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julio, 1998:

Mondéjar espera una solución a su patrimonio

 

Date una vuelta, viajero, con una de las guías al uso de Guadalajara en la mano, y vete a contemplar uno de esos monumentos capitales de la Alcarria que aparecen en todos los libros, en todos los folletos: las ruinas del Monasterio franciscano de San Antonio, de Mondéjar. Verás dos cosas a un mismo tiempo: la imagen del arte renacentista en su brillo dorado de cinco siglos, y la imagen vergonzosa del abandono y la cochambre, la expresión de una dejadez y un pasotismo increíble en torno a ese brillo renacentista.

¿Cómo es posible ver esas dos cosas al mismo tiempo? La explicación está en estas dos facetas de la realidad misma.

1. El brillo del Renacimiento

La primera faceta es el asombro por una obra de arte que se levantó hace ahora poco más de cinco siglos, como expresión del primer arte del Renacimiento en la tierra de Castilla.

Una de las joyas del patrimonio artístico de la villa de Mondéjar, y de la Alcarria toda, es sin duda el Convento de San Antonio, que fue de frailes franciscanos, y del que hoy solamente quedan las ruinas de su iglesia, de la que podemos observar, a la salida del pueblo en dirección norte, la portada y el hastial del testero, cuajados de detalles ornamentales y estructurales que confirman ser éste uno de los más antiguos monumentos de estilo plateresco existentes en España, lo que le valió, ya en el año 1921, ser declarado Monumento Nacional.

Este conjunto de convento e iglesia fue fundado y mandado construir a finales del siglo XV por don Iñigo López de Mendoza, primer conde de Tendilla, quien en una de sus estancias en Roma, en 1487, a donde fue enviado, como ya hemos visto, por los Reyes Católicos para solucionar las diferencias surgidas entre Fernando de Nápoles y el Papa Inocencio VIII, consiguió de éste el Breve y las licencias necesarias para fundar en su recién adquirida villa de Mondéjar un convento de frailes franciscanos. Su fundación es de 1489, y muy poco después se iniciaron los trabajos de construcción del cenobio y de su iglesia, que se concluyó hacia 1508. El monasterio quedó deshabitado en la Desamortización de 1835, y demolido casi por completo (lo que no se había hundido ya) en 1916, para de él sacar la piedra con que construir la Plaza de Toros de la villa.

Aun con todo, y a pesar del expolio incalificable de los siglos, pueden hoy día estudiarse en las ruinas de este edificio los primeros y elegantes pasos del Renacimiento español, puestos sobre la áspera tierra alcarreña por el interés generoso del conde de Tendilla. Era su fábrica de mediano sillarejo, con muros lisos reforzados de contrafuertes. De una sola nave el templo, con coro alto a los pies, en el muro del testero se ven como los apeos superiores se constituyen por pilastras finísimas, recuadradas con molduras, y corrido encima un entablamento muy pobre y sin talla; los capiteles llevan estrías, volutas acogolladas y una flor en medio. Los tímpanos de dicho testero, de arcos muy apuntados, aparecen ocupados por grandes escudos dentro de láureas: el central muestra la cruz de Jerusalén, recuerdo del cardenal Mendoza (tío carnal del comitente), que ostentó este título eclesial y cardenalicio; y a los lados, las armas del fundador, don Iñigo López, que son las de Mendoza sobre una estrella y con la leyenda BVENA GVIA adoptada por los Mondéjar, más las de su mujer doña Francisca Pacheco.

La portada de este antiguo templo, se mantiene como por milagro. Consta de un gran arco semicircular con varias arquivoltas cuajadas de fina decoración de rosetas, hojas, bolas, etc., apoyadas en casi desaparecidas jambas con similar ornamento. En las enjutas del arco, y acompañados de plegada cinta, aparecen los escudos del matrimonio fundador. Todo ello se escolta por dos semicilíndricos pilastrones cubiertos de talla vegetal y rematados en compuestos capiteles. El entablamento de este arco es riquísimo, ocupado por un friso con delfines, atados en parejas por sus colas, y cabezas de alados querubines, más series de bolas y dentellones. Encima va un amplio arco, que no llega a ser completamente semicircular, con candeleros a sus lados y por frontispicio se ve una especie de gablete con molduraje de cornisa. Dicho arco está ocupado por una pequeña imagen de la Virgen con el Niño en brazos, sedente, sobre gran medallón circular de fondo avenerado, al que ciñen cornucopias con estrías y cintas plegadas. El fondo del gablete se llena de robusto follaje que orla el aro del tímpano. Se trata de una especie de cardo espinoso, muy revuelto y con una gran palmeta en medio, cargada de grano, quizás una mazorca de maíz, similar en todo a las que circuyen el arco de la puerta en el palacio ducal de Cogolludo. El autor de esta maravillosa iglesia conventual de San Antonio de Mondéjar es, con gran probabilidad, el arquitecto Lorenzo Vázquez, ejecutor de muchas otras obras de este inicial estilo para los Mendoza alcarreños.

2. El abandono vergonzoso

La segunda faceta de este edificio, de lo que queda de este edificio, es el lamentable estado en que se encuentra, y que progresivamente va a peor. Siempre se caracterizó por servir de almacén de basuras del pueblo, hasta que hace algunos años, unos 17 años más exactamente, se decidió por parte del Ministerio de Cultura adecentar el entorno, el monumento en sí, limpiando de escombros su recinto, poniendo una valla protectora, y revalorizando este venerable resto del apoyo arquitectónico que los Mendoza dieron al Renacimiento en Castilla. Nada se hizo, aparte de vallarlo, y todavía se puede ver un oxidado cartel en un costado del solar que dice sarcásticamente «Ministerio de Cultura. Dirección General de Bellas Artes. Monumento en Restauración». El cartel está oxidado, y el monumento, como cualquiera puede imaginárselo.

Por si fuera poco, los cubos de la basura del barrio han sido puestos delante de las ruinas, y realmente cuesta trabajo ahora fotografiarlas sin que salgan delante los susodichos cubos. A las pruebas gráficas de este artículo me remito.

Comentario personal a todo ello, que mis lectores permitirán me haga tras haberlo visitado hace escasamente 15 días, es que ¿cómo es posible que en un país que afortunadamente ha salido de un estado de desprecio a la cultura y al arte, sigan dándose casos tan flagrantes de abandono y desidia hacia un monumento? Que no es un monumento cualquiera. Es el monumento que tiene declaración de serlo, con categoría Nacional, más antiguo de toda la provincia. Desde 1921 exactamente, en que se consideró su mérito excepcional, y la necesidad de impedir, a cualquier precio, su ruina total. Un monumento, además, que sigue llevando turistas a Mondéjar. Porque en esta noble villa alcarreña hay muchas más cosas que bodegas. Hay templos, murallas, ermitas, palacios, y un elemento patrimonial que es auténtica bandera del Renacimiento en Castilla. ¿Hasta cuándo estará la ruina de San Antonio de Mondéjar en el estado «tercermundista» en que actualmente se encuentra?

Otra caminata por las Guadalajaras

 

Terminado felizmente, el pasado sábado 18 de julio, el Cuarto Congreso Internacional de Caminería Hispánica, celebrado en nuestra ciudad con asistencia de centenares de estudiosos e hispanistas de todo el mundo, cabe pararse un momento a reflexionar sobre algunas de las cosas que en él se han oído. Quizás pasó un tanto desapercibido por la ciudad el ruido (sólo de palabras, de documentación, de investigaciones humanistas) que produjeron estos hombres y mujeres. Es siempre mayor el ruido de las tracas, de las charangas y las carreras: en definitiva, de todo aquello que lleva el viento sin decir una palabra nueva.

Pero la fuerza de los pensamientos, de las palabras, de los hallazgos, es a la larga el mejor capital. Este es el que nos ha dejado el Congreso de Caminería, el cuarto ya, dirigido como siempre por el profesor Manuel Criado de Val, convertido definitivamente en la referencia obligada de los saberes en torno a los caminos de la literatura y la historia.

Rutas Literarias

El jueves 16, por la tarde, tuvo lugar la esperada sesión plenaria y mesa redonda sobre el tema de las «Rutas Literarias». Luego veremos, en repaso rápido, cómo Guadalajara está en el cruce o «carrefour» de las mejores y más sonadas Rutas Literarias de España. Esos espacios invisibles por los que caminaron, siglos o años ha, con sus intangibles vestimentas y sus no pronunciadas palabras, por personajes de la ficción y la leyenda.

En la sesión plenaria de este tema, quizás uno de los más interesantes del Congreso, intervinieron especialistas en diversos temas. El primero fue un arquitecto burgalés, Miguel Ángel de la Iglesia, quien en nombre del equipo que dirige explicó la actuación que se está realizando en la provincia castellana, desde Vivar hasta el límite con Soria, pasando por Burgos capital, para adecuar de forma sencilla, pero efectiva y barata a un tiempo, la ruta que Rodrigo Díaz, el de Vivar, hizo por la tierra de Burgos. Un estudio inicial, una recogida de documentación, de textos, de imágenes han servido para crear una tipología de señalización, el «hito del Cantar» que serán grandes bloques pétreos en los que irá, en cada lugar de la Ruta, el texto que en el Cantar del Cid le alude, en formato de letra medieval. Además irán espacios recreativos, de esparcimiento, vistas generales, adecuación del paso del Camino por los pueblos, por la ciudad, algún monumento al Cid, alguna fuente, unas arboledas, unos bancos… elementos baratos, pero que conseguirán sin duda marcar ese «Camino» que es la esencia de la actividad cultural en este campo.

Fue luego don Jaime-Axel Ruiz Bandrihaye, del Instituto de Turismo de España, quien pronunció una conferencia coherente y realista en torno al tema del turismo en nuestro país, la primera industria española sin duda. Retomando la voz que pide superar el «turismo de sol y playa» hasta ahora expuesto, dijo Ruiz Bandrihaye algo en torno a los elementos que componen y estimulan el «Turismo Cultural» que debe primar especialmente en áreas como Castilla, donde evidentemente no hay playa (aunque sí mucho sol, y bien molesto en verano). Dijo que se necesita la creación de «itinerarios y rutas culturales», apostando por un turismo temático y una oferta descentralizada: las rutas del románico, por un lado, o las exposiciones tipo «Edades del Hombre» por otro. Evitar los «islotes» turísticos, lugares maravillosos y muy visitados, rodeados de la nada, del desierto (no es esto lo que ocurre con Sigüenza, llena de gentes que no saben luego ni dónde está ni qué es Palazuelos, Guijosa o Carabias?). En su intervención, muy técnica y científica, Ruiz Bandrihaye explicó cómo deben utilizarse y ponerse en práctica los elementos necesarios para que un «bien cultural» se transforme en un «recurso turístico», entroncando aquí con el tema de la sesión: un espacio quizás vacío y anodino, como base de un ruta turística con el apoyo de un libro, de una leyenda, de una historia archiconocida (Rutas del Cid, del Arcipreste de Hita, del Quijote…)

Pidió este interviniente que se pongan en práctica elementos fundamentales en el apoyo de este turismo cultural: tener datos estadísticos, llegar al «mapa del turismo cultural», conocer a fondo lo que es, de una parte, «el producto» que se oferta, y de otra «la demanda» real o potencial del mismo. Y en ese conocimiento del producto, hacer un análisis serio de lo que se ofrece, cuándo y cómo. Un ejemplo: ¿alguien en Guadalajara se ha parado un día a examinar cuando, cómo y de qué manera se ofrecen al turista los espacios culturales, los edificios históricos, los elementos patrimoniales de Guadalajara? Promocionar el turismo no es solamente hacer folletos… hay que abrir los monumentos, iluminarlos, poner en la puerta a alguien que los sepa explicar…

Siguió la intervención de Erhard Rohmer, un alemán que ha puesto en un lugar soriano, en Navapalos, un centro de la Asociación de Amigos de la Arquitectura Autóctona, y con su trabajo personal ha creado una verdadera ONG que se encarga de estudiar esa arquitectura y llevar adelante programas de ayuda a estudiarla y conservarla en otros lugares de España y del mundo.

Finalmente, la sesión concluyó con la esperada conferencia del profesor Manuel Criado de Val, con referencias a algunos puntos todavía controvertidos del paso de las principales Rutas Literarias por nuestra tierra de Guadalajara. Con una lúcida visión, muy nueva, de las fuentes literarias que sirven de fundamento a estas Rutas, Criado analizó el Cantar del Mío Cid en su referencia al paso del guerrero castellano por el norte de la provincia, no teniendo reparos en advertir que cuando dicen las versiones actuales que Rodrigo Díaz tuvo miedo al pasar junto a las Torres de Atienza, se estaba refiriendo en realidad a las que en torno a Ayllón existían, y que es en realidad el valle del río Cañamares el que luego sigue para llegar hasta Castejón. Una nueva identificación en torno al lugar de Alcocer fue proporcionada por el eminente profesor, en el sentido de identificarlo con el pueblo de Castejón de las Armas, en la confluencia de los ríos Piedra y Jiloca, en la provincia de Zaragoza. Defendiendo finalmente la identificación del «Robledo de Corpes» del Cantar de Mío Cid con el pueblo de idéntico nombre en la sierra de Guadalajara, más al norte de Hiendelaencina.

Guadalajara en el «carrefour» de las rutas literarias

Todos estos elementos, tomados a vuelapluma en una sesión densa y rápida, nos sirven para reflexionar acerca de lo pudiera y debiera hacerse en Guadalajara en torno a este tema del Turismo Cultural y las Rutas Literarias. Cuatro principales Rutas existen en nuestro país, asentadas sobre elementos netamente culturales y literarios: el Camino de Santiago, la Ruta del Quijote (estas dos ya propuestas para ser declaradas Patrimonio de la Humanidad), el Viaje a la Sierra del Arcipreste de Hita, el Camino del Destierro del Cid Campeador, y más modernamente, la Ruta del «Viaje a la Alcarria» de Camilo José Cela, una Ruta Literaria eminentemente guadalajareña que deberá ser promocionada a niveles mucho más intensos.

Pues bien: de todas las rutas señaladas participa Guadalajara. No hay ninguna otra provincia española que pueda decir lo mismo. Y, para terminar, me explico: el Camino de Santiago está demostrado (en algún artículo publicado en Revista especializada lo he hecho) que tuvo sus ramificaciones hasta Guadalajara. Artistas que por él viajaron dejaron sus huellas en iglesias románicas como la del Salvador en Cifuentes y la de Santa María del Rey en Atienza. La Ruta del Quijote pasa por la provincia de Guadalajara, pues el universal hidalgo manchego, en su viaje a Zaragoza y Barcelona, desde la serranía de Cuenca pasa por el Alto Tajo, por Castilnuevo y Molina (según también dejé suficientemente probado en mi comunicación al Congreso Internacional de la Ruta del Quijote). El Cantar del Destierro del Cid le pone atravesando nuestra provincia en lugares concretos como Miedes, Atienza, Castejón (posiblemente Jadraque), Anguita y Molina. El Viaje a la Sierra del Arcipreste de Hita no necesita ni cita, todos saben que sube y baja el Henares, va a Santa María del Vado, visita Mohernando, está en Guadalajara y en Cogolludo, etc. Finalmente, la Ruta del Viaje a la Alcarria de Cela es un monumento cultural única y exclusivamente guadalajareño. ¿Hay quien dé más?

Este es el fruto del Cuarto Congreso Internacional de Caminería Hispánica, que Guadalajara ha recibido con los honores que merece, y que ha vuelto a dejar a nuestra tierra en ese puesto de avanzadilla de unos estudios y unos modos de contemplar la realidad bien avanzados y modernos. Aunque luego, la realidad de cada día, nos demuestre que no todo el monte es orégano.

Ocahíata en el recuerdo

 

Hacía tiempo que debía haber sido pregonado el recuerdo de José Antonio Ochaíta, aquel gran escritor, pensador y poeta del que cada mes de julio, en la noche de Pastrana, nos acordamos fielmente porque tuvo su muerte (como la de todos, previamente marcada en día y hora) como a él le hubiera gustado: en el loor de las multitudes y el sonar de los versos.

Por fin ha llegado ese momento, precisamente ahora que se cumplen los 25 años de aquella muerte tan literaria y brusca. La figura leve, el emocionado recuerdo a su entrañable humanidad, la calidad excelsa de sus versos y el color magnífico de sus metáforas, acaba de ser recordado en nuestra ciudad, con la calidez y el emocionado decir de quienes le conocieron y admiraron su escribir, su hablar, su ser.

Una biografía breve

Había nacido en el alcarreño enclave de Jadraque en 1903, y desde muy pequeño fue un enamorado de la literatura y el arte. Licenciado en Filosofía y Letras, se dedicó primeramente a la enseñanza en diversas ciudades españolas, dirigiendo también varios periódicos. En Cádiz tuvo una Academia y en Vigo fue redactor y director de un conocido diario. Su afición a la poesía le llevó a componer multitud de letras para canciones de corte español, que luego famosas tonadilleras repitieron por el ancho mundo: algunas de las más conocidas canciones de Concha Piquer, Juanita Reina y Lola Flores fueron escritas por José Antonio Ochaíta, y su composición de El Porompompero fue universalmente repetida. Junto a los maestros Valerio, Quiroga y Rafael de León, puede decirse que el arsenal de la más genuina «canción española» salió de la mano de este escritor alcarreño.

Pero no paró ahí su inspiración y maestría. Dedicado también a la creación literaria, produjo estimables obras de teatro, como la tragedia en verso «Canela», que escribió con Rafael de León y estrenó María Fernanda Ladrón de Guevara, y su famosa «Doña Polisón», drama de tintes hispánicos. Fue nombrado miembro de la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, y alcanzó muchas otras distinciones, entre las que debe destacarse muy merecidamente la de Cronista Oficial de la ciudad de Guadalajara.

Sin embargo, toda la inspiración, la sabiduría y la gran cultura de José Antonio Ochaíta se volcaron en su quehacer poético, dedicando muchas de sus composiciones a las tierras y personajes de la Alcarria, donde se desbordó en forma de recitales, pregones y actuaciones múltiples. Es muy escasa, hasta ahora, la obra impresa de este magnífico escritor. Un «Desorden» fue su primer libro de versos, dedicado a la madre que marcó su vida. Siguieron «Turris fortíssima» y «Ansí pintaba don Diego», rarísimos hoy de encontrar. La «Poetización de Jaén» vio la luz gracias al apoyo de su amigo Juan Manuel Pardo Gayoso, jiennense que fue gobernador civil de Guadalajara en los años sesenta, y un pequeño opúsculo sobre «Jadraque, balcón de la Alcarria» se repartió en minúsculo formato por la Diputación Provincial. La Caja de Ahorro y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja, le publicó su encendido canto al río Henares, «…conjunción de huertos y castillos», y aún el Ayuntamiento de Guadalajara hizo una corta tirada del texto del pregón que, bajo el título de «Guadalajara de todas las estrellas» pronunció en 1969 para anunciar las Ferias y Fiestas de la ciudad desde el balcón del Ayuntamiento.

Algunos poemas y romances vieron la luz en la gran «Antología de la Poesía Española» dirigida por Federico Carlos Sáinz de Robles, y algo después de su muerte en el libro «Guadalajara en la poesía» que seleccionó José María Alonso Gamo aparecen las increíbles composiciones con que Ochaíta ganó los premios provinciales de poesía en 1966 (Molina de Aragón) y 1973 (Guadalajara) cantando al Señorío molinés y en una «septena» a los castillos provinciales, respectivamente. Su última aparición impresa, siempre en «exposición colectiva» fue en la obra Cien Poetas en Castilla ‑ La Mancha que editada por Enjambre dirigió Alfredo Villaverde. Y nada más. Hasta ahora.

Una muerte literaria

La noche del 17 de julio de 1973, en el transcurso de una más de aquellas clásicas veladas literarias que bajo el título de «Versos a medianoche» y con un marcado carácter provincianista y carmelitano organizaba el Núcleo «Pedro González de Mendoza», José Antonio Ochaíta dijo adiós a la vida mientras recitaba, como si fuera una llama leve, su poema «Tengo la Alcarria entre mis manos». En un momento de su intervención, cuando alzaba su pequeña figura que parecía querer ascender tras las nerviosas manos gesticulantes, se le paró el corazón, quedando un instante en silencio, y cayendo al suelo, ya sin vida.

Por entonces le había pedido a Dios « ¡Que me pongan encima de los huesos, / cuando me entierren, el candente broche / de una piedra cualquiera del desmoche / de tu castillería…!». Se refería a los castillos de Guadalajara, de los que sabía historias y leyendas, y las sabía decir como ninguno. Y acababa, en ese continuo hablar con las altas instancias: « ¡Padre y Maestro, / te traigo de la Alcarria este disloque / para forjar tu eternidad completa…!».

Una deuda saldada

De los cientos de versos que escribió Ochaíta, apenas si nos quedaban ya memoria desvaída, en nuestras cabezas, de habérselos oído. Y así a miles. Se hacía necesaria, imprescindible, la gran Antología Poética que merecía por ser, sin duda, uno de los más grandes escritores que nuestra tierra de Guadalajara ha dado a la literatura española. Se hicieron intentos, y sólo ahora, al cumplirse con justeza (hoy es el día) los 25 años de su muerte en las gradas de la Colegiata de Pastrana, ha visto por fin la luz esta obra tan necesaria.

El pasado miércoles, en el ámbito del Salón de Plenos del Excmo. Ayuntamiento de Guadalajara, se presentó este libro tan esperado. Recopilador de los versos, el propio alcalde, José María Bris, que tan bien le conoció y compartió tantas jornadas con Ochaíta. Prologuista del compendio, Carlos Murciano. Comentarista en el momento de la presentación, José Antonio Suárez de Puga, que con el homenajeado compartió tándem en el oficio de Cronista de esta ciudad, y en la galanura e intensidad de sentimientos cuajados en versos no le ha ido a la zaga.

Ayer, incluso, en la noche tan noche del 16 de julio, la noche carmelitana tan amada de Ochaíta, ante la fachada del convento de los Santos Reyes de Guadalajara, volvieron a oírse las composiciones subidas y emocionadas del poeta jadraqueño.

Este libro que acaba de presentarse, con edición que ha corrido a cargo del Ayuntamiento y la Diputación de Guadalajara, es algo más que un homenaje a nuestro mayor poeta. Es un obligado reconocimiento, y la oferta a las actuales generaciones para que sepan lo que es escribir, emocionarse y poner el mundo del revés con la palabra.

Guadalajara en Iberoamérica

 

Un buen momento para llevarse Guadalajara en el corazón. Muchos de quienes esta semana están viviendo en Guadalajara uno u otro Congreso de los que se celebran, se irán de aquí con la imagen de esta ciudad alegre, calurosa y desenfadada. La ciudad de las banderas (por las desplegadas en Santo Domingo) y de los edificios de dorada piedra serrana. La ciudad del gran bulevar arbolado de plátanos, y de la memoria densa de historias castilleras y mendocinas.

Guadalajara, cabeza de Iberoamérica

Guadalajara da en estos días la dimensión de su quehacer anual. Porque si el trabajo late en las arterias de quien lo practica todo el año, a veces sale en un momento, espléndido, hacia fuera. En esta semana hemos tenido en la ciudad el gran Congreso Iberoamericano de Municipios, en el que más de 400 congresistas llegados de todo el mundo iberoamericano, representantes de ciudades importantes del Continente nuevo, han debatido problemas comunes, y han tenido la oportunidad de disfrutar de las bellezas de esta Guadalajara que (hermana menor de la gran urbe tapatía) disparó tantos hijos suyos hacia el Nuevo Mundo, en una siembra que aún hoy da sus frutos.

Este gran Congreso que ha tenido lugar entre los salones del Colegio de San José, la Excma. Diputación Provincial y el Ayuntamiento con su Plaza Mayor, ha sido meticulosamente preparado desde hace muchos meses, y tras el éxito de su celebración y calidez de encuentros ha estado la figura de Francisco Tomey, que ha sabido dar en esta ocasión la medida auténtica de su arrollador sentido del trabajo y la entrega. Ha habido también mucha otra gente detrás. El propio alcalde Bris, y sus respectivos gabinetes de apoyo, semanas de preparación y días de intenso desplegar de actuaciones.

Pero la imagen de Guadalajara, que es lo que a definitivas nos interesa a todos, ha quedado muy alta. Surtirá sus efectos en el futuro, y aquí han sido los políticos (a veces denostados por detalles mínimos, pero que siempre tienen relevancia pública) quienes pueden apuntarse el mejor tanto.

El Marqués de Santillana en candelero

Otro de los acontecimientos de la semana ha sido el inicio de los Cursos de Verano de la Universidad Euroamericana «Marqués de Santillana» en nuestra ciudad. La Fundación «Cánovas del Castillo» mantiene ese foro de opiniones y estudios en torno a temas políticos, que todos los veranos, desde hace ya más de 10 años, reúne en el verano guadalajareño a pensadores, profesores y políticos en activo, para plantear, como en un alto en el camino, procesos y mentalidades. Este año es especialmente numerosa la selección de personajes que se van a dar cita (que ya se la están dando, desde la inauguración de los cursos el lunes día 6) en Guadalajara.

Tan sólo echo en falta un detalle, que hubiera hecho quedar muy alto el pabellón de esta Universidad Euroamericana: un Curso monográfico sobre el personaje alcarreño que da nombre a la tal Universidad. Don Iñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, nacido justo ahora hace 600 años, hubiera sonreído, una vez más, desde su tumba, al ver cómo los políticos alcarreños de hoy se acordaban de él. De don Iñigo, que tanto supo (y practicó) de política, y que hubiera podido contar muchos secretos, por él vividos, en ese mundo de la política a quienes hoy tienen el compromiso de practicarla, afortunadamente en un contexto más pacífico y civilizado que el que a él le tocó vivir.

Festival de Hita

Para mañana sábado se consolida en el horizonte el Festival Medieval de Hita, que en esta ocasión abrirá las puertas (siempre tan abiertas al hermoso campo alcarreño) de la plaza arciprestal, a la voz de Ballesteros y a la música de Paniagua, bajo la dirección y con el texto de Manuel Criado de Val, ese sabio que no desfallece, y que año tras año nos pone en la bandeja mayor de nuestra tierra un plato refinado y sustancial. En esta ocasión, será una pieza teatral escrita por él mismo (puede verse entera en Internet, http://www.hita.com/hita/quijote.htm, sobre otro de los sueños de nuestra literatura: «Don Quijote no es caballero». Gentes de la Alcarria, vestidas a la usanza tradicional del Medievo, acompañarán el desfile de Don Carnal y de Doña Endrina; las botargas subirán y bajarán las cuestudas callejas del burgo, y en sus rincones aparecerán los puestos de artesanía, de viejos palimseptos, de adivinadores y magos, mientras en el palenque los caballeros -bastos y sudorosos- lidiarán con sus bohordos por la cinta de su dama. ¡Tanto color, tanto fuego…! ¡La Alcarria entera, sudando por Hita!

Caminería Hispánica

Y si a alguien le parece todo esto poco, aún puede esperar a que la semana próxima se le llenen los oídos con las comunicaciones (cientos de ellas están anunciadas) presentadas al IV Congreso Internacional de Caminería Hispánica que se celebrará en Guadalajara, también bajo la dirección del profesor Criado de Val, y con el patrocinio fundamental de Diputación Provincial, que apuesta siempre por los factores que mayor proyección internacional pueden dar a nuestra ciudad y provincia. En esto, como en todo lo anterior, hay que ver (quien quiera ver claro, sin gafas empañadas) la mano de Francisco Tomey, que ha ido poniendo su esfuerzo y su política actuación en una labor que luego (por desgracia) sólo aprovechan otros para denostarle: aquí, en estos Congresos, en estos Festivales, en estas Universidades, está el fruto de una labor callada y seria. La que Diputación Provincial, dirigida por un grupo de gentes de serena y fructífera dinámica, ha dado sazonada a nuestra tierra. Mi felicitación más clara.

Huella romana en la Alcarria: el puente de Murel

 

Huellas romanas por la Alcarria. Cuando uno se pasea, aunque sea cuatro horas y auténticamente a «matacaballo» por la ciudad de Roma, queda impresionado de la grandiosidad que hubo de tener la ciudad de los Emperadores, la capital del conocido mundo durante varios siglos. Ese Coliseo junto al arco de Tito, ese «Ara Pacis» refulgente, esas columnas del Foro, ese grito de guerra y triunfo que es la columna de Trajano… y entonces piensa que no es raro que aquellos hombres, todopoderosos, alcanzaran tan lejanos objetivos como el interior de la Península Ibérica, una región de salvajes a comienzos de nuestra Era. ¿Para qué llegar hasta aquí, para qué desarrollar obras de tal contundencia como el acueducto de Segovia o el puente de Alcántara? ¿Para qué, incluso, en lugar tan escondido y remoto como el río Tajo cuando pasa por Carrascosa y Morillejo, poner un puente de monumentales dimensiones? Pues para hacer llegar las legiones hasta el límite del mundo conocido, y traer de lejanas tierras botines y riquezas que permitieran a Roma seguir siendo la más grande, la favorita de los dioses, el asiento de los Emperadores.

El puente de Murel

En un lugar de difícil acceso, entre Morillejo y Trillo, cruzó durante siglos el Tajo un gran puente que levantaron los romanos, que dirigieron sus arquitectos y labraron sus piedras y las colocaron los hombres de la tierra. Pocos lo saben, y así ha ocurrido que en casi ningún libro se le menciona. Incluso la conocida obra de Juan Manuel Abascal, ya clásica por otra parte, sobre las Calzadas y Vías Romanas por Guadalajara, no lo cita. Ello llevó a un benemérito y entusiasta hijo de Carrascosa, a don Francisco García Escribano, a iniciar una auténtica campaña de divulgación de la existencia de esta obra monumental, a través de artículos en este mismo periódico, en revistas y en un libro espléndido, la «Historia de Carrascosa de Tajo» que lo ofrece completo con sus planos, fotografías, etc.

La posibilidad de que muy pronto una minicentral eléctrica se construya sobre el río, de tal modo que pueda alterar un tanto el entorno de las ruinas venerables del Puente romano de Murel, es lo que ha hecho a García Escribano insistir en su campaña. Y como parte de ella me brindo gustoso a dar a conocer en este rincón provincianista esta curiosidad arqueológica, y pedir respeto para su entorno, en cualquier caso una maravilla natural dentro del futuro «Parque Natural del Alto Tajo».

Lo que dicen los arqueólogos

No hace mucho publicaba un libro de gran interés el profesor de Historia Antigua de la Universidad de Alcalá, don Jesús Valiente Malla. En su «Guía de la Arqueología en Guadalajara» que así se llama la obra, aparece descrito y con mapas, dibujos y fotografías ilustrado el puente de Murel. Como oferta para cuantos quieran conocer esta joya, aquí van resumidas sus consideraciones en torno al monumento: «El puente romano de Murel unía las dos orillas del Tajo hasta que fue destruido, como otros de la comarca, durante la francesada. Sus restos aparecen ahora en las dos orillas y en el cauce del río, que en este punto marca la divisoria entre los términos de Carrascosa de Tajo y Morillejo».

La visita al lugar donde están las ruinas de este puente debe hacerse yendo primeramente a Cifuentes por la carretera N-204, que parte de la N-II en Almadrones, y desde allí tomar la carretera de Canredondo, que a su vez se deja en su punto kilométrico 13,400 en dirección a Carrascosa de Tajo, desde donde hay que seguir un camino paralelo al curso del Arroyo Palomero hasta la margen derecha del Tajo. A la orilla opuesta se accede desde la misma N-204 por la carretera a Trillo, Azañón y Morillejo; un kilómetro antes de llegar a esta última localidad, se toma un sendero hacia el Tajo que lleva al mismo puente.

Valiente Malla nos describe lo que queda del puente de Murel de esta manera: «Del puente antiguo son aún visibles los estribos y varios pilares. Del estudio de lo poco que aún subsiste se deduce que la obra original es romana, de época del Alto Imperio, aunque con numerosas reparaciones de fechas posteriores, como es habitual en estos monumentos. El estribo de la orilla derecha está casi enterrado por la arena y la maleza; en el estribo de la orilla izquierda llama la atención la buena factura y regularidad de los sillares, puestos en hiladas alternantes a soga y tizón, del intradós de la bóveda, cuyo arranque aún es visible. Los arcos eran de medio punto y de unos 9 metros de luz, a juzgar por las distancias a que están ahora los pilares, uno dentro del cauce del río y otros tres fuera ya de la corriente, aunque es posible que originalmente hubiera alguno más.

En la zona circundante hay numerosos topónimos y vestigios materiales de época romana, entre los que destacan algunos tramos de vías o construcciones romanas, como La Fuente, cerca de Morillejo, o el tramo de calzada que atraviesa el casco urbano, convertida en calle que recibe el significativo nombre de Empedrada, y que se prolonga en el camino de la Fuente de la Noguera, hacia Azañón. Después de la Guerra de la Independencia se reconstruyó el puente de Trillo, y hacia allá se desplazó el tráfico, con lo que los restantes puentes se fueron degradando progresivamente e incluso algunos cayeron en el olvido.

La distancia que separa los estribos del puente, los cuales aún existen, es de 79 metros, y como punto de apoyo existían además cinco pilares, de los que siguen en pie dos y otro se halla volcado sobre el cauce del río».

Un camino frecuentado

El camino al que servía el puente era muy frecuentado en la Antigüedad. A través del mismo se comunicaban las comarcas romanas de Valeria (Cuen­ca) con la de Segontia (Sigüenza, Gua­dalajara), habiendo tenido gran importancia has­ta principios del siglo XVII en que quedó intransitable. Cerca del puente debió existir lugar poblado. Hace unos 40 año, Hilario Moranchel encontró en la orilla derecha del río, unos 1.750 m. más abajo del puente, una lápida con inscripción funeraria que per­sonas doctas han catalogado como de la segunda mitad del siglo I d. de C.; era lápida correspondiente al enterramiento de un liberto de nombre Licinius Andronicus.

El documento más antiguo que en el que se menciona al puente es de septiembre de 1.186. En él, el rey Alfonso VIII entregaba Murel a los hermanos de la Regla Cisterciense del Monasterio por él fundado y construido en el lugar de Ovila. Este lugar de Murel quedó despoblado en el siglo XV, desconociéndose el lugar exacto donde estuvo asentado. Desde entonces el puente pasó a llamarse de Carrascosa y así aparece en las guías de caminos edi­tadas en los años 1546 y 1576, figu­rando como pueblos más próximos al paso en la margen izquierda del río Vin­del y Priego, y en la margen derecha So­toca y Cifuentes.

En cualquier caso, un monumento bastante deteriorado, pero que ofrece al visitante animoso que llegue hasta él un indudable aroma de grandiosidad, un recuerdo vívido de ese momento grandioso de la Humanidad mediterránea, el de la «Pax Romana» sobre las tierras de Hispania.