Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

junio, 1997:

Caminos borrados por la hierba

 

Muchos caminos se siguen en la vida. Unos conocidos, otros extraños. La mayoría dejan de reconocerse pasados los años, porque la hierba (si nadie más transita por ellos) los invade. Parece siempre un ejercicio de nostalgia volver a pasar por esos caminos, querer ir, desde otras perspectivas, a lugares antiguos. Y ese es el oficio que intentamos algunos, cuando cada día, cada semana, volvemos a rememorar el viaje al pasado, buscar la silueta de un viejo templo, salir del aburrimiento rescatando la memoria de una olvidada batalla.

Un libro de memorias y emociones

Acaba de aparecer un hermoso libro de memorias y emociones. Un libro que lleva por título el de este trabajo: «Caminos borrados por la hierba». Una obra que, fundamentalmente, trata de recuerdos personales pero que, obligadamente, atañe a la memoria colectiva de todo un pueblo: de Horche en este caso.

Para quienes aprecian la voz clara de un escritor de raza, este libro va a ser una revelación completa. Y al mismo tiempo un gozoso descubrimiento. Porque del anonimato más absoluto surge con fuerza, con valentía y lleno de luz, un escritor ante el que quitarse el sombrero no sólo es de justicia, sino que da gusto. Paulino Aparicio Ortega, cordial y buen amigo donde los haya, ha hecho algunos pinitos previos en concursos de cuentos y narraciones. Ganó en 1994 el Premio literario Villa de Horche y quedó segundo en 1991, en la anual convocatoria de Nueva Alcarria para narraciones cortas. Su obra, breve pero densa, está ya cimentada en la admiración de cuantos le han leído. Con este libro, la sorpresa va a ser más general, porque pasar de las cuartillas volanderas de un pregón o de un cuento, a la gruesa permanencia en un libro con sus pastas, su índice y su sello editorial, es un paso de gigante, sin duda.

La honda capacidad de observación de Aparicio, su potencia genial en el oficio de la evocación, y su impecable maestría en la tarea de la escritura, se han plasmado en este libro que ahora aparece editado por AACHE, y que va a llenar de satisfacción y hermosas horas a quienes con él se adentren en el ejercicio de memoria que propone. Posiblemente servirá para que muchos que han nacido en Horche, que allí han pasado algunos años de su vida, o por referencias sepan donde está el pueblo, quién lo vive, y cómo se vive en él, queden asombrados de la fidelidad con que surgen los recuerdos más sustanciales de la localidad.

A base de cortos relatos, con un total de 60 capitulillos solamente ligados por el cíclico renuevo de las cuatro estaciones, el autor nos va dando su personal visión, su íntima vivencia, de cuanto ocurría en esta villa de la Alcarria hace treinta, cuarenta años, cuando él era un chaval y la vida era tan distinta. Un mundo de aventuras mínimas, de bien perfilados sentimientos, de personajes de carne y hueso que serán reconocidos por cuantos lean estas páginas. El lugar, lo repito, es Horche, y el mundo que describe es la vida del propio autor. Pero vista en la pantalla grande de la comunitaria vida del pueblo.

Horche retratado en sus gentes

Es este un libro más de almas y de gentes, que de paisajes e historias. En sus páginas aparecen personas de nombre y apellidos concretos. Y anécdotas reales, nacidas y latidas en la vida. El paisaje que desde la baranda de la Fuensanta se observa, siempre allá bajo y luminoso, del valle del Ungría camino del Tajuña, o las densas arboledas de las recurvas, o de las llanadas ardientes del trigal alcarreño, quizás pasa más desapercibido. Aquí hay, lo repito, almas. Y hay voces de niños, cánticos de mozos, gritos de vendedores, chillidos de sustos en las fiestas, susurros de amor en los portales. Una vida consistente y palpitante.

Entre los muchos valores que tiene esta obra, aparte del puramente literario, que es enorme, está el del rescate etnográfico de muchas costumbres, de formas de vida que han desaparecido (los quintos, la Nochebuena, los hornos, el circo, las procesiones, y hasta los partos en noche de nevada) y que en las páginas escritas por Paulino Aparicio se nos ofrecen vívidas, cuajadas de emoción y certeza.

No hace todavía tanto tiempo que por los pueblos de la Alcarria viajaban vendiendo su mercancía los tostoneros. A su llegada al pueblo, y al grito de «-¡Torraos recién hechos, qué ricos, qué buenos!-» acudían las mujeres con sus pucheros, sus cacerolas, sus botes y cualquier recipiente lleno de garbanzos. Y se sometían al rito del trueque, en el que el viajero recién llegado entregaba a cada una un puñado de tostones y le cogía los garbanzos. Con poco se conformaba, y repartía alegrías «a puñaos». También el especiero llegaba dando voces, o el globero, que cambiaba los globos de colores por trapos, hierros, campanillas de mula y cosas viejas. En Horche, a este le llamaban «el tío revuelve tripas», porque las rabietas de los chiquillos por conseguir un globo terminaban casi siempre con una carrera y bajada de pantalones detrás de una tapia.

El tío coplero era el mejor recibido: un taco de coplas, de tangos, de letras de Farina y Marifé de Triana dejaba por portales y plazuelas, cobrando dinero, que era un sistema ya moderno hace todavía pocos años. La economía del trueque resalta en esta obra de Paulino Aparicio muy vívida y tierna: los que vendían milhojas, los lañadores que arreglaban los viejos cacharros, los «granadinos» que cambiaban por ropas y velas la leche espesa de sus cabras. Y al final, la tienda de Enrique Cortés, para la que Aparicio dedica unas páginas que son de antología, porque en ella se quedaba las horas muertas «por respirar sus aires múltiples» y porque en su penumbra estaba, como en un mercado oriental, todo cuanto la mente de un niño de pueblo podía soñar con tener algún día. Una obra excelente, una memoria de los viejos días en un pueblo que todavía se parece, algo, a lo que fuera va ya para cincuenta años.

Yo quería hoy, saliéndome un tanto de la habitual crónica de pueblos y de historias (para la semana que viene puede quedar una cita con algún remoto castillo que nos está esperando), dejar constancia de la aparición de este libro que me ha parecido precioso, que no va a defraudar a quien (con ánimo alcarreñista o universal, eso da lo mismo) se siente en sosiego y emprenda su lectura.

Ruta del Arcipreste

 

Una vez concluido el Congreso Internacional sobre la «Ruta del Arcipreste de Hita», (organizado por Asociación Castellano-manchega de Escritores de Turismo), que ha constituido un éxito sin precedentes en el contexto de los congresos internacionales celebrados en Guadalajara a lo largo de su historia, pues en él han participado decenas de especialistas, venidos no sólo de España, sino de otros países europeos y americanos, es este un buen momento para recapitular sobre lo conseguido en esta ocasión, y sobre lo que puede y debe mejorarse en orden al por todos deseable crecimiento del Turismo en Guadalajara. Hubo quien dijo, y con toda razón, que en el contexto socio-económico de nuestro país, en este momento, la tierra de Guadalajara sólo tiene porvenir desde el punto de vista turístico. Todo lo demás son buenos deseos y voluntarismo iluso. Tenemos paisajes hermosos, patrimonio artístico para no acabar, riqueza costumbrista y auténtica monumentalidad gastronómica. ¿Qué más se puede pedir?

Yo diría que se puede, se debe pedir, algo más de interés y profesionalidad por parte de autoridades y de implicados en el fenómeno turístico. Porque lo que en este momento se pierda de ventaja frente a otras provincias limítrofes, -como la nuestra-, a Madrid, no podrá luego recuperarse.

Tras las jornadas de estudio, ponencias y comunicaciones celebradas en el Colegio de San José de Guadalajara, y en las que, entre otros, intervinieron el profesor Criado de Val aportando importantes descubrimientos sobre el Arcipreste de Hita, noticias nuevas que sin duda cambiarán la visión de este personaje alcarreño en el futuro (y que seguramente tanto este Semanario, como el resto de la prensa provincial, ya habrá destacado), el sábado pasado tuvo lugar un viaje por la parte guadalajareña de la recién creada «Ruta del Arcipreste de Hita».

Hubo de todo, en este viaje. Sobresalieron las bellezas paisajísticas y la fuerza de los monumentos y villas del trayecto (Hita, Cogolludo, Beleña, Uceda). Destacó, por contra, la nula atención de autoridades locales y gentes del turismo de Guadalajara hacia este Congreso que era, sin duda, una nueva oportunidad de avanzar posiciones. Los alcaldes de los pueblos visitados brillaron por su ausencia (a pesar de tener anunciada la llegada del Congreso). Parecían estar todos, (como dijo José Luís Pécker, uno de los ilustres participantes, director de importantes programas radiofónicos en las cadenas madrileñas), «de cuerpo presente». Solamente el de Uceda se acercó un momento, al ver llegar los autobuses de congresistas, y dio las buenas tardes. Otros, como el de Cogolludo, o el de Hita, no asistieron: tenían otras ocupaciones.

Monasterio Benedictino de Sopetrán

Tras la salida de Guadalajara, todavía con el recuerdo dulce y ensoñado de una magnífica velada de música y versos en el patio del palacio Antonio de Mendoza, en la que intervino el Alcalde José María Bris, la primera parada del viaje fue en el Monasterio de Sopetrán. En la orilla del río Badiel, es este un lugar de larguísima historia. La tradición dice que aquí se apareció la Virgen al general árabe Aly-Maimón, hijo de Almamún de Toledo, adoptando desde entonces el nombre de Pedro, convertido al cristianismo. Desde época visigoda hubo monasterio de monjes. San Eulogio los cita. Tras la reconquista asientan aquí agustinos y en el siglo XIV pasan a la regla de San Benito. Los arzobispos de Toledo le ayudaron a engrandecerse, y el Cardenal Mendoza le colmó de atenciones. También los Mendoza le regalaron obras de arte y ayudaron su construcción. Hoy queda su entorno, y el gran claustro manierista. De nuevo ha vuelto a poblarse de monjes benedictinos, y hoy inicia su andadura Monasterio y Hospedería, en renovado signo de historia milenaria. La acogida a los congresistas fue entusiasta por parte de los monjes que lo pueblan: el porvenir de este enclave está, con tanta inteligencia y entusiasmo, asegurado.

Hita

Lugar antológico en la Ruta, residencia del Arcipreste, señorío mendocino. El marqués de Santillana reformó su castillo y construyó las murallas y puertas. De sus iglesias solo queda la de San Juan, con la capilla mudéjar y talla medieval de la Virgen de la Cuesta, y una infinidad de lápidas de caballeros e hidalgos. Su plaza mayor es un exponente perfecto del urbanismo castellano. Da gusto pasear sus cuestudas calles, y ver el espectáculo del cerro horadado por los bodegos. Barrios judíos, restos de casonas, se alza hoy la Casa del Arcipreste como germen de un centro de investigación y recuerdo hacia Juan Ruiz. Los congresistas no pudieron, sin embargo, contemplarla en su interior, pues ni el alcalde apareció, ni nadie en el pueblo tenía la llave del edificio. La solemnidad del lugar encantó a todos, pero la desilusión por ver lo poco (lo nada, mejor sería decir) que el lugar está utilizado turísticamente, con las inmensas posibilidades que tiene, fue grande.

Cogolludo

En el camino de la Sierra, de este lugar que fuera señorío de la Orden Calatrava y luego de los La Cerda, merece destacarse la plaza mayor, joya del urbanismo castellano, presidida por el gran palacio renacentista de los duques de Medinaceli. Construido a finales del siglo XV, su arquitecto Lorenzo Vázquez de Segovia mezcla trazas góticas con elementos renacientes. De maravillar son la fachada, los restos del patio, y la gran chimenea mudéjar. En lo alto del pueblo, el castillo, ya en ruinas, y a media ladera la iglesia parroquial de Santa María, restaurada con acierto, una joya de la arquitectura del siglo XVI con reminiscencias góticas.

En Cogolludo los ilustres congresistas (además de filólogos e historiadores, había novelistas, poetas, pintores y escultores, periodistas nacionales, directores de empresas turísticas, etc.) quedaron encantados con la recepción y explicaciones de quien sin duda es el motor del turismo en esta villa: Inés Martín se desvivió por enseñar el palacio, por explicar su fachada, su patio, su chimenea, y luego en subir al templo y decir cuanto sabe (que es mucho), sobre su espacio, su «capón de palacio», sus historia mínimas. El alcalde tampoco apareció, pero en este caso, al menos, hay quien sabe estar a la altura de las circunstancias: Inés Martín es el ejemplo de lo que el turismo en Guadalajara necesita: entusiasmo y ganas.

La comida, en un restaurante de la plaza, fue decepcionante: apreturas, prisas, malos modales. Así no se pueden captar nuevos y mejores mercados. La cantidad pisando a la calidad acaba por apagar la vela. Al final, la luz se apaga.

Beleña del Sorbe

Lugar a la orilla abrupta y peñascosa del río Sorbe, eje de la sierra, por donde aún se ven restos de calzada romana, especialmente a su paso por el puente de piedra, remoto y asombroso en su altura. El pueblo, por el que sin duda pasó Juan Ruiz, ofrece de interés la iglesia de estilo románico, en cuya portada, de arcos semicirculares en degradación, aparecen talladas las representaciones de los meses. Sirvieron sin duda para que el Arcipreste dijera ese bloque de sus versos dedicados a los meses del año. Un mensario de clara evocación clásica, con la rudeza de talla del Medievo.

La restauración que ha recibido no hace mucho, dirigida por el arquitecto de Grandes, y el dinero empleado por la Junta para salvar este monumento de la ruina, han dado sus frutos, y los visitantes quedaron admirados de la maravillosa presencia de templo y paisaje. Beleña, un hito en la ruta del Arcipreste, dejó muy buen sabor de boca. Allí estaba el pueblo entero, con el párroco don Jesús a la cabeza, para recibir a los visitantes. Muchos de ellos, así lo dijeron, volverán y dirán de las maravillas que en ese remoto lugar han encontrado.

Uceda

Al final del periplo por la provincia de Guadalajara, el Congreso Internacional «Ruta del Arcipreste de Hita» llegó a Uceda. Visitó la ermita románica de la Virgen de la Varga, puesta en el límite del mundo, en la orilla elevada del Jarama. Este lugar fue señorío de los arzobispos toledanos desde la Reconquista en el siglo XI. Atalaya del valle, dominadora de un gran territorio, sin duda en este templo de la Varga oró el Arcipreste, resonando por su calle principal los pasos de los peregrinos que subían a la Sierra. En la Plaza Mayor, un escudo de la familia Cisneros, y una placa con el recuerdo de haber estado allí prisionero el Cardenal Francisco Ximénez, luego arzobispo.

Los ruteros del Arcipreste, admirados de cuanto hermoso habían visto en su viaje por Guadalajara, abandonaron la tierra en que habitamos bajando al valle del Jarama, y por Torrelaguna y Talamanca llegaron a Alcalá de Henares, donde con la presencia de su alcalde, don Bartolomé González Jiménez y autoridades académicas, en un impresionante acto desarrollado en el Paraninfo de la Universidad cisneriana, se dio por clausurado el Congreso.

Esta página, que ha querido servir para dar noticia de un acontecimiento sin duda importante y decisivo en el desarrollo del Turismo en Guadalajara, ha querido ser crónica de una jornada y memento de lo que puede ser ese turismo y aún no es. Que cada uno saque sus propias conclusiones.

Ruta del Arcipreste de Hita: una propuesta turística

El Turismo es, al día de hoy, un fenómeno social, económico y cultural que puede ser considerado «de masas» y por lo tanto, y a escala mundial, un factor importnatísimo en el desarrollo de los pueblos. En estos últimos momentos del siglo XX, lo que hace muchos siglos, o incluso escasos decenios, era patrimonio de unos pocos iluminados, o de algunos afortunados millonarios, ha pasado a convertirse en un movimiento universal que mueve millones de personas y billones de dólares por todos los rincones del planeta.   

En junio de 1997 se celebró en Guadalajara el Congreso Internacional "Ruta del Arcipreste de Hita" en el que se definieron los lugares del trayecto descrito en el Libro de Buen Amor.

 

España es uno de los destinos turísticos más importantes del mundo. Ampliamente rebasado el número de 50 millones de turistas al año, nuestro país está considerado, de forma arquitípica, y al menos en Europa, como el lugar ideal para llevar a cabo cualquier proyecto turístico: el sol y el clima favorable, la inmensa cantidad de playas de calidad, los buenos servicios hosteleros extendidos por todo el país, la oferta inacabable histórico-cultural, y la proverbial, y demostrada, amabilidad de sus habitantes, le ponen a la cabeza de los Estados turísticos del planeta. Y no sólo en capacidad de recepción de turistas, sino hoy también, gracias al crecimiento económico interno, en la capacidad de producción de estos mismos turistas.   

A la tradicional oferta de las tres S (sun, sea y sex), España pone sobre el tapete la oferta de los elementos interiores, la Historia, el Patrimonio Artístico, y el Costumbrismo o Folclore. De este modo, y con un crecimiento también muy real y consolidado, a los elementos de la vacación veraniega y soleada se añaden los que constituyen el Turismo Rural (interior campestre y tranquilo) y los del Turismo Cultural (la pasión por conocer elementos patrimoniales, costumbristas y culturales que ofrece nuestra Patria en calidad y cantidad inmensas.   

Nuestro Congreso tiene un claro objetivo: la propuesta de creación de una Ruta Turística netamente engarzada en este último capítulo del Turismo Cultural. Una propuesta que pasa por considerar inicialmente los valores históricos y literarios de una figura de la historia española, concretamente Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, y su producción literaria máxima, el Libro de Buen Amor. Los elementos, reales o figurados, que en ese personaje y en su obra existen, y que están siendo analizados con el máximo rigor y hondura por parte de los participantes en este encuentro, son los que nos van a dar pie para intentar definir una Ruta que pueda ser ofrecida, con consistencia y fundamento, a los turistas que buscan ese «elemento cultural» en su caminar, en su búsqueda de nuevos horizontes.   

Debe hacerse una breve historia de este intento. Porque no es ninguna novedad lo que estamos haciendo estos días en Guadalajara. La Ruta del Arcipreste de Hita ya se ha estudiado, ya se ha analizado con rigor, ya se ha propuesto a las autoridades su creación y plasmación real en acciones de tipo práctico. Como ayer nos decía nuestro Presidente, Alfredo Villaverde, las Rutas Turísticas basadas en precedentes literarios han sido consideradas, de una parte, por la propia UNESCO, que ha declarado a dos de ellas patrimonio de la Humanidad (la ruta de la Seda de Marco Polo, y el Camino de Santiago, en España), y al menos otra ha sido considerada candidata al mismo título, tras su análisis, hace ahora dos años, en Congreso promovido y organizado por nuestra Asociación: la Ruta de don Quijote de la Mancha.   

El Congreso Internacional sobre el Aricpreste de Hita, que se celebró en Madrid hace ahora exactamente 25 años (fue del 21 al 24 de junio de 1972) organizado y presidido por nuestro profesor don Manuel Criado de Val, trató estos temas de la Ruta alcarreña, campiñera y serrana de Juan Ruiz, e incluso llegó a publicarse un librito (lo hizo la Editorial La Muralla) con textos del citado profesor, y magníficas diapositivas, que ofrecía al turista la posibilidad de recorrer esta Ruta.   

Incluso me consta, -lo he conocido muy recientemente- que existen algunos clubes de turismo europeo que todavía ofrecen la Ruta del Arcipreste de Hita como un periplo de consistencia y calidad cultural suficiente para enviar grupos de viajeros a recorrer la Sierra de Guadarrama, los pueblos de nuestras alcarrias y serranías, y las parameras segovianas, como espacios teñidos por la magia y el recuerdo del Libro de Buen Amor. Se ha escrito, pues, ya sobre ella; se ha definido y realizado; se ha publicado (es obligado citarle aquí, porque es un elementos de verdadero valor y belleza) en dos ediciones el libro de Rubén Caba «Por la ruta serrana del Arcipreste», y, en definitiva, muchas personas han tratado este tema anteriormente.   

Sin embargo, su evidente utilidad, y el esfuerzo múltiple realizado por estudiosos, escritores y viajeros, no ha llegado a plasmarse en acciones concretas por parte de las autoridades que pongan realmente en marcha, a niveles prácticos, esta Ruta. Esperemos que este Congreso pueda servir para éllo.   

Esta Ponencia se estructura en dos partes distintas y muy concretas. De una, el aspecto definitorio de la misma, el que la concreta y establece su existencia real: la enumeración y justificación de los lugares por los que discurre. Y de otra, el aspecto práctico, ejecutivo, que pretende establecer una serie de cuestiones imprescindibles o aconsejables que hagan algo consistente, real y útil, de esta Ruta Turística. Es doble nuestra tarea en este momento: la definición del camino a partir de los datos literarios, y la propuesta práctica de su utilización como Ruta turística consistente.   

La Ruta  

Podríamos estar aquí toda la tarde entretenidos en la enumeración de los lugares por donde discurre la Ruta. En la justificación literaria (interpretaciones y polémicas incluidas) de todos y cada uno de los lugares mencionados. No es nuestra intención, sino la de dar una relación, comentada brevemente, de estos lugares, sus elementos turísticos actualmente ofrecidos, sus distancias y sus posibilidades de cara a que, inmediatamente, sea practicable porque también de inmediato las autoridades turísticas de las comunidades implicadas sean capaces de aprovechar este estudio para relanzar esta vieja idea, la Ruta del Arcipreste de Hita.   

Se inicia la ruta en Alcalá de Henares. Esta propuesta se fundamenta en la conocida frase de Juan Ruiz cuando (al menos en el manuscrito de Gayangos) dice: «Hija, mucho te saluda, uno que es de Alcalá». Muchas Alcaláes se alzan en España, pero dado que el entorno vital del Arcipreste discurre en torno al valle del Henares, sola la vieja Complutum es la Alcalá que por aquí destaca, como una ciudad importante a la que Juan Ruiz baja de vez en cuando, y admira y de ella presume.   

En Alcalá de Henares, cada día mejor cuidada, con un plan de restauración de su viejo núcleo universitario, que está siendo llevado tan a la perfección que no en balde son muchas las voces (y esta ocasión quiere servir para sumar la mía a dicho coro) que piden sea declarada Ciudad Patrimonio de la Humanidad. No hace falta concretar sus monumentos, destacar una vez más el hermoso edificio de la Universidad, el convento de San Bernardo, la Plaza de Cervantes o la muralla medieval que Juan Ruiz con seguridad viera y admirara.   

Guadalajara, Henares arriba, asomada a la declinada Alcarria olivarera, guarda elementos que pueden evocar, en esta Ruta, los días en que Juan Ruiz pasara por esta a la que también considera «gran ciudad» antítesis del campo y la ruralía, espacios en los que los ratones (el mur de Monferrado y el mur de Guadalajara) discuten y enfrentan sus modos de vida, que a cada cual les parece el mejor.   

En Guadalajara puede el viajero de hoy rememorar al Arcipreste en el puente sobre el río Henares, de origen romano y luego firme construcción árabe, que en la Edad Media presentaba una forma de doble vertiente y torreón en su centro donde se cobraba el pontazgo. Las murallas de la ciudad, y su viejo y hoy derruído alcázar, son también lugares que Juan Ruiz conociera. Las iglesias mudéjares, levantadas por las manos de quienes de origen árabe no quisieron marcharse de su hogar secular, vienen a afianzar la imagen medieval de Guadalajara: el magnífico templo de Santiago (antiguo convento de Santa Clara), con sus muros de ladrillo y yeserías, más la concatedral o templo de Santa María la Mayor, que ofrece su alta torre, hoy rematada en chapitel, pero que reflejaba modos de minarete en su variedad decorativa; o aun los restos del ábside de San Gil. Por no citar, aunque aquí debiera acabar el periplo arciprestal de la capital de la provincia, el monasterio de San Francisco, en cuya fachada aún luce, porque la pusieron hará ahora más de cincuenta años, una lápida que dice que en ese lugar vivió y tras su muerte fue enterrado Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, que allí escribió su Libro de Buen Amor. Una fiebre excesiva atenazaba las sienes de quien tal escribiera, pero ahí está. No vamos a ir a tirarla. Que se tome con la moderación que debe el dato.   

La llegada a Sopetrán es obligada en la Ruta. Lugar donde desde la época visigoda ya existía cenobio de monjes, a los que San Eulogio menciona. Lugar donde la Virgen se aparece a las tropas árabes del reino de Toledo, y consigue que su capitán, nada menos que hijo del rey toledano, se convierta al cristianismo y adopte por nombre el de Pedro. Lugar donde luego se establecen monjes agustinos, en el siglo XIV se instalan los benedictinos, y tras largos siglos de opulencias y glorias alentadas por los Mendoza, se derrumba el gran sueño del monaquismo junto al río Badiel, para nacer ahora mismo, en estos días, de la mano de unos repobladores llegados de Leyre, y que con su juventud y su ánimo están escribiendo otra vez, piedra sobre piedra, nueva página a Sopetrán. La Hospedería creada junto al Camino, y la previsible función cultural y religiosa, añadida de la turística, que este núcleo va a comenzar a ejercer, hace de Sopetrán un lugar obligado e importante en la Ruta del Arcipreste.   

Llegamos a Hita, eje indudable de este camino. Aquí tuvo Juan Ruiz su título, y quizás también su parroquia, su templo donde dijera la Misa, orara ante la Virgen y encontrara en la confesión tantos secretos del corazón de los hombres. Hita es un punto estratégico desde los romanos. Incluso antes. El castillo que hubo en la altura de su cerro testigo, solo ofrece hoy breves muros. Allá se refugió el marqués de Santillana, allá vivió Samuel Levy, el tesorero de Pedro I, y allá, repartidos por sus cuestudas calles, vivieron moros, judíos y cristianos en perfetca armonía durante siglos.   

Hoy se ofrece al turista con su silueta emocionante y perfecta. Con su muralla medieval reconstruida en buena parte. Con su arco de entrada a la plaza, en el que se leen frases y versos del Libro de Buen Amor. Y en la Plaza, limpia y con sus edificios restaurados, la evocación fácil de los días de mercado, de los clérigos pescozudos diciendo sus rimas con jolgorio y pesadumbre. En ningún lugar de toda la Ruta es tan fácil como en esta Plaza evocar al Arcipreste de Hita recitando sus poemas.   

Además, Hita ofrece anualmente sus Festivales Medievales, creación de Criado de Val, que cada año los alienta con sus obras teatrales, la música que aglutina, y el esfuerzo conjunto de todo el pueblo para que reviva esa vieja Edad. El palenque habilitado para los juegos de cañas y caballos. O la Casa del Arcipreste, todavía en proyecto, que aglutinará elementos y oferytas de esta figura literaria y de esta Ruta propuesta.   

Desde Hita el camino baja al Henares. Cuando Juan Ruiz decide irse a trotar por la Sierra, debe cruzar antes el río eje de su tierra. Nuestra propuesta es hacerlo, tras pasar junto a Copernal y Valdeancheta, por Espinosa. En el lugar donde tuvo caserón con funciones de castillo la señora doña Aldonza de Mendoza, terrible dama guerrera que a principios del siglo XV dominó esta zona. Y en el lugar también donde los romanos tuvieron importante mansión, la Uncina o Fonciana de las viejas crónicas.   

Desde aquí sube la carretera, entre las arboladas orillas del río Aliendre, hasta Cogolludo, villa a la que creemos debe darse lugar en esta Ruta, porque su prosapia lo requiere, la belleza de sus monumentos lo posibilitan, y el entusiasmo de promoción turística que en ella se respira así lo aconseja.   

Juan Ruiz no menciona a Cogolludo en su obra. Habla de los «clérigos simples…. que meten su foz en mies ajena» y pudiera referirse a los de los pueblos limítrofes (que son, ya se sabe, casi siempre los peores enemigos). Pero en su entorno estuvo, y yo me atrevería a decir que hasta comió cordero en alguno de sus fogones.   

Cogolludo es un entorno magnífico para evocar la figura arciprestal. En esos soportales de su increíble plaza mayor, a Rubén Caba le crece una de las mejores frases de su obra: «el viajero se descuelga por la plaza y se sienta, al aire libre, a una mesa del bar Los Soportales, zoco del vino y de la tapa, bolsa del naipe, feria del brindis y lonja de la apuesta peregrina». Visitar su palacio ducal, portento de la arquitectura renaciente, admirar su iglesia parroquial de Santa María, y en general callejear por su soprendente urbanismo, es todo un gozo.   

Sigue la ruta, cruzando el Sorbe por Muriel, hacia Tamajón. Es el pueblo alto, al pie del omnipresente Pico Ocejón, puerta de la serranía oscura de Ayllón. Aun que en él se nos ofrecen algunos elementos arquitectónicos de interés, como su iglesia de origen románico, alzada en un otero, y el viejo palacio de los Mendoza señores del lugar, hoy Ayuntamiento, con las calles y plazas de perfecta derechura las que llaman la atención, y, en definitiva, sirven para que desde aquí el viajero tome diversos rumbos. Todos ellos incluidos en la Ruta del Arcipreste.   

Bordeando el cercano pantano del Vado, se llega hasta las ruinas de lo que fue poblado o aldea del Vado, un lugar muy transitado en la Edad Media, y en el que, como el propio nombre indica, se cruzaba fácilmente el difícil Jarama. En ese lugar, su iglesia estaba dedicada a la Virgen, a esa Virgen que Juan Ruiz en su libro añora con sus versos: «Cerca d’aquesta sierra / ay un lugar onrrado / muy santo e muy devoto: santa María del Vado». Un monolito puesto en la misma presa del pantano del Vado, de 1951, nos recuerda estos versos y el paso de Juan Ruiz por la escena.   

Pero el viajero puede bajar, camino de Retiendas, hasta las ruinas de Bonval, un monasterio cisterciense escondido y remoto en un hermoso robledal, por el que sin duda el Arcipreste cruzó en su viaje preserrano, pues en algún momento de su Libro de Buen Amor, al recordar las órdenes militares y religiosas de Castilla, dice entre ellas a la de Buenaval. El rutero se encontrará en este sitio, de remoto y difícil acceso, con una sorpresa mayúscula, pues para todos lo es descubrir en medio de un espeso bosque,  y en el fondo de un valle, las ruinas blancas y góticas de una vieja abadía bernarda abandonada.   

La ruta, sin embargo, debe descender aún más, camino de Puebla de Beleña, donde se desvía un momento a la izquierda para visitar Beleña, el fuerte y enriscado lugar propiedad de los Mendoza, donde el arcipreste, siguiendo la calzada romana que allí cruza el río Sorbe sobre un puente de altísima arco uniendo las escarpadas paredes de las orillas, observó la representación de los doce meses del año en la puerta de su iglesia románica, y a su tenor describió esos doce meses con la minuciosidad que de todos es conocida y alabada. Beleña, con su castillo hecho trizas, y su iglesia de San Miguel bien restaurada, sobre un alto roquedal que vislumbra el foso del Sorbe, es lugar crucial de esta Ruta.   

Que sigue, otra vez desde Puebla de Beleña, hacia Uceda, pasando antes por la Casa y el Cubillo de Uceda. En el lugar de Uceda, que es también un bastion estratégico señoreado por los arzobispos de Toledo, el viajero mirará con sorpresa el valle del Jarama a sus pies. Desde la altura se ven el castillo, y parte de la muralla, que sirvió en siglos pasados de prisión de los obispos. Entre otros estuvo allí retenido una temporada el que fuera luego Cardenal Ximénez de Cisneros. Una placa en la plaza, junto a un viejo escudo de armas, recuerda este hecho. Y el viajero admirará, sobre todo, lo que queda de la inmensa iglesia románica de la Virgen de la Varga, una pieza del estilo románico que hoy ofrece perfecta su cabecera con arcos, capiteles y formas medievales muy esbeltas. Por el pueblo se ven casonas ya más modernas, la Casa-Cartuja de los de Miraflores, y la iglesia parroquial actual, bastante moderna.   

Jarama abajo, la Ruta sigue hacia Torrelaguna. Es este el lugar natal de Cisneros, y dado el remoto (y discutible) parentesco de Juan Ruiz con los Cisneros, no está de más de decir que el Arcipreste se siente en estas orillas un poco como en su casa. Destaca el lugar además por ser el lugar de la muerte de Juan de Mena, y de servirle, en su admirable iglesia colegiata, de sepultura. Este pueblo, hoy próspero y muy visitado por los madrileños, era en tiempos del Arcipreste llamado la Torrecilla de la Laguna, aldea mínima dependiente de Uceda. Aquí es de admirar su Plaza Mayor, en la que se alza perfecto de formas y honrado como pocos su edificio de Ayuntamiento, cuajado aquí y allá de los escudos cisnerianos. Y los palacios, los blasones, la maravilla gótica de su colegiata: el Arcipreste no dice su nombre, pero este fue lugar seguro de su paso hacia la Sierra.   

Que se va alzando hacia Lozoyuela, y que puede iniciarse ese traslado o bien por la larguísima y recurvada carretera que va desde Torrelaguna pasando por El Berrueco y Siete Iglesias, o bien, por atajar, se suve hoy en coche, sin problemas, hacia la autovía de Burgos por Venturada, siguiendo el camino de La Cabrera y alcanzando enseguida Lozoyuela, lugar muy pasajero, donde apenas hay otra cosa que hacer que tomar la carretera del valle del Lozoya.   

Entrando en este, la Ruta serrana del Arcipreste se muestra en todo su esplendor. Riente siempre, verde a estallar, el valle alto del Lozoya es un espacio magnífico que la Comunidad de Madrid tiene declarado espacio natural y protegido. Se ve, desde su inicio en la parte baja de la corriente, las serranía de Guadarrama en su parte más elevada. Allá destacan las masas verdes de los bosques sobre la huraña altura, y en esa visión se prosigue hasta llegar a Lozoya, donde mal que bien, aún se guarda el recuerdo de Juan Ruiz, quien ya escribe el nombre de este pueblo, y dice que desde él inicia la subida a la sierra, su paso difícil.   

Tradicionalmente, y en puridad, la sierra la cruza el Arcipreste por el paso o puerto de Malangosto, donde la ventisca y el granizo le azotó la cara y le aterió los miembros. El Malangosto se pasa desde Oteruelo, y a través de pistas forestales se alcanza al altura, que luego permite la bajada en dirección directa a Sotosalbos. También en puridad, la Ruta del Arcipreste debe incluir dos lugares más de este valle alto del Lozoya: son Rascafría y El Paular. Porque aquí sin duda estuvo el clérigo poeta, y porque los recuerdos de caza y de trasiego serrano nos lleva a pensar en ese «cazadero» que en El Paular tenía, antes de que fuera dedicado a monasterio de cartujos, el Rey Alfonso XI, quien en su Libro de la Caza dice ser el lugar ideal para sus monterías: ciervos, osos, jabalíes y toda la caza mayor que pueda imaginarse se daba cita en esa vertiente sur del alto Guadarrama.   

La Ruta que proponemos pasa la Sierra por el puerto de la Navafría, el que parte de Lozoya y cruzando la montaña a más de 1800 metros de altura, entre bosques de ensueño, y un mundo poblado de sonidos, de aromas y perspectivas mágicas, llega a la tierra segoviana en el pueblecito de Navafría, con sus viejos palacios señoriales, todos en piedra, y su iglesia parroquial, románica de origen, reformada en el siglo XV: su portada de tres arquivoltas de medio punto, en las que aparecen hojas de palmera contrastan con la gran cantidad de edificios del «gótico civil» que se ofrecen en este lugar, el primer espacio que de la Ruta del Arcipreste nos encontramos en la provincia de Segovia.   

Desde allí se baja a Collado Hermoso, siguiendo la cómoda carretera que accede a Segovia desde el pie norteño de la Somosierra. En este lugar, y en un espacio que dejan libre los densos bosques de pino y robledal que hay en el término, en la húmeda vertiente norte de la Sierra, aparecen las ruinas impresionantes de Santa María de la Sierra, el monasterio benedictino que también sin duda visitó Juan Ruizm y que pudiera haber sido el lugar que, al pie de la Sierra, le diera a cantar a Santa María del Vado. El caso es que aquí, ya en 1133, existía una comunidad benedictina que fue reformada a petición del obispo don Gonzalo en 1220. A partir de ese año, cenobio e iglesia se levantaron de nueva planta. De estilo cisterciense puro, sin duda recibió neta la inlfuencia de los edificios religiosos comarcanos. Su estructura, maravillosa aún en ruinas, era de iglesia de tres naves divididas en cinco tramos, sin crucero, terminadas en tres capillas absidales semicirculares. La cubrición del templo era a base de bóvedas de medio cañón agudo sobre arcos fajones, y las decenas de capiteles que aún quedan ofrecen una variada presencia de motivos vegetales. La portada de este cenobio benedictino es impresionante: muy rica en molduras, tiene en su centro un gran rosetón cobijado por gran arco agudo. La puerta es de arcos apuntados y escalonados, con arquivolta exterior de cabezas de clavo y otras en zig-zag. Sin duda un punto fundamental en la Ruta del Arcipreste.   

Que también debe pasar, en las proximidades de Sotosalbos, por un lugar ya despoblado pero con una gran fuerza de evocación. Es Valdevacas, el lugar donde el Arcipreste dice estar en su lugar amado… Su iglesia, amplia y magnífica, se fundamenta sobre el primitivo templo románico. De su vieja galería porticada se conservan 5 arcos sobre columnas, con una sola arquivolta lisa, embutidos en el muro meridional. Los capiteles están constituidos por hojas de acanto. En su fachada norte queda leve resto de portadilla. Es un lugar con gran poder evocador, y con muchas posibilidades arqueológicas.   

Desde aquí se llega, cómoda la carretera, bellas las perspectivas de la sierra a la izquierda, a Sotosalbos, otro de los lugares de este Camino en el que la memoria del Arcipreste está viva día a día. El turismo, muy bien llevado en este lugar, con armoniosas restauraciones de sus viejos edificios, con establecimientos hosteleros muy acordes al entorno (uno de ellos se llama Hospedería del Arcipreste de Hita), tiene su meta última en la iglesia parroquial, sorprendente edificio, el mejor de toda la Ruta, en estilo románico castellano. Don Pablo Sainz Casado, su cura párroco actual, que lleva ya 45 años en el mismo oficio, es un sabio arciprestal que ha puesto en el jardín de delante del templo una ruda piedra en la que tallados aparecen los versos del Aricpreste que recuerdan su paso serrano más difícil:   

Pasando una mañana
el puerto de Malangosto
salteóme una serrana
a la asomada del rostro.
«Hadeduro», diz, «¿dónde andas,
qué buscas o qué demandas,
por aqueste puerto angosto?»
Dixle yo a la pregunta:
«Vome para Sotosalbos»
   

No es raro encontrarse, auhnque sea ya la primavera, con un día de viento frío, racheado, en el que «fazíe nieve y granizaba» como dice Juan Ruiz. No importa para mirar la belleza del pueblo y especialmente la de su iglesia parroquial, una joya del románico español. Torre perfecta, gran galería abierta en arcos al sur y al levante, con capiteles de bellas composiciones zoomórficas, y con una serie espléndida de canecillos y metopas bajo el alero en el que sin dificultad sus figuras evocan los personajes del siglo en que Juan Ruiz visitara largas jornadas este lugar.   

Sotosalbos guarda con fuerza y buen ánimo el recuerdo del Arcipreste. Hasta la romería a la Virgen de la Sierra que se hace el primer domingo de agosto, y en la que se sube, cada uno como puede, hasta la altura del Malangosto, recuerda al Arcipreste, y allí se revisten algunos con los viejos trajes de la época y represetan con alegría el encuentro del Aricpreste con la serrana brava.   

El interior del templo, restaurado, ofrece los muros de su presbiterio cubiertos de pinturas románicas. Muchas tallas, retablos y piezas medievales dan consistencia a este lugar, en el que uno quedaría con gusto durante semanas, como le ocurrió a Juan Ruiz, antes de atreverse a ir hasta Segovia, la capital que está ya muy cercana, apenas a unos minutos.   

Segovia es otro de los jalones obligados en la Ruta del Arcipreste. Toda la ciudad, pero especialmente aquellos elementos que a él le hacen quedar asombrado: tanto, que los describe en su obra con una mezcla de admiración y sutileza erudita. Y así dice que en Segovia   

fuy veer una costiella / de la serpiente groya
que mató al viejo Rando /segunt dise en moya
   

Sería esta serpiente groya, según el sabio parecer de don Tomás Calleja, nada menos que el viejo acueducto romano, admiración de todos cuantos lo vieron, desde el mismo momento de ser construido. Juan Ruiz utiliza la metáfora para nombrarle y lo describe como elemento animal constituído por piedra basta y granulosa (ese es el significado de groya). En cualquier caso, el Aricpreste visitaría también las iglesias románicas (San Martín, San Esteban, San Millán…) y quedaría prendado de la majestuosidad que todavía hoy, como hace seis siglos, desprende esta ciudad, que se alaba por sí sola. En la parte alta del acueducto, aún luce la lápida que el Congreso del Arcipreste puso en su homenaje el año 1972.   

El camino prosigue hacia poniente, y atraviesa los densos bosquedales al pie de la sierra de Guadarrama. El Arcipreste (y hoy su Ruta) pasa por Hontoria y a renglón seguido cruza el parque del palacio de Riofrío (ese palacio barroco que mandó edificar Isabel de Farnesio y que hoy constituye por sí solo otro elemento de peregrinaje turístico segoviano). Por el pueblo de Navas de Riofrío sigue el camino, atravesando Revenga, donde quedan importantes vestigios de calzada romana, elemento de guía caminera que tanto utilizó el Arcipreste, como todos sus coetáneos.   

Llega después a Otero de Ferreros, donde hoy encontramos, arropado por múltiples y amplias urbanizaciones, un cogollo urbano en el que destaca su interesante iglesia parroquial.   

A dos kilómetros hacia el sudoeste se encuentra la aldea de Herreros, donde solo aparecen los leves muros de la iglesia románica de San Pedro. Allí es donde estuvo el Arcipreste. Y desde allí continuó el camino hacia la Venta del Cornejo, que se hacía difícil de encontrar hasta que también Rubén Caba, en su provechoso viaje a pie por la Ruta Serrana del Arcipreste, la halló en un perdido lugar que está a medio camino entre la urbanización de los Angeles de San Rafael y la estación de tren de El Espinar. Aunque se había elucubrado con que fuera un lugar de la sexma de San Millán, o bien que se tratara de la venta del propio lugar de San Rafael. Lo cierto es que desde la estación de El Espinar, río Moros arriba, se llega a la Casa del Cornejo. Y desde allí, por el borde meridional del cerro de Matalafuente, se sube al collado del Arcipreste, o puerto de Tablada.   

En lo alto de la Sierra de Guadarrama, el lugar por donde Juan Ruiz dice pasar desde la Vieja a la Nueva Castilla es un estrecho pasadizo entre rocas, al que los montañeros guadarrameños llaman «Pidrahita» y en el que el año 1930 la Real Academia Española grabó unas palabras en homenaje a Juan Ruiz, dejando en un hueco tallado de la misma un ejemplar del Libro de Buen Amor, que, logicamente, duró pocos días en su sitio. Desde esa altura se da vista a todo el gran valle alto del Guadarrama, lo que es denominado «la sierra de Madrid» en el argot de los domingueros. Este es, en cualquier caso, el auténtico curso de nuestra Ruta: desde San Rafael, a la Peña del Arcipreste (o en su defecto por la carretera, hoy cómoda, del Puerto de los Leones) hasta un camino que sale a la izquierda, dos kilómetros en la bajada del puerto, qur por vereda para «cuatro por cuatro» lleva hasta este enclave que ha sido catalogado de Espacio Natural. En una de esas peñas, a las que sólo los aventureros y montañeros podrán llegar, se talló en 1930 este texto: «Al Arcipreste de Hita, cantor desta sierra do gustó las aguas del Río de Buen Amor».   

Luego la ruta baja hasta Tablada, en la falda de la montaña, y de allí por Los Molinos se dirige a Collado Mediano y a Becerril de la Sierra, pasando por El Boalo (lugar ganadero donde los haya, con su nombre heredado de lo que fue dehesa boyal en la Edad Media), dejando a la izquierda siempre las limpias y bellísimas perspectivas serranas la Maliciosa y la Pedriza.   

Se llega por fin a Manzanares el Real, el espacio preserrano en que los Mendoza dejaron su firma en forma de castillo dirigido por el arquitecto Juan Guas, y que es hoy principal recurso turístico de la villa. No fue ese el castillo que a su paso por Manzanares viera Juan Ruiz, sino otro más antiguo que ocupaba su lugar. De todos modos, la Ruta del Arcipreste se ve colmada en este lugar con tan exquisito edificio, al que los viajeros deberán penetrar tras admirar su contorno esbelto, y dentro mirar su paseo de ronda, sus fuertes torres, su patio delicado. Propiedad todavía del duque del Infantado, la Comunidad de Madrid lo utiliza con fines culturales.   

En el Ayuntamiento se grabaron un par de lápidas para recordar los personajes que dieron fama al pueblo. Aunque son otros muchos, allí aparece el recuerdo al marqués de Santillana, y al Arcipreste de Hita, del que se dice: «Al celebrado poeta y primer montañero Juan Ruiz Arcipreste de Hita, que por su paso por estas serranías guadarrameñas inmortalizó esta histórica villa de Manzanares el Real». No mencionó nunca a Manzanares en su libro Juan Ruiz, pero sin duda el lugar corresponde plenamente el trayecto de su ruta.   

Por Guadalix y Chozas de la Sierra (hoy Soto el Real) se alcanza el embalse de El Vellón, donde surgen a medias sobre las aguas las ruinas de la ermita de la Virgen del Espinar, sin duda un espacio que quedó clavado en la retina del Arcipreste. Por Venturada otra vez se baja hacia Torrelaguna, y desde allí, siguiendo las aguas que descienden en forma de Jarama, se alcanza Talamanca, un pueblo madrileño en el que se conjunta la historia y el arte sumado del paisaje, dando un lugar inolvidable y hermoso. En Talamanca quedan amplios vestigios de la calzada romana sobre el gran puente que cruza el Jarama. Este era, en la Edad Media, el paso obligado para ir desde el transitado valle del Henares y la populosa Complutum, a los montes que se cruzan por la Somosierra . Enmarcado por un bien diseñado parque y lugar de esparcimiento en medio de enorme arboleda, se alza el puente romano y la calzada. Y aún puede admirars en Talamanca la iglesia parroquial, joya única del estilo románico en la provincia de Madrid. El estilo netamente segoviano de este templo hace recordar con facilidad cómo Talamanca fue territorio del Común de Sepúlveda, usando de su mismo Fuero durante siglos. El hemicírculo del ábside, sus ventanas y capiteles, la alegría de los canecillos y metopas recuerdan, cuando menos, la misma alegría compositiva de Sotosalbos.   

Desde Talamanca, Jarama abajo, cruzando por el Torote, se alcanza el ancho valle del Henares, y de nuevo Alcalá, lugar donde comenzó la Ruta y donde, de manera obligada, concluye y se hace anillo perfecto y brillante.   

Otros muchos lugares son mencionados en el Libro de Buen Amor. Pero creo, francamente, que no deben ser incluidos en esta proyectada Ruta del Arcipreste de Hita, porque además de salirse de un circuito homogéneo y compacto, no pintan con nitidez su peripecia vital, o al menos no lo hacen en el contexto pleno de su auténtico espacio. Así ocurre con Toledo, el lugar que, por ser la mayor ciudad de España en su momento, la sede primada y lugar donde su arzobispo reside y gobierna con dureza, Juan Ruiz mira con temor, y aún con oido por haber pasado algunas temporadas en sus cárceles recluído. ¿Fué canónigo en su catedral? El suyo era, al menos, un título del cabildo toledano. ¿Fué capellán de uno de sus conventos femeninos? ¿Estuvo al servicio directo del Arzobispo don Gil de Albornoz?. Toledo es lugar arciprestal, pero no cabe dentro de esta circular ruta que hemos definido.   

Lo mismo ocurre con Talavera y Oropesa, que son mencionadas en su Libro pero de forma pasajera y liminal.   

Y no digamos ya de otros lugares de España que el Arcipreste posiblemente conociera y hasta ellos viajara, pero que han quedado en su obra como referencias aisladas, y por lo tanto fuera del contexto de la Ruta. Así ocurre con Calatayud, que dice es patria de doña Endrina. O con Moya en Cuenca y los lugares de Cáceres, Trujillo y Medellín en la Extremadura del Duero, hasta donde posiblemente llegara acompañando a los grupos de pastores a los que recitaba sus composiciones. También en Andalucía pasaría temporadas… incluso hubo quien dijo que Juan Ruiz hubiera vivido largos años, toda su infancia y juventud, en la Andalucía como mozárabe…   

Los aspectos organizativos  

Segundo aspecto, y ya último, de esta ponencia, es el de la puesta en marcha, el aprovechamiento real, de esta Ruta del Arcipreste. Con la brevedad que requiere el hecho de que nos hemos entretenido demasiado en la descripción y glosa de los lugares que proponemos constituyan físicamente la Ruta, paso a enumerar algunos elementos que conviene tener en cuenta para hacer realidad, para que funcione, esta Ruta.   

Es el primero el de constituirla en letra impresa. Trípticos informativos, con mapas, textos y fotos que expliquen la ruta, que la acoten y den «masticada» al posible viajero dispuesto a recorrerla. Folletos también, con mayor información, y aún libros, guías auténticas, con su filón literario y su parte de gráficos, mapas detallados, curiosidades, orientaciones, etc. Un mundo poblado de información que cree la expectativa del viaje y consolide sus posibilidades. Estos trípticos, folletos y libros se entregarían en Oficinas de Turismo, en Hoteles, Paradores, Restaurantes de la Ruta y Ferias de Turismo, para que un número grande de personas los conocieran.   

La señalización es otro de los elementos fundamentales. En lugares claves, cruces y salidas desde las carreteras principales, deberían ponerse señalas indicativas. Con colores especiales, tal como la Junta ha hecho en las Rutas ya establecidas desde la propia Administración. Luego, en cada pueblo por donde la Ruta pase, deberían añadirse carteles que establecieran e identificaran aquel enclave dentro de la Ruta arciprestal, con algún dibujo alusivo, o alguna frase del Libro de Buen Amor pertinente al espacio que se atraviesa.   

Facilitar las comunicaciones entre los diversos pueblos que constituyen la Ruta es otro elemento imprescindible. Adecuar las carreteras, mejorar el firme, facilitar el depslazamiento, permitir con su anchura que puedan pasar autobuses, etc.   

Interesar a las Agencias de Viajes en crear «paquetes» que recorran esta Ruta, incluso con noche en su trayecto, de tal forma que las tres provincias por las que atraviesa el proyectado Camino arciprestal tengan reservada cada una un día en el viaje. Seleccionar hoteles y restaurantes especialmente sensibilizados en el tema para crear ambiente y ofrecérselos al turista. Esta misma oferta hacérsela a las Asociaciones Culturales, de Pensionistas, de Centros Recreativos, etc, que así se encuentran hecho y lleno de contenido un trayecto excursionista.   

Los Festivales Medievales de Hita son elemento fundamental en esta Ruta y en su promoción. Más de treinta años celebrándolos a comienzos de julio, bajo la dirección siempre renovada en la persona del profesor Criado de Val, han hecho tanto por esta idea de la Ruta que se puede considerar pilar fundamental de la misma. Deberá seguir recibiendo ayudas y apoyos de instituciones y particulares, porque esta es la mejor forma de revivir una época, de poner vivo un Libro y de divulgar temas y formas medievales.   

Estos Festivales podrían, incluso, extender (como pequeñas sucursales) a otros lugares donde el Libro de Buen Amor identifica con claridad espacios y gentes. Un ejemplo a seguir es la Romería a la Virgen de la Sierra que se hace en Sotosalbos y pueblos comarcanos, el primer domingo de Agosto, y que consiste en que cientos de personas suben hasta el puerto de Malangosto, y allí, entre comidas, músicas y popular alegría, se representa el pasaje del Libro de Buen Amor en que el Arcipreste se encuentra, y choca, con la serrana chata.   

Eso mismo podría construirse en otros pueblos, y dar así contenido a alguna jornada plenamente «arciprestal».   

Finalmente, en esta ocasión queremos dar nuestro apoyo total, y pedir su inmediata puesta en marcha, de la Casa del Arcipreste, en Hita. Es este un lugar construido de nueva planta, en el que está previsto alojar un Museo referido al Arcipreste, y a su obra. Sería un lugar perfecto para añadir una visión de la Ruta que en este Congreso se trata de crear.   

Sería además un lugar de Encuentro para los admiradores y lectores de Juan Ruiz. En él habría una amplia biblioteca con todas las ediciones del Libro de Buen Amor, y los estudios con él relacionados.   

Habría también un depósito, en forma de Archivo fundamental, de todos los elementos relacionados con los Festivales Medievales de Hita: los carteles, los vídeos de las actuaciones, los programas, etc.   

Finalmente, y como un elemento hoy importante en todo centro de visita turística o de oferta cultural, se pondría una tienda con postales, libros, recuerdos, etc. relativos al Arcipreste. Una propaganda adecuada, como en general todo lo relacionado con la Ruta, daría nueva vida a esta «Casa del Arcipreste», a la villa de Hita y a la Ruta que se pretende crear, y que con estas palabras termino en mi exposición.   

Muchas gracias

Ermitas de Guadalajra

 

Todo se reduce a andar. A caminar a pie o en coche. A dar vueltas por caminos y montes. A mirar el horizonte, buscar en la vaguada, subir el repecho, trascender con la mirada el entorno geográfico en que discurrimos. Todo se reduce a viajar por la provincia, y buscar y gozar el momento, ese instante único, irrepetible, que Horacio decía era el motor de la vida. Ese «carpe diem», gozar del momento, se hace posible en un viaje, -mejor si repetido- por nuestra tierra.

Eso es lo que ha hecho Ángel de Juan-García, quien desde hace muchos años recorre la provincia y pone su mirada en unos elementos que, a fuerza de ser pequeños, mínimos e íntimos, pasan desapercibidos a la mayoría: son las ermitas de nuestros pueblos, esas construcciones que sin grandilocuencia nos ofrecen su estampa a la entrada de las poblaciones, y en lo alto de los cerros, en el fondo de los valles, en cualquier inesperado rincón, se presentan de improviso. Recoger en fotografías y en brevísimas fichas un enorme número de referencias a ermitas de Guadalajara. En un libro que titula así, y que se hace palpitante entre las manos cuando se toma y mira, cuando se admira en cada página. Más de 500 fichas de ermitas vivas, alzadas y con silueta fotográfica nos ofrece de Juan-García en este hermoso volumen. Pero en realidad habla de casi ochocientas, porque muchas de las que ya no existen, o son pura ruina, también están referenciadas en sus páginas. Es por ello que esta publicación recién aparecida se convierte en una joya para cuantos desean conocer, cada día mejor, y palmo a palmo, este aspecto desusado de nuestra tierra.

Mis ermitas preferidas

Llevo también yo algunos años recorriendo la provincia, y mirando cuando paso junto a una ermita su silueta mínima, o su alzada arquitectura pía. Saber cuántas alegrías entre sus muros se han cantado, o los versos que a su sombra han nacido, o se han dicho a un oído. Pensar que en estos lugares la fe, -ancestral y por siglos mantenida- ha sido motor de sus perfiles, mientras las procesiones han llegado rodeándolas, con sus cantares, y las romerías han puesto la cabal aleluya de sus jornadas mejores.

Me recorre un escalofrío la espalda cada vez que paso por Budia junto a la ermita de la Virgen del Peral de la Dulzura. Ese lugar abierto y alto, ese edificio inmenso y barroco, a cuyo arrimo vive una humilde casa de hospedería. No sólo porque tiene el clamor popular de los alcarreños, y la esencia de un paradigma clásico, sino porque encierra en su horizonte la perdida alegría de un día luminoso. Por eso vuelvo, de vez en cuando, a la Ermita del Peral de la Dulzura: es un lugar donde resuena la risa, donde explota la alegría, donde se alza al viento el mejor momento de la vida.

Pero hay otras. Está, por ejemplo, la ermita de la Purísima Concepción de Atanzón, a la entrada de la villa, en la meseta que conduce desde Centenera a este pueblo. Su presencia es mínima, la estructura revienta de clásica, con su atrio adelantado sobre dos columnas, y el cuerpo del edificio de sencillo tapial, pero si la baña la luz de la mañana de invierno, el aire está quieto, y suena la risa que lo cambia todo, entonces es el monumento más colosal de la Alcarria. Vaya cualquier lector, y encuentre el secreto de ese edificio. Estará, seguro, flotando aún en su torno.

También me encanta el Calvario o ermita abierta de El Casar. Al final de su largo paseo, dando vistas a la cercana sierra, luminosa siempre y en el atardecer herida del sol que se arrastra sobre las montañas. Es un ejemplo único, maravilloso, de final de vía crucis, como un humilladero en el que se rinden las plegarias y las procesiones. A través de sus arcos abiertos y su inexistente techo se ven en su interior las tres cruces de piedra en las que Cristo y los ladrones se balancean aún con el fuerte viento que llega de poniente. Si alguien quiere tener en la retina una imagen de fuerza y sin olvidos, que vaya al Casar, y allí se alargue hasta el Calvario: no tendrá nunca que recurrir a catedrales extremas. Esa es la esencia de la fe rural.

La ermita de la Virgen de la Soledad, en Palazuelos, camino de Carabias, ha sido retratada y evocada por muchos. Yo también, a menudo, me acuerdo de ella, de todo cuanto junto a ella he pasado, he pensado, he dicho y he escuchado. No sólo han sido los versos nuevos, el «raro fablar» del marqués de Santillana, que junto a ella pasó y recitó su novedad literaria. No sólo las imágenes de sus capiteles radiantes, con nitidez tallados, con sus volutas explicando la dulce carambola de amor y tierras rojas, sino también la certeza de que, en la mañana helada de escarchas y románicas búsquedas, está la columna central de una vida.

A estas alturas, lector, quizás me estés diciendo que no entiendes algunas de las razones que te doy para evocar ermitas. Son sencillas, simples. Son razones de la mirada y el corazón. Porque a las ermitas de Guadalajara, como a los palacios de Venecia, y a los rascacielos de Manhattan, se va con las dos manos puestas en actitud de coger algo: de ver imágenes y de vivir instantes. Y eso es lo que me pasó a mí en estos lugares y lo que te recomiendo que intentes tú en cuanto puedas: que subas hasta el Alto Rey de la Majestad, mejor si es a principios de septiembre, cuando la romería de los pueblos del contorno, y aunque haga un aire violento y cortante mires la lejana brillantez de las Castillas y cojas para siempre la luz de la altura. O te llegues a esa ermita única y sobrecogedora que es la de la Virgen de la Hoz, junto al río Gallo, en el paisaje bravo y sonoro del señorío molinés, para que te sientas tierra, piedra y verso (el de Suárez de Puga, a esa punta de pámpano que se asoma por ver a la Virgen a través de una ventana) y digas que no, que no olvidarás tampoco ese día en que la bullanga de la romería lo llenaba todo. Y en Luzón, en lo alto del caserío, como eje de una mínima comunidad que ahora pasa en silencio sobre los álamos de las orillas del Tajuña, está esa ermita-oratorio de la Fundación Bolaños. Urbana y en decadencia, su interior en ruina anunciada, y las paredes iluminadas por el sol de la tarde de verano, retratadas y evocadas…

Tantos caminos por esta tierra, tantas ermitas en nuestro camino. Y en este libro de Ángel de Juan-García, todas las ermitas de Guadalajara. Una oportunidad de tener juntas muchas docenas, muchos cientos de imágenes de ermitas (aunque algunas de esas imágenes se han quedado, por desgracia, sumidas en un oscuro gris de incertidumbre gráfica). Con todo, una hermosa y valiosa aportación a la bibliografía de Guadalajara a la que desde aquí saludo y aplaudo. Por muchas cosas, pero sobre todo por dejarme evocar, una vez más, a mis ermitas preferidas.

Un Congreso inminente: La ruta del Arcipreste de Hita

 

Dentro de unos días (concretamente del 12 al 14 de junio próximos), Guadalajara va a ser sede y anfitriona de un importante acontecimiento cultural y científico: el I Congreso Internacional de la Ruta del Arcipreste de Hita.

Tiene un objetivo muy concreto este Congreso. Que no es el de estudiar (y nunca faltan razones para hacerlo de nuevo) la vida y la obra de Juan Ruiz. Sino el de analizar, proponer y establecer, si es posible, un camino al que con justicia pueda llamarse «el Camino del Arcipreste». Una ruta por la que pueda circularse encontrando referencias ciertas del Libro de Buen Amor, de don Carnal, de doña Endrina, de don Amor, de Trotaconventos, y de tantas figuras como animan, y dan vida, a ese libro inmortal de la literatura medieval castellana.

Cual sea la Ruta del Arcipreste

La Ruta del Arcipreste tiene diversos puntos claves de referencia. De una forma genérica, son las tierras de en torno al río Henares, en las provincias de Guadalajara y Madrid. Es la sierra central, desde Somosierra al Guadarrama, a caballo entre Segovia y Madrid, bosques y pedregales por todas partes derramados. Y es, finalmente, la sotosierra segoviana, y su capital incluida, con el borde de la meseta castellana entre Valdevacas y Riofrío como escenario.

Si hubiera que proponer una Ruta del Arcipreste (a expensas de lo que este Congreso vaya a decidir, tras el análisis de todas las propuestas) sería aproximadamente esta:

El inicio en Alcalá de Henares está justificado por creer a este lugar, a esta que es hoy la gran ciudad del Henares, su lugar de nacimiento. Alcalá ofrece pocos vestigios del Arcipreste y su época, pero sí una Universidad espléndida, y un grupo de monumentales Colegios y Conventos que la hacen viva en su mejor época, los siglos XVI y XVII. En su Plaza mayor puede evocarse, a través de la vida y la bulla diaria, la figura andariega de Juan Ruiz.

Se caracteriza la poética arciprestal por su viveza y su movimiento. Es el propio Libro de Buen Amor el que camina. Así, de Alcalá se pasa por Guadalajara, donde algunos antiguos templos mudéjares del siglo XIV están claramente entroncados con la presencia del Arcipreste, que los conocería, los visitaría e incluso diría misa en algunos de ellos: Santiago, Santa María, las ruinas de San Gil…

De aquí se va ascendiendo, por las orillas del Henares, hacia Sopetrán e Hita. El enclave de Sopetrán, con su monasterio de monjes benedictinos, ahora en renacimiento y restauración, evoca con fuerza al Arcipreste, porque él siempre tuvo especial cariño, y buscó como puertos seguros, los abadiatos de San Benito. Además de ser un cruce de caminos, geográficos e históricos, en el que las luchas y los amores de moros y cristianos tuvieron su lugar.

En Hita, en la altura del pelado cerro, tras la traviesa del cuestarrón y la puerta de la muralla, en llegando a la Plaza Mayor, parecen resonar los versos del Arcipreste. Todo en Hita es verso y es Arcipreste. Los ladrillos de las iglesias (San Pedro, San Juan, Santa María…) las piedras de la muralla, la sombra rotunda del castillo, el frescor de los bodegos, las callejuelas que bajan y dan vista a la campiña larga y luminosa… Este es el eje de la Ruta, el lugar donde el Arcipreste tiene su monumento cordial, la atalaya que busca todo viajero que lleva el Libro de Buen Amor en la mano.

De aquí, se busca la sierra. Por Espinosa se sube a Cogolludo, y de aquí a Tamajón, para acercarse hasta las ruinas mínimas de lo que fue el lugar de El Vado, donde Juan Ruiz cantara a Santa María. La sierra está encima, pero la dejamos momentáneamente para buscar el valle del Jarama. Río abajo llegaremos a Uceda, también atalaya de este río preserrano, y a Torrelaguna, donde los sones del gran cardenal, de ese Cisneros que posiblemente tuviera en su sangre gotas arciprestales, y no de galanura, sino las pocas que llevara de severidad y razonamiento.

Al fin, la Ruta llega a la Sierra pura. Se va a Buitrago, sede mendocina y hoy amurallado enclave que en la Edad Media veía el paso de peregrinos y atendía en su mercado las voces más variadas. Por el costado sur de la Somosierra, entre prados y robledales, se va a Lozoya y a Rascafría. Y a poco de visitar El Paular, se toma el puerto de Malangosto, por donde el Arcipreste, en lucha y amores siempre con las serranas que guardan puertos, alturas y rebaños, cruza a la tierra de Segovia. Hoy el paso se hace por el puerto de Navafría, que no es malo, pero al menos se puede ir en coche. El de Malangosto es todavía para montañeros y andarines.

En Segovia

La tierra de Segovia es bien conocida y querida por el Arcipreste. Tiene lugares en ella donde dice querer quedarse para siempre. Sería uno de ellos Valdevacas. Sería otro Sotosalbos, al pie del puerto, donde diría misa en la hermosa iglesia románica de la villa, y donde acudiría más de una vez al monasterio, hoy pura ruina, de Santa María de la Sierra, también de benedictinos. Desde estos lugares, se dirige Juan Ruiz en alguna ocasión a la ciudad, a Segovia pura, donde se pasea por el mercado, y va de fiesta. Pero le asusta la bullanga, se atemoriza de ver exceso de gentío. Él es de hablar sentencioso y listo, pero a unos pocos, a un redondel de caras. Segovia tiene, como capital de esta tierra luminosa y fría, un lugar preeminente en la Ruta y andar del Arcipreste.

Que baja luego hacia el oeste, y se llega a Ferreros (hoy Otero de Herreros) y a Riofrío (también lugar, y pequeño, al pie de la sierra) antes de meterse otra vez en los bosques de Valsaín, y de perderse, como solía hacerlo cuando trataba de cruzar la línea de la altura, por las cuestas del puerto de la Fuenfría. Paralelo a Navacerrada, este puerto es hoy poco transitado. Desde la tierra de Segovia pasa a Madrid y arriba a Cercedilla.

En estos prados y fresnedas, hoy ocupados en exceso por pueblos extendidos, urbanizaciones sin fin, autopistas y enlaces carreteriles, el Arcipreste de Hita llega a la tierra de Madrid. Y por ella se pasea. Cerca del puerto de los Leones, en la altura pedregosa del Guadarrama, están las Peñas del Arcipreste, un hermoso lugar de rocas enhiestas y espectaculares que evocan la presencia del juglar por estas sierras. De allí se baja ya a las orillas del río, todavía cristalino y sonoro, y se llega a Manzanares, el lugar donde la presencia de un hermoso castillo del siglo XV, y el eco de los versos del marqués de Santillana, que en tantas cosas entroncan con las estrofas de Juan Ruiz, parecen crear un mágico entorno en el que la Edad Media castellana se conjuga y adensa. En este castillo, modélico espacio donde la cultura y la historia tienen hoy su asiento, podemos poner fin a la Ruta del Arcipreste, que por tierras de Madrid, Segovia y Guadalajara tiene lugar y ahora se propone como espacio cultural y evocador para viajeros.

Esta será, en esencia, y explicada con mayor detenimiento en la ponencia que personalmente presentaré en el referido Congreso Internacional, la Ruta del Arcipreste que quiere renovarse, ofrecida y abierta, para dar vía segura a ese «turismo cultural» que cada vez con más fuerza irrumpe entre nosotros, y del que Guadalajara es sin duda una avanzadilla y monumental cesta de sorpresas.