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octubre, 1986:

Un Centenario que no puede olvidarse: Isidro Almazán, maestro de maestros

 

Dentro de unos pocos días, justamente el 6 de noviembre, se cumplirá el centenario del nacimiento de un ilustre personaje que vio la luz primera en nuestra provincia: se trata del que fue gran maestro y pionero en el reconocimiento de los derechos del colectivo de enseñantes en España, don Isidro Almazán y Francos, natural de Málaga del Fresno, donde nació el 6 de noviembre de 1886.

Su figura ha sido reverentemente recordada en nuestra ciudad, poniendo su nombre a un Grupo escolar de la parte baja de Guadalajara. El Colegio de la Estación, como también se le ha llamado cariñosamente, estuvo mucho tiempo dedicado a este personaje, y hoy, al quedar vacío de niños, siendo sus aulas ocupadas por un centro de E.P.A., y pasar el colegio a la Barriada de los Manantiales, allí continúa vivo el recuerdo de este gran hombre.

Escribió asiduamente, desde su primera juventud, en los periódicos de Guadalajara, en especial los de marcada tendencia católica, bajo el seudónimo de «el maestro Palmeta». Dedicado al noble oficio de maestro, colaboro siempre en periódicos defendiendo los derechos de los profesores de la infancia y reclamando para ellos la dignidad que entonces no se les concedía. El que luego seria Cardenal Herrera Oria, maestro de periodistas, le llamo a colaborar en «el Debate», escribiendo en sus columnas muchos artículos en defensa de su profesión.

Estuvo largos años al frente de la federación Católica de Maestros Españoles. Cuando en 1926, el obispado de Madrid creo la institución «Divino Maestro» con intenciones de llevar netamente por la senda católica a la profesión, fue designado Almazán para dirigirla, haciendo lo mismo en aquellos años con la Revista «Atenas» y con el Grupo Escolar Menéndez y Pelayo.

Los días últimos de Isidro Almazán fueron amargos, pues una vez el Frente Popular hecho con el poder en España, y la Guerra Civil poniendo ribetes de sangre a la nación toda, nuestro personaje fue detenido el 27 de agosto de 1936, en Madrid, por sus manifiestas ideas cristianas, y ejecutado sumariamente al día siguiente en un descampado de los alrededores de Aravaca.

Ahora que estamos en el momento preciso de cumplir su centenario, y con el gozo que esas redondas cifras dan a cualquier hecho o personaje, hemos querido recordar su figura y la importancia que en su día tuvo como uno de los más decididos defensores del Magisterio Español y de su colectivo de profesores. Un recuerdo para el, otro campiñero que ha pasado a la historia.

La Plaza de Pablo Iglesias

 

En el corazón mismo de la ciudad hoy en día, se encuentra una plaza recoleta y conocida de todos. Lo más curioso que presenta este rincón urbano es la cantidad de nombres, populares y oficiales, con que ha sido denominada. En ello se pone de manifiesto, no ya lo vivo de un lugar, puesto que cuanto más cala un entorno urbano en los habitantes del mismo, más se afianza en un solo hombre, sino las veleidades de la política de los últimos tiempos, que han ido utilizando las esquinas de esta plaza, como si del México del siglo pasado le tratara, para colocar en el rótulo de la esquina la figura preferida de los vencedores.

Se sitúa este lugar Como una prolongación de la plaza de Santo Domingo, en su costado de poniente. Realmente tiene muy pocos números y portales, y es hoy un lugar de paso y, como todos los sitios céntricos, de aparcamiento voraz. Muy antiguamente, este espacio fue extramuros, pues la muralla que ascendía desde el barranco de San Antonio por la zona, más o menos, donde hoy están las vallas del convento del Carmen, alcanzaba el amplio plazal donde se celebraba el Mercado y allí se abría la puerta del mismo nombre, justamente en el, punto donde le inicia la calle Mayor desde Santo Domingo. Era un lugar soleado y utilizado para las ventas ambulantes y la mercadería de los martes.

La urbanización de esta placita llegó en el siglo XIX, cuando le nacieron casas en todos sus flancos menos en el que la ponía en comunicación con Santo Domingo. Las casas de los Zabía en su costado sur la dieron señorío, y en la cuarta década de este siglo surgió el edificio que le ha concedido a este espacio más dinamismo y, a veces, polémica. Se erigió en los años 30 la Casa del Pueblo como un edificio moderno y funcional. Tras la terminación de la Guerra Civil, fue destinado a edificio de los Sindicatos, y desde hace unos años ha vuelto a ser destinada para sede de la UGT y Casa del Pueblo. Poco más de historia tiene este entorno. Así es que vayamos con sus nombres, que puede ser tema más interesante.

Como una prolongación de Santo Domingo fue siempre considerada esta placita. En 1842 recibió el nombre de Marlasca. Realmente fue denominada como Plaza de Marlasca todo lo que hoy es Santo Domingo, pero luego quedó relegado el nombre del liberal al hueco del que tratamos. Este Marlasca fue un político liberal de Guadalajara que murió asesinado brutalmente el 31 de octubre de 1823, a manos de una serie de individuos «realistas» que, tras concluir el trienio liberal (1820‑23) por la intervención del Duque de Angulema y sus «Cien Mil Hijos de San, Luís», desataron las venganzas de represiones acumuladas durante esa época. Y al tomarse la justicia por su mano, violentamente como siempre suele ocurrir, se llevaron por delante a este Marlasca y a Moreno, otro político liberal. Cuando acabó sus días Fernando, VII y la política liberal volvió a restablecerse en España, se tributó un homenaje a la memoria de estos dos ciudadanos, dedicando a cada uno un lugar de la ciudad, y poniendo sus restos, en multitudinario acto celebrado el 8 de mayo de 1842, en una urna de mármol en el cementerio, que si no me equivoco aún adorna sus jardines.

La Plaza de Moreno siguió sin problemas, e incluso durante el Régimen de Franco nadie tocó su nombre, a excepción de los últimos años que, por hacerle hueco a los Alféreces Provisionales, emigró del callejero, pero ha vuelto otra vez a sus lares. Marlasca fue el que se marchó en 1939 de la placa, para cederle el puesto a Fernando Palanca, un escritor y periodista que fue alcalde de la ciudad en la primera parte del siglo, y que tuvo incluso una estatua dedicada en los jardines de la Concordia. Estatua que, por cierto, fue un día apedreada, destruida, y luego sin más, retirada por el Ayuntamiento a no se sabe qué buhardilla.

Finalmente, y como un lugar en el que su memoria pudiera encontrarse a gusto, se ha dedicado recientemente esta plaza, que todos conocemos aún por «Sindicatos», a Pablo Iglesias, el hombre que introdujo el socialismo en España, fundador de tantas cosas en la España del siglo XIX: fundó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en 1879, el periódico, El Socialista, del que fue director, redactor y tipógrafo al mismo tiempo, en 1885, la Unión General de Trabajadores (UGT) en 1888, y alcanzó el acta de diputado, el primero socialista de la historia de España, en 1910.

De Pablo iglesias, de su figura de honradez, de idealismo, de entrega a los demás, nada podemos decir que no sean alabanzas, pues jugó un papel fundamental, y lo jugó limpiamente, en la historia moderna de España. Lo que ya nos inquieta algo más es el hecho de que se haya utilizado su nombre para rotular un entorno urbano, pues o mucho me equivoco o las relaciones de Iglesias con Guadalajara no pasaron de un conocimiento de su existencia y quizás algún viaje. Cuando públicamente, hace muchos años y en circunstancias distintas de las actuales, he defendido que lo lógico es que los nombres oficiales del callejero coincidan con los que popularmente se dan a calles y plazas, mucho me temo que esta de Marlasca ‑ Palanca ‑ Iglesias será,  todavía durante muchos años, simplemente «Sindicatos».

Arte y monumentos en Cifuentes

 

Hace unas semanas recordábamos parte del patrimonio artístico y monumental de la alcarreña villa de Cifuentes, al hacer una descripción y estudio pormenorizado de su iglesia parroquial del Salvador, y muy espe­cialmente de su interesante portada románica de Santiago. En esta ocasión, vamos a continuar con la visita a ese riquísimo acervo monumental de Ci­fuentes, que justifica por si solo un viaje hasta la villa que centra geográficamente a la provincia, y que a pesar de su crecimiento rápido en los últimos anos, ha sabido mantener la esencia y el sabor de lo antiguo con gran pureza.

Comenzamos nuestro recorrido por los restos más anti­guos de la villa. Conserva Cifuentes algunos fragmentos de sus murallas y puertas: la de Briega o Brihuega ha desaparecido. La de Atienza, orientada a noroeste, solo un desmochado torreón conserva. La puerta Salinera que daba paso al camino provinente de la sierra del Ducado y Saelices de la Sal, es la que mejor se conserva, manteniendo dos fuertes torres, y, finalmente, la puerta de la Fuente, que daba paso al camino de Trillo, solo conserva escasos restos empotrados en las casas.

Esta muralla que circundaba al burgo, enlazaba con la del recinto exterior, del que aun quedan algunos vestigios de sus muros y torreones, era obra de simple argamasa y barro prensado, y daba lugar en su interior a un enorme espacio cuestudo bajo el castillo: fue construido este edificio, que aun conserva su estampa primitiva, por el infante don Juan Manuel, en 1324. De fuerte y toscamente labrada piedra caliza, su forma es cuadrangu­lar, presentando entre sus muros, y en las esquinas, varias torres que le dan un aspecto de irreductibilidad y soberana potencia. De ellas, una es cilíndrica, la del nordeste, y pentagonal la del homenaje, situada a sudeste, con escalera de caracol que asciende hasta su altura. Esta fortaleza tiene única entrada a través de dos arcos apuntados que se abren en la torre que media el muro de poniente. Sobre uno de ellos aparece tallado el escudo de su constructor. En el interior, y tres pasar angosto zaguán, se ve el vacío patio con otras puertas de paso a las torres, en algunas de las cuales se conservan estancias abovedadas.

Frente a la iglesia parroquial, ocupando el lado norte de la recoleta Plaza de la Provincia, se encuentra el edificio de lo que fue Convento de San Blas de frailes dominicos. Fundado primeramente en el lugar denominado «los Tobares», a unos dos kilómetros de Cifuentes, por el infante don Juan Manuel en el siglo XIV, y ocupado primeramente por monjas dominicas, estas se trasladaron en 1611 a la villa ducal de Lerma, ocupando el vacío caserón nueva congregación de frailes.

Tan mal estaba el edificio, que acudieron a la ayuda de autoridades y pueblo, recibiendo el gran empuje del también dominico y a la sazón obispo de Sigüenza, fray Pedro Tapia, que dio 5000 ducados, así como los señores de Cifuentes, concejo y vecinos, surgiendo un nuevo convento en 1648. De el queda el enorme edificio con patio central, sobre cuya puerta luce un escudo de la orden de dominicos con esta leyenda: «Praedicatorum Parenti Ac Primo Inquisitori don Dominico Guzmano Sacrum». La iglesia adjunta es un suntuoso edificio, con gran portada a poniente de severas líneas y escudos de la Orden, rematada en esbelta espadaña que sobresale por encima de todo el caserío. Al sur se abre otra puerta, cobijada por arco, en la que luce gran escudo del obispo Tapia. Sobre sus muros, un medallón de la Virgen del Rosario. El interior es de una sola nave, con crucero en forma de cruz latina, y ha sido recientemente restaurado y acondicionado para Centro Cultural.

Del hospital de Nuestra Señora del Remedio, obra de comienzos del siglo XVI, queda su iglesia y patio. En ella se puede admirar su portada, de bello arco florenzado de tono gótico, y en el interior, de una sola nave, la bóveda de complicada crucería, en el mismo estilo. El patio anejo poseía claustro, alto y bajo, con elegante columnata clasicista este ultimo, del que ya quedan escasos restos.

Del convento de San Francisco que fundaron en el siglo XV la familia de los condes de Cifuentes, al que dedicaron grandes donaciones, y donde alguno de sus miembros se entrego a la vida religiosa, solo queda el recuerdo de su emplazamiento, y una portalada exenta de su edificio arruinado, que se pudo salvar, y hoy se ve junto a las escuelas de la villa.

Sigue vivo el convento de monjas capuchinas de Nuestra Señora de Belén, fundación del cuarto conde don Fernando de Silva, en 1527, que sirvió de refugio a la soltería de algunas señoras de la familia Silva y Mendoza, y de colegio de doncellas para muchas del pueblo. Poseía una portada gótica sencilla, pero en la Guerra Civil de 1936‑39 fue destruido por la aviación, siendo restaurado por completo en un estilo sobrio, y colocando a su iglesia la portada que perteneció al hospital del Socorro, la cual ostenta, sobre la teoría clasicista de sus líneas rectas, un magnifico escudo de la familia fundadora. En el interior de la actual iglesia del convento de Nuestra Señora de Belén, se puede admirar la lapida sepulcral que, ante las gradas del altar, guarda los restos de don Fernando de Silva y Meneses, conde de Cifuentes. En ella se lee, bajo el simbólico león heráldico, «Aquí descansa el Cuerpo de don Fernando de Silva y Meneses, conde de Cifuentes: Gran Pecador: Rueguen a Dios por su alma. Murio dia veinte y quatro de Diciembre Ano de 1749».

Aunque en los últimos años se ha cambiado en gran parte el aspecto de Cifuentes, debido a nuevas construcciones, todavia conserva abundante número de edificios antiguos, que le confieren al conjunto del pueblo un eminente caracter antanon y un sabor a tiempos idos.

La plaza mayor, soportalada, de traza triangular, es una de las mas bellas de la Alcarria. En su costado norte asoma airoso el ábside gótico de la iglesia parroquial, y en el po­niente surge el edificio del ayuntamiento, de bella estampa ochocentista, en cuya fachada se muestra un antiguo escudo de los Silva  ‑el león rampante y solitario‑  que procede de la derruida puerta de la Fuente. En su archivo municipal se conservan gran cantidad de antiguos documentos, y una buena colección de sellos medievales.

En la Plaza de la Provincia, silencioso y evocador rincón al que escoltan la iglesia parroquial y el convento dominico, se abre la Casa de los Gallos, que antaño tuvo una galería abierta sustentada por columnas clásicas, y aun luce su gran escudo nobiliario escoltado de leones. Varias calles y edificios guardan el encanto de lo antiguo: la que llaman sinagoga en la calle empedrada, y que no es sino una casa del siglo XV con gran arco de piedra de tipo gótico, prominentes alerones de madera, y un patio con columnas. La casona con escudo de los Calderón, que aparece frente al convento de Belén. Otra casona que hace ángulo con el hospital del Remedio, en la que destaca su aparejo popular y el escudo en alabastro, con bella arquería de tipo gótico en su parte trasera.

Otro bello escudo representando el blasón de la villa, es el que hoy se ve en tallada piedra sobre la puerta del molino de «La Balsa», y en el que bajo el castillo ampuloso sobre rocas, y un par de ruedas de molino, se lee esta frase: «Este molino se declaro en litigio en el Real y Supremo Consejo de Castilla por propio de la Villa a instancias y adelantos para su expediente y seguimiento de don Juan Cavallero y Calderón y don Pedro Corona López) de Mendoza». Estuvo sobre el molino de la balsa, durante muchos anos. El escudo autentico de la villa de Cifuentes es un castillo roquero, y varios arroyos fluyendo de la montaña en que asienta.

A la salida del pueblo, en dirección a Trillo, frente a unos grupos modernos de viviendas, esta colocada la picota, que es pieza en sillar labrado, del siglo XVI, obra artística estimable y representativa de ser Cifuentes, en aquella época, villa libre con jurisdicción propia.

Y estas son las muestras, abundantes e interesantes todas ellas, que ofrece el patrimonio monumental y artístico de la villa de Cifuentes a quien quiera visitarla. Cosa que podría ser muy bien mañana mismo.

La sociedad familiar en el siglo XV alcarreño

 

Eran los comienzos del siglo XVI en España, y una persona de seso y saber decía esto, entre muchas otras cosas: el diablo ha ensenado a los hombres muchas supersticiones vanas, y entre ellas es muy notable… la de los saludadores. Y fingen que son fami­liares de Sancta Catalina o Santa Quiteria, y que estas sanctas les han dado virtud para sanar la rabia. Y para lo hacer creer a la simple gente, hanse hecho imprimir en alguna parte de su cuerpo la rueda de Sancta Catalina, o la señal de Santa Quiteria y ansi, con esta fingida sanctidad, traen a la simple gente engañada tras si.

Pertenecen los párrafos anteriores a la obra Reprobación de las supersticiones y hechicerías que Pedro Ciruelo escribió a comienzos de la década dieciséis, en cuyo texto denso y lleno de conocimiento con respecto al mundo de la magia y las supersticiones, aparece en un mosaico de increíble color y de sorprendente riqueza, todo el cúmulo de creencias falsas, de mezcla de brujería y cristia­nismo, de superstición y rito, que llenaba como una mancha de aceite la sociedad hispana de esa centuria. Es curioso conocer hasta que punto esta forma, mágica y supersticiosa, impregnaba el discurrir de la sociedad. Todos los niveles sociales, y aun de muchas calidades mentales, estaban convencidos de la bondad de estos sistemas. Contra ello se levantó, en los primeros años del siglo XVI, Pedro Ciruelo, como dos siglos después lo haría el padre Feijoo y otros muchos lo han ido haciendo hasta casi nuestros días.

Pero lo más curioso es de quien procedía tal invectiva. Pedro Ciruelo era un astrólogo convencido, un hombre entregado al estudio profundo de los astros y de sus influencias sobre los hombres. Además era matemático, era filósofo, era teólogo y era, en definitiva, un sabio a la moda antigua, a quien «nada humano le era ajeno». Su nombre autentico era Pedro Sánchez Ciruelo. Originaria su familia del Señorío de Mollina, el nació en Daroca, hacia 1470. Estudio en su lugar natal y paso luego, en 1482, a Salamanca, donde finalmente se licencio en Artes. Marcho en 1492 a París, a estudiar Teología, y a enseñar las matemáticas que aquí ya había aprendido. Estuvo 10 anos en París, respirando un aire distinto al de las cátedras salmantinas, y colabo­rando en la edición de algunos libros matemáticos, o incluso escribiéndolos y publicándolos personalmente. Tal ocurrió con su Tratado de Aritmética practica, y con su Aritmética speculativa, además de la edición comentada de la Sphera de Johannes de Sacrobosco.

Pedro Ciruelo llegó a Sigüenza inmediatamente después de su regreso de París. Se presentó a las oposiciones que habían sido convocadas por el Colegio‑Universidad seguntino, para la provisión de la Cátedra de Filosofía. Pero la opción era, al mismo tiempo, la de ocupar la Cátedra y una canonjía de la Catedral (que era la que llevaba anejo el sueldo). En el tribunal formaban personas como Fran­cisco de Carvajal, chantre de la catedral; Fray Juan de Melgar, prior del monasterio jerónimo de San Antonio, y el bachiller Diego de Horni­llos, Rector de la Universidad seguntina. Nemine discrepante obtuvo Ciruelos la cátedra. Sustituía en ella al maestro Domingo Paniza, quien la dejo vacante al ingresar en el monasterio de Guadalupe. Tomo posesión nuestro personaje el 20 de marzo de 1502. Y en Sigüenza permaneció durante 3 anos completos. En las actas de la Universidad se le nombra a veces como «Maestro en Teología» y es calificado de «egre­gio varón» en algunos párrafos. Ciertamente, ya para entonces Ciruelo estaba considerado como un sabio y una gloria de la ciencia española. Y la Universidad seguntina contó desde entonces como un honor el que Pedro Ciruelo hubiera formado parte de su claustro de profesores.

Sus clases eran tan notables, que hasta el mismo Obispo de Sigüenza solicitó, sin estar matriculado en la Universidad, asistir a ellas. Era entonces Fray García Bayón el responsable de la Diócesis seguntina. Dominico procedente de San Esteban de Salamanca, sabio teólogo también, como buen predicador, y hombre de confianza de los Reyes Católicos. Durante 20 años tuvo el cargo de Obispo auxiliar de Sigüenza, pues la ausencia permanente del obispo titular, Bernardino de Carvajal, de continuo en Roma, obligo a que Bayón realizara las funciones episcopales.

En 1505 Ciruelo dejo Sigüenza y se traslado a dar clases a Zaragoza. Y en 1509 fue llamado por el Cardenal Cisneros para ocupar cátedra en la recién creada universidad de Alcalá de Henares. Allá permaneció durante dos décadas, explicando la Teología de Santo Tomas, cobrando fama universal por su oratoria y su sabiduría. De 1533 a 1537 vivió en Segovia, como magistral de la Catedral, trabajando en temas bíblicos, y finalmente la última etapa de su vida la pasó en Salamanca, donde se sabe que ejerció de canónigo de su catedral.

Pedro Ciruelo fue un hombre dado al pensamiento y la investigación. Muchos le conocen solamente como gran matemático. Y, en efecto, escribió numerosas obras de esta materia. Entre otros, publico en 1516 el Cursus quattor mathematicarum artium liberalium. En la biblioteca de la catedral de Sigüenza se conserva un pequeño librito, impreso en Paris en 1495, así titulado Brebe compendium artis Geome­triae a Thoma Brabardini… cum tractatu de cuadratura circuli bene revisa a Petro Sanchez Ciruelo.

De Teología también publico varias cosas. Asimismo de lógica. Y las diez Paradoxae questiones con las criticas a la cabala judía. Pero de lo que popularmente ha quedado mas señalada fama en torno a Ciruelo ha sido de su aspecto astrológico. Era raro que en aquella época, un sabio de su categoría, admirado de todos, buscado como gran teólogo, se dedicara al estudio y la defensa de la Astrología. El estaba convencido de la realidad de esta ciencia. Se mostraba en contra de la «astrología judiciaria» o falsa, pero insistió siem­pre en la seguridad de la influencia de los astros sobre los hombres y sobre la tierra. Así, en 1523 publico en Alcalá un opúsculo, titulado el Pronosticon, dedicado a Fernando de Austria, en el que trataba los posibles efectos de la conjunción de todos los planetas en Piscis en febrero de 1524. Fue librillo muy leído en toda España y aun en Europa. También escribió la Apothelecmate Astrologiae Christianae, y fue finalmente su Reprobación de las supersticiones y hechicerías, con la que iniciábamos este trabajo, la que le dio fama universal. Su segunda edición se hizo en Alcalá, en 1512. Pero a lo largo del siglo XVI fue reimpresa once veces. Recientemente ha sido otra vez editada en España, por la Editorial Glosa de Barcelona, en 1977, y siempre muestra esta obra el valor y el sabor de contactar con un mundo que, aunque asombroso, era real en nuestro país hace cuatro siglos. De su autor, del gran maestro y sabio que fue Pedro Sánchez Ciruelo, hemos recordado hoy silueta y legado. Para quien desee ampliar un tanto en su conocimiento, recomiendo acudir a algunas de las obras que menciono en la bibliografía.

Bibliografía

LOPEZ PINERO, J. M. et col.: Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, tomo I, Barcelona, 1983

LORENTE Y PEREZ, J. M.: Biografía y análisis de las obras de matemática pura de Pedro Sánchez Ciruelo, Madrid, 1921

MINGUELLA Y ARNEDO, T.: Historia de la Diócesis de Sigüenza y sus Obispos, Madrid, 1899, tomo III, p. 430‑432

MONTIEL, I.: Historia de la Universidad de Sigüenza, Maracaibo, 1968

REY PASTOR, J.: Los matemáticos españoles del siglo XVI, Madrid, 1926

YELA UTRILLA, J. F.: Documentos para la historia del Cabildo seguntino, en Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXXVI (1925)

Pedro Ciruelo, catedrático en Sigüenza

 

Eran los comienzos del siglo XVI en España, y una persona de seso y saber decía esto, entre muchas otras cosas: el diablo ha enseñado a los hombres muchas supersticiones vanas, y entre ellas es muy notable… la de los saludadores. Y fingen que son fami­liares de Sancta Catalina o Santa Quiteria, y que estas sanctas les han dado virtud para sanar la rabia. Y para lo hacer creer a la simple gente, hanse hecho imprimir en alguna parte de su cuerpo la rueda de Sancta Catalina, o la señal de Santa Quiteria y ansi, con esta fingida sanctidad, traen a la simple gente engañada tras si.

Pertenecen los párrafos anteriores a la obra Reprobación de las supersticiones y hechicerías que Pedro Ciruelo escribió a comienzos de la década dieciséis, en cuyo texto denso y lleno de conocimiento con respecto al mundo de la magia y las supersticiones, aparece en un mosaico de increíble color y de sorprendente riqueza, todo el cúmulo de creencias falsas, de mezcla de brujería y cristia­nismo, de superstición y rito, que llenaba como una mancha de aceite la sociedad hispana de esa centuria. Es curioso conocer hasta que punto esta forma, mágica y supersticiosa, impregnaba el discurrir de la sociedad. Todos los niveles sociales, y aun de muchas calidades mentales, estaban convencidos de la bondad de estos sistemas. Contra ello se levanto, en los primeros anos del siglo XVI, Pedro Ciruelo, como dos siglos después lo haría el padre Feijoo y otros muchos lo han ido haciendo hasta casi nuestros días.

Pero lo más curioso es de quien procedía tal invectiva. Pedro Ciruelo era un astrólogo convencido, un hombre entregado al estudio profundo de los astros y de sus influencias sobre los hombres. Además era matemático, era filósofo, era teólogo y era, en definitiva, un sabio a la moda antigua, a quien «nada humano le era ajeno». Su nombre autentico era Pedro Sánchez Ciruelo. Originaria su familia del Señorío de Mollina, el nació en Daroca, hacia 1470. Estudio en su lugar natal y paso luego, en 1482, a Salamanca, donde finalmente se licencio en Artes. Marcho en 1492 a París, a estudiar Teología, y a enseñar las matemáticas que aquí ya había aprendido. Estuvo 10 anos en París, respirando un aire distinto al de las cátedras salmantinas, y colabo­rando en la edición de algunos libros matemáticos, o incluso escribiéndolos y publicándolos personalmente. Tal ocurrió con su Tratado de Aritmética practica, y con su Aritmética speculativa, además de la edición comentada de la Sphera de Johannes de Sacrobosco.

Pedro Ciruelo llegó a Sigüenza inmediatamente después de su regreso de Paris. Se presento a las oposiciones que habían sido convocadas por el Colegio‑Universidad seguntino, para la provisión de la Cátedra de Filosofía. Pero la opción era, al mismo tiempo, la de ocupar la Cátedra y una canonjía de la Catedral (que era la que llevaba anejo el sueldo). En el tribunal formaban personas como Fran­cisco de Carvajal, chantre de la catedral; Fray Juan de Melgar, prior del monasterio jerónimo de San Antonio, y el bachiller Diego de Horni­llos, Rector de la Universidad seguntina. Nemine discrepante obtuvo Ciruelos la cátedra. Sustituía en ella al maestro Domingo Paniza, quien la dejo vacante al ingresar en el monasterio de Guadalupe. Tomo posesión nuestro personaje el 20 de marzo de 1502. Y en Sigüenza permaneció durante 3 anos completos. En las actas de la Universidad se le nombra a veces como «Maestro en Teología» y es calificado de «egre­gio varón» en algunos párrafos. Ciertamente, ya para entonces Ciruelo estaba considerado como un sabio y una gloria de la ciencia española. Y la Universidad seguntina contó desde entonces como un honor el que Pedro Ciruelo hubiera formado parte de su claustro de profesores.

Sus clases eran tan notables, que hasta el mismo Obispo de Sigüenza solicitó, sin estar matriculado en la Universidad, asistir a ellas. Era entonces Fray García Bayón el responsable de la Diócesis seguntina. Dominico procedente de San Esteban de Salamanca, sabio teólogo también, como buen predicador, y hombre de confianza de los Reyes Católicos. Durante 20 anos tuvo el cargo de Obispo auxiliar de Sigüenza, pues la ausencia permanente del obispo titular, Bernardino de Carvajal, de continuo en Roma, obligo a que Bayón realizara las funciones episcopales.

En 1505 Ciruelo dejo Sigüenza y se traslado a dar clases a Zaragoza. Y en 1509 fue llamado por el Cardenal Cisneros para ocupar cátedra en la recién creada universidad de Alcalá de Henares. Allá permaneció durante dos décadas, explicando la Teología de Santo Tomás, cobrando fama universal por su oratoria y su sabiduría. De 1533 a 1537 vivió en Segovia, como magistral de la Catedral, trabajando en temas bíblicos, y finalmente la última etapa de su vida la pasó en Salamanca, donde se sabe que ejerció de canónigo de su catedral.

Pedro Ciruelo fue un hombre dado al pensamiento y la investigación. Muchos le conocen solamente como gran matemático. Y, en efecto, escribió numerosas obras de esta materia. Entre otros, publico en 1516 el Cursus quattor mathematicarum artium liberalium. En la biblioteca de la catedral de Sigüenza se conserva un pequeño librito, impreso en Paris en 1495, así titulado Brebe compendium artis Geome­triae a Thoma Brabardini… cum tractatu de cuadratura circuli bene revisa a Petro Sanchez Ciruelo.

De Teología también publicó varias cosas. Asimismo de lógica. Y las diez Paradoxae questiones con las criticas a la cabala judía. Pero de lo que popularmente ha quedado mas señalada fama en torno a Ciruelo ha sido de su aspecto astrológico. Era raro que en aquella época, un sabio de su categoría, admirado de todos, buscado como gran teólogo, se dedicara al estudio y la defensa de la Astrología. El estaba convencido de la realidad de esta ciencia. Se mostraba en contra de la «astrología judiciaria» o falsa, pero insistió siem­pre en la seguridad de la influencia de los astros sobre los hombres y sobre la tierra. Así, en 1523 publicó en Alcalá un opúsculo, titulado el Pronosticon, dedicado a Fernando de Austria, en el que trataba los posibles efectos de la conjunción de todos los planetas en Piscis en febrero de 1524. Fue librillo muy leído en toda España y aun en Europa. También escribió la Apothelecmate Astrologiae Christianae, y fue finalmente su Reprobación de las supersticiones y hechicerías, con la que iniciábamos este trabajo, la que le dio fama universal. Su segunda edición se hizo en Alcalá, en 1512. Pero a lo largo del siglo XVI fue reimpresa once veces. Recientemente ha sido otra vez editada en España, por la Editorial Glosa de Barcelona, en 1977, y siempre muestra esta obra el valor y el sabor de contactar con un mundo que, aunque asombroso, era real en nuestro país hace cuatro siglos. De su autor, del gran maestro y sabio que fue Pedro Sánchez Ciruelo, hemos recordado hoy silueta y legado. Para quien desee ampliar un tanto en su conocimiento, recomiendo acudir a algunas de las obras que menciono en la bibliografía.

Bibliografía

LOPEZ PINERO, J. M. et col.: Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, tomo I, Barcelona, 1983

LORENTE Y PEREZ, J. M.: Biografía y análisis de las obras de matemática pura de Pedro Sánchez Ciruelo, Madrid, 1921

MINGUELLA Y ARNEDO, T.: Historia de la Diócesis de Sigüenza y sus Obispos, Madrid, 1899, tomo III, p. 430‑432

MONTIEL, I.: Historia de la Universidad de Sigüenza, Maracaibo, 1968

REY PASTOR, J.: Los matemáticos españoles del siglo XVI, Madrid, 1926

YELA UTRILLA, J. F.: Documentos para la historia del Cabildo seguntino, en Boletín de la Real Academia de la Historia, LXXXVI (1925)