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septiembre, 1998:

Memoria de Goyeneche en Illana

 

Entre los personajes que podemos decir incidieron de forma positiva en la historia de Illana, se cuenta de forma notoria a don Juan de Goyeneche, quien a comienzos del siglo XVIII impulsó de tal modo la vida económica y social de esta villa, que debe sin falta estar en los anales de la misma, entre la nómina de sus personajes ilustres.

Quien fue Goyeneche

El linaje de Goyeneche procede del valle de Baztán, en la Navarra pirenaica, donde tuvieron varias casas en su origen. Juan de Goyeneche nació en 1656 en el barrio de Ordoqui, próximo a Arizcun, en el Baztán navarro. Era el menor de seis hermanos, por lo que como «segundón» (más bien como sexendón) sus padres le mandaron a Madrid, a que estudiara. En 1670 llegó a la capital de España, estudiando Humanidades en el Colegio Imperial de los Jesuitas.

Casó en 1689 a los 33 de su edad. Celebró la boda en su casa de la calle del Arenal. Su mujer era María Francisca de Balanza, hija de Martín de Balanza, noble navarro natural de Aoiz. De los varios hijos habidos solo sobrevivieron Francisco Javier, futuro marqués de Belzunce; Francisco Miguel, que heredó este mismo título tras la temprana muerte de su hermano, y Juana María. El segundo, Francisco Miguel, añadió el título de Conde de Saceda por otorgamiento por Felipe V en 1743.

Por su formación madrileña y herencia de familia, Goyeneche fue un hombre muy culto, un gran humanista y erudito. Le gustaba comprar, coleccionar y leer libros. Él mismo fue escritor. Su único gran libro, publicado en 1685, es la Executoria de la Nobleza, Antigüedad, y Blasones del Valle de Baztán, que es un «auto de fe de su navarrería baztanesa» más que un libro de erudición. Además escribió una breve biografía de don Antonio de Solís y Rivadeneyra, apoyando la edición y poniendo prólogo de las Varias poesías sagradas y profanas del mismo Solís. Y siendo editor, finalmente, en 1688, de la Mística ciudad de Dios de Sor María de Jesús de Ágreda. Todo ello da muestras evidentes de su preocupación intelectual y literaria, de la que el mismo padre Benito Feijóo afirma que «su casa… es noble Academia donde concursan los más escogidos Ingenieros…» añadiendo que «las Ciencias le reconocen como Protector, y las Artes como Promotor».

Además puede calificársele de devoto cristiano, y más aún, de entusiasta «pro-jesuita», cosa que luego, en el siglo XVIII, se pondría bastante menos de moda. Su formación en el Colegio Imperial, y su trato frecuente con ilustrados religiosos, le hizo crecer en su apoyo a los Jesuitas, a la par con su devoción por San Francisco Javier, lo cual se puede leer como clave de muchas de sus actuaciones: en su testamento pedía ser enterrado en la iglesia de San Francisco Javier del Nuevo Baztán, o en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús de Almonacid de Zorita, por él fundado.

La actividad de Goyeneche durante su vida en Madrid (que fue donde pasó toda su vida) es realmente impresionante. Él sirve de aglutinante a un amplio foro de empresarios e ilustrados navarros que viven en la Corte. Se hacían denominar como «protectores de la restauración de la abundancia de España» y trataron por todos los medios de dotar al país de fuentes de riqueza propias, aumentando la producción nacional y disminuyendo las importaciones.

Entre los cargos meramente cortesanos, aunque a su vez administrativos y económicos, Goyeneche fue Tesorero General de las Milicias, hasta 1710. Además fue Tesorero de doña Mariana de Neoburgo, por nombramiento de Carlos II. A partir de la muerte de este, y la subsiguiente Guerra de sucesión, Goyeneche fue siempre partidario del partido francés, por lo que una vez Felipe V en el trono alcanzó los cargos de Tesorero de las reinas María Luisa e Isabel de Farnesio, ambas esposas del primer Borbón. Este cargo se lo pasó a su hijo Francisco Javier en 1724.

La actividad empresarial de don Juan de Goyeneche, en una época de crisis y depresión, causa hoy asombro. Empezó con poco: en 1697 adquirió el periódico «La Gazeta de Madrid», fabricando en sus molinos del Tajuña hasta el papel del rotativo. De ese inicial «poder de información» le vinieron enseguida otros. Suministrador de materiales para el Ejército y la Armada, cortaba grandes árboles en el Pirineo para hacer mástiles de barco, bajándolos en grandes almadías hasta el Mediterráneo. Creó fábricas de brea y alquitrán en los montes de Tortosa. Promocionó y pagó buena parte de la carretera de Madrid a Valencia, porque intuía que la base del crecimiento económico eran las buenas comunicaciones.

Industrias y tenerías

Después llegaron las industrias. Se inició todo con la creación, en un lugar inhóspito, sobre la meseta de la Alcarria Baja, cerca de Alcalá y del Tajuña, de un pueblo entero: el Nuevo Baztán. El conjunto estaba inspirado en las propuestas de Colbert. Un auténtico ejemplo de urbanismo racionalista. Se trataba del asentamiento de una nueva y numerosa población, agrupando en una serie de edificios «de cal y canto» con vocación industrial, con amplio y limpio trazado urbano, los servicios de una ciudad pequeña y modélica.

En Nuevo Baztán el elemento principal es el palacio del dueño. A su extremo izquierdo se levanta la iglesia, y en el conjunto urbano se construyen viviendas, talleres de todo tipo, almacenes, hornos, pósito, escuela, mesón, bodegas, un jardín, etc., con un planteamiento de cuadrículas y calles perpendiculares, con una visión muy armoniosa. Delante del palacio, una gran plaza y detrás otra, rodeada de casas de oficios, de talleres de artesanos, con función de plaza pública y de plaza de toros.

Este conjunto, que fue diseñado en su conjunto y en sus detalles por el arquitecto José de Churriguera, lo completó Goyeneche con un nuevo trazado de la carretera de Madrid a Nuevo Baztán, construyendo algunos puentes sobre el Tajuña, añadiendo una fábrica de papel en el batán de Vella-Escusa, una ermita cerca, un gran bosque de nueva planta con encinas y robles para la caza, etc.

Las fábricas y el palacio de Illana

Después de tener en marcha Nuevo Baztán, Goyeneche se propuso elevar el nivel de vida de la comarca en su torno. Ahí entre en juego Illana. Porque por un Decreto de 23 de octubre de 1718 estableció en La Olmeda de la Cebolla y en Illana sendas «fábricas de paños, antes, gamuzas, sombreros y otros géneros…», productos todos ellos que antes se traían de fuera de España. Si en el Nuevo Baztán colocó fábrica de aguardientes, de gamuzas, de antes y sombreros, tenerías… para hacer «texidos de sedas, pañuelos, colonias y cintas…» llegó a instalar una fábrica de cristales finos, y de vasos, trayendo oficiales de Francia y los Países Bajos, en otros pueblos del entorno añadió otras pequeñas fábricas de lo mismo: concretamente en Almonacid de Zorita y en Chinchón, con molinos y tenerías en las riberas del Tajo y del Tajuña.

Además de esa labor verdaderamente ilustrada y benéfica, industrial y poblacional, Juan de Goyeneche levantó, desde el punto de vista personal y familiar, diversos palacios. Es en 1713 cuando encarga a Churriguera el Nuevo Baztán (el pueblo, el palacio, la iglesia…) e inicia la construcción de sus palacios en Illana, Saceda de Trasierra y Almonacid de Zorita, todos ellos actualmente conservados en mejor o peor estado. Concretamente el de Illana, con un diseño sobrio de fachada, cuyas líneas maestras daría sin duda José de Churriguera, está hoy muy maltratado. Solo queda de él (en tiempos estuvo dedicado a Cuartel de la Guardia Civil) la fachada y el hermoso escudo que la remata.

La mejor «casa grande y principal» la levantó en la calle de Alcalá, en Madrid, también con planos de José y Matías Churriguera, que la levantaron entre 1724 y 1729. Ya era mayor don Juan Goyeneche cuando se terminó este suntuoso palacio madrileño, por lo que no llegó a habitarlo, dejándolo en alquiler para el Estanco de Tabacos en 1732.

Juan de Goyeneche murió en 1735, en su palacio del Nuevo Baztán, tras hacer testamento en 1733. Su mujer había muerto antes, en 1728. Todos cuantos han estudiado la figura de este prócer navarro han coincidido en alabarle por sus virtudes, inteligencia y voluntad decidida. Como un ejemplo final, he aquí la frase que le dedica W. Callahan en su magnífico trabajo Don Juan de Goyeneche publicado en «The Business History Review», XLIII, nº 2 (1969) que nos dice que «no puede dudarse de que [Goyeneche] aceptó con sinceridad el punto de vista sostenido por muchos economistas españoles de su tiempo de que la nobleza estaba obligada, más que cualquier otra clase, a contribuir al progreso económico de la nación». Goyeneche fue precisamente uno de los que mejor entendió esta obligación moral, y la vino a poner en práctica precisamente en la Alcarria, y más concretamente, aunque de forma tangencial, en Illana. Es por ello que Illana debe reconocer en Goyeneche a uno de los más ilustres personajes de su historia.

Un catálogo necesario: Rollos y Picotas de Guadalajara

 

En muchos pueblos de nuestra provincia aparecen unos elementos arquitectónicos que a unos sorprenden y a otros ya ni les inmutan, por estar cansados de verlos. Sobre el asombro y la costumbre, se alzan siempre rectos, suficientes, orgullosos y brillantes los rollos, las picotas de nuestros pueblos. En Guadalajara existen más de 40 de estos elementos, bien conservados y fehacientes de un significado muy concreto, de una historia densa y clara.

Un Catálogo necesario

Aunque quienes caminan de forma habitual por los pueblos de Guadalajara ya conocen la mayoría de estos elementos arquitectónicos, no venía nada mal que alguien se pusiera a la tarea de realizar su catalogación, la recogida de los datos de todos y cada uno de estos rollos y picotas. Son pétreos gritos a la entrada de los pueblos, sonoros aldabonazos de gallardía en el centro de sus plazas mayores. ¿Alguien no ha visto todavía, al pasar por El Pozo, el rollo que se levanta en el centro de la villa? ¿Alguien no se fijó al salir (o entrar) de Cifuentes, en la picota que adorna los jardines de una urbanización extrema? Así hasta 40 y aún más.

Esta tarea de recopilar sus datos, de fotografiarlos uno a uno, de dibujarlos, anotarlos, consignarlos con sus más mínimos detalles, la acaba de realizar Felipe María Olivier López-Merlo, uno de nuestros más entusiastas escritores alcarreños, quien se ha recorrido cientos, miles de kilómetros por la geografía provincial, en compañía de Juan José Bermejo, un estupendo fotógrafo que se ha encargado de la tarea de recoger en negativos las imágenes. Y les ha salido una obra simplemente perfecta, una obra que yo consideraría como indispensable de conocer para cuantos quieran tener el saber de todo lo que de interesante encierra Guadalajara.

Porque en el significado y en la forma de estos rollos y picotas está buena parte de la esencia de nuestra tierra. Ellos tenían una misión muy concreta: la de anunciar a propios y extraños la capacidad de administrarse justicia a sí mismo que tenía el pueblo que la exhibía. Aunque en un principio, en plena Edad Media, tuvieron un sentido patibulario y de castigo (dicen que de sus ganchos, de sus extremidades más altas colgaban ahorcados a los malhechores para público escarmiento) a partir del siglo XV lo que significan es algo bastante diferente, pues tienen la voz de decir que ese pueblo es Villa con jurisdicción propia, y que los asuntos de su gobierno y su justicia se dirimen entre sus propios vecinos, sin que más altas instancias deban entrometerse en su vida particular.

Los mejores rollos de Guadalajara

Con el significado que lo clásico nos ha legado, Guadalajara tiene, más que un buen rollo, muchos buenos rollos. Son estos elementos tallados en piedra, solemnes en su gris tono, vibrantes en los contrastes de sus adornos en relieve, los que dan belleza a muchas plazas de nuestra provincia, y asombran al caminante en muchas encrucijadas de sus caminos. Recordar uno por uno los cuarenta que existen en la provincia sería tarea no pesada, pero sí amplia para esta página de urgencia. No puedo, sin embargo, negarme a evocar aquí los que más me gustan: esos rollos y esas picotas que dicen de la soberanía de los pueblos que los ofrecen, gustosos y limpios, a vecinos y visitantes.

Quizás sea el más bello de todos (casi sin excepción es la valoración de los entendidos en el tema) el rollo de Fuentenovilla. Muy alto, muy bien conservado, y con un remate que ofrece un tejadillo escamado, unas figuras mitológicas y muchas tallas al remate de su estriado fuste, es sin duda la pieza más elegante del catálogo de picotas alcarreñas.

Pero no podemos olvidar esos interesantes elementos de El Pozo de Guadalajara, de Lupiana y de Moratilla de los Meleros. Con sus clásicos brazos en lo alto de los que asoman las cabezas de leones, o con sus tallas ya desgastadas que explican su sentido de fuerza y anuncio caminero.

En Balconete y en Valdeavellano (junto a estas líneas) surgen otros dos preciosos rollos. El primero es más antiguo, con trazos y perfiles góticos todavía. El segundo es nítidamente renacentista, sobrio y elegante a un tiempo. Como el de Cifuentes, que con su ranurada columna, pregona la fuerza de una villa que tuvo su señorío ligado a los silva, una de las familias más fuertes de los iniciales años modernos. También es muy bonito el rollo de Hueva, y no podemos olvidarnos del de Peñalver, que es de los pocos que luce en su remate el escudo de su señor, del linaje de la familia dominante.

De algunos solo sabemos que existieron, y debían ser muy bellos a juzgar por los arquitectos que los diseñaron: es el caso de Horche, a quien le trazó su rollo nada menos que el arquitecto Medinilla. Se lo llevó (según me han contado) una fuerte racha de viento un día de tormenta veraniega. También en Galve de Sorbe hay que contabilizar dos rollos en el mismo pueblo (es el único caso en que esto ocurre). Quizás uno simbolizaba la jurisdicción, y otro el castigo. También en el señorío de Molina hubo algunos, de los que sólo sobreviven los de Tortuera e Hinojosa, muy hermosos.

Otros son más sencillos, como los de La Toba, Villaviciosa de Tajuña, Brihuega, Gárgoles, Alcolea de las Peñas, Alarilla, etc. Muchos hay, todos diferentes y hermosos, todos llenos de esa sustancial razón de íntima fuerza y honda raigambre. Nadie que vea, tras muchos años de faltar, el rollo de su pueblo, dejará de sentir un escalofrío por la espalda, quizás un temblor de mandíbula y una humedad incontenible en los ojos. Son realmente eso: el corazón y la palabra de los pueblos que los tienen.

Un libro encantador

El libro que acaba de publicar Felipe Mª Olivier López-Merlo, en colaboración con Juan José Bermejo como fotógrafo, es sin duda una forma útil y firme de acercarse al conocimiento de estos elementos. Se titula (no podría ser de otra forma) «Rollos y Picotas de Guadalajara» y a lo largo de sus 80 páginas totalmente cuajadas de fotografías en color, de dibujos y esquemas, de planos y de historias, cualquiera puede saber el misterios, desvelado, de la picota de su pueblo, de ese elemento que siempre saludó con veneración (a veces con miedo) y que tiene, ya está claro, un significado de alegría y afirmación. Una forma más de conocer, a través de su patrimonio, la tierra en que vivimos. Esta Alcarria cuajada siempre de sorpresas.

Historia (de Guadalajara) solo hay una

 

Ayer vivió Guadalajara, de alguna forma, el inicio de las Ferias y Fiestas de este año. Alcalde y concejales, autoridades y vecinos, acudieron en masa a los actos culturales que suelen colocarse en estos barruntados inicios de las Fiestas: inauguración de exposiciones, muestras folclóricas y, por una vez tan sólo, presentación de un libro que va a marcar, estoy seguro de ello, un hito en la historia de nuestra ciudad. Un antes y un después. Porque el libro se titula y trata nada menos que de eso precisamente: de la «Historia de Guadalajara».

Historia e historias de Guadalajara

A lo largo de los siglos ha habido numerosas gentes que, aquí nacidas o venidas de fuera, han dedicado largas horas y aun años en investigar y escribir la historia de la ciudad de Guadalajara.

Sería largo de contar cuales han sido los mejores relatos de nuestra vicisitud: desde los Anales de la Ciudad de Medina y Mendoza, hasta el libro que ayer se presentó en el Ayuntamiento, y que es, a lo moderno, el producto de un compacto equipo de profesionales que han sabido captar lo que necesita el hombre de hoy para saber, en visión rápida, de su ayer, de sus ayeres.

Hasta ahora, como digo, ha habido muchos intentos de escribir la His­toria de Guadalaja­ra. De ellos han resultado algunos manuscritos, difíci­les de consultar y ya medio borrosos, y otros libros que también se han hecho, con el pasar de los años, raros ejemplares de bibliófilo. Categoría que han adquirido ya las más recientes, pues una que puse en pública consideración hace no más de 5-6 años, hoy ya es un libro difícil de encontrar.

La más antigua de las Historias de Guadalajara conocidas es la que escribiera don Francisco de Medi­na y Mendoza a mediados del siglo XVI. La tituló Anales de Guadalajara y hoy se consi­dera perdida. La consultó y utilizó muchas de sus noti­cias el siguiente historiador que acometió el intento: el jesuita Hernando Pecha, en 1632, quien redactó su Historia de Guadalaxara, y como la Religión de Sn. Gerónimo en España fue fundada y res­taurada por sus Ciudada­nos, quedando manuscrita y casi olvidada en los ana­queles de la Biblioteca Nacio­nal hasta que en 1977 se publicó por vez primera, a cargo de la Institución Pro­vincial de Cultura «Marqués de Santillana» con un estu­dio previo realizado por mí. Le siguió inmediatamente des­pués la Historia de la nobilí­sima ciudad de Guadalaxara, escrita en 1647 por el regidor Francisco de Torres, que se quedó manuscrita por los siglos, pues aún no ha visto la luz de la imprenta. Y poco después apareció, en elegante edición clásica, de 1653, la Historia eclesiástica y seglar de la muy noble y muy leal ciudad de Gua­dalaxara escrita por el licen­ciado Alonso Núñez de Cas­tro.

Nada más se hizo en este sentido hasta el siglo XX, en que los sucesivos cronistas locales se afanaron en con­seguir llevar a buen puerto esta vieja aspiración de los buenos arriacenses. Y así don Juan Catalina García pro­porcionó muchos materiales para poder escribir esa Historia en su obra La Alcarria en los dos primeros siglos de /a Reconquista, y don Manuel Pérez Villamil hizo lo propio en los amplios Aumentos que le puso a la publicación de las Relaciones Topográfi­cas mandadas escribir a finales del siglo XVI por el rey Felipe II. Sería, sin embargo, don Francisco Layna Serrano quien diera cima a su monu­mental obra titulada Historia de Guadalajara y sus Mendo­zas en los siglos XV y XV/, publicada por primera vez en 1942, en cuatro gruesos volúmenes, y hoy de nuevo en los comercios gracias a una edición mejorada que, en buena parte, ha sido posible gracias al patrocinio del Ayuntamiento guadalajareño.

En ese río anchuroso de las historias de Guadalajara, ésta que ahora recibimos con aplauso es, posiblemente, la más lograda y, con toda seguridad, la que ofrece datos más actualizados.

Una historia movida y con mensaje

A la historia de Guadalajara nadie puede achacarle que sea aburrida o monótona. Aquí han pasado una inmensidad de cosas. La mayoría buenas, aunque también ha habido momentos de gran dolor y amargura. Posiblemente se hayan concentrado en este siglo que ahora está casi a punto de acabar las más fuertes de las emociones todas: nuestra centuria ha sido la que ha tenido momentos de mayor esplendor (hoy mismo, Guadalajara es una ciudad abierta, luminosa y llena de vida, riqueza y alegría) y días de terrible angustia y tristeza (léase el 6 de diciembre de 1936, para quien tenga algo de memoria). Pero en general, como en botica, ha habido de todo.

En la historia de Antonio Ortiz y sus colaboradores, las cosas de Guadalajara están tratadas con eficiencia, con claridad y perspectiva. Aparecen los primeros balbuceos de lo que pudiera ser un grupo de mínimos asentamientos prehistóricos en los taludes del río Henares. El recuerdo del paso de los romanos. La sonoridad del nombre árabe que quedó para siempre definiéndonos. Y ese sucederse de reyes, de señores, de Mendozas, de fiestas y edificaciones, que forman la historia más conocida.

Sin embargo, el libro de los profesores del Liceo Caracense va más allá. No es una historia al uso, con notas a pie de página, documentos, opiniones. Es una historia lineal, sencilla, pero completa. Una historia de Guadalajara que está, sobre todo, engarzada plenamente con la historia de España. Yo aún diría que es esta la que se cuenta, y a cada paso que da la Patria, en Guadalajara resuena de un modo peculiar. Y se nos dice.

Así son los momentos del Medievo, con la explosión de soberanía y autogobierno populares (concejo de Guadalajara). El Renacimiento de los sistemas centralizados, con los Reyes Católicos y los primeros monarcas de la Casa de Austria (el auge mendocino). La decadencia (Fábrica de Paños de quita y pon). La guerra contra los franceses (El Empecinado). Las revoluciones y movimientos revolucionarios/reaccionarios (la monja de las llagas, Moreno y Marlasca, el Ateneo…) Y al fin la Guerra Civil, con su rastro de tragedia (los fusilamientos, Ortiz de Zárate, Marcelino Martín, italianos y republicanos…)

Todo ese bamboleo de cosas que suceden en España, tiene en Guadalajara su imagen especular. Breve, pero exacta. Y eso es lo que nos dicen los autores de este libro magnífico, bello en presentación, rico en imágenes, en mapas, en gráficos genealógicos… Rico sobre todo en capacidad de darnos la Historia de Guadalajara comprimida y total.

Yo creo que esta ha sido, por una vez, una forma plausible y realmente cultural de iniciar unas Fiestas de Otoño en Guadalajara. Unas Fiestas para las que deseo desde aquí lo mejor, lo más alegre y sonoro. Pero una cosa no choca con la otra. Y entonces viene el lugar y la ocasión para lanzar un fuerte aplauso a quienes, desde el Ayuntamiento de Guadalajara, han hecho posible este maridaje de la Fiesta y la Cultura.

Una biblioteca molinesa

 

Al iniciar cualquier recorrido por esta nuestra tierra, o por cualquier otra que al paso se nos ponga, conviene ir bien pertrechado bibliográficamente, con un fundamento, no sólo de ansias por conocer cosas nuevas, sino de previas lecturas, de datos, de imágenes; el arribo a ese lugar, a ese paisaje, a ese pueblo, va a ser más fructífero: se completarán preestablecidas ideas, o se cambiarán incluso. Se vendrá a tener la lección práctica de lo que antes fue repaso teórico. La lectura y el viaje, vienen así a complementarse, y hoy son las aficiones favoritas de muchos alcarreños. Lo deseable es que esto se extienda, y cada día sean más numerosos quienes, en solitario, en grupo familiar o amistoso, se desplacen a los campos, a los caminos y a las poblaciones de nuestra tierra, para mejor conocerlas, y así amarlas.

En uno de los anaqueles de nuestra biblioteca aparece el rótulo «Molina» que viene a señalar cuanto se ha escrito y publicado en torno al Señorío. Muchas de esas obras hoy están perdidas, otras solamente se conservan, manuscritas, en bibliotecas o archivos nacionales, y, en fin, algunas más publicadas en este o en el pasado siglo, aunque muy difíciles de encontrar, pueden dar todavía alguna información complementaria en torno a esta tierra. El hecho cierto es que para quien hoy se inicie en la formación de una «biblioteca molinesa», apenas si hay posibilidad de juntar fácilmente dos o tres libros, de las varias decenas que a lo largo de los siglos sobre esta tierra se han escrito.

Los vamos a recordar, de todos modos. Y vamos a pasar por alto, naturalmente, las fuentes documentales, que no son sino los fundamentos que han tenido quienes se han dedicado a escribir sobre Molina: algunos ejemplares de su Fuero, los archivos de la casa de Lara, el Histórico Nacional, el de Simancas, los archivos del Ayuntamiento de Molina, el del Cabildo de clérigos, el de la Comunidad de Villa y Tierra; los muchos y desperdigados archivos parroquiales y municipales; y aún varios otros archivos particulares, de familias hidalgas o de eruditos investigadores, conforman el corpus de documentación básica para quien desee entrar en la más honda de las raíces molinesas.

Pero luego surgen los libros, frutos pacientes de historiadores y curiosos que recopilaron documentos y datos sueltos, que recogieron tradiciones o vivieron hechos: y éste es el fondo auténtico de nuestra biblioteca molinesa.

Los clásicos de la historia molinesa son Francisco Díaz, capitular del Cabildo eclesiástico de Molina, quien en 1474 escribió una copia del Fuero de Molina, añadiendo unas notas históricas suyas; el licenciado don Francisco Núñez, que fue vicario del arciprestazgo de Molina y Abad de su cabildo de clérigos; escribió la primera historia del Señorío, que él tituló «Archivo de las cosas notables de Molina» y la redactó entre 1590-1606, conservándose el original, según me han dicho, muy destrozado y casi ininteligible en la Biblioteca de la Colegial de Jerez de la Frontera, existiendo una copia que de dicha obra hizo Reinoso, en 1800, y de la que poseo un ejemplar a su vez copiado.

No puede decirse lo mismo de la del licenciado don Juan de Rivas, que fue Regidor de la villa: escribió en 1612 un «Epítome de las cosas notables de Molina» que constaba de 29 capítulos y no llegó a concluir; hoy está absolutamente perdida. A mediados del siglo XVII se sitúa la magna obra del más grande de los historiadores molineses: don Diego Sánchez Portocarrero, caballero de Santiago, Regidor de la villa, y capitán de las Milicias del Señorío. Escribió numerosas obras, pero entre todas destaca la «Historia del Señorío de Molina» en cuatro tomos, el primero publicado en Madrid en 1641, muy difícil de encontrar, y los tres últimos, conservados manuscritos en la Biblioteca Nacional. Del licenciado don Diego de Elgueta, que fue también Abad del Cabildo eclesiástico molinés, es la obra titulada «Relación de las cosas memorables de Molina», que dejó manuscrita en 1663 y cuyo paradero hoy también se ignora. A estos manuscritos de Elgueta le hizo aumentos y adiciones, en 1730, el capitular don Francisco Martínez de la Concha.

Otro de los muy relevantes historiadores molineses, éste ya ilustrado y de una curiosa personalidad, fue don Gregorio López de la Torre y Malo, abogado de los Reales Consejos y durante muchos años residente en Concha, aunque había nacido en Mazarete. Su obra más notable, publicada en 1746, es la «Chorográfica descripción del muy noble, leal, fidelísimo y valerosísimo Señorío de Molina». También impresas son sus breves pero interesantes obras «Carta histórica a doña Librada Martínez Malo, priora del Monasterio de Buenafuente» y el «Índice del archivo de la muy noble y muy leal Villa de Molina». Se perdieron sus manuscritos sobre la diócesis de Sigüenza con un mapa que de ella trazó; los mapas de los términos de Concha, Mazarete, Anchuela del Campo y Chilluentes, y el «Libro de árboles genealógicos de familias de Señorío», que debían encerrar abundantes y sabrosas noticias. También del siglo XVIII es don Francisco Antonio Moreno Fernández de Cuéllar, abad del Cabildo eclesiástico molinés, y autor de un libro de historia mariana que pomposamente tituló «La Ninfa más celestial en las márgenes del Gallo, o Historia de la Virgen de la Hoz», impreso en 1762, dejando todavía un manuscrito, de paradero desconocido, titulado «Rasgo histórico, glorias de Molina y su Señorío», más otras obras de asunto histórico o filosófico.

Inaugura el siglo XIX con sus escritos y su actividad erudita don Julián Antonio González Reinoso de Aranzueta y Miota, escribano real de Molina, y verdadero apasionado de los estudios genealógicos referentes al Señorío. Dejó manuscritos muchos cuadernos, folios sueltos y dos voluminosas obras, tituladas «Libro en que se trata de la Nobleza del Señorío de Molina de Aragón y de la de su Autor», y el «Libro de árboles genealógicos de familias nobles de Molina con muchas notas». Todo ello perdido o en anónimas manos. A mediados del XIX, don Pascual Hergueta escribió un «Breve estudio de las maravillas de la naturaleza, en especial del valle de la Hoz». También don Timoteo López Moreno, escribano de Molina, dio a la imprenta, en 1865, una rara «Breve Historia de Santuario de Nuestra Señora de la Hoz».

De los varios historiadores que a lo largo del siglo XX se han ocupado de recopilar datos en torno a Molina, y aún aportar otros nuevos y estudiar aspectos inéditos del Señorío, hemos de poner aquí los nombres y principales obras de los más señalados y memorables. Don Luís Díaz Millán publicó, en 1886, una voluminosa «Reseña histórica del Cabildo de Caballeros de doña Blanca, o Cofradía Militar del Carmen», más un «Catálogo histórico, geográfico, biográfico y estadístico de Molina y su señorío, villas, pueblos y castillos» en tres tomos, manuscritos en folio, cuyo paradero ignoro. En 1901, don Florentino Samper dio a luz unos «Breves apuntes sobre la Comunidad del Señorío de Molina, su origen y administración». A Miguel Sancho Izquierdo se debe al meritísimo trabajo, publicado en 1916, sobre «El Fuero de Molina de Aragón», obra capital y muy bien hecha. Otro «Compendio de Historia de Molina», bien hecho, impreso en 1891, es el de don Mariano Perruca Díaz, y de don Francisco Soler y Pérez debe mencionarse el utilísimo traba titulado «Los Comunes de Villa y Tierra y especialmente el del Señorío de Molina de Aragón», que vio la pública luz en 1921. Otro de los ilustres historiadores molineses a los que se debe perdurable memoria es don Anselmo Arenas López, que fue catedrático del Instituto de Valencia. En 1910 publicó una valiosa y riquísima en noticias «Historia del levantamiento de Molina contra los franceses», así como otros breves opúsculos defen­diendo el entronque de Ercávica con Molina, la Lusitania ibérica y otros temas de prehistoria. El que fue cura párroco de San Martín de Molina, don Julián Herranz Malo, publicó en 1913 un librito titulado «Historia de Campillo de Dueñas», interesante.

Quedan aún las figuras, ingentes, de dos historiadores e investigado­res de nuestro siglo: don Claro Abánades, cronista que fue de Mo­lina, y que ha dejado, manuscrita una voluminosa «Historia del Real Señorío de Molina» en seis tomos conservada actualmente en el Ar­chivo del Ayuntamiento de la Ciu­dad. Otros varios tomos sobre «La Casa Comunidad de Villa y Tie­rra»; «Geografía histórica de los pueblos del Real Señorío», «Hijos ilustres de la comarca molinesa», «El Cabildo eclesiástico de Moli­na» quedan también inéditos y con abundantes y curiosas noticias. Va­rios opúsculos publicó don Claro Abánades, sobre «La ciudad de Molina», «El Real Señorío de Moli­na», «El Alcázar de Molina» y «La Reina del Señorío», un amplio es­tudio sobre el paraje, ermita y Vir­gen de la Hoz. Don León Luengo no dejó nada publicado, y sin em­bargo produjo y tomó noticias que hoy guarda su familia.

Aspectos parciales han tocado José Sanz y Díaz, quien ha dejado un interesante estudio que titula «Apuntes para una bibliografía completa del antiguo Señorío de Molina» publicado en la Revista de la Real Sociedad Geográfica en 1951, y que es clave para adentrar­se en el estudio y el conocimiento de los textos molineses; muchas otras cosas ha dejado escritas Sanz y Díaz en torno a Molina: recorda­mos su estudio sobre la domina­ción árabe del territorio; su libro sobre «El Santuario de Nuestra Se­ñora de Ribagorda» y muchos otros artículos sobre personajes, folclo­re y aspectos diversos de la tierra y sierras de Molina, así como su voluminoso y definitivo estudio titulado «Historia verdadera del Señorío de Molina» publicado en 1982.

El otro gran historiador del Señorío molinés, tristemente desaparecido hace pocos años, y que tuvo el título de Cronista Oficial de Molina (cargo que hoy nadie ostenta todavía), fue el doctor Pedro Pérez Fuertes, a cuyo ingenio, dedicación y laboriosidad debemos algunos interesantes libros como «Síntesis histórico-política y socio-económica» del Señorío y Tierra de Molina» (1983), «Molina. Reino Taifa. Condado. Real Señorío» (1990), y «El Cabildo de Caballeros de Dª Blanca de Molina y la Real Archi-Cofradía Orden Militar de Nª Sra. del Carmen de Molina de Aragón y su Señorío» (1992).

Una relación, de todos modos breve, pero densa y necesaria, de nombres y obras que a lo largo de los siglos han tratado, se han ocu­pado, han tenido latidos por y para Molina y su tierra. Una sucinta, y al mismo tiempo valiosísima «bi­blioteca molinesa» que deberán te­ner presente cuantos quieran ahon­dar en el conocimiento de este ma­ravilloso territorio hispano.