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mayo, 1987:

Los últimos hallazgos arqueológicos en Guadalajara

Fragmento de un mosaico hallado en Gárgoles de Arriba

 

Entre las múltiples realizaciones de tipo cultural que la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara viene realizando desde hace ya varios años, una de las más destacables y sin embargo poco conocidas del gran público es la atención que presta a la ciencia arqueológica, a esa parcela del saber que penetra en la dura costra de la tierra, buscando los restos, a veces minús­culos e insignificantes, a veces sorprendentemente bellos, de los tiempos remotos. 

 A través de la correspondiente sección de la Insti­tución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», en los últimos años se han realizado importantes excavaciones en Guada­lajara, concretamente en pueblos de su geografía como Gárgoles de Arriba, Cogolludo, Luzaga, Alarilla y varios más que sería proli­jo enumerar ahora. 

 Viene esta parrafada a cuento de haber pasado última­mente un rato entretenido visitando y degustando la exposición que con motivo de los «Últimos hallazgos arqueológicos» ha monta­do la Excma. Diputación en su sala de exposiciones del Palacio Provincial. Solamente ha tenido un defecto, y es el tiempo tan escaso que ha estado abierta, pues hubiera merecido, tanto por la importancia de lo expuesto, como lo bien montado de la misma, haber permanecido alguna semana más a la consideración pública. 

Sorprendía en primer lugar la vistosidad del gran mo­saico romano de la villa de Gárgoles. Tras varios años de pacien­tes excavaciones, se ha conseguido obtener la visión completa de lo que fue un importante núcleo habitacional de tiempos del Imperio Romano, próximo a Gárgoles de Arriba. Aparte de encontrar muros pintados, sistemas de canalizaciones, etc., se obtuvo una magnífica, grande y bien conservada pieza de un mosaico que cubría el suelo de lo que fue una habitación de gran lujo. Este mosaico, que se ha ofrecido fragmentado y mostrando su proceso de restauración, es una pieza realmente bonita y sobre todo in­teresante, que enriquece ya de forma considerable el patrimonio artístico alcarreño. 

Otro de los conjuntos llamativos de esta exposición ha sido el grupo de enterramientos prehistóricos traído directamente desde la ciudad primitiva de La Loma en Cogolludo. Actualmente en proceso de excavación, en esta antiquísima ciudad, que fue funda­da unos 2.500 años antes de Jesucristo, se están encontrando documentos preciosos acerca de las formas de vida de los es­pañoles de tan remotas épocas, y entre otras cosas (aparte de viviendas, objetos de arte y de uso laboral, etc.), se han halla­do los enterramientos de sus habitantes, realizados con un com­plicado ritual que viene a confirmar lo elaborado de su cultura y sus mitos. 

Los enterramientos que en la exposición que comentamos se presentaron, correspondían a una época próxima a los 1.500 años antes de Jesucristo, y consistían en grandes vasijas de barro, algunas de formas muy bellas, en cuyo interior se encon­traban los esqueletos humanos, correspondientes a los muertos a quienes introducían en posición fetal, y ante los cuales coloca­ban su ajuar personal y la ofrenda de algún animal sacrificado. 

En esta exposición se han enseñado, por medio de gran­des fotografías en color, vistas de los otros yacimientos excava­dos, y piezas encontradas en los mismos, así como imágenes de los procesos de restauración seguidos en dichas piezas. Incluso se ha ofrecido al público una muestra de cuantas publicaciones, muchas de ellas realizadas con la colaboración y patrocinio de la Excma. Diputación Provincial, han ofrecido a los estudiosos datos abun­dantes sobre todo cuanto hasta ahora se lleva encontrado. 

La riqueza arqueológica de Guadalajara, y los procesos pacientes y meticulosos que llevan a los investigadores del tema a poner a flote cuantas maravillas del pasado alberga la costra huraña de la tierra, se expusieron finalmente en un atractivo video que centraba su visión en las excavaciones de la Muela de Alarilla, y que realizado con gran sentido didáctico ha servido para ofrecerlo a numerosos colegios que han solicitado enseñárse­lo a sus alumnos. 

Solamente referir que tal cantidad de investigaciones, la preparación de esta exposición tan atractiva y el video refe­rido, han sido posibles gracias al trabajo de personas como Dimas Fernández‑Galiano Ruiz, presidente de la sección de Arqueología de la Institución, y director del Museo Provincial de Bellas Artes; a Jesús Valiente Malla, profesor de la Universidad de Alcalá de Henares; a Antonio Méndez, arqueólogo de prestigio, y a un numeroso grupo de colaboradores, alumnos y aficionados que han puesto, en un alarde de cariño hacia esta ciencia arqueológica, y (aunque pueda parecer retórico) en un gesto de auténtico patrio­tismo de los que ya no se llevan, entregar muchos ratos de su ocio a la tarea dignísima de rescatar del olvido tantos ocultos tesoros.

Los edificios románicos en el Señorío de Molina

 

En nuestros viajes por los caminos de Guadalajara y sus diversas comarcas, vamos encontrando, como en una romería de sorpresas, elementos que nos hacen evocar el pasado, tan rico en historia, en traiciones muy personales, en estilos artísticos muy genuinos, de los pueblos de Guadalajara. Nuestro glosario de hoy pretende alentar a otros posibles y futuros viajeros, la posibilidad de abrirse camino por los altos páramos del Señorío de Molina, esa comarca tan rica en evocaciones de siglos pretéritos, y hacer un tanto de ese «turismo cultural» para el que nuestra provincia tiene tantos y tan variados recursos.          

Y ya dentro de los límites, bordeados de sabinas, de sierras, de campos y pedregales, del Señorío molinés, hoy nos dedicaremos a buscar los restos de la arquitectura de tipo románico, la que corresponde exactamente con el momento histórico de la repoblación del territorio, allá por los lejanos siglos XII y XIII, cuando sus señores independientes, los condes de Lara, con un entusiasmo digno de titanes se dedicaron a estimular esa nueva población por los cuatro puntos cardinales de su patria.

Apenas una docena de edificios de estilo netamente románico quedan actualmente en el Señorío molinés. Mínima representación de lo que debió ser en su origen este estilo arquitectónico, pues solo con atender al celo constructivo de los primeros condes, puede uno hacerse idea de lo que sería el territorio aforado allá por los siglos XII y XIII, recibiendo habitantes desde todas sus fronteras, instalándose en nuevos pueblos, y construyendo templos para su religión, a cual mejor.

Precisamente la riqueza y prosperidad económica y social de los posteriores siglos, hizo que especialmente en las centurias XVI y XVII se derribaran muchos de los primitivos templos parroquiales molineses, para elevar en sus solares nuevos edificios, más grandes y ostentosos, que manifestaran la riqueza del lugar y sus habitantes. Esa circunstancia hizo que desaparecieran por completo muchos templos románicos, y que de otros solamente quedaran detalles mínimos, portadas, muros con alguna ventana, ábsides, etc., salvándose en su integridad solamente las iglesias de aquellos lugares que ya por entonces se encontraban en franca decadencia o en trance de abandono.

Esto es lo que ocurrió en lugares en los que hoy pueden verse los ejemplos más completos de arquitectura románica en el Señorío de Molina: la ermita de Santa Catalina en término de Hinojosa fué la iglesia de un pueblo denominado Torralbilla y que se despobló por completo hacia el siglo XVI. Similares características reunía la ermita de la Virgen de la Carrasca, en Castellar de la Muela; o el templo parroquial de Chilluentes, despoblado en término de Concha. En ambos se encuentran edificios plenamente románicos, del siglo XII en sus finales, toscos pero con la hermosura radiante de una arquitectura medieval primitiva y auténtica. En Santa Catalina sorprende la belleza de su atrio meridional con arcadas, y la gran puerta abocinada de entrada al templo, más los capiteles y solemnidad de su interior. En la Carrasca son las puras líneas de un románico rural, y en Chilluentes merece la pena verse los adornos tallados de tipo geométrico que, casi ocultos en la espesura, aparecen en las jambas de las ventanas absidiales.

En otros lugares, el desarrollo de nuevos edificios en los siglos modernos respetaron algunos elementos del estilo, que hoy se nos muestran como reliquias de tan antiguos tiempos. Así, se encuentran portaladas románicas, originarias de los siglos XII y XIII, en las iglesias de Tartanedo, de Rueda de la Sierra, de Teroleja, de San Felipe en Molina, y de Labros. En todas ellas sorprende la sencillez y rotundidad de su arquitectura, con vanos semicirculares moldurados de baquetones repetidos en los que suelen aparecer como decoración única puntas de diamante y algunos capiteles con elementos zoomorfos muy rudimentarios.

Solamente dos grandes templos permanecen en el Señorío molinés que nos muestran su arquitectura románica completa y original. Son, por una parte, la iglesia parroquial de Santa María de Pero Gómez, en la capital del Señorío,  y hoy conocida como templo de Santa Clara, pues en el siglo XVI pasó a servir de capilla conventual a la institución de clarisas fundada por la familia de los Malo. Es un edificio espléndido, de planta de cruz latina con crucero apenas acentuado, bóvedas de crucería, ábside semicircular cubierto de bóveda de cuarto de esfera, que al exterior se traduce en un valiente y elevado elemento pétreo en el que los ventanales aspillerados, los pilares adosados, los capiteles vegetales y los canecillos conjugan y evocan la arquitectura de los condes con su tiempo de leyenda. La portada de Santa Clara es, finalmente, un elemento magnífico, de reminiscencias francesas, elegante y pulcro, el más bello exponente de esta arquitectura en el territorio de nuestra visita.

Finalmente, el segundo de los monumentos plenamente románicos de Molina es la iglesia del monasterio cisterciense de la Buenafuente del Sistal, construida en el siglo XII por caballeros y monjes franceses, y que muestra su interior realizado totalmente en piedra de sillería, compuesto de una sola nave adornada de arcos de refuerzo apuntados, y con un ábside plano en el que lucen bellas ventanas, mas sendas portaladas de ingreso, a los pies del templo, con arcos semicirculares, finos haces de columnillas, capiteles de temas vegetales y metopas de lo mismo. Es, en definitiva, un estilo medieval que en Molina evoca sus primeros tiempos de repoblación, y que ofrece pocos pero muy interesantes elementos que bien pueden justificar una «ruta del románico» a través del país molinés.    

Con ese ánimo hemos redactado hoy estas líneas, con el de estimular el viaje de nuestros lectores, ahora que el tiempo, ya más sereno y con mejores temperaturas, se brinda a acompañarnos por las alturas todavía verdeantes del páramo molinés.

Hallazgo en Buenafuente

El próximo domingo día 10, a las 11 de la mañana, y en pleno centro de Madrid, concretamente en una isleta que forma el cruce de las calles María de Molina con Serrano, un lugar por donde los alcarreños pasamos muy a menudo en nuestros viajes a la Corte, va a inaugurarse solemnemente un monumento que tratará de hermanar a dos ciudades que, si desiguales en sus fuerzas, están condenadas a entenderse y ayudarse: Madrid y Guadalajara. El monumento ha de ser una reproducción de un pairón molinés, con­cretamente el de Cubillejo del Sitio.

Al acto prometen acudir los patrocinadores de la idea, que han sido de un lado la Excma. Diputación Provincial de Guada­lajara, a través de su Presidente Tomey Gómez, y el Ayuntamiento de la villa de Madrid, con su Alcalde Juan Barranco a la cabeza, mas la Casa de Guadalajara en Madrid, quien en todo momento ha servido de motor y aliento a la empresa, y muy especialmente su presidente José Ramón Pérez Acevedo.

Allí estarán, a su inauguración, las autoridades di­chas, los maceros, la Banda de Música provincial, e incluso con toda seguridad muchos paisanos, selecto grupo de estos doscientos mil alcarreños, serranos y molineses que viven en la gran urbe, aunque su corazón quede pegado siempre a la patria chica. Esas piedras del pairón de Cubillejo conseguirán, sin duda, poner un aire de guadalajareñismo a la calle María de Molina, y un viento doblemente molinés circulará por su anchura.

Y ahora digamos dos palabras en recuerdo de estos monumentos, tan sencillos, tan escuetos, pero tan cordiales y significativos de nuestra tierra como son los pairones. En los caminos de Molina hay muchas piedras que vigi­lan, hoy como hace siglos, los pasos resonantes. Son los llamados hitos o pairones, aunque existen otras modalidades de apelación, con inflexiones de pronunciación que llegan a variar de pueblo en pueblo. Hoy los encontramos a decenas por toda la comarca de Molina. La cos­tumbre, heredada de antiguo, es mantener uno de estos monumentos en cada uno de los caminos que llegan al pueblo. Así, lo normal es que cada municipio tenga seis o siete de estos pairones. Todos tienen dedicación a un santo, advocación de la Virgen o figura cualquiera del celeste imperio.

Lo normal es que pongan, sobre la columna pétrea, y dentro de breves hornacinas que la rematan, las imágenes de alguno de los santos que mas devotamente son venerados en el pueblo. Y, en gran numero de ocasiones, esos pairones están dedicados a San Roque (que fue un santo caminero) o a las ánimas del Purgatorio, por lo que luego veremos. Cada uno, pues, tiene su apelativo, y, como digo, es raro el pueblo molinés que no tiene alrededor de la media docena de estos elementos, con lo que nos viene a salir una cifra que ronda los 500 pairones en todo el Señorío.

No es exagerada, y de ellos hay algunos ejemplares realmente hermosos. La mayoría están construidos en los siglos XVIII y XIX. Hay alguno que sobrevive desde hace varios siglos. Y otros relativamente recientes. La costumbre, en realidad, es de raíz celtíbera, como todo lo profundamente molinés, luego in­fluenciada por los romanos. Y dorada con el manto cristiano que hasta hoy sobrevive. Pero es algo tan realmente nacido de la esencia de la raza, que aunque pasen miles de años, yo diría que lo último que se perderá en Molina son sus pairones.

En cuanto a su origen primitivo, podemos remontarnos a la costumbre romana, y muy posiblemente celtíbera, de que cada caminante que pasara por un lugar de frontera o por un cruce de caminos, debía ir echando una piedra en un montón ya previamente formado. Al pasar de un dominio a otro, al dejar un territorio y entrar en otro, o simplemente al llegar a un cruce de caminos: todo lo que podía suponer una novedad, un cambio en la marcha, se recordaba echando una piedra que pasara a engrosar un montón que, poco a poco, iba creciendo. Es curioso comprobar como esta costumbre aun permanece hoy en día. Al atravesar la raya de Castilla con Aragón, entre Milmarcos y Campillo, los habitantes y caminantes suelen echar pedruscos a lo que ya casi es una montaña de piedras sueltas, tras siglos de práctica y rito. Eso viene a ser el antecedente del pairón, que fue considerado como pieza definitiva, montón de piedras reglamentado y permanente, de sepa­ración de municipios y de señalamiento de cruces de caminos.

Pero aun hay otro aspecto de interés relacionado con estos monumentos. Es evidente que muchos de ellos, podríamos decir que la mayoría, están dedicados a las animas del Purgato­rio, que se representan en populares azulejos, tallas simples, o el nombre exclusivamente. Es, en definitiva, un recuerdo a los muertos, a los hombres y mujeres del pueblo que vivieron en épocas anteriores. Los romanos enterraban sus muertos a la orilla de los caminos, a la salida de las poblaciones. Allí, unas sim­ples lapidas o estelas ponían el nombre del muerto, y tras él aparecía la frase simple Seate la tierra leve que como plegaria todos recibían.

Esos pairones molineses, a la orilla de los caminos, a la salida de las poblaciones, en que se pide un recuerdo y una oración cristiana para las ánimas del Purgatorio, son claros herederos del culto a los muertos practicado en nuestra tierra desde lejanos siglos. En definitiva, todos estos datos vienen a demostrar el antiquísimo e hispano origen de los pairones moli­neses, que tan honda raíz meten en el pretérito.

Estamos seguros que la presencia de alcarreños y moli­neses al acto de inauguración, el próximo domingo día 10, a las 11 de la mañana, del pairón de Cubillejo que ilustra estas líneas con su serena belleza campesina y barroca a un mismo tiempo, será masiva. Con ello podremos brindar, de forma real, el aplauso que ahora enviamos a cuantos han hecho posible esta realidad, senci­lla y hermosa a un tiempo, de trasplantar un trocito de nuestra tierra a esa «corte de los milagros» que es Madrid.

Un pairón molinés en Madrid: el de Cubillejo del Sitio

 

El próximo domingo día 10, a las 11 de la mañana, y en pleno centro de Madrid, concretamente en una isleta que forma el cruce de las calles María de Molina con Serrano, un lugar por donde los alcarreños pasamos muy a menudo en nuestros viajes a la Corte, va a inaugurarse solemnemente un monumento que tratará de hermanar a dos ciudades que, si desiguales en sus fuerzas, están condenadas a entenderse y ayudarse: Madrid y Guadalajara. El monumento ha de ser una reproducción de un pairón molinés, con­cretamente el de Cubillejo del Sitio.

Al acto prometen acudir los patrocinadores de la idea, que han sido de un lado la Excma. Diputación Provincial de Guada­lajara, a través de su Presidente Tomey Gomes, y el Ayuntamiento de la villa de Madrid, con su Alcalde Juan Barranco a la cabeza, mas la Casa de Guadalajara en Madrid, quien en todo momento ha servido de motor y aliento a la empresa, y muy especialmente su presidente José Ramón Pérez Acevedo.

Allí estarán, a su inauguración, las autoridades di­chas, los maceros, la Banda de Música provincial, e incluso con toda seguridad muchos paisanos, selecto grupo de estos doscientos mil alcarreños, serranos y molineses que viven en la gran urbe, aunque su corazón quede pegado siempre a la patria chica. Esas piedras del pairón de Cubillejo conseguirán, sin duda, poner un aire de guadalajareñismo a la calle María de Molina, y un viento doblemente molinés circulará por su anchura.

Y ahora digamos dos palabras en recuerdo de estos monumentos, tan sencillos, tan escuetos, pero tan cordiales y significativos de nuestra tierra como son los pairones. En los caminos de Molina hay muchas piedras que vigi­lan, hoy como hace siglos, los pasos resonantes. Son los llamados hitos o pairones, aunque existen otras modalidades de apelación, con inflexiones de pronunciación que llegan a variar de pueblo en pueblo. Hoy los encontramos a decenas por toda la comarca de Molina. La cos­tumbre, heredada de antiguo, es mantener uno de estos monumentos en cada uno de los caminos que llegan al pueblo. Así, lo normal es que cada municipio tenga seis o siete de estos pairones. Todos tienen dedicación a un santo, advocación de la Virgen o figura cualquiera del celeste imperio.

Lo normal es que pongan, sobre la columna pétrea, y dentro de breves hornacinas que la rematan, las imágenes de alguno de los santos que mas devotamente son venerados en el pueblo. Y, en gran numero de ocasiones, esos pairones están dedicados a San Roque (que fue un santo caminero) o a las ánimas del Purgatorio, por lo que luego veremos. Cada uno, pues, tiene su apelativo, y, como digo, es raro el pueblo molinés que no tiene alrededor de la media docena de estos elementos, con lo que nos viene a salir una cifra que ronda los 500 pairones en todo el Señorío.

No es exagerada, y de ellos hay algunos ejemplares realmente hermosos. La mayoría están construidos en los siglos XVIII y XIX. Hay alguno que sobrevive desde hace varios siglos. Y otros relativamente recientes. La costumbre, en realidad, es de raíz celtíbera, como todo lo profundamente molinés, luego in­fluenciada por los romanos. Y dorada con el manto cristiano que hasta hoy sobrevive. Pero es algo tan realmente nacido de la esencia de la raza, que aunque pasen miles de años, yo diría que lo último que se perderá en Molina son sus pairones.

En cuanto a su origen primitivo, podemos remontarnos a la costumbre romana, y muy posiblemente celtíbera, de que cada caminante que pasara por un lugar de frontera o por un cruce de caminos, debía ir echando una piedra en un montón ya previamente formado. Al pasar de un dominio a otro, al dejar un territorio y entrar en otro, o simplemente al llegar a un cruce de caminos: todo lo que podía suponer una novedad, un cambio en la marcha, se recordaba echando una piedra que pasara a engrosar un montón que, poco a poco, iba creciendo. Es curioso comprobar como esta costumbre aun permanece hoy en día. Al atravesar la raya de Castilla con Aragón, entre Milmarcos y Campillo, los habitantes y caminantes suelen echar pedruscos a lo que ya casi es una montaña de piedras sueltas, tras siglos de práctica y rito. Eso viene a ser el antecedente del pairón, que fue considerado como pieza definitiva, montón de piedras reglamentado y permanente, de sepa­ración de municipios y de señalamiento de cruces de caminos.

Pero aun hay otro aspecto de interés relacionado con estos monumentos. Es evidente que muchos de ellos, podríamos decir que la mayoría, están dedicados a las animas del Purgato­rio, que se representan en populares azulejos, tallas simples, o el nombre exclusivamente. Es, en definitiva, un recuerdo a los muertos, a los hombres y mujeres del pueblo que vivieron en épocas anteriores. Los romanos enterraban sus muertos a la orilla de los caminos, a la salida de las poblaciones. Allí, unas sim­ples lapidas o estelas ponían el nombre del muerto, y tras él aparecía la frase simple Seate la tierra leve que como plegaria todos recibían.

Esos pairones molineses, a la orilla de los caminos, a la salida de las poblaciones, en que se pide un recuerdo y una oración cristiana para las ánimas del Purgatorio, son claros herederos del culto a los muertos practicado en nuestra tierra desde lejanos siglos. En definitiva, todos estos datos vienen a demostrar el antiquísimo e hispano origen de los pairones moli­neses, que tan honda raíz meten en el pretérito.

Estamos seguros que la presencia de alcarreños y moli­neses al acto de inauguración, el próximo domingo día 10, a las 11 de la mañana, del pairón de Cubillejo que ilustra estas líneas con su serena belleza campesina y barroca a un mismo tiempo, será masiva. Con ello podremos brindar, de forma real, el aplauso que ahora enviamos a cuantos han hecho posible esta realidad, senci­lla y hermosa a un tiempo, de trasplantar un trocito de nuestra tierra a esa «corte de los milagros» que es Madrid.

Los viejos castillos molineses

 

Se está celebrando en estos días, a raíz de una enco­miable iniciativa surgida de la Asociación Provincial de Amigos de los Castillos, y con el patrocinio de la Excma. Diputación de Provincial de Guadalajara, un ciclo de conferencias en torno al tema de los viejos castillos de nuestra provincia. En un intento de homenaje a Layna con este motivo, pues no en balde nuestro antecesor en el puesto de Cronista Provincial fué su más digno y tesonero estudioso, han sido ya varias las fortalezas a las que de la mano sabia y versado discurso de Antonio Sebastián se ha rendido tributo y recuerdo con justeza. En esta tarea, a la que progresivamente se ha ido sumando un mayor número de personas interesadas en estos temas de divulgación e investigación histó­rica, tendré una modesta intervención el próximo martes día 5, a las ocho de la tarde en el Salón de Lecturas del Complejo Educa­cional «Príncipe Felipe», para entre todos tratar de recordar a esas ruinas emotivas y soñadoras que son, concretamente, los viejos castillos del Señorío de Molina.

En la obligada brevedad de estas líneas no puedo ni siquiera sintetizar lo que en esta charla esbozaré, aunque sí quiero sirvan para traer al recuerdo de todos el alto valor que estas fortalezas, más o menos enhiestas en su galanura de piedra, tienen en el contexto de nuestro abultado patrimonio histórico‑artístico. Los castillos del Señorío molinés, en un número que bien puede acercarse al de 30 edificaciones más o menos señala­das, son expresivos de una historia densa de aconteceres, riquí­sima en sugerencias y manifestaciones del espíritu netamente hispano.

El hecho de haber tenido, durante cerca de dos siglos, una autonomía acusada en el seno del reino de Castilla, hizo que el Señorío de behetría de Molina debiera defenderse de unos y otros costados con fuerza creciente. Sus señores, pertenecientes desde 1129 a la familia de los Lara, y gobernantes del alto solar acompañados de un Fuero, se dedicaron no solo a engrandecer el territorio poblándolo y dotándolo de esa «alegría de vivir» en que consiste el trabajo de la tierra, sino que se afanaron en defender su pedazo de Hispania frente a los no raros ataques de aragoneses, de navarros y en ocasiones, de castellanos o fac­ciones particulares de señoríos colindantes.

Así fue que dos niveles bien contrastados de fortalezas fueron surgiendo en Molina: por una parte, las fronterizas o defensivas propiamente dichas, las más antiguas, las más recias y hoy bien plantadas. Por otra, algo posteriores, pero también en el seno de una actividad homogénea constructiva, las alcazabas residenciales que como en florero de piedras opulentas se alzaron en el corazón mismo del territorio.

Entre los edificios destinados a la defensa, quizás los más hermosos, los más fuertes, los mejor provistos y mimados por los condes de Lara fueron los que de cara a Aragón se plantaron: así se alzaron el castillo del Mesa, en lo alto de unos peñotes sobre el río estrecho y bullicioso que se encamina al Jiloca desde los altos de Selas. Ese le mandaron derribar los Reyes Católicos, y hoy quedan en esa línea defensiva los torreones de Mochales y la fortaleza roquera de Villel, hermosísima estampa medieval puesta sobre el pueblecito rumoroso de chopos.

También frente a Aragón se pusieron los castillos de Sisamón (hoy en la provincia de Zaragoza), las torres de Codes y Balbacil, el castillo de Establés, el de Fuentelsaz, el torreón de Chilluentes, y la fortaleza de Embid. Frente a las posibles influencias guerreras del reino islámico de Cuenca, todavía pu­jante en la primera mitad del siglo XII, don Manrique de Lara y sus descendientes elevaron el castillo de Cobeta, el de Alpetea sobre las juntas del Gallo con el Tajo; los torreones de Checa y Taravilla, y algunas otras defensas.

En esa etapa final de poner sus residencias, como expresiones máximas del poder y la comodidad, no ajenas en abso­luto a la seguridad de su territorio, en el centro del Señorío, surgen los castillos de Zafra, junto a Hombrados; los de Santius­te, junto a Castilnuevo y el de Molina de los Caballeros, en la capital, uno de los más grandes y poderosos castillos que asoma­ron sobre lo alto de los cerros castellanos.

La pasión constructora de los Lara, unida a su estrate­gia inicial de mantener en todo lo posible la independencia y autosuficiencia de su territorio, condicionaron un esquema de construcciones defensivas que hoy pueden verse, incluso a través de sus ruinas medio vencidas, como un todo uniforme y meditado cuyo objetivo era el de construir una patria que, si pequeña, pudiera servir de lugar donde los hispanos que lo desearan se encontraran seguros y en la paz del trabajo y el sosiego.

Hoy puede el viajero recorrer, a través de los caminos molineses, esos restos silenciosos y altivos de los viejos casti­llos medievales. Encontrará la soberbia presencia de alcazabas enormes y bien conservadas, como la de la capital, Molina, en la que sus torres de Veladores, de Armas, de Caballeros, o de doña Blanca ponen sobre el pálido azul de su altura una nota de fuerza y evocación. Encontrará los torreones recónditos, casi olvidados, de Chilluentes y Balbacil, de Alustante y La Yunta, como testigos mudos de un servicio de alerta permanente. Y se extasiará frente a las ruinas románticas de Establés, de Embid, de Villel, que con sus siluetas contundentes expresan a la perfección el sentido de lo que estos castillos significaron en su época de primitiva lucidez.

En cualquier caso, un recuerdo será, necesario y emo­cionado, para estos queridos elementos que con su silencio y su estampa pregonan la historia de nuestros lares. Los castillos de Molina, de Guadalajara entera, bien merecen nuestra mirada.