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agosto, 1982:

Por Sigüenza y Atienza: una ruta del románico rural

 

Si hubiera que elegir un estilo artístico, de los varios que ha tenido el occidente europeo, a lo largo de los últimos veinte siglos, como más representativo de la provincia de Guadalajara, ésta sería sin duda el románico rural, pues no sólo por ser el más numeroso, sino por presentar unas ciertas características de peculiaridad en todo el ámbito castellano, le confieren el papel de estilo «figura» o norma artística, rural y sencilla, popular y verdaderamente identificada con el pueblo en que asienta.

Pueden hallarse todavía, más o menos conservadas en su totalidad o en parte, un centenar de iglesias de estilo románico por los pueblos de la provincia de Guadalajara. Algunas muestran el influjo directo de la arquitectura medieval castellana de en torno al Duero, y otras presentan unos caracteres propios muy singulares. En muchas de ellas surge la gran galería porticada adosada al muro meridional del templo, con capiteles, canecillos y otros detalles iconográficos de gran relieve. En otras, sencillamente, es la simple portada de arcos semicirculares, o el simple ábside orientado a levante, lo que tienen de común con el estilo románico pleno. En todos los edificios de esta tierra, sin embargo, luce con fuerza el carácter puro, la seña cierta del Medievo.

La época de construcción de estas iglesias es generalmente todo el siglo XII, pues en esa centuria tiene lugar la repoblación del te­rritorio, poco antes conquistado a los árabes, por parte del reino de Castilla. Los yermos campos se pueblan con gentes venidas del norte, y van surgiendo aldeas y edificios religiosos. Nace así el románico rural, popular al máximo, que hoy todavía puede admirarse en su ambiente genuino.

Una primera ruta del románico de Guadalajara ha de partir desde Saúca, pueblecillo situado en el kilómetro 130 de la carretera radial II de Madrid a Barcelona, en plena serranía del Ducado. Este templo parroquial es ejemplo singular del estilo: maciza presencia de sillar rojizo, con fuerte espadaña a poniente, Portada semicircular de entrada, ábside poligonal y hermosa galería porticada que rodea el templo por el sur y el occidente, con múltiples arquillos semicirculares, apoyados en capiteles singulares, con bonitas hojas, tracerías y aún figuras humanas y animales. En el interior hay una gran pila bautismal de la misma época.

Una carretera local sigue hacia Sigüenza. Pasando el pueblo de Estriégana, debe torcerse a la izquierda, por una carretera estrecha que lleva hasta Jodra del Pinar, brevísimo caserío en el que el viajero admirará su antiguo y perfecto templo parroquial, en el que como un milagro se muestra toda la tradición arquitectónica del Medievo castellano: galería porticada al Sur, con capiteles de hojas de acanto; portón con arquivoltas semicirculares; gran espadaña triangular a poniente; ábside de semicírculo a levante, y un interior  de fuertes arcos formeros, con  entrada al breve y alto presbiterio. Parecen no haber pasado los siglos sobre este edificio.

Más allá, en el valle del Henares, asiente Sigüenza, ciudad en la que toda maravilla del arte es posible. La catedral comenzó  a construirse en el siglo XII, y así son románicas sus puertas occidentales, su acceso meridional, y un gran rosetón sobre el muro sur, verdaderamente único en su género. Por la ciudad alta surgen otras iglesias románicas:

Santiago, con portón semicircular de decoración mudejarizante, y San Vicente, con portada muy similar y también bella. Ambos son iglesias de tipo urbano.

Siguiendo por la carretera comarcal 114, pronto se alcanza, en un ramal a la derecha, el pueblecito de Pozancos, en el que ha de admirarse su antiguo templo parroquial, que conserva plenamente el aire románico, reflejado concretamente en su arcada de acceso, con bellos capiteles foliados, y el ábside semicircular. Frente a la carretera que nos llevó a Pozancos, arranca otra que conduce a Palazuelos, y de ahí a Carabias, donde surge otra iglesia de singular encanto, poseedora todavía de una gran galería porticada, orientada sobre tres de sus costados, con numerosos arquillos y capiteles de tema vegetal.

Sigue la ruta hasta llegar a Atienza, la alta villa medieval resguardada a la sombra de su castillo. Por las callejas del burgo, y aún por sus alrededores inmediatos, van surgiendo las iglesias que han sobrevivido al paso de los siglos. Aquí hubo, durante la Baja Edad Media, más de una docena de templos, de los que aún hoy puede el viajero contemplar cinco, y en  este orden: al final de la calle s principal del pueblo, una vez cruzada la espléndida Plaza del Trigo, se admira la iglesia de la Santísima Trinidad, en la que destaca el ábside semicircular cuajado de ventanales, impostas,  canecillos y capiteles de rica ornamentación. Camino arriba, hacia el castillo, se alcanza la iglesia de Santa María del Rey, que hoy sirve de cementerio, y que muestra dos extraordinarias portadas en la principal lucen sus arquivoltas más de un centenar de figuras. Y en la del norte surgen frases en caracteres latinos y cúficos de alabanza a Dios. En la parte baja de la villa se visitará la iglesia de San Gil, que muestra de románico su ábside semicircular, y ya casi en el valle han de verse la iglesia de San Bartolomé, precedida de un bello pórtico, con portón semicircular, y un interior de gran carácter; y más allá aún, la ermita de Nuestra Señora del Val, en la que destaca su portada, con arquivoltas ocupadas por curiosos personajes contorsionistas o saltimbanquis del Medievo. Para contemplar el interior de estas iglesias, es necesario ponerse en contacto previamente con el sacristán o el párroco.

De Atienza hay que seguir, por la carretera comarcal 114 hacia Ayllón y Aranda. Se visitará primero la ermita de Santa Coloma en Albendiego, quizás el más bello templo románico de la ruta y de la provincia toda. Está aislado en el campo, entre arboledas densas. Perteneció a un antiguo monasterio de canónigos agustinianos. Tiene una espadaña triangular a poniente, y un espléndido ábside semicircular a levante, con columnas adosadas en haz, y tres ventanales ocupados por variadas celosías caladas con tracerías mudéjares. El interior es impresionante, con presbiterio central, de piedra vista, y capillas laterales, todo ello cuajado de vistosos capiteles del estilo. Hay que pedir la llave en el pueblo.

Subiendo ya al alto llano de la sierra Pela, se visitara la iglesia parroquial de Campisábalos, en la que se admira su atrio porticado; su portón grandioso, cuajado en sus arquivoltas de tracerías mudejarizantes; y su ábside semicircular, con vistosa serie de canecillos. El interior es magnífico, mostrando su presbiterio de piedra vista, con cúpula sobria de la que cuelga un crucifijo. Adosada tiene la capilla del caballero San Galindo, que muestra también bella portada románica, y en su muro Sur tallado un «mensario» con representación gráfica de los doce meses del año, en las faenas agrícolas y ganaderas practicadas en el lejano siglo XII. Su interior es también merecedor de ser visitado.

Al final del trayecto, en un apartado rincón serrano, Villacadima surge como fantasmal pueblo abandonado, en cuyo centro se alza, ya a medio derruir, su iglesia parroquial del más puro estilo románico rural. Se accede a ella a través de un amplio atrio descubierto, y llama la atención del visitante la gran puerta de entrada, de arcos semicirculares en degradación, tallados con diversos temas geométricos de raíz mudéjar.

El Señorío de Molina, un viaje obligado

 

El Señorío de Molina es una amplia comarca, comprendida en la provincia de Guadalajara, que tiene unas características muy peculiares en cuanto a su historia, paisajes, etnología y monumentalidad se refiere. Situada sobre un territorio de aproximadamente 3.000 Kilómetros, y a respetable altura una media de 1.200 metros) sobre el nivel del mar, muestra la variedad de paisajes, que van del llano monótono a la serranía alborotada, tan típicos de Castilla.

La forma de llegar al Señorío molinés radica exclusivamente en las comunicaciones por carretera, pudiendo hacerse el camino, desde Guadalajara, directamente por la radial II y luego por la nacional 211 desde Alcolea del Pinar, o bien, desde Sacedón y Trillo, por la comarcal 204 a través del Puente de San Pedro, en el Tajo. Desde Aragón hay más comunicaciones, y así por las carreteras comarcales 202, desde Calatayud, y 211, desde Daroca, e incluso por la N‑211 desde Teruel y Monreal del Campo, se accede fácilmente al Señorío.

Aunque cualquier época es buena para visitar esta tierra, fundamentalmente el verano se presta a recorrer sus inacabables caminos y rincones de singular belleza. El clima molinés es muy frío en invierno, y agradablemente tibio en el verano. Los paisajes que se prestan a ser admirados y recorridos, a lo largo de las cuatro sesmas en que se divide, alcanzan en la época veraniega sus condiciones mejores. Estas sesmas toman sus nombres de la dominancia paisajística de sus horizontes: la del Sabinar muestra grandes bosques de esta planta, tan antigua, y de pinares; el Campo es auténtico granero del Señorío, el Pedregal tiene recursos de pesca y minería por doquier, y la Sierra enseña su amplio muestrario de bosques, roquedales, caminos y bellísimos paisajes, entre los que destaca gran parte del Parque del Alto Tajo.

En ningún caso dejará de admirar el viajero algunos excepcionales entornos ecológicos y ambientales de Molina: el valle del río Mesa, desde Mochales a Algar; el barranco de la Hoz alberga la ermita del mismo nombre, y se forma por una larga y profunda garganta rocosa que labró el río Gallo a lo largo de siglos. Se llega desde Molina y Corduente por cómoda carretera. El barranco y ermita de Montesinos, de salvaje belleza y riqueza forestal, es accesible por caminos desde Cobeta y Torremocha del Pinar. También los pueblos de Checa y Orea disponen en su término de amplios pinares y dehesas, donde todo está preparado, con merenderos, refugios y aun barbacoas, para facilitar al turista su día campestre. Por supuesto que el Alto Tajo, en lo que su Parque Natural tiene de recorrido por el Señorío molinés, ofrece encantos sucesivos e inacabables en todo su curso acantilado, con bosques, fuentes, y rincones solitarios. Recuérdese, fundamentalmente, los siguientes: en Peralejos de las Truchas, el Puente del Martinete; la laguna de Taravilla más abajo; el camino que desde Poveda y Peñalén lleva hasta el Puente de San Pedro, pasando por fuente de la Escareruela; la cascada del tío Campillo, los meandros de Buenafuente del Sistal; los hondos cauces de Huertapelayo, el puente de la Tagüenza, y mil vericuetos más a los que se accede desde los Pue­blos molineses situados en las orillas del gran río.

En cuanto a la monumentalidad e interés artístico de esta comarca, es amplia y guarda interesantes muestras del pasado: especialmente en la capital Molina de Aragón, sede del condado y cabeza del Señorío desde los años de su constitución, en la primera mitad del siglo XII, abundan los edificios de interés artístico. Es el más destacable el Castillo o alcázar, que fue levantado inicialmente por los árabes, y reedificado en la Edad Media por los Lara. Su silueta majestuosa, y el vigor de sus torres (la de Armas, la de doña Blanca, la de veladores) convierten a este imponente castillo en uno de los más llamativos de España. En la misma ciudad, que baña el Gallo sobre la suave hondonada de su valle, se admiran un puente de época  románica; la iglesia de Santa Clara, construcción también, del siglo XII con fachada de influencia francesa y severo interior bien conservado; el convento de San Francisco, renacentista y barroco, con la torre del Giraldo en su extremo; y diversos palacios (el del virrey de Manila, el del obispo Díaz de la Guerra, el esquileo, etc.) muy característicos de la zona.

Son diversos los pueblos molineses que deben ser visitados por cuanto encierran de monumentalidad. Así, son los castillos en una ocasión los que pueden servir de bases para una ruta: Se han de ver los de Villel de Mesa, Estables, Fuentelsaz, Embid, la torre de Cobeta, el de Zafra en término de Campillo de Dueñas, y los de Castilnuevo y Santiuste en las cercanías de la capital, sobre la misma vega del río Gallo.

En cuanto a iglesias de estilo románico rural, hay también en el señorío molinés diversos elementos interesantes: se visitarán las parroquias de Rueda de la Sierra, Tartanedo, Teroleja, Labros, más la ermita de Santa Catalina en término de Hinojosa, la de la Virgen de la Carrasca en término de Castellar de Muela y el gran monasterio cisterciense de la Buenafuente del Sistal, en Villar de Cobeta, obra capital del estilo bernardo en estas tierras, todavía hoy ocupado por una comunidad, viva y dinámica, de monjas, y llevada por una asociación que promueve de continuo actividades culturales y religiosas, así como una labor social encomiable en el entorno. Tampoco dejará el viajero de saborear las múltiples «casonas molinesas» que hasta por los más remotos pueblos aparecen, siendo en este sentido destacables los conjuntos de Milmarcos, Hinojosa, Tartanedo, Fuentelsaz, Tortuera y Embid, sin olvidar las de la capital, Molina, y la casa grande de Valhermoso, singular edificio barroco de gran carácter.

Como edificios de singular atractivo, deben también visitarse las iglesias parroquiales de Alustante,  con gran retablo renacentista de la escuela seguntina, y la de Milmarcos, que también muestra un altar de grandes dimensiones y valor escultórico. No olvidar tampoco la parroquia de Tartanedo de altares barrocos con buenas tallas y pinturas, y el castillo‑casa fuerte de los Arauz en la Vega de Arias, término de Tierzo.

Pero el Señorío posee aún muchos otros recursos turísticos que no deben ser desaprovechados en el viaje con prisas. Deportes al aire libre pueden practicarse por sus ríos y montes; en los primeros, la pesca de diversas especies de agua fría, y los cangrejos: el Mesa, el Gallo, el Bullones y el Cabrillas son los principales objetivos, a lo largo de cientos de kilómetros poco frecuentados. Para la caza, las llanuras de la sesma del Campo, y los eriales del Pedregal, son buenas reservas de perdiz, volatería diversas, y conejos. El jabalí es cada vez más frecuente, organizándose grandes batidas contra él. En cuanto a otros deportes, la marcha y el excursionismo, el camping libre y el simple picnic, pueden dar largas jornadas de inolvidable turismo por esta hermosa tierra.

Dentro del capítulo del costumbrismo, conviene recordar algunas fiestas de señalado interés, como son las que la ciudad de Molina celebra a comienzos del mes de junio, en su primer domingo, para honrar a la Virgen de la Hoz, celebrándose ante su santuario la Loa y las danzas de tradición celtibérica; en la misma ciudad, el día 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen, desfila por sus calles la Cofradía militar del Carmelo, con hombres vestidos a la usanza militar del siglo XVIII. Es muy curiosa también la Soldadesca de Hinojosa, una lucha de moros y cristianos con textos poéticos antiguos, que se celebra en el mes de junio.

Y en cuanto al folclore que se mantiene vivo a diario, y es apetitoso como pocos, podemos recordar algunas de las especialidades gastronómicas de esta tierra encantadora y no tan lejana como muchos piensan: en la ciudad de Molina deber probarse el cordero asado al horno, las manitas blancas de cordero, el cabrito al aji‑oli, la codorniz enfunda y la perdiz «a la Bea». De sus ríos no pueden olvidarse los cangrejos, servidos en tortillas de colas, o las truchas salmonadas, y entre sus dulces son famosos y nunca cansan las patas de vaca, los huevos de dulce y la leche frita.

Sigüenza, tradición y actualidad

 

Una excursión que, obligadamente debe realizar quien desee conocer las bellezas paisajísticas y monumentales de la provincia de Guadalajara, es la de Sigüenza, antigua ciudad de los obispos y los artistas, que se conserva hoy en día, gracias a los cuidados de autoridades y vecinos, perfectamente restaurada y ambientada en los siglos medievales.

El viaje a Sigüenza se realiza por la carretera radial II, desde la desviación del Km. 105, para quienes proceden de Madrid, o desde Alcolea del Pinar para cuantos llegan desde Barcelona y Zaragoza. Puede llegarse también en ferrocarril, pues la ciudad tiene estación de parada en la línea férrea de Madrid a Barcelona, con un servicio frecuente de trenes.

La aparición de la ciudad de Sigüenza, recostada en leve inclinación del terreno serrano sobre el hondo valle del Henares, ya constituye en sí mismo un espectáculo inolvidable, sobresaliendo los torreones de la catedral y el castillo sobre los rojos tejados del burgo medieval. El paisaje del entorno es hosco, árido, y en algunos cerros cercanos se encuentran restos arqueológicos de la época celtibérica. Segontia fue, hacia el siglo III a. de J C., una importante ciudad de los arévacos.

La importancia urbana de Sigüenza comenzó en el siglo XII, una vez reconquistada a los árabes. Sus obispos, al mismo tiempo señores temporales de la ciudad, organizaron el territorio en torno, que gozó de un atrayente fuero, y alentaron la repoblación y la construcción de obras de arte. De la época medieval son muchos de los monumentos que Sigüenza muestra. El viajero no debe dejar de admirar, en primer lugar la Catedral, obra de estilo románico y gótico cisterciense, con claros influjos languedocianos y borgoñeses. Su planta es de cruz latina en el exterior destacan las fuertes torres de poniente, semejantes a defensas castilleras, y asimismo, unas portadas de estilo románico muy atrayentes. Sobre el muro de mediodía, aparece un grande y bello rosetón del mismo estilo. En el interior, destacan los grupos de pilares y columnas, que alcanzan la bóveda abierta como una palmera de piedra en la altura. Las obras de arte que pueden contemplarse en el interior de este templo son muy numerosas: la capilla de San Juan y Santa Catalina, alberga diversos sepulcros de la familia Arce, destacando de entre ellos el del Doncel don Martín Vázquez, caballero santiaguista muerto en plena juventud luchando contra los moros de Granada: su talla en alabastro, recostado y leyendo un libro, revestido de atavío militar, y con perfección suma realizada, es una de las joyas de la escultura universal. Hay otras capillas que merecen verse, por sus verjas de hierro, sus retablos o enterramientos: San Pedro, la Inmaculada, etc. En el brazo norte del crucero destaca el altar de Santa Librada, obra renacentista de talla y pintura, de comienzos del siglo XVI, así como el adyacente mausoleo de don Fadrique de Portugal. En el deambulatorio se abre la puerta, tallada en madera con profusión de figuras, de la sacristía de las Cabezas, donde luce con esplendor el mejor estilo plateresco español: es obra de Alonso de Covarrubias, y en ella destaca su larga bóveda de cañón, cubierta en varios tramos por más de trescientos medallones con cabezas diferentes, de gran expresividad. En ese recinto hay que ver también una reja de Hernando de Arenas, y la capilla del Espíritu Santo, magnífico conjunto de iconografía religiosa del siglo XVI.

En el catedral de Sigüenza deba aun contemplarse, en rápida visita, la capilla mayor, con reja de Zialceta y enorme retablo manierista de Giraldo de Merlo. Frente a él se abre el coro, obra gótica de del XV, con gran número de sillones tallados en afiligranado dibujo de tradición mudéjar. A los lados de la capilla mayor, dos extraordinarios predicatorios, obras de Rodrigo Alemán y Martín de Vandoma. Y, finalmente, el claustro gótico del templo alberga también numerosas capillas con restos valiosos arte plateresco.

Pero la ciudad de Sigüenza muestra aún otros edificios de gran interés artístico. Deben admirarse las iglesias románicas del siglo XII, de Santiago y San Vicente. También debe contemplarse el templo gótico de Nuestra Señora de los Huertos, junto a la Alameda, y el barroco de las Ursulinas, en dicho paseo.

Entre sus edificios civiles destacan la antigua Cárcel y Ayuntamiento; el seminario de San Bartolomé,  obra barroca de profusa decoración  y la Universidad antigua, hoy palacio episcopal, severo edificio del siglo XVII. La Plaza Mayor de Sigüenza, majestuosa y amplia, rematada par el bello conjunto de la catedral y el Ayuntamiento renaciente, es una de las más hermosas España. También puede contemplarse el barrio barroco de San Roque, y la reciente Alameda, centro veraniego de la ciudad.

Aun el viajero ha de subir más alto del burgo, al Castillo de los Obispos, que está hoy totalmente restaurado y adecuado como Parador Nacional. Es una fortaleza de grandes dimensiones, que sirvió de residencia durante largos siglos a los obispos, señores de la ciudad. Se accede por el extremo norte, a través de las torres del obispo Girón de Cisneros, y en su interior destacan el ancho patio, la capilla, el salón doña Blanca, el salón de la justicia, etc.

Tanto en el Parador Nacional como en varios otros restaurantes y comedores del centro de la ciudad el viajero puede degustar una interesante serie de platos típicos, entre los que cabe resaltar los asados de cabritillo, las judías alcarreñas, las migas de Sigüenza, las, codornices estofadas y los conejos de monte, sin olvidar las sabrosísimas truchas del río Dulce, las setas de otoño y los cangrejos serranos. Los dulces están representados por las yemas del Doncel y los bizcochos borrachos.

Las fiestas de Sigüenza son en agosto, en honor de San Roque y la Virgen de la Mayor. Se hace procesión, se reúnen abundantes peñas, y se verifica un encierro de reses bravas a lo largo de las calles  pueblo, para terminar en la lidia de los animales. También se celebra animadamente a San Vicente, patrón del pueblo, con actos sencillos y tradicionales; a San Juan y a la Virgen de la Salud, en el cercano santuario de Barbatona, con romería densa en mayo. La rondalla seguntina con atuendos  y sonatas típicamente castellanas, recorre la ciudad ocasiones festivas.

La numerosa colonia veraniega de Sigüenza reside en los chalets del entorno, y el ambiente de los meses vacacionales es siempre animado, divertido y salpicado de interesantes y numerosos actos culturales. Durante el estío en Sigüenza se convierte en la capital cultural de la provincia de Guadalajara.

Atienza, la bien murada

 

Para llegar a la antigua villa medieval de Atienza, caben varios caminos, en los que el viajero puede comenzar a admirar interesantes pueblos y edificios, todos ellos anclados en antiguos siglos, qué le harán ambientar el acceso a la villa objeto de este viaje. Así, puede arribarse desde Sigüenza, por la carretera comarcal 114, y el viajero podrá detenerse en ella a contemplar pueblos enteros de gran belleza, como Palazuelos, totalmente amurallado y con un castillo que el marqués de Santillana construyó en el siglo XV; o bien edificios singulares del arte románico rural, como las iglesias de Pozancos y de Carabias; el magnífico castillo roquero, ya reconstruido, de Riba de Santiuste, o el interesante conjunto de las salinas de Imón. También puede llegarse a Atienza por la carretera comarcal 101 desde Guadalajara, pasando por Hita del Arcipreste y Jadraque del Cid, con sus castillos inexpugnables.

La llegada a Atienza por el camino desde Sigüenza, muestra al via­jero una imagen impresionante de la villa, derramada sobre la abrupta, empinada ladera de un cerro rocoso, sobre el que se alza desafiante el viejo castillo. Atienza fue uno de los puntos claves y más codiciados durante la reconquista de Castilla, y se convirtió, a partir del siglo XII, en enclave principal de las caravanas de comerciantes y recueros que pasaban de Castilla a Aragón. Una importante colonia judía confirió dinamismo al burgo. Este fue el preferido del rey castellano Alfonso VIII, quien en premio a la lealtad de los atencinos les concedió un favorable fuero, y construyó en torno a la villa una poderosa articulación de murallas defensivas, que dio a Atienza, durante el Medievo, un bien ganado prestigio.

Hoy contemplará el viajero en esta villa de la más recia Guadalajara, su castillo roquero, del que fundamentalmente se puede visitar la torre del homenaje, y algunos restos de puertas y murallas. En el pueblo aún se muestran diversos templos cristianos, todos ellos construidos en estilo románico, con características propias de la Castilla de en torno al Duero: así las iglesias de la Santísima Trinidad, con ábside semicircular cargado de valiosa ornamentación; la de San Gil, con similar fragmento; la de San Bartolomé que añade un completo atrio porticado; la de Santa María del Val, con portada de curiosa escultura popular; la de Santa María del Rey, que hoy sirve de cementerio, y que muestra un portón semicircular en el que sobresalen más de un centenar de figuras. La única parroquia hoy utilizada es la iglesia de San Juan, obra renacentista, del siglo XVI, con altar mayor barroco cuajado de pinturas de Alonso del Arco.

Entre los edificios civiles de Atienza, destaca la posada del Cordón, que hoy se acondiciona como elemento de apoyo al turismo local; el Ayuntamiento, la fuente barroca frente al mismo, el arco de Arrebatacapas, la casa del abad de la Caballada, y como conjunto urbano la Plaza del Trigo, rodeada de soportales y casas nobles, que constituye uno de los más perfectos plazales de toda Castilla

Las ruinas del antiguo convento de San Francisco, y algunas ermitas en los alrededores, completan el patrimonio artístico de Atienza que en todo caso es numeroso teniendo en cuenta el conjunto de sus empinadas callejuelas, palacios y caserones de la Edad Media y el Renacimiento, y el aspecto que del castillo tiene el visitante a través de las vías y callejones del burgo. Una atracción no desdeñable, y que hoy consigue atraer por sí sola la visita de muchos viajeros, son las diversas tiendas de antigüedades y objetos rurales y populares que hay en la calle principal, junto al arco de Arrebatacapas, bien merecedoras de un vistazo curioso.

Una fiesta tiene Atienza que es muy señalada en el conjunto del folclore castellano: la Caballada, que durante cientos de años viene celebrando el domingo posterior a Pentecostés, y que conmemora la liberación del rey niño Alfonso VIII por los recueros de Atienza, que entonces formaron hermandad, y todos los años en esa jornada de primavera, revestidos con sus típicos atuendos de trajes oscuros y capas pardas, van en romería a la ermita de la Estrella, y allí bailan la jota y almonedean típicos roscones. La fiesta ma­yor del pueblo es para septiembre, haciendo numerosos festejos, y toros, en honor del Santo Cristo. En esas fiestas puede aprovecharse a probar el típico plato atencino: el cabrito asado al estilo serrano, y también, en ocasión posterior deberán degustarse otras especialidades de la tierra, como el chorizo a la olla, la perdiz y el conejo, que aquí se guisan a las mil maravillas.

Para finalizar el viaje por la zona serrana que rodea a Atienza, es aconsejable alcanzar algunos pueblos que, ya casi en la línea divisoria con Segovia y Soria, muestran algunos edificios de arte románico que pueden evaluarse como los más interesantes de su tipología en toda la provincia de Guadalajara. Son concretamente las iglesias parroquiales de Villacadima y Campisábalos, así como la ermita (antigua iglesia monasterial) de Santa Coloma en Albendiego. En todas ellas luce una simbiosis curiosa entre el estilo románico y los detalles ornamentales del mudéjar, consiguiendo unidad a este conjunto de templos de la sierra atencina. A ellos se llega continuando  la carretera comarcal 114 que desde Atienza se dirige a Ayllón y Aranda de Duero.