De antiguo laborar (Extranjeros y servicios en la Guadalajara renacentista)
Veíamos hace escasas semanas una panorámica general del ambiente artesano y gremial en la ciudad de Guadalajara durante el último tercio del siglo XVI, llegando a contabilizar unos dos mil artesanos distribuidos en 70 oficios diferentes, todo ello extraído de la riquísima documentación que guarda el Archivo Histórico Provincial, sito en el palacio del Infantado de nuestra capital. Muchos otros datos nos proporciona tal fuente de conocimiento, especialmente relacionados con el ambiente laboral de la ciudad en esa época. Vamos a detenernos hoy en algunos detalles de interés, que aumentarán y matizarán nuestro conocimiento de aquella época en que nuestra Guadalajara se alzaba como cabeza real de una amplia comarca, al tiempo que era considerada como una de las más populosas de toda Castilla.
Hay un detalle interesante a tener en cuenta, y es la presencia de multitud de extranjeros en la ciudad casi siempre asentados en ella, y con puesto de trabajo fijo o temporal. Su cantidad es muy difícil de evaluar. Teniendo en cuenta que aparecen 19 cabezas de familia en unos 50 legajos estudiados, y que de estos existe un total de 250, no sería muy aventurado afirmar que en la Guadalajara del último tercio del siglo XVI residían unas 90 familias de extranjeros, quizás menos. Su origen, mayoritariamente francés. También había vascos, borgoñones, flamencos y portugueses, así como algunos italianos, que para ejercer su oficio de banqueros residían a temporadas en nuestra ciudad. Daré aquí como ejemplo los datos de los extranjeros hallados en la documentación estudiada, dejando así de relieve lo abierto de la sociedad ciudadana de aquel entonces, que admitía cualquier persona siempre que deseara trabajar y comportarse en su seno. Así recordamos a Gil francés natural de Lyón, de 30 años, que aprueba su examen de calcetero y de sastre, y abre comercio en Guadalajara; Lucas francés, que aparece como tratante en el oficio de calderero; Giraldo francés, natural de Tolosa, sin oficio declarado; Bernal francés, que actúa como hortelano. Pedro Murete, y Juan Murete, franceses naturales de San Martín de Francia, caldereros; Guillén francés y Juan Michi, franceses ambos y tratantes de ganado, naturales de San Martín de Francia, en el obispado de Sanflor. En 1571 está preso en la cárcel real de Guadalajara Guillermo de Tolosa, francés. Leonys belbis es también francés, y se sitúa como el más original y activo ballestero en Guadalajara; Pons el bayle, francés del lugar de Villaescause en el obispado de San Flor, es también calderero. Entre los vascos, aparece Juan Vizcayno, que ejerce como zapatero, Joan de oquizio, que lo hace de espadero, y Martín de berrez que se ocupa como mercader de maderas. Es muy probable que hubiera mayor cantidad de vascos, que acudían en esta época a Castilla donde el nivel de vida y de riqueza era incomparablemente más alto que en sus valla norteños. Otros europeos que residían en Guadalajara eran Juan Borgoñón, de 40 años, que actuaba de calcetero y sastre; Jaques Savoyano, zapatero; Jaques Myller, flamenco, natural de Amberes, dedicado al oficio de sillero, y Jhoan de Guelnes, flamenco, que se examina de sastre, y el escribano describe como «algo alto de cuerpo, blanco de rrostro, barvirrojo, los ojos açules, de edad de treinta y ocho años». Un portugués, Alvar Lopes, de oficio sombrerero, se encontraba en 1565 en la cárcel pública de Guadalajara por no haber cumplido un contrato de hacer ciertos sombreros.
Además de los artesanos libremente establecidos, había otros puestos al servicio exclusivo de los grandes señores. Así, vemos cómo en 1580 el duque del Infantado tiene su propio calcetero (Letona), su sastre (Cristóbal de Medina), su rejero (Cristóbal Plaza, que ejecutó numerosas y artísticas rejas en la reforma del palacio arriacense) y aun su músico (Pedro Suárez), así como médico y otra numerosa corte de administrativos y servicios. La servidumbre de una gran casa alcarreña de esta época (destacaban especialmente los duques del Infantado, los marqueses de Montesclaros, y los condes de Coruña) contaba de gran diversidad de oficios. Aparecen a menudo en la documentación estudiada contratos para servir de mozos de campo y mozos de servicio (los primeros para ayudar en cacerías, los otros en el palacio, e incluso los había exclusivamente para ayudar a los señores en sus viajes), criados de todo tipo, trinchantes, cocineros, lacayos, mayordomos, continuos, despenseros, camareros, reposteros de mesa y de estrado, reposteros de la plata, botilleros, jardineros, etc.
Entre los servicios generales que la ciudad contaba, aparece el pregonero, ciertos músicos y trompetas, y por supuesto numerosos arrieros, carreteros y acemileros dedicados al transporte de todo tipo de cosas, entre la ciudad y las aldeas de su alfoz o común. También numerosos venteros y mesoneros ocupaban su tiempo en el menester de atender a los viajeros y gentes de paso, así como de servir bebidas y comidas (en un «tapeo», como se ve, ancestral) a las gentes de la ciudad. La Venta de San Juan, en término de Guadalajara, pero ya en el camino real hacia Alcalá, era de mucho movimiento; en la ciudad estaban, entre otros, el Mesón del arrabal de San Francisco, el Mesón de Juan de León, pegado a la puerta de Bejanque, y el Mesón de la Puerta de Bejanque, y el Mesón de la Puerta Postigo. Como se ve, estos establecimientos se colocaban en los accesos a la ciudad, para ganar en utilidad y tener seguro el burgo, aunque posteriormente alguno se colocó en el interior, como el Mesón de la Cruz Verde, entre la calle mayor y la plaza de los Dávalos.
Tenía también la ciudad de Guadalajara, durante el último tercio del siglo XVI, un nutrido y selecto comercio. Ponían los mercaderes sus comercios fijos en la calle mayor, en los soportales de la plaza del ayuntamiento, en torno a San Gil y a San Andrés, calle mayor baja). Esos eran los entornos comerciales (como hoy siguen siendo) quedando la plaza de Santo Domingo para celebrar el mercado semanal de los martes, y el arrabal de delante de la puerta de Alvarfáñez (donde hoy están las «casas del Rey») servía para celebrar las dos grandes ferias anuales (de Pascua y San Lucas). Había tiendas de mercaderes en mercería y lencería; de mercería y cerería; de joyería y lencería de paños, de platería; de zapatera, y por supuesto, de alimentación en gran variedad: panaderías, carnicerías y sardinerías. La fruta y legumbres generalmente se adquirían en el mercado.
Otro detalle de la actividad laboral de esta época renacentista, es la cantidad de molineros (de harina y aceite) que había en los alrededores de Guadalajara, especialmente en la amplia y feraz vega del río Henares. Hemos contabilizado algunos, pocos, pues con seguridad había muchos más. Tenían molinos harineros el Conde de Coruña, en la Acequilla, el marqués de Montesclaros, y los frailes de Santo Domingo. Y poseían molinos aceiteros el doctor Luís de Lucena, y doña Catalina Martínez Fresneda, y don Diego de Espinosa, estos últimos situados en el arrabal de San Roque. Numerosos hortelanos se dedicaban a cultivar las vegas húmedas del río. Eran en su mayoría moriscos y gentes a sueldo de los grandes magnates, que en esta zona poseían todo el terreno.