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abril, 2004:

Libros Fantásticos

Hoy es el Día del Libro, el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes. Y aquí recordamos los libros que más nos han gustado en estos últimos meses. Por supuesto, relacionados con Guadalajara y sus cosas.

En el Día del Libro es bueno recordar algunos que han cobrado vida entre nosotros los últimos meses: libros que nos han revelado aspectos de nuestra tierra, que nos han ayudado a seguir queriéndola, a verle la espalda y el corazón. No deja de ser un poco triste que al libro se le dedique un solo día al año, y que luego se le relegue un poco a resignado intérprete que descansa en un rincón del salón las fatigas de su día loco. En España seguimos estando a la cola del uso y disfrute de los libros, al menos en el contexto de Europa. Porque, por desgracia, hay países que leen menos: allí donde no hay afán sino para buscarse la comida de forma prioritaria.

Con la llegada de un nuevo gobierno, que ha prometido rebajar el IVA aplicable al libro a solamente un 1%, se supone que nuestro protagonista de hoy vivirá mejores momentos aún. En cualquier caso, lo realmente fundamental es que exista curiosidad por saber lo que guardan las cubiertas de cualquier libro, que se trabaje por abrirlas, que se disfrute paseando por sus páginas, que se tenga como referencia para emprender viajes, para cambiar ideas, para soñar despierto.

Una vieja historia de Guadalajara

El pasado invierno nos sorprendió la aparición de un libro que todos cuantos lo han tenido en la mano han creído estar, sin duda, ante el libro mejor hecho y más espectacular de cuantos se han hecho nunca en nuestra tierra. Es la “Historia eclesiástica y civil de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Guadalaxara”. Lo escribió, a mediados del siglo XVII, un cronista real, don Alonso Núñez de Castro, que había pasado su vida entre viejos papeles, y que había recibido toda la información necesaria, de otros cronistas y de nobles arriacenses, para escribir tamaña historia de nuestra ciudad. Le salió redonda, y se la publicó Pablo del Val, impresor de Madrid, en 1653. Desde entonces, había corrido por las manos y los ojos de cuantos querían saber, en su entraña, la historia de Guadalajara. Pero se había hecho, definitivamente, muy difícil de encontrar este libro. De tal modo, que se estaba pagando ya, a finales del siglo pasado, casi medio millón de las viejas pesetas por ejemplar encontrado.

Hace unos meses se reeditó, en formato de facsímil. Se respetó su tamaño grande, sus hojas rugosas, sus tipos solemnes. Se le puso encuadernación de lujo, un terciopelo Burdeos con las armas clásicas de la ciudad impresas en seco: el caballero que pasea su bandera de juez por la calle mayor.

En esa “Historia de Guadalajara…” de Núñez de Castro está resumida, y ampliada a un tiempo, toda la secuencia de cosas que han ocurrido entre nosotros a lo largo de los siglos. Y los árboles genealógicos de sus mandamases, noticias de sus santos, desvelamiento de sus verdugos. Es este, sin duda, el libro que puede ponerle bandera a este Día del Libro 2004.

El Quijote en latín macarrónico

Siendo como es hoy el aniversario de la muerte de don Miguel de Cervantes, nada mejor que recordarle con una edición de su obra más famosa, el Quijote. Ahora es todo preparativo para la celebración, el año próximo, de la aparición de la primera edición del Quijote. El gobierno regional ha apostado fuerte por esa celebración, y aunque está mezclando churras con merinas, como suele decirse, a propósito de un logotipo que lo identifique, y una Ruta del Quijote que está hecha con el ánimo de contentar a todos, pero que evidentemente se sale de cauce por muchos sitios, se le quiere dar al evento la relevancia que merece. Esperamos que se centre todo en el homenaje al libro, fundamentalmente, al libro de “El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, como lo tituló su autor.

Entre nosotros, y coincidiendo con este mismo aniversario, pero del siglo XX, o sea, en 1905 exactamente, publicóse por primera vez un libro titulado “Historia Domini Quijote Manchegui”, escrito por un paisano, el horchano don Ignacio Calvo, cura misae et ollae como él se apodaba, y que venía a poner la novela universal de los sentimientos más puros, en latín macarrónico traducido: un latín divertido, legible por todos, en el que se da el texto cervantino traducido pero desde la perspectiva del mal estudiante al que le han hecho traducir un capítulo y ha hecho un desaguisado monumental, un desaguisado que troncha de risa al que lo lee. Eso hizo Calvo, siendo estudiante en el Seminario de Toledo, y sirvió para cumplir un castigo y al mismo tiempo descubrir su vena creativa y humorística. Si ensalzo este libro en su día, no sólo es por recordar que al año que viene también será su Centenario (el primero) sino para avisar que en esta tierra alcarreña también se le ha hecho mucho caso, y se le ha puesto en bandeja, al Quijote como libro.

La Provincia en Fotos

El pionero de la fotografía en Guadalajara, de la fotografía documental y de testimonio, fue sin duda don Tomás Camarillo, a quien por fin el Ayuntamiento puso estatua frente a San Nicolás, en el más justo homenaje que se le ha rendido a este pionero de la técnica y cronista visual de nuestra tierra.

Junto con don Francisco Layna Serrano, otro esforzado paladín de esta tierra, historiador y defensor de su patrimonio artístico, publicó en 1948 un libro que titularon “La provincia de Guadalajara”, y en el que ponían, sobre elegante papel y con tipografía de Hauser y Menet, que para entonces era el no va más de la técnica, una inmensa colección de fotografías de nuestros pueblos, nuestros paisajes y nuestras gentes, ordenadas por partidos judiciales, con textos del historiador, y algunos dibujos de Andrés Pastrana. Fue muy bien recibido en la provincia, e incluso en Madrid se les llegó a hacer un homenaje a los autores, en el Círculo de Bellas Artes, y se dijo entonces, y con razón, que ese libro era el mejor promotor del turismo y la imagen de nuestra tierra.

Yo recuerdo haber visto, de pequeño, cuando después de las clases en el Instituto me dedicaba con mis amigos a subir y bajar la calle mayor, llenar con la portada de ese libro el escaparate de la tienda que Camarillo tenía en el comedio de esa misma calle. Era un libro resplandeciente, con una portada cremosa en la que destacaba el escudo heráldico de la ciudad rodeado de los escudos de los pueblos. Era un libro inalcanzable, porque entonces costaba doscientas pesetas, y aquello, en los años sesenta, era el sueldo mensual de mi padre. Luego, al acabar yo la carrera y empezar a trabajar, en 1970, se lo compré personalmente a Layna, quien me lo dedicó. Hoy se han hecho ediciones parciales, con reproducciones de sus fotografías, y hace poco la Diputación reunió en un libro titulado “Guadalajara en blanco y negro” algunas de aquellas fotografías.

El viaje a la Alcarria en BTT

Un buen amigo, y compañero de estas páginas, como es Paco Lirón, ha publicado hace pocos meses un libro espléndido que podría ser, en una versión actualizada, la imagen especular del anteriormente comentado. Lirón solo se mueve en bicicleta, y así puede llegar a los rincones más insospechados de la provincia, donde nadie llega. Lirón ha hecho un viaje con su bicicleta por la Alcarria, justamente por la que recorrió Camilo José Cela en 1946, descubriendo una tierra que muchos pensaban era un mito, que no existía. Y ha puesto ese viaje, como si de un entomólogo se tratase, descrito con el detalle de todas sus patas y todas sus alas. Con mapas, rutas, perfiles, descripciones, indicaciones, consejos, etc, para poder recorrer la Alcarria en bicicleta. Otro libro que debiera ser famoso y antológico. Un libro al que en un día como este hay que aplaudir y recomendar.

Y poco más. Simplemente animar a mis lectores a que salten de la perentoriedad de esta página, y se sumerjan en la marea permanente de los libros. En ellos está la información y el gusto, las ideas que nos faltan y la belleza que se nos escapa. En ellos está, y valga la imagen manida, pero efectiva y cierta, el mejor amigo que se puede tener: porque no nos da la lata nunca, y siempre le tenemos a mano, para lo que haga falta.

Un libro que nos acusa

En los pasados meses salió a la palestra un libro que parece un dedo acusatorio para todos. Autoridades y pueblo, antiguos y modernos, creyentes y no creyentes: el testimonio amplio y detallado que redactó el profesor García de Paz sobre los elementos de nuestro patrimonio histórico-artístico, cultural, en definitiva, que fueron arrasados o llevados fuera de nuestras fronteras. Me estoy refiriendo a Guadalajara y el libro se titulada “Patrimonio Desaparecido” de esta provincia.

Desde el monasterio cisterciense de Ovila, junto a Trillo, al puente de Jordá o el retablo del Greco en Almadrones… cientos de cosas que fueron sacadas violentamente de su contexto, para ser destruidas o llevadas a museos de América. Es este un libro al que algunos han calificado como “el de la mala leche” que es la sensación y disgusto que deja tras su lectura. Pero es, en definitiva, un libro valiente, que dice las cosas como son, y que después de muchos años de medias palabras, de no molestar, de sí pero no, esto fue así pero no conviene que se sepa, etc, pues lo pone entero y verdadero.

Este libro podría ser el mejor representante de la bibliografía provincial reciente. Libros que se meten, en profundidad, en la problemática provincial, con imágenes y datos. Libros que van más allá (los libros es que siempre van más allá) de la información volandera de una página de prensa. Que queda y se comenta durante meses, durante años.

Un Obispo fundador: Pedro González de Mendoza, obispo de Salamanca

Es esta una de las figuras históricas más señaladas de Guadalajara, y de las que pocos retoman su memoria, que debería estar presente en los anales y las crónicas de nuestra ciudad, pues dio vida a interesantes proyectos y monumentos que hoy perviven.

Hace pocos años se concluyó de restaurar, y luego se puso en valor, aunque muy poco a poco, como muy tímidamente, la iglesia de los Remedios, que alberga el Paraninfo de la Universidad de Alcalá en Guadalajara. Fue su creador don Pedro González de Mendoza, el que fuera obispo de Salamanca mediado el siglo XVI, hijo de nuestra tierra, y uno de los personajes que más hicieron por ella, pues nos legó ese gran edificio (Colegio de Doncellas e iglesia de los Remedios) del que se ha salvado la iglesia, pues el colegio desapareció derribado por la picota hace ya muchos años. Perteneciente a los Mendoza guadalajareños, González de Mendoza dejó su recuerdo de gran prócer renacentista prendido en los blasones y las galanuras de su templo, hecho a imitación de la Italia norteña, y hoy magníficamente restaurado y puesto en uso para la cultura alcarreña.

La biografía del Obispo

Pertenece don Pedro González a la rama principal de los Mendoza alcarreños, a los duques del Infantado. Había nacido este individuo, y ahora veremos por qué, en el monasterio jerónimo de Lupiana, en 1520. Era hijo (el segundo) de don Iñigo López de Mendoza, cuarto duque del Infantado, y de doña Isabel de Aragón. En la juventud de estos, cuando la Guerra de las Comunidades en Castilla, se declaró guerra también en el seno de la propia familia ducal, y mientras el titular de la casa defendía al Emperador Carlos, su hijo el Conde de Saldaña y heredero del título se manifestó claramente partidario de las ideas comuneras y en franca contestación ante el Emperador y ante su padre. Este lo desterró a sus tierras de Alcocer, en la Hoya del Infantado a orillas del río Guadiela, y en el camino su joven esposa se sintió tan a punto que hubo de recalar en el monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupiana para allí dar a luz a su hijo, al que pusieron de nombre Pedro. De ahí que este, ya en su edad adulta, profesase tal devoción y cariño por la Orden de San Jerónimo. Pasado el turbión, el joven estudió latín en Guadalajara, y enseguida acudió a la Universidad cisneriana de Alcalá de Henares, donde se graduó de bachiller en abril de 1543 y luego se licenció en Cánones en el mismo lugar. Después marchó, con dos de sus hermanos, a la Universidad de Salamanca, a seguir los estudios de Leyes. Y allí ganó enseguida tal fama de aplicado, docto y listo que pronto anduvo en boca de quienes conocían a lo mejor de la intelectualidad castellana.

Por entonces ya era rico, pues gozaba de las rentas de los cargos de arcediano de Guadalajara, de Hita, de Brihuega y de Talavera, además de las abadías de Santillana y de Santander. Eran prebendas generalmente concedidas por el arzobispo toledano a los miembros de la familia ducal que se dedicaban desde chicos a la carrera eclesiástica. Por supuesto que no acudía a dichos lugares, y los dineros producidos eran administrados por su padre.

Terminados sus estudios hizo vida de Corte: acompañó a Felipe II, en calidad de sacerdote, en su viaje de 1554 a Inglaterra para casarse con la reina María Tudor. Y poco después, en 1559, acudió junto a su hermano Fernando en el séquito de su padre el duque hasta Roncesvalles donde los Infantado cuidaron de proteger a Isabel de Valois cuando esta fue enviada a España a casarse (lo hizo en Guadalajara el 30 de enero de 1560) con Felipe II.

Quizás como premio a estos desvelos cortesanos, el rey propuso y eligió a Pedro como obispo de Salamanca, en abril de 1560. Tenía para ello que dejar el arcedianato de Talavera, y las abadías, pero a cambio el obispado le suponía un «sueldo» anual de 4.000 ducados, impresionante cifra para la época.

Tras la aprobación por el Papa, el 6 de agosto de ese año tomó posesión de la diócesis. Su consagración solemne tuvo lugar en la iglesia de San Miguel, de Guadalajara, ante la presencia de los obispos de Cuenca y Sigüenza.

El cronista Layna Serrano, en los diversos textos en que toca a este personaje, cataloga a don Pedro González como hombre de una vasta cultura, de un gran talento, de una gran claridad de juicio y agilidad mental, de una extraordinaria capacidad oratoria que le permitía expresarse siempre con frases brillantes, manifestándose en cualquier ocasión que se le ofrecía como un contundente y temido polemista.

Un Mendoza en el Concilio de Trento

Debido a estas características, bien conocidas de todos, Felipe II le designó en 1561 para asistir en calidad de teólogo español al Concilio de Trento, y en las largas sesiones de sus varios años de celebración, brilló con luz propia, dejándonos a raíz de aquellos densos días y polémicas reuniones un manuscrito cuajado de su sabiduría teológica y legislativa, que él tituló Lo sucedido en el Concilio de Trento, y que durante siglos permaneció inédito, hasta que en el pasado siglo salió a la luz de las imprentas.

Vuelto de Trento en 1566, empapado de cultura italiana y clásica, cargado de dinero y de deseos de establecer una gran fundación que hiciese perdurar su memoria, fuese entonces a Salamanca. En el verano de aquél año se puso muy enfermo su padre, y vino a Guadalajara, hasta septiembre en que falleció el duque. Su madre, Isabel de Aragón, había muerto poco antes, en 1563. A la hora de las herencias, don Pedro recibió una escasa cantidad (15.000 maravedíes), lo mismo que sus hermanos. Pero creyó que se le hacía injusticia, y entonces presentó un pleito contra sus hermanos Enrique de Aragón y Alvaro de Mendoza, a quienes reclamaba la cantidad total de 60.000 ducados. Aquello supuso un largo proceso de pleitos, llegando a reconocérsele y cobrando una buena cantidad de lo demandado, aunque no todo.

González de Mendoza murió relativamente joven, en 1574. Después de un largo proceso febril, muy agotado, falleció en su sede de Salamanca, de una septicemia quizás, o de un cáncer de origen digestivo. Se le enterró primeramente en la ciudad del Tormes. Después se le trajo a Guadalajara y se le depositó en el panteón de los Mendoza del convento de San Francisco, pasando sus restos a ser puestos en el crucero de la iglesia de los Remedios que él mandara construir como eje de su piadosa y noble fundación.

La herencia que nos ha dejado

Apenas pudo contemplar don Pedro sino los cimientos de la magna obra que él fundó. De la iglesia, los muros ya altos, y poco más. Del Colegio, nada. Pero su semilla quedó sembrada, y la realidad de su sueño se hizo consistente, alzándose el templo cómo él había querido: diáfano y limpio, con su gran venera en el remate aéreo del presbiterio, tal como había visto en Trento cuando allí había andado declamando su sabiduría. El Colegio, muchos años adelante, también se completó, aunque sus buenos deseos hacia la Orden de San Jerónimo se concretaron también en el cambio de utilidad de la fundación, haciéndose monasterio de monjas jerónimas.

La restauración que hace pocos años completaron la Diputación Provincial y la Universidad de Alcalá del templo de los Remedios, dándole el destino de Paraninfo Universitario, y a partir de ahora utilizándose como espacio común de destinos culturales, han rescatado la memoria de este hombre, que hoy ha ocupado nuestra evocación semanal.

La Iglesia de los Remedios

Junto a la antigua puerta de Bradamarte o de la Alcallería, tras el palacio de los marqueses de Montesclaros, y sobre el solar del antiguo caserón de los marqueses de la Vala Siciliana, fundó don Pedro González de Mendoza, hijo del cuarto duque del Infantado, don Iñigo Lopez de Mendoza y de su mujer doña Isabel de Aragón, un colegio de doncellas pobres o huérfanas con la advocación de «Nuestra Señora del Remedio». Este prócer alcanzó el obispado de Salamanca, y fué uno de los más destacados teólogos españoles de Trento. Al hacer testamento, en 1568, dejó estipulado todo lo concerniente a su fundación, y las obras comenzaron hacia 1574, año de la muerte del prelado. Fue ocupado este edificio posteriormente por una comunidad de monjas jerónimas, establecidas aquí en 1656, y en él mantenidas hasta 1853, en que se trasladaron a las casas de junto a la iglesia de San Esteban, donde estuvieron hasta 1936. El gran edificio conventual anejo a la iglesia, obra neoclásica de magnífico aspecto, fue ocupado en el siglo pasado para Hospital Civil, y luego para Museo Provincial de Pinturas. En el pasado siglo fue derribado, y en su solar se levantó la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado.

La iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, hoy conservada como Monumento Nacional, es ahora Paraninfo de la Universidad de Alcalá en su sede arriacense. Se trata de una obra magnífica de la arquitectura renacentista de la segunda mitad del siglo XVI, pudiendo ser incluida dentro del manierismo de inspiración serliana, al que dio presupuestos teórico‑prácticos el arquitecto toledano Alonso de Covarrubias. La trazaron en 1573 Acacio de Orejón y posiblemente Juan de Ballesteros, y las obras dieron comienzo en 1574, siendo sus artífices los maestros canteros Nicolás de Ribero y Juan de Ballesteros, en una primera etapa, prosiguiendo Diego de Balera, y concluyendo las obras el maestro Felipe Aguilar el Viejo, de Guadalajara.

Al exterior resalta su fachada, constituida por un atrio orientado al norte, que consta de tres arcos de medio punto sobre esbeltas columnas dóricas que apoyan en altos pedestales, ofreciendo un aspecto de ingravidez y gracia renacentista de acusado aire italianizante. En el interior de este atrio aparece la portada, con arco semicircular de ingreso, escoltado por columnas pareadas de corintio capitel, sobre las que corre un friso en el que aparecen tallados los escudos del fundador. El resto del exterior del templo ofrece una cabecera de planta poligonal con contrafuertes, todo en sillería.

El interior es de elegantes y ajustadas proporciones renacentistas: una sola nave, con ancho crucero y capilla mayor de planta poligonal con cúpula de cuarto de esfera en forma de venera. Imita iglesias de Trento. La bóveda del templo es de medio cañón; los arcos fajones que la sostienen, y que arrancan de adosadas pilastras, están decorados con rosetas esculpidas. Por enjutas, lunetos y claves aparecen distribuidos profusamente, y policromados, varios escudos de armas del obispo fundador. A la altura de la imposta, en el arranque de los arcos, se lee esta inscripción, en grandes y limpias letras romanas: ESTA YGLESIA Y MONASTERIO DE NUESTRA SEÑORA DEL REMEDIO, DE RELIGIOSAS GERONIMAS, EDIFICO Y FUNDO EL YLLº Y Rº SEÑOR DON PEDRO GONZALES DE MENDOZA OBISPO DE SALAMANCA Y ARCEDIANO DE TALAVERA, HIJO DE LOS ILLº SEÑORES DON YÑIGO LOPEZ DE MENDOZA DUQUE QUARTO DEL YNFANTADO Y DE DOÑA YSABEL DE ARAGON SU MUGER. DOTOLE DE RENTA PARA LAS DONCELLAS Y PARA LOS CAPELLANES QUE DIZEN LOS OFICIOS DIVINOS. SE ACABO AÑO 1578.

En el centro del crucero, bajo el pavimento, se abre la cripta en la que descansan los restos del fundador, el mendocino obispo de Salamanca. Ocupando el fondo del muro del presbiterio, una gran pintura al fresco de José María Larrondo representando el espíritu universitario de la cisneriana Alcalá, expandiéndose por el valle del Henares.

Es curiosa la sacristía, adosada al brazo sur del crucero: se trata de un salón cuadrado, amplio, con extraordinaria bóveda de crucería, en la que aparecen sobre las claves escudos, y ángeles en las ménsulas. Curiosa supervivencia gotizante en un edificio de tan solemne presencia renaciente.