Caminos borrados por la hierba
Muchos caminos se siguen en la vida. Unos conocidos, otros extraños. La mayoría dejan de reconocerse pasados los años, porque la hierba (si nadie más transita por ellos) los invade. Parece siempre un ejercicio de nostalgia volver a pasar por esos caminos, querer ir, desde otras perspectivas, a lugares antiguos. Y ese es el oficio que intentamos algunos, cuando cada día, cada semana, volvemos a rememorar el viaje al pasado, buscar la silueta de un viejo templo, salir del aburrimiento rescatando la memoria de una olvidada batalla.
Un libro de memorias y emociones
Acaba de aparecer un hermoso libro de memorias y emociones. Un libro que lleva por título el de este trabajo: «Caminos borrados por la hierba». Una obra que, fundamentalmente, trata de recuerdos personales pero que, obligadamente, atañe a la memoria colectiva de todo un pueblo: de Horche en este caso.
Para quienes aprecian la voz clara de un escritor de raza, este libro va a ser una revelación completa. Y al mismo tiempo un gozoso descubrimiento. Porque del anonimato más absoluto surge con fuerza, con valentía y lleno de luz, un escritor ante el que quitarse el sombrero no sólo es de justicia, sino que da gusto. Paulino Aparicio Ortega, cordial y buen amigo donde los haya, ha hecho algunos pinitos previos en concursos de cuentos y narraciones. Ganó en 1994 el Premio literario Villa de Horche y quedó segundo en 1991, en la anual convocatoria de Nueva Alcarria para narraciones cortas. Su obra, breve pero densa, está ya cimentada en la admiración de cuantos le han leído. Con este libro, la sorpresa va a ser más general, porque pasar de las cuartillas volanderas de un pregón o de un cuento, a la gruesa permanencia en un libro con sus pastas, su índice y su sello editorial, es un paso de gigante, sin duda.
La honda capacidad de observación de Aparicio, su potencia genial en el oficio de la evocación, y su impecable maestría en la tarea de la escritura, se han plasmado en este libro que ahora aparece editado por AACHE, y que va a llenar de satisfacción y hermosas horas a quienes con él se adentren en el ejercicio de memoria que propone. Posiblemente servirá para que muchos que han nacido en Horche, que allí han pasado algunos años de su vida, o por referencias sepan donde está el pueblo, quién lo vive, y cómo se vive en él, queden asombrados de la fidelidad con que surgen los recuerdos más sustanciales de la localidad.
A base de cortos relatos, con un total de 60 capitulillos solamente ligados por el cíclico renuevo de las cuatro estaciones, el autor nos va dando su personal visión, su íntima vivencia, de cuanto ocurría en esta villa de la Alcarria hace treinta, cuarenta años, cuando él era un chaval y la vida era tan distinta. Un mundo de aventuras mínimas, de bien perfilados sentimientos, de personajes de carne y hueso que serán reconocidos por cuantos lean estas páginas. El lugar, lo repito, es Horche, y el mundo que describe es la vida del propio autor. Pero vista en la pantalla grande de la comunitaria vida del pueblo.
Horche retratado en sus gentes
Es este un libro más de almas y de gentes, que de paisajes e historias. En sus páginas aparecen personas de nombre y apellidos concretos. Y anécdotas reales, nacidas y latidas en la vida. El paisaje que desde la baranda de la Fuensanta se observa, siempre allá bajo y luminoso, del valle del Ungría camino del Tajuña, o las densas arboledas de las recurvas, o de las llanadas ardientes del trigal alcarreño, quizás pasa más desapercibido. Aquí hay, lo repito, almas. Y hay voces de niños, cánticos de mozos, gritos de vendedores, chillidos de sustos en las fiestas, susurros de amor en los portales. Una vida consistente y palpitante.
Entre los muchos valores que tiene esta obra, aparte del puramente literario, que es enorme, está el del rescate etnográfico de muchas costumbres, de formas de vida que han desaparecido (los quintos, la Nochebuena, los hornos, el circo, las procesiones, y hasta los partos en noche de nevada) y que en las páginas escritas por Paulino Aparicio se nos ofrecen vívidas, cuajadas de emoción y certeza.
No hace todavía tanto tiempo que por los pueblos de la Alcarria viajaban vendiendo su mercancía los tostoneros. A su llegada al pueblo, y al grito de «-¡Torraos recién hechos, qué ricos, qué buenos!-» acudían las mujeres con sus pucheros, sus cacerolas, sus botes y cualquier recipiente lleno de garbanzos. Y se sometían al rito del trueque, en el que el viajero recién llegado entregaba a cada una un puñado de tostones y le cogía los garbanzos. Con poco se conformaba, y repartía alegrías «a puñaos». También el especiero llegaba dando voces, o el globero, que cambiaba los globos de colores por trapos, hierros, campanillas de mula y cosas viejas. En Horche, a este le llamaban «el tío revuelve tripas», porque las rabietas de los chiquillos por conseguir un globo terminaban casi siempre con una carrera y bajada de pantalones detrás de una tapia.
El tío coplero era el mejor recibido: un taco de coplas, de tangos, de letras de Farina y Marifé de Triana dejaba por portales y plazuelas, cobrando dinero, que era un sistema ya moderno hace todavía pocos años. La economía del trueque resalta en esta obra de Paulino Aparicio muy vívida y tierna: los que vendían milhojas, los lañadores que arreglaban los viejos cacharros, los «granadinos» que cambiaban por ropas y velas la leche espesa de sus cabras. Y al final, la tienda de Enrique Cortés, para la que Aparicio dedica unas páginas que son de antología, porque en ella se quedaba las horas muertas «por respirar sus aires múltiples» y porque en su penumbra estaba, como en un mercado oriental, todo cuanto la mente de un niño de pueblo podía soñar con tener algún día. Una obra excelente, una memoria de los viejos días en un pueblo que todavía se parece, algo, a lo que fuera va ya para cincuenta años.
Yo quería hoy, saliéndome un tanto de la habitual crónica de pueblos y de historias (para la semana que viene puede quedar una cita con algún remoto castillo que nos está esperando), dejar constancia de la aparición de este libro que me ha parecido precioso, que no va a defraudar a quien (con ánimo alcarreñista o universal, eso da lo mismo) se siente en sosiego y emprenda su lectura.