Mayos y Canciones

viernes, 28 abril 2000 0 Por Herrera Casado

La Fiesta llega con la primavera, con la luz, el sol y la hierba mojada. Con el día tibio y la noche serena. La Fiesta se renueva en los primeros días de mayo, o mejor aún: a partir de la noche del 30 de abril, cuando muchos y muchas pasan al sereno recibiendo a mayo, y dándole la bienvenida al son de aquel antiguo cantar que tenía por objetivo «para que galanes cumplan con doncellas».

La llegada de mayo, a las puertas ya de nuestro calendario, parece animar la celebración de fiestas y jolgorios. Recién pasada la severidad y el silencio de la Semana Santa, que este año en Guadalajara ha dado qué hablar por motivos extra-religiosos, se acerca el momento de levantar los arcos de flores y hacer un saludo al aire cruzado ya de golondrinas.

Después de haber asistido a la Feria del Turismo Rural en Pastrana, que este año ha celebrado ya su tercera cita con el numerosísimo público que la ha visitado, parece que es en esa villa alcarreña donde se adensa la capacidad de convocatoria para lo lúdico, y la fiesta más representativa de la primavera tiene allí su expresión también más certera. La Fiesta de los Mayos.

Voy a recordar esa fiesta de la mano de uno de nuestros escritores más prolíficos y metódicos en su estudio de la realidad festiva: de la de José Ramón López de los Mozos, que a su generosidad por el estudio, el análisis y la divulgación de las fiestas del universo alcarreña, este año ha añadido la circunstancia de haber presentado (justamente en el Salón de Actos de esa TUROJAR 2000 de Pastrana) un nuevo libro que lleva por título «Fiestas Tradicionales de Guadalajara». López de los Mozos analiza con todo detalle las fiestas de los mayos, sus múltiples variantes, canciones y ritos por toda la provincia, pero se detiene con predilección en Pastrana, donde de ya muy antiguo viene teniendo lugar esta celebración que se sitúa en el 3 de mayo, aunque se suele trasladar al domingo primero del mes.

Los Mayos de Pastrana

En Pastrana se celebra, en grupos de gentes por barrios, la fiesta de la «Cruz de Mayo». Para ello se aprovecha la cruz de madera que seguro existe en alguno de los puntos estratégicos o más visibles de cada barrio. Entre ellos rivalizan por conseguir poner su cruz más bonita, más llamativa, que las de los otros. Desde hace poco tiempo, en que esta fiesta va cogiendo fuerza y renovándose continuamente, es un gozo contemplar la colorista belleza de esas «cruces de mayo» que se cubren con llamativos adornos, con reposteros a los lados, flores en su basamenta, estampas de todo tipo, antiguas y modernas, cuadros de lo mejor de cada casa, imágenes religiosas, y en general todo aquellos que pueda darle vistosidad, barroquismo subido, a las cruz que es en esos días como la tarjeta de visita de cada barrio.

Delante de cada cruz se colocan pequeños altares con platillos y cuencos donde la gente puede echar sus ofrendas y así recaudar fondos para mejorar el año próximo la belleza y prestancia de su «cruz de mayo». El día de la colocación de estas cruces, todos los vecinos del barrio se congregan ante ella, y allí entre admiración y recuerdo se toman los bollos, las rosquillas y las magdalenas que van regadas por el recorrido del gaznate con vino dulce, anís y en ocasiones aguardiente, mientras todos los vecinos, los visitantes y aún turistas se asombran de tanto color, de tanta filigrana… son muy comunes estas fiestas de «cruces de mayo» en los pueblos andaluces, o en Piedrabuena (Ciudad Real) donde la calidad de estas cruces es asombrosa, llenando y decorando a veces casas, y barrios enteros con ellas. En Pastrana es esta una fiesta que va a más, por el apoyo del Ayuntamiento, que sabe que en la esencia popular de la tradición está la mejor conciencia de ser y recuperarse.

Fiestas Tradicionales de Guadalajara

Venía esta invitación a ver los mayos y las cruces de Pastrana, a cuento de que el otro día, en un acto muy bien preparado, y al que acudió numeroso público interesado, tuvo lugar en Pastrana la presentación de un libro de José Ramón López de los Mozos titulado precisamente así, «Fiestas Tradicionales de Guadalajara». En él aparecen referencias amplias de 65 fiestas características de otros tantos pueblos o ciudades de nuestra provincia, y se mencionan las de 182 localidades en total, con mayor o menor detalle. Ante una obra así, uno no puede más que felicitar al autor por haber conseguido rematar un trabajo tan digno y atractivo, y felicitarse por haber podido tener la oportunidad de conocer tanta fiesta curiosa, tanta celebración ancestral que sirve para ahondar en la raíz auténtica del pueblo, de los pueblos que las celebran, y tener la tranquilidad de que con tan variada y rica oferta folclórica Guadalajara tiene aún con más seguridad afianzado su papel de receptáculo de un turismo que quiere encontrar sorpresas, alardes y entrañas por todos sus rincones.

brihuega la roca del tajuña

Cuando López de los Mozos, en la presentación de su libro sobre «Fiestas Tradicionales de Guadalajara» nos iba enumerando y diciendo los detalles y las curiosidades de las 17 fiestas de «botargas» que actualmente existen en nuestra tierra, se nos quedaba la boca abierta ante tanto curioso y desconocido dato sobre ellas. Pero si se ahonda, como él ahondó, en los significados rituales de águedas y botargas, de danzantes y caballadas, el pasmo se alarga y uno se queda con la boca abierta. Es todo color, música y baile en Guadalajara, pero un color, una música y un baile que nace de la entraña más profunda, de la tradición más genuina.

Si existían ya múltiples motivos para recorrer Guadalajara, para contemplar sus monumentos, sus castillos, sus plazales luminosos, sus riscos y arroyos, se añade ahora esta visión panorámica, total, de la fiesta y el folclore. Quizás entrañe un peligro, esta obra y todas las llamadas que puedan hacerse para que la gente conozca las fiestas ancestrales y cargadas de mitos y ritos: que se masifique la afluencia a ellas, que ocurra como ya ocurre con los danzantes de Valverde de los Arroyos, el domingo después de la octava del Corpus, en que una fila de coches de más 5 kilómetros de larga se va alineando por las carreteras que llegan al pueblo, descargando en sus calles a cientos, a miles de personas. El difícil equilibrio entre la autenticidad de una fiesta que es para los vecinos que la viven, y el espectáculo para curiosos, es el compromiso más atractivo que se plantea a sus respectivos responsables. Pero no existe duda que, bien llevado el motivo principal, la fiesta en su esencia auténtica, este «poster» colorista y sonoro de nuestra tierra es otro de los mejores reclamos para dar vida a esa novedosa industria, la mejor y más segura, que puede repoblar nuestra tierra: el turismo de interior, el turismo rural, el goce por andar el campo, hablar con sus gentes, mirar sus ritos antiguos y solemnes.