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junio, 2003:

Estatuas por los suelos

 

A la hora de escribir estas líneas, sigue tirada en medio de embaldosado del paseo de Las Cruces la estatua de doña María Diega Desmaissières, duquesa de Sevillano, que no hace todavía un mes fue colocada, junto a otras 8 estatuas de personajes ilustres de la historia de la ciudad. Desde entonces, ya han sufrido estas esculturas varias formas de vandalismo: pintadas, destrozos, al señor Fernández Iparraguirre le han quitado las gafas, a Izraq ben Muntil le han pintado de negro, etc. La verdad es que ha sido un mes que ha dado para mucho. Para tanto, que incluso ha cambiado el equipo de gobierno de la ciudad. Y la estatua de la señora duquesa, a mediodía del domingo, cuando el paseo es un hervidero de gentes, allí tirada de malas maneras y con destrozos. Lleva así varios días. Siento vergüenza como ciudadano que haya gentes que sean capaces de hacer esto, con unos bienes públicos, pagados con el dinero de todos, y que las autoridades municipales sean incapaces de remediarlo de forma inmediata.

Decía Cicerón que “el primer cometido de la justicia es que nadie haga daño a nadie, a menos que haya sido injustamente provocado”. Y yo me pregunto, ¿habrá alguien que haya considerado provocación la mirada un tanto altanera de doña María Diega? Está sacada la estatua de Sanguino de una antigua foto de esta aristócrata, retratada en el salón de su casa de la plazuela de San Sebastián. Alguien lo habrá sentido así, y se ha tomado la justicia por su mano. La verdad es que solo han tirado el plinto marmóreo y el busto de bronce, que han quedado tumbados y en posición que sólo ridiculiza a quien ha sido capaz de mantener el desaguisado, en posición tan ridícula, durante varios días. Pero también conviene aquí recordar lo que dijo Horacio a propósito de su obra: Exegi monumentum aere perennis. He construido un monumento que será más duradero que el bronce. Eso es lo que tienen ya, desde hace mucho tiempo, alzado los personajes que Bris tuvo el acierto de poner a lo largo de Las Cruces: un monumento más duradero que el metal y el modelado de Sanguino. Su propia obra, sus acciones. Saludé las estatuas el día que se colocaron, me fijé en como ese genial artista que es Sanguino, con su calado sombrero blando de ala ancha, fue saludándolas enhiestas ya sobre el mármol. Con breve frase recordando a todos de quien era el busto, y por qué se alzaba. Todas ellas un monumento a la pasión de ser de Guadalajara, a la memoria de los ilustres, por haberlo sido tanto, por haber sido tan pocos.

De Sanguino hemos visto en estos días una prueba más de su habilidad y arte: una preciosa imagen de la Virgen de la Antigua, elevada sobre una columna granítica a la puerta del Santuario capitalino. Es una imagen perfecta, de formas, de intensidad, de color. Solo me parece reconocer un cierto rictus de tristeza en María. ¿Qué barrunta? Por no ir a honduras, me temo que se barrunta que también la van a tirar, y más aún visto lo visto. Es endeble la columna, y fuertes los brazos de los “tira-estatuas”. Como además, a lo que se está viendo, nadie se lo va a impedir….

Habíamos charlado el profesor Antonio Ortiz y yo sobre la conveniencia de hacer una serie de artículos para publicar en NUEVA ALCARRIA, haciendo las semblanzas de estos nueves personajes homenajeados con justeza, más don Tomás Camarillo, el fotógrafo de la provincia, que poco antes vio

 también su memoria cuajada en estatua ante San Nicolás. Por decir a nuestros lectores, más que nada, quienes fueron estos señores y señoras tan altivos y relucientes, tan empenachados algunos, tan veladas las otras. Con detalle. Para ver si así, haciéndolos “de la familia”, se les respeta algo.

Yo creo que los vandalitos de la noche se han pensado que estos eran extranjeros invasores y que no había más remedio que ir a por ellos. Los delincuentes tienen muy acendrado el sentido de familia, de “cosa nuestra”, y todo lo que huele a extraño lo apedrean. Quizás por eso se va salvando de la quema, por el momento, el edificio del Ayuntamiento. Que no me extrañaría nada que ante tanto mirar para otro lado, cualquier noche de estas también lo prendan.

El caso es que hemos decidido escribir esta galería de famosos, tomando como protagonistas a los personajes que lucen por el momento en el paseo de las Cruces. Sacar a relucir vidas y milagros de otros poseedores de estatuas podría resultar largo y quizás tedioso. Aunque hay que reconocer que en estos últimos años la ciudad se ha llenado de estatuas, y ha empezado a ponerse, a ese respecto, en el camino de ciudad civilizada que planta sobre los jardines la memoria de sus mejores. Desde el Cardenal Mendoza, que salió demasiado grande y oscuro, hasta los aviadores Barberán y Collar. Desde la nómina de los guadalajareños que fueron a América en los primeros momentos, al homenaje tallado de la tercera edad en San Ginés. En un folleto que repartió en pasada FITUR el Ayuntamiento, creaba yo la “Ruta de las Estatuas” en nuestra ciudad, y para hacerla (que se hace en un mañana) había que visitar por calles y plazas los tallados mármoles de Carrara que proceden del jardín de los Montesclaros: El Neptuno del Jardinillo, la Mariblanca de la Concordia, el Emperador Carlos con su bola/balón en la mano. Había que admirar el modernista monumento de Blay al Conde de Romanones, el alcarreño que llegó a presidente de gobierno. El solemne rigor militar del general Vives, pionero de la aviación española, y los enamorados rostros de Layna Serrano y Ochaita, historiador y poeta, respectivamente, que lo estaban de su tierra natal. Y en los interiores de museos e iglesias, la tumba de doña Aldonza de Mendoza, o la caballeresca elegancia de Rodrigo de Campuzano, en San Nicolás…

He tenido la suerte de recorrer Europa, paseando por sus ciudades más emblemáticas, y admirar la que Canova creó para conmemorar a Carlos III ante el palacio real de Nápoles. O la que en Praga se ha dedicado a su pensador más famoso, Jan Hus, ante el Ayuntamiento. Sin olvidar el monumento que Edimburgo tiene alzado a la memoria de sir Walter Scott, o Florencia reverenciando el mármol blanco que las manos de Miguel Angel hicieron vivo en forma de David ante el palacio de la Señoría. Por eso insisto: vamos a ser Europa, vamos a ser generosos, vamos a levantar monumentos a los mejores, y vamos a hacer todo lo posible para que no los tiren por la noche. No porque esté prohibido, sino porque los de las estatuas sean, en su gran mayoría, “gente de casa”, antiguos paisanos que siguen mirando con fijeza el horizonte aquel “hacia donde el crepúsculo corre, borrando estatuas”.

Almonacid, todo paiseje

 

La sorpresa de la semana está en Almonacid. Después de tanta desazón como los ciudadanos corrientes hemos recibido, por parte de autoridades locales y medios informativos, tras la puesta en marcha, en una misma semana, de una nueva Autopista que lleva de Guadalajara a Madrid, y de una nueva vía de ferrocarril, que al doble de velocidad que antes lleva hasta Zaragoza, este viajero se ha ido a Almonacid de Zorita, y ha dedicado la mañana de su festivo día a recorrer a pie su término, a descubrir maravillas y paisajes que en ningún sitio estaban escritas, y que por supuesto, nadie ha aireado como se merecen. A eso se va a dedicar este viajero y cronista, a decir lo fantástico que es Almonacid, que sin trenes ni autopistas ofrece a quien quiere ir a visitarlo un montón de oportunidades: monumentos en la villa, parques y calles, fuentes y plazas, todo limpio y como nuevo. O caminos señalizados, miradores, barbacoas, refugios, carteles indicativos, rótulos, marcas y asientos a la sombra. Todo ello en medio de una naturaleza boscosa, densa, de limpios aires, de distancias inacabables, con sorpresas en cada ángulo del horizonte.

La villa más limpia

Los viajeros se han llevado una sorpresa al recorrer Almonacid. Porque huele a nuevo, aunque sea un pueblo que tiene montones de siglos de historia a sus espaldas. Desde el Cristo de la Buena Muerte, en la sacristía de la parroquia, que es una de las mejores piezas de la escultura religiosa que hay en la provincia de Guadalajara, hasta las pinturas de los cuatro arcángeles en la cúpula del templo de los jesuitas, los estilos gótico, renacentista y barroco dan a Almonacid una dimensión de espacio artístico que no debe perderse ningún buscador de lo antiguo.

Pero la sorpresa mejor nos la ha deparado el paisaje. Cualquiera que llega a Almonacid piensa que está en un amplio campal de olivares y campos de pan llevar, de huertos y tomillares sin mayor atractivo. El cuidado que ha puesto su Ayuntamiento, (y ya lleva años en ello) por adecuar los caminos del término para que se pueda disfrutar de su naturaleza exuberante, es lo que  permitió a los viajeros salir en su coche, desde la puerta de Santa María de la Cabeza (una gran puerta medieval que servía de acceso a la villa atravesando la muralla por el Levante), pasar ante el Cementerio, y seguir rumbo a la montaña, en la que, revuelta tras revuelta, y con el añadido de contemplar desde la altura la anchura de la villa, llegar a la ermita de San Antón (ahora parece que se la llama de los Desamparados), también construida nuevo por completo, con una arquitectura de bien pensadas líneas. Allí arriba, un buen aparcamiento, miradores, y barbacoas, permiten hacerse una idea de lo que tenemos entre las manos: es la Sierra de Altomira, la que divide las provincias de Guadalajara y Cuenca, un alarde de gargantas y picachos cubiertos completamente de pinares y bosques con encinas. El pasado 31 de julio ardió violentamente toda la parte de Sierra que cae del costado de Buendía, pero en Almonacid quedó intacto el manto forestal: y es una maravilla.

Desde San Antón, donde hay un gran cartel protegido de tejadillo señalando al detalle todas las rutas que se ofrecen, bajaron los viajeros hasta el Refugio del mismo nombre. Es una repisa del terreno, entre nogales y pinos, donde el Ayuntamiento ha construido un Refugio de Montaña, en el que se permite la estancia de fin de semana, simplemente con pasarse antes por el Ayuntamiento a recoger las llaves. Allí hay, además, un espacio bien grande con mesas y asientos para pasar el día, comer, e iniciar otras rutas a pie, por entre los bosques.

Una de ellas, nos llevará hasta los Tres Palores, que no son otra cosa que los restos de un antiguo templete o humilladero puesto sobre una roca prominente, y desde donde se tienen también fantásticas vistas sobre el valle del Tajo, al que vemos venir desde Bolarque, pasar bajo la Central Nuclear y el castillo de zorita, y seguir hacia abajo, por Almoguera e Illana, a perderse en tierras de Madrid.

Desde el Refugio de San Antón se puede seguir, tanto a pie como en vehículo, pues la pista está muy bien conservada, y llegar a la Chimenea que llaman, y que no es otra cosa que el gran tubo por el que se recoge el agua que sube desde Bolarque a lo alto de la montaña, para traspasarla al embalse de La Bujeda, y desde allí permitirla que, poco a poco, vaya discurriendo por canales del Trasvase para llegar a la huerta murciana. La gran chimenea impresiona, pues en medio del bosque surge un aparatoso monumento de cemento de más de 60 metros de altura y 25 de diámetro. Allá abajo se ve la presa de Bolarque, la limpidez verde de las aguas del Tajo y el Guadiela, recién remansadas. Son paisajes que los viajeros no se creen, porque aparecen de pronto, inimaginados, lujuriantes.

Almonacid tiene todavía (y esto lo dejaremos para una siguiente excursión, aunque mis lectores pueden aprovechar para ir ya, por su cuenta, a descubrirlos) otros ambientes de naturaleza mayor: La Bujeda es uno de ellos. Un trozo de término separado del que sostiene a la villa, que en medio de pinares densos alberga ahora un gran embalse, artificial, pues está formado con el agua que llega desde el trasvase de Bolarque. Se forma así un auténtico lago de limpias aguas rodeado de cumbres y bosques cerrados. Una gozada que la alcarria brinda, para sorpresa de muchos, a una hora de Guadalajara.

Y como nueva e inteligente iniciativa del Ayuntamiento de Almonacid, va a surgir pronto otra posibilidad de paseo y goce para los amantes de la naturaleza en Guadalajara: será la “Vía verde del ferrocarril”, que se quiere acondicionar por el valle del Tajo, para permitir hacer senderismo fácil, atravesando parajes suaves con abundante fauna y flora autóctona, siguiendo el espacio allanado por el que pasó el ferrocarril de vía estrecha que desde Madrid, por el valle del Tajuña, Mondéjar y Sacedón, subía hasta Auñón y acababa en Alocén. Caídos sus puentes, arruinadas sus estaciones, aún quedan signos de su existencia, y, por supuesto, el plano deambular de sus vagones. Por ahí el Ayuntamiento acondicionará en breve un paseo largo y sereno. Otra medida que promociona el turismo, tarea en la que este pueblo está embarcado, pues la alternativa ante el cierre de la Central Nuclear de aquí a dos años, no va a ser otra que la del Turismo. Y ellos ya se están moviendo. Ahora hace falta que la Administración Regional les ayude también, porque si la Junta ha apoyado desde siempre el desmantelamiento de la Central, no puede ahora olvidar que la mayoría de la gente de Almonacid vive de ella. Los almorcileños bien se merecen que se les tenga en cuenta, porque después de haber aguantado 30 años con un potencial peligro al lado de sus casas, no se les puede “cerrar la tienda” sin más, y si te he visto no me acuerdo…

Paisajes de Sacedón, Guadiela abajo

 

El entorno de Sacedón, en el límite sureño de la Alcarria, es uno de los más bellos y espectaculares de toda la provincia. Un manantial de posibilidades turísticas, hasta ahora no suficientemente explotadas, hacen del término sacedonense uno de los espacios más hermosos de nuestra región. Se juntan en él las provincias de Cuenca y Guadalajara, de tal modo que se pasa de una a otra casi sin darse cuenta. Porque además poco importa en cual de ellas se está en cada momento: la espectacularidad de la Naturaleza es de tal magnitud, que el viajero solo se fija en los riscos, los bosques, las verdeantes aguas, los altos nidos de los buitres.

Desde Sacedón, y en compañía de mis buenos amigos María Jesús Moya y Jesús Mercado, he bajado por la hoz del Guadiela hasta la ermita de Nuestra Señora de los Desamparados. Es un recorrido que, a pesar de la tarde tormentosa, ha tenido instantes de sol y de gloria: momentos en los que el paisaje nos envolvía como un sueño. Es sencillo de hacer este trayecto, y fácil para los que como nosotros, escasos siempre de tiempo, vamos en coche. Desde la plaza mayor de Sacedón, y subiendo por su Calle Mayor que pasa ante los palacios del rey Fernando VII, el primer veraneante ilustre de la provincia, tomamos en derechura la carretera que conduce a Buendía. A la derecha, pequeñas alturas boscosas de la peña del Reloj y otras cumbres del término sacedonense, que ya empiezan a sorprendernos por su limpieza de líneas y su contundencia de perfiles. Se deja a un lado el “rollo Trujillo” y la ermita de San Andrés, último resto de la población de Santa María de Poyos, que quedó sumida por las aguas del embalse, lo mismo que le pasó al balneario de La Isabela.

Enseguida se llega a la presa de Buendía, y sin cruzarla se toma un camino de tierra que, saliendo hacia la derecha, baja fuerte hasta el nivel del río. Es el Guadiela, un río que viene de la serranía de Cuenca, y que allí es remansado para formar un gigantesco embalse, un verdadero mar interior que ahora, en los últimos coletazos de la primavera, está pletórico, radiante, azul magnífico. El río se ensancha enseguida, se remansa a su vez, porque empiezan a ser retenidas sus aguas por otra presa inferior, aunque todavía lejana: la de Bolarque. Primero es un valle ancho y verdeante. Pero enseguida comienza a estrecharse y sus murallas laterales se alzan a lo alto, creando cantiles vertiginosos que en sus alturas de más de 200 metros dejan anidar sin problemas a los buitres.

El camino de tierra ha permitido llegar y aparcar en sus orillas a algunos pescadores de lucios. En un momento determinado, ya con el camino muy estrecho y a tramos creado artificialmente entre la roca cortada y añadidos de tierra y cemento para sujetarle, se llega a un espacio en el que se prohíbe seguir rodando, y hay que echar pie a tierra, subir el empinado camino de firme de cemento, y asombrarse paso a paso de la espectacularidad del paisaje.

Estamos en provincia de Cuenca, sí, aunque los altos de la derecha son Guadalajara. A nuestra izquierda, profundo y verde, el río Guadiela. Todo es pinar denso, oloroso tras haber caído unas gotas y haber sentido el retumbar del trueno entre los roquedales rojizos. Tras coronar una cota aguda, se ve otra gran curva del río y allí abajo, casi hundida en la roca oscura y acantilada, aparece la ermita de Nuestra Señora de los Desamparados, que tiene su origen en la aparición de una imagen de la Virgen entre las brañas y roquedales espesos del entorno. Se construyó hace siglos un humilde edificio, que aún perdura, muy simple. Los vecinos de Buendía, y muchos del entorno, entre los que se incluyen a los de Sacedón, vienen a hacer romería en este paraje dos veces al año. Una en mayo, y otra a mediados de septiembre, esta última en plan nocturno, quedando mucho allí a pasar la noche, junto a las aguas, en un entorno se me antoja mágico y espectacular.

El río sigue bajando y enseguida dará un giro de 180 grados, para desembocar ya en el Tajo, junto en el vaso principal de la presa de Bolarque, a la que llegan y dan altura las aguas de estos dos ríos. En esa curva pronunciada del Guadiela desemboca también, en un espectacular entorno de rocas y arboledas, el río Jabalera, que baja desde los llanos que circundan al pueblo del mismo nombre. En la orilla izquierda de este impresionante paisaje, se ven colgantes muchas viviendas y chalets, que forman la gran urbanización de “Nueva Sierra de Madrid”, perteneciente al término de Albalate de Zorita. Hay muchos de sus vecinos que tienen barcas, a motor y remos, y se entretienen en pasearse por estas aguas solemnes, lentas y amables. En un paisaje que tiene mucho de familiar y doméstico, pues sus altos muros laterales parecen recrear un hogar. Pero a quien llega allí por primera vez, como me pasó a mí hace unos días, impresiona de forma mayúscula. Es un lugar que merece ser visitado, gozado, y recordado siempre. Yo hago eso, y lo recomiendo a mis lectores, porque no todo van a ser iglesias románicas y catedrales seguntinas. Hay verdaderos monumentos de la Naturaleza a los que conviene ir a mirar/se, y aprender de ellos (o recordarla) nuestra pequeñez e insignificancia.

Paredes cortadas a pico, cristalinas anchuras del río, y un cielo que despeja: eso es lo que nos ofrece el viaje de vuelta, mirando desde la altura de la presa de Buendía el mar inacabable de la Alcarria, que ahora tiene más de 50 kilómetros de longitud, y que hubiera resultado un sueño para los romanos de Ercávica (ciudad que estos levantaron en la orilla izquierda del río, y que hoy puede admirarse yendo desde el municipio conquense de Cañaveruelas).

Sacedón tiene otras estupendas ofertas paisajísticas, sin contar las orillas de mil escorzos de su embalse de Entrepeñas: tiene el camino y la altura de la ermita del Socorro, desde la que se divisan también espectaculares panoramas del Tajo, especialmente adornados con el penacho pétreo del castillo de Anguix. Tiene un paseo sin parangón yendo por el alto de San Julián hasta el “Estrecho” o antigua Boca del Infierno, ya cubierto por las aguas, pero con la impresionante belleza de la naturaleza rota en cortes jurásicos. O tiene la amable condición humana de sus olivares, sus viñedos y sus olmedas, que ahora mantienen el verdor múltiple de esta primavera lluviosa. Un lujo de naturaleza que muchos sentirán nuevo y sorprendente. El término de Sacedón y sus contornos, es, por todo ello, una obligada visita en estos días del verano en ciernes