Un asturiano en Villaescusa de Palositos
Debo a la gentileza de Ramón Fernández Fernández, un asturiano de Azuqueca, un fajo de documentos y algunos dibujos que, por considerarlos de absoluto interés para mis lectores hoy voy a comentar. Don Ramón Fernández es un personaje celiano donde los haya: el premio Nobel le menciona en la página 134 de su «Nuevo viaje a la Alcarria», en su capítulo «Viaje en globo» donde le agradece haberle proporcionado unas hermosas fotografías de cómo los paisanos de Viana suben a las ovejas con un maquinillo hasta lo alto de las Tetas de Viana, para que pasten.
Pero aunque vive en Azuqueca hace muchos años, él se siente asturiano. Añora el mar y los ecos del palacete de Labra, en Cangas de Onís, donde naciera un remoto antepasado suyo, don Sebastián de Soto y Cortés Posada. Curioso personaje que era, a su vez, descendiente directo de Jovellanos, por parte de la hermana de este, doña Juana Jacinta Jovellanos, que casó en 1766 con don Sebastián de Posada y Soto. Este don Sebastián era hermano de don Ramón de Posada y Soto, alto funcionario real en la corte borbónica del siglo XVIII: nacido en 1746, pocos días antes que Goya, fue amigo de Jovellanos y del pintor sordo. Goya le retrató incluso, existiendo hoy todavía ese retrato (que no ha figurado en ninguna exposición antológica del aragonés) de 1,97 x 0,96 m., ovalado, en el Young Museum del Golden Gate de San Francisco. Fue oidor de las audiencias de Lima, de Guatemala, y finalmente estuvo en México como Fiscal de la Real Hacienda.
Pero vamos a nuestro personaje. De Sebastián de Soto y Cortés Posada habla la «Gran Enciclopedia Asturiana» y dice que fue «bibliófilo y anticuario. Nació en Labra (Cangas de Onís) en 1835. Se graduó de Bachiller en Filosofía, en la Universidad de Oviedo, en julio de 1849. En esta misma Universidad cursó los estudios de Filosofía y Leyes a la vez. Se graduó en Leyes en Valladolid. Vuelto a su tierra asturiana, se puso al frente de sus propiedades de Labra y Posada. Incrementó la notable biblioteca heredada de su padre. Cultivó los estudios históricos y la Arqueología. Hizo exploraciones para adquirir objetos prehistóricos que coleccionaba. Fue diputado provincial y miembro de la Academia de la Historia. Colaboró con la Comisión Provincial de Monumentos. Falleció en Labra en el mes de mayo de 1915». Como bibliografía nos remiten a la obra de Constantino Suárez, «Escritores y artistas asturianos», Oviedo 1959.
Siguiendo una evidente tradición familiar, don Sebastián Soto viajó algunos veranos hasta Trillo, en la orilla del Tajo, a «tomar las aguas», cuando todavía aquel romántico paisaje servía para pasar el verano y curar artrosis. Y aquí radica la interesante noticia que del personaje asturiano viene a cuento en esta página. Don Sebastián fue hombre meticuloso, y un gran pintor. Describía cuanto hacía en un ancho cuaderno al que tituló «Diario…» y hoy una parte del mismo lo custodia doña María Teresa Pendás. Otra parte se quedó en la casona de Labra, y a saber donde andará. Pero de lo que doña María Teresa guarda, su primo Ramón Fernández nos deja algunas páginas que no tienen desperdicio. Es la primera de ellas una anécdota que le ocurrió a Don Sebastián, y que le califica como un auténtico hidalgo español de los que hoy no es que escaseen. Es que, sencillamente, no existen.
Para entretener la tarde, decidió darse desde Trillo un paseo hasta Villaescusa de Palositos. Alguna vez relaté en estas páginas mi aventura para llegar hasta allí. En los años finales del siglo XIX no es que fuera más fácil el viaje, pero al fin y al cabo se iba en mula, y los caminos para estas estaban reconocibles. En Villaescusa, además, quedaban gentes. Tan buenas como las que protagonizan este relato. Copio directamente, y a la letra, del «Diario de don Sebastián Soto: «En una casa de este pueblo donde vivía la familia de un labrador vi uno de los más hermosos platos antiguos españoles de reflejos metálicos que en mi vida encontré: pequeño, perfectamente conservado, con bellísimos ramajes entrelazados, formados de ramos de oro sobre fondo azul. No recuerdo haber encontrado en museos ni colecciones particulares cosa aparecida. Desgraciadamente, la ausencia del dueño impidió el contrato que yo, con grandísima insistencia, propuse, y la mujer del ausente y el hijo, con una dignidad y un aplomo que parecían de algún Grande de España se negaron a la venta por ausencia de su marido y padre respectivo, pero me querían entregar el plato en préstamo, para que sacase los dibujos que quisiere y sin garantía, depósito ni nada, solo bajo mi palabra de devolución (no me habían visto en su vida, no sabían mi nombre ni nada) bastaba mi palabra de devolución, y sostuvieron su oferta después de enterarles que mi patria y residencia estaba a muchísimas leguas de distancia y que no pensaba volver en vida a Villa-escusa de Palos-Hitos. Por supuesto no acepté tan gallardo rasgo de honradez y generosidad por las consecuencias y disgusto grandísimo que me exponía a tener si el dichoso plato se rompía…»
Toda una anécdota que retrata al milímetro la gallardía de don Sebastián (un veraneante asturiano en la Alcarria) y la grandeza de ánimo de unos alcarreños generosos. Emocionante de verdad.
Pero don Sebastián no se fue con las manos vacías de Villaescusa de Palositos. Visitó la iglesia, una preciosa pieza de la arquitectura románica, casi totalmente desconocida hasta ahora, y en ella encontró, grabadas sobre la puerta de entrada, unas antiguas letras, que para el anticuario fueron ininteligibles, pero que hoy, tras leer sus recuerdos trillanos, nos han servido para alcanzar la evidencia de que es esta, la de Villaescusa, posiblemente la primera iglesia románica de la provincia de Guadalajara que está firmada. Junto a estas líneas aparece el apunte de don Sebastián, para el que encontramos, al menos, una lectura posible: «Gilem: fe/cit: hic-e/c: si cs» que podría interpretarse como «Guillermo hizo esta iglesia». En una fotografía de la piedra que también hizo nuestro amigo Ramón Fernández se ve hoy todavía con total claridad este escrito.
Don Sebastián encontró empotrada en la pared interior del templo otra piedra tallada, esta sin duda una lauda sepulcral de época romana. También damos adjunto el dibujo que hizo el anticuario asturiano, y que evidencia ser resto de un enterramiento de los primeros siglos de la era cristiana, en el que un hijo dedica a su padre este recuerdo.
El resto del cuaderno de memorias y diarios de su estancia en Trillo está repleto de dibujos relativos a Trillo, a sus personajes de finales del siglo XIX, a tipos curiosos, a dibujos de árboles, de plazas, de la iglesia, de calles… un tesoro gráfico que pensamos publicar más adelante en revista científica donde estas evidencias de un tiempo ido sean valoradas como merecen.
En cualquier caso, un maravilloso encuentro este que hoy hemos tenido con un viajero romántico que aún se desplazaba de su brumosa Asturias a esta luminosa y seca Alcarria, en la que al verano, entre el frescor de la arboleda junto al Tajo, y las arideces cerealistas de la meseta de Villaescusa, un paraíso debe parecer, y nosotros sin saberlo…