La iglesia parroquial de Torija

viernes, 27 diciembre 1991 0 Por Herrera Casado

 

Muy cerca de nuestra capital, y ahora todavía mejor comunicada al haber sido abierta la Autovía de Aragón en toda su longitud, la villa de Torija se ofrece como un destino turístico alternativo para cuantos nos visitan y, por supuesto, para todos los alcarreños que quieren conocer, poco a poco, mucho mejor su propia tierra.

En ella, aparte del famoso castillo de los templarios que se alza desafiante sobre la costanilla que vigila el valle, y de algunas construcciones típicas, plazas soportaladas, fuentes, monolitos, etc., es muy reseñable la iglesia parroquial, que ha sido recientemente declarada Monumento de Interés Cultural por parte de la Junta de Comunidades de Castilla‑La Mancha, nuestro gobierno regional.

La iglesia parroquial de Torija está dedicada a la Asunción de la Virgen. Es una obra magnífica del siglo XVI, mandada construir por el segundo vizconde de Torija, don Bernardino de Mendoza. Al exterior, construido de recio sillar gris, destaca la torre cuadrada, de aspecto castillero, y la portada sencilla, de una herreriana sobriedad, pero ya en clave manierista.

En su interior, de tres naves, quedan solamente los restos de su grandeza. Aún así, y gracias a muy recientes mejoras, el visitante puede contemplar algunos elementos de verdadero interés. El gran arco mayor que sirve de paso al crucero, está sostenido por semicilíndricos pilares, y todo ello se cubre totalmente de tallados grutescos y adornos propios del plateresco, constituyendo un ejemplo notabilísimo de este estilo.

La gran reja de hierro forjado, también plateresca, que cerraba por completo este arco, y que fue retirada hace años, ahora ha sido colocada de nuevo cerrando el sotocoro que sirve de capilla bautismal. Es una reja de mediado el siglo XVI, con algunos elementos de chapa recortada, especialmente el central, donde aparece el escudo de armas del vizconde fundador.

En el presbiterio, a ambos lados de la capilla mayor, sobre sus paredes laterales, se encuentran los enterramientos de don Lorenzo Suárez de Figueroa, primer vizconde de Torija, y de su mujer doña Isabel de Borbón; de don Bernardino Suárez de Mendoza, su hijo, segundo vizconde, y de su mujer doña María Manrique de Sotomayor; y el del hijo de éstos, don Alonso Suárez de Mendoza, tercer vizconde, y de su mujer doña Juana Jiménez de Cisneros. Fué este último matrimonio el que, habiendo renunciado al patronato que tenía su familia sobre la capilla mayor del monasterio de Lupiana, decidieron traer a su iglesia de Torija los restos de sus padres y abuelos, que en principio estuvieron enterrados en el monasterio jerónimo. Los enterramientos de Torija son sencillos mausoleos de mármol, sobre los que campea el escudo familiar sostenido por ángeles, y tallados en alabastro, con borrosas frases bajo ellos. En el suelo del presbiterio, y bajo una simple losa en la que se ve, dentro de un círculo, tallada una calavera y dos tibias cruzadas, y rodeándola la frase «Nec Potes. Nec Timas», el letrero que sobre ella aparece «Obiit D. Bernardinus a Mendoza anno M 604: 3ª die Augusti» recuerda que allí descansa el conocido militar y escritor don Bernardino de Mendoza, hijo del tercer vizconde don Alonso Suárez de Mendoza. Fue este caballero un gran intelectual, descollando en la corte de Felipe II como capitán de tercios en Flandes, embajador en Roma, Londres y París, y presidente de la «Real Academia de Guerra», descolló como teórico del arte de Marte: a su pluma se deben los conocidos, y aun traducidos a diversos idiomas «Comentarios de lo sucedido en las Guerras de los Países Bajos» y «Theoría y Practica de Guerra». Actuó además como enviado especial de Felipe II en las conversaciones previas a la declaración de guerra a Inglaterra, siendo expulsado de ese país por el gobierno de la reina Isabel acusado de espía. Murió en 1604, en Madrid, pero dispuso ser humildemente enterrado en la iglesia de Torija, a la que donó grandes bienes, y en ella dejó fundada una capilla en honor de Santa Gúdula de Bruselas, que debía ser atendida por doce clérigos.

Aún son de admirar los numerosos y enormes escudos policromados de los diferentes linajes que entroncaron con los de Mendoza y Figueroa, colocados, en madera y en yeso policromado, sobre los muros del presbiterio. También se ven escudos de esta familia por la reja y en los muros del sotocoro, en la capilla de los pies del templo. Alguno de esos escudos ha sido recientemente restaurado, con gran acierto. Lo mismo que el altar de la Virgen del Carmen, situado en una pequeña capilla lateral del lado norte del templo. Es de justicia consignar cómo a lo largo de varios meses, el artista avecindado en Torija, muy conocido en los medios culturales alcarreños, don Jesús Campoamor Lecea, ha restaurado personalmente este altar, rescatándole de su antiguo abandono, dejándolo hecho un primor de cuidado y elegante. Una preciosa pieza barroca recuperada para el arte alcarreño. 

El altar mayor, destrozado en la Guerra Civil de 1936‑39, ha sido sustituido por otro, traído de la iglesia de Santa María del Rey, de Atienza, al que se han puesto, en lugar de sus antiguos y originales lienzos, unas pinturas modernas, de gusto dudoso, muy grandes pero que no casan del todo con el ambiente general de la iglesia, tan pulcra y netamente renaciente.

En este sentido, también es de destacar la preciosa pila bautismal que se encuentra en la capilla de los pies del templo. Es una obra de traza plateresca, con grutescos y adornos tallados en la piedra, y en la copa distribuidos sobre pequeños escudetes los símbolos de la Pasión. Otra pequeña capilla adosada a los pies de la iglesia en su lado sur, ha sido también recientemente restaurada, y ofrece la pureza de su primitiva arquitectura.

Es de señalar que por parte del curta párroco actual, en colaboración desinteresada con algunos vecinos, y especialmente del pintor don Jesús Campoamor, está previsto realizar nuevas tareas de restauración del templo en el próximo verano. Entre ellas, repintar con sus colores originales los grandes escudos del crucero, y arreglar en lo posible los elegantes mausoleos de los vizcondes fundadores. Cualquier ayuda que les llegue para esta encomiable tarea, será poca.