Un Obispo fundador: Pedro González de Mendoza, obispo de Salamanca

viernes, 16 abril 2004 0 Por Herrera Casado

Es esta una de las figuras históricas más señaladas de Guadalajara, y de las que pocos retoman su memoria, que debería estar presente en los anales y las crónicas de nuestra ciudad, pues dio vida a interesantes proyectos y monumentos que hoy perviven.

Hace pocos años se concluyó de restaurar, y luego se puso en valor, aunque muy poco a poco, como muy tímidamente, la iglesia de los Remedios, que alberga el Paraninfo de la Universidad de Alcalá en Guadalajara. Fue su creador don Pedro González de Mendoza, el que fuera obispo de Salamanca mediado el siglo XVI, hijo de nuestra tierra, y uno de los personajes que más hicieron por ella, pues nos legó ese gran edificio (Colegio de Doncellas e iglesia de los Remedios) del que se ha salvado la iglesia, pues el colegio desapareció derribado por la picota hace ya muchos años. Perteneciente a los Mendoza guadalajareños, González de Mendoza dejó su recuerdo de gran prócer renacentista prendido en los blasones y las galanuras de su templo, hecho a imitación de la Italia norteña, y hoy magníficamente restaurado y puesto en uso para la cultura alcarreña.

La biografía del Obispo

Pertenece don Pedro González a la rama principal de los Mendoza alcarreños, a los duques del Infantado. Había nacido este individuo, y ahora veremos por qué, en el monasterio jerónimo de Lupiana, en 1520. Era hijo (el segundo) de don Iñigo López de Mendoza, cuarto duque del Infantado, y de doña Isabel de Aragón. En la juventud de estos, cuando la Guerra de las Comunidades en Castilla, se declaró guerra también en el seno de la propia familia ducal, y mientras el titular de la casa defendía al Emperador Carlos, su hijo el Conde de Saldaña y heredero del título se manifestó claramente partidario de las ideas comuneras y en franca contestación ante el Emperador y ante su padre. Este lo desterró a sus tierras de Alcocer, en la Hoya del Infantado a orillas del río Guadiela, y en el camino su joven esposa se sintió tan a punto que hubo de recalar en el monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupiana para allí dar a luz a su hijo, al que pusieron de nombre Pedro. De ahí que este, ya en su edad adulta, profesase tal devoción y cariño por la Orden de San Jerónimo. Pasado el turbión, el joven estudió latín en Guadalajara, y enseguida acudió a la Universidad cisneriana de Alcalá de Henares, donde se graduó de bachiller en abril de 1543 y luego se licenció en Cánones en el mismo lugar. Después marchó, con dos de sus hermanos, a la Universidad de Salamanca, a seguir los estudios de Leyes. Y allí ganó enseguida tal fama de aplicado, docto y listo que pronto anduvo en boca de quienes conocían a lo mejor de la intelectualidad castellana.

Por entonces ya era rico, pues gozaba de las rentas de los cargos de arcediano de Guadalajara, de Hita, de Brihuega y de Talavera, además de las abadías de Santillana y de Santander. Eran prebendas generalmente concedidas por el arzobispo toledano a los miembros de la familia ducal que se dedicaban desde chicos a la carrera eclesiástica. Por supuesto que no acudía a dichos lugares, y los dineros producidos eran administrados por su padre.

Terminados sus estudios hizo vida de Corte: acompañó a Felipe II, en calidad de sacerdote, en su viaje de 1554 a Inglaterra para casarse con la reina María Tudor. Y poco después, en 1559, acudió junto a su hermano Fernando en el séquito de su padre el duque hasta Roncesvalles donde los Infantado cuidaron de proteger a Isabel de Valois cuando esta fue enviada a España a casarse (lo hizo en Guadalajara el 30 de enero de 1560) con Felipe II.

Quizás como premio a estos desvelos cortesanos, el rey propuso y eligió a Pedro como obispo de Salamanca, en abril de 1560. Tenía para ello que dejar el arcedianato de Talavera, y las abadías, pero a cambio el obispado le suponía un «sueldo» anual de 4.000 ducados, impresionante cifra para la época.

Tras la aprobación por el Papa, el 6 de agosto de ese año tomó posesión de la diócesis. Su consagración solemne tuvo lugar en la iglesia de San Miguel, de Guadalajara, ante la presencia de los obispos de Cuenca y Sigüenza.

El cronista Layna Serrano, en los diversos textos en que toca a este personaje, cataloga a don Pedro González como hombre de una vasta cultura, de un gran talento, de una gran claridad de juicio y agilidad mental, de una extraordinaria capacidad oratoria que le permitía expresarse siempre con frases brillantes, manifestándose en cualquier ocasión que se le ofrecía como un contundente y temido polemista.

Un Mendoza en el Concilio de Trento

Debido a estas características, bien conocidas de todos, Felipe II le designó en 1561 para asistir en calidad de teólogo español al Concilio de Trento, y en las largas sesiones de sus varios años de celebración, brilló con luz propia, dejándonos a raíz de aquellos densos días y polémicas reuniones un manuscrito cuajado de su sabiduría teológica y legislativa, que él tituló Lo sucedido en el Concilio de Trento, y que durante siglos permaneció inédito, hasta que en el pasado siglo salió a la luz de las imprentas.

Vuelto de Trento en 1566, empapado de cultura italiana y clásica, cargado de dinero y de deseos de establecer una gran fundación que hiciese perdurar su memoria, fuese entonces a Salamanca. En el verano de aquél año se puso muy enfermo su padre, y vino a Guadalajara, hasta septiembre en que falleció el duque. Su madre, Isabel de Aragón, había muerto poco antes, en 1563. A la hora de las herencias, don Pedro recibió una escasa cantidad (15.000 maravedíes), lo mismo que sus hermanos. Pero creyó que se le hacía injusticia, y entonces presentó un pleito contra sus hermanos Enrique de Aragón y Alvaro de Mendoza, a quienes reclamaba la cantidad total de 60.000 ducados. Aquello supuso un largo proceso de pleitos, llegando a reconocérsele y cobrando una buena cantidad de lo demandado, aunque no todo.

González de Mendoza murió relativamente joven, en 1574. Después de un largo proceso febril, muy agotado, falleció en su sede de Salamanca, de una septicemia quizás, o de un cáncer de origen digestivo. Se le enterró primeramente en la ciudad del Tormes. Después se le trajo a Guadalajara y se le depositó en el panteón de los Mendoza del convento de San Francisco, pasando sus restos a ser puestos en el crucero de la iglesia de los Remedios que él mandara construir como eje de su piadosa y noble fundación.

La herencia que nos ha dejado

Apenas pudo contemplar don Pedro sino los cimientos de la magna obra que él fundó. De la iglesia, los muros ya altos, y poco más. Del Colegio, nada. Pero su semilla quedó sembrada, y la realidad de su sueño se hizo consistente, alzándose el templo cómo él había querido: diáfano y limpio, con su gran venera en el remate aéreo del presbiterio, tal como había visto en Trento cuando allí había andado declamando su sabiduría. El Colegio, muchos años adelante, también se completó, aunque sus buenos deseos hacia la Orden de San Jerónimo se concretaron también en el cambio de utilidad de la fundación, haciéndose monasterio de monjas jerónimas.

La restauración que hace pocos años completaron la Diputación Provincial y la Universidad de Alcalá del templo de los Remedios, dándole el destino de Paraninfo Universitario, y a partir de ahora utilizándose como espacio común de destinos culturales, han rescatado la memoria de este hombre, que hoy ha ocupado nuestra evocación semanal.

La Iglesia de los Remedios

Junto a la antigua puerta de Bradamarte o de la Alcallería, tras el palacio de los marqueses de Montesclaros, y sobre el solar del antiguo caserón de los marqueses de la Vala Siciliana, fundó don Pedro González de Mendoza, hijo del cuarto duque del Infantado, don Iñigo Lopez de Mendoza y de su mujer doña Isabel de Aragón, un colegio de doncellas pobres o huérfanas con la advocación de «Nuestra Señora del Remedio». Este prócer alcanzó el obispado de Salamanca, y fué uno de los más destacados teólogos españoles de Trento. Al hacer testamento, en 1568, dejó estipulado todo lo concerniente a su fundación, y las obras comenzaron hacia 1574, año de la muerte del prelado. Fue ocupado este edificio posteriormente por una comunidad de monjas jerónimas, establecidas aquí en 1656, y en él mantenidas hasta 1853, en que se trasladaron a las casas de junto a la iglesia de San Esteban, donde estuvieron hasta 1936. El gran edificio conventual anejo a la iglesia, obra neoclásica de magnífico aspecto, fue ocupado en el siglo pasado para Hospital Civil, y luego para Museo Provincial de Pinturas. En el pasado siglo fue derribado, y en su solar se levantó la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado.

La iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, hoy conservada como Monumento Nacional, es ahora Paraninfo de la Universidad de Alcalá en su sede arriacense. Se trata de una obra magnífica de la arquitectura renacentista de la segunda mitad del siglo XVI, pudiendo ser incluida dentro del manierismo de inspiración serliana, al que dio presupuestos teórico‑prácticos el arquitecto toledano Alonso de Covarrubias. La trazaron en 1573 Acacio de Orejón y posiblemente Juan de Ballesteros, y las obras dieron comienzo en 1574, siendo sus artífices los maestros canteros Nicolás de Ribero y Juan de Ballesteros, en una primera etapa, prosiguiendo Diego de Balera, y concluyendo las obras el maestro Felipe Aguilar el Viejo, de Guadalajara.

Al exterior resalta su fachada, constituida por un atrio orientado al norte, que consta de tres arcos de medio punto sobre esbeltas columnas dóricas que apoyan en altos pedestales, ofreciendo un aspecto de ingravidez y gracia renacentista de acusado aire italianizante. En el interior de este atrio aparece la portada, con arco semicircular de ingreso, escoltado por columnas pareadas de corintio capitel, sobre las que corre un friso en el que aparecen tallados los escudos del fundador. El resto del exterior del templo ofrece una cabecera de planta poligonal con contrafuertes, todo en sillería.

El interior es de elegantes y ajustadas proporciones renacentistas: una sola nave, con ancho crucero y capilla mayor de planta poligonal con cúpula de cuarto de esfera en forma de venera. Imita iglesias de Trento. La bóveda del templo es de medio cañón; los arcos fajones que la sostienen, y que arrancan de adosadas pilastras, están decorados con rosetas esculpidas. Por enjutas, lunetos y claves aparecen distribuidos profusamente, y policromados, varios escudos de armas del obispo fundador. A la altura de la imposta, en el arranque de los arcos, se lee esta inscripción, en grandes y limpias letras romanas: ESTA YGLESIA Y MONASTERIO DE NUESTRA SEÑORA DEL REMEDIO, DE RELIGIOSAS GERONIMAS, EDIFICO Y FUNDO EL YLLº Y Rº SEÑOR DON PEDRO GONZALES DE MENDOZA OBISPO DE SALAMANCA Y ARCEDIANO DE TALAVERA, HIJO DE LOS ILLº SEÑORES DON YÑIGO LOPEZ DE MENDOZA DUQUE QUARTO DEL YNFANTADO Y DE DOÑA YSABEL DE ARAGON SU MUGER. DOTOLE DE RENTA PARA LAS DONCELLAS Y PARA LOS CAPELLANES QUE DIZEN LOS OFICIOS DIVINOS. SE ACABO AÑO 1578.

En el centro del crucero, bajo el pavimento, se abre la cripta en la que descansan los restos del fundador, el mendocino obispo de Salamanca. Ocupando el fondo del muro del presbiterio, una gran pintura al fresco de José María Larrondo representando el espíritu universitario de la cisneriana Alcalá, expandiéndose por el valle del Henares.

Es curiosa la sacristía, adosada al brazo sur del crucero: se trata de un salón cuadrado, amplio, con extraordinaria bóveda de crucería, en la que aparecen sobre las claves escudos, y ángeles en las ménsulas. Curiosa supervivencia gotizante en un edificio de tan solemne presencia renaciente.