Los edificios románicos en el Señorío de Molina

viernes, 22 mayo 1987 0 Por Herrera Casado

 

En nuestros viajes por los caminos de Guadalajara y sus diversas comarcas, vamos encontrando, como en una romería de sorpresas, elementos que nos hacen evocar el pasado, tan rico en historia, en traiciones muy personales, en estilos artísticos muy genuinos, de los pueblos de Guadalajara. Nuestro glosario de hoy pretende alentar a otros posibles y futuros viajeros, la posibilidad de abrirse camino por los altos páramos del Señorío de Molina, esa comarca tan rica en evocaciones de siglos pretéritos, y hacer un tanto de ese «turismo cultural» para el que nuestra provincia tiene tantos y tan variados recursos.          

Y ya dentro de los límites, bordeados de sabinas, de sierras, de campos y pedregales, del Señorío molinés, hoy nos dedicaremos a buscar los restos de la arquitectura de tipo románico, la que corresponde exactamente con el momento histórico de la repoblación del territorio, allá por los lejanos siglos XII y XIII, cuando sus señores independientes, los condes de Lara, con un entusiasmo digno de titanes se dedicaron a estimular esa nueva población por los cuatro puntos cardinales de su patria.

Apenas una docena de edificios de estilo netamente románico quedan actualmente en el Señorío molinés. Mínima representación de lo que debió ser en su origen este estilo arquitectónico, pues solo con atender al celo constructivo de los primeros condes, puede uno hacerse idea de lo que sería el territorio aforado allá por los siglos XII y XIII, recibiendo habitantes desde todas sus fronteras, instalándose en nuevos pueblos, y construyendo templos para su religión, a cual mejor.

Precisamente la riqueza y prosperidad económica y social de los posteriores siglos, hizo que especialmente en las centurias XVI y XVII se derribaran muchos de los primitivos templos parroquiales molineses, para elevar en sus solares nuevos edificios, más grandes y ostentosos, que manifestaran la riqueza del lugar y sus habitantes. Esa circunstancia hizo que desaparecieran por completo muchos templos románicos, y que de otros solamente quedaran detalles mínimos, portadas, muros con alguna ventana, ábsides, etc., salvándose en su integridad solamente las iglesias de aquellos lugares que ya por entonces se encontraban en franca decadencia o en trance de abandono.

Esto es lo que ocurrió en lugares en los que hoy pueden verse los ejemplos más completos de arquitectura románica en el Señorío de Molina: la ermita de Santa Catalina en término de Hinojosa fué la iglesia de un pueblo denominado Torralbilla y que se despobló por completo hacia el siglo XVI. Similares características reunía la ermita de la Virgen de la Carrasca, en Castellar de la Muela; o el templo parroquial de Chilluentes, despoblado en término de Concha. En ambos se encuentran edificios plenamente románicos, del siglo XII en sus finales, toscos pero con la hermosura radiante de una arquitectura medieval primitiva y auténtica. En Santa Catalina sorprende la belleza de su atrio meridional con arcadas, y la gran puerta abocinada de entrada al templo, más los capiteles y solemnidad de su interior. En la Carrasca son las puras líneas de un románico rural, y en Chilluentes merece la pena verse los adornos tallados de tipo geométrico que, casi ocultos en la espesura, aparecen en las jambas de las ventanas absidiales.

En otros lugares, el desarrollo de nuevos edificios en los siglos modernos respetaron algunos elementos del estilo, que hoy se nos muestran como reliquias de tan antiguos tiempos. Así, se encuentran portaladas románicas, originarias de los siglos XII y XIII, en las iglesias de Tartanedo, de Rueda de la Sierra, de Teroleja, de San Felipe en Molina, y de Labros. En todas ellas sorprende la sencillez y rotundidad de su arquitectura, con vanos semicirculares moldurados de baquetones repetidos en los que suelen aparecer como decoración única puntas de diamante y algunos capiteles con elementos zoomorfos muy rudimentarios.

Solamente dos grandes templos permanecen en el Señorío molinés que nos muestran su arquitectura románica completa y original. Son, por una parte, la iglesia parroquial de Santa María de Pero Gómez, en la capital del Señorío,  y hoy conocida como templo de Santa Clara, pues en el siglo XVI pasó a servir de capilla conventual a la institución de clarisas fundada por la familia de los Malo. Es un edificio espléndido, de planta de cruz latina con crucero apenas acentuado, bóvedas de crucería, ábside semicircular cubierto de bóveda de cuarto de esfera, que al exterior se traduce en un valiente y elevado elemento pétreo en el que los ventanales aspillerados, los pilares adosados, los capiteles vegetales y los canecillos conjugan y evocan la arquitectura de los condes con su tiempo de leyenda. La portada de Santa Clara es, finalmente, un elemento magnífico, de reminiscencias francesas, elegante y pulcro, el más bello exponente de esta arquitectura en el territorio de nuestra visita.

Finalmente, el segundo de los monumentos plenamente románicos de Molina es la iglesia del monasterio cisterciense de la Buenafuente del Sistal, construida en el siglo XII por caballeros y monjes franceses, y que muestra su interior realizado totalmente en piedra de sillería, compuesto de una sola nave adornada de arcos de refuerzo apuntados, y con un ábside plano en el que lucen bellas ventanas, mas sendas portaladas de ingreso, a los pies del templo, con arcos semicirculares, finos haces de columnillas, capiteles de temas vegetales y metopas de lo mismo. Es, en definitiva, un estilo medieval que en Molina evoca sus primeros tiempos de repoblación, y que ofrece pocos pero muy interesantes elementos que bien pueden justificar una «ruta del románico» a través del país molinés.    

Con ese ánimo hemos redactado hoy estas líneas, con el de estimular el viaje de nuestros lectores, ahora que el tiempo, ya más sereno y con mejores temperaturas, se brinda a acompañarnos por las alturas todavía verdeantes del páramo molinés.