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diciembre, 1991:

La iglesia parroquial de Torija

 

Muy cerca de nuestra capital, y ahora todavía mejor comunicada al haber sido abierta la Autovía de Aragón en toda su longitud, la villa de Torija se ofrece como un destino turístico alternativo para cuantos nos visitan y, por supuesto, para todos los alcarreños que quieren conocer, poco a poco, mucho mejor su propia tierra.

En ella, aparte del famoso castillo de los templarios que se alza desafiante sobre la costanilla que vigila el valle, y de algunas construcciones típicas, plazas soportaladas, fuentes, monolitos, etc., es muy reseñable la iglesia parroquial, que ha sido recientemente declarada Monumento de Interés Cultural por parte de la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha, nuestro gobierno regional.

La iglesia parroquial de Torija está dedicada a la Asunción de la Virgen. Es una obra magnífica del siglo XVI, mandada construir por el segundo vizconde de Torija, don Bernardino de Mendoza. Al exterior, construido de recio sillar gris, destaca la torre cuadrada, de aspecto castillero, y la portada sencilla, de una herreriana sobriedad, pero ya en clave manierista.

En su interior, de tres naves, quedan solamente los restos de su grandeza. Aún así, y gracias a muy recientes mejoras, el visitante puede contemplar algunos elementos de verdadero interés. El gran arco mayor que sirve de paso al crucero, está sostenido por semicilíndricos pilares, y todo ello se cubre totalmente de tallados grutescos y adornos propios del plateresco, constituyendo un ejemplo notabilísimo de este estilo.

La gran reja de hierro forjado, también plateresca, que cerraba por completo este arco, y que fue retirada hace años, ahora ha sido colocada de nuevo cerrando el sotocoro que sirve de capilla bautismal. Es una reja de mediado el siglo XVI, con algunos elementos de chapa recortada, especialmente el central, donde aparece el escudo de armas del vizconde fundador.

En el presbiterio, a ambos lados de la capilla mayor, sobre sus paredes laterales, se encuentran los enterramientos de don Lorenzo Suárez de Figueroa, primer vizconde de Torija, y de su mujer doña Isabel de Borbón; de don Bernardino Suárez de Mendoza, su hijo, segundo vizconde, y de su mujer doña María Manrique de Sotomayor; y el del hijo de éstos, don Alonso Suárez de Mendoza, tercer vizconde, y de su mujer doña Juana Jiménez de Cisneros. Fué este último matrimonio el que, habiendo renunciado al patronato que tenía su familia sobre la capilla mayor del monasterio de Lupiana, decidieron traer a su iglesia de Torija los restos de sus padres y abuelos, que en principio estuvieron enterrados en el monasterio jerónimo. Los enterramientos de Torija son sencillos mausoleos de mármol, sobre los que campea el escudo familiar sostenido por ángeles, y tallados en alabastro, con borrosas frases bajo ellos. En el suelo del presbiterio, y bajo una simple losa en la que se ve, dentro de un círculo, tallada una calavera y dos tibias cruzadas, y rodeándola la frase «Nec Potes. Nec Timas», el letrero que sobre ella aparece «Obiit D. Bernardinus a Mendoza anno M 604: 3ª die Augusti» recuerda que allí descansa el conocido militar y escritor don Bernardino de Mendoza, hijo del tercer vizconde don Alonso Suárez de Mendoza. Fue este caballero un gran intelectual, descollando en la corte de Felipe II como capitán de tercios en Flandes, embajador en Roma, Londres y París, y presidente de la «Real Academia de Guerra», descolló como teórico del arte de Marte: a su pluma se deben los conocidos, y aun traducidos a diversos idiomas «Comentarios de lo sucedido en las Guerras de los Países Bajos» y «Theoría y Practica de Guerra». Actuó además como enviado especial de Felipe II en las conversaciones previas a la declaración de guerra a Inglaterra, siendo expulsado de ese país por el gobierno de la reina Isabel acusado de espía. Murió en 1604, en Madrid, pero dispuso ser humildemente enterrado en la iglesia de Torija, a la que donó grandes bienes, y en ella dejó fundada una capilla en honor de Santa Gúdula de Bruselas, que debía ser atendida por doce clérigos.

Aún son de admirar los numerosos y enormes escudos policromados de los diferentes linajes que entroncaron con los de Mendoza y Figueroa, colocados, en madera y en yeso policromado, sobre los muros del presbiterio. También se ven escudos de esta familia por la reja y en los muros del sotocoro, en la capilla de los pies del templo. Alguno de esos escudos ha sido recientemente restaurado, con gran acierto. Lo mismo que el altar de la Virgen del Carmen, situado en una pequeña capilla lateral del lado norte del templo. Es de justicia consignar cómo a lo largo de varios meses, el artista avecindado en Torija, muy conocido en los medios culturales alcarreños, don Jesús Campoamor Lecea, ha restaurado personalmente este altar, rescatándole de su antiguo abandono, dejándolo hecho un primor de cuidado y elegante. Una preciosa pieza barroca recuperada para el arte alcarreño. 

El altar mayor, destrozado en la Guerra Civil de 1936‑39, ha sido sustituido por otro, traído de la iglesia de Santa María del Rey, de Atienza, al que se han puesto, en lugar de sus antiguos y originales lienzos, unas pinturas modernas, de gusto dudoso, muy grandes pero que no casan del todo con el ambiente general de la iglesia, tan pulcra y netamente renaciente.

En este sentido, también es de destacar la preciosa pila bautismal que se encuentra en la capilla de los pies del templo. Es una obra de traza plateresca, con grutescos y adornos tallados en la piedra, y en la copa distribuidos sobre pequeños escudetes los símbolos de la Pasión. Otra pequeña capilla adosada a los pies de la iglesia en su lado sur, ha sido también recientemente restaurada, y ofrece la pureza de su primitiva arquitectura.

Es de señalar que por parte del curta párroco actual, en colaboración desinteresada con algunos vecinos, y especialmente del pintor don Jesús Campoamor, está previsto realizar nuevas tareas de restauración del templo en el próximo verano. Entre ellas, repintar con sus colores originales los grandes escudos del crucero, y arreglar en lo posible los elegantes mausoleos de los vizcondes fundadores. Cualquier ayuda que les llegue para esta encomiable tarea, será poca.

La Casa de los Gallos en Cifuentes

 

Pocas veces puede decirse que un edificio aislado merezca ser considerado como eje de una excursión, de una visita. En los pueblos de Guadalajara existen muchos ejemplos, ‑algunos ya los hemos ido viendo‑ de casonas, palacios y construcciones típicas que sí merecen un detenido estudio, un examen atento, una admiración pausada. Y uno de ellos es esta Casa de los Gallos de Cifuentes que hoy nos detenemos a examinar.

Porque además de ser un edificio singular, muy representativo de una villa, y de una época (y aún me atrevería a decir que de una comarca entera) está necesitando de unas reparaciones que l dignifiquen y, de rechazo, dignifiquen aún más la «Plaza de la Provincia» o de Santo Domingo en que asienta. Tiene enfrente la iglesia parroquial del Salvador, y a un lado el templo magno de la Orden de Santo Domingo. Hace esquina a lo que se llama la calle de las Escalerillas y la Calle del Postigo, y se le adhirió hace años un edificio más humilde que ahora está casi en completa ruina.

La «Casa de los Gallos» surge, así, como un elemento arquitectónico bien diferenciado, que no solo merece, sino que está pidiendo a gritos una restauración para terminar de completar con su noble y curiosa presencia la referida Plaza de la Provincia en la alcarreña villa de Cifuentes.

Su construcción puede remontarse a varios siglos atrás. No es difícil concretar: se levantó en el siglo XVII, justamente en su mitad. La razón es que aparece la fecha de 1655 grabada en el dintel de piedra de dos de sus puertas. Fué hecha para servir de sede y residencia a una de las familias entonces más adineradas del burgo, cuya titularidad lamentamos no conocer. El nombre que tiene de «Casa de los Gallos» le vino de una pareja de estos animales que, recortados en chapa metálica, adornaban los extremos de la barandilla del balcón principal, y que fueron vendidos, ya en nuestro siglo, a un chamarilero.

De planta cuadrangular, su fachada principal da a la plaza de la iglesia. Hoy tiene delante un jardincillo que le resta prestancia e impide el acercamiento tanto visual como físico a su señorial aspecto. La fachada consta de tres cuerpos, siendo el inferior todo él construido en piedra sillar, con una puerta principal, centrada, de cerco tallado con almohadillados sencillos. Otras dos puertas, alguna más moderna, porque el edificio se dividió para sede de varias familias, flanquean a la principal. En la de la derecha según miramos, aparece tallada en su dintel la frase LA PVRA CONCEPCION DE LA VIRGEN / 1655, lo que por algunos ha sido visto como la posibilidad de que este edificio perteneciera en sus tiempos a un Convento. No es cierto.

Las dos plantas o cuerpos superiores de esta fachada ofrecen una estructura curiosa, muy infrecuente en la arquitectura alcarreña. Presentan sus muros, de sillarejo enfoscado, enmarcados a trechos por columnas de piedra con pies y remates moldurados, dividiendo cada uno de estos dos cuerpos superiores en cinco fragmentos de iguales dimensiones, en cuyas superficies se abren vanos o se coloca el escudo familiar.

Pudiera parecer, en un principio, y así lo pensamos al ver este edificio por primera vez, que se trataba originariamente de una fachada hecha para albergar una amplia galería doble, posteriormente tapiada para aprovechar espacio en la casa. No es así, sin embargo. Se trata de una forma «elegante» de construir lo mismo que el resto de los edificios más populares del pueblo: sobre el basamento de sillar de la planta baja, las superiores ofrecen sus muros de sillarejo o argamasa, incluso de adobe, pero se afirma su fachada con pies derechos que, en vez de ser de madera, como en el resto de las viviendas del pueblo, son de piedra tallada, semejando columnas, lo que le confiere un empaque dignísimo.

Es esta característica la que hace resaltar y hacer muy singular a esta «Casa de los Gallos» de Cifuentes. Y la que pide, aparte de poder ser declarada como «Monumento Local» de verdadero interés en el ámbito de la comarca alcarreña, que sea restaurada lo antes posible, al menos en su fachada. Pudiera entones quitarse alguna de las puertas inferiores que le sobran (la de la izquierda), y algunos de los balcones y ventanas de su fachada. El central de esos balcones es indudablemente original. Y en los extremos puntiagudos de su baranda aún aparecen los pinchos donde podrían volver a «cantar» los gallos que la dan nombre. el gran escudo superior, razón de la nobleza y empaque de la casa, debería ser limpiado, y así sus leones tenantes, coronados y fieros, mas los múltiples elementos que pueblan el campo del escudo, resaltarían con toda la nitidez que merecen.

Es lástima que, por el momento, no podamos aportar más datos identificativos de la historia y secular devenir de este edificio. En la bibliografía que hemos buscado nada nuevo viene. Layna Serrano, en su «Historia de Cifuentes», dice que «sin duda, la más notable entre las casas nobles de Cifuentes es una situada frente a la iglesia parroquial y que el vulgo denomina «de los gallos» por los que hechos en hierro forjado servían de adorno al balcón principal».

En cualquier caso, lo interesante es ir a verla, disfrutar con su presencia tan singular y bella, con el barroquismo de su gran escudo de armas, con lo curioso de su disposición en fachada. Y, de otro lado, esperar que, como auténtico monumento definitorio de Cifuentes que es, pronto reciba la restauración que merece, dignificando con ello el entorno urbanístico en el que está situada.

En 1991 se debiera haber celebrado el Quinto Centenario de Luís de Lucena

 

Aunque no andamos muy sobrados de acontecimientos culturales, y al paso que vamos (con la penuria económica que al parecer aflige a organismos tales como Diputación y Provincial y Ayuntamiento capitalino, progresivamente vacías sus arcas para los menesteres culturales) cada vez serán menos cosas las que se celebren, no habría estado de más haber conmemorado de alguna manera el señalado aniversario que correspondía a una de nuestras más singulares figuras históricas: la de Luis de Lucena, médico, humanista y arqueólogo renacentista, de animada biografía y geniales obras que, afortunadamente, han perdurado hasta llegar a celebrar, ellas solitas, con su perfil mudéjar y su colorada sonrisa de ladrillo, el Quinto Centenario del nacimiento de su diseñador y patrocinante.

Afortunadamente, al final ha habido una institución guadalajareña que sí ha sido sensible a lo que significa un aniversario de tanta monta, y así el Colegio Oficial de Arquitectos (la Delegación de Guadalajara más concretamente), que ahora preside don Jaime de Grandes Pascual, ha estado, lo va a estar en los próximos días, en el primer plano de esta conmemoración obligada, patrocinando la edición de un libro que trata, monográfica pero muy ampliamente, de la figura de este ilustre arriacense y de su obra máxima, la Capilla dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles que hoy forma, en la cuesta de San Miguel, entre lo más destacado del patrimonio artístico de nuestra ciudad.

Luís de Lucena nació aquí, en 1491, en el seno de una familia donde abundaban los rastros judíos, y junto a otros hermanos (unos dedicados a la clerecía, otros a la medicina) de sospechosa actividad intelectual (hay ocasiones en España, por desgracia demasiadas, en las que el pensar por cuenta propia se hace peligroso y molesto para las autoridades) dio tono y alegría a la Guadalajara que despuntaba a un Renacimiento puro, luego glorioso y pintado con los colores mendocinos.

Luis de Lucena estudió Medicina en Montpellier, y actuó como profesional en Toulouse, donde escribió un libro con remedios para la peste. En España viajó y buscó restos romanos, dejando también escrito un libro con sus hallazgos. Y en esta ciudad que le vio nacer diseñó una obra extraordinaria que quiso sirviera para varias cosas: de un lado, para dotar a las gentes de Guadalajara de un nuevo lugar de piedad; de otro, un ámbito para ser enterrados todos los miembros de su numerosa familia que fueran falleciendo, incluso él mismo cuando le llegara la hora de la muerte (esa cosa que, por definición, le pasa siempre a los demás, nunca a uno mismo); y finalmente, como tercer objetivo de su empresa, la posibilidad de referir, trasladas en pinturas, las teorías promovidas por Erasmo de Rótterdam sobre la posibilidad de salvación exclusivamente a través de la figura de Cristo: escenas de la Biblia, imágenes de Sibilas, de Profetas y de Virtudes, pintadas todas por el florentino Rómulo Cincinato, pueblan de colores y formas las techumbres de esta maravillosa capilla (hoy, todavía, cerrada al público y en un estado de abandono tan lastimoso que, si no se remedia en un plazo breve de tiempo, nos obligará a pedir públicamente alguna que otra dimisión).

Luis de Lucena, tras haber dejado en Guadalajara su huella de humanista y literato, hubo de marchar a Italia. Nadie ha dicho que lo hiciera forzado. Solamente que se fué. Y allí sirvió como médico en la Corte Vaticana, asistiendo a todas las grandes Academias de científicos, de pensadores, de filósofos y artistas de la ciudad del Tíber. Pero la fecha en que se va, aproximadamente 1525, es la que vio desatarse la caja de los truenos en el Arzobispado de Toledo contra los erasmistas y sus consecuentes sectas de alumbrados, iluministas, quietistas, etc, que de forma tan honda habían cuajado (si no nacido) en Guadalajara y su tierra. Ese detalle, y la interpretación netamente erasmista de sus pinturas, nos han obligado, ya hace tiempo, a plantear la figura de Lucena como la de un reformador religioso (no un luterano, ojo), y su marcha a Roma como la de una auténtica huída o exilio no del todo voluntario. Murió finalmente, en la Ciudad Eterna, el año 1552, estando sepultado en la iglesia de Nuestra Señora del Pópulo.

Estas breves líneas han querido ser un homenaje personal, mínimo por ello, a la figura de este paisano tan ilustre. En momento tan señalado, creo, como el quinto centenario de su nacimiento. Aunque entre nosotros existen instituciones culturales que deberían haber conmemorado como se merece este acontecimiento, nada se ha hecho. Quizás por considerarlo demasiado «elitista» unas, o por simple ignorancia de la cuestión otras. El caso es que, en el último momento, Luis de Lucena tendrá su cumplido recuerdo y homenaje, quinientos años después de haber nacido, por parte de una corporación de profesionales que, herederos suyos en buena parte, tratan siempre de hacer más bella la ciudad en la que viven. Los Arquitectos de Guadalajara, a través de su Colegio Oficial, y presididos en esta ocasión por Jaime de Grandes, al tiempo que inauguran su nueva sede el próximo día 19 de diciembre, presentarán un libro titulado «La Capilla de Luis de Lucena» en el que se recogen con pormenor los avatares vitales de este personaje, y el análisis meticuloso de la capilla que lleva su nombre. Un aplauso para ellos, y nuestro recuerdo, ‑espero que también el de bastantes de mis paisanos‑ para la figura de este genial antepasado que fué Luis de Lucena.

Regino Pradillo, un artista universal nacido en Guadalajara

 

Entre la innumerable galería de personajes alcarreños que por unos u otros motivos se han asomado a estas páginas, aún con el dolor que su reciente pérdida nos produce, aparece hoy la figura y la obra de Regino Pradillo, que debe ser considerado como uno de los mejores pintores con que ha contado Guadalajara en este siglo. Además de sus características personales, todo cordialidad, humanidad y dedicación al trabajo, su estilo netamente definido, dentro de una corriente figurativa, le han aupado a los primeros puestos de cotización y aprecio de la pintura española de nuestra época.

Nació Regino Pradillo Lozano en Guadalajara, en 1925, y desde pequeño demostró su afición al dibujo y la pintura. A base de muchos sacrificios por parte de su familia y de él mismo, que dedicó algunas temporadas de sus vacaciones a trabajar como pintor industrial en obras y reformas, consiguió estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes de Madrid, donde se graduó con toda brillantes, consiguiendo a continuación y por oposición el grado de Catedrático de Dibujo de Enseñanzas Medias.

En esa calidad estuvo algunos años enseñando a las jóvenes generaciones de alcarreños, entre las que con todo orgullo puedo contarme, a dibujar y a tomar afición por las formas y los colores. Después fue a Paris, también como Catedrático de Dibujo y ya como Director del Liceo Español, permaneciendo allí hasta su jubilación, forzada por problemas de salud, en 1989.

Desarrolló una actividad continuada y metódica en su calidad de artista creativo, de pintor, dibujante y grabador. Pradillo ha dominado todas las técnicas del arte figurativo, y muy especialmente el óleo, en el que ha destacado por su maestría en el retrato, habiendo llegado a pintar varios centenares de retratos de muy destacadas personalidades de la vida española y francesa. Concretamente a su pincel se deben algunos de los retratos de las galerías oficiales de Arzobispos de Toledo, de Gobernadores civiles de Guadalajara y de Presidentes de la Diputación de nuestra tierra.

También ha destacado en la pintura de escenas y figuras religiosas, adornando con sus grandes paneles la capilla de la Residencia Infantil de Solanillos, y dejando maravillosas composiciones en los salones del Ayuntamiento de nuestra ciudad, como esa portentosa «La Primera Misa de San Juan», llena de colorido y equilibrio en sus figuras, o el clásico lienzo de «la mora» que desde hace tantos años ‑pues fue una de sus obras de juventud‑ adorna una céntrica pastelería de Guadalajara.

Todavía son destacables al máximo sus paisajes, especialmente aquellos en los que trata la tierra de Castilla, el paisaje austero y difícil de su tierra natal, nuestra Guadalajara. Las ondulaciones, los rastrojos, el distanciamiento neblinoso de los montes y carrascales tupidos, se reflejan magistralmente en las pinceladas llenas de vigor e inteligencia, también de sensibilidad y cariño, de Regino Pradillo. Son, quizás, la mejor expresión de su arte. Además dibujó y pintó al óleo muchos lugares europeos, especialmente de París, de Estrasburgo, de Moscú, etc.

En otras facetas del arte descolló Regino Pradillo. Son quizás las más conocidas las del dibujo y el grabado. En el primero de ellos realizó multitud de bocetos, apuntes rápidos, composiciones muy sueltas con figuras femeninas, imágenes de la Virgen María, grupos de niños, etc. En el segundo, a pesar de la dificultad que entraña técnicamente, logró Pradillo maravillosas piezas, también con retratos de personajes alcarreños, tipos populares y paisajes entrañables de la ciudad que le vio nacer.

De tanta actividad y creatividad singular, nuestro artista cosechó innumerables galardones y la admiración de toda Europa, que paseó con sus exposiciones con un éxito enorme. Alcanzó el nombramiento de Académico correspondiente en París de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la Encomienda con Placa de la Orden de Alfonso X el Sabio, la Encomienda al Mérito Civil del Ministerio de Asuntos Exteriores, Académico correspondiente de la Academia del «Second Empire» de París, llevando por otra parte multitud de premios, como la gran Medalla de Oro del Salón de los Artistas Franceses celebrada en el Grand Palais de Paris, trofeo que muy pocos españoles han alcanzado. Los laureles se concretaron en premios tan prestigiosos como las «Palmes Academiques» del gobierno francés, o la Medalla Pedro Pablo Rubens de Amberes, etc. Serían incontables de referir sus premios y pormenorizar sus éxitos a lo largo y ancho de toda Europa. Sus exposiciones en París, en la sede de la UNESCO, en Bruselas, en Estrasburgo, en Londres, eran esperadas con atención, y por ellas desfilaba la mejor sociedad de esas capitales comunitarias.

Cuando Regino Pradillo, en la cumbre de su gloria, se sintió enfermo, continuó alentando su afabilidad con todos, pero volvió los ojos hacia su España querida, hacia su Guadalajara natal más concretamente, donde todos le conocíamos más en calidad de «amigo que progresa y que anda por ahí, en el extranjero» que de pintor internacionalmente consagrado. En las sabiendas de que acababa su vida, eligió esta ciudad para morir en ella. Ocurrió su paso al infinito el viernes 18 de de noviembre de 1991. Su memoria, y su gran obra pictórica, quedaron para siempre grabada en los mejores anales de Guadalajara. Y entre sus gentes más memorables, su figura.

Lástima que no haya alcanzado en vida el reconocimiento que su ciudad natal le debía y que se estaba preparando. Aunque en principio se anunció por parte de la Delegación de la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades una gran Exposición Antológica de Pradillo, a celebrar en Guadalajara en el mes de Mayo de 1991, junto con la edición de un catálogo amplio con información de su personalidad y de su obra, este homenaje no llegó a realizarse, ignoramos por qué causas. El pintor estaba muy ilusionado con ello, pues pensaba que en la ciudad a la que él tanto quería, granaría de algún modo ese cariño y le retribuirían sus paisanos con un aplauso al menos. Se los ha llevado, junto con lágrimas y algún agobio de corazón, pero ha sido el día de su entierro y funeral, al que han asistido numerosas personalidades de la cultura y la política, además de sus amigos de siempre. El Ayuntamiento, al menos, ya ha anunciado la intención de dedicarle una calle. Debería ser muy céntrica, porque Regino Pradillo está, ha estado hasta hoy, y estará por siempre, muy cerca del corazón de cuantos le conocimos y de quienes vean en su pintura la magistral proeza de maravillar con sus pinceles, sus lápices, sus buriles entrañables.