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febrero, 2004:

Templarios en Albendiego

La Orden de los Caballeros Templarios, disuelta por el Papa en 1312, queda todavía en la mente y el subconsciente de muchos como algo grande, misterioso, con fuerza suficiente como para deslumbrar a muchos y lanzarles a la búsqueda de las remotas huellas de aquellos caballeros que eran monjes y guerreros, y habían construido castillos, templos y ermitas por toda Castilla.

Algunos rasgos de esoterismo

El hombre es un microcosmos. Hemos dado a Dios el nombre de Enmanuel, que es “Dios con nosotros”. Y Dios es el Cosmos, lo que no cambia, lo inmutable. Y la forma del Cosmos es la del hombre. Como lo es la forma del templo, que es el lugar que representa sobre el suelo al Cosmos entero, a su personificación, que es Dios, a su identidad humana, que es Cristo. El hombres es la medida de todas las cosas, de lo muy grande, tanto como el Universo; de lo muy pequeño, como la representación o idea de los átomos, las partículas más pequeñas de la realidad, que hoy ya se desatan en muchas otras fracciones, en simples fuerzas que se sostienen. La realidad, intangible, siempre por delante, inalcanzable, la imaginamos desde nuestro cerebro.

Y el centro del mundo está en el Templo de la Roca, en Jerusalén, hoy una mezquita que se construyó en 688-691, sobre el anástasis, el lugar donde fue enterrado Cristo tras su muerte. Dorada por fuera, luminosa por dentro, de su cúpula altísima pende una cadena de oro: es el eje del “Centro del Mundo”. Durante las Cruzadas, cuidaron de su culto cristiano los canónigos regulares de San Agustín.

¿Qué significan los hermanos de la Sinceridad, la Alquimia, el Hermetismo? Grupos de gentes que saben más que otros, lo saben todo, las formas de alcanzar a Dios, al Cosmos, de fundirse en el espacio… estas cosas se ven en el Santo Alto Rey, en Albendiego…

La ermita templaria del Santo Alto Rey

Sobre una montaña cuyo límite está en los 1.852 metros de altitud sobre el nivel del mar, se alza la ermita del Santo Alto Rey. La tradición, que tanto manda todavía en estas tierras altas y frías de la provincia de Guadalajara, dice que fue erigida hace muchos siglos por los caballeros de la Orden del Temple, y que, dada la climatología de esa altura, erigieron también en Albendiego, al pie d ela montaña, un monasterio en el que pasaban la mayor parte del año. También en Bustares existe todavía la tradición de que la gran casona con un escudo en la portada que allí hay, fue sede del convento de los monjes o caballeros militares guardianes del Alto Rey.
Durante mucho tiempo mantuve la teoría de que tanto la ermita del Alto Rey, como la iglesia-convento de Santa Colomba en Albendiego, fueron  construidos por los Canónigos Regulares de San Agustín, grupo monacal de antiquísimo origen, fundado directamente, en el año 388, por el Obispo de Hipona. Es indudable que a fines del siglo XII, concretamente en 1197, existía en Albendiego un monasterio de estos Canónigos Regulares de San Agustín, cuyo Abad, titulado de Santa Coloma, fue siempre el encargado de administrar y vigilar las rentas de las ermitas de Santa Coloma de Albendiego, y del Santo Alto Rey. Sin embargo, a día de hoy, y tras la lectura y demostraciones de Angel Almazán en su libro “Esoterismo Templario” uno empieza a calibrar las posibilidades ciertas de que fueran los templarios, directamente, los constructores y alentadores de estas obras, edificios e instituciones.
La Ermita del Santo Alto Rey se construyó sin duda en el siglo XII. A su alrededor se levantaría un humilde monasterio, que en principio estaría compuesto por celdas individuales y algún refectorio o sala capitular. Se usaba en los meses de verano, entre junio y septiembre exclusivamente. El resto del año y dado el frío intrenso y la continua nevada y nieblas de la altura, quedaría solitario completamente. De las celdas y humildes edificaciones de este monasterio se encontraron restos hace pocos años (hacia 1980), al hacer las obras de construcción del repetidor de televisión. La ermita que hoy puede contemplar el viajero que ascienda, por cómodo camino asfaltado, hasta ella, es construcción del siglo XVIII, figurando sobre la puerta tallada la fecha de 1785, en que se supone se construyó o se hicieron grandes reformas. Entre ellas, la de tallar un escudo del Cabildo Seguntino sobre la piedra de uno de sus muros. Además encontramos tallados un bloque de figuras con los símbolos de la Pasión de Cristo (la cruz, los clavos, la escalera, el jarro, las tenazas, el martillo y la columna con los azotes), que Almazán interpreta como una evidencia más de la “pasión de conocimiento” de los templarios y otros grupos esotéricos que allí tuvieron su inicio. La imagen del Alto Rey, que presidía el altar antiguo, desapareció hace muchos años, y la que ahora se sube en la romería de septiembre queda luego durante todo el año custodiada en Albendiego.

La iglesia templaria de Santa Colomba en Albendiego

En Albendiego, que es pueblo como escondido entre arboledas, de las que destacan sus techos rojizos, y sus muros ocres, a escasos metros del caserío, se alza la iglesia o ermita de Santa Colomba. Se trata de un edificio románico, inacabado, con añadidos del siglo XV. De lo primitivo queda la cabecera del templo, magnífico conjunto de ábside y dos absidiolos. El ábside principal, que traduce al exterior el presbiterio, es semicircular, aunque con planta que tiende a lo poligonal, y divide su superficie en cinco tramos por cuatro haces de columnillas adosadas, que hubieran rematado en capiteles si la obra hubiera sido terminada completamente. En los tres tramos centrales de este ábside aparecen sendos ventanales, abocinados, con derrame interior y exterior, formados por arcos de medio punto en degradación, de gruesas molduras lisas que descansan sobre cinco columnillas a cada lado, de basas áticas y capiteles foliáceos. Llevan estas ventanas, ocupando el vano, unas caladas celosías de piedra tallada, que ofrecen magníficos dibujos y composiciones geométricas de raíz mudéjar, tres en la ventana de la derecha, cuatro en la central, y una sola en la de la izquierda, pues las otras dos que la completaban fueron destruidas. Estos detalles ornamentales mudéjares de la iglesia de Albendiego, bien conservados, demuestran el entronque con lo oriental que tiene el románico castellano. Centrando cada dibujo, se aprecia una cruz de ocho puntas, que es propia de la orden militar de San Juan, pero también fue usada por los Templarios. El resto de la cabecera del templo, ofrece a ambos lados de este ábside sendos absidiolos de planta cuadrada, en cuyos muros de bien tallada sillería aparecen ventanales consistentes en óculos moldurados con calada celosía central, también con composición geométrica y cruz de ocho puntas, escoltándose de un par de columnillas con basa y capitel foliáceo, y cobijados por arco angrelado, cuyo muñón central ofrece en sus caras laterales unas bellas tallas de símbolos esotéricos, como son la exalfa o estrella que llaman «sello de Salomón», y el Octógono o estrella de ocho puntas, lo que viene a insistir en el carácter oriental de los autores de este edificio, y en el intenso poso de esoterismo y saberes antiguos de quienes anduvieron en su diseño y construcción.

Sin conseguimos pasar al interior, cosa nada fácil pues las llaves del templo las tienen en el pueblo, y no siempre se va con el tiempo suficiente para volver a pedirlas, volver a dejarlas, etc, aparece el arco triunfal con gran dovelaje y capiteles foliáceos, de paso al presbiterio, y el calco interno de la disposición exterior del ábside. A ambos lados del presbiterio, se abren sendos arquillos semicirculares, que dan entrada a dos capillas primitivas, escoltadas de pilares y capiteles perfectamente conservados, tenuemente iluminadas por los ventanales ajimezados del exterior. Son dos receptáculos increibles, donde el aire misterioso, ritual y místico de la Edad Media, parece detenerse y fluir de sus piedras.

Se accede a la nave única a través de una puerta con arco gótico rebajado, y cardinas esculpidas, añadiendo algunos capiteles y adornos vegetales y geométricos. Se cobija esta puerta por pequeño atrio. A los pies del templo se alza la magnífica espadaña románica, airosa, de tres vanos, con silueta triangular muy característica. De las obras de arte que atesoraba este templo (un retablo gótico, algunas imágenes románicas) nada queda, pues la soledad del lugar ha propiciado el robo fácil. En cualquier caso, Santa Colomba de Albendiego es el lugar donde lo esotérico, la huella palpitante de la Edad Media arcádica, está vivo y se toca con los dedos, se acaricia con la mirada, se lleva siempre ya en el corazón.

Formas esotéricas

Símbolos que se ven en Albendiego, en la ermita de Santa Colomba, y que expresan la dimensión auténtica del mensaje de las formas en este templo románico de nuestra serranía:

  • Cruces de ocho puntas. En las ventanas del ábside están las cruces de ocho puntas, del Temple y de San Juan. Es la Cruz de las Ocho Beatitudes del Temple.
  • En el interior de este templo hay una cruz patada, similar a dos que hay en el arco de ingreso al cementerio de Campisábalos. Fue usada por los templarios, pero no por los sanjuanistas. Pasó luego a ser el emblema de la masonería escocesa jacobita.
  • El octógono, la estrella de ocho puntas: en el esoterismo islámico, hace referencia a los 4 profetas principales, y a los 4 ángeles mayores que sujetan el Trono de Dios. El Domo de la roca en Jerusalén es un edificio de ocho lados, en cuyo panel exterior hay una orla de octógonos estrellados inscritos en un círculo.
  • La estrella de seis puntas, la exalta o sello de Salomón, es símbolo del Macrocosmos, y representación del Hombre Perfecto o Universal del sufismo. También es el símbolo del profeta Mahoma.

Un libro de Esoterismo y Templarios

Acaba de aparecer un libro de Ángel Almazán de Gracia, titulado Esoterismo Templario, de 208 páginas, y editado por Sotabur en Soria. Este libro es un torrente sorprendente de noticias. Destaca en él lo relativo a Albendiego, a la ermita del Santo Alto Rey, y a San Bartolomé en el Cañón del Río Lobos, pero antes, en sus inicios, figuran amplios textos de Moseh de Leon (el maestro de la Káhbala que escribió en Guadalajara el “Libro del Esplendor”) sobre “El Hombre como Microcosmos” y de René Guinon, sobre “La tradición primordial polar”, “Los Guardianes de Tierra Santa” y otros.

En este libro, impresionante de temática y noticias, se da razón del por qué de formas, localización de templos, geometrías aúreas y del corazón, numerología, cruces, etc. Es una obra nueva y sorprendente que contempla algunos monumentos de Guadalajara con una visión nueva, que encantará a muchos. Fue presentado en el Centro de Prensa de Guadalajara el último día del pasado año 2003.

Feria en Tendilla

Tendilla es uno de los mejores ejemplos de conjunto urbano tradicional en todo el ámbito de la región castellano-manchega. La Alcarria tiene en Tendilla uno de sus símbolos más destacados. Que ahora se torna actualidad con la próxima celebración de su anual Feria de San Matías.

Va a ser Tendilla, el próximo fin de semana, la corte de la alegría y la evocación. Si siguen las cosas como hasta ahora va el invierno, suponemos que lucirá el sol, se calmará el viento, y no hará frío. Eso llevará a miles de personas hasta la villa alcarreña. El sábado 28, a la media tarde, seguro que no se podrá dar un paso. Y así nos posaremos en esta Alcarria eterna de la animación y el espectáculo: en la Feria de San Matías de Tendilla.

La calle Mayor, un hervidero

Si algún monumento tiene Tendilla que la haga ser recordada por todos cuantos la visitan, este es sin duda la larga Calle Mayor que hace de principal arteria de comunicación y donde se centra la vida, la animación, y hasta donde se condensa, como en mágico conjuro, la historia toda del alcarreño burgo. Gracias a ella, Tendilla es, sin duda, uno de los mejores ejemplos de conjunto urbano tradicional en todo el ámbito de la región castellano-alcarreña. Y ello no lo debe al acúmulo de monumentos trascendentes en su aspecto individual, ni a la situación determinante del conjunto, ni siquiera al hecho de contar con una historia de dimensiones más o menos atractivas. Este título lo posee por juntar, a lo largo de toda una calle, que es su Calle Mayor, el eje primero de su vida urbana, un alargado muestrario de casas, de edificios públicos y privados, y de paseos soportalados, que surgieron además en un momento concreto de su evolución, a mediados del siglo XVI, confiriéndola a partir de entonces su definitiva y actual estampa.

Ya en ese siglo estaban tan satisfechos los vecinos de Tendilla de la prestancia de su pueblo, que en el largo informe enviado al rey Felipe II en 1580 (al que comúnmente se llama «Relaciones Topográficas») decían de sus calles y soportales: …Quiero adbertir una curiosidad que tubieron los fundadores que en la plaza y en las demás calles de la villa hicieron unos Salidizos y portales, que aunque llueba se puede andar la maior parte de la villa sin varros, limpieza que no se halla en pueblos de su manera… tiene muy buena plaza, y calles anchas de buena traza…

Monumentos a admirar en Tendilla

En la Calle Mayor de Tendilla se encuentran sucesivos todos los elementos que le dan la categoría de conjunto urbano de gran relieve. Desaparecidos ya el convento de los jerónimos que había sido primor del Renacimiento; el monasterio de la reforma francisca de La Salceda, con su opulenta sucesión de edificaciones y obras de arte; el castillo valentón de su altura; las murallas y puertas de su entorno, y aun el palacio condal, hoy queda, a lo largo de un kilómetro de asombro, la sucesión de edificios que en su gran mayoría son viviendas particulares, y que se caracterizan por estar construidas, de forma sencilla, conforme a los cánones de la arquitectura popular alcarreña, esto es, planta baja de sillarejo y alta o altas de adobes sobre entramados de madera, todo ello enfoscado de yesos de diversos tonos. En su fachada principal, el portal da a los soportales que recorren el pueblo, y la planta principal muestra balcones. Por atrás, tienen patios y cuadras.

Ese amplio muestrario de construcciones populares sumadas unas junto a otras, con variedad larga de pilastras, de aleros y de soluciones en las bocacalles, es lo que confiere a Tendilla su carácter único. Sabemos que el gran arquitecto e historiador del arte, Luis Cervera Vera, dejó casi acabado un magnífico estudio de esta Calle Mayor de Tendilla. En unos cuantos dibujos de su reciente libro póstumo “Plazas Mayores en las comarcas guadalajareñas”, Cervera nos da unos apuntes emocionantes de esta Calle, de sus edificios más representativos, de su “aire” único. Tendría el Ayuntamiento de Tendilla que animarse a editar ese estudio: sería una forma espléndida y certera de seguir promocionando a la villa que todos queremos.

También en el informe enviado al Rey a finales del siglo XVI (de carácter fundamentalmente fiscal, aunque descriptivo y realista de la situación contemporánea) se expresaba la satisfacción de contar aquí y allá con casas de muy buen aspecto, especialmente las que ornaban la ancha Calle Mayor …En la dicha villa hay mui buenos edificios de casas; son fabricadas de yeso y madera, y algunas de piedra y cal; hay pocas de tapería de tierra… de esto es el sumptuoso Edificio de las Casas, en las quales hay aposentos, y salas muy preciadas con mui buenas portadas, y ventanage de obra Romana y curiosas molduras en mui buenas maderas de nogal y pino… 

El palacio de Tendilla

En esta calle mayor aparecen también edificaciones singulares. Y entre ellas cabe mencionar el palacio y oratorio adjunto de los Solano, que es una obra barroca sencilla pero muy digna, de la primera mitad del siglo XVIII, con fachada de líneas anguladas, escudo nobiliario en lo alto, y sillar bien tallado, que presenta un portón de almohadillados sillares y el cimero escudo de la familia. Junto al palacio está la capilla u oratorio de la Sagrada Familia, de nave única, también con fachada a la calle, ocupando todo ello, con sus enormes jardines posteriores, toda una manzana del pueblo.

Otro edificio singular es la iglesia, inacabada conforme al plan inicial de mediado el siglo XVI. De ella solo quedan terminadas la cabecera y parte de la nave, así como los arranques de muros y pilastras de los pies del templo. De ese primer impulso constructivo es el ábside de robustos paramentos, de contrafuertes moldurados y ventanales con dobles arcos de medio punto. La portada, más moderna, es obra de comienzos del siglo XVII. Solamente tiene terminada, y ello en el siglo XVIII, una de las dos torres proyectadas, que se debe al arquitecto Bradi, según nos demostró el estudioso tendillano profesor García de Paz.

* La Feria de Tendilla en el siglo XVI

En el siglo XVI venían a Tendilla mercaderes y compradores de remotos lugares. Por San Matías, a finales de febrero, y durante 15 días, se juntaba en sus soportales un variopinto mundo de comerciantes de especias y sedas, de muebles y libros, de magos y brujas. Los compradores se extasiaban al ver tanta maravilla de lejanos países llegada.

Algo de ello nos deja recordar este texto de las Relaciones Topográficas: de Aragon vienen Cordellates mui finos; de la Rioja, Torrecilla de los Cameros, vienen muchos paños, y así mismo destas Comarcas y pueblos de Alcarria, y Ynfantazgo, de la Ciudad de Huete y su tierra, Marque­sado de Villena y Mancha vienen muchas suertes de pa­ños: así mismo vienen muchas tiendas de paños subi­dos, granas, paños estrangeros, sedas, terciopelos ra­sos y damascos que traen mercaderes gruesos de Tole­do, Madrid, Alca]á, Medina del Campo y otras partes; para todos estos paños vienen infinidad de mercaderes de todo el Reino y fuera dél, para las quales Mercade­rías hay asignadas partes donde se pone lo de Cuenca, Toledo, Segovia, con los demás géneros de paños por buena órden: pónense mui principales tiendas de sedas, joyerías, mercería, que traen mercaderes gruesos que venden á otros de menos cantidad; están juntas estas tiendas que parescen un Alcaicería de Granada que pa­resce estar toda la vida de asiento: hay otras tiendas de Mercadería de Flandes, lienzos y otras cosas preciadas: vienen muchos vizcainos con lienzos preciados, y Mer­caderías extrangeras: vienen muchos Portugueses, traen muchas suertes de lienzos, y hillo de mucho valor; traen mucha especería, añir, brasil y otras muchas cosas curio­sas y preciadas, como es drogas y conservas de la Yndia: en ninguna feria de España se hallegan tantos portugue­ses: ponense mui grandes tiendas y aparadores de pla­teros: viene mucha cera, pescados de todos géneros, por ser principio de Quaresma: vendense muchas Cabalgaduras…

La Fuente de los Mendoza

En Tendilla, si tienes sed, puedes acudir a varias fuentes. Al estar en lo hondo de un valle, surgen manantiales por sus laderas, y y en la villa se canalizan y exhiben las saludables aguas por fuentes y manaderos.

De todas las fuentes de Tendilla, es la más antigua y señorial la que lleva tallado en su frente el escudo de los Mendoza. Señal de que la mandó construir y entregar al uso de las gentes su señor, en el siglo XV, don Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla.

Dice de ella el escritor Juan José Bermejo, en su libro “Fuentes de Guadalajara”, que es esta la llamada  Fuente Vieja de sillar antiguo y desgastado, que luce en su frente un escudo de armas de los Mendoza, señores de la villa desde el siglo xv. Por sus dos caños vierte el agua a dos pilones semiesféricos, para más tarde dejarla caer sobre un amplio pilón rectangular.

A esta fuente la describía también, en el siglo XVI, Juan Fernández de Sebastián, de esta manera: tiene una fuente en la una calle que llaman calle Franca, de agua dulce, con quatro caños que salen de un pilar alto, es tan delgada que mandan dar a los enfermos asi en la villa como en la comarca, tanto que el Arzobispo de Toledo D. Pedro Gonzalez de Mendoza embiaba  a cargas por ella, y lo mismo han hecho los Sres. y hacen, cuia es y a sido la dicha villa, nasce en la sierra de San Gines mui cerca de la dicha villa en la cumbre de la sierra: sale por mui buenos mineros de guija, y no por salitres de frente del aire cierzo, es fuente muy continua, no mengua mas en Verano que en el Inbierno, no la impiden los tiempos, y aunque haya secas.

Un monumento más para poder admirar en este viaje a Tendilla que reomendamos, de cara al próximo fin de semana en la Feria de San Matías.

Un paseo hasta Tamajón

Viajamos una semana más por las tierras de Guadalajara, y nos vamos rumbo a las azules sierras que se dibujan sobre el horizonte norteño de la provincia. Ante la mole pizarrosa del Ocejón se dibuja un pueblo grande y con solera, Tamajón, rodeado por los cerros colindantes de otra aldeas que precisamente en estos días del inicio de febrero se ofrecen múltiples y coloristas en fiestas de botargas: Retiendas, Beleña, Almiruete… y luego en primavera Valverde, y la Huerce, y Galve… ante esa lejanía que está, sin embargo, tan cerca, nos colocamos e iniciamos viaje, que será breve, pero con sustancia.

Tamajón puede ser considerado la puerta de ese “Parque natural y arquitectónico” que hoy es, a la espera de que se le siga apoyando para recibir el merecido tratamiento de Patrimonio de la Humanidad, la comarca de la “Arquitectura Negra”.

Sobre una llanada amplia, al pie mismo de las altas y frías serranías de la Somosierra, encontramos esta villa de Tamajón, que alcanzó en siglos pasados gran prosperidad como centro comercial y nudo de comunicaciones con el resto de los pue­blos y lugares que se esconden en las anfractuosidades de estas montañas, y aun con aquellos otros lugares que están al otro lado de ellas, hacia el norte. Lo limpio y sano de su aire, el magnífico paisaje que sobre este pueblo se cierne, hizo que ya en el siglo XVI se fijaran en él los agentes del rey Felipe II, como uno de los posibles lugares donde colocar su monasterio real de San Lorenzo, que finalmente llevó al Escorial, bajo el Guadarrama.

De la historia de este lugar, aquí lo justo: fue reconquistado al tiempo que todas las vegas del Jarama y Henares, por Alfonso VI, a finales del siglo XI. Perteneció en princi­pio al Común de Villa y Tierra de Atienza. Posteriormente el rey Sancho IV se lo donó en señorío a su hija la infanta doña Isabel, y ésta se lo traspasó en la misma calidad a doña María Fernández Coronel, su ama de compañía. Ya en el siglo XIV pasó este lugar a engrosar los abultados dominios del caballero don Iñigo López de Orozco, quien a su muerte se lo dejó a su hija doña Teresa López, segunda mujer del magnate alcarreño don Pedro González de Mendoza, a partir de quien quedó en esta casa nobiliaria. Vemos así, cómo don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, deja el lugar de Tamajón en herencia a su hijo don Pedro Hur­tado de Mendoza, de quien pasó a sus here­deros, ramas secundarias de los Mendoza, encontrándonos con que en 1536 pertenecía Tamajón a doña Guiomar Carrillo de Men­doza, y en ese mismo siglo fue de don Diego de Mendoza y de doña María de Mendoza y de la Cerda, constructora esta última del palacio de esta familia en el centro de la villa, y del monasterio de San Francisco en sus aledaños, instructora y amiga de la princesa de Éboli. En el seño­río de esta familia continuó hasta el siglo XIX.

Un paseo por el pueblo

Sorprende en un principio Tamajón por lo bien urbani­zado, lo recto de sus calles y lo uniforme de sus edificios. Guarda esta estructura de calles paralelas y en perpendicular perfecta, con plaza central y la iglesia a un extremo y en alto, desde el siglo XVI. Destacan en el conjunto de sus edificios civiles el palacio de los Mendoza, situado en la calle mayor, junto a la plaza. Tras haber permanecido muchos años medio en ruinas, fue con acierto restaurado, aunque sólo se pudo conservar la portada, y el resto se ha rehecho con funciones de Ayuntamiento. Lo que queda nos  da la imagen de un ejemplar magnífico de la arquitectura civil plateresca. Puede datarse su construcción a mediados del siglo XVI. En recia piedra sillar de la zona, esa “piedra dorada de Tamajón” que sirvió para levantar, entre otros, el palacio del Infantado en la capital, la portada se estructura con un gran portón lateral, de arco semicircular adovelado, y sobre él, un escudo circular que, muy deteriorado, se hace hoy imposible de identificar. Empotrado en el muro, se ve también un gran escudo, con las armas de Mendoza y la Cerda esculpidas, en medallón y frisos cuajados de grutescos. Diversas ventanas de traza sencilla completan el conjunto.

Para quien quiere admirar por nuestros pueblos los ejemplos solemnes de viejas casonas, en Tamajón se pueden ver la de los Montúfar, con portada de sencillo barroquismo, propia del siglo XVII en sus finales, y gran escudo con yelmo y lam­brequines de rectas plumas, mostrando las armas de esta familia con otros entronques; la «casa del marqués», que no posee escudo ni detalles artísticos, pero que está construida totalmente en bien tallados sillares de la dorada piedra de Tamajón; y otra casa, de algún labrador, que en su dintel lleva tallado un escudete en que se representan los elementos de su trabajo: una hoz, un hacha, un azadón y un martillo.

Al extremo de la villa llegamos a la iglesia parroquial, que en sus orígenes fue románica, conservando de aquella época una docena de interesantes canecillos, con carátulas corrientes y personajes del siglo XIII en diver­sas y curiosas actitudes, hoy colocados sobre el muro meridio­nal del templo. Lo actual es del siglo XVI en su primera mitad, y consiste en un atrio porticado, con arcos semicircula­res apoyados en sencillos capiteles de geométrica traza; de un total de nueve sobre el lado mayor, el central sirve de acceso, y los restantes presentan una alta baranda de piedra. A los pies del templo hay una torre. En su interior, de tres naves separadas por gruesas pilastras sobre las que cargan semicirculares arcos, destacan las bóvedas de crucería.

En el pavimento de la nave central, aparece gran cantidad de lápidas funerarias. La cabecera del templo se forma por tres capillas en las que rematan las correspondientes naves. En una capilla del lado de la epístola, construida por la familia Montúfar en el siglo XVI, se ven escudos policromados y esta leyenda pintada en el friso: «Esta capilla mandaron hacer, a honrra y gloria de Dios, Alonso de Montufar, natural de esta Villa, i Olalla Martínez, su muger, vezinos que fueron de la villa de Madrid. Acabose en el mes de febrero año de mil y quinientos noventa y seis años.» Las estatuas orantes, talladas en alabastro, de estos señores que adornaban la capilla, fueron destruidas en la Guerra Civil de 1936‑39.

En las afueras del pueblo, aparte de algunas ermitas, se conserva el edificio de la antigua fábrica de vidrios, que en el siglo XVIII y aun en el XIX, produjo gran cantidad de bellos productos en material suavemente azulado. Otro conjunto de ruinas, al sur del pueblo, viene a señalar el lugar en que asentó el monasterio de la Concepción de la Madre de Dios, de frai­les franciscanos. Lo fundó en 1592 doña María de Mendoza y de la Cerda, y dio para ello la enorme cantidad de 12.000 ducados más varias tierras, cuadros y obras de arte. Enco­mendó el cuidado y patronato del convento a su primo el poderoso duque de Pastrana. La iglesia hubo de ser recons­truida de nuevo en el siglo XVIII, pero tras la desamortización de 1835 el convento quedó vacío, y las pie­dras de su iglesia y dependencias sirvieron a los vecinos del pueblo para construirse casas nuevas. Hoy sólo queda del antiguo cenobio el perímetro anchísimo, y, en su interior, leves muestras de la que fue iglesia, claustro, y muy poco más.

En el término de Tamajón, camino de Majaelrayo y de la zona hoy tan visitada de la Arquitectura Negra, sobre un altozano desde el que se divisa el cercano picacho del Oce­jón, se alza la ermita de Nuestra Señora de los Enebrales, muy venerada en toda la comarca, donde a la Virgen la lla­man «la Serrana» y se hacen alegres y nutridas romerías el domingo siguiente a la Natividad de María. La tradición dice que esta Virgen se apareció, en este mismo lugar, cuando el párroco de Tamajón se dirigía al pueblo de El Vado a decir misa, y fue atacado por una gran serpiente amenazante, que fue vencida por el resplandor de la Virgen aparecida sobre su enebral, y el cura puesto a salvo. Esta leyenda se pintó al fresco en el muro norte de la ermita, que es construcción del siglo XVIII. Quiere también la tradición popular mantener siempre, día y noche, una puerta abierta del templo, para evitar apariciones demoníacas a los cami­nantes.