Torrelaguna.

Se han visto en sus aguas nutrias, mirlos acuáticos y hasta el desmán de los Pirineos. Y lo que los viajeros han visto, y esto no es una entelequia, es el precioso puente medieval que cerca del actual poblado de Valdesotos permitía el paso del viejo camino serpenteante. Un puente de tres ojos, perfectamente conservado, con sus barandas de vieja piedra musgosa, y su giba central. Desde la altura, mirando abajo, se oyen las aguas del río fluir, cuajadas ahora de hojas secas, mezclando los colores del otoño en su marco inigualable. Es un espectáculo que muy pocos conocen, y que desde aquí animo a que descubran cuantos quieren tener de Guadalajara la idea justa de lo que es: algo más, mucho más, que el lío diario del tráfico en la capital. Una tierra de silencios y alturas, de aguas claras y puentes antiguos.

Valdesotos

Valdesotos , más arriba, vive de su fábrica. Antes era imposible acceder al lugar si no se era empleado del Canal de Isabel II, que es la empresa feudal de estos contornos. Valdesotos tiene una fábrica de señales de tráfico, y una animación jovial en sus gentes, que han arreglado las viejas casas, han levantado un nuevo Ayuntamiento, y han sembrado el lugar de merenderos, espacios de descanso y alamedas risueñas. Lamenta la señora Petra, a la que saludamos, que el único bar que había, ha tenido que cerrar. Bueno, le decimos, para los que venimos un rato tampoco supone gran problema, y a ella, casta y pulcra en su ancianidad de canas, suponemos que aún menos.

La bajada hacia la civilización se hace por una enrevesada carretera que asciende por lomas y permite ver, de vez en cuando, allá abajo, en una vertiginosa distancia, el hundimiento de las aguas y las alamedas del Jarama.

Muchos de los turistas que hasta aquí vienen (“todos madrileños” dice la anciana) se acercan andando hasta el Chorro de Valdesotos, en el barranco de la Moraleja, que está a quince minutos andando desde la plaza del pueblo, y que supone una visión inolvidable de un pequeño arroyo cayendo alborotado entre verticales paredes pizarrosas. Es otro de los muchos atractivos, todos paisajísticos, de Valdesotos.

El Olivo Milenario

En la plaza alta de Puebla de Valles, entre la mole de la iglesia y el caserón del señor Manuel, se yergue el olivo milenario, que hoy es toda una atracción del pueblo. Sobre su corpulento y múltiple corpachón, se lee en una cartela de madera, como grabado a fuego, un largo poema que no tiene desperdicio.

“Dedicado al señor alcalde Manuel, a toda la justicia entera, a todos los de Puebla de Valles, y a transeúntes de fuera”. Los viajeros se han sentido especialmente felices al comprobar que alguien tuvo en su día la ocurrencia y la amabilidad sin límites de dedicarles un verso. Y sigue diciendo que “Si vas por Puebla de Valles, verás pinares, robles y olivos, pero el que hay junto a la iglesia, plantado por el Municipio…” y sigue narrando la historia de su traída desde los Salvillares, desde un terreno propiedad de Angel Sanz, habiendo tenido que podarle muchas de sus grandes ramas para poderlo transportar. La verdad es que el olivo es gigantesco, desmesurado, amable, acogedor….. podría dedicarle al tal olivo una panoplia de adjetivos, y todos le valdrían, porque un ser vivo, tan antiguo (le llaman “el milenario” y no les falta razón) tan palpitante y suave, que deja a la vista rodar por sus miles de hojas, es para entusiasmar a quien lo ve. Los versos absolutamente libres y rurales de Ceferino Iruela canturrean en la boca de los viajeros: “Lo limpió Ventura Gamo, con mucho riesgo por cierto, para poder transportarlo, si no, no se ve en el pueblo”.  Y acaba el verso con el habitual panegírico a las “tres cosas tiene mi pueblo…” En este caso, el señor Ceferino dice de su pueblo: “Si vienes por Puebla de Valles, tres cosas podrías ver: iglesia, olivo milenario y Molino de Ofelia y Manuel…” Ahí queda esa aleluya, y ese olivo que, a pesar de que llueve, no mueve sus ramas. Espera quieto a que pasen otros mil años. A él no le pesan.

La Vereda de Puebla

Entre las casas rurales que están surgiendo por toda la Sierra Norte de Guadalajara, una de las más bonitas y mejor presentadas es “La Vereda de Puebla” que se alza en el número 4 de la Palomera Alta, en Puebla de Valles. Es fácil encontrarla, tanto en la villa como antes por Internet, pues con entrar en esta página, www.laveredadepuebla.com, uno la ve por fuera y por dentro, sabe de sus horarios, de sus ofertas, de sus precios y de cuanto en los alrededores se puede hacer durante un fin de semana, o un puente. Y es realmente bonita: un referente de lo que las casas rurales están haciendo por fomentar el turismo, y un espacio acogedor y siempre ocupado, de gentes que vienen de lejos, que saben a lo que vienen.

San Simón de Brihuega: vuelve el mudéjar

El arte mudéjar es aquel que realizaron, con mil formas geométricas y un material estrella, el ladrillo, los españoles islámicos que sabían de construcciones y recibían encargos para hacerlas. El territorio mudéjar, muy amplio en España, se centra en Aragón, en grandes áreas de Castilla-León y Castilla-La Mancha. En Guadalajara tenemos importantes ejemplos de estilo mudéjar. Ahora, añadimos un nuevo espacio: la iglesia de San Simón, en Brihuega.

Ruinas del ábside de la iglesia de San Simón en Brihuega

En 1916, cuando don Antonio Pareja Serrada escribió y publicó su libro “Brihuega y su partido” en su página 369 nos cuenta que “había en Brihuega una pequeña iglesia de pura arquitectura mudéjar…. llamábase San Simón” Y después de describirla, nos dice “Hoy ya no existe nada de esto”. Algo debería de quedar, porque este mes pasado San Simón ha vuelto a existir, ha aparecido ante los ojos atónitos de muchos. Y hoy puede contabilizar Brihuega, y la provincia entera, de nuevo la iglesia mudéjar de San Simón, que por supuesto ha existido todo este tiempo, pero oculta por otras construcciones, que al caer ahora por su mal estado, han dejado a la vista de cuantos pasan por la calle mayor briocense, el estupendo ábside de ladrillo y arcos apuntados, que, con una restauración en regla, nos permitirá anotar un monumento más para la villa del Tajuña y para el patrimonio artístico provincial.

Descripciones fragmentarias y confusas

La iglesia de San Simón existe desde que se construyó en la primera mitad del siglo XIII. Tiene, por tanto, casi siete siglos de antigüedad, y con todas las reformas y alteraciones que se quieran, pero ahí sigue, en pie y ofreciendo sus curvas morunas, sus ladrillos vigorosos y sus ventanales sonoros de rezos y aleluyas.

Don Juan Catalina García, que aunque nacido en Salmeroncillos, en la provincia de Cuenca, fue el primer Cronista Provincial de Guadalajara y tuvo casa, en la que vivió y escribió, en esa misma calle mayor de Brihuega, en la que hace esquina con el Coso, describió en su “Catálogo Monumental de Guadalajara” que la iglesia de San Simón estaba casi oculta ya y muy transformada por las obras que sus propietarios habían hecho recientemente en ella, a comienzos del siglo XX. Decía así don Juan Catalina:

“Dolor me causa hablar de este monumento, porque aunque empotrado entre casas, modernas, aun he conocido sus formas arquitectónicas interiores y sus ventanales, y su ábside, y ahora está del todo desfigurado, pues se ha partido su área interior por medio de un piso y dependencias que alteraron por completo su contextura. Pero diré lo que era.
Se construyó de ladrillos con encadenados, esquina y verdugones de tosca mampostería. Constaba su planta de una sección cuadrangular de 7 m. por 7,55 m. y un ábside semicircular cuyo radio medía 3,47 m. En los lados había dos ventanas de arcos ojivales con siete lóbulos y tres impostillas angulares por vía de jambas. Las ventanas que miran al mediodía, convertidas hoy en balcones estaban abiertas y tapiadas las del lado opuesto. Entre unas y otras dos altos y estrechos arcos de herradura en ojiva y en el muro del ábside otras cinco ventanas también ciegas y lobuladas: entre ellas suben hacia la media cúpula aristones de sección cuadrada que se reúnen en un florón central de forma de botón semiesférico: todos estos elementos son de ladrillo recubiertos con yeso.
Correspondiendo por la parte opuesta del ábside al eje de la planta estaba la puerta ojival y encima de ella queda maltrecho ahora un ventanal redondo, con lóbulos, hecho con ladrillos. Encuadran sencillos arrabás las ventanas laterales, y todo manifiesta un origen y un carácter morisco evidentísimo, sin que cambiase este carácter un nicho que en el fondo del ábside se labró de yesería con ornamentos platerescos, nicho donde estaría la imagen adorada.
Es, pues, una obra perteneciente a lo que llamamos arquitectura mudéjar, así por los elementos como por las formas constructivas y era lo más completo en su clase que yo no he visto en la provincia, aunque sus muros exteriores están embebidos en casas modernas y aunque la decoración es muy sencilla”.

Evidentemente, durante un siglo ha permanecido este templo oculto a todas las miradas. Se entraba al mismo, en su origen, por la plaza de San Simón, donde estaba la puerta y óculo que refiere el cronista. Y el ábside alcanzaba los límites de la calle mayor, pero también tapizado por otras construcciones. No quedó nunca olvidada, pues siempre los brihuegos han sabido que ahí, en el corazón de la villa, latía aún el templo mudéjar de San Simón. Yo mismo, en mi libro “Brihuega, la roca del Tajuña”, de 1995, describí ampliamente este templo, aun sin poder haberlo visto, y ahora se ha confirmado que era en todo coincidente con la realidad.

Más extraño es lo que ocurrió al investigador Basilio Pavón Maldonado, quien hace veinte años, en 1984, desarrolló y publicó su gran estudio “Guadalajara medieval, arte y arqueología árabe y mudéjar”, describiendo con cierta prolijidad los elementos de este edificio, incluso realizando un alzado de los vanos y muros del ábside, pero denominándolo “iglesia de San Pedro”, cuando el templo de esta advocación, de traza románica, estuvo mucho más abajo, detrás del castillo, casi en el camino de la vega.

No es de extrañar que ahora, al haberse derruido los edificios que ocultaban este monumento y dejarlo por fin a la vista de todos, haya habido quien se haya sorprendido, y dicho que no tenía conocimiento de la existencia de esta pieza patrimonial. Desde luego los briocenses, y los que han leído algo sobre la historia y el arte de nuestra tierra, sí sabían que estaba y que algún día aparecería. Ahora, lo  más importante, es preservarle íntegramente, y ver de restaurar en lo posible esa agonía de líneas que en estos momentos muestra.

Breve descripción de lo que ha aparecido

Se observa desde la calle mayor, por encima de la tapia que protege el solar en ruinas, el mural de planta semicircular que constituye el ábside del templo. Es de mampostería hasta un altura de dos metros y medio, y sobre ese burdo zócalo aparecen las ventanas, que originariamente fueron cinco, dispuestas dos en la parte recta del ábside, y tres en su parte semicircular. Todas ellas con la misma estructura: cuatro arcos concéntricos y apuntados, realizados íntegramente en ladrillo, y ligeramente rehundidos en forma de leve herradura. Sobre ellos, corren cinco hiladas de mampostería encintada y entre ellos hay pilastrillas que no llegan al medio metro de altura.

De todo ello publico las fotografías que he obtenido personalmente el pasado sábado, y el dibujo que Pavón Maldonado aporta en su ya referido libro, en el que atinadamente lo estudia y valora, diciendo de él que es un buen ejemplo de arquitectura mudéjar toledana, y que por su aspecto indudablemente arábigo, hubo quien pensó se trataría de la antigua mezquita o sinagoga que también se sabe con certeza existieron en Brihuega, hasta el siglo XV. No tuvo en ningún caso este edificio ese cometido: San Simón fue desde un principio, templo cristiano. La sinagoga y la mezquita estarían en el cercano barrio de la judería, donde la calle de la Sinagoga, pero no tuvo este destino nunca. Ahora está ocupado por dos casas que se incluyen en su único edificio, y dado que los propietarios no viven habitualmente en Brihuega, es difícil poder visitarlos. Lo que ha aparecido, en todo caso, es un elemento valioso, que nos permite, todavía en el siglo XXI, y aunque parezca imposible, decir con euforia que “en Brihuega hemos recuperado un nuevo templo mudéjar” para el cómputo general de nuestro patrimonio provincial.

Otros edificios mudéjares en la Alcarria

No son abundantes los templos mudéjares en la Alcarria. Así y todo, conviene recordar como ejemplos concluyentes la iglesia de Santiago en Guadalajara, antiguo templo conventual de las clarisas. O el singular edificio-capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, que mandó construir Luis de Lucena frente a Santa María. Este templo, también, la concatedral de Guadalajara, ofrece detalles mudéjares espectaculares como sus grandes puertas de estilo sirio, y los adornos y estructura de su torre campanario.

En Aldeanueva de Guadalajara hay una espectacular iglesia cuyo interior, aunque es de trazado románico, está todo construido en ladrillo, consolidando un maravilloso templo mudéjar. Lo mismo que puede decirse de los de El Pozo de Guadalajara y buena parte de la iglesia de Mesones. Sin olvidar los estupendos ábsides románicos de signo mudéjar en El Cubillo de Uceda y Galápagos. El de San Simón, recien aparecido, y  a pesar de esta muy deteriorado por siglos de abandono, es mejor. Todo un hallazgo!.

Turismo Rural, una asignatura a mejorar

El pasado fin de semana, del 23 al 26 de septiembre, se ha celebrado en Madrid la Feria Expotural, dedicada al Turismo Rural en España. Entre otras comunidades y expositores, se encontraba un stand de grandes dimensiones montado por la Comunidad de Castilla-La Mancha, en el que se ofrecían fotografías en paneles, y muchos folletos facilitados por la propia Junta de Comunidades, y empresarios del sector, anunciando sus productos, especialmente Casas Rurales, y deportes en la Naturaleza. La presencia de Guadalajara fue algo escasa. Y han pasado por allí miles y miles de posibles visitantes, madrileños todos, que se han ido sin saber la auténtica dimensión de ese paraíso que se llama Guadalajara.

Las posibilidades de Guadalajara como espacio de turismo rural están, de todos modos, suficientemente aireadas, y cuantos están dispuestos a viajar y conocer cosas interesantes ya se han ido informando previamente de las posibilidades que tienen a la hora de andar, alojarse y admirar paisajes y monumentos. La oferta informativa es suficientemente amplia como para que quien quiere enterarse se entere: Diputación y Ayuntamiento se mueven bien, y las empresas privadas, tanto de hostelería, como editoriales que ofertan libros informativos sobre la provincia, tienen una progresiva presencia en miles de futuros visitantes. Todos ellos son los que están produciendo este milagro que surge, aunque lentamente, pero imparable: Guadalajara solo tiene, por lo que se está viendo, un solo camino para sobrevivir como provincia: el del Turismo Rural. Y ahí debe volcarse toda la ayuda y los objetivos presupuestarios de las administraciones locales.

Una vez más, la Diputación Provincial ha anunciado que va a construir, en el interior del castillo de Torija, un Centro de Interpretación Turística, en el que se darán a conocer, en una especie de gran museo visual, la riqueza natural, y patrimonial, que conservamos. Bien es verdad que este anuncio se viene realizando, desde hace varios años, como una actuación inminente. Y, a día de ayer, allí no se ha comenzado ninguna obra, ni nadie sabe cuando empezarán los trabajos para construirlo. 

Qué es el Turismo Rural

La alternativa al Turismo de las Tres Eses (Sun, Sand & Sex), que desde hace años ha sido el motor de la economía nacional, debe de concretarse de forma rápida y certera, ante la evidencia, manifiesta este verano, de su descenso. Esa alternativa la tenemos en Guadalajara y otras provincias de interior muy clara, porque al no tener playas solo podemos aportar montes, ríos, pueblos y ermitas. Pero hay mucho más que se puede aportar: fiestas, rutas a pie, descensos del Tajo en canoa, evocación del tiempo ido, gastronomía, paz y silencio. Quizás podríamos decir que nosotros tenemos la fórmula redentora: el Turismo de las Tres Pes (Paz, Pan y Patrimonio). Perdón por la pipiolada.

El Sorbe y sus acompañantes

Un viaje a los ríos que bajan desde la Somosierra, rumbo al Tajo, nos puede dar la imagen justa de lo que es este turismo rural. La primera de las vías por las que caminar, el Sorbe. De cara al otoño que acaba de empezar, el más alto Sorbe es receptáculo de una peregrinación anual de turistas emocionados, por ver una de las maravillas de nuestra naturaleza: el Parque Natural del Hayedo de Tejera Negra. En Cantalojas se han puesto ya un par de casas rurales a las que llegar y desde ellas disfrutar de paseos por los montes, de vistas bucólicas de horizontes azules y bosques marillentos. Caminar por el ancho valle que forma el río Lillas, o por los estrechos gargantones pétreos del Sorbe por entre Zarzuela y Valdepinillos. Seguirle hacia abajo (o encontrarse con él subiendo desde la capital) es ir en directo a Valverde de los Arroyos, un lugar paradisiaco, en el que han nacido varias casas rurales, tiendas con productos típicos de la zona, y hasta varias casas que se ofrecen en alquiler, porque el pueblo es ya de por sí una maravilla, con sus construcciones tradicionales de madera y pizarra, y el entorno es para no perdérselo: la subida al Ocejón, la visita a las Chorreras de Despeñalagua, el merodeo por los rebollares de la zona, empapándose de aire limpio y silencios.

Si seguimos el río hacia abajo, nos encontraremos con Umbralejo, el viejo pueblo serrano que no se dejó hundir, como otros, sino que por parte del Estado, y más en concreto ahora del ministerio de Educación, se reconstruyó y se usa como “Aula de la Naturaleza”, expresión palpitante de las formas de vivir en lo antiguo. Casonas recias, animales, horticultura, excursiones a pie por los montes… muchos son ya los niños y niñas que han pasado por allí. Umbralejo ha supuesto una puerta de entrada para que muchos españoles sepan hoy que existe el campo limpio y las sierras puras.

Más abajo, el Sorbe pasa cerca de Almiruete, otro idílico lugar encaramado en la pendiente del Ocejón, con un par de casitas rurales, lo mismo que la cercana Tamajón, hoy un emporio de turismo, como “Puerta de la Arquitectura Negra” que sin duda es. Ese viaje a la sierra oscura, al “mundo del Dios de Noche” como algunos le llaman, se hace a partir de Tamajón, a donde se llega en poco más de media hora desde Guadalajara. En la antigua “Tamaya”, centro ganadero y comercial de la Transierra, existen hoy un buen número de restaurantes, tiendas de recuerdos, centro de interpretación, Ferias Medievales, y varias Casas Rurales muy bien dispuestas. Todo ello forma el núcleo más evidente de lo que es salvar un pueblo a través del Turismo Rural. El alcalde de Tamajón, mi buen amigo Eugenio Esteban de la Morena, así lo entendió desde el primer momento. Y desde entonces Tamajón no ha dejado de progresar en ese camino del Turismo Rural en el que no han hecho más que empezar, porque con los mimbres que tiene ya dispuestos se puede, y se debe, llegar lejos, mucho más lejos.

Y si seguimos el Sorbe abajo nos vamos a encontrar esa maravilla paisajística que hoy constituye el embalse de Beleña, con sus perfiles de “lago suizo” por cuyas orillas se puede pasear y admirarse de tanta belleza. Cerca pasa el Sorbe de Cogolludo, por lo que no podemos olvidar ese recurso turístico que también tiene voz propia en este quehacer de andaduras: en Cogolludo tienen un bien cuajado, aunque todavía por bien usar, que es el palacio ducal, joya del Renacimiento. Pero el entusiasmo de Inés, al frente de su oficina municipal de Turismo, es el recurso inagotable que llama cada día a cientos de turistas. Que entre el generoso derramar de sus olorosos corderos asados, y la buenísima disposición de las Casas Rurales que hay en el pueblo, suponen otro centro que irradia excursiones y visitas por el entorno del Sorbe.

Al fin este da sus aguas al Henares en Humanes de Mohernando. Donde también hay casas rurales, pequeños espacios que acogen al turista que quiere hacerse ese viaje único e inolvidable del Sorbe andante.

Este ha sido un pequeño ejemplo de lo que el Turismo rural puede aportar en nuestra tierra: andar y ver, fotografiar y comer, respirar hondo y extender la vista. Siempre limpio el horizonte, siempre sonoro el río, siempre dispuestos los hotelitos y los restaurantes. Sin grandiosidades ni propagandas, porque la gente que va a estos sitios es la que quiere disfrutar con el silencio y la ausencia de apreturas.

Desde estas páginas en las que siempre hemos apostado por la visita sosegada a los elementos mínimos, sencillos, de nuestra tierra, o por la memoria de nuestras raíces, en la que poder mirarnos y quedar tranquilos, animamos a nuestros lectores a seguir los pasos del Sorbe (o los del Bornova, o los del Tajo…) y conocer Guadalajara a fondo, saborearla y admirarla. Nunca se acaba.

Desarrollo sostenible y Turismo rural en la comarca de la Alcarria

En estos días ha aparecido un magnífico libro, escrito por Mercedes Burguillo Cuesta (profesora de la Escuela de Estudios Empresariales de la Universidad de Alcalá, en el campus de Guadalajara) que trata de este tema tan de actualidad, y tan fundamental para nuestra tierra, como es el Turismo Rural. Hace un análisis detallado de los recursos existentes, a nivel geográfico, económico y demográfico. Más la valoración de la virtualidad que en este campo posee Guadalajara: paisajes únicos, patrimonio monumental en cantidades industriales, fiestas y gastronomía. Y concluye con una evidencia. Que no solo tenemos mucho y bueno qué ofrecer, sino que existe un mercado muy cargado de clientela: Madrid, a un paso, puede aportar el suficiente caudal de consumidores como para hacer de este un motor de la economía provincial.

Aún tiene un valor añadido este libro, editado por la Universidad de Alcalá de Henares, con muchísimas fotografías de los recursos turísticos de Guadalajara: y es el capítulo dedicado a las “Líneas prioritarias de actuación”, en el que entre otras muchas cosas propone la divulgación por todos los medios de esta riqueza turística, de esta potencialidad, asistiendo a Ferias en que el público interesado asiste masivamente, entregando publicaciones que estimulen la visita a Guadalajara, el uso de sus instalaciones, la contemplación de sus maravillas… qué gran momento había sido este de Expotural, en el Palacio de Cristal de Madrid, para haber dicho que Guadalajara está ahí, a un paso, cargada de posibilidades. Al menos, quien esté realmente interesado, puede leerlo en este libro modélico.