Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

julio, 1996:

Lupiana: repaso a la historia

 

Desde hace muchos años, la Asociación de Amigos de la Catedral de Sigüenza viene desplegando una actividad continuada y plena de utilidad, en orden a defender cuanto tiene relación con este edificio religioso que es, al mismo tiempo, el más alto de los elementos artísticos y patrimoniales de nuestra provincia. Entre sus actividades está la de editar un Boletín o Revista que se titula «Ábside», y que a lo largo de su colección completa, cuenta ya con 26 números, y eso que sale cada trimestre solamente), se han ido atesorando un cúmulo de informaciones y datos sobre la catedral, sobre Sigüenza y la diócesis, que se hace ya de consulta obligada por cuantos quieran conocer esa historia de las cosas y las gentes de Guadalajara que pasa por los detalles pequeños pero cruciales.

Viene este preámbulo a cuento de que en el último de sus números, el correspondiente a esta primavera recién finalizada, aparece un artículo del canónigo J.A. Marco, músico de altura e investigador de altos perfiles, sobre algunos monumentos de nuestra tierra que, pienso, merecen un comentario amplio, y sobre todo, darse a conocer entre el mayor número posible de lectores. En concreto, Marco encuentra y comenta el documento para la construcción de la iglesia monasterial de Lupiana, el núcleo primigenio y central durante siglos de la Orden jerónima, la más española de las órdenes monásticas. Y, aunque no sea el monasterio de Lupiana un modelo de oferta turística ni de facilidades para la admiración de las gentes, sí que reúne la noticia el interés suficiente como para ser aquí expuesta.

Una iglesia de suntuosidad real

La iglesia del monasterio jerónimo de San Bartolomé en Lupiana es el contrapunto firme de su claustro mayor. En ella se quiso reproducir, en cierto modo, la grandiosidad de El Escorial, que era a finales del siglo XVI el paradigma de la arquitectura, pues Juan de Herrera, que además de arquitecto (y por cántabro) era medio alquimista y un profundo filósofo, había hecho en el monasterio jerónimo de la sierra madrileña un «más difícil todavía» que hoy -todavía- ha sido imposible mejorar.

La iglesia de Lupiana se construyó a principios del siglo XVII.

Hoy la vemos muy alterada de lo que fuera su original aspecto, después de que en los años veinte de este siglo se hundieran las bóvedas de la nave y todo el coro, quedando como un espacio murado y hueco, aprovechado por la propiedad del monasterio para construir en su centro un irregular estanque y unos jardines.

Este templo, construido en la primera mitad del siglo XVII, fue posiblemente la última gran obra artística del monasterio. Hacia el año 1569, Felipe II aceptó ser patrón de la institución, en el momento en que el monarca andaba entusiasmado con la contemplación de la construcción del gran monasterio de San Lorenzo de El Escorial, que había entregado a los jerónimos para su cuidado. Es muy posible que en esos años encargara a sus arquitectos y decoradores reales un proyecto, sencillo, para ponerle nuevo templo al monasterio de Lupiana. Y que les pidiera se hiciera en todo semejante, aunque con dimensiones más pequeñas, a lo del Escorial. No hubiera sido de extrañar que el proyecto de esta iglesia fuera debido a Juan de Herrera.

Pero no fue así. El mérito de Marco ha sido desvelar, a través de un documento encontrado en el Archivo de Protocolos de Guadalajara, que los autores fueron otros, y la fecha más tardía. La traza de la iglesia del monasterio de Lupiana se debe concretamente al arquitecto vallisoletano Francisco de Praves, quien la realizó en 1613, y el desarrollo estructural de la fachada del templo, que añadía a lo que ahora vemos una segunda torre que nunca se llegó a construir, fue original del arquitecto madrileño Francisco del Valle. Las obras, según una meticulosa carta de contrato, se llevaron a cabo hacia 1613-15, y la dirigieron y ejecutaron los maestros canteros y de obras Antonio Salbán y Juan Ramos, ambos seguntinos, y muy ligados a la construcción de la catedral de Sigüenza en esas fechas de comienzos del siglo XVII.

Tras estos datos documentales, que para los estudiosos de la historia del arte son sumamente importantes, no está de más recordar aquí, una vez más, la estructura y la belleza que reúne este templo, a pesar de encontrarse en ruinas, aunque bien cuidadas, dignificadas y románticamente aparejadas.

La fachada del templo, que era lo primero que encontraban los caminantes al llegar al monasterio de monjes jerónimos, se orienta a poniente, y consta de un gran paramento de remate triangular, en cuya parte baja aparece la portada propiamente dicha. Se trata de un arco semicircular escoltado de dos pilares de planta cilíndrica y rematado por un entablamento sencillo del que surge una hornacina que alberga una deteriorada estatua exenta de San Bartolomé. En ese mismo muro, una gran ventana, hoy cegada, iluminaba el coro de los monjes. Encima de ella, ya sobre el triangular frontón, un gran escudo del Rey Felipe II. A su lado sur se alza la torre monasterial, que todavía presenta un aire medieval gracias a su planta cuadrada, estrechas ventanas asaeteradas, y coronación con almenas. Hoy sabemos que el proyecto original contemplaba levantar dos torres semejantes.

La iglesia es de planta única y muy alargada. Gruesos pilares prismáticos dividían la nave en tres tramos cortos, estando los dos primeros cubiertos por la gran bóveda del coro alto, similar al de El Escorial, y que también a comienzos del siglo XX se hundió junto con el abovedamiento general del templo. Tras ellos se abre el poco pronunciado crucero, apenas resaltado por el rehundimiento de sus muros para dar acceso a sendas puertas laterales: la del norte, al jardín, y la del sur, a los corredores que la comunican con el claustro y resto del monasterio. Es de suponer que este espacio se cubriera de una gran bóveda de media esfera, como el resto de la nave lo haría con cúpula de medio cañón reforzada por arcos fajones, según se dice en el documento de contratación. Estas bóvedas estaban totalmente decoradas con pinturas al fresco, tal como un cronista se encargó de transmitirnos a comienzo del siglo, aunque sin describir mínimamente las formas, el estilo y los temas, por lo que ni imágenes gráficas, ni siquiera descripción ha quedado de todo ello.

Finalmente, el presbiterio, elevado sobre el nivel de la nave, era accesible gracias a una escalinata. De planta rectangular, y muro del fondo liso, también se cubría de bóveda encañonada con decoración de pinturas al fresco, de las que aún quedan trazas hoy día, pero tan deterioradas que es imposible ni siquiera imaginar los temas que proponían. De todos modos, para quien hoy viaje a Lupiana, a visitar su monasterio jerónimo (recordar, solo es visitable los lunes por la mañana) el encanto de su templo será parejo al de su gran claustro renacentista, esa otra maravilla que diseñara Alonso de Covarrubias y que hoy da la imagen de la serenidad y el buen gusto.

El Museo de San Bartolomé en Atienza

La medieval villa de Atienza posee innumerables reclamos para justificar una visita en cualquier fin de semana. No sólo es el aspecto, siempre sorprendente, de su castillo sobre la roca altiva; ni sus múltiples iglesias con cantidad de detalles estructurales y ornamentales románicos. O la multiplicada voz de la historia por sus empinadas calles, delante de sus caserones blasonados… hay otro motivo, verdaderamente atractivo, que justifica por sí solo la visita a Atienza. Y es poder contemplar con tranquilidad el Museo de San Bartolomé, en el que se conjuga arte y ciencia. Una estancia única, que merece un viaje.

La iglesia de San Bartolomé

El Museo instalado en la iglesia de San Bartolomé se enmarca en uno de los mejores elementos monumentales de la medieval villa de Atienza. La iglesia de San Bartolomé es un ejemplo relevante del arte románico castellano, casi paradigmático y elocuente por sí sólo de lo que fue la potencia de la villa de Atienza, núcleo de arrieros y comerciantes en la Edad Media castellana.

Situado este templo en la parte más baja de la población, centrando hace siglos un populoso barrio hoy desaparecido, se rodea de una valla alta de piedra y se precede de un pradillo con árboles que le confieren un encantador aspecto en su aislamiento.

Fue construido este templo en la primera mitad del siglo XIII, y en una piedra de la escalera que sube a la espadaña se lee la fecha exacta: ERA M.CCLXI (1223) y el nombre de Bohar que puede ser la firma del arquitecto o artífice que le levantara.

En su origen, este templo tuvo una sola nave, pero posteriormente se le añadió otra por el norte, comunicándose ambas a través de dos amplios arcos apuntados. Su ábside es de planta circular, aunque al exterior se refleja en cabecera cuadrada. Sobre él se alza la torre-espadaña, de indudable origen románico.

La primitiva nave se cubre con un artesonado de madera con tirantes, y el presbiterio ofrece una cubierta en forma de bóveda de cañón, rematando en su muro del fondo con un gran retablo barroco.

La imagen exterior del templo de San Bartolomé es encantadora: al sur se ofrece la galería porticada con siete arcos de medio punto (los fustes de sus columnas pareadas fueron tallados y abalaustrados en el siglo XVI) que descansan sobre capiteles de muy leve talla vegetal, agrupándose seis de ellos para iluminar el atrio, y el séptimo, más a levante, permitiendo la entrada al mismo. Dentro ya del atrio, vemos la puerta de ingreso al templo, con dos arquivoltas semicirculares decoradas con roleos y finos entrelazos de sabor mudéjar, así como algunos capiteles decorados con figuras humanas. Es especialmente notable el hecho de que la arquivolta exterior se decore con un motivo de ochos sin fin, bastante utilizado en el románico guadalajareño: aquí vemos cómo surge de sendas figuras que con los brazos abiertos parecen originar ese entrelazado sin fin. De los capiteles de esta portada destaca uno con motivos de cestería y otro que muestra una figura humana rodeada de serpientes, en clara alusión a la asechanza del pecado en torno al hombre.

En el siglo XVI se hicieron importantes reformas en este templo, alzando su techumbre y poniendo nuevo artesonado de madera; construyendo la casa del santero y la casa-curato, luego destinada para hospedería, dispuesta en torno a la cabecera de la nueva nave lateral añadida por el lado norte; y la capilla y sacristía del Cristo de Atienza.

El interior del templo, una vez restaurado en muros, solados y cubiertas, merece ser admirado en su totalidad. Alberga no solamente los elementos antiguos de culto propios de esta parroquia medieval, sino que se le han añadido múltiples piezas de arte mueble, procedentes todas ellas de la villa de Atienza.

Merece destacarse el retablo barroco del presbiterio, que surge rematando con su colorido notable la cabecera del templo. También el gran arco triunfal románico que le precede, el retablo de la Virgen de la Merced, y la capilla barroca del Cristo de Atienza, decorada con profusión y exceso, debida al maestro Pedro de Villa Moncalián, quien la construyó en 1703. La gran verja que la cierra es obra del gran artista cifontino Pedro de Pastrana, obra también del siglo XVIII. El retablo de esta capilla lo construyó, entre 1703 y 1708 el artista Diego de Madrigal. En el centro de ese barroquísimo retablo se ve el grupo gótico, magnífico, de Cristo en la Cruz abrazado por José de Arimatea, y San Juan y la Virgen María contemplando la escena. Obra del siglo XIII, se trata de un Descendimiento en conjunto iconográfico poco visto en el arte medieval español. Sin duda obra capital de la escultura gótica en la provincia de Guadalajara.

Una visita al Museo

Podrá el visitante entretener su vista por los múltiples ambientes y elementos que guarda el Museo de San Bartolomé de Atienza. Se nutre mentalmente de piezas de arte religiosas que, procedentes en su totalidad de las otras iglesias de Atienza, han sido restauradas y aquí ofrecidas en muestra de la riqueza de los antiguos siglos. En el capítulo de la Pintura pueden reseñarse hasta 36 cuadros, destacando entre ellos piezas firmadas por Matías Jimeno y Matías de Torres. También es muy amplia la sección dedicada a la Escultura, en el que se presentan más de 25 piezas de imaginería castellana, en oferta cronológica que va desde el siglo xiii hasta el xix. Sin duda el mejor de sus elementos es el conjunto del Descendimiento de Cristo que se expone, desde hace siglos, en la Capilla del Santo Cristo de Atienza.

Son muy curiosos los exvotos de pintura, la mayoría del siglo XVIII, en los que se refieren agradecimientos de los atencinos a las intervenciones milagrosas del Cristo de la villa. Y también es de gran belleza el conjunto de orfebrería, mentalmente plata del Renacimiento y Barroco, que en forma de cruces procesionales y vasos sagrados se expone en vitrinas. En el apartado de Muebles debe destacarse un baldaquín del siglo XVI, utilizado de siempre por los curas del cabildo atencino para sobre sacar en procesión al Santísimo Sacramento el día del Corpus. Finalmente, dentro del apartado del arte sagrado, merece fijar la atención en las tres vitrinas que contienen ornamentos de los siglos xvi, xvii y xviii con casullas, capas y otros elementos de revestimiento litúrgico.

Arqueología y Paleontología

Tan importante o más que la oferta de arte, es la dedicada a la arqueología y paleontología. De la primera, aparece una amplia colección de elementos, presentados en secuencia cronológica, y concretados en hachas de piedra, cuchillos y puntas de flecha de sílex, ídolos, vasijas celtas y romanas, adornos prehistóricos, etc., que con piezas halladas en torno a Atienza fue formada y donada a este Museo por don Julián Estrada.

La sección de Paleontología es, sin discusión, excepcional, y puede ser considerada entre las más completas de España. Más de 3.500 especies diferentes de fósiles aparecen en ella. Todas las Eras y Períodos del desarrollo del planeta están representados en las vitrinas que contienen esta colección. Muchas de estas piezas son de gran valor y belleza. Para los aficionados y estudiosos del tema paleontológico, esta parte del Museo de San Bartolomé será sin duda meca que hará repetir la visita en ocasiones futuras. Procede esta colección de la donación que un experto en la materia, descendiente de Atienza, hizo a la parroquia: su nombre, don Rafael Criado Puigdollers.

Este Museo de San Bartolomé de Atienza está abierto los sábados y días festivos, en horario de 11 a 14 horas por la mañana, y de 16 a 19 horas por la tarde. Para grupos organizados, la visita podrá realizarse cualquier día de la semana, concertando previamente cita en el teléfono 949 399 041.

Un nuevo museo para Atienza: el de San Bartolomé

 

El próximo jueves día 25, festividad de Santiago Apóstol, la castillera y castellana villa de Atienza va a ver reforzada su voz de pionera y abanderada del turismo provincial con la inauguración de un nuevo Museo de Arte: el ubicado en la iglesia de San Bartolomé, en la parte baja del pueblo, en un encantador escenario que parece sumido en el ancestralismo de la Edad Media. El silencio del entorno, la sencillez del paisaje, la abundante llamada al recuerdo histórico de sus puros elementos románicos, hacen que el espectador esté convencido de penetrar en un mundo excepcional, en un ámbito ajeno a su siglo.

La iglesia de San Bartolomé

Muchas veces he hablado de este templo románico de prodigiosa presencia, de belleza única. Es uno de los muchos elementos artísticos y monumentales con los que cuenta Atienza. La clarísima apuesta hecha por esta villa en el terreno de la promoción turística, ha pasado por la restauración de diversos elementos patrimoniales atencinos (desde el castillo a la ermita de Nuestra Señora del Val), promovidos desde el Ayuntamiento y la parroquia de la villa, y secundados siempre por la Diputación Provincial de Guadalajara y la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Atienza, la gran ciudad medieval que en el siglo XIV alcanzó a tener 14 parroquias y 7.000 habitantes dedicados casi todos al comercio, conoció su plenitud en siglos pasados, pero hoy, tras tocar fondo, se recupera acertadamente de cara a esa promoción turística que, al menos desde las instancias reseñadas, se está apoyando claramente.

El entusiasmo de don Agustín González, párroco arcipreste de Atienza, es sin duda el motor principal. A nadie se le escapa ese dato. El ha sido quien ha promovido, en los últimos diez años, la restauración de cientos de obras de arte, y quien puso los cimientos de ese Museo de San Gil que ha sido unánimemente aplaudido por cuantos le han visitado. Es ahora don Agustín, ayudado por el Ayuntamiento, la Diputación, la Consejería de Cultura de la Junta, Ibercaja y la Universidad Complutense, quien va a ver coronados nuevos años de esfuerzo con la inauguración del Museo de San Bartolomé.

Un templo este que puede ponerse como ejemplo relevante del arte románico castellano, casi paradigmático y elocuente por sí sólo de lo que fue la potencia de la villa de Atienza, núcleo de arrieros y comerciantes en la Edad Media castellana. Rodeado de una valla alta de piedra, precedido de un pradillo con árboles que le confieren un encantador aspecto en su aislamiento, el templo fue construido en la primera mitad del siglo XIII, y en una piedra de la escalera que sube a la espadaña se lee la fecha exacta: ERA M.CCLXI (1223) y el nombre de Bohar que puede ser la firma del arquitecto o artífice que le levantara.

En su origen, este templo tuvo una sola nave, pero posteriormente se le añadió otra por el norte, comunicándose ambas a través de dos amplios arcos apuntados. Su ábside es de planta circular, y sobre él se alza la torre-espadaña, de indudable origen románico. De su imagen exterior destaca la galería porticada orientada al sur, con siete arcos de medio punto (los fustes de sus columnas pareadas fueron tallados y abalaustrados en el siglo XVI) que descansan sobre capiteles de muy leve talla vegetal, agrupándose seis de ellos para iluminar el atrio, y el séptimo, más a levante, permitiendo la entrada al mismo. Dentro ya del atrio, aparece la puerta de ingreso al templo, con dos arquivoltas semicirculares decoradas con roleos y finos entrelazos de sabor mudéjar, así como algunos capiteles decorados con figuras humanas. Es especialmente notable el hecho de que la arquivolta exterior se decore con un motivo de ochos sin fin, bastante utilizado en el románico guadalajareño: aquí vemos cómo surge de sendas figuras que con los brazos abiertos parecen originar ese entrelazado sin fin. De los capiteles de esta portada destaca uno con motivos de cestería y otro que muestra una figura humana rodeada de serpientes, en clara alusión a la asechanza del pecado en torno al hombre.

En el interior del templo de San Bartolomé merece destacarse el retablo barroco del presbiterio, que surge rematando con su colorido notable la cabecera del templo. También el gran arco triunfal románico que le precede, el retablo de la Virgen de la Merced, y la capilla barroca del Cristo de Atienza, decorada con profusión y exceso, debida al maestro Pedro de Villa Monchalián, quien la construyó en 1703. La gran verja que la cierra es obra del gran artista cifontino Pedro de Pastrana, obra también del siglo XVIII. En el centro de su barroquísimo retablo se ve el grupo gótico, magnífico, de Cristo en la Cruz abrazado por José de Arimatea, y San Juan y la Virgen María contemplando la escena. Obra del siglo XIV, se trata de un Descendimiento en conjunto iconográfico poco visto en el arte medieval español. Este Cristo es, además, el patrón de Atienza, y por lo tanto muy venerado por los atencinos desde hace siglos hasta hoy mismo. Sin duda se trata de una obra capital de la escultura gótica en la provincia de Guadalajara.

El Museo de San Bartolomé

Pues bien. El próximo jueves día 25 abrirá sus puertas de nuevo este viejo templo, no para iniciar ritos litúrgicos en su interior, sino para añadir a la oferta turística y cultural de Atienza esta joya cuajada a su vez de otras muebles obras artísticas restauradas con exquisitez y colocadas de forma que avaloran la visita.

Todo es impresionante en este nuevo Museo. Desde el retablo y el Cristo de Atienza, hasta los innumerables cuadros al óleo, esculturas renacentistas y barrocas, piezas de orfebrería del siglo XVI, ropas litúrgicas, muebles antiguos, y elementos arqueológicos, hasta lo que (para muchos) será el motivo principal de peregrinación hasta sus muros: la gran colección de Paleontología que por donación de un hijo de la villa (don Rafael Criado Puigdollers) se podrá admirar, constituyendo el mejor conjunto paleontológico (piezas de fósiles) que existe en España. En ella se contemplan más de 3.500 especies diferentes de fósiles de todas las Eras y Períodos del desarrollo del planeta. Desde la Rana pueyoi hasta peces, plantas, moluscos y un largo etcétera de seres que quedaron en el firme recuerdo de la piedra, harán la delicia de quienes gustan de ver y estudiar estas presencias de los viejos milenios.

No da esta página para cantar como merece la excelencia de este nuevo Museo de San Bartolomé. Para cuantos a partir del día 25 quieran contemplarlo, la Diputación Provincial ha editado un magnífico tríptico a todo color con explicación de su contenido y fotografías de las mejores piezas. Por otra parte, la inminente aparición de una gran guía del Arte en Atienza, en que se contendrá descripción detallada, pieza por pieza, de las que forman parte de este Museo, supondrá también un aliciente para quien lo visite. En él han puesto ilusión muchas personas. no sólo don Agustín González, su factotum, sino los miembros del grupo «Retejo» de Guadalajara, la restauradora artística María Campoamor, los alumnos de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense, los profesores América Jiménez y José María Quesada, estudiosos de ese arte que atesora, y las instituciones que se han volcado.

Un nuevo hito en el avance -siempre hace mejor- del turismo en Atienza y en Guadalajara toda. Una nueva meta para que cuantos, asiduos lectores de esta página de promesas, quieren admirar lo que de hermoso tenemos en Guadalajara, corran a Atienza a contemplar tanta maravilla. En San Bartolomé nos veremos, entre cuadros y estatuas…

El Viaje a la Alcarria de Cela

El verdadero retrato de Cela, escrito por García Marquina

 

Se ha cumplido este verano el cincuenta aniversario del paso, -uno detrás de otro- a pie o en carro, de Camilo José Cela por la Alcarria. Cincuenta años después, el viaje que Camilo José Cela emprendió por tierras de la Alcarria de Guadalajara se ha transformado en una especie de epopeya que ha merecido solemne conmemoración, con descubrimiento de placas, bandas de música y discursos de académicos en los Remedios de Guadalajara. La gloria de Camilo José Cela, adquirida después de aquel viaje, y gracias a méritos propios que consisten en largas horas de estudio y de escritura, parece ahora extenderse por todo aquello que rodea su figura monumental. Cela es ya otro monumento de la Alcarria, y como a tal hay que darle culto, hablando de él cuando genera aniversarios. 

Cómo empezó el viaje

El jueves día 6 de junio se cumplió el medio siglo de la salida de Madrid rumbo a la Alcarria de un joven escritor, larguirucho y flaco, que se montó en un tren madrugador que salió de Atocha y se plantó un par de horas después en la calle mayor de Guadalajara. Después de comprarse el periódico, unos bizcochos borrachos y un cabezal de mula, fue recibido por el Gobernador Civil señor Casas y se lanzó, bajo el calor incipiente de la primavera tardía, a recorrer los caminos, entonces polvorientos, de la Alcarria. 

Detalles insospechados

Siempre generó este viaje muchas disquisiciones. Que si fue sólo o acompañado. Que si lo hizo de una vez o en varios viajes. Que si fue en junio o en septiembre… la verdad es que hoy no queda la más mínima duda de esta cuestión conceptual. Un libro maravilloso, complemento ideal del «Viaje» celiano, aparecido hace un par de años, y escrito por el principal estudioso de Cela y de su obra, Francisco García Marquina, aclara todas estas dudas. En su «Guía del Viaje a la Alcarria» Marquina nos refiere cómo fue un jueves 6 de junio (de 1946) que Cela salió muy temprano de su casa de la calle Alcalá y llegó hasta Guadalajara. Y luego, a lo largo de casi 300 páginas, amalgamado con fotografías auténticas, obtenidas tras complicadas investigaciones, va presentando a los personajes que dieron vida al relato de Cela, todos los avatares del camino, y muchas cosas que, o porque no se acordó al escribirlo, o porque se las guardó para más tarde, le ha ido contando el Premio Nobel al biógrafo/amigo/vecino. 

Hay un área especial en este libro de García Marquina, que desvela secretos a raudales, y pone información rigurosa sobre la mesa. En esta ocasión de medio centenario es especialmente de agradecer: son las páginas 13 a 40 en las que surge el llamado «Preámbulo para estudiosos». Allí nos cuenta Marquina cómo escribió don Camilo, sobre un cuaderno de pastas de hule, sus notas rápidas. Escuetamente nombres, fechas, fogonazos de visión. Fotos instantáneas que luego se dorarían a la lumbre de su despacho y de su pensar. También sabemos del mapa-guía Michelin que, como los italianos de Francisci, llevaba el escritor como guía la más segura. Y de todas las anécdotas surgidas en el transcurso del viaje y aún después. 

Los amigos alcarreños

Camilo José Cela preparó el Viaje a Guadalajara y su escritura a instancias y con el ánimo de algunos intelectuales de esta tierra que, amigos suyos por entonces, le dijeron que aquí había «materia» para su bien cortada pluma. Fueron estos mentores José María Alonso Gamo, el gran poeta de Torija; Benjamín Arbeteta; y Alfredo Domínguez, músico, hijo de don Severino, el médico de Budia. Gracias a ellos este periplo, ya histórico, pudo alcanzar su parto. Un parto que no fue solitario. Pues García Marquina documenta a la perfección el Viaje celiano. Aunque lo hizo de un solo tirón, entre el 6 y el 15 de junio de 1946, en dos partes del mismo se acompañó de Karl Wlasak y Conchita Stichaner, los fotógrafos que contratados por el periódico «El Español» tenían como misión retratar a Cela en su empresa andariega, y adornar con fotos la publicación en fascículos de esta obra en dicho semanario. Salió a malas Camilo con los editores de la publicación, y al final fue «Revista de Occidente» la editorial que se llevó el gato al agua, publicando esta obra por primera vez, en forma de libro, en mayo de 1948. 

Durón en el Viaje a la Alcarria

En el seno de este que es ya viaje universal (hasta lo quieren hacer -y yo aplaudo- ruta turística) Camilo José Cela, premio Nobel de Literatura hoy, pasó por Durón. Decía de este pueblo cosas realmente amables. Se ve que le gustó: «Durón es un pueblo donde la gente es abierta y simpática y trata bien al que va de camino; al viajero se le muestra curiosa e incluso amable». Había estado primero en Budia, donde le metieron a la cárcel una noche. Y luego en El Olivar. Por entre trochas y olivares bajó hasta Durón. Allí, todos a coro, le contaron historias y le hicieron recomendaciones. Se ve que en aquella ocasión llevaba la voz cantante Carmen Gabarda, aunque tampoco estuvieron callados Félix Alba y la señora Emilia. Después de su encuentro con los guardias civiles (Pérez y Torremocha, arquetipos donde los haya) se echó el viajero a dormir junto a un espino, en la orilla del Tajo. ¡Ah, feliz tiempo aquel, sin humos, sin prisas, con Camilo José Cela andando solitario y humoroso por los campos de la Alcarria! ¡Cincuenta años han pasado, nada menos! Qué gusto da volver a leer esas páginas magistrales. El «Viaje» de Cela, y la «Guía» de ese Viaje, de García Marquina, son dos elementos sin los que es impensable pasar este verano del 96.

Un asturiano en Villaescusa de Palositos

 

Debo a la gentileza de Ramón Fernández Fernández, un asturiano de Azuqueca, un fajo de documentos y algunos dibujos que, por considerarlos de absoluto interés para mis lectores hoy voy a comentar. Don Ramón Fernández es un personaje celiano donde los haya: el premio Nobel le menciona en la página 134 de su «Nuevo viaje a la Alcarria», en su capítulo «Viaje en globo» donde le agradece haberle proporcionado unas hermosas fotografías de cómo los paisanos de Viana suben a las ovejas con un maquinillo hasta lo alto de las Tetas de Viana, para que pasten.

Pero aunque vive en Azuqueca hace muchos años, él se siente asturiano. Añora el mar y los ecos del palacete de Labra, en Cangas de Onís, donde naciera un remoto antepasado suyo, don Sebastián de Soto y Cortés Posada. Curioso personaje que era, a su vez, descendiente directo de Jovellanos, por parte de la hermana de este, doña Juana Jacinta Jovellanos, que casó en 1766 con don Sebastián de Posada y Soto. Este don Sebastián era hermano de don Ramón de Posada y Soto, alto funcionario real en la corte borbónica del siglo XVIII: nacido en 1746, pocos días antes que Goya, fue amigo de Jovellanos y del pintor sordo. Goya le retrató incluso, existiendo hoy todavía ese retrato (que no ha figurado en ninguna exposición antológica del aragonés) de 1,97 x 0,96 m., ovalado, en el Young Museum del Golden Gate de San Francisco. Fue oidor de las audiencias de Lima, de Guatemala, y finalmente estuvo en México como Fiscal de la Real Hacienda.

Pero vamos a nuestro personaje. De Sebastián de Soto y Cortés Posada habla la «Gran Enciclopedia Asturiana» y dice que fue «bibliófilo y anticuario. Nació en Labra (Cangas de Onís) en 1835. Se graduó de Bachiller en Filosofía, en la Universidad de Oviedo, en julio de 1849. En esta misma Univer­sidad cursó los estudios de Filosofía y Leyes a la vez. Se graduó en Leyes en Valladolid. Vuelto a su tierra asturiana, se puso al frente de sus propiedades de Labra y Posada. Incrementó la notable biblioteca heredada de su padre. Cultivó los estudios históricos y la Arqueología. Hizo explo­raciones para adquirir objetos prehistóri­cos que coleccionaba. Fue diputado pro­vincial y miembro de la Academia de la Historia. Colaboró con la Comisión Pro­vincial de Monumentos. Falleció en Labra en el mes de mayo de 1915». Como bibliografía nos remiten a la obra de Constantino Suárez, «Escritores y artistas as­turianos», Oviedo 1959.

Siguiendo una evidente tradición familiar, don Sebastián Soto viajó algunos veranos hasta Trillo, en la orilla del Tajo, a «tomar las aguas», cuando todavía aquel romántico paisaje servía para pasar el verano y curar artrosis. Y aquí radica la interesante noticia que del personaje asturiano viene a cuento en esta página. Don Sebastián fue hombre meticuloso, y un gran pintor. Describía cuanto hacía en un ancho cuaderno al que tituló «Diario…» y hoy una parte del mismo lo custodia doña María Teresa Pendás. Otra parte se quedó en la casona de Labra, y a saber donde andará. Pero de lo que doña María Teresa guarda, su primo Ramón Fernández nos deja algunas páginas que no tienen desperdicio. Es la primera de ellas una anécdota que le ocurrió a Don Sebastián, y que le califica como un auténtico hidalgo español de los que hoy no es que escaseen. Es que, sencillamente, no existen.

Para entretener la tarde, decidió darse desde Trillo un paseo hasta Villaescusa de Palositos. Alguna vez relaté en estas páginas mi aventura para llegar hasta allí. En los años finales del siglo XIX no es que fuera más fácil el viaje, pero al fin y al cabo se iba en mula, y los caminos para estas estaban reconocibles. En Villaescusa, además, quedaban gentes. Tan buenas como las que protagonizan este relato. Copio directamente, y a la letra, del «Diario de don Sebastián Soto: «En una casa de este pueblo donde vivía la familia de un labrador vi uno de los más hermosos platos antiguos españoles de reflejos metálicos que en mi vida encontré: pequeño, perfectamente conservado, con bellísimos ramajes entrelazados, formados de ramos de oro sobre fondo azul. No recuerdo haber encontrado en museos ni colecciones particulares cosa aparecida. Desgraciadamente, la ausencia del dueño impidió el contrato que yo, con grandísima insistencia, propuse, y la mujer del ausente y el hijo, con una dignidad y un aplomo que parecían de algún Grande de España se negaron a la venta por ausencia de su marido y padre respectivo, pero me querían entregar el plato en préstamo, para que sacase los dibujos que quisiere y sin garantía, depósito ni nada, solo bajo mi palabra de devolución (no me habían visto en su vida, no sabían mi nombre ni nada) bastaba mi palabra de devolución, y sostuvieron su oferta después de enterarles que mi patria y residencia estaba a muchísimas leguas de distancia y que no pensaba volver en vida a Villa-escusa de Palos-Hitos. Por supuesto no acepté tan gallardo rasgo de honradez y generosidad por las consecuencias y disgusto grandísimo que me exponía a tener si el dichoso plato se rompía…»

Toda una anécdota que retrata al milímetro la gallardía de don Sebastián (un veraneante asturiano en la Alcarria) y la grandeza de ánimo de unos alcarreños generosos. Emocionante de verdad.

Pero don Sebastián no se fue con las manos vacías de Villaescusa de Palositos. Visitó la iglesia, una preciosa pieza de la arquitectura románica, casi totalmente desconocida hasta ahora, y en ella encontró, grabadas sobre la puerta de entrada, unas antiguas letras, que para el anticuario fueron ininteligibles, pero que hoy, tras leer sus recuerdos trillanos, nos han servido para alcanzar la evidencia de que es esta, la de Villaescusa, posiblemente la primera iglesia románica de la provincia de Guadalajara que está firmada. Junto a estas líneas aparece el apunte de don Sebastián, para el que encontramos, al menos, una lectura posible: «Gilem: fe/cit: hic-e/c: si cs» que podría interpretarse como «Guillermo hizo esta iglesia». En una fotografía de la piedra que también hizo nuestro amigo Ramón Fernández se ve hoy todavía con total claridad este escrito.

Don Sebastián encontró empotrada en la pared interior del templo otra piedra tallada, esta sin duda una lauda sepulcral de época romana. También damos adjunto el dibujo que hizo el anticuario asturiano, y que evidencia ser resto de un enterramiento de los primeros siglos de la era cristiana, en el que un hijo dedica a su padre este recuerdo.

El resto del cuaderno de memorias y diarios de su estancia en Trillo está repleto de dibujos relativos a Trillo, a sus personajes de finales del siglo XIX, a tipos curiosos, a dibujos de árboles, de plazas, de la iglesia, de calles… un tesoro gráfico que pensamos publicar más adelante en revista científica donde estas evidencias de un tiempo ido sean valoradas como merecen.

En cualquier caso, un maravilloso encuentro este que hoy hemos tenido con un viajero romántico que aún se desplazaba de su brumosa Asturias a esta luminosa y seca Alcarria, en la que al verano, entre el frescor de la arboleda junto al Tajo, y las arideces cerealistas de la meseta de Villaescusa, un paraíso debe parecer, y nosotros sin saberlo…