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agosto, 1990:

Almonacid de Zorita: una joya de la Alcarria

 

Ahora que todavía estamos en plena temporada de vacaciones, de invitación al viaje y a la aventura, sería el momento idóneo para que, aquellos que aún no lo conozcan, se acerquen hasta Almonacid de Zorita, en el confín de la Alcarria, acunada de sierras y de embalses, en una privilegiada situación para el descanso y la sorpresa. No es una elocuencia vana decir que Almonacid es la joya de la Alcarria. Se lo merece por muchos motivos. Algunos los repasamos a continuación.

Sin exageración alguna podríamos decir que todo Almonacid es un monumento. Pues aparte de la iglesia parroquial, de los antiguos conventos, de los palacios, torres y murallas con sus puertas, de las fuentes y casonas señoriales, el conjunto entero de la población muestra un aire peculiar, castellano y rural, único y hermoso. Múltiples edificaciones populares guardan aún en toda su pureza el aire de lo que fué durante siglos la construcción típica alcarreña: la planta baja de los edificios es de sillarejo y la alta es de entramado de madera relleno de adobes. Amplios aleros sujetan los tejados, que son siempre a varias aguas. Los vanos de entrada son amplios, y numerosos ejemplos se ven de cuadras o patios anejos a las viviendas, para guardar los animales. Balcones y ventanales a las fachadas principales, y un revestimiento de cal o yesos que le confieren al pueblo entero un tono entre gris y ocre muy característico.

Las calles de Almonacid son estrechas y zigzagueantes. Aunque no tiene una calle mayor propiamente dicha, siempre tuvo en su interior un flujo viario muy bien definido. La comunicación por el interior de la población desde las puertas de entrada a la villa hizo que se establecieran además dos núcleos principales de referencia, las dos plazas que hoy vemos (la del Coso y la del Ayuntamiento). La primera, junto a la muralla, lugar de mercado; la segunda, en el centro o corazón de la villa, punto de confluencia de las diversas calles que llegaban allí desde todas las puertas. El templo parroquial, otro elemento de referencia obligada, estaba sin embargo algo desequilibrado, puesto en un extremo de la población, junto a la muralla también, cerca de la puerta de Zorita.

Esa estructura de población cerrada la tuvo Almonacid desde el siglo XIV, cuando comenzó a crecer en población y riqueza. Ese crecimiento y expansión urbana del primitivo caserío quedó limitado enseguida por la muralla que el Concejo, con el apoyo de la Orden calatrava, construyó en esa centuria. Así quedó prácticamente hasta nuestros días, en que ya desaparecida la muralla (derribada a lo largo del siglo XIX y principios del XX), ha ido extendiéndose en los aledaños con barrios residenciales, chalets, y otras instalaciones deportivas, culturales o lúdicas (el Complejo Deportivo, la Plaza de toros, el Grupo Escolar «Virgen de la Luz», etc.). Almonacid estuvo totalmente rodeado de murallas», de las que aún se ven restos entre las casas, y puede estudiarse su trayecto. Fueron construidas, a instancias de la Orden de Calatrava y con el apoyo de todos los vecinos y, por supuesto, del Concejo, a lo largo del siglo XIV, aunque ya de antes debía tener algunas defensas menores. Durante muchos siglos se mantuvieron en pie estas murallas, y fueron cuidadas por todos los vecinos como algo sustancial a su importancia. Sabemos que en siglos pasados, cuando se propagaba por la Península alguna epidemia de peste, el Ayuntamiento ordenaba cerrar las puertas de la villa, prohibiendo entrar a nadie que no fuera vecino de ella. Se cerraban también por las noches, con llaves que guardaban determinados miembros del concejo o personas encargadas para ello. En los documentos de antiguas sesiones del Ayuntamiento hemos encontrado que se proponía la restauración de algún fragmento de muralla que estaba medio derruido.

Esta muralla de Almonacid poseía cuatro diversas puertas de acceso. Las más importantes eran las que daban a los cuatro puntos cardinales, y que se denominaban con los nombres de las poblaciones de donde procedían los caminos que a ellas llegaban. Así estaban la puerta de Bolarque, orientada al norte, la de Santa María de la Cabeza, hoy frente al Cementerio, la de Albalate, orientada al sur, y la de Zorita, al poniente. Además había otra junto a la plaza del Coso, que llevaba este nombre. De todas ellas solamente quedan en pie la de Santa María de la Cabeza, situada frente al Cementerio, rodeada de jardines, y la última de ellas, la de Zorita, obra de recia envergadura, formada por un arco apuntado y en su interior una bóveda de cañón también apuntada, en uno de cuyos muros aún se ve la pequeña hornacina dedicada a la Virgen de la Luz, y en la que siglos atrás se verificó «el milagro del pajarito». Se remata el conjunto, hoy perfectamente restaurado, por un nivel de almenas.

La Plaza mayor de Almonacid tiene una estructura verdaderamente singular, con diversos niveles, mostrando en su costado meridional un ámbito cuadrado limitado en sus costados por antiguas edificaciones con soportales delanteros, lo que le confiere un aspecto muy popular y característico. En la parte norte se alza, moderno, construido en 1975, el Ayuntamiento con nobles materiales de piedra y madera, en un estilo tradicional castellano. En el interior del Ayuntamiento, siempre limpio y bien cuidado, encontramos de singular un tapiz antiguo que luce el escudo heráldico municipal. Tiene también el Ayuntamiento de Almonacid una espléndida colección de pinturas, formada con todos los cuadros premiados a lo largo de los años en su afamado Certamen Nacional de Artes Plásticas. Hay, entre ellos, firmas de tanto relieve como las de Rafael Bosch, Antonio Burgos, César Gil Senovilla, Antonio Ortiz, etc. Además se conservan dos interesantes cuadros antiguos, uno dedicado a San Sebastián, patrón del Ayuntamiento, y otro a la Virgen de Guadalupe, que fue traído del templo de los Jesuitas cuando su expulsión. Finalmente, es de justicia mencionar el maravilloso Archivo Histórico Municipal de Almonacid, que constituye un auténtico modelo no solo por la riqueza de sus fondos, llenos de manuscritos y legajos interesantísimos, sino por lo bien cuidado y clasificado que se encuentra. Muchos de estos antiguos manuscritos se conservan en el llamado «arcón de los tres claveros», un antiguo cofre con tres llaves procedentes de los antiguos comendadores y gobernadores de la villa y su territorio calatravo, y que en el siglo XVII se utilizaba para guardar el dinero procedente de los propios y rentas del Concejo. 

Junto al Ayuntamiento se encuentra la torre del reloj, sencillo elemento que, en sillar y sillarejo, eleva su silueta para servir de centinela y avisador (hoy con reloj y altavoces, antiguamente con campanas) del pueblo. A media altura de su muro de poniente hay una placa de piedra tallada que muestra con limpieza de caracteres las armas de Castilla y una leyenda que explica fue alzada en 1590, siendo gobernador del partido de Zorita don Juan de Céspedes.

Son estos algunos detalles de los muchos que encierra Almonacid y le ofrece, generoso, al viajero que decide darse un garbeo por sus soleadas y rientes esquinas. Una aventura que se te ofrece, lector amigo, en bandeja para este próximo domingo.

La Carrasca: el románico perdido

 

Estamos adentrándonos, en este mes de agosto, por algunos de los monumentos románicos más originales, y también más desconocidos, del románico de la provincia de Guadalajara. De un lado, porque así entregamos a quien lo necesita la noticia de su existencia y el dato descriptivo que a buen seguro le será de utilidad. De otro, porque de este modo posibilitamos la realización de un catálogo que ha de ser completo y exhaustivo de estos templos, tan sencillos y elocuentes de un pasado rico, de una edad en la que sin apenas medios se hicieron obras más gigantescas que en los actuales, en los que sobra el dinero, pero todo se hace volátil, de papel, durable solo el momento de la inauguración.

En la obra de don Francisco Layna Serrano sobre «La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara» faltan muchos monumentos de interés. Los difíciles caminos de su época imposibilitaron su llegada a algunos recónditos lugares de nuestra geografía. Eso es lo que ocurrió con algunas de las iglesias que en pasadas semanas hemos visto aquí (Tortonda, Jodra del Pinar, Labros). Ahora tratamos, más por el gusto de viajar y describir, de entregar a la curiosidad de todos la noticia de la existencia de estos monumentos tan bellos y tan olvidados.

Y no de otra forma que perdido hay que calificar al románico de la Carrasca. Porque sólo perdiéndose por la paramera de Molina, por los caminos sin huellas de la vertiente sur de la sierra de Caldereros, puede el viajero llegar hasta esta solitaria altura, hasta la ermita de Nuestra Señora de la Carrasca, en el término de Castellar de la Muela.

Nunca fue templo parroquial, pues en su entorno no existió pueblo alguno, al menos en la Edad Media o posterior. En el término de Castellar existe un paraje al que denominan los Villares en que hubo asentamiento, pero de tipo celtibérico, prehistórico, con su correspondiente necrópolis, todo por excavar y estudiar como corresponde. Sanz y Díaz recogía en el pueblo la especie de que allí tuvieron asentamiento y monasterio los caballeros templarios, pero que al disolverlos Clemente V en 1312 abandonaron el lugar viéndose hoy solamente la planta de su templo. Es todo fábula irreal.

Lo cierto de la Carrasca es que la ermita dedicada a esta Virgen de advocación vegetal existe hoy, muy bien conservada, como si los siglos no hubieran pasado sobre ella. Fue construida en el siglo XII, cuando los primeros señores molineses iniciaron la repoblación de su condado independiente. El esfuerzo de estas gentes, su consistente fe, su buen gusto innato, hicieron posible que en esta soledad serrana se pusiera templo tan grande y hermoso. Todo él levantado con piedra de sillarejo de tonos rojizos, bien tallados en las esquinas, aleros y dinteles, tiene una planta de nave única, alargada, orientada, con un ábside semicircular en cuyo centro luce una breve ventana aspillerada, y con un alero que se forma de canecillos y modillones de muy sencilla traza.

Sobre el muro del sur a abre la puerta de acceso al templo. Se resguarda de un atrio hermético, en el que apenas un ventanil y la puerta de acceso permiten la entrada de la luz. La portada principal es un ejemplar notable por sus grandes dimensiones, aunque también por la rudeza de su traza. La portada se forma de un vano semicircular, ornado de tres arquivoltas de arista lisa, que apoyan en una simple imposta, y ésta sobre capiteles también lisos, y sobre columnas adosadas. Nada más simple es concebible, pero de esa sencillez arranca precisamente su elegancia y su belleza.

El interior está muy reformado. Tiene en lo alto un artesonado de sencilla traza, con algunas labores que recuerdan a lo mudéjar. El altar es mucho más moderno que la arquitectura del templo. En los grabados adjuntos vemos, de un lado, el aspecto general de la ermita, con su ábside y su campanil sobre el muro de poniente. De otro, un dibujo «de campo» de la portada principal, que nos ofrece su tosquedad y su pureza.

Poco más puede decirse de esta ermita de la Virgen de la Carrasca, en término de Castellar de la Muela, pero estamos seguros que la visita hasta ella compensará cualquier fatiga. Lejana y olvidada, su dignidad silenciosa evoca la fuerza constructiva de las gentes anónimas de los pasados siglos. La pureza de sus líneas arquitectónicas nos dice de normas y tradiciones no escritas, pero respetadas en todo un continente. Hay algo más, sin embargo, que no puede expresarse ni poner en los tratados del románico. Su lejanía, su silencio, su olvido de todos, añade un valor a este templo, que recomendamos visitar a quienes gustan de estas viejas piedras, a quienes, sobre todo, se dedican a contarlas y describirlas.

Jodra, el románico intacto

 

Este templo es de los pocos que, a pesar de no haber recibido nunca una restauración, se conserva como el primer día en que lo construyeron, allá por el siglo XII en sus finales, y concede a quien lo contempla no sólo la imagen de la arquitectura románica rural en su estado más puro, sino la certeza de que existió (y de que volverá, seguro) una edad ingenua y benevolente.

La semana pasada estuvimos en Sauca, y hoy nos llegamos hasta el lugar de Jodra del Pinar, que está a media legua, y que constituye por tanto el complemento lógico en esta visita del románico ducal. Perteneció  este mínimo caserío al Común de Villa y Tierra de Medinaceli, y en su repoblación, allá por la segunda mitad del siglo XII, se llenó de gentes norteñas que pusieron, con la ayuda del cercano obispo seguntino, esta iglesia de traza sencilla pero a la que no falta detalle para considerarla ejemplar en el catálogo de la arquitectura románica de Guadalajara.

De este edificio nadie había tratado hasta 1980, en que lo presenté y publiqué ampliamente, con múltiples fotografías, en el número 7 de la Revista «Wad‑al‑Hayara». Poco nuevo puede decirse en su torno, si no es anunciar que el camino de acceso está ya asfaltado, y que ahora, en el verano, algunos vecinos le crecen a la plaza de mínimo lugar. Lo cual garantiza la vida, y la alegría, muy cerca de sus viejas piedras pardo‑rojizas.  

Haremos aquí, aparte de la propuesta para un viaje distendido, la descripción escueta de este monumento. Pues aunque tú ya hayas ido hasta aquella soledad jugosa, no existe impedimento para que otros invitados alcancen la intacta rubicundez de este templo. Que fue construido, ateniéndonos a su estilo y detalles ornamentales, en la segunda mitad del siglo XII, comulgando de las características del románico castellano (burgalés, segoviano) más simple y puro. El edificio en cuestión está asentado sobre un mediano recuesto, orientado al sur, con amplias vistas sobre el valle que surge al pie del pueblo. Construido con sillarejo y sillar de tipo arenisco, en tonos pardos o incluso fuertemente rojizos, como es normal en toda la zona. El templo está perfectamente orientado: ábside a levante, espadaña a poniente, y atrio con entrada a mediodía. Su estado de conservación es muy bueno, pues sólo muestra el tabicamiento de la galería porticada y la construcción, en el siglo XVII, de un cuarto para sacristía prolongando por levante dicha galería. El interior, enlucido sucesivamente con yeso tosco, muestra nítida su estructura primitiva.

La iglesia parroquial de Jodra del Pinar muestra, en su costado norte, un muro liso, de sillarejo y sillar en las esquinas, con alero sostenido por modillones estriados. En su costado de poniente, sobre el muro de lo mismo, se alza la pesada espadaña, rechoncha, de remate triangular, con muy obtuso ángulo, en cuyo vértice surge sencilla cruz de piedra. Dos altos vanos de remate semicircular contienen las campanas. Esta espadaña se prolonga hacia el templo, creando un cuerpo macizo, usado para palomar. En su costado de levante, el templo se estrecha, mostrando el rectangular presbiterio y el semicircular ábside, construidos en los mismos materiales. En el centro del ábside se abre una muy estrecha y aspillerada ventana de remate semicircular. El alero se sostiene por magníficos modillones bien tallados que alternan el tema estriado con el de bisel.

Sin duda lo más relevante del exterior de esta iglesia parroquial de Jodra sea su costado de mediodía, en el que se abre la puerta de ingreso, y sobre el que apoya la galería porticada. Esta galería muestra su fábrica de sillar arenisco, dividida horizontalmente, y a lo largo de sus tres caras, por una lisa imposta que viene a coincidir con la altura de los cimacios de los capiteles. Se remata el muro de la galería por alero sostenido de bien tallados modillones de tipo biselado. En el frente de esta galería se abren cinco vanos: el central, más ancho y elevado, sirve de ingreso, y a cada lado otros dos, separados entre sí por sencillas columnas cilíndricas rematadas en capiteles con decoración vegetal de superficial talla. El remate de estos vanos es de arco perfectamente semicircular, adovelado, de arista viva. Para acceder al vano central de acceso, hay una escalinata de cuatro tramos, en piedra; los vanos laterales apoyan sobre una basamenta de sillar. En el costado occidental de esta galería, existe otro arco de similares características al central, sin capiteles. En el costado oriental (hoy tapado por la añadida sacristía de posterior construcción) hay otro arco similar.

Dentro del atrio, y sobre el muro sur del templo, aparece el portón de ingreso, sencilla pero elegante obra del estilo. Se trata de un vano de arco semicircular, formado por diversas arquivoltas lisas. El vano se limita por sendas pilastras que rematan en saliente cornisa, y de ellas surge el arco semicircular, adovelado, de arista viva. En torno a él, tres arquivoltas: la más interna, de baquetón simple; las otras dos, de múltiple y finamente estriado baquetón. Las tres descansan, a través de saliente imposta lisa, en sendos capiteles de sencilla y superficial decoración de hojas. Estos apoyan en sus correspondientes columnas adosadas, y ellas, a su vez, lo hacen en basas y en una basamenta corrida. Aun por fuera de estas estructuras muestra el portón otro moldurado arco que sirve de cenefa exterior.

El interior del templo, con reformas y enlucidos sucesivos, es muy simple. Coro alto a los pies, cuatro tramos separados por arcos formeros, que dan acceso, a través de alto y apuntado arco triunfal, al presbiterio cuadrado y semicircular ábside. El silencio y la pulcritud rural del conjunto, confieren y levantan de ese impracticado lugar del alma el respeto por los tiempos idos, el amor a los que, siglos hace, nos precedieron.

Pieza fundamental en el recuento del románico de Guadalajara, el intacto templo de Jodra no puede faltar en ningún catálogo del estilo que se proponga, por muy antológico que se quiera. Es un espécimen a visitar, a estudiarlos con detalle, a contemplarlo gozosos.

Sauca, el románico brillante

 

Parece una perla grana cuando el sol de la tarde, ya en caída, rescata de sus piedras el mejor tono, el más brillante, de esta arenisca de la alta serranía del Ducado: la iglesia parroquial de Sauca es otra de las joyas de esta corona que tenemos sin saberlo: el románico de Guadalajara. A Sauca te acompaño hoy, hasta el ancho plazal donde se levanta el templo que podría figurar en la portada de un tratado de arquitectura medieval. Y allí te invito a que mires su pedestal macizo, su calada teoría de los atrios, su espadaña como un grito, sus historias miniadas en la piedra. Allí te quiero ver, mirándolo todo, conmigo.

La iglesia de Sauca es un paradigma del románico meridional castellano. Construida como templo mayor de un pueblo que fué denso de gentes y crucial de caminos, su origen debemos ponerlo en la primera mitad del siglo XIII, cuando ya definitivamente cuajada la repoblación de estas tierras, dependientes en lo político y administrativo del común de Medinaceli, se pusieron sus habitantes a construir un común edificio de piedad y encuentro.

El esquema constructivo y la articulación de sus elementos y espacios le encuadran en el ámbito del románico castellano de origen segoviano y burgalés. La ornamentación, sin embargo, viene del grupo de tallistas que en torno a Sigüenza trabajan animosos en esa época, bajo la tutela de obispos mecenas para el arte como don Rodrigo (1192‑1221) y sus sucesores inmediatos a lo largo del siglo XIII. Esta de Sauca es una iglesia tan grande para el pequeño pueblo que preside, que nos hace afirmar sin temor a errar que fué directamente auspiciada por el jerarca máximo del territorio episcopal seguntino. El dinero para construir templos como los de Carabias, Pozancos, Jodra, Pinilla, Abánades, y este mismo de Sauca, procede de las arcas bien colmadas de los Obispos. Y los canteros y maestros que las dirigen y con sus manos levantan pertenecen a una misma escuela, a un grupo compacto que deja aquí y allí su huella.

Tras la cuidadosa y acertada restauración a que se le ha sometido recientemente, el templo de Sauca merece un análisis detenido y la admiración de su perfecta forma, de su hermosa simetría. Está orientado al modo clásico, con el ábside hacia levante y la espadaña a los pies, hacia poniente. Cubriendo sus muros meridional y occidental, una ancha galería porticada le da carácter y amplitud de usos. La puerta se abre en el mismo muro sur.

La espadaña de Sauca es muy maciza, con dos vanos para las campanas. El ábside es de planta rectangular, por lo que se sale de lo habitual en la zona. La portada es pequeña, pero con las líneas tradicionales del románico rural: un vano de semicircular, de medio punto, apoya sobre sendas jambas que rematan en el arranque con una simple cenefa lisa, y se adorna con un par de lisos baquetones. Nada más simple y elegante es concebible. Lo que da categoría al templo, en fin, es el atrio porticado, que le rodea por el sur y poniente. La panda meridional ofrece un vano de acceso, central, y a cada lado cinco arcos, todos semicirculares, que se sostienen sobre columnas y capiteles dobles. La esquina del atrio es sumamente maciza y ancha. En el ala de poniente se abre a su vez una puerta de arco semicircular, escoltada a su izquierda de dos arcos que apoyan también en capiteles y columnas, y a su derecha tres arcos, el extremo de los cuales se ha abierto hasta el suelo en la última restauración, creo que sin ningún fundamento. Lo vemos en la fotografía adjunta.

Los aleros, a todos los niveles, apoyan en sencillos modillones sin talla. Y el interior, de una sola nave, reproduce la forma externa, con un acceso al presbiterio hecho a base de gran arco semicircular de simples baquetones. Insisto en la peculiaridad de que esta iglesia, plenamente románica del siglo XIII, tiene un presbiterio y por lo tanto capilla mayor y ábside de planta cuadrada, algo alargada de norte a sur, lo que la hace pertenecer a un grupo (junto con San Bartolomé y Santa María del Rey en Atienza) de templos con atributos de capacidad y distinción frente al resto de la comarca.

Los elementos que más interesan al visitante de este templo, asumida ya la belleza del espacio que conforma, son los capiteles de su atrio. Una amplia colección de emparejados sustentos donde prima la decoración vegetal, con racimos de hojas de acanto, bloques centrales de hojas en cogollo, y palmas abiertas rematadas en volutas a las esquinas. Además se encuentran otros capiteles decorados con motivos antropo‑zoológicos. En uno es la pareja de felinos en lucha, simbólica del encuentro violento de las pasiones y las virtudes; en otro es el Arcángel que anuncia a María su embarazo divino. Aún hay una pareja del costado occidental en la que de las hojas emergen pequeñas cabezas de ángeles. Y en la panda sur destaca el gran capitel en el que dos personajes revestidos de largas prendas talares (lo vemos junto a estas líneas) nos permite asegurar el uso como modelos de viejos textos miniados de tradición mozárabe o incluso visigoda, pues esa prenda que estos sacerdotes/doncellas usan tiene la estructura típica de la armilausa visigótica.

De cualquier manera, esta visión de Sauca, de la iglesia románica que sorprende al paso de la Carretera Nacional rumbo a Zaragoza, es una oferta permanente de turismo hacia esta parte de la provincia, pues como ella hay muchas otras que están esperando tu visita. Quizás estas líneas sirvan para que tu recopilación de templos y arquitecturas románicas alcance el fin que espero.