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octubre, 1981:

Sedas y tapices en Pastrana

 

Para el visitante que en nuestros días acude a Pastrana, la ducal villa alcarreña que conserva como un joyel su aspecto antiguo, será quizás uno de los más destacados puntos de interés la colección de tapices medievales que se conservan en las dependencias del Museo Parroquial de su iglesia colegiata. Esas series de paños, elaborados en Flandes por artesanos muy expertos, en el último cuarto del siglo XV (hacia 1475) según los dibujos que el artista portugués Nuño Gonçalves hizo con la temática abigarrada y polimorfa de las conquistas africanas del rey Alfonso V de Portugal, son de las más exquisitamente bellas del mundo, y bien merecen por sí solas un viaje y un estudio o degustación Pausados.

Pero hoy quiero referirme a otro tipo de tapices de Pastrana, de los que quizás ya ninguna huella quede, pero que para la historia de la villa, para el significado que Pastrana tuvo en la marcha socio cultural de la Alcarria durante los siglos del Renacimiento, sí que tienen su importancia. Sin entrar en pormenores en la historia de esta villa alcarreña, es preciso recordar, en rápido flash, que fue primero aldea del Común de Zorita, luego pertenencia de la orden de Calatrava, y finalmente puesta en venta por el Emperador Carlos V, pasando así a la familia de los La Cerda y finalmente a la de los Silva, cuyo primer representante, don Ruy Gómez de Silva, valido y consejero de Felipe II, príncipe de Éboli y duque de Pastrana, fue quien más favoreció el crecimiento, en población y riqueza, de la villa. En ella terminó de construir su gran palacio ducal, que presidía magnífico en su sencillez renacentista la gran plaza de armas, y distribuyó por el burgo una serie de industrias que atrajeron a gentes de la comarca, así como a otras de lejanos entornos, teniendo en cuenta además que él estimuló el crecimiento de la población trayendo numerosas familias de moriscos de las Alpujarras, a las que colocó a vivir en el barrio del Albaicín y en el pago de la Pangía, junto al Tajo.

De las industrias que creó el duque Ruy Gómez de Silva, una de las más tradicionales fue la de la seda. Sabemos que plantó numerosas moras en la vega del Arlés, en terrenos de su propiedad, y que creó talleres para su manufactura, e incluso en la plaza, junto a diversas casas y tiendas suyas, puso un tinte para elaborar estas sedas. Esas «casas del tinte de seda» quedaron siempre incluidas en el mayorazgo de los duques; y en la relación que el pueblo envió a Felipe II en 1576, se mencionaban las industrias del mismo, destacando éstas: «labran en este pueblo mucha cantidad de sedas, así torcidas y floxas como en telas, que se tiene por cercano en bondad a las de granada, e mejores aun que las de Jaén y Baeza y otras partes». Es a este respecto muy interesante el documento conservado en el Archivo municipal tocante al proyecto de redacción de unas «Ordenanzas» para el gremio de los tejedores de seda, que se trató en el Ayuntamiento pastranero, en sesión celebrada el 13 de julio de 1591. En ella se acordó redactar las ordenanzas relativas al «obraje de la seda que en esta villa se labra e texe» conforme a lo aconsejado por diversos mercaderes y personas conocedoras de esta industria en Granada y Toledo, entonces reputadas como las ciudades más sobresalientes en ello. Pregonaron por el pueblo el texto de las ordenanzas, y acordaron remitirlas a Madrid, para ser confirmadas por el Rey y los de su Real Consejo, quedando mientras tanto esto ocurría provisionalmente en uso «por el daño que resulta de no haber sobrello en esta villa ninguna ordenança». En esa misma sesión se nombraron ya por veedores y examinadores anuales del oficio de los tejedores de seda a Miguel López y a Hincado, que se reputan a la sazón por buenos oficiales y «personas que dello tienen notiçia». El texto de dichas ordenanzas, que indudablemente sería de gran valor histórico y socio ‑ cultural, no lo hemos encontrado en el Archivo de la Villa.

Indudablemente, la industria de la seda en Pastrana, puesta en marcha como hemos visto por el primer duque don Ruy Gómez de Silva en el último cuarto del siglo XVI, y otras industrias a ella anejas, se fundamentaron en una parte principal de la población como eran los moriscos, en su gran mayoría traídos de las Alpujarras como botín de guerra. A la plantación de moreras y su cultivo, a la cría del gusano de seda y extracción de su producto, a la industria de pasamanería y cintas se dedicaron estas gentes con entusiasmo. También construyeron telares y tintes, y en fin se dedicaron a laborar brocados, terciopelos y aun tapices (según veremos más adelante). A finales del siglo XVI, y con motivo de la llegada a Madrid del príncipe de Gales, un día del Corpus se aderezaron ricamente las calles de la Villa y Corte con varios altares, y dice una relación contemporánea: «Frontero de palacio hubo un altar con grandísimas joyas y riquezas, y un dosel nuevo de seda, plata y oro, el mejor que desta calidad se ha visha traído a su villa de Pastrana el duque para emulación de los chinos y flamencos, pues se han hecho allí ya algunas tapizerias, las mejores que dizen se hallan en Europa». También la relación enviada por la villa a Felipe II en 1576 insiste en que «téjense muchos brocados de telas de oro tirado, que en toda España no se hacen como aquí».

También, como antes comentábamos, a partir de 1570 tiene Pastrana una industria de tapices. Por supuesto que los que se conservan hoy en su Colegiata no están labrados en la villa, sino en algún taller principalísimo de Flandes. Los moriscos venidos en el siglo XVI se dedicaron a labrar y realizar paños de pared, a la sazón el mejor y más suntuoso método de adornar los muros de un palacio o una casa noble. Pero está bastante claro que fueron maestros flamencos los que vinieron a enseñar a los moriscos pastraneros las difíciles técnicas de esta industria. En 1622, el duque de Pastrana, trajo un grupo selecto de artesanos flamencos para que enseñaran el oficio a los moriscos; solicitando del ayuntamiento que éste corriera, de sus propios, con los gastos originados por los técnicos extranjeros. Dice así el texto documental conservado en el Archivo del Ayuntamiento de Pastrana «que atento que Su Excelencia avía traydo a esta villa para el ornato de esta república a los tapiceros de Flandes, en que avía gastado muchos ducados, que se pagase por quenta del Concejo las posadas de los susodichos». Dos años después, el duque todavía instaba al Ayuntamiento a que pagara sus contraídas deudas. Se ve que el Ayuntamiento de Pastrana era entonces bastante olvidadizo para pagar sus contraídos compromisos. Varias otras noticias confirman esta industria de tapices que asentó en Pastrana desde l570. En el proceso a Antonio Pérez, hay cierta referencia a unos paños o tapices realizados en la villa alcarreña y ofrecidos por la princesa de Éboli a un alto personaje. También circula por ahí, con ciertos visos de verosimilitud, que el cuadro famosísimo de «Las Hilanderas» de Velázquez, cuya escena se desarrolla en un taller de tapices, fue inspirado y aún realizado en una visita que el pintor efectuó a Pastrana.

El hecho cierto es que la villa teresiana y ducal, tan cargada de historia y obras de arte a lo largo de los siglos, fue durante el de Oro un emporio de riqueza y exquisitas industrias artísticas de las que, por desgracia, apenas si unos fragmentarios recuerdos nos han quedado. Aún insisten las relaciones topográficas enviadas a Felipe II, diciendo: «lábrase Taracea tan buena como la mejor que se hallare de Granada», y termina con esta frase «hay de toda gente de oficios en la villa». Sería una tarea apasionante la de investigar a fondo la documentación, todavía virgen, de los Archivos municipal y de protocolos de Pastrana, donde se hallaría material suficiente para confirmar esto que sólo en esbozo apuntamos: la intensa vida gremial y el alto grado técnico y artístico de los oficios que en la villa alcarreña se ejecutaban en siglos pasados.

Los obispos franceses en Sigüenza

 

La lucha multisecular que registra la historia de España entre cristianos y árabes, conocida vulgarmente como «la reconquista» y que vino a ser una convivencia multifacética a lo largo de ocho siglos, en la que hubo desde batallas y saqueos a trasiego de modas, de artes y hasta de lenguajes, reviste dos aspectos fundamentales al estudiarla en nuestro territorio guadalajareño. De una parte, la tarea conquistadora y militar, de apresamiento de castillos y dominio de territorios, generalmente rápida y con fechas concretas. De otro, la más difícil, lenta, incierta y peor estudiada, de repoblación y asentamiento de nuevas gentes y nuevas culturas. En este aspecto repoblacional, vamos a detener hoy nuestra memoria y consideraciones sobre un tema poco tratado hasta ahora, y que es clave para entender muchas cosas de la Edad Media en nuestra tierra. Concretamente repasaremos la llegada de personajes galos a la diócesis de Sigüenza, y su influencia en instituciones y artes.

En los fines del siglo XI, el rey castellano Alfonso VI manda venir cierto monje benedictino, de la abadía de Cluny, llamado Bernardo de Salvitar, para que reforme las costumbres del monasterio de Sahagún. Y tan bien lo hace, con tan certero modo impone su sabiduría y santidad, que al reconquistar Toledo en 1085, el monarca le nombra para regir la recién creada archidiócesis, que adquiere la categoría de primada de las Españas. Será este Bernardo de Sauvitat quien solicitará enseguida del papa Urbano II que el primado español se extendiera también al Midi francés, a la Galia Narbonense, en atención a que dicha comarca había sido tradicionalmente sufragánea de Toledo, desde la estancia de los visigodos en la península. Así es concedido, y poco después es cuando el arzobispo Bernardo comienza a traer familiares y amigos al reino de Castilla a los que va encargando de regir diócesis y otros asuntos directamente relacionados con el poder, la ciencia y la iglesia. Viene así Bernardo de Agen, natural de un pueblecillo cercano a Narbona, como cantor del cabildo toledano. Llegará a obispo de Sigüenza en 1121. Un hermano de éste, don Pedro, es nombrado obispo de Palencia, y un tío de ambos, hermano de su madre, accede al episcopado de Segovia. El lemosín

Burdino, en esas fechas, llegará a obispo de Coimbra, y aun a arzobispo de Braga. Con estos personajes llega a la meseta castellana no sólo la sabiduría y el metódico trabajar de los galos, sino una organización nueva de los asuntos eclesiásticos -formándose cabildos y asentándose comunidades de canónigos reglares agustinianos, bajo el modelo francés- y un concepto diferente en la arquitectura y decoración de los edificios religiosos, hasta el punto de que esa influencia del arte románico francés se hará neta en ciertos edificios molineses, seguntinos y segovianos.

Don Bernardo de Agen, nacido en dicho pueblecillo hacia el año 1080, fue puesto como chantre en el Cabildo toledano, y en 1121 le fue concedida la preeminencia episcopal de Sigüenza, ciudad con tradición diocesana pero todavía en poder de los árabes. A su reconquista se aplicó, consiguiéndola tres años después, en 1124. Fue obispo seguntino hasta el año 1152, y señor de la ciudad desde 1138, en que el emperador Alfonso VII, del que había sido capellán, concedió tal donación para sí y todos sus sucesores. Por una parte se ocupó don Bernardo de Agen en fundar el Cabildo de la iglesia seguntina, cosa que hizo en 1144, figurando en sus primeros tiempos, y entre sus miembros, diversos personajes franceses también: un Pedro Ausciensis (de Auch) vamos, un Willelmo, un Arnaldo, un Egidio, etc. Poco después fundará los cabildos de Medinaceli (poniendo a Arsenius de prior) y de Calatayud, así como el de Molina, en el que figura como fundador o primer rector un Juan Sardón, de origen galo. D. Bernardo pone también las bases para que la regla de San Agustín llegue, en forma de capítulos reglares, hasta Santa Coloma de Albendiego, Buenafuente, Alcallech, Santa María de la Hoz y San Salvador de Atienza. De su región natal trae lo que andando los siglos será médula de la devoción seguntina: las reliquias de Santa Librada, a las que se daban culto cerca de Agen, en una aldea llamada Sainte Livrade, trajo el primer obispo para colocarlas en su templo mayor y ponerles como en el centro de las devociones de la región conquistada y virgen de cristiandades. Asimismo trae la cabeza de San Sacerdote, obispo que fue de Limoges, para que en Sigüenza recibiera culto. Finalmente, es su actividad de magno fundador y constructor de la catedral la que le señala como de imborrable memoria. El mandó venir de su tierra arquitectos y alarifes, maestros canteros y decoradores que fueron dando planos y cuerpo a la catedral seguntina.

Fue su continuador en la ciudad mitrada don Pedro de Leucata, obispo entre 1152‑1156. Natural del pueblecillo de Leucata, a las arenosas orillas de la salada laguna de su nombre, en el borde de la Aquitania marítima, entre Perpiñán y Narbona, muy cerca de Agen. Probablemente sobrino, o familiar de don Bernardo, fue puesto por éste como prior del Cabildo seguntino, y a la muerte de Bernardo fue elegido sin reservas nuevo obispo. Tuvo múltiples relaciones -donaciones, mercedes, comercios-con los primeros señores de Molina: don Manrique de Lara y doña Ermensinda, de la familia condal de Narbona, donaron el lugar de Cobeta al obispo, y por su intercesión el rey Alfonso VII añadió la donación de la aldea de Saviñán y su territorio circundante en los mismos límites occidentales del Señorío molinés. Don Pedro de Leucata fue insigne continuador de su antecesor en las obras de la catedral seguntina, imprimiéndolas un avance notabilísimo.

Siguióle en la mitra don Cerebruno, que la ocupó de 1156 a 1166. Fue nacido en el ducado de Narbona, en la ciudad de Poitiers, a principios del siglo XII. Raro nombre, que no encuentra similar en la lista de eclesiásticos franceses o españoles de la Edad Media, quizás fuera su original apelativo el de Bruno, y por la proverbial sabiduría que demostró siempre se le añadiría el prefijo de «Celer», el listo, dando así ese Celebruno o Cerebruno con que ha pasado a la historia. A este prelado le trajo a Castilla don Raimundo, que fue primero obispo de Osma, y luego arzobispo de Toledo, en cuya catedral vemos a Cerebruno, en 1143, como Arcediano. Su hermano, llamado Pictavino (por ser también natural de Poitiers) alcanzó más tarde el grado de arcediano de Sigüenza. Don Cerebruno se ocupó en culminar las obras catedralicias de sus dos antecesores, cerrando el gran templo mayor, poniéndole sus magníficas puertas de románica decoración, con estructura poitevina avalada de magnífica decoración mudéjar; también a su episcopado pertenecen las iglesias de San Vicente y Santiago, en Sigüenza; y no es casualidad que en esa época se levantaran, en el Señorío de Molina, la iglesia del monasterio de Buenafuente, y el templo de Santa María de Pero Gómez (hoy de Santa Clara) en la capital, muestras exquisitas de un estilo románico de clara tradición gala. Cerebruno alcanzó posteriormente más altas gradas, llegando a ser, tras profesor de Alfonso VIII, arzobispo de Toledo.

Su continuador en Sigüenza fue don Joscelmo (1168‑1178) también francés, sin duda, pues aunque de diversas maneras nombrado en los documentos (Joscelmo, Goscelmo o Joscelino) su nombre de extraña raíz en Castilla era, sin embargo, frecuente en Bretaña: de la raíz germánica Gotsens o Gauhzelm derivó al latín Gaucelmo, Gothzelmo o Gocelmo. En Segovia hubo otro obispo de este mismo nombre. Al seguntino se le encuentra a veces con apellidos: Adelida en un caso (quizás el nombre de su madre) y Petioz en otro, no llegan a aclarar nada respecto a su origen. Se sabe, también, que su sobrino Ostensio fue arcediano de Molina en 1191. Joscelmo sintió siempre una gran devoción por Santo Tomás de Canterbury, hasta el punto de que le dedicó una capilla en la cabecera de la nave de la Epístola de su catedral seguntina (hoy capilla de los Arces) disponiendo que se hiciera allí su enterramiento: de hecho, aún queda empotrada en el muro una pequeña arqueta de piedra en la que se lee «Hic est inclusa Joscelini Presulis Ulna» conteniendo solamente un fragmento del brazo de este prelado, que debió morir fuera de Sigüenza. Es necesario considerar todavía en la lista de los obispos franceses de Sigüenza, al quinto de ellos, don Arderico, de quien consta que procedía de Frómista, en Palencia, pero que muy posiblemente, y orientados por su nombre, sería originario de Bretaña o Aquitania, o al menos sus padres fueron gentes de allí venidas. El fue miembro, de los fundadores, de la Orden de Santiago, y en su convento de Uclés mereció el grado de profesor insigne, dando enseñanza de todo tipo de científicos conocimientos. Pasará en 1184 a regir la diócesis de Palencia, tradicionalmente ocupada de francos, y allí murió en 1208. Es a partir de los años finales del siglo XII que se aprecia en toda Castilla la desaparición de obispo y abades extranjeros. Alfonso VIII decide utilizar a sus súbditos más sabios, que ya entonces los había, y la castellanización de Castilla comienza con pujanza. Sin embargo, justo es recordar, y las líneas superiores así lo demuestran, el gran débito de nuestra cultura medieval a lo que del Mediodía francés vino a lo largo de todo el siglo XII: conocimientos, santidad, arte y organización. Sigüenza y su diócesis fue, en este sentido, una muestra magnífica y ejemplar, hoy recordada en sus líneas fundamentales.

Bibliografía:

MINGUELLA Y ARNEDO, Fr.: Historia de la Diócesis de Sigüenza y sus obispos. Tomo I. Madrid 1910

ROMAN y CARDENAS, J. Noticias genealógicas del linaje de Segovia, 1890.

COLMENARES, D.: Historia de la insigne ciudad de Segovia, Segovia 1640.

GONZALEZ, J.: El reino de Castilla en la época de Alfonso VIII, Madrid 1960.

PEREZ ‑ VILLAMIL, M.: Estudios de historia y arte: la catedral de Sigüenza, Madrid 1899.

De antiguo laborar (Extranjeros y servicios en la Guadalajara renacentista)

  

Veíamos hace escasas semanas una panorámica general del ambiente artesano y gremial en la ciudad de Guadalajara durante el último tercio del siglo XVI, llegando a contabilizar unos dos mil artesanos distribuidos en 70 oficios diferentes, todo ello extraído de la riquísima documentación que guarda el Archivo Histórico Provincial, sito en el palacio del Infantado de nuestra capital. Muchos otros datos nos proporciona tal fuente de conocimiento, especialmente relacionados con el ambiente laboral de la ciudad en esa época. Vamos a detenernos hoy en algunos detalles de interés, que aumentarán y matizarán nuestro conocimiento de aquella época en que nuestra Guadalajara se alzaba como cabeza real de una amplia comarca, al tiempo que era considerada como una de las más populosas de toda Castilla.

Hay un detalle interesante a tener en cuenta, y es la presencia de multitud de extranjeros en la ciudad casi siempre asentados en ella, y con puesto de trabajo fijo o temporal. Su cantidad es muy difícil de evaluar. Teniendo en cuenta que aparecen 19 cabezas de familia en unos 50 legajos estudiados, y que de estos existe un total de 250, no sería muy aventurado afirmar que en la Guadalajara del último tercio del siglo XVI residían unas 90 familias de extranjeros, quizás menos. Su origen, mayoritariamente francés. También había vascos, borgoñones, flamencos y portugueses, así como algunos italianos, que para ejercer su oficio de banqueros residían a temporadas en nuestra ciudad. Daré aquí como ejemplo los datos de los extranjeros hallados en la documentación estudiada, dejando así de relieve lo abierto de la sociedad ciudadana de aquel entonces, que admitía cualquier persona siempre que deseara trabajar y comportarse en su seno. Así recordamos a Gil francés natural de Lyón, de 30 años, que aprueba su examen de calcetero y de sastre, y abre comercio en Guadalajara; Lucas francés, que aparece como tratante en el oficio de calderero; Giraldo francés, natural de Tolosa, sin oficio declarado; Bernal francés, que actúa como hortelano. Pedro Murete, y Juan Murete, franceses naturales de San Martín de Francia, caldereros; Guillén francés y Juan Michi, franceses ambos y tratantes de ganado, naturales de San Martín de Francia, en el obispado de Sanflor. En 1571 está preso en la cárcel real de Guadalajara Guillermo de Tolosa, francés. Leonys belbis es también francés, y se sitúa como el más original y activo ballestero en Guadalajara; Pons el bayle, francés del lugar de Villaescause en el obispado de San Flor, es también calderero. Entre los vascos, aparece Juan Vizcayno, que ejerce como zapatero, Joan de oquizio, que lo hace de espadero, y Martín de berrez que se ocupa como mercader de maderas. Es muy probable que hubiera mayor cantidad de vascos, que acudían en esta época a Castilla donde el nivel de vida y de riqueza era incomparablemente más alto que en sus valla norteños. Otros europeos que residían en Guadalajara eran Juan Borgoñón, de 40 años, que actuaba de calcetero y sastre; Jaques Savoyano, zapatero; Jaques Myller, flamenco, natural de Amberes, dedicado al oficio de sillero, y Jhoan de Guelnes, flamenco, que se examina de sastre, y el escribano describe como «algo alto de cuerpo, blanco de rrostro, barvirrojo, los ojos açules, de edad de treinta y ocho años». Un portugués, Alvar Lopes, de oficio sombrerero, se encontraba en 1565 en la cárcel pública de Guadalajara por no haber cumplido un contrato de hacer ciertos sombreros.

Además de los artesanos libremente establecidos, había otros puestos al servicio exclusivo de los grandes señores. Así, vemos cómo en 1580 el duque del Infantado tiene su propio calcetero (Letona), su sastre (Cristóbal de Medina), su rejero (Cristóbal Plaza, que ejecutó numerosas y artísticas rejas en la reforma del palacio arriacense) y aun su músico (Pedro Suárez), así como médico y otra numerosa corte de administrativos y servicios. La servidumbre de una gran casa alcarreña de esta época (destacaban especialmente los duques del Infantado, los marqueses de Montesclaros, y los condes de Coruña) contaba de gran diversidad de oficios. Aparecen a menudo en la documentación estudiada contratos para servir de mozos de campo y mozos de servicio (los primeros para ayudar en cacerías, los otros en el palacio, e incluso los había exclusivamente para ayudar a los señores en sus viajes), criados de todo tipo, trinchantes, cocineros, lacayos, mayordomos, continuos, despenseros, camareros, reposteros de mesa y de estrado, reposteros de la plata, botilleros, jardineros, etc.

Entre los servicios generales que la ciudad contaba, aparece el pregonero, ciertos músicos y trompetas, y por supuesto numerosos arrieros, carreteros y acemileros dedicados al transporte de todo tipo de cosas, entre la ciudad y las aldeas de su alfoz o común. También numerosos venteros y mesoneros ocupaban su tiempo en el menester de atender a los viajeros y gentes de paso, así como de servir bebidas y comidas (en un «tapeo», como se ve, ancestral) a las gentes de la ciudad. La Venta de San Juan, en término de Guadalajara, pero ya en el camino real hacia Alcalá, era de mucho movimiento; en la ciudad estaban, entre otros, el Mesón del arrabal de San Francisco, el Mesón de Juan de León, pegado a la puerta de Bejanque, y el Mesón de la Puerta de Bejanque, y el Mesón de la Puerta Postigo. Como se ve, estos establecimientos se colocaban en los accesos a la ciudad, para ganar en utilidad y tener seguro el burgo, aunque posteriormente alguno se colocó en el interior, como el Mesón de la Cruz Verde, entre la calle mayor y la plaza de los Dávalos.

Tenía también la ciudad de Guadalajara, durante el último tercio del siglo XVI, un nutrido y selecto comercio. Ponían los mercaderes sus comercios fijos en la calle mayor, en los soportales de la plaza del ayuntamiento, en torno a San Gil y a San Andrés, calle mayor baja). Esos eran los entornos comerciales (como hoy siguen siendo) quedando la plaza de Santo Domingo para celebrar el mercado semanal de los martes, y el arrabal de delante de la puerta de Alvarfáñez (donde hoy están las «casas del Rey») servía para celebrar las dos grandes ferias anuales (de Pascua y San Lucas). Había tiendas de mercaderes en mercería y lencería; de mercería y cerería; de joyería y lencería de paños, de platería; de zapatera, y por supuesto, de alimentación en gran variedad: panaderías, carnicerías y sardinerías. La fruta y legumbres generalmente se adquirían en el mercado.

Otro detalle de la actividad laboral de esta época renacentista, es la cantidad de molineros (de harina y aceite) que había en los alrededores de Guadalajara, especialmente en la amplia y feraz vega del río Henares. Hemos contabilizado algunos, pocos, pues con seguridad había muchos más. Tenían molinos harineros el Conde de Coruña, en la Acequilla, el marqués de Montesclaros, y los frailes de Santo Domingo. Y poseían molinos aceiteros el doctor Luís de Lucena, y doña Catalina Martínez Fresneda, y don Diego de Espinosa, estos últimos situados en el arrabal de San Roque. Numerosos hortelanos se dedicaban a cultivar las vegas húmedas del río. Eran en su mayoría moriscos y gentes a sueldo de los grandes magnates, que en esta zona poseían todo el terreno.

El general Vives y la aviación española

 

Al proseguir nuestra tarea de actualizar las biografías de aquellas personas que por uno y otro motivo han significado algo importante en la historia de Guadalajara, no podemos pasar por alto la de un ilustre militar que, si no nacido entre nosotros, sí que podemos asegurar que dejó en nuestra tierra lo mejor de su trabajo, ingenio y sacrificio, haciendo a Guadalajara sede del primer capítulo de la Aviación española, y dándola así una nueva-y por muchos desconocida- dimensión histórica. Fue este hombre, don Pedro Vives y Vich, catalán de nacimiento, pero español preclaro por cuantas actividades desarrolló a lo largo de su vida, y el modo en que su trayectoria vital fue ejercida de manera dignísima. Quiero aquí simplemente reseñar los datos biográficos más sobresalientes del general Vives, para en ocasión posterior valorar lo que Guadalajara, y por mano de este hombre, supuso en el nacimiento y aliento primero de la aviación hispana.

Nació don Pedro Vives y Vich en Igualada (Barcelona), el 20 de enero de 1858. Hizo sus estudios de enseñanza primaria y segundaria en diversos lugares de Cataluña, y en 1874, siendo aún un crío, ingresó en la Academia de Ingenieros Militares de Guadalajara, donde en 1878 terminó su carrera con brillantes calificaciones. Ya en 1876 participó como alférez en las últimas operaciones de la guerra civil de ese año. En sus primeros destinos militares, actuó con mando en el norte de África: campañas de Melilla (1893) y luego de Marruecos (1913‑1929) en su faceta de aviador.

Desde el comienzo de su carrera militar estuvo dedicado a los temas aéreos, entonces con las características de casi «ciencia‑ ficción», pues la ilusión de volar y transportar cosas por el aire había sido tenida hasta entonces por poco menos que quimérica. Siendo ya comandante, en 1896 fue designado Vives para implantar el Servicio de Aerostación en el Ejército Español, y esto comenzó a hacerse en la ciudad de Guadalajara. Para iniciar esta tarea, realizó primero diversos viajes por numerosos países europeos, y a su regreso se adoptó, a propuesta suya, el material reglamentario a base del globo ‑ cometa «Parzival» y del transporte de hidrógeno, producido y comprimido a 150 atmósferas en el Parque Aerostático de Guadalajara, en tubos de acero sin soldadura. Siendo ya jefe de este servicio, acudió al frente del mismo a toda clase de maniobras, y a las campañas de Melilla y Tetuán.

Su actividad científica internacional fue muy señalada en los comienzos del siglo. Representó a España en diversos congresos internacionales de Aerostación científica, y a raíz de los acuerdos adoptados en Berlín (1902) sobre la explotación simultánea de las altas regiones de la atmósfera, Vives organizó el lanzamiento de globos‑sonda y globos­pilotos en Guadalajara, y dirigió numerosos trabajos científicos y de observación, tanto desde tierra como desde el aire. Entre sus más memorables hazañas, destaca la demostración aérea dada por Vives en 1906, en la ciudad francesa de Burdeos, pilotando el globo «Jesús Fernández Duro», en los actos en honor de dicho aeronauta hispano.

Las experiencias con «dirigibles» -aquellos inmensos globos en forma de puros, capaces de transportar cargas inmensas y decenas de viajeros- se comenzaron en España a partir de 1909, organizadas y dirigidas por Vives y el capitán Kindelán. Los primeros ensayos se realizaron en Guadalajara en abril-mayo de ese año, y fue el 5 de mayo de 1910 cuando cruzó sobre el cielo de Madrid el primer dirigible, tripulado por Vives, Kindelan, el ingeniero de la casa constructora Hérault y dos mecánicos.

Pero si el capítulo de la Aerostación fue escrito desde su primera línea por Pedro Vives y Vich, lo mismo puede decirse respecto al de la Aeronáutica militar española. Voló Vives por primera vez en un avión en Pau, con Wright, el 1 de marzo de 1909, pilotando un sencillo aparato, estableciendo luego con carácter de ensayo el aeródromo de Cuatro Vientos en Madrid, donde comenzó a pilotar los aviones Farman (1911). Enseguida tomó incremento la Aviación, y así se fundó el servicio de Aeronáutica, con dos ramas separadas: Aerostación y Aviación, siguiendo como jefe conjunto de ambas Vives. El dio impulso a la aviación fundando el aeródromo central de Cuatro Vientos, y otros dos en Guadalajara y Alcalá. Bajo su mando, la Aviación española entró muy pronto en campañas de guerra. Con una escuadrilla y una compañía de aerostación, en octubre de 1913, Vives fue destinado al ejército de África. El y su piloto, Alfonso de Orleáns, hicieron el vuelo de Tetuán a Arcila el 29 de noviembre de 1913. En 1914 fundó los aeródromos de Arcila y Zaluán.

En una etapa siguiente, Vives ejerció diversos cargos importantes de mando militar por España. Ya muy prestigioso por su actividad pionera, y por su ejemplaridad en todo, siendo coronel dirigió una temporada la Academia de Ingenieros de Guadalajara. Ascendió a general de brigada en 1917, y en 1920 fue designado para dirigir la Jefatura militar de Ferrocarriles, por entonces creada. En julio de 1922 fue nombrado gobernador militar de la base naval de Cartagena, y en 1923 pasó a comandante general de Melilla. A raíz del pronunciamiento militar del General Primo de Rivera, en septiembre de 1923, Vives y Vich fue llamado a colaborar con el Directorio Militar que se hizo cargo del gobierno del país, ocupando diversos cargos de la administración civil en los que, dados sus conocimientos, sus dotes de organización y su probada honradez, dejó memoria felicísima. Así, en diciembre de ese mismo año ocupó la subsecretaría de Fomento, siendo muy positiva su actividad en los terrenos de la agricultura, las carreteras (recuérdese que en esos años se «adoquinan» numerosas carreteras españolas, siendo de entonces la estructuración de carreteras nacionales radiales, a las que el Gobierno de Primo prestó una especial atención) minería y ferrocarriles, de los que él preparó el nuevo Estatuto funcional. En 1924, pasó a la reserva como militar, pero continuó colaborando en múltiples facetas de la vida española. Tras la caída de Primo de Rivera, el General Vives se retiró de la vida pública.

Ni que decir tiene que poseyó numerosas medallas y condecoraciones militares por sus actividades constantes y pioneras. Muy querido allí donde fue, alcanzó el título de hijo adoptivo de numerosos lugares, entre ellos los pueblos de Sacedón y Azuqueca, donde emparentó y quedó (aún queda) su familia más directa. El Ayuntamiento de Guadalajara, en el centenario de su nacimiento (1958) le rindió un homenaje y posteriormente se le erigió una estatua conmemorativa que aún se yergue en el Parque de la Concordia. Realizó muchísimos trabajos científicos (proyectos de fortificación, edificios militares, memorias, informes, etc.) que no se llegaron a publicar. Aparecieron algunos trabajos de este estilo en el «Memorial de Ingenieros del Ejército» y en la «Revista Científica Militar» de Barcelona. Hizo una publicación sobre «Instalación y régimen de las palomas mensajeras», animales que sirvieron de eficaces colaboradores con el ejército y los inicios de la Aeronáutica española a finales del siglo XIX. En 1886 publicó un trabajo sobre «Tranvías movidos por cables subterráneos», en 1905 apareció otro sobre el «Real Aéreo Club de España», siendo sus más voluminosas obras las «Instrucciones para las ascensiones libres» (publicada en Guadalajara en 1912), y «La Aerostación aplicada al progreso de la Meteorología» (Madrid, 1912).

Aunque en telegráficas líneas por lo denso e importante que fue el discurrir vital del general Vives, creemos que esta inicial visión de su actividad militar y humana, especialmente relacionada con la Aviación hispana, puede servir para que entre los alcarreños sea mejor conocida y apreciada en cuanto vale la memoria de este hombre al que podemos considerar paisano por cuanto entre nosotros dejó lo mejor y más productivo de su existencia.

Bibliografía:

AZQUER, Historia bibliográfica e iconográfica de la Aeronáutica, Madrid 1929; MINISTERIO de ESTADO, La Aviación Española;

KINDELAN, Doctrina de la Guerra aérea;

ACEDO COLUNGA, F., El alma de la aviación española;

MARIE, Les origines de la Aeronautique militaire.

Caminos del románico

 

Tiene la provincia de Guadalajara mil caminos por recorrer, inacabable sucesión de sorpresas en sus paisajes y en sus pueblos, en las formas de celebrar las fiestas sus gentes, y de entender la vida por sus infinitos vericuetos. Siempre dispuestos a sacar de esta tierra nuestra la sal más pura, la gracia más sonora, vamos a lanzarnos hoy por los caminos del románico rural, a renovar recuerdos o a descubrir nuevas formas en esta tarea apasionante de encontrarnos con las viejas piedras, el arte autóctono, de esta Guadalajara.

Una imagen que acompaña a estas líneas, la iglesia parroquial de Luzaga, puede servir como inicio a tan sugestivo paseo. Es este pequeño monumento uno más de las varias decenas que se distribuyen por los pequeños pueblos de nuestras sierras, alcarrias y campiñas. Y sobre los que escasas atenciones han recaído, pues las reformas y los seculares abandonos han transformado casi por completo la esencia de tan entrañables edificios. Conservan su uso como templos cristianos, pero han perdido en parte su aire medieval y recoleto. De lo que queda debemos servirnos para enriquecer nuestro conocimiento sobre el tema.

El territorio actual de la provincia de Guadalajara, sometido al dominio de los árabes durante casi cuatro siglos de la Edad Media, fue reconquistado por el ejército y los modos culturales y sociales de Castilla a lo largo del final del siglo XI y todo el siglo XII. Es la cultura castellana, con su lengua, su modo de organización política, su religión cristiana, y con sus gentes venidas de la montaña cántabra y valles burgaleses y riojanos, la que paulatinamente se implanta en nuestra tierra. Será así que se organizan en «Comunes de Villa y Tierra» todos los territorios de en torno al Tajo, Tajuña, Henares y Jarama. La diócesis de Sigüenza retomará su protagonismo espiritual. Los reyes de Castilla darán importantes privilegios a los hombres y las villas de nuestro entorno, protegiendo sus modos de vida, sus cultivos, sus ferias y mercados, y tratando de hacer llevaderas sus cargas fiscales. En lo artístico, el influjo de Castilla va a ser claro y contundente: el arte románico se implanta decidido, cuajando en los pequeños templos de aldeas mínimas más que en grandes catedrales o palacios.

La serranía del Ducado, perteneciente en el siglo XII al Común de Villa y Tierra de Medinaceli, se repobló en seguida con gentes venidas del Alto Duero, añadidas a las que ya formaban parte del territorio desde hacia siglos. Fueron surgiendo pueblos con sonoros nombres nuevos: Torrecuadrada de los Valles, Torremocha, Torresaviñán, Laranueva, Cortes, Canales, Torrecilla, Pelegrina, y otros recibieron en herencia de antigua civilización sus apelativos tradicionales: Luzón, Luzaga, que recordaban al pueblo de los lusones que los levantaron. En estos lugares, los nuevos pobladores pusieron por primera piedra de la comunidad su iglesia donde celebrar no sólo los ritos litúrgicos de un cristianismo puro y en cierto modo oscuro (por la ignorancia intelectual de aquel tiempo), sino que el templo se utilizaba también para reuniones del pueblo todo y como sede de las deliberaciones concejiles, especialmente en su atrio orientado al sur.

Todas las iglesias de esta comarca de geografía serrana, fría y abrupta, que hoy denominamos «el Ducado» son similares, y más o menos alteradas han llegado hasta nosotros en su estructura románica. Muy poco conocidas del gran público, aquí quisiera reseñarlas para que sirvan de justificación y primer paso a que tantos amantes de la arquitectura rural como hay entre nosotros se lancen a su examen.

La primera podría ser ésta de Luzaga que acompaña estas líneas. Tras una portalada de piedra que permite entrar a un cementerio o atrio descubierto, surge el muro sur del templo, que posee una portada sencilla y típica, consistentes en abocinados arcos en derrame, con baquetones semicilíndricos apoyados en diversos capiteles de tema vegetal muy simple. Poco bastardeada, pero ingenua en su primitivismo, esta portada de Luzaga es bella porque es sencilla, y nos entusiasma porque conserva sin trastoques la esencia medieval del primer instante en que fue levantada. El hálito que expresa de ruralismo, de vida sincera, de cristianismo hondo y popular, es fácil de captar por quien hasta ella se acerca con el sereno ánimo de entrar en el juego de las sinceridades. Añade en su cabecera un ábside de planta semicircular, todo él levantado con sillar y sillarejo de la zona, y en su centro una ventanilla tipo saetera, aspillerada, con diversas marcas de cantería en forma de flechas. El interior, ya muy bastardeado, aún permite vislumbrar su estructura antigua.

Por la serranía del Ducado son muchas otras las iglesias románicas que deben admirarse. Es una de ellas la de Cortes de Tajuña, aguas abajo de Luzaga. La portada es sencillísima, de varios arcos semicirculares decrecientes, bien conservada durante siglos bajo un amplio atrio que le confiere una atmósfera casi hogareña y abrigadora. Su ábside, semicircular, muestra la planta, la ventanita central y los modillones del alero como prueba de haber sido erigida en el siglo XII. A su vez, la de Canales del Ducado, en remoto enclave de esta serranía, conserva todo su cuerpo románico íntegro: la gran espadaña triangular sobre el muro de poniente; la portada de arcos semicirculares bajo atrio; el ábside… merece el viaje acercarse a Canales, no sólo por ver su interesante templo, sino por vivir el aire recóndito de su plazal ancho, de su popular fuente, de sus desiertas callejas solitarias en un ámbito de salvaje naturaleza boscosa.

Laranueva mostrará al viajero un templo parroquial con múltiples perspectivas, pues luce su espadaña barroca sobre un muro en el que asienta un atrio cegado con varios arcos semicirculares, portón de entrada, y graciosa puerta de ingreso en el mismo estilo. Renales también, bastardeada como todas, muestra su iglesia con arquerías románicas. Torrecuadrada de los Valles es quizás de los mejores ejemplos del románico rural en el Ducado. La iglesia se encuentra aislada en un otero sobre el pueblo, y parece mostrar con desafío su gracia pura: la espadaña triangular, el portón de entrada con arquería semicircular y adornos jaqueados, el ábside semicircular con modillones y canecillos; todo en ella es original, románico auténtico, siglo XII en puridad.

Y por si aún le parece poco al asombrado lector este cúmulo de ejemplares románicos en nuestra provincia que aún puede visitar, quedan por citar dos ejemplares soberbios, cual son el de Villaverde del Ducado, con piedra arenisca rojiza que confiere a la arquería del pórtico un valor plástico inigualable, y el de Tortonda, con muchos parches de siglos posteriores, pero con un resto de atrio orientado al norte en el que sobresalen capiteles decorados, una portada, y una torre almenada de pureza medieval. También debe contemplar el viajero que recorra el Ducado la iglesia de Pelegrina y aun la de Jodra, magníficas en su valor arquitectónico; la ermita de San Bartolomé, en término de Villaverde, que hizo de iglesia parroquial de un pueblo ya desaparecido, y que es una auténtica joya del románico rural aislada en un pinar recóndito; y Torrecilla del Ducado, en fin, con su simplicidad de líneas y su encanto de siglos viejos.

Aún hay más. Se puede decir que el antiguo Común de Medinaceli, densamente poblado en los siglos XII al XV, guarda en todos sus pueblos algún vestigio del románico rural que el viajero gustador de es estilo debe correr a admirar sin falta.