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noviembre, 1990:

El Valle del Henares, una comunidad histórica

 

La ciudad de Alcalá de Henares está siendo estos días el auténtico centro, la auténtica capital del Valle del Henares. Su historia a lo largo de los siglos como eje fundamental del desarrollo de la comarca toda, ya le daría opción a ostentar por derecho propio esa capitalidad. Pero en estos días se suma otra circunstancia, y es la de ser la sede de un importantísimo acontecimiento cultural, cual es el «II Encuentro de Historiadores del Valle del Henares», que ha reunido en esa población a más de 150 investigadores españoles y alguno extranjero, dispuestos a examinar las razones, especialmente históricas, pero también geográficas y etnográficas, que hacen del Valle del Henares una auténtica unidad y que propone la posibilidad de labrar en él, con todos sus pueblos, sus recursos y sus gentes, un porvenir común, pues que el pasado ya lo tiene.

En el Salón de Conferencias de la cisneriana Universidad de Alcalá de Henares, abierta a todas cuantas personas estén interesadas en estos temas, empezaron ayer a exponerse las múltiples comunicaciones, en un número superior a setenta, que otros tantos investigadores traen en torno a la Arqueología, el Arte, la Historia y el Costumbrismo del Valle del Henares, y de sus pueblos. Algunas son recapitulaciones de temas ya estudiados. Otras son absolutamente novedosas. En cualquier caso, durante tres días de muy denso calendario, en sesiones de mañana y tarde, se irán leyendo, proyectando diapositivas, exponiendo planos, etc, las investigaciones más recientes acerca de temas diversos relacionados con la común historia de nuestro valle.

Hay una infinidad de razones para considerar a la cuenca del río Henares como una verdadera unidad. En Arqueología encontramos una «pétrea» razón de suficiente peso. La Vía Augusta atravesaba en los tiempos del Imperio romano nuestra comarca, subiendo desde Alcalá hacia Sigüenza, pasando por Guadalajara, por Hita, por Jadraque, por Espinosa, y creando en su torno un ámbito de cultura clásica que todavía hoy respiramos. Los hallazgos arqueológicos de esa común presencia romana, desde Complutum a Segontia, quizás sea la primera línea, el auténtico primer capítulo que fundamenta este «Encuentro» de hoy.

La historia ha sido explícita en rasgos aunados. Durante varios siglos, el río Henares sirvió de frontera de Al‑andalus en su marca Media, frente al reino castellano. Los califas cordobeses, y luego los reyes de taifas toledanos pusieron en esta frontera sus defensas en forma de castillos, que aun en mejor o peor estado los vemos desde la fortaleza de Alcalá, pasando por el alcázar de Guadalajara, hasta los castillos de Hita, de Jadraque y Sigüenza, sin olvidar la multitud de torres de defensa y vigilancia que escoltaban los pasos y vados del valle.

Y aun en historia aparecen rasgos comunes, regidos de los mismos personajes: los Mendoza serían unos, con sus posesiones a lo largo del curso del agua, en sus orillas, desde las alturas de Espinosa hasta el final del río en Mejorada. Sus fundaciones, sus patrocinios de obras de arte, de instituciones culturales, así lo prueban. La Universidad Complutense, hoy revitalizada en Alcalá, estuvo a punto de tener su sede primera en Guadalajara, ó por lo menos los duques del Infantado así lo intentaron. El Cardenal Ximénez de Cisneros, su fundador real, vivió siempre en este valle, pues desde su puesto de vicario en Sigüenza, al de arzobispo toledano fundador de la Universidad, pasando por su estancia en el monasterio franciscano de La Salceda junto a Tendilla, las aguas oscuras y susurrantes del Henares acompañaron su densa biografía.

El costumbrismo, en fin, nos muestra también que las fiestas, los decires, las canciones, los bailes y en general los modos de enfrentarse a la vida las gentes de este entorno, son absolutamente similares desde Horna a Mejorada. Y ello es lógico, pues a todas las razones apuntadas anteriormente se unen las geográficas y económicas, quizás las más fuertes. Una cuenca única, bastante cerrada en sus límites, propicia el crecimiento de una sociedad muy compacta. Ello nos lleva, finalmente, a una consideración sobre el presente y muy especialmente sobre el futuro de este valle del Henares. Y es la evidencia de una partición administrativa actual realmente absurda. El hecho de que poblaciones como Alcalá y Guadalajara, vecinas y en todo comunes, estén inscritas en dos Comunidades autónomas diferentes, es una prueba más de lo mal planteada que estuvo la partición de España, hace muy escasas fechas, en Comunidades Autónomas que solo se rigieron por las premisas previas de unas provincias ya constituidas. «Rectificar es de sabios», dice el refrán. Esperamos que un día quienes nos gobiernan se atrevan a serlo.

Hoy, y hasta el próximo domingo en que el II Encuentro de Historiadores del Valle del Henares tenga su solemne clausura en Sigüenza, el valle del Henares será uno sólo, unido como nunca en la voz y el estudio de los historiadores que lo pueblan.

ARQUEODOS, una panorámica a la Prehistoria

 

Acaba de ser inaugurada en nuestra ciudad, y va a estar en ella permanentemente abierta durante más de dos meses, la gran exposición que ha montado la Consejería de Educación y Cultura de Castilla‑La Mancha sobre la Arqueología de la Región. Es una oportunidad única para tomar contacto con el pasado más remoto de nuestra comunidad, y poder contemplar en directo algunas piezas verdaderamente relevantes de siglos pasados, sin olvidar la calidad plástica y de diseño que la propia exposición ofrece en su montaje y articulación.

El mundo de la investigación arqueológica había sido clásicamente destinado a cuatro aristócratas con el riñón cubierto que entretenían sus ocios buscando por el campo trozos de cerámica y armas oxidadas, estudiándolas luego y llevándolas a los Museos, donde generalmente se metían en bolsas y se almacenaban en sus sótanos. Este es el caso del marqués de Cerralbo y algunos otros, al menos en nuestra provincia, aunque justo es reconocer que la obra de este hombre fue valiosísima y su aportación a la Arqueología y Prehistoria en los comienzos de esta ciencia, tuvo el carácter de decisiva.

Pero ello viene a cuento de poder decir que hoy el panorama ha cambiado. También frente a esa otra clásica imagen del furtivo, aficionadete sin preparar o con afán de coleccionismo, que escarbaba el campo buscando piezas maestras y generalmente terminaba por encontrar, tres meses de esfuerzo, un sextercio a medio pudrir, aparece hoy la parcela de la Arqueología como perfectamente delimitada dentro de la ciencia de la Historia, planificada en los estudios universitarios, y apoyada oficialmente, y con buenos presupuestos, desde las instancias de la Administración. Todo ello hace que hoy la Prehistoria se estudie con rigor, por parte de especialistas, que publican, guardan clasifican, y ofrecen en Museos sus trabajos.

Esta Exposición de ARQUEODOS que ahora se acaba de abrir en las salas bajas del Palacio del Infantado de Guadalajara es una ocasión única para tomar contacto con el mundo de la Arqueología. Con el de Guadalajara y con el de toda Castilla‑La Mancha. Es ese mundo que pasa por la enigmática ciudad celtibérica de La Loma del Lomo en Cogolludo, donde llevan años encontrándose pavimentos de viviendas excavadas en el suelo; el que atraviesa el «valle de romanos» de Aguilar de Anguita, donde el marqués de Cerralbo encontró a principios de este siglo la más grande necrópolis de la Edad del Hierro hasta ahora conocida; el que se refleja en los muros y mosaicos de la «villa» romana de Gárgoles, donde aún parece escucharse el rumor de las aguas que pasaban de estancia en estancia; es el que aflora en los surcos del valle del Henares, entre Azuqueca y Guadalajara, donde estuvieron calzadas romanas, cementerios visigodos, o simplemente puntas de flecha de los más primitivos cazadores del paleolítico. Es, en definitiva, ese mundo de la piedra y el metal, del epitafio y el montón de piedras que solamente a los iniciados les brinda su palabra, pero que tiene un largo discurso detrás.

La exposición ARQUEODOS ha sido montada por la Consejería de Educación y Cultura de Castilla‑La Mancha, pero ha corrido más directamente a cargo de la Dirección General de Cultura de la misma, y aún ha sido el Comisariado creado específicamente para llevar adelante esta empresa el que ha corrido con el trabajo inacabable de diseñar la muestra, recolectar piezas y redactar los textos de exposición y catálogo. Tres grandes profesionales detrás de tan interesante iniciativa: Juan‑Sisinio Pérez Garzón como Consejero autonómico; Diego Peris Sánchez como Director General de Cultura, y Dimas Fernández‑Galiano como Comisario especial para esta actividad. La colaboración de muchas otras personas en maquetación, asesorías, catalogación, redacción de textos, etc., han dado finalmente vida a este acontecimiento que ahora, afortunadamente, tenemos entre nosotros.

La argumentación de ARQUEDOS es en realidad bastante simple: tres pasos fundamentales da por este mundo de la Arqueología castellano‑manchega. De un lado, el recuerdo a los iniciadores de esta ciencia entre nosotros: Aguilera y Gamboa; Juberías, Gómez Moreno; Cabré y tantos otros que fueron abriendo surcos en el campo y vitrinas en los museos. De una segunda parte, las piezas y calidades más señaladas de cada periodo arqueológico, desde las astas de cérvidos y piedras pulimentadas más antiguas, a las coronas y fíbulas visigóticas. Con todo detalle y elegancia aparecen una gran cantidad de elementos puestos en las vitrinas para despertar la curiosidad y la admiración de quien las ve por vez primera. Finalmente, la dinámica que la Junta de Comunidades crea en torno al hecho investigativo y cultural que la Arqueología supone: presupuestos para ello, planes de excavación, de restauración, de catalogación, de publicaciones y de presentaciones museísticas e itinerantes como esta que nos reúne.

Al mismo tiempo que el espectador que recorre las salas de esta exposición, como enterrada en el seno del propio Museo Provincial, se admira de cuanta maravilla encierra, puede adquirir a la entrada un magnífico libro titulado «Arqueología» del que son autores Fernández‑Galiano, García‑Gelabert y Rus, donde con todo detalle se exponen etapas prehistóricas, piezas más interesantes y distribuciones geográficas de las culturas antiguas. Se trata de todo un complemento permanente (el libro, siempre en la base de la cultura más cierta) para esta Exposición, esta ARQUEODOS que ahora, y durante los dos próximos meses, tendremos en Guadalajara a disposición de grandes y chicos, como una llamada continua a la admiración y el respeto por nuestro pasado más remoto.

Un espacio para todos. El Museo provincial de Guadalajara

 

En estos días se hace de nuevo actualidad el Museo Provincial de Guadalajara, el que está ubicado en el Palacio del Infantado de nuestra capital. Y ello por dos motivos: en primer lugar, porque en sus salas se inaugura estos días una gran exposición sobre temas arqueológicos de Castilla‑La Mancha, que bien merece una visita. Y en segundo lugar por haber salido a la oferta pública un nuevo libro sobre este Palacio, que reúne en la brevedad de sus cien páginas toda la historia de personajes y presencias, de filigranas y pinturas que se reúnen desde hace cinco siglos en esa casa grande de los Mendoza.

Uno y otro acontecimiento son motivos, pienso yo, más que justificados, para darse una vuelta por las salas de este magnífico Museo Provincial que tiene algunos elementos que merecen no ya la visita, sino la periódica rendición de amistades hacia ellos. Esculturas y pinturas, retablos y cerámicas se ofrecen al espectador, diciendo algunas, que no todas, las palabras que los siglos pasados nos dejaron desde los pueblos de nuestra tierra.

Porque el Museo Provincial de Guadalajara está hecho con el aluvión de obras que llegaron desde Conventos, iglesias y Ayuntamientos de la provincia, cuando la reforma hacendística del Mendizábal, que supuso el vaciado y a veces saqueo de los conventos frailunos y monjiles. De aquellas ristras inmensas de cuadros, libros y joyas, quedó muy poco. Eso poco está hoy en este Museo. Es curioso ir a verlo.

Doña Aldonza de Mendoza

Entre sus piezas mas llamativas, está el enterramiento de doña Aldonza de Mendoza, de quien se dice pudiera haber sido la madre de Cristóbal Colón, el que primero llegó a América y lo dijo. Es una escultura funeraria, maravillosa de talla sobre alabastro brillante, tendida y silente, con los rasgos de la vida en su rostro pintados. Revestida de telas y mantos de una noble mujer del siglo XV, alrededor de su cuerpo corre una leyenda gótica que dice cómo fue Aldonza mujer de don Fadrique, duque de Arjona, y de como falleció un día de junio de 1435. Un perrillo a sus pies, símbolo de la fidelidad, y unos escudos de armas de su linaje mendocino y castellano, tenidos por salvajes desnudos y peludos, se acompañan aún de una frase latina en la que se dice, con ese rigor solemne que todo epitafio encierra, desplumado de vanidades el corazón humano, que «todo lo pasado pasará conmigo a la tumba». Es sin duda una de las piezas más selectas de este lugar, y sola por sí ya merece hacer una visita al recinto.

Las pinturas de Carreño y Alonso Cano

Hay muchas pinturas en este Museo, pero las que más llaman la atención son algunas que pueden considerarse capitanas en lo que es «escuela de Sevilla» del Siglo de Oro. Y ahí están la aparición de la Virgen a San Antonio, de Carreño de Miranda, el Ángel entregando la regla de la Orden a San Francisco, de Ribera, o esa extraordinaria «Virgen de la Leche», una madre joven amamantando a su hijo, original de Alonso Cano, que hace resplandecer con su ternura, sus colores principescos, y su linealidad suave y consistente, a la sala en que se encuentra. Es un resumen apretado, simbólico, magnífico, de la mejor pintura española de todos los tiempos, que sólo las figuras universales de Velázquez y Zurbarán han hecho palidecer a nuestros ojos de hoy.

Las terracotas de La Roldana

De una mujer del siglo XVII hay representaciones también en este Museo. Son dos piezas vivas, que suenan en el silencio de las noches museísticas, que ríen a través de sus personajes, lloran a través de sus infancias desnudas: las dos terracotas de «La Roldana», una escultura del siglo XVII, ofrece escenas familiares de la época sublimando momentos imaginarios de la vida de Jesucristo y su madre. Una dicen ser «Los primeros pasos de Jesús», y es toda ternura y viveza. Otra «La Virgen Niña con sus padres», San Joaquín y Santa Ana: es la foto de familia de un hogar humilde de la época. Tanta alegría en esas tallas (que son de terracota) y tanto color en sus cuerpos, dejan al espectador prendido un largo rato ante ellas. Son, sin duda, estrellas seguras en cualquier visita. Proceden del antiguo, y ya desaparecido convento de dominicos de la Madre de Dios, de Hita. 

Lo que aún está oculto

Pero el Museo Provincial de Guadalajara puede ser, en breve plazo, un joyero de mayores dimensiones, de mejores brillos aún. En salas cercanas, pero todavía cerradas al público, se encuentran depositadas algunas (muchas) piezas de las colecciones privadas de los duques del Infantado, que un día les dio por prestarlas a la admiración pública y sin embargo no se deciden a dejarlas ver del todo. Sabemos que en estos próximos años se habilitarán las salas para ello, y así la visita a este lugar sacro del arte podrá completarse con la admiración frente al Retablo de Marqués de Santillana, la obra máxima de Jorge el Inglés, una «summa» de la pintura gótica castellana, en la que aparecen, entre otras cosas maravillosas, el conocidísimo retrato de Iñigo López de Mendoza, orante y sereno, junto a su mujer Catalina Suárez de Figueroa, loando a la Virgen con versos, serranillas y arcángeles trapeados y volanderos. Además hay armaduras (por ejemplo, la que llevaba puesta el Conde‑Duque de Olivares el día que le retrató Velázquez montado a caballo), jarrones chinos en los que cabe un hombre, y otras maravillas del arte español de todos los tiempos.

Hoy el Museo Provincial de Guadalajara, por las dos razones que al principio apuntaba, es un lugar digno de ser visitado, de ser conocido, de ser amado por todos los alcarreños. Allí os espero.

Meditación en Torronteras

 

Dónde esté la fuente de la sabiduría, que todos buscamos, es algo que quizás no lo sepamos nunca. Quizás lo mejor de todo sea eso: el viaje de búsqueda. Te acordarás que un día te lo dije: el sentido de la vida es simplemente buscarle el sentido. Se puede hacer en muchos sitios. En el claustro de un convento, en la oficina del directivo de empresa, o en la soledad rumorosa del campo alcarreño.

Ahí fue donde, hace poco, traté una vez más de buscárselo. Porque uno solamente se plantea el significado de las cosas cuando éstas se hacen turbias, dubitantes, algo borrosas. O cuando surgen tan marginales que chocan con la normalidad acostumbrada. El destino, el futuro de la tierra de Guadalajara (de lo que hoy se conoce como provincia de Guadalajara en la Región de Castilla la Mancha) sufre un sobresalto cada vez que el león madrileño cambia de postura. Se empeñaron hace años, algunos, en ponernos en una Comunidad Autónoma que no nos correspondía, y ahora todo son lamentaciones. Ese coro de protestas, de afirmaciones de personalidad, de inquieta firmeza ante los problemas, debieran haberse expresado antes. También es verdad que la política es el arte de los posibles… y lo que un día es cierto, un mes después es mentira.

El otro día me eché al monte de la Alcarria media. Por esos pinares altos que están en las cumbres de la villa de Pareja. Caminos de polvo, zumbidos de abejorros, un aire limpio que parece lomo de cuchillo nuevo, y el cantueso oloroso, la salvia y el espliego ya medio secos, dando al aire capones de olor, besos frescos. Andando se llega en un par de horas, primero cuesta arriba, y luego llaneando, hasta Torronteras, un pueblo que fué, y hoy es la sombra, el silencioso envés de la vida. Un grupo de casas semihundidas, un templo a medio reconstruir, un bloque roto de olmos heridos, con sus ramas poniendo rasgos de dolor al aire. Y en un caserón la voz atiplada y conmovedora de un hombre que allí se ha retirado a vivir con su familia, con sus amigos, con sus perros… un austriaco que lleva quince años, desde que Torronteras quedó desierto y abandonado de sus auténticas gentes, haciendo poco más que vivir y buscarle, como tantos otros, el sentido a la vida.

Lo tiene encontrado, al parecer, por el camino más grande, que es el de la ayuda a los demás con un trasfondo de sublimación religiosa. La vieja iglesia de Torronteras, que se quedó sin altares, sin velas ni campanas, incluso sin techo, ha sido reconstruida por este hombre valeroso. Su casa, y la fuente, y el camino. Hasta parece que él le puso al entorno las nubes, y los pájaros, y el horizonte de cerros y carrascas. En verano, vienen compatriotas suyos al viejo templo herido. Y cantan, piensan, hacen propósitos. Todo se queda en una vida interior, en una íntima vivencia. Luego otra vez las ciudades, los trabajos, las preocupaciones. Solo él se queda allí, con su mujer, su hija y sus amigos, sus pájaros y sus perros, sus setas y sus herramientas. Allí junto a la sombra del viejo caballero hidalgo que le puso (¡oh la fugacidad de la gloria blasonada!) un escudo de armas tallado sobre el dintel de la orgullosa casona, y que bastó que una simple rama de acacia juguetona durante algunos años bailara al viento y le rascara las formas al emblema, para que desapareciera el orgullo y las señas del linaje. También en la ermita, timbradas de celada, sumadas de lambrequines y rientes de lobos y cruces calatravas, puso el ignoto caballero sus armas retadoras. Nada quedó de ellas. Aquí fue la lluvia, los hielos del amanecer, la dorada calima del mediodía agosteño, las que borraron su memoria.

El austriaco de torronteras aún se maravilla de que, tras tanto abandono, tanta dimisión y tanta ruina, aún quedara en el suelo de la iglesia, ante el que fuera altar mayor, una lápida sepulcral que en misteriosos caracteres decía estar debajo de ella un hombre, que tuvo latiente corazón, esperanzas de vida eterna, y probablemente dolores de tripa. Dice así la lápida: Aquí yace el licenciado Francisco García del Olmo, Comisario del Santo Oficio y cura desta iglesia y de su anejo beneficiado descamilla. Murió año de 1678. Dejó tallado el cantero, que probablemente conoció en vida al buen señor, un par de llaves cruzadas, símbolo del curato que San Pedro fundara junto al Tiberiades, más una espada y una palma. Los emblemas de la Inquisición, institución de siniestra memoria a la que este sujeto, este anodino Francisco García representó en la selva pinariega de torronteras. El austriaco, cuando le expliqué el significado, simple y llano, de lo que estaba escrito (con numerosas abreviaturas casi irreconocibles) en esa piedra, se quedó pensativo. Era una historia demasiado maravillosa y demasiado cercana para que la recibiera sin cuidado.

No cabe iniciar un período de cavilaciones en torno al tema. Hay una serie de datos objetivos, y todo un abanico de posibles meditaciones. Yo tuve la mía. Inefable. La situación, sin embargo, está servida: la tierra, nuestra tierra, el corazón del territorio en que hemos nacido, hemos vivido y posiblemente moriremos, está ahí, vacío y abandonado. Su historia, el rastro casi imperceptible, borroso y lejano, de quienes allí vivieron, es hoy ya sólo un rasgo, un trazo en la piedra. Alguien de lejos, casi un extraterrestre, vino allí a poblar, también a meditar, a poner un nuevo amor sobre las lomas olorosas de tomillo. ¿Qué nos da derecho a hablar de historia, a vaticinar porvenires? Nuestra condición de hombres libres se ve amenazada por la impresionante bola (que es de fuego y de gélidas profundidades astrales) del azar, que se nos viene encima y amenaza con plancharnos ¿O es que, ciertamente, somos capaces de cambiarla el rumbo?

Por un momento me hice ilusiones de darle un tajo, con mi espada de sangre, al oscuro madejón del destino. Abrir en canal la roca de la alcarria con la metálica fusta de Lancelot. Pero me abandoné, simplemente, a la añoranza. Humano, demasiado humano. Allí sentado, junto a los árboles secos del atrio de aquel templo. La mañana de otoño seguía abierta a la vida. Yo me quedaba pensando. Lo titulé así: Meditación en Torronteras.